LIBRO SEGUNDO trebor@

Capítulo 7

Roberto se levanto satisfecho, sentía la convicción de que, por el momento, había conseguido darle la vuelta a la decisión de Laura. Le gustaba pensar que estaba salvando un libro para el futuro, aunque eso significara ayudar a Fredy, ese estúpido que sin saberlo le debía la continuidad de su participación en ese trabajo.

En la oficina todo iba sobre ruedas. Esa mañana terminó de diagramar la publicidad institucional para una empresa de administración de fondos de pensiones. Inundado su pensamiento por los mails de ida y de vuelta del día anterior, planteó la campaña sobre la idea de aceptar el paso del tiempo. Basó la propuesta en abandonar la ilusión de la juventud eterna y en volver realidad el sueño de una vejez protegida y segura.

A última hora de la tarde, de regreso a su casa, todavía resonaban en sus oídos los espontáneos aplausos y felicitaciones que había recibido en la reunión con la dirección, donde expuso el anteproyecto publicitario.

Algo más para agradecerle a Laura, pensó.

Llegó apurado para releer los mensajes. Tenía la sensación de haberlos pasado demasiado rápido.

Roberto siempre había odiado esas promociones para turistas que ofrecían visitar doce ciudades en diez días. Desde su primer viaje, él siempre sentía ganas de quedarse por un tiempo en el lugar donde aterrizaba, necesitaba “volver a pasar” por un lugar para poder registrarlo en su retina, en su oído, en sus pies, en su mente. La misma sensación tenía con las palabras de Laura; no le alcanzaba con leer una vez sus mensajes, necesitaba volver y extraer de allí lo que le parecía más importante o más impactante, o simplemente lo que le llegaba más.


Salirse de la ilusión para ver al ser que tenemos enfrente.

Duele dejar de lado las ilusiones y aceptar la realidad.

La realidad ES y frente a ella las ilusiones se disipan.

Renuncio a llevar adelante sola un proyecto que soñamos juntos.

Será o no cuando llegue el momento.

Es posible aprender de las dificultades.

La vida no es cumplir determinadas metas prefijadas, sería muy aburrido.

Partamos de la base de que no hay una postura correcta.


Se quedó pensando en dos metáforas que le encantaron: la de vivir como un surfista o como un conductor de metro, y la de que cada uno monta su circo como puede. Luego se detuvo en el pequeño relato de consultorio.


Trabajamos con un muchacho de 30 años que había roto con una mujer que le rechazó. Hablaba del dolor de perder la ilusión que había construido con aquella mujer.


Desde muchos lugares de su interior se sentía identificado con este paciente del grupo. También él rompía sus relaciones cada vez que sentía que su pareja lo rechazaba, también él había sentido cientos de veces el dolor de perder las ilusiones depositadas en un vínculo.

Pero había algo en la última frase que no le cuadraba del todo…


El verdadero dolor de él es aceptar cómo se dejó engañar.


¿Era ése el verdadero dolor en los vínculos, aceptar la realidad de que nos dejamos engañar?

¿Él se había dejado engañar? ¿Existe esa posibilidad: “dejarse” engañar? En todo caso ¿cuál era el engaño de las mujeres con las que había intimado? ¿Que no fueran como él las había imaginado, deseado, soñado o necesitado?

Como Laura decía: “una vez que pasa el enamoramiento no hay más remedio que enfrentarse con la realidad del ser del otro”.

Era duro. Tenía que pensar en esto. Amor, vinculo, ilusión, decepción, engaño…


Y por fin se detuvo en aquella frase:


“…se me hace muy difícil seguir adelante sin contar con tus palabras.”


Era evidente que Laura no se conformaría con seguir escribiendo sola, ella reclamaba con todo derecho la colaboración de Fredy.

Sobre psicología de parejas Roberto no sabía más que el producto de su muchas veces dolorosa experiencia y de su tiempo de terapia. Recordaba además algunos conceptos sobre psicología de la conducta dados en las materias de su carrera de marketing y otras tantas nociones que le habían quedado a partir de lecturas que hizo empujado tan solo por la curiosidad. Se dio cuenta de que tales conocimientos no iban a ser suficientes para tener conversaciones electrónicas con Laura sobre el tema de parejas.


Miró la hora, faltaban quince minutos para las ocho. Si se daba prisa llegaría a la librería grande del centro antes de que cerraran.

Dio una mirada a los mails anteriores buscando algunos nombres de autores y apuntó tres en una hoja:


WELWOOD

BRADSHAW

PERLS


A las diez estaba de vuelta en casa; traía en una bolsa una decena de libros:

EL VIAJE DEL CORAZÓN, el único que había podido conseguir de Welwood.

NUESTRO NIÑO INTERIOR, de John Bradshaw.

DENTRO Y FUERA DEL TARRO DE LA BASURA, de Eritz PerIs.

HACER EL AMOR, de Eric Berne.

PALABRAS A MI PAREJA, de Hugh Prater

EL AMOR INTELIGENTE, de Enrique Rojas.

SONIA, TE ENVIO MIS CUADERNOS CAFÉ, de Adriana Schnake

TE QUIERO, PERO… de Mauricio Abadi.

VIVIR, AMAR Y APRENDER, de Leo Buscaglia.

EL AMOR A LOS 40, de Sergio Sinay [4].


Tiró el abrigo sobre el sillón y se sentó en la mesa para examinar su compra. Había estado bastante comedido, diez libros era una cantidad razonable dados sus antecedentes.

Desde la época en que se fascinaba leyendo filosofía política no había vuelto a tener uno de estos ataques de comprador compulsivo de libros. Sin embargo, en la librería había sentido aquella sensación que durante siete años lo invadió en cada librería que entraba: el interés, la curiosidad insaciable, la fascinación frente a cada libro. Éste por el título, este otro por la tapa, aquél por el autor y éste más aquí porque al hojearlo parecía interesante.

Mientras los miraba apilados en la mesa, virgenes de lectura, tenía la sensación de ser un pirata de cuentos contemplando embelesado el tesoro desenterrado.

Antes de abrir el libro de Welwood, se tomó todavía unos minutos para honrar el momento. Luego respiró profundo y leyó:


Nunca como ahora las relaciones íntimas nos habían llamado a enfrentarnos a nosotros mismos y a los demás con tanta sinceridad y conciencia. Hoy mantener una conexión viva con una pareja íntima nos pone frente al desafío de liberarnos de viejos hábitos y puntos débiles, y desarrollar todo nuestro poder; sensibilidad y profundidad como seres humanos.

En el pasado, quien deseaba explorar los misterios más profundos de la vida se recluía en un monasterio o llevaba una vida ermitaña; en la actualidad, las relaciones intimas se han convertido, para muchos de nosotros, en la nueva tierra indómita que nos coloca cara a cara con todos nuestros dioses y demonios.

Como ya no podemos contar con las relaciones personales como fuentes predecibles de comodidad y seguridad, ellas nos sitúan ante una nueva encrucijada, en la que debemos hacer una elección crucial.

Podemos luchar para aferrarnos a fantasías y fórmulas viejas y obsoletas, aunque no se correspondan con la realidad ni nos conduzcan a ningún lugar; o por el contrario, podernos aprender a tornar las dificultades en nuestras relaciones como oportunidades para despertar y sacar a la luz nuestras mejores cualidades humanas: el darse cuenta, la compasión, el humor; la sabiduría y la valerosa dedicación a la verdad. Si elegimos esto último, la relación se convierte en un camino capaz de profundizar nuestra conexión con nosotros mismos y con las personas que amamos, y de expandir nuestro sentido de lo que somos.


Fantástico!

Abrió en otro lugar al azar, era la página 132.


Todos los que emprendemos este viaje tenemos que aprender algo nuevo: cómo permitir que el compromiso evolucione de modo natural, con muchos vaivenes, avances y retrocesos.

Por tanto, la incertidumbre con respecto a nuestra capacidad de enfrentar todos los desafíos que se presenten no es un problema, es parte del camino mismo.

En este aspecto, me alentaron las palabras de Chogyam Trungpa, un maestro tibetano al que una vez le preguntaron cómo había logrado escapar de la invasión china arrastrándose por las nieves del Himalaya, con escasa preparación y provisiones, sin certeza sobre la ruta ni sobre el resultado de su huída. Su respuesta fue breve: “Puse un pie después del otro”.


El libro prometía ser revelador.

Con la mitad de su atención en lo que hacía y la otra mitad en la lectura, puso en el microondas unas porciones de pizza que sacó del frigorífico, abrió una lata de cerveza, fue hasta el escritorio y sacó un block blanco rayado del último cajón y un lapiz 2B, que guardaba en el cajón del medio para tomar apuntes rápidos.

A medida que leía se complacía de lo que le estaba pasando. Hacía mucho que no se interesaba tanto en una lectura.

¿Era el tema? ¿Lo interesante del libro? ¿Lo sorpresivo de la situación? ¿Sus fantasías con Laura? ¿Una combinación de todo eso?…

No pudo parar de leer El viaje del corazón hasta el final, cuando Welwood termina diciendo:


Cuanto más profundo sea el amor que une a dos personas, mayor será su interés por el mundo que habitan. Sentirán su conexión con la tierra y estarán dedicados a cuidar del planeta y de todos los seres sensibles que requieran de su ayuda.


Alguna vez, había coqueteado con la idea de estudiar psicología. Desde otro lugar aparecia nuevamente la fantasía, pero ahora cargada por Welwood del deseo de ser útil a otros, un sentimiento que Roberto no pudo evitar registrar rápidamente como extraño en él.


La semana fue literaria. A Welwood lo siguió Berne y luego Peris y Buscaglia. Después Schnake (sorprendente), Abadi y Pratter (de quienes ya había leído algo hacia algunos anos). Siguieron Sinay y luego Rojas (lejos, el que menos lo conquistó). Y por último Bradshaw, al que había ido postergando intuitivamente. Le costó leerlo (iera autoayuda tan “a la americana”!) pero lo que Bradshaw mostraba era tan irresistible que Roberto decidió acompañarlo en su desarrollo.

Cuando llegó a la propuesta del autor de escribir un cuento que reflejara como un mito su historia infantil, se sentó delante del ordenador y de un tirón escribió:


Habia una vez en un reino muy lejano un pequeño príncipe que se amaba Egroj.

El príncipe había sido concebido en un momento muy dificil de la vida de sus padres. Apenas nació el primogénito el rey debió salir a la batalla para defender el bienestar del pueblo amenazado por los reinos enemigos y por años todo lo que el príncipe supo de él eran algunos breves mensajes que los correos traían o que su madre le transmitía.

Por supuesto, como el rey no estaba, la reina tenía que hacerse cargo de los asuntos de gobierno y tampoco tenía tiempo para jugar con el príncipe.

A pesar de que Egroj tenía los juguetes más caros y sofisticados, sufría porque no tenía con quién compartir sus juegos.

El príncipe creció así, solitario y silencioso. Pasaba gran parte de su día mirando por la ventana. Centrada siempre su mirada en el punto donde el camino al palacio desparecía detrás de la arboleda. lmaginaba que veía salir de entre los árboles las banderas y estandartes reales. El pueblo entusiasmado salía al encuentro del ejército real y festejaba el regreso triunfal de sus hijos más queridos.

Se imaginada a si mismo saludando al rey desde su ventana y aplaudiendo con fervor el fin de la guerra, un hecho que le devolvería un padre y una madre.

Todas las tardes, cuando al sol caia, Egroj arrastraba por sus mejillas algunas lágrimas que llevaba hasta su lecho y secaba cada noche con su almonada.


Y al final, cuando Bradshaw propone ponerle un final al mito, Roberto agregó:


El tiempo pasó hasta que un día la reina abdicó. El príncipe no tuvo más remedio que sentarse en el trono de su padre y reinar.

Gobernó con justicia y bondad durante el resto de su vida.

Nunca abandonó su hábito de mirar por la ventaia hacia la arboleda. Su reinado fue recordado por la obsesión manifiesta del rey en construir constantemente más y más puentes y caminos.


Eso era lo que siempre había hecho: intentar construir más y más caminos, más y más puentes, más y más rutas para que el afecto incondicional que buscaba llegara por fin a su corazón. Él tampoco había perdido nunca el hábito de mirar esperanzadamente al horizonte, por si acaso.

De algún modo, la relación con Laura era un nuevo puente. Esta vez, un puente sobre la realidad, un puente cibernético, un puente virtual, un puente a Laura.

Se dio cuenta de que durante toda la semana, entre trabajo y lectura, no había tenido un minuto para leer los mensajes. Guardó el cuento como “Egroj” y abrió una página nueva en el procesador de texto.


Querida Laura:

Motivado por ti he estado leyendo otra vez a Bradshaw, y animado por sus propuestas le pedí a un paciente mío que hiciera el trabajo de transformar en un mito la historia de su infancia. El resultado de ese trabajo es este texto que me trajo y que ahora te mando. Después cuéntame qué te ha parecido.

Besos

Fredy


Ahora si abrió el administrador de su casilla de correo. Cortó el mensaje en el procesador y lo pegó en la ventana que se había abierto al pulsar Redactar nuevo mensaje. Después apretó el botón Insertar y seleccionó Archivo. Buscó el “Egroj” e incluyó el texto con Adjuntar. Inmediatamente apretó Enviar y Recibir y la pantalla tintineó mientras le avisaba que estaba enviando el mensaje. Cuando la operación finalizó, el ordenador desplegó un aviso.


“Hola rofrago, tiene cuatro (4) mensajes nuevos”.


Buscó el de Laura con el puntero e hizo doble clic sobre “Aceptar las necesidades”.


Fredy:

El desencuentro entre nosotros me ha hecho pensar. Me cuesta tanto a veces darme cuenta de lo que verdaderamente necesito…

Y lo peor es que la experiencia me confirma una y otra vez que cuando consigo contactarme conmigo misma y transformo una necesidad en una acción, búsqueda, petición o lo que sea, el resultado suele ser satisfactorio.

Y entonces ¿para qué? ¿Qué sentido tiene este odioso juego del escondite?


Quizás deberíamos dedicar un tramo del libro a explicar cómo se genera esta falta de contacto con las propias necesidades.

Me gusta la explicación que usaste en ese caso que mostraste en Cleveland: Si de chicos nos damos cuenta de que a nuestros padres no les gusta que pidamos más afecto, más contención o más presencia, probablemente aprendamos a esconder nuestras necesidades. Esto no es un cargo a los padres, quizás ellos no tengan cómo darnos lo que necesitamos, simplemente porque no lo tienen ni para ellos mismos.

Pero de todas maneras seguramente allí comenzaremos a tratar de no sentir nuestras necesidades como estrategia para aliviar el dolor de la frustración.

Practicaremos durante años ese plan de supervivencia: intentar no registrar nuestras necesidades. Y quizás un día hasta nos identifiquemos con esta manera de ser.

Entonces ya no es una estrategia, pasa a ser nuestra personalidad: Yo no necesito nada, yo me arreglo solo. Nos quedaremos fijados en este planteamiento y olvidaremos lo que realmente somos, lo que nos genera verdadera alegría, paz, gozo.

En ese momento seguramente aparezca aquello que Erich Fromm dice en su libro “Tener o Ser”:

Creer que un nuevo coche, una casa más cara, el último desodorante o una cuenta con suficiente dinero nos va a hacer felices.

La sociedad de consumo ayuda a vendernos la idea de que tener es la puerta; comprar, gastar y cambiar son las llaves. Cuando estos conceptos estén configurados en nuestro sistema de creencias sera facil manipular nuestra conducta con ellos. Por supuesto que ni bien obtenemos lo deseado nos damos cuenta de que no era suficiente con tener “eso”, pero rápidamente la publicidad nos sugiere otra cosa para que sigamos intentándolo por el camino equivocado.

Debería llegar el día en el que podamos parar y comprender que no es por allí. Es el momento de buscar adentro, de volver a escucharnos. Pero no es tan fácil.

Hemos olvidado cómo hacerlo y muchas veces tendremos que pedir que alguien nos ayude a volver a saber quiénes somos, que nos incite a recuperar la sabiduría que teníamos de niños cuando podíamos reír y jugar sin interrumpirnos.

Yo creo que ésa debe ser, en el fondo, nuestra verdadera propuesta un estímulo para que todos trabajen en el desafío de recuperarse a si mismos. Un camino para permitir que el ser se manifieste y encuentre en la relación con otro el lugar para expresarse.

Aprender al lado del amado a escucharnos, a tenernos en cuenta, a mirarnos como nuestros padres no supieron hacerlo.

Por supuesto que es muy doloroso necesitar y no obtener lo que se necesita, y éste es el principal problema.

Nadie quiere sentir el dolor de necesitar algo y no tenerlo. Pero ese dolor es la única salida para poder encontrar mis verdaderas necesidades, y sólo si las encuentro podré después (¡después!) satisfacerlas. Porque si nos resistimos a sentirnos vulnerables, cada vez nos endurecemos más y nos alejamos de la posibilidad de dejarnos sentir lo que necesitamos.

Y encima por este camino cerramos también nuestra capacidad de recibir.


Hay que tener en cuenta que probablemente esta estrategia de no sentir nos haya servido durante la infancia. Quizás haya sido más que inteligente no sentir una necesidad que en realidad no podíamos satisfacer.

Pero como adultos podemos darnos nosotros mismos lo que necesitamos, o buscar a las personas adecuadas a quienes pedírselo. Ya no dependemos de nuestros padres.

Me encantó la frase con la que terminaste alguna vez uno de tus mails: «Somos vulnerables pero no frágiles. Somos muchos los que no nos damos cuenta de esto.»

No hay intimidad con estrategias, con ellas no vamos a sentir. Cumpliremos con nuestras metas, o sentiremos el placer de dominar al otro, o de conquistarlo, o lograremos que otro nos mire; pero eso no tiene nada que ver con el verdadero encuentro, con la intimidad, con el amor.

La idea es darnos en nuestra relación el espacio para el dolor y la confusión que aparecen cuando desarmamos nuestra estrategia antifrustración. Éste es el camino a casa. El camino del encuentro con otro ser humano. El camino del amor.


¿Estarás de acuerdo?

Laura


¿Cómo no estar de acuerdo?

Laura hablaba con su lenguaje, con sus ideas, casi casi con sus sentimientos. Ella ponía en palabras lo que a él le habría gustado aprender a decir.

Él sabía cuáles eran sus necesidades. Necesitaba encontrar una persona que fuera capaz de construir con él el camino de regreso a casa.

¿No era increíble que ella le estuviera mandando un mensaje que terminaba con esa propuesta, cuando él acababa de mandarle un cuento de un príncipe que construía caminos para ver llegar por ellos a los que amaba?

CAPÍTULO 8

Al releer aquellos primeros mensajes recibidos meses atrás, volvió a sentir bronca por no haber guardado también los anteriores cuando llegaron a su casillero. Allí debía estar la información que necesitaba para saber cómo se había generado la idea de escribirse y poder seguir con el juego de ser Fredy con menos riesgos.

Pensó que podría pedirle a Laura copia de todo eso. Al parecer, Fredy era bastante despistado, y le cabría perfectamente la posibilidad de haber extraviado los mails anteriores. Era más que razonable entonces pedírselos a Laura, que con toda seguridad los tendría archivados.


Lauri:

Respecto del mail que me mandaste ¿quién podría no estar de acuerdo?

Me encanta la descripción que quedó de la conducta defensiva neurótica, escondiendo necesidades y emociones.

La leía y pensaba que si yo jamás hubiera sabido nada de parejas ni de terapias, de todas maneras disfrutaría de esta claridad de ideas.

De hecho estuve revisando los mails para regodearme con lo que ya llevamos armado, y me dio una bronca bárbara encontrarme con que por accidente parece que se me perdieron los primeros correos que intercambiamos.

¿Podrías mandarme copia de aquellos mails de entonces? Me encantaría tenerlos a mano (prometo no perderlos otra vez).

De paso te consulto esto:

Tengo una carta de una colega de España, dice que nos escuchó en Cleveland y me escribe porque quiere que le recomiende bibliografía sobre parejas. Dice haber leído El viaje del Corazón de Welwood y todo lo editado en castellano e inglés de Perls y de Bradshaw. ¿Qué otros libros le recomendarías?

Me sigue pareciendo que nuestro libro va a ser fantástico.

Contéstame pronto.

Te mando un beso grande.

Fred


PD: ¿Qué te pareció el trabajo del mito infantil de mi paciente?


Roberto siguió leyendo los libros y relacionando lo que aprendía con los mails anteriores. No tuvo respuesta durante toda la semana, pero extrañamente no se inquietó.

El domingo por la tarde le llegó un larguísimo mensaje de 140 KB que se llamaba “Historia antigua”.


Fredy:

Con la excusa de mandarte copia de nuestra primera comunicación, aproveché para volver a leer lo que nos escribíamos hace catorce meses. (¿Te diste cuenta de que ya pasó más de un año?)

¡Disfruté tanto! A ratos todo era tan ingenuo que me costaba creer que éramos tú y yo los que nos escribíamos. De hecho, todavía me llamabas Licenciada Laura Jorsyl.


El primero me lo mandaste desde el avión que te traía a Buenos Aires apenas nos separamos en EE.UU. Tú volvías en el mismo vuelo con nuestro amigo Eduardo y yo viajaba a NY, ¿te acuerdas?


Licenciada Laura Jorsyl:

¡Qué bueno que fue el encuentro en el congreso! La idea de seguir trabajando y escribiendo juntos me dejó sin poder conciliar el sueño hasta las 3 de la mañana.

Tú sabes, o yo espero que lo sepas, cuánto valoro tu trabajo y tus conocimientos.

Cuando me dijiste que tú también venías pensando en escribir un libro de parejas sentí que se me erizaban los pelos de la nuca. Escribo esto y no puedo dejar de pensar en que, de alguna manera, nuestra relación reproduce la historia y las dificultades de cualquier pareja.

Quizás constituir una pareja terapeutica no es más que un matiz de lo que significa constituir, o como lo dijimos en el trabajo, construir, cualquier pareja. Al principio algo de todo aquello que tenemos en común me atrae y me deleito pensando en compartir lo que ambos tenemos. Sin embargo, como los dos sabemos, pronto aparecerán las diferencias.

En las parejas esto transforma aquella sintonía en atracción enamoradiza o en repulsión. ¿Cómo será entre nosotros? ¿Qué pasará cuando nuestras diferencias comiencen a aparecer? ¿Seremos capaces de transformar estas diferencias en el pasaporte que abra la puerta de tu crecimiento y del mío?

No lo sé. Por ahora, Laura, me atrae tanto la idea de trabajar y de escribir juntos, que me propongo quedarme enamorado de la idea, enamorado del proyecto, enamorado de la fantasía sobre lo que todo este encuentro puede potenciar en mi propia vida personal y profesional.

El avión está a punto de despegar y acaba de decir el comandante que los aparatos electrónicos deben ser apagados antes de despegar.

Te mando besos y mi enorme gratitud por haberme invitado a presentar con vos en Cleveland.

Fredy


Te contesté apenas recibí tu mensaje.


Querido Fredy:

¡Me siento tan llena de todo lo que pasó en el congreso!

Me encantó que vinieras.

La presentación de nuestro trabajo fue como una danza, salías tú a responder o salía yo sin haberlo planeado, la cosa fluía más allá de una decisión consciente.

A veces me asusta que seamos tan diferentes, pero cuando nos ponemos a trabajar nos armonizamos increiblemente.

Yo estoy entusiasmadísima con el proyecto del libro.

Lo siento como una gran aventura que puede transformarnos a ambos y quizás también a nuestros lectores.

Yo también me apasiono con la idea, imaginate que estoy acá en Nueva York y me dieron más ganas de quedarme en el hotel a contestar tu mail que de salir a pasear.

Tengo una habitación con una vista al Hudson espectacular, me podría quedar todo el día en silencio, escribiendo y mirando el agua. Cuando dices que estás enamorado de la idea, siento que se me abre el pecho y me lleno de entusiasmo. Es verdad lo que me dijiste alguna vez, que las palabras son transformadoras. Lo siento leyendo tu mail, y por eso quería escribirte ahora para decirte lo que estoy sintiendo.

Sabemos que el enamoramiento dura poco, como les decimos habitualmente a las parejas que tratamos, después van a venir las dificultades, pero estoy dispuesta a atravesarlas. Cada vez que nos enrollamos, encontramos la manera de salir, quizás eso deberíamos contarles a nuestros lectores.

Nos pasan las mismas cosas que ocurren en las parejas.

Y es muy doloroso cuando no podemos entendernos, pero después de transitarlo, la relación es más sólida y los dos crecemos.

Ya me engancho en los problemas, pero así funcionamos siempre, tú pones la parte más simpática y atractiva y yo me voy a lo difícil, al conflicto. Pero está bien, es la manera como nos complementamos.

Siempre es igual, por eso me encanta que hagamos cosas juntos, tú dices las mismas cosas de una manera divertida y la gente lo entiende mejor.

Pero me parece importante hablar de cómo a veces nos potenciamos negativamente y podemos salir. Sobre todo ahora que estamos en un buen momento.

Mi lado neurótico en el asunto es que quiero todo ya, me pongo ansiosa y te persigo, tú entonces tomás distancia y eso me pone peor, más quiero y tú más distancia pones.

Cuando me doy cuenta y me aparto de ti, tú buscás el contacto, yo me aflojo, y entonces tú te acercas más y yo me ablando aún más y todo fluye de nuevo.

Volviendo al congreso, no me imaginé que nos darían tanto apoyo. Cuando te pidieron que cerraras el congreso con el relato que habías hecho en nuestra presentación, no lo podía creer. Y cuando te vi allí parado frente a las quinientas personas de todo el mundo aplaudiéndote emocionadas después de contar tu cuento en inglés, me corrió frío por la espalda. Este tipo no puede ser, pensé…

Besos.

Laura


El siguiente me llegó poco antes de volver a la Argentina. ¡Qué envidia Jorsyl! Yo ya estoy en Buenos Aires y hace un frío de junio, me encantaría haberme quedado unos días más descansando en EE.UU., pero bueno, ya sabes, los pacientes esperan. El martes apenas llegué, Joaquín, mi primer paciente, me reprochó haberme ido por una semana en esta época del año… Él también me envidiaba. Nunca hablamos de esto, ¿no creés que la envidia también genera roces en la pareja? Pensaba escribirte “…en algún momento te contaré”, pero qué mejor momento para las cosas que el momento en el que suceden. Para mí no existe esa pavada de la envidia “sana” y la envidia “mala”. Así te envidio: me encantaría estar yo también en Nueva York y me encantaría además que tú pudieras quedarte todo el tiempo que tuvieras ganas. Disfruta mucho, no te cuides. No te olvides que somos vulnerables pero no necesariamente frágiles. Besos, Fredy Te contesté enseguida. Querido Fredy: Estoy en el aeropuerto a punto de tomar el avión para Buenos Aires. Estoy con ganas de volver. Me hizo muy bien este viaje, yo necesito cada tanto retirarme de mi vida, de mi familia, de mis pacientes y vuelvo con muchas ganas. Estaba pensando en este concepto de los diferentes momentos del contacto que planteaban Bob y Rita Resnick. Lo importante que es respetarnos esta necesidad de contacto y retirada para volver a reencontrarnos. Esto que ella planteó sobre la etimología de la palabra relationship (que quiere decir relación en castellano) que es la habilidad para encontrarse de nuevo. Para mi relación con Carlos es muy importante, nos extrañarnos y nos encontramos desde otro lugar. Yo llego llena de cosas nuevas y esto retroalimenta la relación. Al principio de nuestro matrimonio, a mí me costaban mucho sus viajes, él suele irse tres o cuatro veces al año por su trabajo. Pero ahora los tomo como una oportunidad para tomar distancia y volver a encontrarnos. Una vez más asocio este aprendizaje con mi madre. En cierto modo ella fue la primera que me enseñó esto (como tantas otras cosas). Uno puede separarse por un momento sin dejar de amarse con todo el corazón. Me parece importante incorporar esto. A veces las parejas no se dan ese permiso de separarse por miedo al aislamiento o a sentirse solos. Yo creo que es parte de la relación. Sentirme por una semana una mujer sola en el mundo, me devuelve el contacto conmigo misma. Aquí no soy una mamá o una esposa o una psicóloga, soy sólo yo en el mundo, con mi tiempo para mí, y es un encuentro conmigo misma que me renueva, me hace sentir más viva que nunca. Por momentos no es fácil, de repente ayer caminando por el Museo de Arte sentí ganas de compartirlo con Carlos, pero es un desafío interesante. A la noche salí a comer con un amigo americano que conocí el año pasado en el workshop de Welwood, pero me porté muy bien a pesar de tu deseo. Es hora de subir al avión, nos vemos en Buenos Aires. ¡Ah! Y no me llames más Licenciada Jorsyl, suena demasiado profesional. Prefiero ser Laura, Lau o L, como soy para todos. Besos Laura Laura Supongo que en este momento estás volando hacia Buenos Aires. Cierro los ojos y te imagino sentada en una butaca de Bussiness Class, dormitando (¿por qué en clase ejecutiva?… Debe ser porque creo que eres una chica «con clase»…) Yo también estoy muy orgulloso de lo que pasó en el congreso y tu idea de compararlo con una danza me deleita. Si estiro un poco la frase encuentro que todas las relaciones interpersonales deben serlo. Claro, hay danzas y danzas. Algunas armónicas, estéticas y sincronizadas; otras extrañas, incomprensibles para cualquiera que no sea uno de los bailarines. Muchas comunes y estereotipadas, casi siempre aburridas y rutinarias; unas pocas originales, creativas e irreproducibles. Algunas, están diagramadas para satisfacer al auditorio, otras para placer de los participantes las menos para el deleite de todos. Muchas atadas rígidamente a la coreografía que impone el momento, las costumbres, la cultura; y otras, por fin, verdaderas improvisaciones expresivas que transmiten la vibración de los que danzan al ser impactados por cada acorde y dejándose fluir por el movimiento que brota desde su interior. Sí. Cada pareja es una danza. Dale Laura, hagamos de este encuentro una sociedad, un dúo, una máquina, un sistema, una yunta, un equipo, una pareja. Animémonos a mostrar desde nosotros las cosas que le pasan a cualquier pareja, ya sea una pareja amorosa, un par de amigos, dos hermanos o dos cualesquiera -tú y yo- que son capaces de elegirse, sin necesitarse, por el solo placer de hacer algo con ese otro, con esa otra, y potenciar desde ahí lo mejor de cada uno… Me encantaría que nosotros pudiéramos contar con tu lucidez, con tu consecuencia, con tu experiencia, con tu dedicación, con el aprendizaje vivencial que han dejado en vos las cosas que viviste. Si es cierto que yo puedo aportar lo que tú dices de mí, entonces, un libro que escribamos sobre parejas podría ser útil y trascendente. Pienso que el tema a decidir sería la forma de hacerlo. No es fácil para mí componer mi cabeza en función de escribir con alguien. Mis escritos anteriores “salieron”, yo no recuerdo haberlos escrito. De hecho siempre discuto cuando alguien me habla para escribir. Nunca sentí que pudiera hacer eso. Cada uno de mis artículos me lleva semanas o meses, el tiempo que consumo en ir reuniendo esos momentos en que salen de mí las cosas que después aparecen en la pantalla de el ordenador. ¿Cómo hacer, entonces, para escribir este libro juntos? No lo sé, por ahora creo que podemos seguir intercambiando esta correspondencia electrónica y ya algo se nos ocurrirá, ¿qué te parece? Contestame pronto. Besos. Fredy

Fredy Quería contarte de la pareja que me mandaste. El planteamiento de él es que quiere estar solo. Hace mucho que se obliga a ser de una manera para que ella no se enoje. El sistema entre ellos es que ella actúa como una mamá que le dice lo que tiene que hacer y él busca la aprobación de ella todo el tiempo. Llegó un punto en que se sintió muy mal y quiere separarse. Ella no entiende qué pasa. El problema aquí es que él no puede decir: «Éste soy yo, esto es lo que me pasa a mí, esto es lo que quiero». No puede hablar y se retira afectivamente. Ella se vuelve mucho más exigente, se desespera y esto a él lo asusta, entonces se vuelve más introvertido. La base de la terapia de pareja es para ayudarlo a él a expresar todo esto que le pasa. Si para estar con otro, yo tengo que renunciar a ser yo mismo, la cosa no va a funcionar. Esta es una premisa esencial para las parejas. Como a él le cuesta mucho hablar, yo lo ayudo a perderle el miedo a ella y a darse permiso de decir lo que necesita. Está lleno de rabia por haberse sometido tanto tiempo. Con terapia voy a ayudarlo a sacar toda esa bronca, y posiblemente entonces haya de nuevo lugar para el amor. El trabajo de ella es meterse consigo misma. Por eso quiero que venga sola. Ella lo mira con unos ojos que demandan, que esperan una respuesta, y él se inhibe. Ella lo mira todo el tiempo esperando que diga algo y él se siente acorralado y se calla. Si ella aprendiera a centrarse en ella, él se sentiría menos acosado. Lo positivo es que él quiere venir, yo cada sesión le pregunto si quiere venir la próxima para que tome la responsabilidad del encuentro, para que no se sienta presionado. La última sesión hablamos de este sistema que tienen y los dos acordaron que es así y no saben cómo salir de allí. Él le tiene miedo y por eso se somete. Este es el problema de muchos hombres que se someten por miedo a las mujeres y luego se aíslan afectivamente. En estas situaciones, el camino terapéutico es ayudarlos a enfrentar a la mujer en vez de someterse o huir. Welwood dice que muchos hombres no tuvieron un buen modelo para salir de las garras de su madre y repiten la situación con sus parejas. El sentido de la terapia en estos casos es ayudarlos a enfrentarse, a tomar conciencia de que pueden ser ellos mismos y estar con una mujer. El problema es que la disyuntiva queda planteada así: para ser yo mismo tengo que estar solo, si quiero estar en pareja tengo que someterme. ¿Cuál es el camino en el cual yo pueda ser yo y estar con otro al mismo tiempo? Cuando los hombres sienten que no pueden con una mujer, huyen, se retiran, ya sea física o emocionalmente, se desconectan de la mujer. Esto genera en ella mucho dolor, se vuelve más demandante y reclama. Esto produce que el hombre se retire aún más y se arme un círculo vicioso en el cual se van alejando cada vez más. Te doy un ejemplo: El otro día en sesión él contaba que tenía muchas ganas de cenar con ella, de pasarla bien… y cuando la llamó para invitarla ella empezó a hablarle de que la madre de él le había contado a la tía de ella que ella no lo había cuidado, y a ti qué te parece, etc… En ese momento él se sintió obligado a responder de la manera que ella esperaba, es decir, él sentía que no tenía opción, que tenía que darle la razón aun cuando ni siquiera le interesaba el tema. Entonces decidió cortar y no encontrarse con ella. Cuando vienen a sesión él comenta el hecho, y allí yo le dije: qué hubiera pasado si le decías “yo tengo ganas de estar contigo, pero no de hablar de ese tema, dejemos ese tema para otro momento”. Y él dijo: “Yo no me animé a decírselo”. Ahí le pregunté a ella cómo hubiera respondido a ese planteamiento de él. Y entonces ella dijo: “A mí me hubiera encantado que me ayudaras a cortar con ese tema y haber podido pasar una buena noche contigo”. En mi opinión, el trabajo terapéutico de los hombres es aprender a decirle a las mujeres lo que les pasa y especialmente lo que les pasa frente a ellas, y una mujer le agradece mucho a un hombre cuando se abre en vez de huir. Del mismo modo que un hombre le agradece a una mujer cuando realmente se abre en lugar de estar diciéndole a él cómo tiene que actuar, que ser, etc… Me gustaría saber tu punto de vista, ya que tú también los viste. No recibí ningún mail tuyo como dijiste. Vuelve a mandármelo y prometo contestarlo enseguida. Laura

Hola Laura. Aquí estoy, esta vez arriba de un avión y nuevamente volviendo a Buenos Aires. España está cada vez más hermosa, la presentación del trabajo en Granada fue muy emocionante, pero uno de las cosas que me conectó contigo y con Argentina fue que me di el lujo de anunciar en un reportaje la futura publicación de nuestro libro sobre parejas en España. ¿Qué te parece? En algunas cosas estar en Andalucía es como estar en casa, pero en otras parece otro universo, no sólo otro país. Acaso por los 40 años de franquismo en España, o más probablemente por los 40 años de psicologismo en Buenos Aires, ellos y nosotros hemos crecido en rumbos diferentes. Nunca deja de sorprenderme el grado de represión sexual que percibo en los españoles (no hablemos de Madrid, ni de Barcelona, ciudades cosmopolitas si las hay). Hablo del español (y mucho más del español que de la española) del resto de la península. Allí el tabú se enuncia desde lugares que en la Argentina ya no escuchamos. Las fantasiás sexuales por ejemplo son vividas tan culposamente que el autocastigo preferido es la fantasía de condenación (me refiero al infierno, claro). En el diálogo interno la conciencia no me dice “Esto está mal”, me dice: “Te condenarás… a ti y a tu descendencia!” (Y esto es sólo por los malos pensamientos). El caso es que he hablado de nuestro libro con algunos colegas, sobre todo con Julia Atanasópulo (una psicóloga que fundo en Granada el Centro Andaluz de Psicoterapia Gestáltica), nuestras propuestas y posiciones y las de Welwood les sorprendieron primero y los fascinaron después. En cierta medida, personal y profesionalmente ellos siguen creyendo en la pareja ideal, en el placer permanente y en el enamoramiento perpetuo. Cuando se dan cuenta de que no lo tienen lo buscan, lo exigen, lo prescriben o se resignan. Fue bien interesante. A la semana de estar en Granada, Carmen, mi esposa, llegó a la ciudad para pasar unos días con nosotros y volver conmigo a Buenos Aires. Hacía unos tres años que Julia y Quique (su marido) no nos veían juntos. Carmen estaba bárbara, había pasado tres días en Madrid con unos amigos y había viajado después a Granada. La pregunta de Julia fue: -Oye, ¿tú estás bien con Carmen? -Sí -dije- fantástico. -¿Seguro? -preguntó. -Sí -afirmé- ¿por? -Os noto distantes… -¿Distantes? -pregunté. -Sí, fríos, independientes raros. Yo no contesté, pero me quedé pensando. En cierto modo es verdad, Carmen y yo hemos crecido mucho desde la última vez que los vimos y el crecimiento no fue más de lo mismo. En este tiempo, una vez más, Carmen fue la generadora de este desarrollo personal mío. Miro para atrás y me veo a mí mismo hace años, tan dependiente, tan barroco, tan pendiente y por ende ¡tan exigente! Fue en un café en Ramos, Carmen me puso cara de seria y como quien da una noticia fatal me dijo: -Quiero empezar a estudiar una carrera universitaria. Te confieso que me pareció un cambio banal. -Ah, ¿sí? -dije displicente. -Sí -dijo Carmen-, quiero estudiar psicología. -Bueno -dije- y un nudo extremadamente atávico me cerró la garganta. Cien mil acusaciones que empezaban con “Necio, bruto” y terminaban con “fascista, machista y retrógrado” quedaron en silencio mientras mi boca agregaba: -¿Está decidido? -¿Te jode? -preguntó Carmen que sabía la respuesta. -Sí -dije. Durante las siguientes 48 horas no pudimos seguir hablando. Carmen intentaba acercarse y sacar el tema y yo lo rehuía. Yo, terapeuta, supuestamente esclarecido, asesor de parejas, profesional de la salud, no sabía qué iba a ser de mí. Hoy lo escribo y me avergüenzo, pero así fue. Durante años Carmencita se había ocupado de todo, menos de mi trabajo. Ella resolvió en esos veinte años el tema administración, casa, impuestos, niños, mecánicos, vacaciones,vestimenta, invitaciones y familia política. Y ahora yo sabía que ya no iba a ser igual. Siempre yo podía hablar con algún amigo y arreglar una cena, una salida o un viaje que Carmen no tendría problemas, y de pronto eso había terminado. Muy fuerte. Muy irritante. Muy triste. A la semana hablamos. Yo estaba todavía muy conmocionado. Me acordaba todo el tiempo de mi paciente Juan Carlos, cuando su esposa le dijo que quería volver al trabajo y él le dijo: “¿Por qué?, ¿qué te falta?, ¿por qué necesitas salir a trabajar?”. Y en realidad confesaba en el consultorio que no podía creer que a su compañera no tuviera suficiente con su papel de esposa. ¿Sería eso lo que me molestaba? El tiempo demostró que no era eso. El tiempo demostró que, una vez más, Carmen ayudó a desarrollar mis aspectos más negros. El tiempo mostró que se puede armar una relación con quien amas desde cientos de lugares diferentes. “Cada pareja arma su propio circo”, como dices siempre tú. He aprendido a vivir esta diferente relación de pareja. Aprendí a volver a disfrutar de algunos placeres olvidados como viajar solo. Volví a disfrutar del alivio de no cargar con la pareja y dejé de lamentar el reclinar mi peso sobre Carmen. Es cierto, han pasado casi tres años desde entonces y todavía de vez en cuando la extraño. Añoro a esa Carmen que fue… y que, a pesar de todo, ya no elegiría para mí. Gracias por escucharme. Fredy

Querido Fredy: Estuve pensando muchas cosas en estas semanas, pero no sabía cómo comunicarme contigo. Ante todo nos mandaron una carta del congreso de Cleveland donde nos felicitan por la clasificación que obtuvimos en nuestra presentación. Los participantes tenían que clasificar de 1 a 5 y obtuvimos un promedio de 4,80. ¿Qué tal? De paso nos invitan a publicar el trabajo en el Gestalt Journal. Yo ya mandé una carta que piden que contestemos si estamos interesados y si nos comprometemos a mandar el material antes del 15 de octubre. ¡Qué bien que el libro salga en España también! Volver a conectar contigo me da muchas ganas de escribir. Estuve pensando mucho también en esto que me dices de tu relación con Carmen o con «las Cármenes» que fuiste conociendo en tu camino. Creo que el asunto pasa por descubrirnos todo el tiempo observando cómo somos. Es decir, no esperar de nosotros ni de nuestras parejas ser los mismos, sino aceptar la sorpresa de quién es el otro que tengo al lado hoy, y sorprendernos a nosotros mismos siendo diferentes todo el tiempo. Cada vez más creo que la identidad es algo que nos inventamos y que nos hace sufrir, voy a pensar y escribir sobre eso. En este mes se me juntaron dos cosas en este sentido. Estuve leyendo en Cariló el último libro de Kundera justamente llamado La identidad [5]. Y él desde una postura posmoderna llega al mismo lugar que Welwood desde el budismo. Kundera habla en este libro de una relación de pareja y en varias oportunidades los personajes se encuentran preguntándose por la identidad de sí mismos y del otro, poniendo así levedad al asunto. Permanentemente no saben quiénes son ni quién es el otro, pero siguen buscándose y huyendo el uno del otro como todas las parejas. Por su lado, Welwood nos anima directamente a salirnos de la idea del ego. Me entusiasma la idea de descubrirme todo el tiempo, de sorprenderme ante las actitudes de Carlos. Dar espacio para lo nuevo todo el tiempo. Te mando un beso. Laura PD:Tengo ganas de saber de vos. Supongo Fredy que todo lo que sigue lo debes tener. Al volver a todas estas cosas me pregunto también qué habrá pasado con esas cosas de tu vida de las que nunca más hablaste. Termino este mensaje igual que como terminaba aquél hace más de un año. Tengo ganas de saber de ti. Besos Laura


Roberto debía tomarse un tiempo para metabolizar toda esta información.

La situación cada vez era más comprometida. Era imprescindible diseñar un perfil de Fredy más acabado para evitar que se descubriera todo.

Apretó el botón “Contestar” y respondió a Laura.


Laura,

Gracias por hacerme llegar estos pedazos de nuestra biografía. Aunque no lo creas los leía con la sensación de acceder a ellos por primera vez.

Me preguntaba si tanto habíamos cambiado como para que lo dicho me suene extraño. ¿No es increíble?

De alguna manera es refrescante. Me siento un individuo nuevo y siento como si nuestro vínculo empezara hoy mismo. Te agradezco mucho todo. Hoy, además, te agradezco que seas la testigo que me ayuda a reconstruir algunos paisajes perdidos de mi historia reciente.

Besos

Fredy

PD: Me falta la lista de los libros para la colega de España y el comentario del cuento, ¿me los mandas?

CAPÍTULO 9

Mali delivery error


Ése era el nombre del primer mensaje de su casilla. Algunas veces pasaba. La culpa era de MINCE, que le hacía trabajar de más.

MINCE era su denominación para esa entelequia cuya existencia era tan incuestionable como injusta. Su nombre lo había tomado de las iniciales con las que él explicaba estos fenómenos insoportables:

El email más importante a recibir se pierde.

La más urgente de las respuestas se borra o aparece con un texto parecido a:


Querido Roberto

Te escribo para contarte algo muy importante.

Resulta que cua


Y uno baja por la hoja interminablemente blanca de la pantalla y nada.

O peor aún, el mensaje del amigo querido en viaje por Kiev dice:


Rober:

– 3%6#((8@( desc) ^[[[{{{+**+++**

**~~~~~ jalá me comprendas.


O como ahora: un mensaje enviado respetando las reglas que volvía inexplicablemente a su origen.


MINCE:La Maldad Innata Natural del Cyber Espacio.


Pensó que el mensaje devuelto debía ser el último enviado a Laura. Uffff… Ahora tendría que recuperarlo, recortarlo, pegarlo y reenviarlo…

Hizo doble clic sobre el icono del sobre cerrado y el programa mostró el mensaje.

Roberto entrecerró los ojos como para focalizar su mirada en el mail que había aparecido en pantalla.

Algo estaba mal, muy mal.

Cerró el archivo y volvió a abrirlo. El ordenador repitió la operación mostrando el mismo mensaje. Roberto no entendía, el mensaje retornado no era de él. Decía:


Querida Laura

Aquí estoy, de vuelta en Argentina. Fue larga la ausencia esta vez.

Me encontré al regreso con tus mails. Muy bien!!!

La verdad es que el trabajo que hiciste me parece maravilloso.

No te enojes conmigo por la falta de respuesta. Trataré de compensarte en lo que queda del año. No sé por qué me mandaste copia de los mails anteriores ya que los tengo, pero de todas maneras me gustó releerlos.

Un beso.

Alfredo


Roberto buscó en el encabezamiento del mensaje. Decía:


This mal! has been returned for

irrecuperable error (Erro r=4587)

from ‹rofrago©yahoo.com›

to ‹carlospol@spacenet.com›


Releyó letra por letra: rofrago@yahoo.com


El mensaje había sido enviado desde su buzón. Se sintió confuso y sorprendido.

Algunas ideas que incluían delirios paranoides y fantasías mágicas pasaron rápidamente por su cabeza y fueron descartadas definitivamente.

Debía haber una explicación lógica. Pero ¿cuál?

El mensaje era de Alfredo y estaba dirigido a Laura.

– No puede ser -dijo en voz alta, como acusando a su ordenador- debe haber una explicación -se aseguró.

Hasta aquí Roberto había pensado que Laura equivocaba la dirección electrónica de Alfredo y que de ese modo había aterrizado en su correo…

¿Y si no hubiera error de Laura?

Todo sucedía como si el domicilio de Alfredo fuera realmente rofrago@yahoo.com… Pero eso era imposible.

¿Sería MINCE tan poderosa como para generar una situación como ésta? Un servidor que no bloquea una dirección asignada y un solicitante que en alguna parte del mundo termina eligiendo el mismo nombre que otro…

O dos personas intentan registrarse en el mismísimo momento y con idéntico nombre; obviamente el ordenador de distribución busca en sus archivos, encuentra la dirección vacante y automáticamente acepta el registro de ambos…

O los nombres de dos cuentas realmente Sí tienen diferencia en los titulares, pero las casillas de todas formas se han superpuesto.

O…


Sea como fuere, la única explicación posible era asumir que Alfredo y él estaban compartiendo una misma dirección electrónica.

Ahora recordaba haber recibido varias veces alguna información, alguna publicidad o suscripción en su correo, y haberla descartado interpretando que era parte del SpamMail.


Usted está recibiendo esta información porque ha registrado su dirección o alguien lo ha registrado para que usted acceda a estos datos. Para no recibir más esta información envíe un mal! blanco a la siguiente dirección unsuscribe@ etc. etc.


¿Cuántas veces había borrado la suscripción del pobre Alfredo de cosas que quizás le interesaran?

Recordó la última vez que recibió un mensaje de ese tipo. Él ya había mandado tres veces el solicitado «mensaje en blanco», pero los mensajes seguían llegando, así que envió una nota en grandes caracteres que decía:


PLEASE STOP MAILING ME!!!


Alfredo debía estar suscribiéndose una y otra vez y él lo borraba cada vez que se suscribía. Era gracioso.

Pero la sonrisa que había empezado a asomar en sus labios desapareció rápidamente:

Si compartían la dirección, Alfredo recibía también los restantes mails dirigidos a él.

Ahora entendía por qué nunca conseguía que le mandaran los libros y CDs que compraba por Internet. Claro, cuando la empresa vendedora pedía confirmación del pedido, Alfredo renegaba de la compra. Qué hijo de p…

Pero entonces, los mails de Laura sí habían sido recibídos por Alfredo.

Otra vez la amenaza de que todo se descubriera volvía al tapete. Temblando, bajó por la lista del correo deseando por primera vez que no hubiera un mensaje de Laura. Pero había. No uno, sino dos mensajes.


Querido Fredy:

Habrá que darse cuenta de que, tal como sucede con nuestros pacientes, no somos para siempre los mismos. De hecho me parece que este intento de seguir siendo los mismos, lejos de promover el encuentro lo evita.

Tiene que ver con aquello que te dije de la identidad Estuve pensando mucho este tema.

A partir de las frustraciones inherentes a la educación solemos creer que no somos valiosos o queribles tal como somos, y entonces nos vemos empujados a crear una identidad a la medida de aquellos por los que nos sentimos rechazados, nuestros padres.

Esta identidad no alcanza para el aplauso, así que creamos una segunda identidad compensatoria, que dará lugar a una tercera, y a una cuarta, y a todas las necesarias hasta llegar a la que reciba la aprobación de los educadores, pensando que así vamos a lograr que nos quieran.

Invento una identidad querible sobre la base de creer que mi ser, tal como es en realidad, no merece ese amor.

Entonces, cuando estamos en una relación íntima, el deseo que tenemos es que nuestro compañero confirme nuestra identidad compensatoria y, por otro lado, tenemos miedo de que nuestra identidad deficiente sea vista, que el otro se dé cuenta de que no somos como nos mostramos y por lo tanto, quizás, que no somos merecedores de su amor.

La clave consiste en animarnos a sacarnos de encima nuestra supuesta identidad, instalarnos en el mundo sin tener la exigencia de responder a ella, descubríéndonos todo el tiempo y observando qué nos sale.

Cada vez estoy más convencida de que la identidad es algo que nos inventamos y nos hace sufrir, porque nos exige responder de acuerdo con ella.

Buscamos la intensidad del encuentro pero cuando llega nos asustamos, nos desestabilizamos. Y sin embargo es muy difícil no ansiarlo, porque intuimos que no hay nada más saludable que un encuentro auténtico, sin máscaras, sin engaños, actualizado y sin expectativas. Pero también intuimos que el riesgo de sufrir tiene un precio muy alto.

Pienso que nos da tanto miedo entregarnos, fundirnos en el otro, que sólo podemos hacerlo parcialmente, como hacen nuestros pacientes. El intento de protección contra los dos grandes monstruos: el rechazo y el abandono.

Es muy duro desear a alguien y que no esté. Tal vez el trabajo consista en perderle el miedo a la entrega. Se me ocurre un camino largo y difícil, pero en última instancia es el camino de la vida.

No tengo respuestas, estoy llena de preguntas. Creo que a los pacientes sólo podremos acompañarlos para que transiten todo esto responsablemente y con conciencia de lo que se está jugando.

Enseñarles a observar a fondo la situación que no es únicamente una cuestión de sentimientos, es mucho más que eso.

Me parece increíble el miedo a la entrega. Cómo reaccionamos para no encontrarnos. Cómo armamos líos y creamos distancia. Cómo nos confundimos y confundimos a los demás.

Cuando deseamos y el otro está es muy hermoso. Pero cuando no es así, el dolor nos parece más insoportable que cualquier otro sufrimiento.

Por eso frenamos a veces la tentación de ser espontáneos, buscamos vidas seguras encerradas en nuestra vieja personalidad calentita y estructurada.

Y no es que esté mal, tampoco podemos vivir en carne viva.

Lo que pasa es que vivir encerrados en una identidad se vuelve, tarde o temprano, aburrido y angustiante.

La intensidad atrae y duele, la buscamos pero no podemos tolerarla, dice mi amiga Renate. Qué dilema.

Insisto:no tengo respuestas.

Sólo podemos plantear el problema… Y esto abre más y más preguntas.

Tal vez debamos aceptar que ni en el libro ni fuera de él podemos dar respuestas, pero sí preguntas que ayuden a la gente a pensar sus vidas.


Laura


Fredy,

Me invade el pensamiento la palabra «misterio».

Hay personas que me llevan a abrirme y otras que hacen que me cierre. ¿Qué pasa?

Creo que en parte «ocurre» y que en parte soy yo quien decide abrirse o no con determinada persona en tal o cual momento.

Siempre está rondando el miedo a la entrega, a sufrir, a desestabilizarnos, a perder todo lo que fuimos logrando con la construcción de nuestra identidad.

Me interesa el tema de la química con el otro, tal vez porque ahí está el misterio.

Me impacta por ejemplo comprobar cómo podemos mirar a una persona ahora y rechazarla, y sin embargo, en un instante o dos, al cambiar de mirada, sorprendernos amándola.

Esto se vincula con aquello que hablábamos de la supuesta identidad… Y ésta es la paradoja del vínculo amoroso:

Todo el tiempo somos otro, y el otro… El otro también es otro.

La propuesta es aceptar esto y ver qué día se da el encuentro y qué día no, aceptar estas idas y vueltas de la relación como algo que es así, sin esperar otra cosa. No exigirnos sentir siempre lo mismo. Admitir con gusto el movimiento de las emociones y, por supuesto, aceptar que el otro también tenga esta conducta. Permitirse vivir lo misterioso de las relaciones, como decía el poema que te leí ese día en el bar:

«Si sabes cómo relacionarte con tu marido o

tu esposa no estás verdaderamente casado,

simplemente estás aplicando psicología.

Siempre que una relación es real se está

creando y recreando de momento a

momento.»

Pienso que esta dinámica de lo real también opera sobre la personalidad. Me refiero al “ser en pareja” y al “ser” de cada uno. La personalidad es un vehículo para llegar al ser; disolviéndola, llegamos a la captación de nuestra esencia.

La personalidad se identifica con una parte del ser a la cual le asigna el valor de la totalidad. Es importante tomar conciencia de que somos el ser y no sólo la posición con la que nos identificamos.

La mente tiene esta capacidad de definirnos de cierta manera, como si al ser de tal o cual forma no pudiéramos ser de ninguna otra.

Este es el mecanismo que nos impide ser completos.

Damos por sentado que somos el yo que nuestra mente ha construido y no advertimos que ese yo es algo que se formó en el pasado, que tiene sus raíces allí y que su lealtad está dirigida a cosas que ocurrieron entonces, hechos y recuerdos más o menos distorsionados que estamos sosteniendo y tratando de mantener o de ocultar. En consecuencia, no podemos estar totalmente presentes, porque estamos atados a las cosas del pasado que nos determinaron a crear nuestra identidad.

Pieza a pieza, el yo estructurado es una resistencia a la presencia incondicional.

El trabajo consiste en cambiar nuestra lealtad al yo construido, el yo habitual, para el sentido vasto del ser que podríamos llamar «nuestra verdadera naturaleza», que está por afuera de las barreras de nuestro yo construido y que no puede ser contenido dentro de esas barreras.

Tenemos que estar listos para corrernos de nuestra personalidad, para dejar que pierda fuerza, para agradecerle que nos haya ayudado a sobrevivir hasta ahora, pero aceptar que ya no nos sirve.

Estamos acostumbrados a vivir encerrados dentro de ella; no sabemos qué se siente al dejarse llevar sin el freno de nuestra identidad. Nos da miedo y es muy difícil meternos en los lugares oscuros de nuestro ser y abandonar nuestra vieja y conocida identidad. El hecho de dar y recibir amor se convierte en una tarea muy ardua si no estoy decidido a dejar mi vieja estructura. No es que podamos tomar la decisión de dejar nuestra vieja identidad y conectarnos inmediatamente con nuestro ser. Si fuera tan fácil todo el mundo lo haría, porque todos buscamos amor. De distintas maneras, todos buscamos querer y ser queridos, aceptados, considerados, etc…

No se trata de librarnos de nuestro yo construido, ni de romperlo, ni siquiera es cuestión de criticarlo o condenarlo de ninguna manera. Hacer esto sería un error. Porque es un paso en el camino, tuvo y sigue teniendo una función.

Las diferencias entre la estructura y la esencia a veces no son tan rígidas, pero siempre son importantes.

La estructura está basada en el pasado, la esencia es siempre presente.

La estructura es reactiva, en cambio la esencia es abierta y no reactiva.

La estructura está relacionada con tratar de hacer, con el esfuerzo; por el contrario, la esencia es sin esfuerzo, es no hacer.

La estructura está siempre mirando algo, queriendo algo, necesitando algo, siempre hambrienta y deficiente. La esencia está llena, no necesita nada.

La estructura está mimando afuera, la esencia se asienta en sí misma.

Welwood nos anima a salirnos de la idea de un yo estructurado. Él propone directamente que nos conectemos con el vacío en vez de esforzarnos en llenarlo con una falsa identidad.

Pero esa sensación de vacío es vivida como la gran amenaza a nuestra estructura. De hecho, todo el proyecto de identidad es una defensa para no sentirla.

La mente no puede agarrar el vacío, la mente crea las historias sobre el vacío, como si fuera un agujero negro. El yo construye una barrera y todo lo que está afuera aparece como potencialmente peligroso.

El yo estructurado transforma esa conducta temerosa en una necesidad vital, consiguiendo que la vida acabe girando permanentemente alrededor del peligro que implica el vacío.

Creo que estaremos mucho más vivos si nos animamos a darnos cuenta de que no estamos necesariamente obligados a saber todo el tiempo quiénes somos, y que no tenemos por qué asegurar exactamente y al detalle qué se puede esperar de nosotros.

Darnos cuenta de que sí podemos (y quizás debemos) lanzarnos a la experiencia de lo que deviene sin encadenarnos a un yo que nos limite a unas pocas respuestas conocidas.

Estas ideas podrían ayudar a estar en pareja, porque permitirían aflojar viejas ataduras y, sobre todo, porque liberarían también a nuestros compañeros de ruta de sus propios condicionamientos individuales.

Espero haberte sorprendido con estas reflexiones.

Laura


Roberto pensó que debía resolver este tema de su identidad. Después de todo, estaba viviendo un engaño. ¿Por qué no podía relacionarse con Laura como quien auténticamente era?

Tenía que meditar sobre eso. Por ahora, todo parecía estar en orden… Todavía. Si llegaba a tiempo evitaría la catástrofe.

Copió el mensaje de Alfredo en su ordenador y luego lo borró del servidor.

Si Alfredo no encontraba el aviso de retorno, nunca sabría que el mensaje no había llegado y no tendría motivos para volver a mandarlo.

Sin embargo, esta acción no evitaba el riesgo de una futura comunicación.

La solución era, por lo tanto, incomunicar a Alfredo. Pero ¿cómo bloquear su correo hacia Laura? Fredy sabía la dirección de ella y podía escribirle cuando quisiera.

Salvo que…

Roberto entró en el servidor Hotmail.com donde se ofrecían direcciones electrónicas. Se registró como trebor (su nombre al revés) y obtuvo una casilla nueva.

La jugada que empezaba lo alejaba más y más de la moral, pero eso no parecía importarle.

Entró en el sitio y escribió un mensaje nuevo dirigido a rofrago@yahoo.com


Querido Fredy:

Me alegro de saber que ya estás otra vez entre nosotros.

Es bueno saberte cerca después de esta (como tú dices) larga ausencia.

Ojalá tu promesa de ser más participativo se cumpla esta vez. Creo que te mandé copia de los primeros mails para inducirte a contestar a la luz del camino recorrido (y por lo visto sirvió).

De todos modos, presta atención: No me escribas más a esta dirección.

He decidido registrar mi propia dirección para el libro y dejar el anterior porque me conectaba con otro tiempo, con otra situación y con una realidad que ya no es la actual.

Me parece que es hora de que deje de usar como mía la dirección de mi ex marido, ¿no crees?

Así que toma nota, tú que a veces pareces medio despistado, porque no voy a abrir más la casilla anterior. La dirección actual es:


trebor@hotmail.com


Espero saber de ti rápido tal como te pedía en el mail anterior.

Besos,

Laura


PD: No olvides cambiar mi dirección en tu libreta de addresses. Chau.


Movió el puntero hacia “Guardar” para archivar una copia del mensaje saliente y cliqueó el botón “Enviar”.

Listo -pensó Roberto.

Todo estaba bajo control. Alfredo podía escribir lo que quisiera, y él decidiría si reenviarlo, censurarlo, modificarlo o ignorarlo.

MINCE podía haberle concedido a Alfredo el derecho a recibir la misma información que él, pero a partir de ahora por lo menos quedaría al margen del intercambio directo con Laura.

Abrió el mueble donde guardaba los licores y se sirvió una copa: una medida de Cointreau y media de cognac. “Cóctel de amor”, según le había enseñado Carolina.

Estaba muy contento de que sus escrúpulos no le hubieran privado de este enorme placer doméstico.

A las dos de la mañana, y después de la cuarta copa, sintió cómo venían a su cabeza las cosas leídas y estudiadas en sus cursos de filosofía.

Tuvo ganas de compartirlas con Laura.


Laura:

Me gustaría saber qué piensas tú sobre la capacidad de amar. Para mí es una cuestión muy interesante. La gente suele quejarse de no ser querida cuando el verdadero problema es que no sabe querer.

Creo que esto es lo que hay que desarrollar.

Ortega y Gasset dice que para amar se necesitan varias condiciones.

La primera sería la percepción, la capacidad de ver al otro, de poder interesarnos por otra persona que no somos nosotros mismos.

Yo veo en algunas mujeres una actitud bien contradictoria. Se quejan de estar solas pero me sorprendo al ver el desprecio con el que hablan de los hombres.

Después se enojan al ser abandonadas, cuando en realidad ellas los abandonaron primero con su falta de amor.

Como tú me “enseñaste”, la manera de estar con otro, de poder quererlo, de querer descubrirlo, es siendo capaz de aceptarlo como es.

Pero la mayoría de la gente no se preocupa por el tema de si quiere o no, sólo se preocupa sobre si es querido y si se le demuestra el amor.

El otro día una amiga, en diálogo con su novio, le dijo a él: “Si piensas así es que tú no me quieres”. Y yo, poniéndome en el lugar de su pareja, le contesté: “Tú no le quieres cuando piensas así”.

Ella se dio cuenta de que era cierto, que en realidad era ella la que no quería, pero igual se enfadó conmigo y me preguntó qué tenía yo en contra de la relación entre ellos.

Volvemos siempre a lo mismo: la dificultad para ver el problema en uno mismo y no en el otro.

¿Cómo ayudaremos a las personas a desarrollar su capacidad para amar?

Sería bueno mostrarles su particular manera de no querer. En el caso de mi amiga sería:


Tú no lo aceptas cómo es él.

Tú te cierras cuando él te habla.

Date cuenta de qué poco te importa lo que a él le interesa.

Tú lo criticas, lo menosprecias, lo descalificas.

Tú, que sentías que amabas demasiado y te creías tan generosa, date cuenta de que solamente le das lo que tú quieres darle, que no te ocupas de saber lo que él necesita, que sólo das por tu necesidad de dar y no por lo bien que le puede hacer a él lo que le estás dando.


Tú eres la que que no sabes quién es,

la que lo pusiste en un lugar

y nunca más… lo has vuelto a ver de verdad.


Como dice H. Pratter hablando de la incapacidad de querer de las personas: “Creo que a la primera persona que no quieren es a sí mismos, y que se maltratan y menosprecian al igual que como lo hacen con los demás. Hay muchas personas que no pueden salir de sí mismas, que no pueden interesarse en otro porque nadie les importa.”

Supongo que es por la misma razón que decimos siempre que los problemas de pareja son problemas personales, porque alguien que puede amar, siempre va a encontrar algo para amar en la persona que tiene enfrente.

Y, si no, pensemos en los grupos terpéuticos o en los talleres, a los que llegamos llenos de prejuicios y terminamos sintiendo que amamos a todos; tan solo porque ellos nos mostraron su alma y nosotros también lo hicimos.

Dice Ortega y Gasset: “Nadie ama sin razón, el mito de que el amor es puro instinto es equivocado”.

Me resulta muy interesante pensar en esto. Besos.

Fredy


Después de mandar el mensaje y terminar su sexto cóctel de amor, se dio cuenta de que las letras de la pantalla se movían en una sospechosa danza frente a sus ojos.

Apagó la máquina en «Roberto-automático», como él decía, y de memoria llegó primero a su cuarto, después a su baño y, seguramente también de memoria, a su cama.

Seguramente… porque allí apareció durmiendo a la mañana siguiente.

CAPÍTULO 10

Se despertó con la boca pastosa y la cabeza turbia.

– Ya no estoy en edad para el alcohol -ironizó consigo mismo.

Era fiesta y tenía todo el día para él.

Después de la tercera taza de café, decidió disolver un sobre de sal de frutas en medio vaso de soda; le gustaba el exceso de efervescencia que producía el polvo blanco al caer sobre el agua gasificada.

Lo bebió de un solo trago y eructó grandilocuentemente. Siempre le habían fascinado los sonidos socialmente reprochables que exagerados en la soledad lo conectaban con esa especie de rescate cínico del fluir espontáneo y sin culpa.

– Una demarcación audible de territorio -pensó.

Su territorio, su casa, su ordenador, sus pensamientos, sus sentimientos, Laura, Laura, Laura.

¿Cómo iba a enamorarse de alguien a quien no conocía? Laura…

¿Habría algo entre Fredy y ella? Habían estado juntos en Cleveland…

Laura…

Roberto recordaba el clima de los congresos de marketing: todos con todos. Los de psicología no debían ser diferentes.


Laura.


A pesar de que su concepto de los psicólogos dejaba bastante que desear en ese sentido (y también en otros), hacía mucho que sabía que esa idea de “liberados” que circulaba por ahí había sido siempre una proyección de la ficción de los psicoanalizados del mundo.


Laura.


Otra vez no podía sacar a Laura de su cabeza.

Otra vez no quería sacar a Laura de su cabeza.


Abrió el ordenador y se puso a buscar los archivos guardados de Laura. Quería releer aquél donde alguna vez ella le había escrito sobre el estar enamorado. Después de un rato lo encontró y anotó con lápiz en su block algunas frases:


“Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de plenitud.”

“Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que ese otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.”

“El otro no es quien es, sino la suma de las partes más positivas del apasionado proyectadas en el otro.

“Este primer momento es más una relación mía conmigo mismo, aunque elija determinada persona para proyectar esos aspectos míos.


Seguramente era cierto…

¿Y qué? ¿Debemos privarnos de la maravillosa sensación de estar enamorados sólo porque más o menos pronto terminará? ¿Debemos descartar la pasión y reemplazarla por el sesudo (y ahora pensaba absurdo) análisis intelectual de los psicólogos del mundo?

En toda caso, él pensaba justamente lo contrario: Lo efímero del enamoramiento era una poderosa razón para disfrutarlo intensamente.


Laura…

¿Qué estaría haciendo?

¿Trabajando en día festivo?

¿Atendiendo a un paciente de urgencia?

¿Leyendo material para el libro?

¿Corriendo por la costa del río?

¿Escribiendo un email para él?

¿Para él?


Recordó que los mails de Laura no eran para él… eran para Fredy. Se sintió bastante molesto.

Se conectó.


“Hola rofrago, tiene cuatro (4) mensajes nuevos”.

audimet@usacom Asunto: aceptación de propuesta publicitada.


¡Bravo!


ioschua@aot com Asunto: reclamo noticias.


Debería sentarse hoy mismo.


intermedical@system.net Asunto: respondiendo a su solicitud.


Abrió el tercero:


Estimado Dr Daey:

Lamentamos la tardanza en hacerle llegar esta respuesta. Como usted comprenderá el Concejo tiene cientos de asuntos en espera y cada carpeta es analizada y resuelta por riguroso turno de llegada.

De todas maneras nos es grato comunicarle que se ha decidido dar curso a su solicitud y esperamos su confirmación para instrumentar las formas necesarias para su concreción.

Atte.

Dr. Néstor Farías

Presidente


– Así que ese era su apellido: Daey…

Roberto se quedó un buen rato frente a la pantalla. Al cabo de un rato levantó la vista y se miró en el espejo colgado en la pared lateral. Se vió cara de chico travieso. Sonrió y el gesto se volvió diabólico.


Apretó el botón “Responder al remitente”

Sr. Dr. Néstor Farías:

Después de tanta espera e insistencia me llega la tardía notificación de la aceptación de mi Solicitud.

Creo que no me equivoco al asegurar que el mundo en el que vivimos no puede seguir tolerando la burocracia anacrónica de los concejos dilatorios de las decisiones importantes.

Entiendo que es mi deber ético mostrar mi indignación y ser fiel a mis principios. Por eso me dirijo a Usted para hacerle saber que RECHAZO su nota y retiro la Solicitud que oportunamente envié.

Es mi deseo que esta actitud opere como un pequeño toque de atención a la institución que usted preside.

Dr. Alfredo Daey


Cliqueó “Enviar” y luego borró el mensaje entrante de Farías. Nadie se enteraría nunca de lo sucedido.

Cuando llegó al cuarto mensaje y leyó que era de Laura no pudo determinar si su alegría era por el mail en sí o por el dañino placer de la maldad.


Querido Fredy:

Tienes razón cuando dudas de la capacidad de amar de la gente, aunque de todas formas siempre se me aparece el componente de la inseguridad y a partir de allí la necesidad de certeza, de seguridad y de control.

Lamentablemente cuando llegamos a ese punto no hay más remedio que aterrizar en la lucha por el poder y en los celos.

Por mi parte, cada vez pienso con más convicción que los problemas de control pasan casi únicamente por la incapacidad de amar.

Las personas creen que aman pero en realidad están enganchadas en su necesidad de poseer a otro. Como si dijeran: «Te amo mientras estés a mi lado, pero si te vas seguramente te odiaré». Eso no puede ser amor.

El amor pasa por poder pensar en lo que el otro necesita y en disfrutar si el otro está bien. Todo esto en forma totalmente independiente de si está al lado mío.

Una paciente me decía que no toleraba que su marido disfrutara saliendo con sus amigos, que si él realmente la quería, eligiría salir siempre con ella. Nada más absurdo.

Yo creo que si ella lo quisiera verdaderamente a él, se alegraría de saber que puede disfrutar de una salida con amigos.

Yo intentaba mostrarle que lo que ella sentía era más necesidad de poseerlo que amor, y ella se enojaba conmigo.

En nuestra cultura se confunden las cosas.

No se acepta que pueda querer mucho a mi pareja y a la vez que pueda disfrutar con otras personas.

Parimos siempre de la falsa idea de que la persona adecuada puede y debe darme todo lo que necesito.

En mis grupos de formación de teraperutas de parejas estamos investigando el tema y tratando de pensar cómo se van a dar las relaciones en un futuro. Y una de las cosas que pensamos es que se va a dar amplitud en las relaciones. Así como esta planteada la pareja hoy, vemos que no funciona.

Mi amigo Norberto me decía que él estaba seguro de que en un futuro se iba a aceptar más la posibilidad de tener encuentros íntimos con varias personas. Aceptaremos en última instancia lo que es obvio, que en realidad sí podemos amar a varias personas a la vez, aunque nos relacionemos con ellas de diferentes maneras.

Nosotros como terapeutas sabemos cómo funcionan los amantes en las supuestas relaciones monogámicas de hoy.

Es probable que nuestros lectores se horroricen al leer esto, pero no es cuestión de decidir si está bien o mal. Sólo describo lo que veo, lo que en realidad ocurre más allá de lo que queremos que ocurra.

¿Por qué no empezar a cambiar la mentalidad y validar lo que se da en lugar de seguir intentando relaciones imposibles?

¿Por qué no trabajar con nuestra patológica necesidad de poseer en lugar de crear sofisticados métodos de control sobre nuestra pareja?

¿Por qué no sanar nuestros enfermizos celos en vez de vivir persiguiéndote con la excusa de lo mucho que me dolería perderte?

Creo hablar en nombre de los dos si digo que los celos siempre son (¡SIEMPRE!) un síntoma neurótico, una expresión de nuestros aspectos más oscuros.

Celar es sostener la creencia de que mi amado le da a otra persona lo que solamente yo tengo derecho a recibir de él. O como dice Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo: [6] “Celar es temer perder a alguien, que si uno perdiera por lo que teme perderlo…, no valdría la pena haberlo conservado”.

Hay que trabajar más en obtener el vínculo que deseo tener con mi amado que en censurar y controlar sus otras relaciones.

Por lo demás, es importante aprender a soltar.

Es parte de mi credo luchar contra los que proponen que hay que aferrarse a los vínculos. Las relaciones duran lo que tienen que durar, es decir, mientras impliquen crecimiento para ambos, a veces unas semanas, otras toda una vida.

Estar siempre dispuesto a soltar es la única posibilidad de sostener un vínculo renovable eternamente.

¿Cuántas veces soltamos el proyecto del libro? Y sin embargo aquí estamos…, cada vez más cerca de publicarlo.

Lau

iiLos celos!!

Eso era, estaba celoso. Celoso de Fredy, de Carlos, de los pacientes de Laura, de sus hijos, de todos.

Celoso, ¡qué estupidez!

Si, estupidez, neurosis o enfermedad. Estaba celoso.

Por una vez Roberto se dio cuenta de que no iba a estar de acuerdo con Laura. ¿Qué significaba esa apertura absurda de validar? ¿Por qué razón había que validar el derecho que ese idiota tenía a esta relación con Laura?

No era justo que Alfredo siguiera recibiendo los halagos y los mensajes que no merecía. Después de todo, si no hubiera sido por Roberto, Laura hacia rato que habría abandonado el proyecto.


Él debia hacer algo al respecto. Pero ¿qué?

¿Y si…?

¿Por qué no?


Roberto hizo clic en ‘Contestar’.


Querida Lau:

Me encantó tu maíl sobre los celos. Creo que pensaré un poco sobre algunas cosas y te las mandaré en cuanto pueda.

Estoy saliendo para Uruguay y tengo varios viajes pendientes. Como no quiero perder contacto con vos y tus mails, te pido que desde ahora en adelante me escribas a esta dirección trebor@hotmail.com porque me es mas fácil entrar desde mi Lap.

Te mando un beso.

Fredy


Apreto” Enviar” y se tiró hacia atrás en la silla.

– Jaque mate -pensó Roberto.

El miércoles por la noche llegó el primer mensaje a trebor@hotmail.com. Era de Fredy.

Hola Laura

Para estrenar tu nueva dirección electrónica elegí este artículo que escribió Julia. (¿Recuerdas que te hablé de ella? Es la que vive y trabaja en España, más concretamente en Granada, capital del tango de “la madre patria”). Allí, en Andalucía, Julia y su marido, argentinos los dos, se enamoraron por primera vez del tango. De ese amor salió este texto. Léelo despacito y, si puedes, con un tanguito de fondo…


Bailemos tango, mi vida


La decisión ya estaba tomada: iba a aprender a bailar tango. Es más tenía que aprender a bailar tango. Y esta vez sí que iba a poner todo el empeño escatimado en tantos años de infructuosos intentos (desde los primeros balbuceos con mi padre, hasta aquellas tentativas fugaces, pero llena de vana ilusión, emprendida con la ayuda de abnegados “voluntarios” que alguna vez encontré en el camino). Y como esta vez estaba realmente dispuesta a llegar hasta el final, lo primero que tenía que hacer era tomar clases como Dios manda (es decir con profesor y todo). Así que llena de buena voluntad, encaramada a mis zapatos de tacón, embutida en una falda acorde con las circunstancias y con la mejor de mis sonrisas en el rostro, me planté en aquella sala de baile que tanto me habían recomendado mis amigas.

Pero claro, como es imposible tanta dicha, como tanta perfección nos está prohibida… Como siempre… Faltaba algo. Miré, remiré y, por más que busqué, me encontré de nuevo con la eterna verdad delante de mis narices: solo había cuatro hombres para veinticinco mujeres.

Con todo y con eso no estaba dispuesta a que mi voluntad se viera vencida una vez más. Y me lancé a la pista dispuesta a arrebatarle a cualquiera de las otras venticuatro mujeres alguna de las cuatro codiciadas presas.

Sin embargo, a pesar de mi buena voluntad y a la mejor de mis sonrisas, en una hora sólo pude capturar a un compañero, y durante sólo cinco minutos. A aquel paso, ni en dos años aprendería una sola figura (si es que antes no aparecían por las pista nuevas competidoras). Fue entonces cuando la luz se hizo en mi cabeza y lo vi todo con mucha más claridad: ¡para algo se tiene un marido!

Después de poner en juego mis mejores y más elaboradas maniobras de “manipuloseducción”, conseguí arrastrarlo a la clase. Lo mejor y más increible de todo… es que ¡le gustó!

CLASE PRIMERA

– Lo primero que vamos a aprender del tango es el abrazo -dijo Julio Horacio Martínez, el profesor.

Yo pensé que esto no tendría mucha ciencia, porque abrazarse es algo que todos hacemos habitualmente, de una manera espontánea, qué sé yo… natural, sin aprendizaje previo. Pero no. Al parecer, detrás del abrazo en el tango se esconde algo bastante más complicado.

– En el tango los cuerpos tiene que armar un circuito de tensiones encontradas. El brazo debe estar firme, pero sin empujar. Las piernas en contacto, pero sin asfixiarse ni impedirse el movimiento. Tengan ustedes en cuenta que en este baile el equilibrio no está en cada uno, sino en el centro de los dos, y si no se entienden pueden desestabilizarse. Tienen que aprender a comunicarse para poder disfrutarlo juntos.

Entonces Alberto, mi marido, me tomó en sus brazos, juntas las piernas, con una mano sujetándome de la cintura y con la otra, arriba y firme, para que me sirviera de apoyo. Hasta aquí todo bien…, en teoría, si no fuese porque su mano en la cintura, me tenía suspendida en el aire, sus piernas juntas,… no me dejaban mover, y su mano firme… Era tan firme que me atenazaba los dedos.

– Tu mano debe ofrecer resistencia, de lo contrario te sientes empujada. No se puede bailar con un flan aunque tenga forma de mujer.

Me había llamado ‘flan con forma de mujer’. Eso fue lo que dijo… Y ahí terminó la clase.

CLASE SEGUNDA

– Hoy aprenderemos el paso básico, que son ocho compases. ¿Ven? Uno, dos, tres, cuatro, cinco…, Y en el quinto la mujer debe tener el peso del cuerpo en el pie derecho y entonces, con ese mismo pie y cambiando el peso, ella sale hacia atrás y seguimos, seis, siete y ocho… ¿Entendieron?

Dijimos que sí (no sin ciertos reparos) y empezamos a bailar: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡NADA! No había manera. Alberto estaba empeñado en que yo hiciera el sexto con el pie izquierdo, pero no quería entender que lo tenía cruzado por delante.

– ¡Me estás atropellando¡

– No, eres tú que no retrocedes.

– Pero ¿cómo quieres que retroceda si tengo el pie en el aire?

– Pues las demás lo hacen…

– Las demás lo hacen porque los demás lo marcan bien.

– iAlberto! -se acercó el profesor- «Tenés que tener en cuenta dónde tiene ella el peso del cuerpo. Si no lo hacés, ella no puede salir. Mirá: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. ¿Viste?

¡Qué lindo era bailar con alguien que me entendía! Reconocí que con Alberto me sentía impotente. Me echaba a mí la culpa de sus limitaciones y no quería darse cuenta de que era totalmente imposible seguirlo.

CLASE TERCERA

– Hoy trabajaremos las articualciones del paso básico. En el ocho hay dos tiempos, uno de entrada y uno de salida, tanto en el hombre como en la mujer. Se hacen alrededor de la pareja. El hombre puede optar por darle sólo el espacio o acompañar su movimiento… Por fin había llegado lo que estaba esperando, hacer esos firuletes tan lindos, tan elegantes, tan sensuales… Salgo, entro, salgo… ¿Qué pasa? De pronto estamos haciendo fuerza por no caernos, a cuatro metros uno del otro y a leguas de la elegancia y sensualidad soñadas…

– ¡¿Qué están haciendo?! -se acerca Julio desorbitado-, queremos bailar tango y están haciendo una lucha de sumo. Alberto vení. Ahora yo tomaré el lugar de tu pareja y te muestro qué hacés. ¿Ves? Si vos no me das espacio suficiente yo me lo voy a tomar de todos modos, aunque sea alejándome…

CLASE CUARTA

Aunque ya más o menos podemos movernos juntos, todavía nos cuesta mucho sincronizarnos. Después de haber trabajado con la pausa hemos conseguido bailar un poco seguido, pero tras unos pasos engarzados a duras penas, me vuelvo a tropezar con sus pies (o quizás sea él quien tropieza, yo ya no lo sé). Sea como fuere, Alberto me acusa de no escuchar lo que me dice, de bailar sola. Yo le repito que no sé que es lo que quiere que haga… pero parece que él tampoco entiende.

De nuevo Julio se acerca a nosotros. ¿Es que no hay más parejas en la sala que bailen mal?

– Alberto, si querés decirle algo, primero tenés que contactar, llamar su atención, de lo contrario la invadís, la sorprendés y en esa incertidumbre no te va a entender. Llevemos esto al baile. ¡Mirá! Primero buscás su pie, la detenés y luego hacés el movimiento. Si antes no conectás será dificil que ella adivine que querés comunicarte. Como cuando querés hablarle: primero la llamás, y cuando ves que ella te escucha, hablás, de lo contrario antes o después tendrás que gritar. Esto es lo mismo. Y vos -dijo dirigiéndose a mí- tené en cuenta que cuando te llama tenés que detenerte y escucharlo, si no, para que lo escuches te va a gritar. Y si están bailando, te va a golpear. Lo voy a mostrar. Acerco mi pie al suyo; ella se detiene para escuchar, hago el movimiento y espero que ella me conteste. No lo olviden, al bailar están dialogando, nunca imponiendo. Uno habla y después de escuchar el otro contesta. Atención: sólo después de escuchar. Porque en el tango, como en la vida, si no me tomo el trabajo de escuchar, voy a presuponer que sé lo que me van a decir, y nunca contestaré al otro. Sí, acaso, contestaré a mis suposiciones,pero nunca al otro. Así, el diálogo real deja de existir y se convierte en monólogo. Esto es lo que están haciendo, y esto no es bailar tango, que es una danza de pareja en la que cada uno improvisa de acuerdo al movimiento del otro.

CLASE QUINTA

Hoy no tengo ganas de ir a clase; en realidad no tengo ganas de ir a ninguna parte. Yo no entiendo que está pasando, pero siento que mi pareja se acaba. Desde hace un tiempo discutimos por todo y no hay manera de poder hablar de lo que pasa. Son infinitos los reproches mutuos que impiden el diálogo. Es como si hablaramos distintos idiomas y una dolorosa distancia, mezcla de rencor e indiferencia, se está clavando entre nosotros.

Este silencio, no sé como ni cuando empezó, pero crece cada vez más y parece imposible detenerlo. Nunca pensé que después de tanto tiempo de complicidad y cercanía llegaría el momento en que aún estando juntos no nos pudiésemos encontrar.

Mejor me cambio de ropa y voy a clase, porque con darle vueltas en la cabeza no gano nada y si nos quedamos solos en casa la distancia se hace insoportable.

– Hoy no vamos a aprender ningún paso nuevo. Creo que es importante que sepan qué estan haciendo. Si no entienden qué es bailar tango, si no entienden su sentido, podrán hacer los pasos, pero nunca van a bailar tango. El tango es una danza de pareja abrazada con un abrazo que es contención, no estrujamiento. Abrazar es dar con los brazos abiertos y el que da con los brazos abiertos recibe con todo el cuerpo. Así unidos, los dos integrantes se desplazan por el espacio; pero no es un espacio cualquiera. Al contrario es un espacio creado por los dos. Como dicen los Dinze: “El tango niega las matemáticas porque uno más uno no son dos sino uno, que es la pareja, o son tres, porque son ella, él y un tercer volumen”. Uno o tres, ¡pero nunca dos!

»Es un verdadero diálogo corporal y amoroso, donde los dos manejan la autodeterminación y donde también hay momentos de silencio, un silencio necesariamente forma paarte del diálogo, que lo enriquece si quieren, pero nunca lo anula. Este diálogo, los dos pueden proponer, porque aunque uno tome la iniciativa del primer movimiento, de acuerdo a como sea la respuesta, ya sea por velocidad, amplitud o dirección, es el siguiente movimiento. Por eso hay que aprender a vivir el error como posibilidad de enriquecimiento.

»Si esto no hubiese sido así, el tango no existiría. No deben enojarse ante un fallo, busquen el contacto con el otro e intenten crear juntos. Finalmente el tango también es una forma de autoconocimiento, porque así como en nuestra vida de relación, ya sea como amigo, amante, padre, conozco mi calidad de tal a partir del otro, en el tango puedo ser un protector o un protegido, un dominado o un dominador, puedo ser infinitamente tierno, violento o tal vez la mezcla de todo eso, y mi pareja está allí para mostrármelo. Esto que planteamiento no es fácil, pero sólo cuando lo entiendan podrán bailar, y además, de una manera distinta cada día: a veces con violencia, otras con ternura, otras en verdadero éxtasis, pero seguro no interrumpirán la danza.»

Mientras volvíamos caminando a casa, las palabras de Julio retumbaban dentro de mí. Era como si las frases hubiesen tomado forma corporal y danzasen en mi cabeza, ocupándola, ordenándose, tomando armonía y sentido:

“El abrazo es contención no estrujamiento… Tomen el error como posibilidad… Si no le doy el espacio él se lo va a tomar… Mi pareja está allí para mostrarme cómo soy… El encuentro es diálogo, no imposición; el diálogo es escuchar al otro, no suponer; el abrazo es dar espacio, no atrapar; el tango es dialogar, dialogar, dialogar…”

Hoy releo estos viejos apuntes. Los encontré en el cajón de una cómoda que había quedado en el sótano después de la mudanza. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¿Diez años? Sí, creo que sí. En aquella época cumplíamos a duras penas dos años de casados y ya llevavamos juntos como doce. La crisis pasó y efectivamente los dos tuvimos que aprender a vivir juntos, así como aprendimos a bailar tango.

Mientras leo estoy escuchando música y Alberto está terminando de arreglar el jardín. Por cierto ya terminó.

Veo que entra.

Está sonando Danzarín. Es el tango que más nos gusta bailar.

– ¿Qué estás haciendo? -le digo.

– Estoy pensando que tengo muchas ganas de abrazarte… ¿Bailamos un tanguito, mi vida?


LIC. JULIA ATANASÓPULO GARCÍA


¿No te parece una joyita?

Creo que dice poco o más o menos lo mismo que nosotros pero en lugar de relacionarlo con la pareja lo refiere al baile. Me encanta.

¿Lo incluimos en el libro?

Besos,

Fredy


A Roberto le encantó el planteamiento y hasta pudo prescindir de que el texto viniera de Fredy. Subió el cursor hacia el comando Edición y pulsó la opción Seleccionar todo. Luego lo copió en una hoja nueva de su procesador y eliminó la última parte del mensaje. En lugar de la despedida de Fredy, Roberto escribió:


¿No te parece una joyita? Me parecía cuando lo estaba leyendo que hablaba de ti y de mí. Sentía que describía nuestro encuentro y que en lugar de vincularlo con una relación entre dos adultos que se conocen y se quieren, lo refería al baile. Me encanta. También nosotros aprendimos a danzar juntos a lo largo de esta danza que es escribir este libro. También nosotros, creo, debimos aprender a abrazarnos, a contenernos, a no empujarnos, a no atropellarnos, también nosotros podemos seguir aprendiendo a bailar juntos. ¿Me acompañas en este tango? Te mando un beso y un abrazo “arrabaleros”. Fredy

Revisó lo escrito, lo recortó y lo pegó en el mail que con el título “Tango” envió después a carlospol@spacenet.com desde trebor@hotmail.com

La respuesta de Laura llegó a la noche del día siguiente y por un momento lo hizo estremecer. Debía ser más cuidadoso, el mensaje empezaba diciendo:

Fredy:

¿Qué es eso de “para estrenar tu nueva dirección electrónica”? ¿Mi nueva dirección? No soy yo la que cambió de lugar, ¡fuiste tú! Habrás querido decir “para estrenar mi nueva dirección he elegido…”. Me parece que con tanto viaje ya no sabes si te vas o te quedás, si estás o te fuiste, si eres tú o eres el otro.

De todos modos me he divertido mucho con tu confusión; me preguntaba qué dirían tus pacientes si supieran que no sabes ni dónde estás.


Decididamente debía leer los mails con más cuidado si quería seguir jugando este papel de administrador del correo. El mensaje seguía:

Me pareció fascinante la idea de tu amiga Julia. Es increíble cómo encaja, no sólo con nuestra relación sino con todo lo que sostenemos y trabajamos. Después de leer lo del tango fui a la carpeta donde guardo algunos de los apuntes que tomé cuando preparábamos la presentación de Cleveland y encontré nuestro “Programa de trabajo dirigido a personas con dificultades para estar en pareja”. ¿Te acuerdas?

1. Desarrollar nuestra capacidad de amar. 2. Abandonar la expectativa de perfección. 3. Encontrar el equilibrio entre entrega y privacidad. 4. Desarrollar la intuición para dejarnos guiar por ella y a veces por la de nuestro/a compañero/a. 5. Trabajar con las dificultades de dar y recibir, conectados a las necesidades verdaderas. 6. Privilegiar los mensajes del cuerpo, las situaciones placenteras frente a las ideas de lo que “está bien”. 7. Trabajar honestamente para ver hasta qué punto estamos dispuestos a dar lo que tenemos aunque nos cueste y no sólo lo que nos sobra, a ceder espacio y tiempo para la relación, a dejar el centro absoluto del universo. ¿Te das cuenta? Es lo mismo. Estoy muy impresionada y muy feliz. Te quiero mucho. Besos a Julia cuando le escribas. Laura

Roberto bajó el mensaje a su procesador y quitó la primera parte del texto. Antes de reenviarlo borró del final el “Te quiero mucho” y después también eliminó el “y muy feliz”; había decidido que algunas palabras de Laura las iba a reservar sólo para si.

Toda esa noche y gran parte del día siguiente estuvo reflexionando acerca del papel que esta situación le otorgaba, se encontró pensando que a los usos de la relación entre Laura y Fredy esa casilla intermediaria funcionaba como un Dios de infinito poder. A su antojo Trebor podía cambiar, agregar, quitar, producir y distorsionar la información que cada uno recibía y, de alguna manera, manipular ciertas respuestas, pensamientos y acciones sin que ellos siquiera se enterasen.

A pesar de lo que cualquiera pudiera pensar, no era su intención hacer daño. Con respecto a Fredy, porque la jugada con Farías había sido suficientemente malvada como para canalizar toda su bronca (de hecho ya se estaba arrepintiendo un poco). Y con respecto a Laura, porque su único deseo era no perder contacto con ella.

Trebor era solamente la única forma segura de mantener esa relación con Laura.

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