Como de costumbre, encendió su ordenador y fue a servirse un café. Detestaba esa tiránica decisión de su PC, o los ingenieros en sistemas o de la realidad, de hacerle esperar sin derecho al pataleo.
Cuando escuchó el arpegio de apertura del programa se acercó, movió el cursor sobre el icono que mostraba pequeño teléfono amarillo y apretó dos veces el botón izquierdo del mouse. Luego volvió a la cocina, esta vez con excusa de espiar en la heladera para confirmar que allí no había nada tentador, aunque en realidad para evitar que su máquina lo viera ansioso e impotente esperando la apertura de conexión con Internet.
Roberto tenía con su ordenador ese vínculo odioso que compartimos los cibernautas. Como todos, él sobrevivía con más o menos dificultad -según los días- a esa relación ambivalente que se tiene con aquellos que amamos cuando nos damos cuenta de que dependemos de sus deseos, de buena voluntad o de alguno de sus caprichos.
Pero hoy la PC estaba en uno de sus buenos días; había cargado los programas de distribución con velocidad y sin ruidos extraños, y lo más agradable, ninguna advertencia rutinaria había aparecido en la pantalla:
No se puede encontrar el archivo dxc.frtyg.dll
¿desea buscarlo manualmente? ¿Sí? ¿No?
La unidad C no existe.
¿Reintentar, Anular o Cancelar?
El programa ha intentado una operación no válida y se apagará.
Cerrar
Error irreparable en el archivo Ex_oct. Put
¿Reintentar o ignorar?
Nada de eso. Hoy era, pues, un día maravilloso.
Entró en su administrador de correo electrónico y tipeó automáticamente su password. La pantalla tintineó y se abrió la ventana de recepción al programa.
«Hola, rofrago, tiene seis (6) mensajes nuevos.»
rofrago era el nombre de fantasía con el que había conseguido registrarse en el freemail de su servidor. Hubiera querido ser simplemente roberto@…, pero no, otro Roberto se había registrado antes, también un Rober… y un Bob… y un Francisco… y Frank… y Francis… Así que combinó las primeras sílabas de sus nombres y apellido (Roberto Francisco Gómez) y se registró: rofrago@yahoo.com
Tomó un sorbo de café e hizo clic en la bandeja de entrada. El primer e mail era de su amigo Emilio, de Los Ángeles.
Lo leyó muy complacido y lo guardó en la carpeta Correspondencia.
El segundo era de un cliente que finalmente encargaba un estudio de marketing para una nueva revista de cine y teatro.
Le gustó la idea y mandó la carta a la carpeta Trabajo.
Los dos siguientes eran publicidad intrusiva. No se sabe quién quería vender vaya a saber qué a cualquiera que fuera tan idiota como para querer comprarlo…, no se requería experiencia previa.
¡Cuánto le molestaban esas invasiones no autorizadas a sus espacios privados! Odiaba esos e-mails casi tanto como odiaba las llamadas impersonales a su teléfono celular:
"Ud. ha salido favorecido en un sorteo y ha ganado dos pasajes a Cochimanga, debe pasar por nuestras oficinas y completar sus datos, firmar los formularios y darnos su consentimiento para poder hacerle llegar SIN NINGÚN CARGO a su domicilio un maravilloso lote de…"
Borró esos dos mensajes rápidamente y se detuvo en el siguiente; era una carta de su amigo loschua.
Leyó con atención cada frase e imaginó cada gesto de la cara de losh cuando escribía. Hacía tanto que no se veían… Pensó que debía escribirle una larga carta. Pero ése no era el momento. Dejó el e-mail en la bandeja de entrada para que actuara como un recordatorio automático de su deseo.
El último mensaje era llamativo, llegaba de un desconocido destino: carlospol@spacenet.com, y el tema del envío figuraba como "Te mando". Roberto tenía la dirección electrónica en su tarjeta laboral, así que pensó que llegaba otra propuesta de trabajo. ¡Maravilloso!, se dijo.
Abrió el mensaje. Era un mail dirigido a un tal Fredy en el que alguien mandaba saludos y divagaba sobre no se entendía qué propuesta acerca del tema parejas. Firmaba Laura.
Roberto no recordaba a ninguna Laura ni a ningún Carlos que pudieran escribirle, mucho menos le concernía la temática de la carta, así que rápidamente se dio cuenta de que era un error y borró el mensaje de su ordenador y de su mente. Apagó la PC y salió para su trabajo.
A la semana siguiente le llegó un segundo mail proveniente de carlospol@spacenet.com; Roberto tardó menos de 5 segundos en apretar la tecla Eliminar.
Aquellos episodios habrían sido absolutamente intrascendentes en la vida de Roberto si no fuera porque tres días más tarde otro "Te mando" de Carlos traía a su ordenador otra carta de Laura. Un poco fastidioso eliminó el mensaje sin siquiera leerlo.
El tercer mensaje de Laura llegó a la cuarta semana. Roberto decidió abrirlo para descubrir dónde estaba el error. No quería seguir sintiendo esa pequeña satisfacción y excitación que siempre le producía recibir correspondencia para luego frustrarse al comprobar que él no era el verdadero destinatario.
El mensaje decía:
Querido Fredy: ¿Qué te pareció lo que te escribí? Podríamos charlar o cambiar lo que no estés de acuerdo. ¿Hablaste ya con Miguel? Estoy tan excitada con la idea del libro, que no puedo parar de escribir. Aquí va otro envío. Y seguía un largo texto sobre relaciones de pareja. Roberto tenía algo de tiempo así que lo leyó rápidamente. Cuando las personas se encuentran con dificultades en la relación, tienden a culpar a su pareja. Ven claranmente cuál es el cambio que necesita hacer el otro para que la relación funcione, pero les es muy difícil ver qué es lo que ellas hacen para geneerar los problemas. Es muy común preguntarle a una persona en una sesión de pareja: -¿Qué te pasa? Y que conteste – Lo que me pasa es que él no entiende… Y yo insisto – ¿Qué te pasa a vos? Y ella vuelve a contestar: -¡Lo que me pasa es que él es muy agresivo? Y yo sigo hasta el cansancio: -Pero… que sentís vos, ¿qué te pasa a vos? Y es muy difícil que la persona hable de lo que le está pasando, de lo que está necesitando o sintiendo. Todos quieren siempre hablar del otro. Es muy diferente encarar los conflictos que surgen en una relación con la actitud de reflexionar sobre "qué me pasa a mí", que enfrentarlos con enojo pensando que el problema es que estoy con la persona inadecuada. Muchas parejas terminan separándose a partir de la creencia de que con otro sería distinto y, por supuesto, se encuentran con situaciones similares, donde el cambio es sólo el interlocutor. Por eso, frente a los desencuentros vinculares, el primer punto es tomar conciencia de que las dificultades son parte integral del camino del amor. No podemos concebir una relación íntima sin conflictos. La salida sería dejar de lado la fantasía de una pareja ideal, sin conflictos, enamorados permanentemente. Es sorprendente ver cómo la gente busca esta situación ideal. "…Y cuando el Señor X se da cuenta de que su pareja no se corresponde con ese modelo romántico ideal y novelesco, insiste en decirse que otros sí tienen esa relación idílica que él está buscando, sólo que él tuvo mala suerte… porque se casó con la persona inadecuada…" ¡No! No es así. No se casó con la persona inadecuada. Lo único inadecuado es su idea previa sobre el matrimonio, la idea de la pareja perfecta. En cierto modo, me serena saber que esto que no tengo, no lo tiene nadie, que la pareja ideal es una idea de ficción y que la realidad es muy diferente. El pensamiento de que el césped del vecino es más verde o que el otro tiene eso que yo no alcanzo, parece generar mucho sufrimiento. Quizás el aprender estas verdades pueda liberar a algunas personas de estos tóxicos sentimientos. La realidad mejora notoriamente cuando me decido a disfrutar lo posible en lugar de sufrir porque una ilusión o una fantasía no se dan. La propuesta es: Hagamos con la vida posible… lo mejor posible. Sufrir porque las cosas no son como yo me las había imaginado, no sólo es inútil, sino que además es infantil.
"Estos psicólogos nunca van a aprender a manejar una ordenador", pensó Roberto recordando las consultas técnicas que cada tanto le hacía su amiga Adriana, la psicóloga.
Revisó cuidadosamente el destinatario: rofrago@yahoo.com R-O-F-R-A-G-O. ¡No había dudas! El mensaje estaba dirigido a su buzón.
Se quedó algunos minutos inmóvil mirando la pantalla, quería encontrar una respuesta más satisfactoria para el misterio de los e-mails, pues le parecía que la ineptitud de Laura no era suficiente explicación.
Decidió entonces que el tal Fredy debía tener una casilla con un nombre de cuenta o mail parecido al suyo. La asignación de las casillas libres se hacía automáticamente y, por lo tanto, pequeñas diferencias bastaban para que el servidor aceptara las nuevas cuentas. Fredy (como él mismo) tampoco había podido registrarse con su nombre, así que había utilizado su apellido o el nombre de su perro o vaya a saber qué. Su dirección electrónica era entonces rodrigo, rodrago o rofraga… y Laura la había anotado mal. Un tipo no estaba recibiendo un material y una psicóloga estaba escribiendo para él algo que nunca le llegaría.
Muy bien, todo aclarado. ¿Y ahora?
En algún rato libre del fin de semana resolvería el problema; alertaría a Laura de su error y ella encontraría la verdadera dirección de Fredy Rofraga (había decidido que ese era su apellido).
Roberto apagó su PC y se fue a la oficina.
Las pocas líneas de la tal Laura le rondaron la cabeza todo el día, y cuando hacia el final de la tarde lo llamó su novia, se enredó con ella como tantas otras veces en esas discusiones infinitas que solían tener.
Cristina se quejaba de que él nunca tenía tiempo para salir. Cuando no estaba trabajando estaba descansando por haber trabajado y cuando no hacía ninguna de esas dos cosas estaba sentado en su escritorio frente a su PC "conectado" literal y simbólicamente con la realidad virtual.
Roberto también se quejaba; Cristina era demasiado exigente. Ella debía comprender que Internet era su único momento de descanso y que él tenía derecho a disfrutar un poco de su tiempo libre.
– Ah, claro, estar conmigo no es disfrutar -había dicho Cristina.
– Y… A veces no… -contestó Roberto, lo cual (después pensó) fue un exceso de sinceridad.
– ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo cuando me agobias de reclamos y quejas.
Cristina había cortado. Con el auricular en la mano Roberto recordó la última discusión con Carolina, su pareja anterior, y sintió cómo venía a su mente una frase que había leído esa mañana en el mail de Laura:
«…situaciones similares donde el cambio es sólo el interlocutor…»
Y recordó aún:
«Todos quieren siempre hablar del otro.»
¡Era cierto! Eso era lo que Cristina y él hacían en cada discusión. Y era eso mismo lo que había dado fin a su relación con Carolina. De hecho se había separado de ella en la creencia de que con otra sería distinto.
Esa tarde se fue de la oficina un poco más temprano; quería releer el texto sobre parejas.
Apenas llegó a la casa tiró la chaqueta en el viejo sillón gris de la entrada y encendió la PC. Esta vez la carga de los programas estaba más lenta que nunca, pero la esperó. Finalmente abrió su administrador de correo y cliqueó en el «Te mando».
Ahí estaba.
Editó el escrito y lo copió en el procesador de texto. Desde allí abrió el archivo «temando.doc» y buscó las frases que recordaba. Usó el resaltador amarillo para remarcarlas y también marcó otras.
Dejar de lado la fantasía de la pareja ideal. Esto que yo no tengo, no lo tiene nadie. Hacer con la vida posible… lo mejor posible. Las dificultades son parte integral del camino del amor.
Lo invadía una extraña mezcla de sensaciones: sorpresa, excitación, pudor, confusión. Algunas veces en su historia había pasado por esta extraña impresión de que la vida le acercaba de una manera misteriosa justo lo que él necesitaba. Se acordó del día en que conoció a Cristina, hacía ya más de un año. Él estaba bastante triste y algo desesperado. Con el dolor de la partida de Carolina había aparecido la punta del iceberg de su depresión y durante tres semanas no había sentido el más mínimo deseo de salir a la calle. Recluido en su casa había estado dejando sonar el teléfono hasta que el contestador automático se hacía cargo de los llamados: mensajes acumulados que de vez en cuando borraba sin siquiera escuchar.
Aquella tarde, aburrido de aburrirse, había decidido cambiar el texto de bienvenida de su contestador por otro que dijera: "Estoy de viaje, no deje mensajes, nadie los recogerá." Le sonaba heroico y asertivo sincerarse de ese modo con sus amigos y no crearles expectativas de respuesta. Pero cuando levantó la tapa para grabarlo, una voz apareció en el contestador:
– Hola, soy Cristina. Tú no me conoces, me dio tu teléfono Felipe. Te voy a decir la verdad: El sábado tengo una fiesta increíble y sería dramático ir sola, o mejor dicho SUELTA. Dice Felipe que eres un gran tipo, divertido e inteligente (justo lo que mi médico me recomendó). Si es cierto y tienes ganas de pasar un rato en buena compañía e ir a una maravillosa fiesta llámame al 6312-4376 antes del viernes. Si Felipe miente y no eres como él cree, perdón, número equivocado.
¿Por qué se había reproducido el mensaje si él no había tocado ninguna tecla?
Misterio.
¿Por qué Felipe, al que poco conocía, había dicho semejantes pavadas de él?
Misterio.
¿Quién se creía esa mina para desafiarlo a él?
Misterio.
Llamó…
Y aquí estaba otra vez esa conjunción inexplicable. Una psicóloga que él no conocía, desde alguna parte del mundo, le mandaba a decir a un tipo, en alguna otra parte del mundo, unas cosas sobre vínculos de pareja; esas cosas llegaban a él sin ninguna justificación y eran justamente las que él necesitaba escuchar.
Magia.
Siempre había pensado que estas coincidencias hacían a los supersticiosos creyentes y a los esotéricos, fanáticos. Más allá de la existencia de un dios o de cien mil, éstos y aquellos sólo usaban su fe en el Todopoderoso para explicar (acaso de un modo fantástico) aquello que la lógica no podía resolver; buscando refugio en la idea de la divinidad para poder aliviarse, seguros así de que su destino individual no está simplemente ligado al azar, ni tampoco atado sólo a algunos aciertos o errores humanos. Roberto pensaba que hasta él mismo se tranquilizaría si pudiese creer que alguien o algo se haría cargo finalmente de su futuro, o si pudiese convencerse de que el destino, en toda su inmensidad, ya está escrito. Por desgracia no era su caso. Él no podía hacer otra cosa que aceptar la existencia del azar, de la casualidad, de lo inexplicable.
Coincidencias… Fortuna… Energías cruzadas… Buscaba en su mente la palabra que lo ayudara a definir lo que estaba sintiendo. En terapia había aprendido que es imposible tener dominio de la propia existencia si ni siquiera se le puede poner nombre a los hechos.
Se acostó pensando en la palabra faltante. Así, ensayando frases y combinaciones de sílabas, se quedó dormido.
De madrugada se despertó sobresaltado, debió haber tenido un sueño muy desagradable porque la cama estaba revuelta y las sábanas hechas un ovillo habían terminado arrojadas en el otro extremo del cuarto.
Se quedó en la cama sin moverse y volvió a cerrar los ojos para rescatar imágenes del sueño. Recordaba sólo algunas muy confusas: palabras y palabras aparecían en los monitores de cientos de ordenadores, se reproducían vertiginosamente y crecían dentro de las pantallas hasta llenarlas todas… después las desbordaban y caían hacia afuera invadiendo toda la realidad tangible…
Un mundo lleno de palabras -pensó-, demasiadas palabras. Tragó saliva y se levantó. En la ducha decidió que no iría a la oficina, de hecho tenía mucho para ordenar y podía hacerlo desde su casa.
Trabajó un rato en sus papeles hasta que empezó a sentir sobre los hombros el peso del aburrimiento, ese fantasma demasiado presente en su vida.
Levantó el teléfono y llamó a Cristina, con un poco de suerte la encontraría a punto de salir de su casa.
– Hola -contestó Cristina impersonalmente.
– Hola -dijo Roberto, con voz de apaciguar la historia.
– Hola -repitió Cristina en tono de fastidio.
– Tenemos que hablar -dijo Roberto.
– ¿De qué? -contestó ella, decidida a ponerse difícil ante el acercamiento de él.
– De la situación política de Tanzania -ironizó él.
– ¡Ja! -fue la seca respuesta al otro lado del teléfono.
– De verdad Cris, juntémonos esta noche, tengo mucho para decirte y quiero leerte un texto que me llegó por Internet.
– ¿Un texto de qué?
– De parejas.
– ¿Cómo que “te llegó"?
– Después te cuento… ¿a las ocho en el bar?
– No, pásame a buscar por el departamento -dijo Cristina, estableciéndose por una vez en el lugar del poder.
– Bueno -dijo Roberto -, chau.
– Chau.
"Después te cuento", había dicho. ¿Le contaría a Cristina el verdadero origen del texto de Laura? Seguramente no. ¿Por qué no? Las cartas encontradas eran correspondencia personal y su actitud podría ser vista como una clara violación de privacidad. No quería que ella supiera que él había sido capaz de fisgonear a otro. Seguramente lo reprobaría, se enojaría con él y despreciaría toda la utilidad del contenido de la carta.
Pero como diría Laura -pensó Roberto-, más allá de Cristina, ¿qué me pasa a mí?
¿Tenía él derecho a violar correspondencia ajena?
«Soy yo quien lo reprueba en realidad» -se contestó.
Se levantó del sillón y encendió el ordenador. Abrió el procesador de texto y escribió:
Laura:
Estoy recibiendo en mi casilla de correo las cartas que usted envía a Fredy con los textos de lo que aparentemente es un libro sobre parejas.
Seguramente debe usted. tener un error en la dirección de destino.
Atentamente.
Roberto Francisco Gómez
Abrió el administrador de correo para enviar el mail. El programa emitió automáticamente un beep y abrió la ventana de recepción que decía:
"Hola rofrago, tiene un (1) mensaje nuevo"
Sintió un pequeño estremecimiento. Hizo un clic en la bandeja de entrada y encontró en negrita el remitente y el asunto del mensaje recibido:
carlospol@spacenet.com: Te mando
Su cuerpo -particularmente la espalda, los hombros y el brazo derecho- registró el conflicto entre su deseo y sus principios. Roberto dudó. "Es un espacio privado", se dijo, pero de inmediato recordó el slogan de tapa de la revista de computación:
"Internet: el infinito sin privacidad"
Y pensó en los hackers, esa legión de jóvenes que dedican gran parte de su vida a surfear por Internet entrando en cuanta base de datos encuentran en su camino, y para quienes el gran desafío es poder acceder a todo ordenador que esté protegida, así sea de la Biblioteca Nacional, de la farmacia de la esquina o del Pentágono. Chicos y chicas de todo el mundo dedicando horas y trabajo mental a descubrir códigos secretos, claves de acceso y sistemas de encriptamiento de información para acceder a los datos y curiosear o incluso infectar con virus esas centrales a las que han accedido.
Era mucho más que una travesura adolescente.
"Internet es libre y cualquier freno que nos pongan es una restricción a nuestra libertad de navegar. Derrumbaremos esas barreras y dañaremos lo que hay detrás de ellas como protesta por querer ponerle límites a nuestra libertad. Ellos, los encriptadores, se ponen cada vez más creativos…, nosotros también." "Anarquistas cibernéticos", había dicho Roberto a un cliente unos días atrás.
Si bien él era bastante más parecido a un anarquista que un hacker, en ese momento se sintió representado por ellos.
Desplazó el puntero sobre la C de Carlos y apretó dos veces el botón izquierdo del mouse:
Ésta es, pues, la nueva propuesta: empezar a pensar la pareja desde otro lugar, desde el lugar de lo posible y no de lo ideal.
Por eso vamos a intentar ver los conflictos no sólo como un camino para superar mis barreras y poder acercarme así al otro, sino también como un camino para encontrarme con mi compañero y, por supuesto, a partir de lo dicho, como un camino para producir el transformador encuentro conmigo mismo.
Estar en pareja ayuda a nuestro crecimiento personal. A ser mejores personas, a conocernos más.
La relación suma.
Por eso vale la pena.
Vale… la PENA (es decir, vale penar por ella).
Vale el sufrimiento que genera.
Vale el dolor con el que tendremos que enfrentarnos.
Y todo eso es valioso porque cuando lo atravesamos, ya no somos los mismos, hemos crecido, somos más conscientes, nos sentimos más plenos.
La pareja no nos salva de nada, no debería salvarnos de nada.
Muchas personas buscan pareja como medio para resolver sus problemas. Creen que una relación íntima los va a curar de sus angustias, de su aburrimiento, de su falta de sentido.
Esperan que una pareja llene sus huecos. ¡Qué terrible error!
Cuando elijo a alguien como pareja con estas expectativas, termino inevitablemente odiando a la persona que no me da lo que yo esperaba.
¿Y después? Después quizás busque a otra, y a otra, y a otra… o tal vez decida pasarme la vida quejándome de mi suerte.
La propuesta es resolver mi propia vida sin esperar que nadie lo haga por mí.
La propuesta es, también, no intentar resolverle la vida al otro, sino encontrar a otro para poder hacer un proyecto juntos, para pasarlo bien, para crecer, para divertirnos, pero no para que me resuelva la vida.
Pensar que el amor nos salvará, que resolverá todos nuestros problemas y nos proporcionará un continuo estado de dicha o seguridad, sólo nos mantiene atascados en fantasías e ilusiones y debilita el auténtico poder del amor, que es transformarnos.
Y nada es más esclarecedor que estar con otro desde ese lugar, nada es más extraordinario que sentir la propia transformación al lado de la persona amada.
En vez de buscar refugio en una relación, podríamos aceptar su poder de despertarnos en aquellas zonas en que estamos dormidos y donde evitamos el contacto desnudo y directo con la vida: la virtud de ponernos en movimiento hacia adelante mostrándonos con claridad en qué aspecto debemos crecer.
Para que nuestras relaciones prosperen, es menester que las veamos de otra manera: como una serie de oportunidades para ampliar nuestra conciencia, descubrir una verdad más profunda y volvernos humanos en un sentido más pleno.
Y cuando me convierto en un ser completo, que no necesita de otro para sobrevivir, seguramente voy a encontrar a alguien completo con quien compartir lo que tengo y lo que él tiene.
Ése es, de hecho, el sentido de la pareja.
No la salvación, sino el encuentro.
O mejor dicho, los encuentros.
Yo contigo.
Tú conmigo.
Yo conmigo.
Tú contigo.
Nosotros, con el mundo.
Roberto sintió otra vez que le desbordaba la sorpresa. Ideas e imágenes de su vida reciente y pasada se agolpaban en su mente. La cabeza le estallaba, Laura escribía como si le hablara a él.
«Un camino para producir el transformador encuentro conmigo mismo.»
«La relación suma. Vale… la PENA.»
«El sentido de la pareja: no la salvación, sino el encuentro.»
Laura decía exactamente lo que él necesitaba escuchar, como si realmente lo conociera. De hecho el mail parecía escrito por su terapeuta de hacía años, para despertarlo del infinito letargo de su ignorancia sobre el significado de estar en pareja.
A lo mejor Laura ni siquiera era psicóloga, quizás ni siquiera se llamaba Laura. Acaso no tenía ni idea de lo que decía y en realidad solo transcribía párrafos de algún famoso libro o de una revista barata. Poco importaba. Lo cierto es que la claridad y la pertinencia del texto con relación a su vida actual volvieron a conmoverlo.
Pensaba en el encuentro de esa noche con Cristina. ¿Cómo transmitirle en palabras…? Algo se había acomodado en él de un modo diferente, algo se había movido de lugar. De eso estaba seguro.
Pero ¿puede acaso una carta de un desconocido ser tan reveladora? Él mismo no tenía respuesta a su pregunta. Sin embargo, intuía que algo misterioso y trascendente estaba ocurriendo.
Y de pronto se dio cuenta:
¡Sincronía!
Ésa era la palabra que había estado buscando despierto y dormido. Eso era lo que había logrado conmoverlo: la sincronización de los hechos.
Recordaba ahora claramente haber leído sobre esa idea de los Jungianos, la idea de que las cosas confluyen sincrónicamente en la vida para traer el mensaje necesario, el aprendizaje preciso, los recursos indispensables.
Y se acordó también de la frase mística:
«Sólo cuando el alumno está preparado el maestro aparece el maestro»
El maestro había aparecido. Sus mensajes llegaban electrónicamente y él no podía renunciar a su palabra. O mejor dicho: No quería.
Decididamente, no mandaría aquel mensaje a Laura.
"Sincronía", se dijo mientras copiaba el maíl en su procesador de texto a continuación del anterior y le ordenaba a su PC que imprimiera los dos juntos.
Mientras miraba la hoja de papel que la máquina escupía obedeciendo su orden, una emoción diferente lo poseyó. Con el puño cerrado dio dos o tres golpes breves sobre la mesa al acordarse de los mensajes anteriores que borró sin siquiera leerlos.
Abrió rápidamente la papelera de reciclaje buscando los elementos eliminados, pero no encontró nada…
«Sincronía»…, se repitió, quizás para consolarse.
Estacionó el auto frente al edificio de departamentos donde vivía Cristina. Estaba inusualmente alegre, sentía que había llegado hasta allí sin historia.
Planeaba un encuentro nuevo, una nueva propuesta: una pareja estructurada en función del mutuo crecimiento.
Sonaba maravilloso.
Se miró en el espejo retrovisor y ensayó su mejor sonrisa, luego bajó del auto y al llegar al portero automático tocó el 4º A.
– ¿Sí?… -atendió Cristina.
– Soy yo -dijo Roberto.
– Bajo -dijo ella.
Roberto se apoyó sobre el marco de la puerta y desenfocó la mirada hacia la calle; los autos pasaban, algunos aceleraban adelantándose a los que, por el contrario, se desplazaban a paso de hombre. Unos y otros se detenían en el semáforo de la esquina.
Se le ocurrió pensar que así era su vida, muchísimos hechos pasando desenfocados, algunos increíblemente rápidos, otros demasiado lentos, pero todos pasando y pasando en incansable caravana.
"Qué tonto sería que un hecho se quedara detenido, en mitad del camino, interrumpiendo el paso de los que siguen -pensó-, y sin embargo, a veces, mi vida se parece mucho a un gran atasco…"
Cristina tardaba demasiado.
“Me lo hace a propósito -pensó-, se está haciendo la interesante".
Empezó a irritarse.
"La puta madre, yo vengo con la mejor onda y ella me…"
Se interrumpió.
"Qué me pasa a mí -recordó-, por qué me irrita tanto estar esperándola. Por qué me irrita tanto esperar. También me molesta esperar al cliente que no llama… y la respuesta de un mensaje… y a que me atiendan en un bar… y a que se encienda el ordenador. Me moleta esperar… -y siguió- ¿Qué me pasa para que me moleste esperar?"
Siempre le había fastidiado la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Recordó al mercader del Principito, vendía pastillas para no tener que perder tiempo tomando agua. Uno podía ahorrar hasta 20 minutos en una semana, promocionaba el mercader. Y el principito había pensado: "Si yo tuviera 20 minutos libres, los usaría para caminar lentamente hacia una fuente”.
”Perdiendo el tiempo… -se dijo-. ¿Cómo se puede perder lo que no se posee? ¿Cómo se puede conservar lo que no es posible retener? Si pudiera elegir… ¿Qué querría hacer si dispusiera de 20 minutos de más?”
Sonrió.
"Sería muy buena inversión usarlos en esperar el encuentro con la persona amada.”
Reacomodó su espalda contra la pared y siguió mirando la calle. Vio los autos que circulaban más espaciados; uno gris, otro azul y otro blanco, una camioneta marrón, una moto, un auto enormemente negro; y luego, por unos instantes, nada.
De pronto, la calle estaba vacía de autos.
De pronto, su mente estaba vacía de pensamientos.
Se sintió sereno, y su sonrisa se extendió a cada músculo de su cara.
Cristina tardó todavía algunos minutos más, quince… veinte…, quién sabe.
Roberto no registraba el paso del tiempo, todo su universo estaba conformado por él, la calle y el descubrimiento del vacío.
La voz de Cristina lo interrumpió.
– Aquí estoy.
– Hola -contestó Roberto intentando volver al mundo de lo tangible.
– Como siempre llegás tarde… -se justificó ella- me puse a hacer otras cosas y entonces, cuando viniste temprano, no estaba lista.
Roberto ya sabía cómo seguía esta discusión.
– Yo no llegué temprano -habría dicho él- llegué a la hora.
– En ti, querido -habría dicho ella-, llegar a la hora es llegar temprano.
Y él habría contestado.
– ¿Todavía que te tuve que esperar más de media hora me quieres echar la culpa a mí?
Cristina, fastidiada por quedar al descubierto, seguramente hubiera optado por el contraataque.
Mira Roberto -siempre lo llamaba por su nombre cuando se enojaba-, con todas la veces que yo te esperé, podés esperar una vez y callarte la boquita.
Y todo hubiera seguido como siempre.
– Yo no dije nada, vos empezaste cuando quisiste "enchufarme" que tu tardanza se debía a que yo llego tarde.
– Sí, has empezado tú con ese «hola» de mierda con que me recibiste.
Y ése habría sido el comienzo del fin. Cristina habría continuado.
– Si me invitaste a salir para esto, sería mejor que te hubieras quedado en tu casa.
Y Roberto hubiera cerrado con -Tenés razón ¡Adiós!
Ella habría subido murmurando algunas palabrotas y él habría dejado el auto allí estacionado para caminar algunas cuadras hasta que se le pasara el mal humor o hasta atreverse -se diría a sí mismo- a terminar con esta relación; echándole la culpa a ella de su infelicidad y sabiendo que Cristina lo responsabilizaría de todo a él.
Pero esta vez no, esta vez era diferente. Estaba dispuesto a explorar hasta el final lo que había aprendido.
"Ella está defendiéndose, justificándose, agresiva, como protegiéndose de mi enojo", pensó. "Pero ¿qué me pasa a mí? ¿Estoy enojado? Absolutamente no", se contestó.
Quizás su "hola" había sonado a reproche, o acaso Cristina había bajado esperando el reproche y leyó como tal cualquier cosa que él dijera. En todo caso valdría la pena aclararlo.
– Tranquila Cristina -dijo-, está todo bien.
– No seas sarcástico -acusó ella.
– No lo estoy siendo -agregó Roberto-, la verdad es que estuve pensando algunas cosas y ni me di cuenta de tu tardanza.
– Te odio cuando adoptas ese aire de superioridad -insistió Cristina buscando la pelea perdida-, además no te creo una palabra. ¿Así que yo tardé cuarenta y cinco minutos y vos ni si siquiera lo notaste? ¡Ja!
"Asombroso" -pensó Roberto y sonrió otra vez al recordar la sensación de la calle vacía dentro de él.
– Lamento que no me creas, Cristina -empezó a explicar-, pero la verdad es que no estoy enojado. En todo caso si tengo que decirte cómo estoy respecto de vos y de la tardanza, la palabra sería agradecido.
– ¿Agradecido? -preguntó Cristina- ¿Agradecido?
– Agradecido.
Roberto se acercó y le dio un beso en la mejilla. Después la miró largamente mientras la sostenía con suavidad por los brazos.
– Valía la pena la tardanza -dijo Roberto-, estás hermosa.
Se abrazaron con ternura. Luego, él la tomó del hombro guiándola hacia el auto.
No se durmieron hasta las cinco de la mañana. La charla con Cristina fue muy interesante y trascendente.
Leyeron juntos los dos e-mails de Laura y pasaron por alto las previsiblemente largas explicaciones sobre el origen de los textos.
Cristina se mostró bastante escéptica respecto del contenido. Estaba de acuerdo con muchas cosas, pero tenía -dijo- algunos desacuerdos.
Hablaron mucho sobre esos desacuerdos. Roberto se encontró siendo inusualmente respetuoso hacia las posturas de ella. Por un lado, Cristina decía que el planteamiento le parecía un consuelo para tontos.
– Esto de aliviarse porque lo que yo no tengo no lo tiene nadie me parece estúpido… Además -dijo- me parece demasiado "psicologismo" pensar nada más que en lo de uno mismo. ¿Y si el otro realmente está equivocado? ¿Y si el otro está objetivamente actuando mal, dañinamente o agresivamente o inadecuadamente?…
Por otro lado, ella sostenía que la propuesta partía de una idea conformista. Repitió dos o tres veces la frase "hagamos lo posible" acentuando su crítica en "lo posible".
– ¿Quién sabe qué es "lo posible"? ¿Por qué debería dejar de buscar mi compañero ideal Para tener juntos una relación maravillosa? -concluyó.
Algunos comentarios de ella hicieron que Roberto se diera cuenta de sus propias contradicciones.
Él siempre había vivido criticando a los que se conformaban sin luchar y, de alguna manera, el planteamiento, escuchado en boca de Cristina, se parecía a "resignarse a la mediocridad".
"Tiene razón", pensó Roberto, y a diferencia de otras veces, se lo dijo.
– Tenés razón, no lo había pensado.
Esa frase fue la llave que abrió una puerta interior en Cristina. A partir de allí la Conversación se volvió más jugosa y más esclarecedora.
Estuvieron de acuerdo en que ni el amor ni la pareja deben dañarse para salvar al otro. Acordaron que en su propia relación intentarían poner más el acento en mirar qué le pasaba a cada uno en todo momento.
– Es verdad -dijo Cristina-, por ejemplo anoche, cuando bajé, pensaba encontrarte enojado. Y en lugar de ver lo que me pasaba a mí, actué como si realmente me estuvieras reprochando la tardanza. Ahora puedo ver que en realidad era yo la que estaba enojada cuando te vi.
– Bueno -dijo Roberto-, ya fue.
– Valió la pena -dijo Cristina.
– Valió LA PENA -remarcó Roberto.
Esa noche hicieron el amor gloriosamente. Y a pesar de que Roberto sentía que nunca había estado tan en contacto con su propio placer, con sus propias sensaciones y ocupado en su propio orgasmo, le pareció que Cristina también había disfrutado del sexo más que otras veces.
Confirmó esa sensación cuando apagó el velador de su lado y vio cómo Cristina se incorporaba en la cama, lo miraba con una sonrisa y le decía esa frase, que en el folklore lúdico interno de esa pareja era señal de máxima aprobación:
– Muy bien Gómez… muy bien.
Roberto le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo. Ella lo miró todavía una vez más y se dio vuelta, apagó la luz, se acurrucó en la cama cerca del cuerpo de él y cerró los ojos.
Unos segundos después susurraba entredormida, como hablándose a sí misma:
– … Muy bien.
Alrededor de las dos de la tarde, apenas sintió que estaba despierto, Roberto tanteó la cama buscándola pero no la encontró.
Si bien Cristina le había avisado que al mediodía se iría al asado en casa de Adriana, Roberto se había dormido seguro de que ella dejaría plantada a su amiga, como tantas otras veces, y se quedaría con él.
Se levantó bufando y con el mismo humor calentó el café que había quedado de la noche. Revolvió el renegrido líquido y hundió en el remolino del centro su sensación de conquista del paraíso.
Ella se había ido. Ella prefería ese estúpido asado a un maravilloso reencuentro.
"¡Carajo!", masculló.
Tomó el café sin atreverse a sentir el sabor. ¿Qué diría Laura de todo esto?
Encendió el ordenador, buscó entre los mensajes recibidos y… Ahí estaba.
Entonces ¿para qué estar en pareja?
Usamos nuestros ojos para vernos y reconocernos. Podemos mirarnos las manos, los pies y el ombligo… Sin embargo, hay partes de nosotros que nunca nos hemos visto directamente, como nuestro rostro, tan importante e identificatorio que cuesta creer que nunca lo podremos percibir con nuestros propios ojos…
Para conocer visualmente estas partes ocultas a nuestra mirada necesitamos un espejo.
Del mismo modo, en nuestra personalidad, en nuestra manera de ser en el mundo, hay aspectos ocultos a nuestra percepción.
Para verlos necesitamos, aquí también, un espejo… y el único espejo donde podríamos llegar a vernos es en el otro. La mirada de otro me muestra lo que mis ojos no pueden ver.
Así como sucede en la realidad física, la precisión de lo reflejado depende de la calidad del espejo y de la distancia desde donde me mire. Cuanto más preciso sea el espejo, más detallada y fiel será la imagen. Cuanto más cerca esté para mirar mi imagen reflejada, más clara será mi percepción de mí mismo.
El mejor, el más preciso y cruel de los espejos, es la relación de pareja: único vínculo donde podrían reflejarse de cerca mis peores y mis mejores aspectos.
Los miembros. de las parejas que nos consultan pierden mucho tiempo tratando de convencer al otro de que hace las cosas mal. La idea es que aprendan a pactar en lugar de transformarse en jueces o querer cambiar al otro.
Si te muestro permanentemente tus errores, si vivo para mostrarte cómo deberías haber actuado, si me ocupo de señalarte la forma en que se hacen las cosas, quizás consiga (quizás), que te sientas un idiota, o peor, que te vayas de mi lado, o peor aún, que te quedes para aborrecerme.
Quiero que me escuches con escucha verdadera, con la oreja que le ponemos al interés, al deseo, al amor.
Si en verdad quiero ser escuchado, entonces debo aprender a hablarte de mí, de lo que yo necesito, y en todo caso, de lo que a mí me pasa con las actitudes que vos tenés. Esta sola modificación hará probablemente que te resulte mucho más fácil escucharme.
Gran parte del trabajo en la terapia de pareja consiste en ayudar a cada uno a estar siempre conectado con lo que le está pasando y no con hablar del otro. Es decir, utilizar los conflictos para ver qué me pasa a mí y para hablar de ello. La idea de esta terapia es ayudar a dos personas que se fueron cerrando para que puedan abrirse. Generalmente llegan llenos de resentimientos, de cosas no expresadas, y la tarea del terapeuta es ayudarlos a soltarse, a decir lo que tienen miedo de decir, a mostrar su dolor.
¿Cómo ayudar a que dos personas vuelvan a abrirse, a mostrarse, a confiar? Básicamente generando un clima de apertura en el consultorio, ayudándolos a aflojarse, a mostrar sus necesidades.
Uno de los objetivos de la terapia es que el encuentro se produzca. Es verdad que un encuentro no puede forzarse, se da o no se da, pero hay actitudes específicas que ayudan. Lo que hacemos los terapeutas es observar qué hace cada uno de los integrantes de la pareja para evitar el encuentro, con la idea de mostrarles cómo lo impide cada uno.
La manera de no impedir el encuentro es estar presente, en contacto con lo que me va pasando. Lo mismo en cuanto a mi pareja; ver qué está necesitando, cuál es su dolor.
Vemos otra vez cómo los conflictos son una oportunidad para descubrirme, conocerme, estar en contacto con lo que me pasa y aprender de ello.
Las parejas consultan porque están haciendo lo opuesto.
Cada vez que el vínculo entra en conflicto, cada uno comienza a interpretar al otro, a decirle lo que tiene que hacer, a responsabilizarlo de lo indeseable.
Es norma que este esfuerzo culpabilizador, la mayoría de las veces, no sirve para nada, y las demás veces…, termina por arruinar todo.
La propuesta que hacemos no es novedosa pero sí fundamental:
Recuperar la responsabilidad de la propia vida.
En la práctica, que el que trae la queja de la situación sea capaz de contestarse a la pregunta: ¿Qué hago yo para que la situación se dé como se está dando? Esto NO quiere decir que se haga único responsable de la situación, pero lo ayuda a revisar sus actitudes. ¿Qué otra cosa podría hacer para generar algo que resultara mejor?
Aquel de los dos que se quede "enganchado" en que el otro es el culpable y se sienta la víctima de las circunstancias, no evolucionará, se quedará estancado y frenará la evolución de la pareja.
Es responsabilidad de los terapeutas ayudar a los miembros de una pareja a dejar de jugar el juego de "pobrecito yo", para revisar qué otras posibilidades tienen, para encontrarle a la situación una salida creativa. Ayudarlos a usar el conflicto para ver qué pueden desarrollar por sí mismos, descubrir cuáles son los puntos ciegos en los que se pierden y en qué obstáculos se quedan atascados.
Según nuestra experiencia, esta mirada es la única que los puede llevar a pensar en sus posibilidades, volverse potentes, en el sentido de desarrollar potencialidades, sentirse más creativos y, por ende, libres.
Este es el camino en el que creemos y el que intentamos transmitir.
No esperar ni desear una vida donde no haya conflictos, sino verlos como una oportunidad para desarrollarse. Aprender a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondarla más, para conectarnos con más profundidad no sólo con nuestra pareja sino también con nuestra propia condición de estar vivos.
Fritz Peris solía decir que el 80% de toda nuestra percepción del mundo es pura proyección… Y cuentan que después de decirlo miraba a los ojos al interlocutor y agregaba "… y la mayor parte del restante 20%… también".
Cuando las personas expresan sus quejas sobre lo que les ocurre, hay que investigar qué es "lo propio" en la persona que se está quejando.Si a él, por ejemplo, le molesta el egoísmo de su compañera, puede ser porque se pelea con su propia parte egoísta, porque no se anima a reconocerla o porque no se da el permiso de privilegiarse.
Su camino en todo caso pasará por revisar qué le pasa con SU egoísmo y trabajar sobre eso, dejando que el otro sea como quiera (o como pueda).
Tomemos otro tema crucial para las parejas: el reparto de tareas. Si lo que ella necesita es que él se ocupe de determinadas tareas de la casa, lo que puede hacer es negociar con él para ver qué hace cada uno y llegar a un acuerdo. Por el contrario, si en lugar de eso ella gasta su tiempo en demostrarle que es egoísta, y lo compara con su madre ("que es igual a vos"), no llegará a ningún lado (de hecho no hay nada peor que mencionar a las madres en las peleas).
Una frase apropiada sería: "Vos podés ser como quieras, pero de todas maneras pactemos y convengamos quién va al supermercado".
Abrir el sentido de la comunicación es un camino mucho más efectivo y sensato que tratar de demostrase lo egoísta o lo generoso que cada uno pueda ser.
Como terapeutas nos gusta proponer este pequeño "juego":
Pedimos al paciente en sesión que deje fluir las acusaciones que guarda contra ése que está sentado enfrente, que deje que se transformen en insultos: tonto, avaro, agresivo o lo que sea. Lo alentamos a que se anime, grite, apunte con su dedo índice acusatoriamente a su acompañante y deje salir los insultos guardados. Después de unos segundos le pedimos que se quede inmóvil en esa posición. Ahora dirigimos su atención hacia su mano y le mostramos un hecho simbólico y muchas veces revelador: Mientras señala con un dedo al acusado, tres dedos señalan en dirección a sí mismo… El dedo medio, el anular y el meñique le están diciendo que quizás él mismo sea tres veces más avaro, tres veces más tonto y tres veces más agresivo que aquel a quien acusa.
Cuando algo me molesta del otro, casi siempre significa que en realidad me molesta de mí. Si yo no estoy en conflicto con ese aspecto, no me molesta que otro lo tenga. De manera que siempre mi pregunta es: ¿por qué me irrita esto del otro?, ¿qué tiene que ver conmigo?
Aprovechar los conflictos para el crecimiento personal, de eso se trata. En lugar de utilizar mi energía para cambiar al otro, utilizarla para observar qué hay de mí en eso que me molesta.
– ¡Mi egoísmo!! -le gritó Roberto a la pantalla…
Y apagó el ordenador.
Capítulo 3
Panchos (perritos calientes).
Eso era lo único que había podido preparar con lo que le quedaba en la nevera. Seguramente Cristina estaba disfrutando de un buen asado, divirtiéndose con sus amigas y ni siquiera pensaba en él. ¿Y él era el egoísta? Ella lo estaba pasando bárbaro mientras él tenía que dejar el envase de mostaza diez minutos boca abajo para que salieran unas míseras gotas con las que condimentar las salchichas. Y encima tenía que aguantar que esa Laura le dijera que el egoísta era él.
Dio un gran mordisco al último pancho.
– Ni me conoce… -dijo en voz alta y con la boca llena.
¿Qué sabía ella? Como si alguien pudiera decir algo que le sirviera a todo el mundo.
Pero se había acabado. No iba a leer más esos mensajes. Tampoco iba a escribir la nota avisando que la dirección estaba mal, y si los mails nunca le llegaban al tal Fredy, mejor. Porque igual no servían para nada.
¿De que servía olvidarse de tener una relación ideal?, ¿De qué servía no enojarse con el otro?, ¿De qué servía fijarse qué le molestaba a uno?, ¿De qué servía crecer, si al final ella igualmente se iba?
Al final ella se iba y lo dejaba solo.
Roberto se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina para lavar las pocas cosas que había usado. Mientras sentía en las manos el agua caliente no podía dejar de pensar que en otra época Cristina se hubiera quedado. Tal vez ya no lo quería, es decir, no como antes; ya no lo elegía por encima de las demás cosas. Quizás él tampoco la quería como al principio.
Cerró el grifo y se secó lentamente las manos con el paño de cocina, como si la minuciosidad del gesto fuese el correlato de su preocupación. Con paso incierto fue hasta su cuarto y se tiró en la cama.
Al cabo de unos segundos se levantó y se encerró en el baño. Unos minutos más tarde y sin resultados volvió para acostarse, pero antes de que su cabeza tocara la almohada se incorporó otra vez.
Fue a la cocina, abrió la heladera y se quedó contemplando los envases buscando algo que lo tentara… Nada lo convencía, así que cerró la puerta verificando que los burletes no quedaran separados.
Luego salió al balcón, pasaron algunos coches, entró.
Una vez en su cuarto se quedó un momento en la puerta como si vacilara, después se sentó frente a el ordenador.
Jugó al buscaminas; no lograba concentrarse, una y otra vez terminaba por hacer explotar las pequeñas bombas.
Cerró el juego y se quedó mirando los iconos en su pantalla: un ordenador… una hoja de papel con un lápiz encima… un mazo de cartas… un globo terráqueo… una lupa… un pequeño teléfono amarillo…, la conexión con Internet.
Miró a su alrededor como corroborando que nadie lo observaba… Estaba por hacer todo lo contrario de lo que se había prometido.
Entró en su correo electrónico. Ya sin sorpresa encontró el mail de Laura.
Tal vez nadie podía decir algo que le sirviera a todos -se dijo a sí mismo-, pero quizás sí habría algo en este mensaje, algo, aunque fuera una sola frase, que le sirviera a él para aclarar qué le pasaba con Cristina, si la amaba o no, por qué se enojaba con ella, y por qué empezaba a preguntarse cómo sería Laura, cuántos años tendría, qué relación tendría con Fredy.
Querido Fredy:
Estuve pensando muchas cosas en estas semanas, pero no sabía cómo comunicarme.
¿Cómo fue tu viaje? Tengo muchas ganas de saber de vos.
Y recordaba aquello que escribiste para el congreso de Cleveland ¿te acuerdas?
"Amar y enamorarse.
Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento. En efecto, en un primer momento el encuentro es pasional, desbordante, incontenible irracional. Las emociones nos invaden, se apoderan de nosotros y durante un tiempo casi no podemos pensar en otra cosa que no sea la persona de quien estamos enamorados y la alegría de que esto nos esté ocurriendo.”
"Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de plenitud.
Este estado no se sostiene mucho tiempo, pero queda inscrito como un recuerdo que sostiene la relación y que es posible recrear cada tanto.
Pasados algunos meses, la realidad nos invade y allí todo termina o empieza la construcción de un camino juntos.”
"Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.
"Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.
Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarme verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.
Hablamos del amor en el sentido de que «nos importe el bienestar del otro». Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.
Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar a mi lado. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.
Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos. Que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento personal.
"El amor se construye entre dos, sobre la base de una química que nos hace sentir diferentes. Quizás por la sensación mágica de ser totalmente aceptados por alguien."
Estar enamorado y amar.
Qué difícil hablar de esto.
El otro día, coordinando un grupo, les contaba lo que habíamos conversado nosotros sobre la idea de amar en términos de "que el otro me importe", y sobre la sensación física de estar con alguien que amo. Después le pedí a cada uno que dijera qué pensaba que era el amor.
Una de las respuestas que más me gustaron fue la de un muchacho de 25 años que dijo:
"Cuando amamos, vemos más allá de lo que se ve, en el amor los cánones estéticos pierden valor".
Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no sólo por lo que es. Creo que estar enamorado y amar son estados que van y vienen en una relación. En el inicio por lo general hay un período de pasión, donde se mezcla mucho lo que yo imagino, lo que proyecto en esa persona. Entonces coloco en ese ser humano que tengo enfrente mi hombre o mi mujer ideal.
El enamoramiento es más una relación mía conmigo mismo, aunque elija a determinada persona para proyectar lo que siento. Y entonces podríamos preguntarnos: ¿Por qué elijo a esa persona? ¿Qué pasa cuando, después de un tiempo, el otro se empieza a mostrar como es y eso no coincide con mi ideal?
Allí comienzan los conflictos. Él no es como yo había creído. La disyuntiva que aquí se plantea es ver si puedo amar a este que veo o si me quedo pegada a mi hombre ideal.
Es en la resolución de este dilema que puede empezar el amor, cuando lo veo y me doy cuenta de que lo amo así como es. Incluso puedo llegar a amar las cosas de él que no me gustan, porque son de él y lo acepto como es.
Creo que las relaciones pasan por momentos de enamoramiento, momentos de amor, momentos de odio… En realidad, amor y odio están muy cerca. Nunca odiamos tanto a alguien como aquel a quien amamos. Como me dijo mi hijo el otro día en medio de un ataque de furia: "Te amodio" (quiso decir te odio pero se le escapó el amor).
Es saludable aceptar que esto es así. Vamos navegando en la relación, que verdaderamente se sostiene si nos mostrarnos, si estamos conscientes de qué nos pasa, si no lo negamos o hacemos como que no pasa nada.
Conciencia es la gran palabra. Seamos conscientes de lo que nos esta pasando, entreguémonos a ello. Así se cuida y se construye el vínculo.
El recurso es siempre el mismo: conciencia, centrarnos. Sólo si estoy dentro de mí puedo manejar situaciones difíciles.
Mucha gente vive arrancada de sí misma, sacada -como se dice ahora-, conectada sólo con lo que piensa y sin idea de lo que realmente siente. Así es muy difícil entregarse al amor. Para amar es imprescindible animarse a mirar hacia adentro.
Así, sin necesidad de que haya conflicto puedo mirarme, estar conectada y ser yo misma.
Si no me muestro, nadie puede amarme.
En todo caso amarán mi disfraz. como vos decís, y eso no me sirve.
Encontré un libro de Mauricio Abadi que habla del enamoramiento. Cito tres pasajes que me interesaron:
"El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un “yo me amo al verme reflejado en ti.”
"Enamorarme es decirte cuánto simpatizo contigo por sostener tan graciosamente el espejo en el que me contemplo para darme cuenta de mi amor por mí.”
"Pero ocurre que, a medida que el tiempo transcurre y la relación va pasando por diferentes vicisitudes, el supuesto espejo va dejando de ser un espejo y parece optar por un natural deseo de recuperar su propia identidad. Al comienzo era tal el deseo de sentirse amado y admirado, que a él casi no le importaba demasiado que lo tomaran por otro. Puesto que de eso se trata. Tenemos tal necesidad de amor que durante algún tiempo lo disfrutamos, también tramposamente.”
Y es verdad que es una trampa, como Abadi dice, porque en realidad esa pasión enamorada no es para ti sino para ese aspecto proyectado del otro.
Quizás deberías rechazar el halago de la carta donde te confiesan su amor incondicional y ciego y saber leer en el sobre el nombre del destinatario que no es el tuyo. Pero, ¿quién podría?
De todas maneras, hagamos lo que hagamos, en unos instantes o en pocas semanas (de cinco minutos a tres meses, como tú dices), el otro nos irá mostrando su realidad que no podrá ocultar, y empezará a ver nuestro verdadero yo que no podremos esconder para siempre, por halagador que nos resulte su enamoramiento y por hermoso que sea sentirnos enamorados.
Es como despertar de un sueño. Aparecerá poco a poco una persona asombrosamente diferente de aquella con la que creíamos habernos unido. Es gracioso escuchar a los que abandonan su estado pasional y creen que el otro ha cambiado, que ya no es el mismo, cuando en realidad sólo han cambiado los ojos con los que miran.
Uno descubre las diferencias y éstas desembocan en confrontación.
Cuando él se te parecía tanto, era muy difícil discutir, pero también era complicado reconocer su verdadera existencia.
Tan sólo ahora, uno puede descubrirse acompañado. Hay que buscar las diferencias e intentar unirse a través de ellas. No como antes, que nos unían sólo las semejanzas.
Adoro esa frase que te escuché una vez en un reportaje:
Enamorarse es amar las coincidencias,
y amar, enamorarse de las diferencias.
El enamoramiento no es un sentimiento compartido porque no existe aún el sujeto con quien compartir.
El enamoramiento es una locura gratuita y casi inevitable, técnicamente un cuadro de confusión delirante con exaltación maníaca.
El amor, en cambio, es un producto cuerdo y costoso.
Es más duradero y menos turbulento, pero hay que trabajar duro para sostenerlo.
Releo esta carta y siento que ya no estoy muy segura de estar de acuerdo con lo que yo misma escribí, pero está dicho. Hazme saber tu opinión.
¿Tú en qué andas, Fred? ¿Disfrutando del calor de España?
Te mando un beso.
Laura
Cuando Roberto terminó de leer estaba sonriendo. Se sentía satisfecho con su actitud de obedecer a su intuición y abrir el mail. Eso era justamente lo que le estaba pasando: la relación con Cristina ya no era la misma, ya no estaban enamorados. Pero a él le gustaba estar enamorado.
Poco a poco la sonrisa fue dando lugar a una mueca de profunda concentración. No sabía si quería ese cambio de intensidad por profundidad del que hablaba Laura, pues lo que él más disfrutaba era nada menos que esa intensidad, esa pasión, ese desborde. Pero lo cierto era que eso se había acabado, habían comenzado a verse como realmente eran y no había nada que pudieran hacer para evitarlo.
¿Y ahora?
Ahora todo terminaba…
De repente dudó. Todo termina o empieza la construcción de un camino juntos, sugería Laura.
Se preguntó cuál de las dos posibilidades sería aplicable a su historia con Cristina: ¿el final o el comienzo de algo menos intenso pero más profundo?
Y después se corrigió…
¿Cuál de las dos posibilidades quiero yo?
Por supuesto, Cristina llamó el lunes como si nada hubiera pasado.
– ¿Qué tal el asado? -preguntó él mecánicamente.
– Bien -contestó ella, sorprendida por su frialdad- ¿Qué te pasa?
– Estoy malhumorado -dijo Roberto con sinceridad.
– ¿Tengo algo que ver? -preguntó ella en un intento, que pronto confirmaría vano, de quedarse afuera.
– Por supuesto que tienes que ver… -Roberto hizo una pausa y luego continuó, mientras se preguntaba para qué estaba diciendo todo eso- ¡Últimamente con TODO lo malo que me pasa tienes que ver?
– Pero si habíamos estado tan bien ayer…
– Tan bien… ¡que te fuiste a ese puto asado?
– Pero Roberto, tú lo sabías.
– ¿Y eso qué? Si yo sé que me vas a clavar un cuchillo ¿entonces la herida no me duele?
– ¿No estás exagerando un poco con la comparación?
– No.
– Voy para allá.
– No. No quiero.
– Voy igual -dijo ella colgando antes de escuchar la respuesta.
– No voy a estar -amenazó él al vacío.
Roberto se quedó un rato con el teléfono en la mano; pensaba si debía irse antes de que Cristina llegara.
Debió estar muy indeciso porque cuando sonó el timbre todavía no había colgado el auricular.
Abrió la puerta sin mirar quién era y se fue a la cocina a calentarse un café, cosa que hizo ignorando olímpicamente a Cristina. Ella lo esperó de pie en la sala.
– ¿Podrías saludarme, no? -le recriminó.
Roberto la miró con furia y ensayó su más falsa sonrisa, una ampulosa reverencia completó a burla.
Cristina se sentó en el sillón doble:
– No puedo entender lo que te pasó -comenzó diciendo.
Pero él no contestó. Se acercó a la ventana y miró displicente hacia la calle.
– No puedes montar todo este escándalo porque me fui a un asado, ¿no te parece? -continuó genuinamente sorprendida.
– Puedo hacer el escándalo que quiera.
– ¿Me puedes decir qué es lo que tanto te molesta?
– Mira, si lo tengo que explicar, entonces no vale la pena.
– ¿Qué pasó con lo que me enseñaste de "vale la pena”?
– ¡Lo he olvidado!
– ¡Estás imposible!
– ¡Tú eres imposible!
Cristina tomó aire y decidió intentarlo por última vez.
– ¿Podemos hablar?…
Roberto aflojó el gesto y se sentó en el sillón.
– ¿Qué es lo que te pasa? -insistió ella.
– Pasa que no entiendo, estaba todo maravilloso, teníamos el mejor encuentro de nuestra vida y tú te tuviste que ir a ese puto asado. No entiendo… ¿tan importante era esa comida como para rifar todo lo conquistado?
– Pero Rober… el asado no me importaba para nada. Si tú me lo hubieras pedido yo me habría quedado…
– ¿Si yo te lo hubiese pedido?
– Sí, ¿por qué no?
– ¿Tengo yo que pedirte ser más importante en tu vida que un estúpido almuerzo?
– ¿Tengo yo que adivinar qué es lo que tú necesitas para darte cuenta de que eres importante para mí?
– No sé, no sé, todo está podrido…
– No seas así, Roberto, no arruines todo por una boludez.
– Tú lo has arruinado, Cristina, no yo. Esta vez fuiste vos, vos lo arruinaste esta vez.
– Lo lamento, la verdad es que lo lamento mucho…
– Yo también… yo también.
Pausadamente, ella se levantó, tomó su abrigo y la cartera del sofá y caminó hacia la puerta; allí se quedó unos segundos de espaldas, como esperando la llamada de Roberto. Una llamada que nunca llegó. Salió del departamento con los ojos húmedos y dejando tras de sí la puerta apenas entornada.
Estaba furioso pero no sabía muy bien por qué. Pensaba que podía haber contemporizado, que podía haberle arrancado una disculpa más o menos sincera, podía haber salvado la pareja, podía… Y había decidido no hacerlo.
¡Ella no se lo merecía!
¡Ella! pero… ¿y él? ¿se merecía él salvar su pareja?
Cada vez estaba más enojado, apretaba los puños y los dientes con fuerza, hasta hacerse daño. ¿A quién estaba castigando?
Recordó, de pronto, el cuento de la tristeza y la furia [1]. La tristeza, que se disfraza de furia cuando no quiere quedar al desnudo. Para eso estaba allí su enojo: tapaba la tristeza, escondía el dolor, disimulaba su impotencia.
Sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, y luego, cómo desde allí alguna que otra rodaba por sus mejillas muy despacio.
Si no hubiera estado tan desbordado por la mezcla de emociones, habría podido recibir el mensaje que Laura le enviaba (sin saber que respondía a todo lo que le pasaba) y que lo esperaba ya en su ordenador:
Resumiendo, Fredy:
La primera afirmación de la propuesta es que los problemas de pareja son problemas personales que se expresan en la relación.
Y estos problemas sólo emergen en el vínculo amoroso, dado que estando con otro salen a la luz aspectos de uno que estaban en la sombra. Como terapeutas, la idea es tener esta mirada frente a los conflictos, y entonces, cuando una pareja viene a la consulta, volcarnos a ver cuál es el conflicto personal de cada uno de ellos que está interfiriendo en la relación. Ayudamos a que cada uno trabaje su problemática personal y mostramos cómo la neurosis de uno se engancha con la del otro.
La idea principal otra vez es: “Si te molesta esta situación, ¿qué cuestión personal se refleja en el conflicto?” El tema básico está plasmado en la frase de Hugh Pratter: "Una piedra nunca te irrita a menos que esté en tu camino".
Nos bloqueamos con el famoso tema de la proyección. Pienso en aquello que tanto nos mostró Nana en sus laboratorios:
"Proyecto en el otro las partes de mí que más rechazo".
"Cuando me doy cuenta de cómo me molesta esto en el otro, investigo cómo me molesta en mí mismo".
"Si pienso que yo no tengo nada de eso que me molesta del otro, el trabajo es darme cuenta de qué pongo yo de lo que tengo; porque si no pusiera de lo mío no me molestaría".
Esto es básico en Gestalt y es lo que dice Jung con el tema de la sombra. Proyecto mi sombra en mi compañero y al verla en él, la descubro.
A partir de allí tengo dos posibilidades: Intentar destruir la temida amenaza destruyéndolo a él o aceptar la oportunidad de integrarme con mi sombra y terminar para siempre con su amenaza.
Sin duda, esto cambia sustancialmente la óptica y la comprensión de los problemas de pareja. Dejo de culpar al otro por lo que hace y empiezo a ver qué estoy poniendo yo en este particular conflicto. En vez de utilizar mi energía para cambiar al otro, la utilizo para observarme. Y a partir de ahí, hablar de mí, de lo que yo necesito, de lo que a mí me pasa con las actitudes que él tiene.
Al otro le resulta mucho más fácil escuchar esto.
La clave es estar siempre conectada con lo que me está pasando y no hablar del otro. En todo caso, si no me agrada lo que sucede ¿qué otra cosa podría hacer yo para generar algo que me guste más?
Puedo quedarme llorando y quejándome, puedo buscar otro marido, o puedo ver cómo estar lo mejor posible con el que quiero y estoy. Puedo usar el conflicto para encontrarle una salida creativa, para ver qué puedo desarrollar de mí misma, con qué puntos ciegos me estoy bloqueando.
Éste es mi camino y el que transmito. Esto es lo que me gusta de la vida: ir descubriendo sobre mí y sobre los otros; un desafío, no esperar que no haya conflictos, sino verlos como una oportunidad para desarrollarme. Y si es cierto que una de las dificultades es lo proyectado, la otra es la dificultad para darnos cuenta de lo que verdaderamente necesitamos. Por supuesto que cuando no obtenemos lo que creemos necesitar, nos resulta más fácil reaccionar que procurarnos aquello que nos falta, aunque muchas veces estemos pidiendo cosas equivocadas.
Por ejemplo, puedo montar un escándalo porque llegaste tarde. Así, la discusión se centra en esa pelea aparente. Pero no se trata de eso, sino de ver qué es lo que te estoy pidiendo a través de la puntualidad. Si me vuelvo loca porque llegás tarde, quizás lo que necesite no se resuelva con que llegues temprano. Habría que ver qué me afecta tanto, qué interpretación hago de tu tardanza, qué es lo que necesito de ti, qué te estoy pidiendo al reclamarte puntualidad… ¿Que me demuestres que te importo? ¿Que me valores? ¿Que me consideres? ¿De qué estoy hablando cuando reacciono así?
Cuando estamos demasiado centrados en nosotros mismos, no podemos ver lo que le pasa al otro y nos volvemos autorreferentes.
Para el otro, desde fuera, nuestra actitud resuena por lo menos exagerada cuando no francamente irracional. Y posiblemente lo sea, porque estas actitudes tan arcaicas provienen en realidad de los primeros años de vida, de las conductas incorporadas para defendernos de las heridas padecidas en la infancia…
John Bradshaw llama a este recuerdo de la herida primigenia "el niño herido". Es este niño herido que llevamos dentro el que nos hace actuar así. Los dolores que no pudimos expresar en nuestra infancia los cargamos como una mochila, y se expresan con nuestras reacciones antes de que nos demos cuenta, de modo que nos encontramos instalados allí antes de poder pensar. Estas reacciones son las que nos causan más problemas en las relaciones íntimas.
Desafortunadamente, cuando vivimos una relación, los enojos y dolores no resueltos en el pasado los actuamos en el presente con el otro a través de nuestras reacciones.
Por lo general, estos viejos dolores no aparecen hasta que tenemos una relación de pareja. El noviazgo y el matrimonio disparan estas viejas heridas y suponemos que es nuestro compañero el que las causa.
Habitualmente esto no ocurre al principio, sino en la medida que nos vamos sintiendo verdaderamente unidos con el otro.
Este niño herido que llevamos en nuestro interior es como un agujero negro que chupa todo, es como un dolor de muelas: cuando aparece no podemos pensar en otra cosa, el dolor domina nuestra vida.
En muchos casos de separación el problema no se encuentra en la relación de uno con el otro, sino en asuntos no resueltos de uno de ellos (o de los dos) con su propio pasado.
Mi reacción genera tu reacción, y así nos vamos potenciando negativamente.
Cuando acarreamos a nuestros niños heridos tenemos la sensación de no estar nunca en el presente, siempre estamos reaccionando por cosas que nos pasaron hace muchos años. Esto imposibilita la relación con el otro.
Hasta que no me ocupe de este niño herido él seguirá reaccionando y empeorando mis relaciones íntimas. Y el único que puede escucharlo soy yo mismo, cuando me ocupo de su tristeza, de su enojo. Entonces el niño no va a reaccionar, porque está contenido.
Es necesario aclarar que no es posible descubrir algunas de estas heridas en soledad. Necesitamos de alguien que nos permita encontrar nuestras heridas, un vínculo que las dispare con una persona que las autorice, que nos permita sentir lo que sentimos sin descalificamos. El niño herido necesita validación de su dolor. Sólo cuando la persona se siente validada en su dolor, puede expresarlo y atravesarlo.
El dolor es un proceso que ocurre a través del shock, la tristeza, la soledad, la herida, el enojo, la rabia, el remordimiento. Y toma mucho tiempo.
Para llegar al punto del dolor es fundamental salirse de culpar al otro y observar qué me pasa a mí con mis reacciones.
Cuando establecemos una pareja hacemos un pacto inconsciente en el cual, por ejemplo, yo espero que vos seas el padre que no me va a abandonar y vos esperás que yo sea la madre que te va a aceptar incondicionalmente como sos. Y cuando esto no ocurre, porque es imposible que el otro cure mis heridas, empiezo a culparte.
En los peores casos, cuando una pareja siente ese vacío que no puede llenar el uno con el otro, deciden tener un hijo… y lo que aparentan ser dos adultos no son más que dos niños necesitados que buscan la salvación en su hijo. Parecen adultos, pero en sus relaciones interpersonales actúan como niños.
Hay personas que pueden ser brillantes en el nivel adulto, pero cuando vuelven a la intimidad de sus relaciones más comprometidas no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento.
Cuando vemos a las parejas en el consultorio, reconocemos de inmediato a los niños internos que se están expresando.
Muchas veces los adultos no se ponen de acuerdo porque en realidad cada uno está expresando a su niño herido, cada uno está en una escena de su infancia reclamándole a su mamá o a su papá diferentes cosas, y el otro no puede dar porque también está pidiendo lo suyo. Cuando podemos ayudarlos a darse cuenta de lo que está pasando, la discusión pierde sentido: Dejan a sus niños calmados, ya que les dieron espacio para expresarse, y pueden volver al presente a encontrarse.
Nuestros niños heridos necesitan un espacio para expresar su enojo y su dolor. Cuando se lo damos, empiezan a crecer y no interfieren en nuestras relaciones íntimas.
Welwood nos inculca una lección práctica: "Aprender a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondar más, para conectarnos con más profundidad; no sólo con nuestra pareja, sino también con nuestra propia condición de estar vivos.”
Ojalá estés de acuerdo con incluir todo esto en el libro. ¿Qué opinas tú?
Te mando un beso.
Laura
Roberto había leído el mensaje después de estar en la cama más de dieciséis horas. Siempre le pasaba lo mismo: cuando una aflicción lo invadía, su cuerpo respondía con sueño. Un sopor imprevisible lo asaltaba al despertar y le impedía levantarse aun cuando supuestamente ya no tenía ganas de seguir durmiendo.
La casa estaba sucia y llena de olores desagradables, la nevera vacía le parecía una contribución a su patética sensación interna, el desorden se enseñoreaba de su cuarto, le dolía la cabeza y la espalda.
Tambaleándose un poco llegó hasta el baño y se echó agua en la cara para despabilarse. Sin pasar por el cuarto a cambiarse se dirigió a la cocina a prepararse un café.
Había encendido el ordenador mientras esperaba que el agua hirviera. Después la mezcló con el resto de café que quedaba en la bolsa y empezó a beber el amargo líquido negro en un movimiento automático. La lectura del mail terminó de despertarlo.
Fue hasta el teléfono, la luz titilaba anunciando que había mensajes. Seguramente eran de Cristina pidiéndole que la atendiera, que la llamara, que hablaran, etc… Sin corroborar su fantasía y cruzando los dedos, decidió llamarla.
Sus deseos se cumplieron: fue el contestador automático el que respondió.
– No tenía nada que ver con contigo -dejó grabado-, lo lamento. Creo que tengo que resolver algunas cosas mías para poder merecer estar contigo. No me llames. Te llamaré yo. Un beso.
Buscó en su agenda el teléfono de su amiga Adriana, la psicóloga. Sentía que necesitaba un espejo donde mirarse un poco.
– ¿Tendrías un ratito para mí?
Acordaron encontrarse cuarenta y cinco minutos después en el bar cercano al consultorio…
Roberto volvió a su casa alrededor de la medianoche. Después de charlar con su amiga durante un par horas se había ido a caminar junto al río… Para pensar.
Ahora todo parecía más claro. Adriana le había ayudado mucho. Desde hacía años Roberto pensaba que su enganche con la historia de su madre había sido superada. Pero no, ahí estaba el tema, si no intacto por lo menos presente.
La idea del niño herido de Laura le había asaltado la cabeza. ¿Cuántas veces ese niño interno había pataleado, gritado, llorado, arrastrado, amenazado y manipulado para conseguir la permanencia del otro a su lado?
Ahora era Cristina pero, de alguna manera, lo mismo había hecho antes con Carolina, y antes con Marta, y antes con Alicia, y antes y después con cada uno de sus amigos a los que exigía una incondicionalidad y disponibilidad imposibles de satisfacer, que terminaba espantándolos.
La claridad provenía de la serenidad que le daba poder poner en palabras lo que pasaba. Ahora se sentía en condiciones de definir lo que le estaba sucediendo y a partir de allí podría quizás modificarlo.
En su terapia había aprendido la importancia de poder denominar las cosas. Siempre recordaba fascinado aquella sesión en la que había divagado sobre el valor cultural de ciertas palabras y frases…
Pensaba que las personas empiezan a ser cuando se las identifica con un nombre y un apellido (porque desde el punto de vista jurídico, alguien no registrado, no anotado, no nombrado, prácticamente no existe)… La importancia determinante que arrastra sobre nosotros llamarnos de tal o cual manera (¿cuál sería la carga -se preguntaba- de llamarse Soledad, Dolores o Angustias?) Pensaba en el peso implícito de llevar el nombre de un hermano, abuelo o tío muerto, o soportar el condicionamiento de responder al mismo nombre del padre o de la madre, que muchas veces conlleva la distorsión de verse obligado a seguir siendo “Jorgito’, “Silvita” o “Miguelito’ hasta que el padre o la madre se mueran y uno pueda abandonar el diminutivo para poder ser llamado finalmente Jorge, Silvia o Miguel…
La expresión popular sobre cosas que escapan de control:“no tiene nombre” (“lo que le pasó no tiene nombre”, dice la gente queriendo significar que cualquier definición es insuficiente). Y la contra expresión para mostrar claridad: “Llamar a las cosas por su nombre”.
Pensó en la parábola bíblica: Dios mismo pidiéndole al hombre que le pusiera nombre a cada una de las cosas y los animales para poder “enseñorearse” sobre la creación.
Pensó en la decisión de los hombres de llamar a Dios “El lnnombrable”, seguramente para garantizar así la falta de poder de los mortales sobre Él…
Nombrar es definir y definir es empezar a controlar, porque no se puede tener control sobre lo que no se puede definir ni nombrar, se dijo.
“Personas brillantes que en la intimidad no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento”, recordó.
Debía empezar a trabajar sobre el niño herido en su interior. Nunca iba a poder sostener una relación de pareja si no resolvía su enfermizo temor a ser abandonado.
“Y el único que pude cuidarlo soy yo mismo”, recordó.
Debía definitivamente hacerse cargo de él.
“Cuando me ocupo de su tristeza, de su miedo y de su enojo, el niño no va a reaccionar, porque estará contenido.”
Roberto casi no podía creer que todo esto sucediera por el cruce en su vida de los mensajes de una desconocida y por esta extraña e involuntaria comedia de enredos.
Con sorpresa se encontró pensando otra vez en Laura. Parecía que ese Carlos era su marido, su amante o su concubino, aunque por lo leído podía ser también su ex marido en buenas relaciones. De todos modos, pensó, no debe ser difícil construir una pareja con alguien que sabe tanto del asunto. Laura mostraba tanta libertad, tanta comprensión, tanta experiencia. Eso era lo que él necesitaba, encontrar a una mujer así. Pero ¿dónde estaban estas mujeres? Bueno, él sabía dónde había una, vivía en una terminal bajo el nombre de carlospol@.spacenet.com
Justo entonces se dio cuenta de que la casilla de mensajes de Laura se llamaba carlospol. Le incomodó imaginar que Laura fuera el seudónimo literario de Carlos, un periodista de magazines femeninos decidido a ganar algo de plata en confabulación con un psiquiatra de experiencia: Fredy. Pensando que el libro se dirigía a un público femenino, Carlos habría decidido aparecer como mujer y entonces había inventado a Laura…
Roberto abrió su carpeta de archivos y buscó los mails guardados. Leyó rápidamente buscando los textos donde pudiera hablar de Carlos…
¿Para qué siempre complicaba todo? ¿Por qué era tan rebuscado?
Un escrito mandado por Laura, quien se presentaba como una psicoterapeuta de parejas hablando de un libro, no debía ser otra cosa que lo que simplemente decía ser.
Laura era por lo tanto Laura, el tal Fredy era su amigo, y Carlos había sido, o lamentablemente todavía era, su marido. Punto.
Y siguió fantaseando: “…al día de hoy Laura vive con sus dos hijos (?), un varón y una mujer en una gran casa en las afueras de Buenos Aires, posiblemente cerca del Delta, donde va a remar los sábados y los domingos con sus hijos y su ex esposo…”
Pero el problema era otro.
¿Qué hacía él pénsando en Laura en lugar de preocuparse por su amenazada relación con Cristina?
Se acomodó ante el ordenador y buscó en los mensajes recibidos. Allí estaban: “Te mando 1” y “Te mando 2”.
Hola Fredy
Qué pasa que no me contestas? Vamos, no seas vago…
De hecho quiero tu opinión sobre un paciente que veo desde hace un año. Me parece que sus problemas tienen aspectos importantes para el libro.
Hace un año que viene a verme, y una de las primeras cosas que le sucedieron fue darse cuenta de que estaba enamorado de otra mujer. Desde ese momento se debate en el dilema de irse a vivir con su amante o quedarse con su mujer y su hijo. Y ayer me decía una cosa muy interesante: que se daba cuenta de que lo que más lo apasionaba con su amante era la cualidad que ella tiene de impredecible, que él nunca sabe dónde está.
Pensábamos juntos en esta paradoja, en que la cualidad de la pasión está muy relacionada con esta posibilidad de que el otro no esté, la sorpresa, lo fuera de programa. Si esto se convierte en una relación convencional, la pasión cae por definición.
¡Qué absurdo querer juntar la pasión con el matrimonio! ¿Cómo elegir entre la familia y la pasión? Es imposible, sobre todo porque si elige la pasión y se va con su amante, ésta pronto caerá en las garras de lo formal.
Él disfruta de su familia, de volver a su casa y estar con su mujer y su hijo. La cuestión acá se agrava porque él no sólo no tiene pasión con su mujer, sino que ni siquiera le gusta estar con ella, no se divierte fuera de la casa con ella, no le interesa viajar con ella. Yo creo que él guarda un gran resentimiento que nunca expresó.
Ayer hablaba de temas similares con otra pareja. Para él fue muy relajante enterarse de que esta problemática era algo habitual. Ella en cambio se enojó muchísimo, se negaba a aceptar que estas cosas pasan. Creo que la salida es aceptar las cosas como son y ver qué podemos hacer, cómo cada uno resuelve su propia vida. A mi juicio, la postura de ella era muy infantil: “no quiero que esto pase”. Creo que muchas veces toda la terapia consiste en que el paciente se dé cuenta de que las cosas pasan como pasan y no como él decide que pasen.
Anoche estaba leyendo el libro de Welwood “El desafío del corazón” [2], y me pareció interesante traducir este párrafo para nuestro libro:
“En las sociedades tradicionales el matrimonio arreglado por los padres era la norma, basado en consideraciones de familia, status, salud, etc. El matrimonio era más una alianza de familias que de individuos. Servía para preservar el linaje y propiedades familiares y socializar a los niños en su lugar dentro de la fábrica social. Ninguna sociedad tradicional consideraba los sentimientos de amor espontáneos individuales como base válida para relaciones duraderas entre un hombre y una mujer.
Más que eso, ninguna sociedad temprana ha tratado, mucho menos tenido éxito, en juntar amor romántico, sexo y matrimonio en una sola institución.
La cultura griega juntaba sexo y matrimonio, pero reservaba el amor romántico para• las relaciones entre hombres y muchachos.
En el amor cortesano del siglo XII, del cual vienen nuestras ideas acerca del romance, el amor entre el hombre y la mujer estaba formalmente dividido del matrimonio.
No fue hasta el siglo XIX que los victorianos tuvieron una visión del matrimonio basada en ideales románticos. Pero lo excluido era el sexo:
la mujer era considerada enferma si tenía deseo o placer sexual. El placer del sexo estaba relegado a los prostíbulos.
Es sólo una creencia muy reciente que amor, sexo y matrimonio deben encontrarse en la misma persona. Somos los primeros que tratamos de juntar el amor romántico, la pasión sexual y un compromiso marital monógamo en un solo acuerdo. Según Margaret Mead, es una de las formas matrimoniales más difíciles que la raza humana ha inventado.”
Quizá sea un poco osado publicar algo así. Pero me gustaría transmitir esta idea de alguna manera. Como dando un permiso para que cada uno encuentre una vuelta propia a su vida. Poner sobre la mesa la idea de que el matrimonio, así como está planteado, es muy difícil, y que cada uno tenga la opción de encontrar sistemas para vivir más plenamente.
No digo que necesariamente esos aspectos (compromiso marital, amor romántico y pasión sexual) tengan que estar repartidos. Propongo que tomemos conciencia de la magnitud y dificultades que se presentan justamente al intentar reunirlos en un solo vínculo. Y esta breve historización, creo, conecta muy directamente con la posibilidad de esa toma de conciencia.
Esta semana vino a verme una pareja que lleva ocho años de matrimonio y tienen niños. En la sesión ella plantea que tiene una relación con otro hombre, y que quiere que él le dé un tiempo para vivir eso y luego resolver si pueden seguir juntos.
Él la quería matar, no quería darle el tiempo que ella pretendía, quería un divorcio ya.
Yo me quedé pensando que podríamos trabajar lo que le pasa a esta mujer como una actuación o expresión del resentimiento que viene acumulando hacia él.
Pero en este momento, que ella tiene tal enamoramiento con otro hombre, lo más viable es que viva esto y luego, si se le pasa y quiere reconstruir el vínculo con su marido, que vengan a verme.
Obviamente, también pensé que ella debería haberse callado, y enfrentar esta situación sola, esperando a aclarar sus ideas antes de hablar.
Cuando conversamos, él entendió que ella no puede parar esto que le pasa, que aunque él le pida que no vea más al otro, ella no puede dejar de hacerlo. También le podría haber pasado a él.
Me gustaría poder hablar de todas estas cosas. La dificultad es cómo hacerlo en un libro como el nuestro. Tendríamos que encontrar la manera, así como también pensar en qué decir y qué no decir. Fundamentalmente, me entusiasma la idea de jugarnos en estos temas de los que normalmente no se habla.
Laura
Fredy:
Como verás, cuando estoy embalada no puedo parar. Me encantó la discusión que mantuvimos sobre la frase de Nana: “Las parejas se separan por lo mismo que se juntan”.
Las parejas se separan por lo mismo que se juntan, sí.
Muchas parejas reflexionan: ¿Por qué me enamoré de él si somos tan diferentes? Quizás con otro que tuviera gustos parecidos a los míos me llevaría mejor…”
Sucede que justamente lo que nos atrae es la diferencia. Al comienzo me fascina que él tenga eso que para mí es tan difícil de tener. Me completo con mi pareja porque justamente ella puede hacer cosas que yo no puedo y viceversa. En la etapa de enamoramiento no sólo acepto esas características en él, sino que también las acepto en mí misma. Por ejemplo, si soy una persona muy activa, con tendencia a la acción, me fascino con su tranquilidad, su capacidad receptiva, su introspección. La otra persona, a su vez, se fascina con mi capacidad para estar en el mundo, para ir hacia adelante, etc…
Pero el problema viene después. Porque es cierto que al principio me agrada la diferencia, pero cuando el enamoramiento decae, comienzo a pelearme con mi pareja por estas mismas características que me acercaron. Si yo he desarrollado especialmente el lado activo, probablemente tenga una pelea con el lado pasivo. Al dramatizar con él esta pelea, yo me pongo en el bando del pasivo y él es mi enemigo en el bando de los activos, es decir, traslado a la relación una vieja pelea interna. Al enamorarme de la otra persona porque se permite ser tan relajada y quieta, de algún modo yo me reconcilio con este aspecto negado; pero si no lo desarrollo en mí, voy a terminar peleándome con mi compañero del mismo modo en que antes me peleaba con ese aspecto negado.
Ante esta circunstancia, la clave es desarrollar los aspectos nada o poco evolucionados que vemos en el otro. Así, nuestro compañero se convierte en nuestro maestro o en nuestro enemigo. Esta es la elección.
Nuestra propuesta consiste en desarrollar estos aspectos negados o en pugna, para así integrarnos con nosotros mismos, hacernos personas más enteras, parando la pelea interna y externa.
El ejemplo más adecuado sería verlo en nosotros, ¿no te parece?
Me fascina tu capacidad para decir las cosas, tu manejo de las palabras y de las relaciones. Yo soy una persona antipática que siempre se pelea con las formas. Acercarme a trabajar contigo, Fredy, es una oportunidad para reconciliarme con esta parte mía y convertirte en mi maestro en ese aspecto. Por el contrario, lo neurótico sería enojarme porque le das tanta importancia a las formas y no te das cuenta de que lo único importante es el contenido.
Aquí tú tendrías que poner tu parte en el asunto: Qué aspecto rechazado puedes integrar en tu relación conmigo.
Esto engancha con lo que venimos diciendo de que la pareja es un espejo en donde veo mis partes negadas. Como ya dije, el acento está en desarrollar lo que niego, o las partes con las cuales estoy en pelea, sabiendo que si no lo hago voy a terminar separándome por la misma causa por la que me uní. Éste es el desafío de la pareja.
En este sentido, la relación me sirve para integrarme, porque si no me integro voy a pelearme y hasta separarme de la persona que me recuerda constatemente mi pelea interna.
En realidad, esto es parte de lo que ocurre. En otro capítulo hablaríamos de los problemas personales con los cuales tengo que enfrentarme por estar en esta relación, en tanto que al estar con otro me enfrento con aspectos míos horribles que estando sola no tendrían oportunidad de salir.
Por eso a veces es tan difícil estar con otro. Porque cuando estoy solo puedo imaginarme que soy de lo mejor; pero en el contacto íntimo sale lo mejor y también lo peor de mí: mi competencia, mis celos, mi lucha por el poder, mis ganas de controlarte, de manipularte, mi falta de generosidad, etc., etc., etc…
Es duro ver esto en uno; es un desafío aceptarlo y hacer algo al respecto. La salida más fácil es pensar que es el otro el competitivo, el egoísta, el duro…
Cito a Nana:
“Pareciera que los mismos elementos que contribuyen a mantener la estabilidad y armonía de una pareja, son los que pueden contribuir a su destrucción.”
“Toda relación que no favorezca la expansión del Yo, que impida el crecimiento, aun cuando sea estable y/o aparentemente gratificadora, encierra el germen de su propia destrucción. Poder ver estas limitaciones oportunamente es de un valor incalculable. La relación verdadera con el otro, en el cual en un momento hemos creído y ante cuya presencia fuimos capaces de trascender y traspasar nuestra angustia de soledad y autosuficiencia, es una de las situaciones hermosas que nos permite acercarnos a los seres humanos con amor.”
Qué hermosa frase, Quisiera citar a Nana todo el tiempo. Muchas veces siento que todo lo que sé, de una manera u otra, lo aprendí de mi madre o de ella.
En este momento me acuerdo de alguna vez cuando charlamos informalmente sobre nosotros en aquel bar de Once, ¿te acuerdas? De repente yo te dije algo y la cara se te iluminó, fue una especie de «un darte cuenta» para ti.
Ahí sentí por primera vez que me recibías de verdad, que me escuchabas de otra manera.
Fue luminoso, pero qué estúpido sería pensar en no volver a verte más cuando eso no sucede.
Te dejo un beso.
Laura
Durante los días que siguieron Roberto se quedó casi todo el tiempo en su casa. Salía sólo para lo imprescindible relacionado con su trabajo y para unas pocas compras inevitables.
¿Sería cierto que las parejas se separaban por lo mismo que se habían unido?
Era una idea fuerte, debía pensarla mucho. Sin embargo, no parecía ser este un buen momento. En su mente aparecía imaginariamente el cartelito de TILT que se encendía en las viejas máquinas del millón electrónicas cuando se las zarandeaba demasiado intentando hacer entrar la bolilla de acero en el agujero. Esa era una buena descripción de cómo se sentía: desencajado, zarandeado, conmovido, parado en un lugar equivocado, “tildado”.
Dos veces por día encendía el ordenador y buscaba mensajes en su buzón. Al principio lo hacía con displicencia, pero a medida que transcurría la semana notó que se iba poniendo inquieto ante la ausencia de noticias.
Por fin, a los ocho días llegó un mensaje:
Querido Fredy: Éste es el último e-mail que te escribo. Me encanta escribirte, pero tu silencio es muy doloroso. Yo sé que escribo por el placer de escribir, sé que necesito hacerlo, me alegra, me hace bien, me conecta conmigo. Pero también necesito respuestas. Sé que lees lo que escribo, te visualizo abriendo tu ordenador, esperando mis archivos, y sé que no puedes escribir ahora. La escritura es algo que se nos aparece, que se nos impone, no la podemos forzar. He pensado mucho en algo que converso mucho con mis pacientes: cómo aceptar el ritmo del otro. Y por eso espero pacientemente que sea tu momento de volver a conectarte conmigo. Veo mucho en las parejas que trato los desencuentros a causa de los ritmos diferentes que tienen para encarar la vida. Sé que es importante aceptar el ritmo del otro. Sé que los hombres huyen cuando se sienten presionados. Las mujeres suelen quejarse de que los hombres se cierran al contacto, y no se dan cuenta de que es una respuesta a la presión que ellas ejercen. Los hombres se cierran cuando se sienten forzados, cuando no les damos el tiempo que necesitan. Me digo a mí misma que tengo que seguir escribiéndote, porque es un placer para mí. Recuerda el tema del dar y el recibir que hemos hablado tantas veces. El acto de dar es un recibir en sí mismo; yo recibo el placer de que recibas algo bueno que tengo para darte. Recibo la alegría de que me escuches y que valores lo que te doy. No tiene sentido dar esperando algo fuera del acto mismo de dar. Pero llega un momento en que necesito tu palabra, que me duele tu silencio. Por eso tengo que decirte que éste es mi último mensaje. Nos encontraremos en otro viaje, en otro congreso, en otro momento… Cariñosamente. Laura
Roberto sintió un frío en la columna y releyó el mail. No podía ser. ¿Cómo Laura iba a dejar de escribir? ¿Sólo porque el idiota de Fredy había dado mal su dirección, él se vería privado de los mensajes de Laura?
No era justo.
No lo era.
Laura había sido durante las últimas semanas la persona más confiable y perceptiva de su entorno. No podía permitir que desapareciera, como Cristina, como Carolina, como todos… Algo tenía que hacer.
Se preguntó qué haría Fredy si se enterase de que Laura estaba dejando de escribir. “Puede que él contestara este email…”, pensó. Pero Roberto tampoco sabía la dirección electrónica correcta de Fredy.
Podía hacer algunas pruebas…
iEl teléfono!
Se levantó para buscar la guía pero antes de llegar al estante recordó que no sabía su apellido. Podía averiguarlo si preguntaba por el tal Fredy entre sus amigos psicólogos. Pero, ¿y luego?
Después Laura y Fredy se comunicarían entre sí y él quedaría definitivamente fuera del canal de comunicación con Laura…
Él no podía prescindir de esos mensajes. No por ahora.
Se levantó de su sillón y empezó a merodear por el apartamento, necesitaba encontrar una solución.
¿Y si averiguaba el teléfono de Laura y le hacía creer que Fredy estaba fuera del país y que por eso no contestaba?
En realidad no necesitaba su teléfono, podía hacérselo saber por e-mail.
Laura
Anoche me llamó Fredy para pedirme que le avise que él está de viaje y que le…
Laura
Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy. Ya sabrá Usted que se tuvo que ir con urgencia…
Laura
Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy.
Llamó para pedirme que le avise que él está de viaje y que le pida que por favor siga escribiendo que cuando él regrese le explicará todo…
Laura
Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy.
No sé si sabe que no se encuentra en el país. Entre las cosas que charlamos me pidió que le avisara que siga con el libro y que a su vuelta él mismo le contestará todos los mensajes juntos.
No servía. Fredy quedaba como un tarado. En cualquier lugar del mundo había ordenadores… ¿Por qué no se lo hacía saber él mismo, en lugar de llamar a su amigo Roberto?
¿Por qué no se lo decía Fredy mismo?
¿Por qué no?
No había cámaras, ni letra, ni remitente. ¿Cómo podría Laura saber que la disculpa provenía de él y no de Fredy?
Laura:
Te ruego que no te enfades. He tenido algunas complicaciones en el trabajo y he estado viajando y por eso no pude responder a tus maravillosos mensajes…
“Maravillosos”… ¿Serían maravillosos para Fredy?
…no he podido responder a tus correos. Creo que en un par de meses más o menos podré tener un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve todo lo que dices y estoy seguro de que el libro va a ser genial.
Besos. Fredy
Releyó el mensaje y borró “un par de meses más o menos” y lo reemplazó por “pronto”. Borró “Besos” y escribió “Un fuerte abrazo”. Agregó un “Querida” antes de “Laura” y cambió “Te ruego” por “Te pido”. Eliminó el “todo” de “todo lo que dices” y cambió el “genial” por “un éxito”.
Querida Laura:
Te pido que no te enfades. He tenido algunas complicaciones en el trabajo y he estado viajando, por eso no he podido responder a tus correos. Creo que pronto podré tener un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve lo que dices y estoy seguro de que el libro va a ser un éxito.
Un fuerte abrazo.
Fredy
No estaba mal. Nada mal.
Roberto respiró hondo y buscó el icono de enviar. Apoyó el cursor sobre él y volvió a leer el mensaje que estaba a punto de mandar.
Volvió una vez más al texto, borró “fuerte” dejando “Un abrazo”.
Tenía que dejar de revisarlo o no lo mandaría nunca. Después de todo, no tenía nada que perder; si no ideaba alguna respuesta los mensajes de Laura no volverían a llegarle.
Apretó el botón y envió el mensaje.
La pantalla parpadeó y el aviso de Mensaje enviado apareció frente a Roberto. No había manera de volverse atrás.
Parecía un adolescente enamorado, esperando al lado de su ordenador como cuando tenía dieciséis años y esperaba al lado del teléfono anhelando la llamada de Rosita, su primera novia.
Pero Roberto no tenía dieciséis años y Laura no era su novia, así que se sentía bastante incómodo con esta ansiedad tan poco justificada.
Cuando esperamos que algo suceda, sin que podamos tener participación en ello, el hecho siempre se retrasa, y de todas maneras, aunque demorara lo justo, a uno siempre le parece que tarda demasiado. Por eso la semana sin noticias de Laura se le había hecho insoportable.
¿Qué iba a hacer si ella no le escribía más?
Poco a poco Laura iba ocupando en sus pensamientos espacios poco adecuados para una relación inexistente.
Se acostó pensando en la poesía del hombre imaginario de Nicolás Parra. [3]
A las cuatro de la mañana del lunes se despertó agitado, taquicárdico y transpirando. Sin otra razón más que una vaga sensación, creyó recordar que había estado soñando con ella.
Soñando con Laura… con la imaginaria Laura.
Él había estudiado que se soñaba con imágenes ligadas a los sentidos, que los ciegos de nacimiento sueñan con sonidos y todo eso. ¿Qué sueño se puede tener con una idea de alguien?
– ¿Cuánto tiempo más voy a esperar?, -pensó.
Agarró una hoja en blanco y garabateó:
«Veinte veces al día,
7 días por semana,
enciendo el ordenador,
espero los programas de inicio,
abro el administrador de correo,
busco los mensajes,
no está el deseado,
cliqueo para finalizar,
debo esperar
también para salir,
maldición,
apago el ordenador,
me tomo un café,
prendo la tele,
dejo todo
…y comienzo de nuevo.»
Roberto se puso una campera y salió a la calle, sólo por no quedarse en casa.
– No ha sido suficiente.
– Era lógico.
– Ella escribiendo y pensando y el otro idiota que no le contesta.
– Hay que ser estúpido… Una mujer de primera te incluye en su proyecto, se compromete contigo en algo que programaron juntos, la comunicación se corta y tú no das ni noticias. Hay que ser un estúpido, muy estúpido.
– No se puede ser tan gilipollas como para dejar a una mujer esperando una respuesta que nunca le llega… Si no te interesa dile “no estoy interesado” y termina…
– Estos son los tipos que después se quejan de las mujeres que los abandonan…
A medida que caminaba se enojaba más Y más con Fredy. En su lugar, él jamás habría actuado así. Se acordó de la manida frase que solía repetir su madre: “Dios da pan al que no tiene dientes”, y se rió de sí mismo por la vulgaridad de su asociación.
«Quizás la manera de cuidar de mi niño interior sea empezar a pensar como mi madre…», se dijo. Y se volvió a reír, esta vez en voz alta mientras subía por la escalera que llevaba a su apartamento.
A dos metros de la puerta escuchó el timbre del teléfono. “¡Laura!”, gritó e intentó apurarse para llegar al aparato antes de que respondiera el contestador.
Después de un rato, y mientras recogía el contenido de su bolsillo desparramado en el umbral, pudo ordenar lógicamente su pensamiento y saber que su subconsciente le había jugado una broma pesada.
Cuando finalmente encontró las llaves y abrió la puerta, Cristina terminaba de dejar su mensaje…
– Me duele que no me atiendas así que no volveré a llamar. Quizás en otro momento de nuestras vidas podamos hablar. Adiós.
Tuvo por un momento la sensación de que no era la primera vez que escuchaba esas palabras, exactamente las mismas, aunque de otra boca…
Roberto se encogió de hombros en un gesto para sí mismo y pensó que era mejor así, puesto que él no sabría que decirle por ahora. Pensó, además, que no debía distraerse necesitaría toda su energía para soportar el silencio de Laura.
Intentó volver a su idea original de escribirle como “el amigo de Fredy”.
Laura:
Fredy está inquieto porque no tiene noticias suyas. Teme que Usted se haya enojado por algo. Por favor, escríbale unas líneas para que…
¡Absurdo!
Totalmente desesperanzado, una vez más estableció su conexión con Internet.
En la casilla de mensajes desbordaban las reclamaciones cada vez más enérgicas de sus clientes.
Roberto hizo una respiración profunda seguida de un ruidoso suspiro. Era hora de portarse como un adulto si no quería rifar lo ganado con tanto esfuerzo en los últimos años de trabajo. Con ganas o sin ellas debía volver a la oficina, retomar sus responsabilidades laborales y proteger de paso sus pocos ahorros.
Tomó nota cuidadosamente de todos los asuntos que tenía pendientes y de las cinco propuestas de nuevos trabajos que había recibido recientemente. Entonces sintió que todavía estaba a tiempo.
Se tomó una doble dosis de las Flores de Bach que le había recetado su amiga Adriana y se acostó temprano.
Tuvo un sueño maravilloso y hollywoodense. Después de realizar un esfuerzo sobrehumano, él, que era una especie de corredor de maratón, llegaba primero a la meta. Una rubia que lo esperaba llorando emocionada corría en su dirección pañuelo en mano, lo abrazaba y lo besaba incansablemente.
Se despertó haciendo esfuerzos por prolongar el sueño un poco más. Trataba de no abrir los ojos para retener esa imagen que ahora tanto lo confortaba: el triunfo, el reconocimiento, Laura…
Y mientras se lavaba los dientes pensaba: «Voy a tener que trabajar duro. Una mujer valiosa no se conforma con un trabajador mediocre. El sueño es claro: La rubia está al llegar a la meta.»
Abrió los dos grifos y se puso la crema de afeitar. Miró a los ojos al Papá Noel de barba espumosa que le devolvía el espejo y le dijo: «Llegar… ¡Ganador!».
Terminó de afeitarse silbando y, después de dejar una nota a la señora de la limpieza para que pusiera orden en la casa aunque le llevara más tiempo, se fue para la oficina.
Cuando bajó del taxi, el tipo del quiosco de revistas y el encargado del edificio no pudieron evitar a sonrisa ante el asombro de verlo llegar tan temprano. Casi lo mismo le pasaba a Roberto: no podía evitar la sorpresa ante la sonrisa que sentía dibujada en su cara. Gracias a esa sorpresa o a pesar de ella Roberto trabajó mucho y bien ese día y el siguiente, y también el que siguió a aquél.
El viernes, al regresar a su casa, pensó que hacía años que no tenía una semana de trabajo tan productiva. Se merecía la bañera llena de espuma que se preparó y el sushi que pidió a domicilio: Sashimi de salmón, Niguiri de atún California Roll.
El lunes, Roberto abrió su ordenador buscando la confirmación de una compra de materiales que había realizado el miércoles. Se sorprendió al encontrar un mensaje de Carlospol@… que le esperaba con un título diferente, se llamaba Dejar las ilusiones.
Fredy:
Hace falta alejarse de la ilusión para ver al ser que tenemos enfrente.
Hoy hablamos sobre esto en un grupo: el dolor de dejar de lado las ilusiones y aceptar la realidad. Es un momento de crecimiento, cuando dejamos de pelearnos y aceptamos las cosas como son.
Hemos trabajado con un muchacho de treinta años que había roto con una mujer que lo rechazó. Él hablaba del dolor de perder la ilusión que había construido en torno a esta mujer.
Es justo llamarlo “pérdida de la ilusión”, porque cuando este muchacho se dio cuenta de lo que en realidad pasaba con ella, de la manera como lo maltrataba y no le daba lo mínimo que él necesitaba, era obvio que no quería seguir la relación. Pero ella sabía prometerle algo que nunca le daba, y él está pegado a eso.
Su verdadero dolor es aceptar cómo se dejó enngañar y cómo le habría gustado mantener aquella ilusión. Pero la realidad se impuso. Ella es esto que él ve ahora, no la promesa que le vendía.
El momento de dejar las ilusiones es decisivo para la vida de una persona, cuando decimos: «Vamos a disfrutar de lo que hay y dejemos de llorar por lo imposible.»
Es doloroso dejar de lado la pareja ideal, la pasión permanente, pero es la única manera de sostener un vínculo sano. Todos amamos nuestras ilusiones, no es fácil dejarlas. Sin embargo, al final, sea como sea, la realidad siempre se impone. Como solía repetir tu casi tocayo Fritz Perls: “Una rosa es una rosa que es una rosa que es una rosa…
La realidad ES y frente a ella las ilusiones se disipan.
Yo entiendo que tengas poco tiempo, lo que sucede es que me declaro absolutamente incapaz de seguir sola.
Lo siento.
Laura
El mensaje confirmaba lo que Roberto sabía: Las excusas que había mandado en su breve mensaje de la semana anterior no eran suficientes. Laura dejaría de escribir… ¿Serviría de algo un intento más?
Laura,
¡Seguro que puedes escribirlo sola!
Mi colaboración ha sido tan escasa que no cambiará nada si estoy o no estoy. No me gustaría sentirme forzado a escribir cuando no fluye de mí. Me parece que esto no debería frenarte para seguir adelante porque lo que escribes es muy valioso.
Y sobre todo, no dejes de mandarme lo que escribas para que yo pueda seguir aprendiendo de ti.
Un beso,
Fredy
Terminó de enviar el mensaje, bajó el resto de la correspondencia y se fue para la oficina.
Esa misma noche, al encender su ordenador, encontró la respuesta de Laura.
Fredy
Recibí tu último mensaje y lo tomo como lo que es: un enorme halago.
Y sin embargo… por alguna razón que ignoro sentí al leerlo como si algo hubiera cambiado en ti. Tal vez ya no estés interesado en el libro, tal vez no tengas la energía puesta en este proyecto, tal vez simplemente ha dejado de interesarte escribir conmigo…
Acepto el cumplido pero no quiero escribir sin ti y aunque quisiera se me hace muy difícil seguir adelante sin contar con tus palabras, que valoro y necesito.
No te fuerzo, sólo renuncio a empujar de este carro alentada por la fantasía de que estamos escribiendo los dos y esperando tus opiniones que nunca llegan, así como renuncio también a llevar adelante sola este proyecto que alguna vez soñamos juntos.
No dejes que esto te inquiete. Será o no cuando llegue el momento.
Otro beso.
Laura
¡Todo estaba perdido! Aunque supiera que en el fondo ella no podía darse cuenta de su identidad, Roberto se sintió descubierto y se sobresaltó. La frase era realmente inquietante y parecía acabar con el juego: “Sentí al leerlo como si algo hubiera cambiado en ti”.
¿Y si su estilo era muy diferente al de Fredy? Quizás él ni siquiera la tuteaba… Quizás las excusas simplemente no entraban en su manera de ser. ¿Cómo saberlo? ¿Y ahora?
Roberto se puso de pie y empezó a recorrer el apartamento. No podía, no quería, no debía renunciar. Si bien seguir insistiendo podía producir el efecto contrario al deseado, tarde o temprano Laura descubriría el engaño y, por supuesto, allí llegarían al final del camino.
Trató de serenarse. ¿Qué contestaría un hombre como aquél en una situación así? Era imposible predecir la conducta de un desconocido. De hecho, se dijo, era imposible predecir con exactitud la reacción de nadie.
¡Esa era la respuesta! Tenía que responder con su opinión. Eso era lo que Laura le estaba pidiendo a Fredy.
Se sentó frente al teclado con un café y empezó a contestar el mensaje.
Laura:
También a mí me dio la sensación de que algo había cambiado en ti. Pero, a diferencia de ti, yo no creo que esto cambie nuestro proyecto. Después de todo, ¿no somos nosotros los que sostenemos que las respuestas predecibles ensombrecen el futuro del vínculo? ¿No decimos siempre que lo cambiante del otro es justamente lo que hace que cada encuentro pueda ser maravilloso? ¿No crees que, entre nosotros dos, lo impredecible de nuestra manera de actuar es lo que hace de esta relación un hecho mágico? Mágico, sí, ¡Mágico!
Me parece que no estoy del todo de acuerdo con eso que dices sobre “dejar las ilusiones”. Y lo asocio con la magia porque creo, como dice mi amigo Norbi, que la magia existe. Existe de verdad cada vez que una ilusión se transforma tangiblemente (y con nuestra colaboración) en realidad.
Creo que estarás de acuerdo en que nos sucede lo mismo que a cualquier pareja: necesitamos de un poco de la magia que solamente nos llegará si somos capaces de sorprendernos al encontrarnos hoy en un lugar diferente del que nos solíamos cruzar hasta ayer, una sorpresa sin miedos, una sorpresa sin parálisis, una sorpresa que despierte más la frescura de la curiosidad que la inseguridad de lo desconocido. Y creo que estarás de acuerdo si digo que sólo en la medida en que aceptemos la realidad como es seremos capaces de cambiarla. Volveremos posible nuestra fantasía y, por supuesto, sólo así podremos disfrutar de ese sueño compartido, sea ese sueño una familia, un viaje, una pareja o escribir un libro.
En todo caso, como decía Ambrose Bierce: “Si quieres que tus sueños se hagan realidad… despierta.”
Te mando mil besos,
Fredy
La respuesta de Laura le traería la alegría de haber transformado él también una fantasía en realidad: La fantasía de que Laura siguiera escribiendo.
Querido Fredy:
¡Me sorprendes! ¡Siempre me sorprendes! ¿Serás el mismo Fredy que yo conocí? Y más aún: ¿Seré yo la misma Laura con la que una vez decidiste escribir un libro? Seguramente no.
Y sin embargo cuando la magia se hace presente, el encuentro sucede. O al revés, cuando el encuentro sucede la magia se hace presente… Me encanta la magia. La magia del encuentro. ¡Qué increíble!
Me siento delante del ordenador y leer tus comentarios me ayuda a sentirme mejor, poder seguir con el proyecto y no tener que deshacerme de mi sueño provoca el abracadabra de mis ganas de volver a escribir.
Me gusta la palabra “magia”, es mágica. Desde que llegué al consultorio esperaba tener una hora libre, necesitaba volver a escribir.
Hay algo que dices que me parece muy cierto: lo que nos pasa es mágico. Yo siento que la energía que me impulsa a escribir me sale de las tripas, no hay mejor ejemplo. Siempre he pensado que aunque las letras sea iguales, su sentido es distinto si a uno le salen del alma.
Pongamos un poco de orden en nuestras ideas: No sólo no hay parejas sin conflictos, sino que son los conflictos quienes hacen atractivo estar con otro, y más que los conflictos, las diferencias (que son justamente las que generan el conflicto).
A veces me enfado por lo condescendiente que es Carlos con todo el mundo, pero también pienso que si no fuera así conmigo las cosas no habrían funcionado. Él es así conmigo y con todos, sería absurdo pedirle que sea así conmigo y no con los demás, porque es su modo de ser.
Creo que es posible aprender de las dificultades. Es una manera de estar en el mundo, observar qué ocurre y ver cómo atravieso la situación. Digo que es una manera de estar en el mundo porque es muy diferente tener un plan prefijado que dejar que la vida fluya. La vida no consiste en cumplir determinadas metas prefijadas porque sería muy aburrida. Es diferente si nos planteamos a ver qué ocurre y decidir cómo movernos a medida que vayan sucediendo las cosas.
Muchas angustias y depresiones, se generan debido a que tenemos una idea prefijada de a dónde queremos ir, y cuando mi plan no se cumple nos frustramos. Cuando no actúas de acuerdo con mis expectativas, no te quiero. Y no es así. La vida es más vivible si nos ponemos en la actitud del surfista: son las olas las que marcan el camino, no mi idea de adonde tengo que llegar. Es mejor descubrir el camino según las piedras que nos vayamos encontrando.
Qué relajante es llegar al punto de poder decir: esto es lo que puedo hacer, esto es lo bueno para mí. No hay un modelo de vida: lo que a mí me encanta a ti no te gusta, y todo está bien, ¿por qué tengo que convencerte de que mirar el río es más divertido que entrar en Internet? Tú quédate con el ordenador y yo me voy a patinar al río, nos vemos luego.
Tardé años en aceptar que Carlos no disfrutara el río como yo lo hago. La mayoría de la gente se pelea porque quiere convencer al otro de que su postura es la correcta. Entonces partamos de la base de que no hay una postura correcta.
Creo que la gente necesita ser convalidada por el otro para afírmarse en lo que piensa o siente. Sería genial poder decir: “esto para mí es bueno, aunque a todo el mundo le guste otra cosa”, y poder respetarlo. No necesitar la autorización del otro sino aceptar la diferencia.
No hay una manera de vivir, cada uno se monta su circo como puede. Cada pareja tiene que armar su propio circo.
Y la vida va fluyendo cuando uno se abre así. Es maravilloso todo lo que pasa cuando nos lanzamos a la aventura de vivir, el camino del héroe. Los conflictos se convierten en algo interesante, en una aventura hacia el descubrimiento de uno mismo.
¿No te parece aburrido saber todo lo que quieres que te pase? Es igual que estar solo, no tiene magia.
Como dice mi amigo Luis Halfen: “Podemos vivir la vida como si fuéramos un conductor de metro, sabiendo exactamente a dónde vamos y cómo es la ruta, o como un surfista: siguiendo la ola. Te propongo que sigamos las olas. Nos vamos a divertir, y de eso se trata también.
¿Lo ves? Tus e-mails me inspiran para seguir escribiendo.
Besos.
Laura
Roberto terminó de leer y sintió la misma urgencia que Laura decía que la empujaba a escribir.
Lncreiblemente, sin pensar si era él o Fredy el que escribía, mecanografió de un tirón este mensaje y lo envió:
Hola Laura
Recibí tu e-mail.
¡Cómo me ha gustado esa imagen del surfista y del conductor de metro!
Me parece una idea poderosa. De hecho la vida es un delicado equilibrio impredecible. No sólo hay que dejarse llevar por la ola, sino que también es cierto que no todas las olas sirven para surfear. La metáfora se ajusta a todo lo que pensamos: Para hacer surf tienes que estar dispuesto a encontrarte con cosas que no puedes prever (nadie sabe cómo vendrá la ola). Todo es una mezcla de arte y entrenamiento. Nadie nace sabiendo hacerlo y, además, es imprescindible estar dispuesto a correr el riesgo de darse algún que otro chapuzón y de algunas caídas que nos dejarán llenos de moratones y de experiencias para enfrentarnos la próxima ola.
Es verdad, no basta con los sueños, no basta con la fantasía, no basta con las ilusiones, no basta con el deseo y con los proyectos… Y sin embargo, sin ellos no hay camino.
Te mando algunas ideas sobre las que he estado trabajando.
Yo creo que todas nuestras acciones coherentes empiezan en un sueño, eso que vulgarmente llamamos fantasía, y que se expresa diciendo:
Qué hermoso sería…
Qué increíble debe ser…
Sería maravilloso…
Si nos adueñamos de esa fantasía y nos la probamos como si fuera una camisa, entonces la fantasía se transforma en una ilusión:
Cómo me gustaría…
Me encantaría que…
Sería genial que yo pudiera, algún día…
Si dejo que esa ilusión anide en mí, si la riego y la dejo crecer, un día la ilusión se vuelve deseo:
Quisiera estar en…
Lo que más deseo es…
Verdaderamente quiero…
Llegado este punto, quizás suceda que sea capaz de imaginarme a mí mismo llevando a cabo ese deseo, haciéndolo realidad. En ese momento el deseo se vuelve proyecto:
Voy a hacerlo…
En algún momento…
Pronto yo…
De aquí en adelante sólo me falta elaborar mi plan, la táctica o la estrategia que me permitirán ser un fantástico mago que materialice la realización de mi sueño.
Fíjate que hasta aquí no he movido un dedo, todas mis acciones son internas y, sin embargo, cuántas cosas han pasado en mi interior desde que sólo fantaseaba.
Me dirás que con eso no basta. Es verdad, muchas veces no es suficiente. Hace falta llevar a cabo lo planificado y corregir los errores.
Hace falta ponerse el traje de baño, tomar la tabla de nuestros proyectos, lanzarse a la vida y esperar atentamente la ola de la realidad para subirse a ella y surfear hasta la mágica playa de la satisfacción.
Besos
Fredy
Roberto releyó lo escrito. Se sentía pleno. Aunque todo aquello no fuera más que un juego efímero, este juego lo había estimulado a estudiar, leer y pensar como pocas veces antes lo había hecho. Hasta aquel momento no sabía que guardaba dentro de sí esta capacidad de poner por escrito sus pensamientos.
Si el amor estaba conectado con los aspectos más sabios e iluminados de cada uno, Roberto debía estar indudablemente enamorado.