Capítulo 3

Jackson se apoyó en la barandilla de la terraza con un aire indiferente que distaba mucho de sentir. Se hallaba entre un grupo de media docena de empleados de Prestige y agradecía no tener que ser él quien llevara la conversación.

Por enésima vez, se preguntó por qué de entre todas las mujeres que conocía, tenía que ser Riley Addison quien lo hubiera afectado tanto. ¿Y por qué el hecho de que esa mujer le hiciera la vida imposible no hacía que se la quitara de la cabeza? ¿Y por qué le importaba lo que ella pensara? No debería.

Pero maldita sea si era así.

Resultaba evidente que su reciente sequía sexual surtía un efecto nocivo en él, incapacitándolo para canalizar sus deseos hacia una pareja apropiada. Desear a Riley Addison era inapropiado en tantos sentidos, que ni siquiera soportaba una mínima consideración. Pero no había manera de convencer a su cuerpo de ello.

– ¿A quién le apetece un poco de esquí acuático? -sugirió Marcus, sacándolo, sin saberlo, de esos pensamientos.

De la docena de invitados que había, la mitad asintió. Riley no era una de ellas, pero la mujer con la que había estado charlando casi toda la tarde, una pelirroja atractiva llamada Gloria, que dirigía el departamento de tecnología de la información de Prestige, dijo:

– Yo quiero esquiar.

– El resto puede turnarse con el Jet Ski -sonrió-. Riley, si no recuerdo mal del año pasado, entonces te acobardaste. También recuerdo que prometiste que probarías al año siguiente… y da la casualidad de que éste.

– No me acobardé, sencillamente, no sabía cómo manejar una moto de agua -sonrió ella-. Por desgracia, sigo sin saber.

– No hay problema. El modelo que acabo de comprar trae dos asientos. Lo único que necesitas es un conductor y unos brazos con los que agarrarte. Como tienes los brazos… -Marcus se volvió y clavó la vista hacia Jackson-. Vamos a darle la primera oportunidad al nuevo. ¿Sabes conducir una moto de agua?

– De hecho, sí.

– Estupendo -miró otra vez a Riley, con la sonrisa que formaba parte de su éxito como presidente de la empresa-. Todo arreglado. Jackson te dará un paseo.

Riley giró la cabeza para mirar a Jackson… al menos fue lo que pensó él. Era imposible saberlo con certeza con las gafas de sol puestas. Pero el hecho de que pareciera intensamente descontenta era una gran insinuación de que lo miraba con ojos centelleantes.

Se acercó a ella con el corazón ridículamente desbocado ante la idea de saber que iba a tener que aferrarse a él con todas sus fuerzas para evitar caerse. Era una oportunidad que no pensaba desperdiciar.

– Parece que somos tú y yo; Riley. En la moto de agua -sonrió.

– Gracias, pero paso -se volvió hacia su amiga-. Gloria, ¿no decías que querías probar?

Jackson tuvo la certeza de que detectaba un tono de desesperación en su voz.

Gloria movió la cabeza.

– Yo estoy con el grupo de esquí acuático. He de ir a ponerme el bañador -sonrió y se despidió con la mano antes dé entrar en la casa a través de la puerta corredera.

Jackson chasqueó la lengua.

– Me sorprendes. No te habría tomado por una… -movió los brazos y emitió sonidos de gallina.

Ella alzó el mentón.

– No soy gallina.

– ¿Sabes nadar?

– Por supuesto.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Quizá no quiera montar en la moto acuática contigo.

La estudió varios segundos, luego adelantó el torso para que nadie pudiera oírlo.

– Mentirosa. Lo deseas tanto como yo.

– Realmente eres muy arrogante.

– No. Lo que pasa es que no me da miedo ser sincero.

– A mí tampoco. De modo que aquí tienes la verdad sin adornos… No me atrae la idea de que estés al mando mientras yo me veo relegada al papel de pasajera.

– No me extraña. Es obvio que eres del tipo de «siempre tengo que dominar la situación».

– Te equivocas. Sólo tengo mucho cuidado de a quién le entrego las riendas, en especial en algo así. No me entusiasman los deportes acuáticos.

– ¿Por qué no?

– Me rompí el brazo haciendo esquí acuático cuando tenía diez años. Prefiero los deportes de tierra. Como el béisbol.

– El béisbol -movió la cabeza-. De nuevo no me sorprende que tu deporte favorito sea uno que requiera una organización excesiva, hasta el punto de que la excitación resulta inexistente.

– ¿Es un modo poco sutil de dar a entender que soy aburrida? -espetó.

– No soy yo quien teme montar en una moto acuática. En cuanto a mí, me gusta el tenis… un juego veloz en el que te mueves de acuerdo con los golpes -la mirada de ella se trasladó hacia el muelle, donde la moto oscilaba al ritmo del agua. Jackson se sintió un poco culpable por provocarla-. Escucha, como es evidente que te pone nerviosa…

– No estoy nerviosa. Exactamente -se mordió el labio inferior-. No pienso que las motos acuáticas sean inseguras. Es que si les añadimos mi suerte multiplicada por mi falta de coordinación, es una ecuación que no me atrae.

– Comprendo. Bueno, en ese caso, iré tan despacio como tú quieras -se acercó un paso a ella y notó con satisfacción que contenía el aliento. Decididamente, no estaba tan serena como quería que creyera. Excelente-. Tú dime lo rápido, o despacio que quieres que vaya, Riley -musitó-, y me encantará satisfacerte.

Ella se ruborizó y tragó saliva. Entreabrió un poco los labios y el recuerdo intenso del beso compartido lo golpeó en el pecho.

– ¿Seguimos hablando de la moto de agua? -preguntó Riley con voz trémula.

«No».

– Por supuesto.

– ¿Sabes?, siendo economista, tiendo a los números, y desde que me rompí el brazo haciendo esquí acuático, los números de los deportes acuáticos no me cuadran.

– ¿Qué números?

– Un minuto en la moto de agua, dos segundos de descoordinación, tres docenas de lesiones, diez años de pesadillas traumáticas… -movió la cabeza-. Los débitos no se equiparan al haber.

– Pero no has incorporado todo a la ecuación. ¿Qué me dices de la satisfacción de demostrarle a Marcus que no eres cobarde?

– Mmm. Eso es tentador.

– Y, por supuesto, de la satisfacción de decirme lo mismo a mí.

– Extremadamente tentador -suspiró-. ¿No buscarás romper las olas?

– No a menos que tú quieras que lo haga -alzó la mano derecha-. Palabra de boy scout.

– Ja. No eres de ese tipo.

– Te equivocarías. Estuve siete años en los Exploradores.

– Eso fue hace muuuuuuuucho tiempo.

– Puede, pero hasta los antiguos Exploradores respetan la promesa dada. Bueno, ¿qué va a ser? ¿Aceptas el desafío? ¿O vas a rajarte, permitiendo que me burle de ti durante los próximos cincuenta años?

– Lo harías, ¿verdad?

Él sonrió.

Ella apretó los labios y Jackson tuvo que contenerse para no volver a sonreír. Era evidente que no quería ir, pero tampoco deseaba arrojar la toalla. Al final dijo:

– Bien. Iré. Pero como vayas deprisa, te voy a agarrar de las orejas y tiraré de ellas hasta que pueda anudarlas juntas. Supongo que cuanto antes salgamos, antes terminará la tortura.

Él rió ante el tono descontento de ella.

– Ése es el espíritu.

– Iré a cambiarme.

– Yo también. Nos vemos en el muelle en diez minutos.

Ella musitó algo ininteligible y entró en la casa con aspecto disgustado. Jackson rió entre dientes. Probablemente, debería sentirse avergonzado de sí mismo, pero no lo estaba. La tarde estaba resultando mucho más divertida de lo que había esperado. Y no podía negar la expectación que le causaba saber que iba a tenerla rodeándolo con sus brazos.

Diez minutos más tarde, se hallaba en el embarcadero con el grupo de esquiadores. Todos subieron a la lancha entre risas y Jackson aceptó las llaves de la moto acuática y dos chalecos salvavidas anaranjados que le entregó Marcus. Acababa de ponerse uno cuando vio acercarse a Riley. Los dedos se le paralizaron en la cremallera del chaleco mientras trataba, sin éxito, de no mirarla fijamente.

Llevaba puesto un biquini sencillo de color amarillo brillante. El traje revelaba unos centímetros de abdomen firme… una visión tentadora y mucho más sexy que lo que podría mostrar cualquier otro traje más escueto.

Bajó aún más la vista al pareo a juego que con cada paso que daba resaltaba unas piernas largas y bien torneadas. Los pies estaban adornados con unas chanclas de color verde y amarillo neón.

Siguió avanzando hacia él y Jackson tuvo que cerrar con firmeza los labios para no quedarse boquiabierto. Maldición. El modo en que caminaba lo excitaba. Y no era capaz de explicar por qué. El biquini o su andar no tenían nada abiertamente sexy. Sin embargo, no podía negar el calor que le inspiraban.

Se obligó a terminar de subirse la cremallera del chaleco. Cuando ella llegó al embarcadero, le entregó el otro.

– ¿Preparada?

– Como nunca lo estaré.

El modo en que miraba la moto de agua, le indicó que realmente se sentía nerviosa.

Dio un pasó atrás y extendió una mano hacia la moto.

– Las damas primero.

Le dedicó una sonrisa y caminó hacia el extremo del embarcadero al tiempo que se ponía el chaleco salvavidas. Jackson la siguió, y aunque trató de no hacerlo, no pudo dejar de apreciar el paisaje trasero. Le pareció magnífico.

– Subiré primero -dijo él-, así podré ayudarte a bordo -después de acomodarse en el asiento, alargó la mano hacia Riley.

Ella respiró hondo y luego la aceptó. Sus palmas se encontraron y los dedos de Jackson la sujetaron con un apretón firme. Con cuidado, ella subió a la moto y se sentó a horcajadas detrás de él.

Jackson se quedó completamente quieto ante la sensación de las caras interiores de los muslos de ella acunándole las piernas. La sangre le corrió hacia la entrepierna ¿y se movió un poco, aliviado de que la apostura le camuflara la creciente erección. Luego ella, se acomodó, acercándose aún más, y él hizo una mueca por la veloz reacción de su cuerpo.

Riley lo rodeó con los brazos y bajó la vista; vio que los nudillos de las manos de ella estaban blancos cerrados sobre su chaleco salvavidas.

– No me importa que te sujetes a mí, pero me estás cortando el suministró de aire -comentó por encima del hombro.

– Sólo quiero estar preparada ante un posible bote en el agua. No quiero caerme de esta cosa.

– Hay pocas probabilidades con el modo en que te sujetas a mí.

– Eh, si yo me caigo, tú me acompañarás.

– Lo creo. Y eso no me consuela mucho. Intenta no romperme una costilla, ¿de acuerdo?

– No vayas deprisa y no tendré motivo para hacerlo.

Justo en ese momento, Marcus y los otros soltaron amarras.

– Qué os divirtáis -dijo mientras los de-, más saludaban con las manos.

Jackson les devolvió el gesto, luego gruñó cuando los brazos de Riley se tensaron con más fuerza.

– Mantén las manos en el manillar en todo momento, capitán.

Si hubiera podido respirar, habría soltado una carcajada.

– Riley, ni siquiera he encendido el motor.

Ella se relajó un poco.

– Oh. Bueno, manos a la obra para que podamos acabar de una vez. Aún no hemos salido del embarcadero y ya siento que llevo sentada en este aparato tres días.

Él insertó la llave y arrancó el motor. Luego soltó las amarras y en vez de poner rumbo al lago abierto, se dirigió hacia la cala.

– Vaya, diablo de la velocidad… ¿a cuántos kilómetros por hora vamos? -le gritó ella directamente en el oído por encima del zumbido del motor.

– A unos cinco por hora. Podríamos nadar más deprisa. Si aminoro más, él motor se calará. Y, Riley… cuidado con mis tímpanos, ¿de acuerdo?

Ella suspiró y el aliento cálido que Jackson sintió en la mejilla supuso otra descarga de calor por su cuerpo.

– Lo siento. No era mi intención estrujarte ni desahogarme con tu tímpano. Sólo estoy un poco nerviosa.

– ¿De verdad? No lo había notado -bromeó.

– Ja, ja.

– No hay nada por lo que estar nerviosa. No es tan terrible, ¿verdad?

– Bueno… supongo que está bien… hasta ahora. ¿Adonde vamos?

– Por el momento, hasta el extremo de la cala. Podemos mirar las otras casas y te dará la oportunidad de relajarte: En cuanto te acostumbres, y si decides que te gusta, podemos salir al lago.

Él creía que lo agarraba con tanto ímpetu por temor a caerse de la moto acuática, pero eso era verdad sólo en parte. Lo cierto es que tenía que sujetarse con fuerza para no ceder a la tentación de acariciarle esos brazos musculosos para sentir su poderío.

Oh, sí, se había acostumbrado, y no había tardado ni dos segundos en decidir que le gustaba.

Su nerviosismo por montar en la moto de agua retrocedía a una velocidad alarmante, desterrado por la casi dolorosa percepción sexual que tanto se había afanado en suprimir durante toda la tarde. Si hubiera sido cualquier otro hombre el que hubiera, provocado esa reacción en ella, se habría vuelto loca. Había querido una aventura, volar, pero no con Jackson Lange.

Bueno, lo deseaba… desesperadamente. Pero no quería desearlo. Y el hecho de que se hubiera mostrado tan comprensivo con su aprensión, hacía que fuera… bueno, más o menos agradable. Maldición.

Avanzaron despacio, y poco a poco, la aprensión de Riley se mitigó. Las casas que había a lo largo del lago eran hermosas, y cuando llegaron al extremo de láxala, donde Jackson realizó un giro abierto, se sentía bastante audaz.

Unos minutos más tarde, al llegar al embarcadero de Thornton, él dijo:

– ¿Quieres dejarlo o te apetece ver lo que puede hacer este chico malo?

Una pregunta tendenciosa, pero que el cielo la ayudara, porque anhelaba saberlo. Aunque sin duda se refería a la moto acuática…

– ¿Juras que sabes cómo manejar este aparato?

– Encanto, crecí en el agua y comencé a llevar la moto dé agua de mi familia a los doce años. Estás en manos muy capaces.

Una hoguera de calor estalló en su piel ante las imágenes sensuales, no deseadas que evocó ese comentario. Aunque odiaba reconocerlo, no estaba preparada para que ese paseo terminara. Ese Jackson Lange parecía muy distinto del hombre que enviaba correos, electrónicos cortantes y exigentes. Ese Jackson Lange le evocaba seguridad y la hacía ser valiente. Decidirse a correr riesgos.

– De acuerdo. Veamos qué puede hacer este chico malo.

Él se volvió y sonrió.

– Ésa es mi chica. Te espera el paseo de tu vida.

Enfiló hacia el lago. Riley apretó con más fuerza su chaleco salvavidas y lo sintió reír. Al llegar al final de la cala, aceleró, y en ese instante fue como si volaran sobre el agua. Al principio, ella no fue capaz de recobrar el aliento, pero al rato la pura emoción de la velocidad y la espuma que le salpicaba el pelo y le refrescaba la piel encendida por el sol conspiraron para revitalizarla y desterrar los últimos vestigios de su aprensión.

Jackson fue fiel a su palabra, ya que claramente sabía manejar con destreza la embarcación. Se agarró a él al romper las estelas de los fueraborda y las lanchas. No tardó en descubrir que reía como si estuviera en un parque de atracciones.

– ¡Otra vez! ¡Más deprisa! -gritó.

La satisfizo y avanzaron como un delfín motorizado, deslizándose, sobre las olas. Después de unos pocos botes, Jackson gritó por encima de su hombro:

– ¿Quieres un descanso y ver algunas de las islas pequeñas?

Como eso sonaba bien, gritó en respuesta:

– Claro.

Él viró la moto hacia una de las muchas islas boscosas que moteaban el lago. Al acercarse a una franja de playa arenosa, Jackson aminoró y luego apagó el motor. Entonces bajó del asiento, con el agua llegándole a las rodillas, y remolcó el aparato hasta la playa. Cuando el fondo arañó la arena, le ofreció la mano a Riley.

Ésta se desprendió de las chanclas y aceptó su mano para pisar la arena gruesa. Entonces ayudó a Jackson a empujar la moto playa adentro.

Al terminar, él le sonrió desde el otro lado del manillar.

– ¿Y bien?

Ella le devolvió la sonrisa y suspiró con exageración.

– Perfecto. Que no se diga que no soy capaz de reconocer cuando me equivoco… y estaba equivocada. Ha sido magnífico. Completamente…

Calló y lo miró fijamente. Mientras hablaba, él se había bajado la cremallera del chaleco, para quitárselo y depositarlo sobre el asiento de plástico. En ese momento volaron todos los pensamientos de su cabeza, salvo el de que era realmente sexy.

No podía imaginar por qué era un ejecutivo de marketing en vez de un modelo de ropa interior, ya que haría que todos los modelos de Calvin Klein se sintieran avergonzados a su lado. Si vestido era guapo, con bañador era estupendo. Sólo podía imaginar que sin nada de ropa sería capaz de detener cualquier corazón.

Él plantó las manos en las caderas y la mirada de Riley se clavó en esos, dedos que daban la impresión de apuntar directamente a su, entrepierna como flechas de neón. El deseo se encendió en ella como una descarga de calor, tan intenso que fue como si el sol se hubiera acercado a la tierra.

– ¿Completamente qué? -preguntó él.

Su voz hizo que desviara los ojos de esa fascinante ingle. Parpadeó y dijo lo único que se le ocurrió:

– ¿Eh?

– Te estabas mostrando poética acerca del paseo y mis, ejem, habilidades superiores de conducción náutica cuando te… callaste.

En su mente centelleó una imagen vivida de esas habilidades superiores, que no tenían nada que ver con la moto acuática. Tragó saliva y presionó la tecla mental de Rebobinado hasta llegar al proceso mental en el que se hallaba antes de que la imagen de él semidesnudo la descarriara.

– Exacto. Ha sido completamente… increíble.

– No seré yo quien te contradiga. Y me alegro de que te gustara.

Desde luego que le había gustado. Mucho más de lo que debería. Por supuesto, más de lo que quería. Cualquier duda que podría haber albergado acerca de la reacción que tendría su cuerpo con Jackson hacía rato que se había desvanecido. La sensación de tenerlo acunado entre sus muslos, rodeándolo con los brazos, la mantendría despierta esa noche… otra vez.

Él se subió las gafas de sol hasta el pelo, luego se dedicó a otear la pequeña isla, y Riley aprovechó la oportunidad para quitarse el chaleco.

– Esto es estupendo -comentó él, mirando aún alrededor-. Tranquilo, con sombra… y disponemos de esta pequeña playa… toda para nosotros -se volvió hacia ella y la recorrió lentamente con la mirada. Era inequívoco el aprecio con que la observaba o el destello encendido que apareció en sus ojos. Se quitó las gafas y las dejó sobre el chaleco-. Hace… calor. Voy a nadar un rato antes de que regresemos -con la cabeza indicó el agua-. ¿Me acompañas?

El modo en que la miraba hizo que sintiera como si de sus poros emanara vapor. El sentido común le advirtió que estar mojada con él era poco inteligente, pero su lado de mujer se mostró en desacuerdo. Y fue el lado que ganó.

– Un chapuzón suena fantástico -la enorgulleció que su voz sonara indiferente.

Lo observó ir rápidamente hacia el lago. Cuando el agua le llegó a la cintura, se zambulló. Al emerger, movió la cabeza como un perro, lanzando gotas en todas direcciones. Después se puso a nadar con brazadas poderosas en paralelo a la playa.

Riley se tomó su tiempo para quitarse el pareo y respiró hondo para serenarse mientras se recordaba mentalmente con severidad que Jackson era el hombre de la cena de los setecientos ochenta y tres dólares. El señor Dóblame el Presupuesto. Esa intensa reacción física que le inspiraba resultaba inexplicable y por completo ridícula. Tal como se comportaba su cuerpo, era como si nunca hubiese visto a un hombre atractivo. Se dijo que, a partir del día siguiente, concentraría sus esfuerzos en encontrar a otro hombre para que le apagara ese fuego descabellado que él había iniciado. Podía hacerlo. Sin problemas.

Decidiendo dejarse las gafas puestas por si sus ojos optaban por rebelarse, se metió en el lago. El agua fresca fue un remedio para el calor sofocante, que no podía atribuirse en exclusiva al sol brillante. Cuando el agua llegó justo debajo de sus pechos, dobló las rodillas hasta quedar sumergida hasta el mentón, luego soltó un suspiro de alivio. Cinco minutos más tarde, Jackson nadó hasta ella. A pesar de la distancia, y del ritmo de las brazadas, apenas le faltaba el aire, prueba evidente del excelente estado físico en el que se hallaba.

Se irguió y alzó las manos para echarse atrás el pelo mojado, movimiento que volvió a encender todo lo que Riley creía haber enfriado momentos atrás. Era demasiado guapo, sus movimientos demasiado sexys y se hallaba demasiado cerca. ¿O no lo suficiente?

Ella retrocedió unos pasos. Él los avanzó.

– ¿Has disfrutado del chapuzón? -le preguntó Riley, dando otro paso atrás.

Su mirada pareció quemarla.

– Sí y no. Sí, el agua estaba estupenda. No, nadar no produjo el resultado deseado.

– ¿Qué resultado deseado?

– ¿De verdad quieres saberlo?

El instinto de conservación y la cautela que había cultivado durante tanto tiempo le ordenaron que dijera que no y que se largara de allí. Pero una vez más, su lado femenino ahogó todo lo demás.

– Sí, quiero saberlo.

– Esperaba que la actividad física cancelara mi excitación. No lo hizo. Y, por desgracia, empiezo a pensar que podría nadar alrededor de esta condenada isla una docena de veces sin que eso ayudara.

Ahí tenía su respuesta, y provocó un tornado de lujuria que amenazó con llevarse todo a su paso, incluido su sentido común. Antes de que pudiera pensar en una respuesta, él alargó la mano y le subió las gafas, revelando sus ojos. La estudió con intensidad, luego asintió.

– Tú también lo sientes -dijo.

Anheló negarlo, pero odiaba mentir, y menos ante la sinceridad descarnada que él había mostrado.

– No puedo negar que te encuentro… atractivo. Pero eso no me alegra.

– Bueno, yo te encuentro dolorosamente atractiva, y eso no me hace feliz en absoluto. No puedo entender ni explicar por qué una mujer a la que considero insoportable me tiene tan excitado, pero así es.

Riley enarcó las cejas.

– Cielos, qué bien se te dan las palabras. Consigues muchas citas con esa seducción verbal que empleas, ¿verdad?

– No soy adulador…

– ¿Bromeas?

– Soy sincero. Te deseé nada más verte en aquella tienda de adivina, y a pesar del hecho de que terminaras siendo la temida Riley Addison, eso no ha cambiado. Tus feromonas tienen revolucionadas mis hormonas. En el trabajo, chocamos mucho. Pero no estamos en el trabajo, y en lo último en lo que pienso ahora es en la oficina -se adelantó y la tomó en brazos hasta que se tocaron de pechos a rodillas.

Las manos de Riley subieron por voluntad propia para cerrarse en los bíceps de Jackson mientras se deleitaba con las sensaciones de los cuerpos pegados.

No bromeaba cuando le dijo que estaba excitado.

Bajó lentamente la cabeza hacia la de ella, y mientras Riley alzaba la cara, susurró:

– Esto está muy mal.

– ¿Sí? A mí me parece muy bien.

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