Capítulo 7

El miércoles siguiente por la tarde, Riley metía carpetas en su maletín cuando Gloria la saludó desde la puerta.

– Eh, no te veo desde el viernes pasado. ¿Cómo estás?

Alzó la vista de lo que hacía y le sonrió a su amiga.

– Bien. Tuve unas reuniones con los directores de propiedades el lunes y el martes, y hoy ha sido un día de locos. No veo la hora de llegar a casa, sentarme ante la tele y relajarme. Dan un partido de los Braves. ¿Cómo estás tú?

– Bien -adoptó una expresión de inocencia angelical-. Tengo una cita. ¿Recuerdas al profesor de tenis que vive en mi complejo residencial?

– ¿Cómo no voy a acordarme? Si me hablas a todas horas de él. Espero que te lo pases bien. No hagas nada que yo no haría.

– Me parece un consejo estupendo, teniendo en cuenta que tú tuviste sexo salvaje con el último hombre atractivo que conociste. A propósito, ¿cómo está el señor Lange?

Riley se obligó a mantenerse impasible, aunque sospechó que Gloria vería el rubor que sentía que le encendía las mejillas. La puso al día de la sesión sobre el presupuesto mantenida el viernes anterior y concluyó con la siguiente explicación:

– Le di mi correo privado.

– ¿Y se ha mantenido en contacto?

– Sí. Endomingo me envió la receta prometida.

Gloria sonrió.

– Ah, un hombre de palabra. La acompañó, quizá, con un mensaje seductor.

– No. Sólo con «Espero que te gusten». He de confesarte que me decepcionó un poco. Quiero decir, no es que esperara una declaración de amor, pero…

– A una chica, le gusta un poco de adulación -convino Gloria.

– Sin embargo, el lunes… -calló mientras cruzaban las pesadas puertas de cristal.

Gloria apretó el botón de bajada del ascensor.

– ¿Qué pasó el lunes?

– Al llegar a casa me esperaba un paquete.

– Ohh. ¿Flores?

– Un maravilloso ramo de flores y una caja refrigerada de Boston Cream donuts, enviados desde su pastelería favorita en Nueva York, acompañados de una bonita nota en la que me agradecía que me quedara el viernes hasta tarde para ayudarlo.

– Muy bonito -comentó Gloria-. ¿Le contestaste?

El ascensor se abrió y entraron; Riley apretó el botón de la planta baja, y una vez que se cerraron las puertas, contestó:

– Sí, le di las gracias por las flores y los donuts.

– ¿Y?

– Y ya no he vuelto a saber nada de él.

– Te apuesto algo a que esta noche, cuando llegues a casa, tendrás un mensaje de él. Definitivamente, está interesado.

– Sólo me ha dado las gracias por quedarme trabajando el viernes.

– Está fascinado contigo.

Un escalofrío al que no quiso prestarle atención la recorrió con las palabras de Gloria.

– Vive a mil quinientos kilómetros de distancia.

– Para eso están los programas de regalos de millas.

– Es muy exigente en el trabajo -pero incluso al terminar de pronunciar las palabras, tuvo que reconocer que esa descripción ya no era tan precisa como lo había sido.

– Pero está mejorando -indicó Gloria, como si le hubiera leído los pensamientos.

– Cierto… -era decididamente ambicioso, pero la ambición, en oposición a la pereza, era un rasgo que siempre había admirado. Y, Marcus, que era un hombre brillante, evidentemente tenía en alta estima las habilidades de Jackson, o jamás lo habría contratado. Las puertas se abrieron y se dirigieron hacia el aparcamiento-. Tengo el coche ahí -dijo Riley, indicando la derecha-. Que te, diviertas. Espero que me lo cuentes todo.

– Espero que haya algo que contar -indicó Gloria con sonrisa traviesa-. Y no te olvides de comprobar el correo electrónico.

La saludó con la mano y fue hacia su coche. Olvidarse, de comprobarlo no iba a representar ningún problema. Pero sospechaba que la ansiedad que la carcomía sí terminaría por serlo en algún momento.

Por culpa, del tráfico de Atlanta, que incluso era peor que de costumbre, tardó más de una hora en llegar a casa. Después de dejar el bolso y el maletín en el vestíbulo, repasó el correo mientras se dirigía al dormitorio, resistiendo el abrumador impulso de ir en línea recta hacia el ordenador portátil para comprobar el correo electrónico. No, podía esperar hasta después de haberse cambiado y metido la pizza en el horno.

Vio una nota junto a la cafetera. Tara le decía que se iba a cenar y al cine con su amiga Lynda, y a pasar la noche en casa de ésta. Asintió satisfecha y continuó hacia el dormitorio. La insistencia de que dejara notas si no iba a regresar parecía que al fin daba frutos.

Después de ponerse el pantalón de un chándal y una camiseta de los Braves, regresó a la sala de estar y puso el televisor. Faltaban diez minutos para que empezara el partido, de modo que encendió el horno y sacó un refresco de la nevera. Después de beber un trago, clavó la vista en el portátil sobre la mesita de centro de la sala. Por una simple cuestión de orgullo, se obligó a beber dos tragos más del refresco antes de acercarse al ordenador. Se sentó en el sofá, lo encendió y luego abrió su correo.

Había un mensaje de Jackson. Enviado hacía menos de treinta minutos.

La recorrió un aleteo de excitada anticipación antes de abrir con celeridad la nota.

Me alegro de que te gustaran las flores y los donuts. Compré también para mí (donuts, no flores), pero debido a un sentimiento de culpa inspirado por mi madre, no me comeré uno hasta después de cenar, aunque sospecho que mi madre se quedaría horrorizada si supiera que mi cena iban a ser restos de pizza. Espero que tu día haya sido mejor que el mío, Caramelo.

Algo dentro de Riley se tornó cálido y gelatinoso por la añoranza que le provocó leer la nota breve.

Apretó la tecla de Responder y sus dedos volaron sobre el teclado.

Debe de ser algo que hay en el aire, porque esta noche yo también cenaré restos de pizza. Pero no me quejo… es mi comida favorita mientras veo un partido por la tele, y el de esta noche contra los Mets promete ser bueno.

¿Tú crees que has tenido un mal día? ¡Ja! A ver si superas esto: a pesar de haber escondido mis donuts detrás de un cogollo de lechuga y de unas zanahorias en el cajón de las verduras en la nevera, Tara logró encontrarlos y se zampó no uno, sino dos de mis preciadas delicias. La he eliminado de mi testamento.

Titubeó, insegura, y se mordió el labio unos segundos, luego cedió al impulso y tecleó una última línea:

Si decides ver el partido y quieres oír cómo me regodeo con la paliza que los Braves le estarán dando a tu equipo de Nueva York, llámame.

Tecleó su número de teléfono y apretó con celeridad la tecla de Enviar, antes de que pudiera arrepentirse. Luego se incorporó y fue a la nevera, tratando de demorarse en las preguntas que rebotaban por su mente.

¿La llamaría? ¿Quería realmente que lo hiciera?

Sí, así lo esperaba. Y, sí, lo quería.

Metió la pizza en el horno y ajustó el temporizador. Estaba alargando la mano hacia el mando a distancia para subir el volumen en el momento en que el partido iba a comenzar cuando sonó el teléfono.

Se dijo que no podía ser él. Sólo habían pasado unos minutos desde que le mandara el correo. No obstante, el corazón se le desbocó y se obligó a dejar que sonara tres veces antes de contestar.

– ¿Hola?

– ¿Con qué condimentos te gusta la pizza?

Un hormigueo encendido le consumió todo el cuerpo al oír el sonido profundo de su voz, y supo que, si se mirara en un espejo, vería una sonrisa idiota y amplia a lo ancho de su cara.

– ¿Quién es? -preguntó con voz ronca.

– El chico de la receta, y no intentes decirme que tú no eres Caramelo, porque reconocería tu voz en cualquier parte, Riley.

Sus piernas de debilitaron ante el timbre sexy e íntimo de la voz de Jackson, y tuvo que dejarse caer en una de las sillas de roble de la cocina.

– Mmm… es bueno saberlo.

– Y bien, ¿qué hay en tu pizza?-repitió.

Que la condenaran si lo recordaba. Tenía valor para hacerle esas preguntas tan complicadas cuando acababa de hacer que le flojearan las rodillas. Dirigiendo una mirada al horno, su memoria se activó.

– Es vegetal. Cebollas, champiñones, tomates y brécol.

– ¿Le pones brécol a la pizza? Eso es… sacrílego.

– No te gusta el brécol… ¿por qué no me sorprende?

– De hecho, sí que me gusta. Pero no en la pizza.

– Ajá. Así que eres uno de esos comensales quisquillosos.

Él rió.

– ¿Quisquilloso? ¿Bromeas? Le hablas al tipo que sobrevivió un semestre entero de universidad con una dieta casi exclusiva de espaguetis y que preparó una cena congelada en la chimenea.

Riley movió la cabeza y rió entre dientes.

– ¿Qué te impulsaba a hacer eso?

– De hecho, fue idea de mi madre. En esa época estaba en el instituto y la electricidad se había ido, de modo que no disponíamos de horno. Sacamos un plato precocinado del congelador y arreglamos la noche así. Lo peor, que he comido jamás… medio calcinado, medio congelado, pero también una de las cenas más divertidas que he tenido -rió con ganas-. Durante semanas, la casa tuvo un olor extraño.

Le hubiera gustado haber compartido esa velada con él.

– Suena divertido.

– Lo fue.

– Entonces… me cabe conjeturar que prefieres la pizza con cosas que atasquen las arterias, como las salchichas y el beicon.

– Sí. Y para no desentonar, una ración extra de mozzarella. Aunque yo prefiero considerarlo como mi dosis diaria de proteínas y productos lácteos.

No pudo evitar sonreír.

– Apuesto a que sí. Bueno, doy por hecho que esta llamada se debe a que vas a poner el partido y dejar que me regodee con la paliza que los Braves van a darle a los Mets.

– Ni lo sueñes. Mientras como la pizza veo el tenis. Está a punto de empezar el segundo set del partido masculino.

– Hurra.

– Al menos no es aburrido. Ver el béisbol es como esperar que se seque la pintura. Un grupo de tipos con sueldos excesivos de pie alrededor de un campo a la espera de que la pelota vaya a ellos.

– Oh, claro, en el tenis ganan sueldos míseros. Al menos en el béisbol hacen algo más que golpear la pelota.

– Al menos el tenis representa movimiento. Podrías quedarte dormido esperando que suceda algo en un partido de béisbol.

– Al menos no necesitas un quiropráctico después de ver un partido de béisbol. No hay nada de ese monótono derecha, izquierda, derecha, izquierda.

– Supongo que necesitamos acordar que estamos en desacuerdo en esto. De hecho, te llamaba porque ahora mismo pensaba en ti.

Apretó el auricular con fuerza.

– ¿Oh? ¿En qué pensabas?

Siguieron unos momentos de silencio a su pregunta. Luego él preguntó con Voz baja y seria:

– ¿De verdad quieres saberlo?

No.

– Sí.

– Pensaba en tu sonrisa. En tu risa. En la forma decadente y sexy en que comes los donuts. En la deliciosa fragancia a vainilla de tu piel. En la sensación de nuestras manos y bocas en los cuerpos del otro.

Ella cerró los ojos, evocando el desfile de imágenes sensuales de los dos juntos que ya habían quedado grabadas de forma indeleble en su cerebro. Agradeció estar sentada; de lo contrario, se deslizaría al suelo en una masa gelatinosa.

– De hecho -continuó Jackson con el mismo tono de voz-, no es exacto decir, que ahora estaba pensando en ti. La verdad es que no he dejado de hacerlo en ningún momento. No desde que entré en tu tienda de adivina.

A Riley el corazón le latía tan deprisa, que podía oír el martilleo en los oídos. Aunque había querido oír esas palabras, no había esperado que él las dijera. Al decidir desprenderse del manto de aburrimiento, había estado dispuesta a hacer algo atrevido. Pero con Jackson había obtenido más de lo pactado. No había imaginado lanzarse a una relación plena, y menos con un hombre al que hasta hacía poco tiempo llamaba Azote de su Existencia. Pero había cosechado un fracaso rotundo en su intento de olvidarlo. Su sinceridad la movió a responder con lo que sentía.

– Yo… yo también he pensado en ti.

– Bien. Odiaría pensar que sufro solo.

– ¿Qué te hace pensar que estoy sufriendo?

– Si no es así, dímelo. Hace que me sienta mejor pensar que eres tan desdichada como yo.

– Vaya. ¿Conquistas a muchas mujeres con frases seductoras de ese tipo?

– No me van mucho las frases…

– Es evidente.

– … porque sólo son eso… frases. Juegos. He dicho y me han dicho las suficientes como para haber desarrollado un verdadero rechazo hacia ellas. Prefiero pronunciar la cruda verdad y que la suelte caiga donde deba. Al menos de esa manera, no habré hecho nada para manchar mi integridad.

– Valoro la sinceridad y no quería dar a entender lo contrarío. Mi única defensa es que me ha resultado… sorprendente.

– ¿Que fuera sincero? Cielos, gracias.

Captó el dolor subyacente en la voz.

– Lo siento -repuso con sinceridad-. Lo estoy expresando mal. Es que hasta que no te conocí de verdad, he de reconocer que me caías francamente mal.

– Comprendo. Bueno, supongo que también soy culpable de lo mismo contigo. Pero ya no me caes mal, Riley. Y soy el primero en reconocer que hay ocasiones en las que me expreso incorrectamente, así que deja que vuelva a intentarlo. Lo que quería decir es que me anima que hayas pensado en mí, y espero que haya sido de la misma manera que yo he estado pensando en ti -tras una breve pausa, musitó-: ¿Ha sido así?

Quería mentir, y tal vez si sólo hubiera pensado una o dos veces en él, lo habría hecho.

– No puedo negar que he pensado en la noche que pasamos juntos -entonces, con la necesidad de desviar la conversación a un terreno más seguro, adoptó un tono ligero y añadió-: Pero también he pensado en lo poco que tenemos en común.

– Apuesto a que, si nos esforzamos, podríamos encontrar algo en común.

Sintiéndose en terreno sólido, se puso de pie, activó el manos libres del teléfono y fue a comprobar la pizza.

– Creo que deberíamos ahondar mucho.

– No -la voz profunda de Jackson llenó la habitación-. Eh, aquí va una… los dos tenemos dos orejas, dos ojos y una nariz.

– Eso es ridículo -sacó la pizza del horno-. Los dos también tenemos diez dedos en las manos y diez dedos en los pies y…

– Lenguas -intervino él-. Ambos tenemos lenguas.

– Yo iba a decir una boca -corrigió con su mejor tono severo.

– Y tú sabes cómo usar la tuya muy bien, me permito añadir.

Tuvo que cerrar los labios con fuerza para no soltar una carcajada.

– Basta de partes corporales -dijo Riley-. Me refería a cosas reales.

– Mmmm. Has cambiado las reglas en mitad del juego, pero lo acepto. ¿Qué te parece esto? Los dos tenemos carreras empresariales.

– Cierto. Pero en campos diferentes.

– Ah, no seas quisquillosa -dijo.

Y ella pudo visualizar con claridad su sonrisa de triunfo.

Se sirvió en el plato una generosa porción de pizza a rebosar de queso, sacó una botella de agua de la nevera y se sentó ante la encimera.

– No -contradijo-. Sólo señalo que la contabilidad no tiene nada que ver con el marketing -en broma, pronunció la palabra como si oliera mal.

– Tienes razón. El marketing no es aburrido -imitó su tono.

– Otra cosa que no tenemos en común, la contabilidad a mí me resulta fascinante.

– Sí, bueno, eso es algo que tenemos en común, porque a mí hay cosas que me resultan fascinantes. Como el modo que tienes de entornar los párpados cuando estás excitada.

Riley contuvo el aliento. La camaradería bromista de los últimos minutos se desvaneció y fue sustituida por una tensión y un calor que podía sentir a través de, la línea telefónica. Era la segunda vez que la sorprendía y tomó la firme decisión de volver al camino seguro, aunque él no se lo permitió.

– ¿Qué llevas puesto? -inquirió.

Oh, no. No pensaba ir por allí.

– Mi camiseta más vieja de los Braves, unos pantalones de chándal muy gastados, con un agujero en la rodilla derecha, y mis zapatillas de franela amarillas favoritas, que, por desgracia, ya no son muy amarillas y están desgastadas.

Él rió.

– ¿Dónde estabas cuando enviaron por correo los catálogos de Victoria's Secret? Tu respuesta debía haberme ofrecido una imagen sexy. Dios, eres mala en este juego.

– Ah, pero creí que habías dicho que no te gustaban los juegos.

– Hay algunos que sí me gustan. Uno de ellos es que tú me digas que llevas puesto algo que deje volar la fantasía.

– Bueno, ésta no es tu noche afortunada, a menos que un chándal viejo te excite. Entonces, ¿qué llevas tú?

– Un chándal viejo.

Riley rió.

– Y una sudadera vieja con las mangas cortadas, y apuesto a que un par de calcetines deportivos con un agujero en el talón.

– Eh, ¿qué tienes… una cámara web?

«Ojalá», pensó. Un vistazo a Jackson con su atuendo casero y viejo sonaba… estupendo.

– No. Sólo sé cómo os gusta vestiros a los chicos en cuanto os quitáis el traje y la corbata. Bueno, ¿alguna noticia de la fusión con Élite… o no puedes hablar de ello?

– Aún no hay noticias. Sólo un montón de reuniones. Restaurantes caros, así que prepara tu frugal naturaleza para los informes de gastos que vas a recibir pronto. Marcus vuela mañana a Nueva York, así que habrá más reuniones y más restaurantes.

– Veré si puedo arreglar un préstamo bancario.

– Buena idea. También se habla de otro proyecto importante inminente. Resumiendo, más que suficiente para mantenerme ocupado. Bueno, ¿tienes algún plan estimulante para el fin de semana?

– Si consideras estimulante ayudar a Tara a guardar cajas, entonces me espera un fin de semana estupendo.

– ¿Cuándo se muda?

– El fin de semana siguiente. Por primera vez en cinco años, tendré mi apartamento sólo para mí -suspiró-. Eso suena… liberador. ¿Qué me dices tú… algún plan importante?

– Una fiesta el sábado para celebrar el treinta y cinco aniversario de boda de mis padres.

Riley sonrió.

– Es magnífico. Un logro asombroso.

– Según mis padres, el secreto para el éxito de un matrimonio radica en casarse con la persona adecuada.

Ella experimentó una sacudida de nostalgia.

– Mis padres tenían una filosofía similar… no puedes ganar si no eliges al compañero adecuado.

Sonó un bip suave y él dijo:

– Es mi llamada en espera. ¿Puedes aguardar un segundo?

– Claro.

Unos segundos más tarde volvió a la línea.

– Es mi hermana Shelley. Hay algunos problemas con la organización de la fiesta de aniversario. Está embarazada, su marido fuera de la ciudad y ella va a empezar a tirarse de los pelos. Lo siento, pero he de ir a establecer un control de daños.

– No hay problema. Buena suerte.

– Gracias. Buenas noches.

Con el ceño fruncido, recogió la pizza y dio un mordisco, notando que, aunque su cena estaba templada, ella tenía un calor poco habitual. Y una desazón perturbadora. Y todo por él. Su voz sexy. Su risa sexy. Sus alusiones sexys de la noche que habían pasado juntos.

Noche que su cuerpo anhelaba repetir.

Pero no se podían olvidar los mil quinientos kilómetros que los separaban. Habían compartido una noche y eso era todo. Algo consumado y acabado. Necesitaba olvidar y seguir adelante. Quería olvidar y seguir adelante.

Y aunque no pudiera olvidarlo en ese momento, terminaría por hacerlo. Y mientras tanto, se concentraría en continuar con su vida. Después de que Tara se marchara y su casa volviera a ser suya, iba a dar una fiesta. Iba a recuperar la diversión de soltera que había disfrutado antes de que su hermana se fuera a vivir con ella. Saldría. Viviría la noche. Conocería a un montón de hombres interesantes… con quienes compartiera intereses en común y que no requirieran una visita al aeropuerto, para salir.

Sí, ese era el plan. En alguna parte de su cerebro, oyó la voz de Gloria aconsejándole que trazara un plan B, pero, con gran esfuerzo logró no prestarle atención.

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