Laura terminó de cerrar la puerta de su casa y se dio cuenta de que Ana se había ido sin su carpeta de dibujo. Sonrió mientras reordenaba su día para tener tiempo de pasar por la escuela a dejarle la carpeta a su hija.
El agua para el té debía estar a punto, así que se apresuró para llegar a la cocina y una vez que estuvo allí escuchó el clásico ruido del agua al romper el hervor. Apagó el fuego y enseguida abrió la caja donde guardaba el té. ¿Cuál?, pensó mientras miraba los diferentes sobres de todos los colores ordenados prolijamente en dos hileras.
Miró por el gran ventanal que daba al jardín y decidió que tomaría el “Ensueño’, una mezcla de té negro, menta y canela.
Le encantaba haber descubierto los diferentes sabores y tipos de infusiones posibles.
En tanto que sumergía el saquito en la taza con agua caliente, “recordaba” aquel lugar donde nunca había estado y que sin embargo ocupaba en su imaginación el espacio de un puerto soñado y lleno de magia: Las teterías del Albaizín en Granada.
Laura se había enterado de su existencia por el relato de Claudia hacía cinco o seis años. Su paciente volvía de un larguísimo viaje por España y había usado gran parte de sus tres primeras sesiones desde el regreso para hablar de la movida andaluza y de “las teterías”.
Giró la cucharilla dentro del té, alzó la taza frente a su nariz cerró los ojos y olió profundamente…
Desde el Paseo de los Tristes subió las viejas calles del Albaizín hasta la plaza de San Nicolás, miró por un rato largo las torres de La Alhambra y después bajó por entre las rústicas casas adentrándose en el antiguo barrio de la morería. Lo pequeños locales, apenas más grandes que un kiosco ofrecían esa combinación embriagante de música marroquí, olores intensos, colores difusos y formas ajenas. Cortinas con arabescos insinuaban las incómodas mesas donde los miembros de la familia servirían un centenar de sabores diferentes de té, en vasos de sobrecargados dibujos en dorado y diminutas teteras individuales de bronce repujado.
Claudia la había llevado en ese recorrido tantas veces que cuando años después Laura se encontró con Alfredo en Cleveland, compartieron la conversación sobre el barrio moro de Granada como si hubieran paseado juntos por cada calle y juntos hubieran entrado en “Marraquesh”, la mejor -acordaron- de todas las teterías.
El recuerdo de Fredy la condujo al libro; le debía todavía la lista bibliográfica sobre parejas.
Con un pequeño esfuerzo resistió la tentación de levantarse con la taza en mano para ir a su escritorio. Durante años había trabajado sobre sí misma para conseguir no interrumpirse haciendo más de una cosa a la vez, sobre todo cuando aquella era placentera. Así que terminó sin urgencias su té y recién después estuvo frente a la biblioteca.
Miró lentamente los cuatro muebles cortados a medida en madera oscura que tapizaban las paredes del cuarto, desde el piso hasta el techo. Por primera vez notó que casi todos los libros que habitaban su casa hablaban del mismo tema. Salvo por seis o siete novelas y algunos libros de cuentos cortos, los estantes estaban inundados de centenares de tratados, manuales y apuntes sobre psicología y terapia de parejas. Libros en inglés, francés, castellano o portugués que muchas veces repetían con cierta impunidad plagiaria las mismas cosas y otras tantas se contradecían ostensible e irreconciliablemente.
Fue tomando los libros de la biblioteca y dejándolos en una pila sobre su escritorio. Y cuando la torre pareció tambalear amenazando caer, Laura empezó la construcción de una segunda Babel. Y luego una tercera al lado de las otras dos, que quedó por la mitad, más por renuncia que por satisfacción.
Laura se sentó en su sillón de cuero y empezó a revisar los libros. Uno por uno los tomaba del pilón, los acariciaba, los abría y leía algunos párrafos al azar.
Cada frase le recordaba momentos de su vida personal y profesional, épocas enteras donde buscaba en esos mismos libros respuestas a su dolor interno o tiempos de fascinación al retornar de los talleres de la Nana, de Welwood, de Bradshaw o de los Resnik con las maletas llenas del sobrepeso producto de las últimas publicaciones recién compradas, de los folletos recogidos, de los artículos fotocopiados y, por supuesto, de sus propios apuntes tomados durante los seminarios para tratar de retener cada palabra dicha por los maestros -como ella los llamaba-, tan pertinentemente elegidas para cada ejercicio, para cada exploración, para cada concepto.
Cerca del mediodía, sobre el escritorio quedaba apenas una veintena, los demás habían vuelto a su lugar en la biblioteca.
Prendió el ordenador y mecanografió la lista:
Bibliografía:
Abadi, Mauricio, Te quiero, pero…, Ediciones Beas, Buenos Aires, 1992.
Blachman, J.; Garvich, M.; Jarak, M. ¿Quién soy yo sin mi pareja? Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1989.
Bradshaw, John, Crear amor, Los Libros del Comienzo, Madrid, 1995.
Chang, Jolan, El tao del amor y el sexo, Plaza amp; Janes, Barcelona, 1994.
Chodron, Pema, La sabiduría de la no-evasión, Oniro, Barcelona, 1998.
Claremont de Castillejo, Irene, Knowing Woman, Shambhala Publications, Boston, 1997.
Elkaim, Mony, Si me amas no me ames, Gedisa, Barcelona, 1997.
Fromm, Erich, El arte de amar, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1998.
Hendrix, Harville, Getting the Love You Want, Owl Books, Nueva York, 2001.
Krishnamurti, Sobre el amor y la soledad, Kairós, Barcelona, 1998.
Laing, Ronald D., Nudos, Sudamericana, Buenos Aires, 1970.
Levy, Norberto, El asistente interior, Editorial del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 1983.
Nasio, Juan David, El libro del dolor y del amor, Gedisa, Barcelona, 1998.
Osho, El camino abierto del amor, Editorial Luz de Luna, Buenos Aires, 1998.
Osho, Tantra, espiritualidad y sexo, Arkano Books, Móstoles, 1995.
Pommier, Gerard, El buen uso erótico de la cólera, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1995.
Rodrigué, Emilio, La lección de Ondina, Fundamentos, Madrid, 1980.
Rosenberg, Jack Lee, Body, Self, and Soul, Humanics Publishing Group, Atlanta, Georgia, 1987.
Sanford, John, El acompañante desconocido, Desclée de Brower, Bilbao, 1998.
Schnake, Adriana, Los diálogos del cuerpo, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1995.
Sinay, Sergio, Esta noche no, querida, RBA Integral, Barcelona, 2002.
Watts, Alan, El futuro del éxtasis, Kairós, Barcelona, 1985.
Welwood, John, El viaje del corazón, Los Libros del Comienzo, Madrid, 1995.
Welwood, John, Amar y despertar, Obelisco, Barcelona, 2000.
Zinker, Joseph, In Search of Good Form, Analytic Press, Hillsdale, Nueva Jersey, 1995.
Laura terminó de mecanografiar la lista y fue a su cuarto a ponerse las mallas y las zapatillas que usaba para hacer aerobic. Puso la carpeta de dibujo en la mochila y salió a disfrutar del paseo. Si apuraba un poco el paso llegaría justo a la hora del último timbre para comer una ensalada con Ana en la cantina del colegio.
¿Dónde andaría Fredy? ¿Estaría en España, en Uruguay, en Chile?
Casi siempre envidiaba esta vida que Alfredo llevaba: Un día cualquiera, y sólo porque él lo había decidido, se subía a un avión, a un automóvil o a un barco y partía. A menudo Laura asociaba esto con algo que había venido observando en muchos de sus pacientes hombres:
CONSERVAR CIERTOS ESPACIOS DE INDEPENDENCIA LOS VOLVIA TOTALMENTE DEPENDIENTES.
¿Qué pasaría con tanta flexibilidad si un día Carmen decidiera que no quería quedarse más en casa, si pensara que estaba harta de la familia y de los chicos? ¿Qué sucedería si un dia ella renunciara definitivamente a hacerse cargo de los impuestos, de las reparaciones domésticas, de los servicios mecánicos de los autos, etc. etc.?
Alfredo Daey era muy reconocido dentro y fuera de Buenos Aires, pero… ¿sería todo esto sin Carmen? Laura estaba segura que no.
Como todos los hombres, Fredy tenía para con su esposa esa gratitud difusa y “globalizada” que a cualquier mujer pensante le resulta absolutamente insignificante y a cualquier persona con cierta dignidad le suena encubiertamente menospreciadora.
Algo debía estar cambiando porque si todo hubiera sido suficientemente satisfactorio, quizás Carmen no habría decidido volver a la universidad.
Ahora mismo Laura se preguntaba si este cambio de actitud en los últimos mails de Fredy, esta actitud casi seductora que tenían sus mensajes, no tendría relación con ese otro cambio, el que ella adivinaba gestándose en Carmen.
Sin embargo, y más allá de lo que le pasara a él, ¿qué le estaba pasando a ella con esta nueva situación?
Después de separarse de Carlos, Laura había creído que su etapa de búsqueda de pareja estaba cancelada. Su primer matrimonio con Emilio había terminado en catástrofe y había salido al mundo después de un tiempo muy oscuro con la idea de que debía encontrar a alguien totalmente diferente. Así fue como se enamoró de Carlos. Tres semanas después de conocerse ya planeaban vivir juntos y en otras tres semanas, Laura ya sabía que entre Emilio y él no había grandes diferencias, aunque los resultados fueran notablemente mejores. Quizás ella había aprendido. Algún tiempo después se enteraría de que su experiencia era la de la mayoría de las personas que se vuelven a casar: Las segundas parejas no son demasiado distintas de las primeras, de hecho han sido elegidas para representar el mismo papel en nuestra vidas; es el cambio de la propia actitud la que puede llegar a producir el despertar.
Recordaba la frase de Gurdieff: “Para estar vivo de verdad debes renacer y para eso antes debes morir y para eso antes debes despertar”
La separación con Carlos fue a su modo el broche de oro a una relación maravillosa de la cual ambos habían cosechado resultados maravillosos, empezando por sus dos hijos y siguiendo por el desarrollo personal de cada uno.
Una separación adulta entre dos adultos que deciden no convivir más. Todo muy hablado, muy trabajado en terapias individuales, en terapias de pareja y con los tiempos necesarios para agotar todos los recursos y darse todas las oportunidades.
Todo tan cordial que a veces se preguntaba si no habría sido una exageración su segundo divorcio.
Salvo por la falta de convivencia y la de sexo, Carlos y ella tenían de hecho una relación que pondría de todos los tonos de envidia a amigas, pacientes y vecinas (que todavía hoy ponían caras cuando espiaban por su ventana algunas entradas y salidas del padre de los chicos).
Laura había pensado que si no podía convivir felizmente con Carlos, a quien quería y valoraba, decididamente no podría hacerlo con nadie. Acaso por eso desde su separación y hasta ahora no había vuelto a pensar en una pareja ni siquiera ocasionalmente Sólo había habido espacio para unos pocos encuentros placenteros y fugaces: explosiones de su femineidad y de su capacidad de gozar, disfrutar de su propio cuerpo y del contacto con el cuerpo del varón, que siempre había celebrado como su mejor complemento en sentido horizontal.
Querido Fredy
Te mando la lista bibliográfica que me pediste. Me parece que me excedí un poco en la cantidad de libros pero espero que tú recortes lo que te parezca y agregues lo que falte.
También te mando mis comentarios sobre el tema de segundos matrimonios que me parece fundamental, no sólo porque cada vez somos más, sino también porque encontré demasiados huecos sobre el asunto en la bibliografía y me dio la sensación de que era uno de esos temas de los que no se habla. Obviamente si nuestros colegas sostienen aquella absurda posición de “la persona adecuada’, entonces los intentos de matrimonio subsiguientes al primero no son más que parte de la búsqueda. Según esta postura, sólo durarán, aquellas parejas que “se hayan encontrado” mientras que todos los demás seguirán en el interminable camino buscando o, peor aún, lo harán hasta que se cansen, y a partir de ese momento someterán a sus parejas inevitablemente al plan de Procusto (cortándoles las piernas si la cama se les queda pequeña o estirándoles en el potro si les sobra espacio).
Te escribo a continuación lo que estuve pensando sobre este tema.
Cuando una pareja se separa, los padres y las madres, cada uno por su lado, comienzan a tener un tipo de vínculo con sus hijos donde la relación que era de a tres pasa a ser de a dos, el hijo con el padre y el hijo con la madre. Estos vínculos comienzan a tener ciertas características y rutinas. Los hijos se acostumbran a una nueva relación de a dos bastante rápidamente y por lo tanto el dúo está establecido antes de que aparezca la posterior pareja.
Entonces se da la situación inversa a la de la familia original, en la cual la relación de los padres precedía a la llegada del hijo. En los segundos matrimonios la nueva pareja es el tercero que aparece, pues la relación con el hijo ya está dada y esto crea dificultades específicas que es bueno conocer para saber cómo manejarse, tanto más en las familias ensambladas donde cada uno de los cónyuges llega al nuevo matrimonio con hijos de una pareja anterior.
Sería bueno sincerarnos de entrada: Los “padres” recién llegados no van a tener la misma relación con sus hijos carnales que con los hijos de su pareja y, evidentemente, el amor que sentirán los hijos por los padres biológicos es diferente del cariño que podrán tener con la pareja de su padre o su madre.
Aceptar esta realidad puede ser doloroso, porque tanto los nuevos padres como los nuevos hijos se sienten rechazados. Gran parte de las dificultades aparecen porque las nuevas parejas se casan con la fantasía de volver a tener la familia que deshicieron. Los conflictos surgen entonces cuando se comienzan a ver las diferencias entre la realidad y aquella expectativa. Como siempre, en la medida que aceptemos la situación como es, podremos tener un buen desarrollo junto con los hijos de ambos y los hijos en común. Es decir, si bien en la convivencia el padre o madre recién llegado puede ocupar el lugar de papá o mamá por cuestiones prácticas de funcionamiento de la familia, esto no quiere decir que lo sea.
Muchas veces los hijos, incluso los padres, tienen resistencia a otorgarle poder al padre o madre recién llegado, y esto crea problemas de base.
Por eso afirmamos que es muy importante y urgente hablar de estos temas de fondo con la pareja, porque estos problemas estructurales aparecen disfrazados de problemas de convivencia, donde muchas veces no saben por qué están peleando.
Y el fondo de la cuestión es el lugar que ocupa cada uno y el poder que tiene cada uno en la familia.
Habrá que tomarse el trabajo de definir claramente y desde un principio el lugar de cada uno y el tipo de relación que eligen tener, para luego conseguir que esto quede claro para todos, evitando así confusiones y malos entendidos.
Recordemos que en el mismísimo momento en que el volver a casarse significa para el adulto el final de una época de soledad y por ello un motivo de alegría, para los hijos implica el comienzo de otra etapa difícil que se viene a sumar al actualizar las pérdidas sufridas a raíz de la separación de sus padres o muerte de alguno de ellos.
A muchos hijos se les crea un enorme problema de lealtad: “si quiero a la nueva pareja de mi madre, estoy traicionando a mi padre”.
Todos estos temas se pueden manejar en la medida en que sean hablados. El problema es que no se hablan y quedan como gestalts incompletas que interfieren en la convivencia.
Una familia ensamblada crea situaciones difíciles de resolver, y esperar a que aparezcan estas situaciones ayuda a aprender a convivir con tales problemas. Dice Zinker: “Algunas diferencias son irreconciliables y deben ser aceptadas así. Uno puede amar y respetar a su compañero y aprender a aceptar la realidad existencial de que no todos los problemas se pueden resolver. El cine de Hollywood y la mayoría de los movimientos de crecimiento personal nos venden el mito de que todos los problemas interpersonales tienen solución.”
Es verdad, hay cuestiones que no se resuelven. Sobre todo si la resolución pasa porque suceda lo que es imposible. La salida es aprender a convivir con esas diferencias y conectarnos con los puntos de unión, disfrutar en las áreas que podemos compartir y aceptar que hay pérdidas que no se compensarán con una nueva pareja, que hay necesidades de nuestros hijos que no las podemos cubrir con nuestra segunda pareja.
La inteligencia de una pareja pasa por disfrutar lo que se tiene y no pelear para que ocurra lo que no puede ocurrir. Esta actitud, de paso, se acerca bastante a mi idea del mejor amor.
Un beso.
Lau
Laura se levantó con la idea del libro rondando en su cabeza. Ella había empezado tentada por aquella ocurrencia de Alfredo de editar juntos algo sobre parejas, pero ahora que la semilla había germinado en su mente y en su corazón, las ganas eran propias (quizás más propias que ajenas porque la colaboración de Fredy era poca y lenta) y era ella misma la que bullía con la fantasía de ver el libro publicado.
Fredy se había comprometido a ordenar los mails que ella había ido mandando y a mezclarlos con sus propias ideas y con el trabajo que habían presentado juntos en los Estados Unidos.
Hizo un repaso de los temas sobre los cuales habían escrito y se dio cuenta de que habían vuelto una y otra vez sobre algunos puntos mientras que no habían más que rozado muchos otros.
Encendió el ordenador y empezó a escribir.
Querido Fredy
Te cuento que me levanté hoy ‘con todas las pilas’, como dice mi hija, para ver nuestro libro terminado. Sentí ganas de trabajar en la visualización del producto listo. Empecé a fantasear con que llegaba a una librería muy grande y muy importante en compañía de mi madre. Quería en mi sueño compartir con ella la primera vez que veía el libro publicado. Creo que es la persona que más se merece ese honor, por su dura experiencia de vida. Y cuando quise verlo me di cuenta de que no podía ni imaginármelo en el escaparate. porque ni siquiera sabemos todavía cómo se llamará.
Me gustaría que habláramos sobre el título del libro. He aprendido en mi profesión y en mi vida qué cierto es eso que tú siempre dices, que sólo se controla aquello a lo que se le puede poner nombre.
Quizás esta necesidad de soñar o poder volar imaginariamente al futuro sea producto de alguna limitación personal. Si es así quiero poder aceptarla como parte de mí. Aunque tal vez no sea una limitación exclusivamente personal, a lo mejor tiene que ver con mi condición de mujer y, en ese caso, no sólo quiero aceptarla como tal sino que creo que empezaría a sentirme orgullosa de ella.
Sería interesante incorporar en el libro el tema de lo masculino y lo femenino en hombres y mujeres. Exponer un poco lo que sabemos de los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro ayudará a entender y aceptar que desde diversos aspectos, algunos meros determinantes biológicos, somos diferentes.
Es sabido que la mayoría de las mujeres tienen tendencia a la mirada holística y los hombres a la mirada focalizada.
La mirada masculina tiene que ver con la actitud de dividir, analizar, focalizar, cambiar, en fin, con lo activo, que los neurobiólogos suelen identificar con la función del hemisferio izquierdo del cerebro (el dominante). La mirada femenina, en cambio, tiene más que ver con la conciencia de unidad, la capacidad receptiva, de espera, con la predisposición para entablar relaciones, soñar y crear (funciones aparentemente propias del hemisferio derecho).
En La enfermedad como camino [7], refiriéndose al cerebro, Dethlefsen y Dahlke dicen:
“Uno y otro hemisferio se diferencian claramente por sus funciones, su capacidad y sus respectivas responsabilidades. El hemisferio izquierdo podría denominarse el hemisferio verbal, pues es el encargado de la lógica y la estructura del lenguaje, de la lectura y la escritura; descifra analítica y racionalmente todos los estímulos de este área, es decir que piensa en forma digital. El hemisferio izquierdo es también el encargado del cálculo y la numeración. La noción del tiempo se alberga asimismo en el hemisferio izquierdo.
En el hemisferio derecho encontramos todas las facultades opuestas: en lugar de capacidad analítica, la visión de conjunto de ideas, funciones y estructuras complejas. Esta mitad cerebral permite concebir un todo partiendo de una pequeña parte. Al parecer, debemos también al hemisferio cerebral derecho la facultad de concepciones y estructuraciones de elementos lógicos que no existen en la realidad. Aquí reside también el pensamiento analógico y el arte para utilizar los símbolos. El hemisferio derecho genera también las fantasías y los sueños de la imaginación y desconoce la noción del tiempo que posee el hemisferio izquierdo.”
Creo que es evidente que en las mujeres parece predominar el hemisferio derecho y en los hombres el izquierdo.
Norberto Levy dice: “Así como existe una relación de pareja con otro ser humano, existe una relación de pareja interior entre los aspectos femeninos y masculinos de la propia individualidad”.
Todos estamos constituidos como polaridades. Tenemos aspectos masculinos y femeninos, activos y pasivos, débiles y fuertes. El asunto es que si nos identificamos culturalmente con uno solo de estos aspectos polares proyectaremos el otro en el afuera.
La confusión que se da habitualmente es creer que mi pareja es la causa de mi conflicto, sin darme cuenta de que es un conflicto interno entre dos aspectos polares que vengo acarreando, sin hacerlo consciente.
La misma energía que uso en pelearme con mi pareja es la que necesito para descubrir qué me pasa a mí.
A veces me pregunto si muchas dificultades que tienen las parejas no estarán en última instancia ligadas a la no aceptación de la diferencia de miradas entre el hombre y la mujer.
Uno no puede dejar de preguntarse con Gray ¿Cómo se armonizan dos personas que viven en mundos diferentes? ¿Cómo se pueden comunicar un hombre y una mujer si están en diferentes frecuencias?
Respuesta: Sólo si pueden abandonar la idea de que hay un único punto de vista.
Es nefasto creer que el mío es el único lugar de análisis, aunque es peor aún dejarme convencer de que el tuyo es lugar de la mirada privilegiada. Es imprescindible incorporar las dos maneras de estar en el mundo, para integrase como personas y con el otro.
Respeto mi identidad y mi forma de ser en el mundo y, a partir de allí, doy y reclamo respeto.
Hablando desde lo personal, admito que tengo tendencia a funcionar con una conciencia un tanto difusa y soñadora, y de hecho mi trabajo personal de los últimos años es incorporar una conciencia más focalizada.
(Mientras escribo esto me río porque me imagino que todas mis parejas de los últimos años coincidirían en decir que no percibieron el resultado de mis esfuerzos por incorporar la lógica a mi vida…
El problema de la relación de pareja es que, si no tengo la flexibilidad para pasar de un nivel a otro, cuando estoy instalada en un rígido punto de vista, tiendo a rechazar a mi compañero, que piensa desde otra perspectiva.
Si me lanzo a la aventura de entender su manera de pensar, incorporo cosas nuevas pero sobre todo le incorporo a él.
El desafío de la pareja pasa por abrirse a una forma diferente de estar en el mundo e integrarla en mí mismo Abrirse a un pensamiento nuevo, a una manera diferente de encarar la vida. El amor empieza cuando descubro al otro. Ya no es una idea de lo que debería ser, es alguien nuevo que me sorprende con su originalidad.
Allí comienza el amor, con la sorpresa, con el descubrimiento, mientras que si trato de encajar al otro en mis viejas ideas, no pasa nada. Abrirse al amor es abrirse a lo nuevo… Amar es abrirse a lo real.
Laura
Y antes de enviarlo agregó:
PD:¡Exijo tu aportación!
Laura sonrió y caminó hacia el jardín para disfrutar de un rato de sol antes de irse a su consultorio.
Se recostó en el banco y se puso a pensar en las citas de esa tarde: Héctor y Graciela, Marcelo y Patricia. Javier y Analía, Hugo y Beatriz, Armando y Carla.
Con Héctor y Graciela estaba todo bien, ambos habían sintonizado la onda de escucharse para construir juntos y las cosas se iban acomodando ahora, casi sin su participación.
Marcelo y Patricia habían empezado hacía una semana; él había aparentado ser un tipo fresco y agradable ella parecía demandante y ansiosa. Laura pensó que debía prestar atención para corroborar esa primera impresión.
Javier y Analía consultaban por sus discusiones permanentes; desde el principio Laura intuyó que eran un clásico ejemplo de problemas personales traídos a la pareja y había decidido verlos en función de la pareja pero con entrevistas por separado. Hoy la vería a Patricia, ella estaba trabajando su tortuosa relación con su padre, un alcohólico violento y poco afectuoso, para tratar de no desplazar sus reclamaciones a Javier, quien muchas veces inocentemente (y otras no tanto) pagaba los platos rotos de aquella relación mal elaborada de su esposa.
En muchos aspectos Beatriz y Hugo eran una pareja especial, principalmente por la identificación que Laura sentía con Beatriz (en muchísimas cosas la vida de Beatriz y la de ella se parecían, los planteamientos existenciales de ambas eran coincidentes y sus pretensiones idénticas), pero también eran especiales porque ambos eran personas con ángel y hacían de esta sesión semanal una hora diferente.
Muchas veces había pensado en derivarlos a otro especialista, sin embargo ni Beatriz ni Hugo habían aceptado nunca su propuesta de ver a otro terapeuta, quizás justamente por esta afinidad que se percibía en sus encuentros, y Laura se había dejado seducir por la idea de seguir con ellos. Actualmente pasaban por un momento muy reflexivo; los dos terminaban de descubrir que podían concederse espacios de “no-control” y disfrutar de las consecuencias. Beatriz había vuelto a tomar clases de pintura y Hugo había encontrado en esas ausencias de su mujer el espacio para navegar por el mundo de Internet en lugar de estar poniéndose paranoico con “los otros” con los cuales ella se encontraba.
La preocupación de ese día venía de Armando y Carla. En lo íntimo de su pensamiento Laura no entendía para qué seguían juntos. Tenían una de esas relaciones “Yo-Yo”, como ella las llamaba. “Vínculos Yo-Yo” eran para Laura aquellos signados por la mezquina actitud de los dos de ocuparse en exclusividad de sí mismos, “Yo-Yo” también porque iban y venían en un subibaja siniestro de peleas, separaciones, encuentros, gritos, insultos y efímeras reconciliaciones. “Yo-Yo” finalmente porque muchas veces se enredaban en anudadas galletas y era imposible saber cómo desenredarlos.
Los dos sabían que se mentían, manipulaban, competían y vivían resentidos. Salían con terceros a escondidas y coqueteaban permanentemente con otros y otras. Sin embargo se enojaban con Laura cada vez que ella les sugería separarse aunque sea transitoriamente; llenando la sesión de discursos repletos de lugares comunes que justificaran seguir adelante porque “nos amamos demasiado para separarnos”, porque “yo sé que ella es la mujer (o él es el hombre) de mi vida”, porque “cuando una ama debe luchar hasta el final por lo que ama”, porque “no podría vivir sin él (o sin ella)”… etc… etc… Y Laura amagaba una pequeña insistencia y luego un poco se resignaba, otro poco aceptaba sus limitaciones y un poco más se preguntaba sí después de todo no tendrían razón y era ella o toda la ciencia la que estaba equivocada en los sofisticados análisis psicosociológicos de cada vínculo.
Después de todo -terminaba preguntándose- ¿quién podía asegurar que separarse sería mejor para ellos que seguir adelante? ¿Sería universalmente cierto que era mejor estar solo que mal acompañado?
A lo mejor Armando y Carla tenían razón y Laura debía replantearse todas sus teorías sobre las parejas.
Se levantó del banco decidida a tener más cuidado en las próximas sesiones; la situación la involucraba personalmente y quizás era esa connotación lo que la condicionaba para evaluar la pareja como inviable.
Debía estar alerta para no contaminarse.
En cierto modo, ella misma no estaba en pareja porque no aceptaba una relación mediocre y convencional, ella jamás había podido sostener un vínculo por el vínculo mismo, ella siempre había pretendido más.
El resto del día transcurrió sin sorpresas y hasta la sesión con los conflictivos Armando y Carla resultó interesante y productiva.
Laura regresó a su casa satifecha con su profesión y su especialidad.
En el ordenador le esperaba un mensaje:
Lauri
He estado pensando en tus ideas.
Cada día te veo más clara y más sabia.
Te adjunto algunas cosas que leí y que estuve pensando.
Dice Castillejo que hay tres razones principales que impiden el encuentro. La primera es que a veces tratamos de comunicarnos cuando estamos en distinto nivel de conciencia. Como tú dices, hay dos maneras de estar en el mundo: una seria, desde la conciencia focalizada, y la otra, difusa y globalizadora.
La primera tiene que ver con la lógica y es la mirada analítica.
La segunda tiene que ver con con la percepción holística del mundo, verlo como una totalidad, e incluye las emociones y las vivencias: es la mirada de la experiencia.
Cuando dos personas tratan de comunicarse y una está hablando desde la lógica y la otra desde lo que le pasa, el encuentro es imposible. Es como intentar una comunicacion desde dos idiomas distintos, un choque de paradigmas.
Es fundamental darnos cuenta desde dónde me está hablando el otro. Cómo se ve a sí mismo, cómo me ve a mí, cómo ve lo que nos pasa.
Si yo estoy acostumbrado a ver las cosas desde mi conciencia difusa o desde mi intuición, querer encontrarme en armonía con otro que mira la vida desde la coherencia es, en principio, una pretensión casi imposible.
La propuesta es que yo me abra a otra manera de ver las cosas, y entonces no sólo podré encontrarme con el otro, sino que incorporaré para mí mismo esa otra manera de estar en el mundo. Si una pareja plantea un problema y él lo ve desde la lógica y ella desde lo que siente, es muy difícil que se entiendan si antes no perciben y aceptan como punto de partida estas diferencias.
Yo creo que, afortunadamente, en la actualidad hay un cambio: las mujeres están ocupándose de desarrollar el lado masculino y los hombres el femenino.
Como tú bien dices, si yo acepto y respeto tu mirada y la voy integrando con la mía, eso es crecimiento para mí; si la rechazo tratando de convencerte de lo que pienso, me quedo solo e igual a mí mismo.
Sin embargo, esto es lo que hacemos: tratar de que el otro haga las cosas como a nosotros nos parece, sin detenernos a pensar que el otro puede darnos una opción mejor, diferente, nueva…
Con respecto a las otras actitudes que impiden el encuentro, Castillejo habla de la dificultad para estar presentes. Si nos escondemos detrás de disfraces, no podemos tener contacto con nadie, pues nadie puede conectar verdaderamente con un personaje.
Otra forma de no estar es el autoengaño; las personas no se dan cuenta de lo que les pasa, pero casi siempre tienen una explicación coherente de su sufrimiento, un libreto que justifica todo lo que les pasa pero que realmente no tiene nada que ver con su verdadero dolor. ¿Cómo podría alguien ayudarme o entenderme, si yo mismo estoy confundido respecto a lo que me lastima o a lo que necesito?
El tercer tema es la dificultad para escuchar. Esperar con más o menos paciencia a que el otro termine de hablar sólo para poder decir lo que ya estábamos pensando, no necesariamente es dialogar, sino muchas veces la mezcla y superposición de dos monólogos… En estos casos las personas no se conectan para nada con lo que el otro dice, no se escuchan porque cada uno ya decidió que tiene la razón y, por lo tanto, lo único que están dispuestos a hacer es esperar que sea su turno para poder argumentar y demostrarlo.
Me encantó lo de “Las razones del desencuentro”, ¿y a ti?
Te mando un millón de besos. Hasta pronto.
Fredy
PD:Nunca supe qué te pareció el cuento de mi paciente Roberto.
El mensaje que llegaba de trebor parecía venir a explicarle lo que le pasaba con la pareja del conflicto. Ella estaba intentando usar su razonamiento y su coherencia para proponer la más pertinente solución, en definitiva, estaba utilizando su mirada lógica. Mientras que entre los dos usaban excluyentemente su mirada emocional y se expresaban desde sus temores, desde sus necesidades infantiles o desde sus demandas insatisfechas. Cuanto más lógica ella se ponía, más irracionales aparecían los planteamientos de la pareja. No en vano cuando Laura dejó de tratar de imponer su punto de vista, ellos suavizaron sus reticencias a aceptar su ayuda.
Laura fue hasta su escritorio y empezó a escribir un mensaje.
Fredy:
Dos cosas:
Primera, gracias por tu último mail (no te imaginas cuánto me sirvió).
Segunda, estuve releyendo el cuento de Egroj y, de nuevo, como cuando me lo mandaste, me encantó.
Te mando mis comentarios:
Si de verdad esa historia se corresponde con el mito que él se traza sobre su existencia, tiendo a pensar en Roberto como alguien de gran potencialidad y, sobre todo, con una estructura muy sana.
Siempre he creído que la salud consiste en abrir puertas y ventanas hacia el mundo, y encuentro en el planteamiento del cuento una actitud similar, la de construir puentes y caminos, recursos que si bien en la historia están hechos básicamente para ver venir (desde el punto de vista psicológico: para recibir) indudablemente sirven también para salir, para ir a buscar y aún más para explorar el afuera, recoger, aportar (simbólicamente: dar).
De todas formas, si tuviera que pensarlo en función del niño herido yo intentaría ayudarlo a que mantenga los caminos y los puentes transitables, pero que trabaje buscando lo que necesita “murallas-adentro” y poder utilizar aquellas vías para compartir con el exterior lo que tiene dentro de sí mismo.
Creo escuchar en este relato el de una persona que sigue con la mirada puesta en el regreso de lo que no fue. Y no estoy diciendo que no sea sano animarse a esperar a quien amo; me refiero a lo hermoso que sería no esperarlo dejando que mi corazón se me salga del pecho con la sorpresa de ver venir por el horizonte lo que yo tanto deseaba pero ya no esperaba. Quizás esto ayude a no ser tan exigente con lo que viene hacia mí por el camino.
Porque si espero la fanfarria con las banderolas blancas y los estandartes dorados y llega con paso firme la caravana abanderada en verde y sin estandartes, corro el peligro de no reconocerla, de no darme cuenta de que el desfile viene hacia mí, de dejarlo pasar sin festejo, de vivir llorando porque no ha ocurrido cuando, en realidad, no supe distinguir que estaba ocurriendo.
Laura
Se quedó como pensando en su propia idea: el peligro de no reconocer lo que viene hacia mí porque no se corresponde con la forma en que me lo había imaginado…
Ella también era como Egroj.
Después de haber vivido gran parte de su vida mirando el horizonte había dejado de esperar.
Y eso no era lo inquietante, lo inquietante era… ¿reconocería la escuadra triunfal cuando apareciera en su horizonte?
Como cada vez que tenía alguna movida interna, llamó a su amiga Nancy.
– ¿Cómo estás? -preguntó Nancy inocentemente.
– Más o menos -abrevió Laura.
– ¿Por qué?
– Creo que me he identificado con un paciente y me ha sentado muy mal -contestó Laura sabiendo que Nancy, que era colega, podría entender.
– ¡Que mal!-opinó Nancy- ¿De qué va?
– Tú sabes que yo había renunciado a la idea de volver a estar en pareja, y de repente me encuentro con que el planteamiento de una parejita a la que atiendo, el mail de un colega y el cuento de un paciente, me hacen replantearme mi postura. Y lo peor, es que por primera vez tengo la sensación de que no puedo sostener los argumentos que esgrimía, ni siquiera frente a mí misma.
– Es que tú siempre te refugiaste en una idea demasiado estrecha respecto de tu futuro amoroso -comentó Nancy.
– ¿Por qué me dices esto?
– Mira, yo te derivé muchas veces pacientes: hombres, mujeres y parejas, y sé de lo entusiasta que eres. A cada persona que te escucha le hablas, le enseñas, le insistes y le explicas la importancia de estar en pareja, de la diferencia de crecimiento personal, del marco ideal de desarrollo humano, de las virtudes irremplazables de la convivéncia, etc… etc…, pero para ti parece que usas otro manual, para ti te quedas con la dificultad, lo improbable, los condicionamientos, la soledad…
– ¡Oye, para! Yo no estoy sola…
– Tú me entiendes lo que quiero decir, Laura, quizás sea hora de repensar tus decisiones. Después de todo -sentenció Nancy- ¡estamos en edad de merecer! ¿o no?
Y las dos rieron por teléfono durante un largo rato.
Fredy:
¿Revisaste la lista bibliográfica que te mandé?
Hay un tema que prácticamente no figura en ninguno de esos libros, yo lo llamo: “La paradoja del amor” o “El dolor del desencuentro”. A grandes rasgos es lo siguiente:
La pareja real no puede evitar el sufrimiento. Una se da cuenta y se queda sola “hasta que aparezca” la pareja ideal (que, justamente, por ser ideal no existe) con lo cual el sufrimiento, lejos de evitarse, reaparece constantemente.
Toda relación íntima en la que podemos abrirnos y lograr encuentro y entrega. pertenece a las cosas más gratificantes que podamos vivir; buscamos en ella contacto, amor, intimidad, porque son estas las situaciones que más nos enriquecen, las que nos hacen sentir vivos, las que nos llenan de fuerza y de ganas.
La paradoja empieza cuando nos damos cuenta de que al mismo tiempo son justamente estas relaciones las que nos provocan mayor sufrimiento y mayor dolor, muchisimo más que ninguna otra.
Cuando nos abrimos a la intimidad, al amor, al encuentro, nos exponernos también a sufrir y a sentir dolor.
La fuerza que naturalmente nos empuja a dejarnos llevar por nuestras emociones y a generar el encuentro se enfrenta con la natural tendencia a cuidarnos para no sufrir, porque intuimos, con certeza, que si nos abrimos a una persona esto le concederá al otro la posibilidad de herirnos.
Todos tenemos una personalidad, una coraza que no quiere tomar ese riesgo de ser lastimado y por lo tanto se cierra.
El niño necesita el amor de los padres y va organizando su personalidad para conseguir ese amor. Si veo que me dan más atención cuando estoy débil, voy a organizar una personalidad en torno a la debilidad. Si veo que se sienten orgullosos cuando soy independiente, voy a organizar una personalidad fuerte, me voy a decir a mí mismo que yo puedo solo o que no necesito ayuda. La personalidad que creamos nos sirve para funcionar y para lograr que nos quieran. Creamos una máscara y nos identificamos con ella, vamos olvidándonos de quiénes somos y de lo que verdaderamente queremos.
Amor e intimidad sólo pueden darse cuando nos abrimos presentes a alguien; pero esto es imposible si estamos con la armadura puesta, encerrados en nuestro castillo o escondidos en nuestra estructura.
Tampoco es cuestión de descartar esta personalidad; la hemos construído para poder enfrentarnos a algunas dificultades de la vida. La idea es observarla, conocerla y darnos cuenta cuando nos juega en contra interrumpiendo el contacto verdadero.
Este es el trabajo que proponemos: observar nuestra manera especial de ser en el mundo, ser conscientes de los roles en los que nos hemos quedado fijados.
La paradoja continúa porque no hay mejor oportunidad que esta relación íntima potencialmente destructiva para volver a encontrarnos y para deshacernos de nuestras máscaras habituales.
Así, muchas veces, terminamos resolviendo esta paradoja evitando el sufrimiento, impidiéndonos el amor y privándonos del encuentro íntimo.
En nuestro intento de decir no al dolor decimos no al amor. Y lo que es peor, nos decimos no a nosotros mismos.
Cuando nos enamoramos, la inconsciencia del amor nos lleva en un primer momento a abrirnos y a conectarnos con nuestro verdadero ser. Eso es lo que hace que el enamoramiento sea algo tan maravilloso, porque nos da la oportunidad de abrirnos, de mostrarnos tal como somos.
El enamoramiento es un encuentro entre dos seres que son.
Venimos representando roles, funcionando como robots programados, y de repente ocurre el milagro… Nos quitamos nuestros disfraces y regalamos nuestra presencia a aquel del que nos enamoramos.
Sabemos que esto no dura mucho, antes o después aparecen los obstáculos, las tendencias, los hábitos, las defensas.
Sería bueno aprender que el único camino para superar estos obstáculos es estar allí con ellos en vez de negarlas o proyectarlas en nuestro compañero.
El problema se presenta cuando nos identificamos con nuestra coraza y nos sentimos seguros allí. Nos protegemos de nuestros sentimientos incómodos aprendiendo a no sentir, a desconectarnos de nuestras necesidades, y las defensas se convierten en una identidad que nos separa de lo que sentimos y nos impide amar.
En la pareja podemos observar cómo y cuándo nos abrimos y cómo y cuándo nos cerramos al otro, y al conocer más sobre la desconexión podremos crear un canal para abrirnos.
Las parejas proyectan en el otro el lado que se cierra y transportan aquella pelea interna a una pelea externa. Y entonces pensamos que es el otro el que se cierra, el que no nos deja entrar, el rígido.
Si transitamos este camino juntos y con amor podremos, en lugar de reaccionar frente a la reacción del otro, mostrar qué nos pasa cuando el otro se aleja, cuando se cierra. Debo escuchar de mi compañero qué actitudes mías lo hieren y lo ayudan a alejarse de mí.
Los problemas de pareja comienzan cuando dejamos de estar presentes para nosotros mismos y para el otro; cuando volvemos a escondernos detrás de roles fijos, de pantallas; cuando comenzamos a sentir el dolor del alejamiento del otro, que muchas veces es una proyección de cómo nos alejamos nosotros.
Cada vez creo menos que la cuestión sea resolver los problemas concretos por los que dicen sufrir las parejas. Si nos metemos más profundamente en cada pelea, siempre llegamos a este punto de la falta de contacto, la falta de apertura.
Si yo puedo abrirme y mostrar mi dolor frente a cualquier problema y mi compañero hace lo mismo, quizás los problemas se vayan acomodando solos en otro plano de conflicto; porque lo más importante será que estamos juntos mostrándonos, que estamos en contacto, abriéndonos a lo que pasa. Y eso es muy reconfortante.
Abrirnos y confiar en que el otro nos recibe tal como somos, es una actitud que viene y nos lleva al amor.
No tengo que disfrazarme de fuerte para que me quieras. Si lo hago nunca sabré si serás capaz de quererme como verdaderamente soy: vulnerable, débil o lo que sea.
Te ato entonces a la imagen de aquellos que durante mi educación me ayudaron a pensar que yo debía ser de esta o de aquella manera para ser querido.
No es fácil llegar al punto de atreverse a mostrarse; nos da miedo que nos vean vulnerables, por ejemplo. Pero si soy vulnerable (y por supuesto que lo soy) necesito que aceptemos (tú y yo) mi vulnerabilidad para estar presentes y entregarnos.
Es difícil en la pareja porque los dos jugamos este juego; y si me abro y el otro se cierra, el dolor es muy grande.
Por eso la relación íntima genera tanto sufrimiento, porque estamos cabalgando siempre en esta problemática, en este juego.
Quizás esto ayude a nuestros lectores a observar todo este proceso en sus parejas, y a hacerlo consciente, que es la manera de superarlo.
Podemos observar la verdadera pelea que se suscita en nuestro interior entre la parte que quiere expandirse, ir hacia afuera, mostrarse, y la parte que quiere esconderse porque tiene miedo de ser descalificada, no querida, rechazada, abandonada.
Los problemas concretos que tenemos con nuestras parejas son una capa más superficial de este problema fundamental que está por debajo de todos los otros. Podemos utilizar los problemas cotidianos como una vía de acceso a estos problemas más esenciales que se juegan todo el tiempo en la relación. Y en este camino nos enriquecemos constantemente, porque nos acercamos cada vez más a nosotros mismos, que es la única manera de sentirnos bien, de sentir amor, paz y alegría; en última instancia, lo que estamos buscando. Porque todos buscamos sentirnos bien, lo que pasa es que tomamos caminos inadecuados.
A veces las parejas me preguntan:
– ¿Cómo podemos estar juntos si siempre queremos cosas diferentes?
Y yo les digo que en esencia siempre quieren lo mismo, (porque todos queremos en esencia lo mismo), que es poder amarse, unirse, abandonar la armadura y entregarse.
Quizás la salida consista en darnos cuenta de que el camino prefijado ha demostrado ser inútil. Habrá que dejar de lado nuestras viejas identificaciones y buscar un rumbo nuevo todo el tiempo, soltar nuestras viejas estructuras para inventar un camino juntos. Enfrentar el miedo a la confusión y al vacío. No podemos esperar a deshacernos del miedo para avanzar, sólo seremos capaces de avanzar con él.
Todas las parejas tienen problemas, asuntos no resueltos. La idea no es arreglar los problemas, porque si nos dedicamos a un problema particular, mañana va a aparecer otro y asi sucesivamente. La idea es corrernos del contenido particular del problema y darnos un nuevo contexto para mirar lo que nos pasa; observar los problemas con otra mirada, sin identificamos sólo con nuestro lado; alejarnos de la idea de arreglar las cosas para sacarnos el problema de encima.
Esta propuesta tiene que ver con ir más allá de lo que vemos en una primera mirada y ver cuál es el fondo de la cuestión. De qué estamos hablando realmente, cuál es la verdadera causa de la pelea que se expresa de esta particular manera.
No es fácil colocarnos en esta nueva mirada, porque va en contra de nuestra cultura, que tiende a arreglar las cosas cambiando algo afuera.
Y como el arreglo del afuera nunca es suficiente, solemos echarle una vez más el fardo a la incompatibilidad de caracteres o a no haber encontrado a la persona adecuada.
La paradoja del amor…
(De paso, si te gusta, quizá hasta podría ser un título para el libro).
Lau
No quiso releer lo escrito, sabía que hablaba de ella tanto como hablaba de sus pacientes y que denunciar esta situación la dejaba demasiado expuesta. Como decía Nancy, tal vez ella misma había cancelado su proyecto de estar en pareja para resolver la paradoja, y quizás se había equivocado.
A pesar de su inquietud, Laura reconoció sentirse aliviada de haber puesto por escrito su vivencia personal. Quería saber lo que Fredy opinaría después de leer su texto, pocas dudas tenía de que su colega percibiría con toda claridad lo que había de personal en sus planteamientos. Aunque Fredy era tan despistado que nadie sabía cuándo podían ocurrir esas cosas.
Se sorprendió de sí misma cuando, al día siguiente y sin ninguna otra excusa, abrió su administrador de corrreo buscando la respuesta de trebor. Pero más la asombró su frustración al no encontrar mensajes. No era usual que Laura se quedara pendiente de nada, mucho menos de una respuesta.
El asombro se fue convirtiendo en fastidio, la expectativa dio lugar a la ansiedad y la frustración se volvió irritación.
Después de una semana sólo había llegado a su buzón un correo: la invitación para el nuevo congreso de la Asociación Gestáltica Americana.
Quizás Fredy aceptara ir juntos otra vez. Pensó que le gustaría pasar más tiempo con ese hombre con el que tanto se enojaba pero a quien admiraba en muchos aspectos.
– ¡Calma Laura! -le advirtió una voz interior que, ella sospechaba, era la de su madre. Pero, aunque hubiera sido la de su madre, esta vez Laura no pudo obedecerla.
Sentía la excitación. Indudablemente, aquella ansiedad era algo más de lo que parecía ser…
A lo mejor debía llamarlo por teléfono y simplemente pedirle que leyera y contestara su mensaje. A pesar de que nunca lo habla llamado tenía en su agenda todos los números que Fredy le había pasado en Cleveland. ¿Por qué no?
Buscó su agenda, encontró el número y marcó. El timbre de llamada ya estaba sonando cuando recordó que Fredy le había avisado que no estaría en la ciudad hasta el lunes.
Laura colgó sin esperar que saltara el contestador.
Cuatro largos días pasaron todavía antes de que el mensaje de trebor@hotmail apareciera en su pantalla.
Laura:
Me alegró saber que algo de lo que te escribo te ha servido personalmente. Lo creas o no esa frase representó un gran halago para mí, valorando como valoro tus conocimientos y experiencia me siento como si Pavarotti hubiera disfrutado de escucharme cantar en la bañera, o casi.
¿Y qué te pasa a ti?
Yo creí que tenías el tema mejor resuelto que nadie, pero después de leer tu último mensaje me doy cuenta de que, como todos los terapeutas del mundo, eres mucho más hábil con los conflictos ajenos. ¡Qué suerte! Ya nunca más me sentiré solo en esas situaciones de impotencia que hasta hoy llegaban a hacerme dudar de mi capacidad profesional.
Alentado por tu actitud me animo a más… Estoy seguro de que es un acto de mezquindad de tu parte “retirarte del mercado”; algunas decenas de tipos que conozco matarían a su madre para encontrar una mujer como tú. No estoy dispuesto a admitir que ninguno de ellos te guste o sea suficiente para ti.
Mi propuesta es esta: EXPLORAR.
Deja que se acerque el próximo tipo que aparezca y date permiso para ver qué pasa. ¿Quién sabe? Quizás…
Pido disculpas si te parece que mi consejo no está a la altura de dos terapeutas como somos, pero siento que a veces lo simple aporta las mejores soluciones.
Tengo dos cosas más para decirte. Estuve pensando sobre el título del libro.
Releyendo lo que me escribiste y a partir de la paradoja, me acordé de una poesía de Margueritte Yourcenar que dice más o menos así:
Amarte con los ojos cerrados
es amarte ciegamente
amarte mirándote de frente
sería una locura…
yo quisiera que me amen con locura.
Y pensando en esa idea y en el mensaje de nuestro libro, se me ocurrió proponerte que lo titulemos “Amarse con los ojos abiertos”
Piénsalo. Me parece que tiene mucho que ver con nosotros…
Y por último algo que no tiene ninguna relación con lo anterior, o tal vez sí.
Te acuordas de mi amigo y ex-paciente Roberto (el del cuento de Egroj), bueno, resulta que le leí tus comentarios y se quedó fascinado (más que yo) con tu claridad y tu inteligencia. Y entonces ahí mismo me dijo que quería consultar contigo algunas cosas de su relación de pareja. ¿Podrías atenderle aunque sea unas pocas sesiones para orientarlo?
No quiero que le regales nada. Me gustaría sólo que lo atiendas como un paciente más, le cobres tus honorarios y después, si quieres, me das tu opinión sobre el asunto.
Si tu respuesta es sí, como espero, escríbeme diciéndome a qué número debo pedirle que te llame.
Gracias por adelantado.
Fredy
Laura escribió enseguida un breve mensaje. Le había encantado el título inspirado en Yourcenar, sintetizaba en una frase gran parte de lo que querían transmitir. Sin lugar a dudas podría atender a Roberto en algunas consultas, mandaba para eso su dirección, teléfonos y horarios de consultorio.
De todo lo demás, su mensaje no decía una palabra. Laura sabía, pese a no mencionarlo, que la invitación que Fredy le hacía sobre “seguir intentando” la había movilizado y que esto la tendría ocupada un buen rato.
– Hola, ¿Laura? -había dicho la agradable voz a primera hora del lunes.
– Sí -contestó ella.
– Mire, yo soy el paciente del que le habló el Dr. Daey.
– Ah, sí. ¿Qué tal Roberto?
– Qué agradable saber que usted recuerda mi nombre…
Por un momento Laura no supo qué decir, la respuesta era demasiado intimista para una persona a la que no conocía. A lo mejor se había equivocado al llamarlo por su nombre, quizá se estaba persiguiendo y Roberto estaba sinceramente sorprendido y agradado de no recibir la respuesta fría de un contestador automático.
Laura recordó la primera vez que se animó a contactar a un terapeuta: después de varios días de tomar coraje llamó y una voz metálica le contestó:
“Este es el consultorio de la Dra H… No podemos atender su llamada. Inmediatamente después de la señal deje su nombre, apellido y número de teléfono. Le llamaremos en cuanto nos sea posible.”
“Inmediatamente después de la señal…” había colgado y abandonado la idea de pedir una hora con la lienciada H…
– Hola Laura -siguió Roberto- ¿está ahí?
– Sí, Roberto, perdón, ¿en qué lo puedo ayudar?
– Bueno, a mí me recomendó Fredy, quiero decir el Dr. Daey. Yo quería pedir una entrevista con usted.
– Déjeme ver… -dijo Laura mientras abría su agenda ¿podrían venir el jueves a las… seis?
Se produjo un silencio en la línea y al cabo de unos segundos la comunicación se cortó.
– ¿Hola? -intentó Laura sabiendo que sería inútil- ¿Hola?… ¡Hola!
Apretó el botón gris de su teléfono inalámbrico y con el aparato en mano fue hasta la cocina a hacerse un té a la naranja.
Mientras lo bebía, con sorpresa advirtió que se había quedado pendiente de la llamada. La interrumpía la extrañeza de que el paciente no volviera a telefonear enseguida.
Dos veces durante la mañana se acercó al aparato para constatar que la línea funcionaba.
– Ya llamará -se dijo para cerrar internamente el asunto.
Durante el resto del día no se acordó del episodio, pero al anochecer de regreso a su casa, en el coche pensó que debía escribirle a Fredy contándole el intento fallido de su amigo para conseguir la entrevista.
Afortunadamente no lo hizo, porque el martes cerca del mediodía sonó su teléfono.
– Hola.
– Con Laura por favor -dijo Roberto.
– Hola Roberto -contestó Laura con genuina alegría, reconociendo la voz-, ¿qué le pasó?
– Nada, se me cortó la comunicación y después no me pude volver a comunicar en todo el día. Le pido disculpas.
– No, está bien.
– Cuando se cortó le estaba diciendo que Cristina y yo queríamos tomar un horario para verla.
– Sí. Y yo le ofrecí el jueves a las seis, ¿les viene bien?
– Estoy seguro de que sí.
– Bueno, nos vemos pasado mañana en el consultorio. ¿Usted tiene la dirección, verdad?
– Sí, gracias.
– Será hasta el jueves entonces -se despidió Laura.
– Hasta el jueves -dijo Roberto.
En muchos aspectos Cristina y Roberto eran una pareja más, un poco despareja, como diría su mamá, pero una pareja al fin. Habían llegado puntualmente el jueves y la sesión había durado casi dos horas. Al final de la sesión Laura sentía que la relación entre ellos estaba terminada hacía tiempo y que los sostenía el recuerdo, la costumbre o no sabía ella qué cosa. No era la primera vez que recibía una pareja que claramente estaba muerta y que en el fondo la consultaban para poder separarse.
Lo que se había dicho en la reunión no era demasjado diferente de lo sucedido en cientos de otras primeras entrevistas anteriores. Sin embargo, Laura se había quedado en un lugar diferente.
Tan así fue que el viernes decidió hacerse el espacio para encontrarse con Nancy a tomar el té y contarle.
– Es raro -abrió la conversación Laura- durante toda la sesión tuve la impresión de que ella no existía para él. El tipo hablaba casi exclusivamente conmigo, hasta te diría que ni siquiera cruzaba mirada con Cristina.
– A lo mejor a él no le interesa nada la relación con ella -arriesgó Nancy.
– Podría ser, pero entonces… ¿Para qué llamó pidiendo sesiones de pareja? ¿Para qué se ocupó de pedirle a Fredy mis teléfonos? ¿Por qué aceptó un nuevo horario para volver a vernos? No encaja.
– Mira -comenzó Nancy muy segura-, en mi experiencia a veces los hombres aceptan estas entrevistas para complacer a sus parejas aunque en realidad van solamente a demostrar que no hay nada para hacer. Por ahí el pobre tipo viene siendo presionado por la chica y está empeñado en demostrar que hizo todo lo posible, “hasta consiguió una terapeuta”. Es un clásico.
Lo que pasa es que en este caso no me cuadra. Primero porque Cristina no parece el tipo de chica que fuerza situaciones como ésta, desde la intuición te diría que es ella la que está para darle el gusto a él. Segundo porque ellos estaban separados. Hasta donde me cuentan, él la llamó para venir a consulta. No, no es eso.
– Bueno, vamos a seguir el camino de escuchar a tu intuición terapéutica -propuso Nancy-. Ella está para darle el gusto a él, ¿y él?, ¿por qué está él?
– Eso es lo que no sé, y seguramente es lo que más me intriga.
– Mmmm…
– ¿Qué pasa? -interrogó Laura.
– Me parece que si él no está en función de su pareja y habida cuenta de que había en ese consultorio solamente otras dos personas, Roberto debía estar por alguna de las dos… Él mismo o… tú.
– ¿Yo? -Laura reconstruyó mentalmente la sesión del día anterior-. Ahora que recuerdo, una de las cosas que anoté en el informe de la sesión fue que en muchos momentos sentí que intentaba seducirme con sus comentarios y sus conocimientos previos.
– Tal vez fue así -agregó Nancy.
– Yo interpreté que era una de esas conductas habituales en muchos pacientes que tratan de conquistar la simpatía del terapeuta para conseguir que más adelante se ponga de su lado cuando se planteen los temas de pareja.
– Puede ser, el diagnóstico lo dará entonces tu propio informe. ¿Tú te sentiste manipulada o seducida?
– No sé… No sé… -respondió Laura-. Tú sabes que estoy en un momento especial, tengo miedo de estar equivocándome totalmente percibiendo en esta consulta lo que de alguna manera yo podría estar deseando que me pase en la vida real.
– Un momento, para. La psicoanalista aquí soy yo. Dime ¿éste no es el paciente que me contaste que escribió ese cuento del príncipe y que se quedó encantado con tu comentario y que a partir de allí pidió tu número de teléfono?
Laura asintió con la cabeza y dijo:
– ¿Sabes lo qué estoy pensando? Cuando llamó para pedir una hora yo le propuse una cita y le pregunté, como hago siempre, si podrían venir, y ahora me doy cuenta de que después de un silencio raro la comunicación supuestamente se cortó y Roberto no me llamó hasta el día siguiente…
– Bueno… Está todo claro. Él tenía la fantasía de ir solo a la sesión y tu pregunta lo despistó. Lo que sigue es lógico; llamó a Cristina y le propuso ir a una sesión de pareja.
Nancy extendió el brazo para tomar una medialuna y, antes de llevársela a la boca, satisfecha con su deducción, agregó en tono sentencioso:
– Te aseguro que Roberto va por ti y no por Cristina.
– ¿Tú crees? Fíjate… -dijo Laura y se puso a mirar por la ventana del bar.
Laura nunca habría registrado su sonrisa si Nancy no se lo hubiera hecho notar.
El sábado por la mañana, Laura se sentó delante de su ordenador; tenía urgencia de escribir.
Querido Fredy:
Me gustaría desarrollar el asunto de cómo la gente se cuenta cuentos, cómo crea historias y se las cree.
¿No te parece impresionante que alguien se junte o se separe, sufra o se aleje una y otra vez y no tenga claro el porqué?
“Los hombres no sirven para nada”, “yo necesito un hombre fuerte y siempre me tocan los débiles”, “ya pasó mi cuarto de hora”,”así como soy nadie me va a querer”, “los hombres sólo quieren acostarse y después alejarse”, “las mujeres lo único que quieren es un tipo que las mantenga”, “yo con alguien así jamás tendría nada”, etc… etc…
Cada uno tiene una historia de condicionamientos neuróticos que quiere encajar en la situación con los otros. El tema de los cuentos que se inventa cada uno no sería tan grave de no ser porque terminan por convertirse en profecías que se autorrealizan.
Por ejemplo, una mujer que teme ser abandonada. Cada vez que nota un pequeño alejamiento de su pareja vuelve con el reproche:
“¿Ves que no me quieres, que siempre me dejas sola?”
Si el hombre estaba tomando una pequeña y transitoria distancia, ella con sus reproches va a ir reforzando la actitud de él a distanciarse, hasta que el hombre se sienta abrumado y finalmente la deje.
Luego, ella confirmará su teoría de que los hombres siempre la dejan sola, que no se puede confiar en ellos, etc.
En estas situaciones es importante tomar conciencia. Darmos cuenta de qué hacemos para repetir la historia es el primer paso para dejar de hacerlo.
En las parejas los guiones de cada integrante se apoderan cada vez más de la relación e influyen en la percepción que cada uno tiene del otro. Cada uno asigna a su compañero un rol en su historia y entre los dos crean una realidad distorsionada.
Las personas establecen sus relaciones con una idea de lo que va a ocurrir, se comportan como si eso ocurriera efectivamente hasta que consiguen que suceda.
Estuve viendo a la pareja que me mandaste, Roberto y Cristina. Cada uno vino, como siempre vienen las parejas, con sus creencias a cuestas. Ella con la idea de que en una buena pareja el otro debe ser siempre la principal prioridad, y él con la convicción de que los problemas del vínculo se deben a que son diferentes,”porque en una pareja lo importante es coincidir”.
Hay que ayudar a la gente a salirse del mito que supone que si nos queremos tenemos que coincidir en todo. No es así, amarse no signifca pensar igual ni quererte más que a mí mismo. La cuestión es que me respetes como soy. La cuestión es “amarse con los ojos abiertos” como el título de nuestro libro.
Cuando podemos lograr esto en una pareja, no es tan difícil ponerse de acuerdo, porque ya hay un acuerdo esencial: yo te acepto como eres y tú me aceptas como soy.
Deberíamos insistir acerca de lo maravilloso que es sentirse aceptado como uno es, porque la aceptación nos da sensación de libertad; es como un motor que nos permite soltarnos. Es importante trabajar para aceptar a nuestro compañero tal como es, viéndolo en su totalidad, descubriendo su sistema de funcionamiento y respetando su manera de ser.
Cuando uno de los integrantes de una pareja dice: “Me gustaría que fueras menos esto o más aquello”, no advierte que si el otro efectivamente cambiara, cambiaría entonces todo el sistema, y es más, nadie podría garantizar que la persona que reclamaba el cambio siga sintiendo que el otro le gusta, porque el cambio lo habrá convertido en otra persona.
Sabemos que queremos al otro así como es; no podemos saber si lo querremos cuando sea de otra manera.
Las personas somos un paquete completo y amar es poder aceptar al otro como un solo paquete, quererlo como es, sin intentar cambiarlo. En fin, es todo un desafío… Un desafío que empieza por uno mismo.
“Aceptarse” empieza por “aceptarme”.
“Aceptarse”, lo repetiré hasta el cansancio, no quiere decir resignarse o creer que no hay posibilidad de mejorar. Todo lo contrario: estamos convencidos de que es ese movimiento de aceptación y no pelea -y ninguna otra cosa- el que puede generar el cambio verdadero.
Todo cambia naturalmente. Si me doy cuenta de esto me entrego sin miedo, porque sé que no me voy a quedar estancado allí, que la vida es un fluir permanente.
Aunque suene contradictorio, querer cambiar es frenar este proceso natural de cambio. Por el contrario., aceptar es permitir el cambio natural que se va a dar sin que yo lo decida.
Estar vivo es estar en movimiento permanente; lo que no puedo hacer es querer dirigir ese cambio.
Si juntamos estos dos temas (el de la falta de aceptación y el de atarnos a nuestras creencias) tendremos el mapa de los problemas del noventa por ciento de las parejas.
Entramos en la pareja llenos de ideas sobre cómo debe ser el vínculo, cómo se comporta una mujer, cómo se comporta un hombre, cómo debería comportarse alguien que nos quiere, qué es y qué no es compartir, cuánto y cómo se debe hacer el amor, si debemos hacerlo todo juntos o no, etc…
Y ni en la pareja ni en los individuos existe una ley que determine lo que es mejor. Lo mejor es siempre ser quien uno es.
Es verdad que es posible evolucionar y superarse, pero sólo cuando partimos de aceptar que somos quienes somos aquí y ahora. Dice Nana Schnake: “Nadie puede construir un puente sobre un río que no ve”.
Aceptarnos no quiere decir renunciar a mejorar, quiere decir vernos como somos, no enojarnos con lo que nos pasa, tener una actitud amorosa y establecer un vínculo reparador con nosotros mismos, que es lo que nos ayuda a crecer.
Si seguimos torturándonos a nosotros mismos, exigiéndonos ser lo que no somos, seguramente terminaremos atribuyéndole a alguien la causa de nuestro descontento. En un principio este lugar lo ocupan los padres; pero luego, en la medida en que crecemos desplazamos esta acusación a nuestra pareja: “El (o ella) es el (la) culpable de que no me desarrolle profesionalmente, de que no me divierta, de que no gane dinero, de que no sea feliz.”
El trabajo empieza por uno.
Aceptarnos es habitar confortable y relajadamente en nosotros mismos. Besos.
Laura
PD: ¿Cuándo vuelves? Necesito que nos veamos.
Laura terminó de escribir el larguísimo texto y lo copió en el portapapeles para transcribirlo al correo electrónico.
Abrió su administrador de correo y automáticamente buscó Escribir mensaje nuevo…, clic; Para… clic; se abrió la libreta de direcciones, allí buscó Alfredo Daey… click; Aceptar… clic. En el casillero Asunto de la ventana del mensaje escribió: Creencias. Cliqueó en Pegar y el largo mail quedó escrito en la pantalla.
Subió a Enviar., clic.
La confirmación apareció en el monitor:
“Su mensaje acaba de ser enviado a Alfredo Daey en:
rofrago@yahoo.com”
A punto de apagar el ordenador se dio cuenta del error. Buscó el mail en mensajes enviados, hizo clic en “Creencias” y cuando el mensaje se abrió en pantalla bajó hasta la última línea y agregó:
PD: Acabo de mandarte este mail a tu dirección anterior. Allí quedará, esperando tu regreso. Mientras, te lo mando otra vez a trebor. Más besos. Laura
¿Debía haberle contado más a Fredy sobre su entrevista con Roberto y Cristina? Posiblemente. Sin embargo se sentía muy confundida por el momento. La conversación con su amiga había empeorado la turbulencia. ¿Y si Nancy tenía razón?
Laura llevaba un estandarte que enarbolaba con orgullo: nunca había tenido un enredo con un paciente.
Por otra parte, como ella misma había escrito, debía aceptarse, no pelearse con sus pensamientos con sus sentimientos ni con sus vivencias.
Pero “aceptarse” en ese momento implicaba admitir que la conducta seductora de Roberto, la conversación con Nancy y el mail de Fredy incitándola a explorar, habían movilizado en ella una serie de fantasías que no solía tener presente en los últimos tiempos.
No podía negar lo que su profesión le impedía desconocer: que la confusión conduce siempre a la certeza si uno se da el tiempo suficiente de permanecer confuso. No iba a ser fácil, por tanto, hacerse trampas a sí misma.
Por incómodo que resultara, tendría que esperar.
El mensaje que Fredy le mandaba en respuesta al suyo venía a responder algunas de sus inquietudes.
Querida Laura:
Es importante encontrar un equilibrio entre contener y expresar las emociones.
Creo que todo esto que venimos diciendo es muy bueno para personas que tienen dificultad de expresarse; pero no debemos olvidar que también hay otras que tienen el problema opuesto, que es no poder contener lo que sienten. Este punto es muy interesante, porque mucha gente acostumbrada a leer sobre gestalt se da permiso para decir cualquier cosa porque lo siente, y cree que si lo siente tiene que expresarlo.
No estoy para nada de acuerdo, sobre todo cuando esas personas dicen barbaridades y después argumentan: “Ahhh, yo soy muy auténtico y si siento tal cosa yo te lo digo”. No es así.
No dudo de que ser conscientes de lo que sentimos, no engañarnos con los pensamientos, darnos cuenta de lo que nos pasa, son actitudes esenciales. Esto es salud: “De ahora en adelante voy a ver qué hago con lo que me pasa”.
Sin embargo, en ocasiones es muy importante aprender a contener lo que sentimos.
Deberíamos ser capaces de retener lo que nos pasa hasta el momento oportuno para expresarlo, y buscar la forma adecuada para que el otro pueda recibir nuestro corazón abierto.
Pongamos por caso el de nuestro paciente Roberto. Quedó fascinado con la entrevista contigo. Al día siguiente de verte me escribió un mail contándome el encuentro y agradeciéndome la recomendación.
Entonces me dice (te lo cuento de colega a colega) que a los cinco minutos de entrar sintió que estaba enamorado de ti desde antes de conocerte. Dice que hubiera querido pedirle a Cristina que se fuera y dedicar ese tiempo a hablar sobre sus cosas o sobre las tuyas, pero no sobre las de ellos dos (y la verdad es que no me pareció un caso de manifiesta transferencia positiva…).
Con buen criterio de salud, me parece, Roberto decide controlar el impulso y dejar estar esa emoción sin necesidad de transformarla compulsivamente en una acción.
Creo que el tema no es vomitar irresponsablemente, eso no ayuda para nada. Es fascinante el trabajo de ir hacia adentro navegando por nuestras emociones hasta ver qué pasa en el fondo, no quedarnos con una primera emoción que puede esconder otras.
Es todo un tema el de las emociones. No confío en las personas que las toman como determinantes absolutas de su acción. Hace falta tener mucho trabajo realizado para saber lo que uno realmente siente y sólo después decidir si es o no el momento de decirlo, de actuar, de demostrarlo.
La gente frecuentemente no se da cuenta de lo que le pasa, ¿cómo pretender que sea razonable en la expresión de sus sentimientos?
Para terminar, te confieso que a veces, cuando las personas dicen estupideces como ”La quiero pero no la amo”, “Fulano ha muerto para mí” o “lo quiero como persona”, yo me pregunto qué estarán queriendo decir.
Fredy
PD: Y hablando de cuidados, no me mandes más mensajes a la dirección anterior. Nunca te perdonaría perderme alguno de tus mensajes.
Desde la parte de las confesiones de Roberto en adelante Laura había apresurado la lectura, leía el mensaje pero a la vez rastreaba en el texto para ver si había una nueva alusión a Roberto. Apenas leyó la firma volvió a esa parte y la releyó frenéticamente unas seis veces. Casi sin respiro, y con el párrafo en pantalla, levantó el teléfono para dejar un mensaje en el contestador de su amiga:
– Nancy, ¡tú sí que lo tienes claro!
Laura abrió el armario, escogió una camisa y se la puso frente al espejo con un cuidado especial. Notó que se arreglaba un poco más que de costumbre y se permitió hacerlo.
La llamada había sido de por sí atípica: Roberto que pedía hora para una entrevista individual. Argumentaba que, dada la situación, no tenía sentido seguir asisitiendo a las sesiones con Cristina antes de que ellos conversaran a solas por lo menos una vez.
Fiel a su ética profesional, Laura le había preguntado si Cristina sabía que la había llamado y de su propuesta, ante lo cual Roberto le aseguró que no sólo lo sabía sino que además lo aceptaba; de hecho, Cristina nunca había estado demasiado de acuerdo ni siquiera en ir a la primera consulta, añadió.
A las tres de la tarde Laura le abrió otra vez la puerta de su consultorio y lo invitó a sentarse.
– ¿Un té? -preguntó.
– Sí, gracias -contestó Roberto.
Al acercarle la taza Laura descubrió que Roberto tenía hermosos ojos castaños y se lamentó de no haberlo notado antes.
– Creo que la vez pasada vine con una excusa -empezó Roberto-, quiero decir, me parece que desde hace mucho tiempo sé que mi relación con Cristina no funcionará.
– ¿Y entonces?
– Como Fredy siempre me dice, a veces me cuesta darme cuenta de que la verdad es la única posibilidad. Invento realidades alternativas que conducen a situaciones inútiles.
Vine porque pienso que me podrías ayudar con algunas cosas que no tengo del todo resueltas.
– Se supone que para eso está tu terapia con Fredy.
– Fredy es mi amigo, aunque muchas veces me ayude a ver lo que me cuesta ver solo. El caso es que desde que escuché lo que escribiste sobre mi cuento de Egroj empezó a rondar en mi cabeza la idea de conocerte. En ese momento no sabía si quería volver a empezar una terapia o charlar en una mesa de café, pero sabía que no quería dejar de darme esa posibilidad. Así que llamé para pedir una hora y cuando me preguntaste si “nos” iba bien el jueves, me enteré de que se suponía que debía venir en pareja. Entonces me pareció que era una buena idea invitar a Cristina, así podría resolver dos temas de una sola vez: conocerte y terminar de definir mi situación con ella. Eso es todo.
– ¿Y ahora?
– Ahora he leído algunas de las cosas que escribiste para el libro…
– ¿Cómo fue eso? -interrumpió Laura.
– Le pedí a Fredy que me leyera algunas de las cosas que habéis escrito, y a medida que las escuchaba me daba cuenta de que tú eras la persona con la que yo quería seguir creciendo.
La entrevista se prolongó mucho mas allá de los sesenta minutos previstos. Roberto le pareció a Laura un hombre muy interesante, inteligente, sensible, creativo, fresco y seductor.
Hablaron sobre su trabajo, sobre el de ella, sobre parejas, sobre el amor, sobre la muerte del romanticismo, sobre el sexo y sobre las diferencias culturales arquetípicas entre hombres y mujeres.
Casi en ningún momento Laura se sintió ocupando el lugar de terapeuta, en todo caso, y a ratos, el de una maestra con algún camino más explorado; el resto del tiempo simplemente se sintió como una mujer frente a un hombre que contaba sus experiencias y sostenía posturas tan diferentes como encantadoras.
A las cinco y diez sonó el teléfono del consultorio y Laura habló por unos tres minutos con una paciente. Nada más colgar se acercó a donde estaba Roberto.
– Bueno -le dijo sin sentarse- creo que por hoy es suficiente.
– ¡Cinco y cuarto! -exclamó él mirando su reloj.
Roberto se puso de pie.
– ¿Cuánto te debo? -preguntó.
– Nada -dijo Laura.
– No, por favor, es tu trabajo -insistió Roberto.
– Esto no fue trabajo -le dijo Laura honestamente.
– Me encantó nuestra charla -dijo Roberto.
– A mí también -repuso Laura.
Roberto demoró la pregunta hasta llegar a la puerta:
– ¿Podemos volver a vernos? Me gustaría ser yo quien te invite a tomar un té.
Laura se sintió descubierta, aunque de alguna manera esperaba ese comentario. No sabía si lo deseaba para aceptarlo o para confirmar la validez de las sensaciones que la invadían. Laura había aprendido que, cuando no sabía, debía decir lo que dijo:
– No sé… -contestó abriendo la puerta.
Se despidieron con un beso en la mejilla, y cuando Roberto levantó la mano en señal de último saludo, Laura quiso agregar:
– Llámame.
Esa noche llegó a su casa, encendió el ordenador y escribió:
Fredy
Algún día estuvimos de acuerdo en que uno de los objetivos del libro sería desmitificar el amor, la pareja, el sexo; poner todo en el lugar que ocupa para nosotros, sin tantas ideas preconcebidas ni mandatos, un poco más leve, más real.
Creo que en un primer momento esta posición es inquietante, pero no dudo de que luego es muy relajante.
El amor romántico murió.
Tendríamos que determinar de qué hablamos hoy cuando hablamos del amor. Creo que es una pregunta fuerte con la que el libro tiene que trabajar.
Tú dices: Amor es que alguien me importe. “Si alguien me importa quiere decir que lo quiero y si ya no me importa será que no lo quiero más”.
Sin embargo, yo pienso que el amor sigue incluyendo una sensación física, no sé cómo definirlo. Me pasa con todas las personas que quiero. En los momentos de más intensidad es como si se me abriera el pecho, en lo cotidiano, como un bienestar físico. Me pasa con amigos, con mi familia, con mi ex marido y hasta con algunos pacientes. Me alegra verlos o hablar con ellos. Pero no me pasa con todos, con algunos sucede y con otros no. Por supuesto que no es contradictorio con lo que tú dices: esa gente me importa; pero para mí hay más.
Hay gente que me llega hasta el alma.
Cuando me separo de Estela, que vive en Córdoba, o de Nana cuando viaja a Chile, siento como un dolor en el pecho, que no sucede cuando me alejo de otras personas.
No me gusta esta manera de definirlo, no es nada clara, pero por ahora no me sale otra.
Amar tiene que ver con la decisión de dejar entrar al otro, con bajar mis defensas con abandonar mi desconfianza, con animarme a salir de mis ideas rígidas en su honor y ponerme en actitud de ver cómo es, cómo se mueve y cómo piensa, sin intentar que piense como yo o que haga lo que yo pienso; tiene que ver con no intentar forzarme a ser como yo creo que a él le gustaría.
Creo que el amor es algo que va sucediendo. Pero para llegar a eso hay que atravesar los prejuicios que nos impiden el amor. Y uno de esos prejuicios es nuestra definición cultural de “pareja”.
¿Qué es una pareja? ¿Qué es lo que hace que dos personas sean una pareja? Tú siempre mencionas el proyecto en común. Nunca se me hubiera ocurrido; yo pienso que son otras cosas, pero te escucho.
El placer de estar juntos, ésta sería otra definición.
Obviamente, si sólo valoro su belleza, cuánto dinero tiene o cuánto me quiere, eso me impedirá conectarme con lo que me pasa estando con él.
Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir la mayoría de las cosas con esa persona, y ésa es una decisión interna. Ni siquiera tiene que ver con quien uno vive, ni siquiera es voluntaria. Más bien es algo que OCURRE cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Es un compromiso interno y especial que sentimos cuando ambos estamos presentes.
Presencia… ¿Qué es presencia? Estar en el aquí y ahora es quizás la parte más importante de este desafío. Es necesario aceptar sin falsas modestias que lo que hace al presente tan especial y tan diferente del pasado y del futuro es, sin lugar a dudas, mi presencia. Esto está ocurriendo verdaderamente, está disponible y yo lo estoy viviendo.
Estar en el aquí y ahora, el «continuo del darse cuenta» (como lo explicaba Fritz Perls) es una técnica, un método, e incorporarlo es como aprender a andar en bicicleta; al principio necesitas unas ruedecitas para no caerte, necesitas estar pendiente del equilibrio y es bien difícil. Pero con la práctica llegamos al punto de automatizar y empieza a suceder inexplicablemente el fluir en el andar sin tener que ocupar tu mente en mantener el equilibrio.
En nuestra propuesta este fluir (que se puede aprender y automatizar) es la presencia.
El trabajo psicológico que hacemos se coloca, así, al servicio del desarrollo espiritual. El yo rígidamente estructurado nos impide el acceso a nuestro verdadero ser, de modo que nuestra desestructuración personal se convierte en un vehículo para lo absoluto, y el principal obstáculo es que no sabemos estar presentes en nosotros mismos.
¿Cómo estar presentes en los lugares en los que no queremos estar presentes? ¿Cómo estar presentes en los lugares de donde únicamente queremos huir?
Esos lugares que detestamos son los lugares donde nunca aprendimos a estar, situaciones en las que nadie nos enseñó a estar y antes bien aprendimos a huir de ellos.
Tenemos que desarrollar la capacidad de estar allí nuevamente.
Nos imaginamos que es imposible estar en lugares dolorosos y, en consecuencia, creemos que la única salida es reaccionar: volvernos introvertidos, atacar, culpar o escapar.
Después de haber vivido muchos años en esta actitud, esos lugares quedaron abandonados. A causa de este vacío de presencia, quedó internamente una especie de agujero negro, hay un pedazo que falta.
Las historias que nos contamos parten de la idea de que si nos metemos en nuestra pena, nunca vamos a salir de ella; si nos entregamos a nuestra tristeza, vamos a quedar atrapados allí. Es peligroso volver a ese lugar, lo imaginamos cubierto de oscuridad, cuando en realidad lo único que hay allí es falta de presencia.
Por eso tenemos que aprender la manera de estar presentes en aquel lugar, porque allí es donde vamos a curarnos a nosotros mismos.
Si podemos estar presentes en ese dolor, donde nunca habíamos estado, comenzaremos a encontrar nuestra fuerza. Y entonces, otra vez, en el encuentro con nosotros mismos, el encuentro con el otro se hace posible. Estamos los dos presentes. Y de esto se trata.
Uno de los problemas de nuestra actitud desmistificadora es que atenta contra toda la tradición cultural basada en que con el casamiento se resuelve todo. Todas las historias de amor terminan con un final feliz: “Se casaron, fueron felices y comieron perdices…”. Despertemos a los distraídos: La pareja no es eso.
La pareja es un camino nuevo, un desafío.
Con ella nada termina, al contrario, todo comienza. Salvo una cosa: la fantasía de una vida ideal sin problemas.
Es duro tener que dejar de lado nuestras fantasías sobre lo que podría ser. Es una renuncia importante. Esa pareja ideal con la que soñé desde que era una niña muere con el matrimonio y es un gran dolor. Ciertamente cuando me doy cuenta de que no es así, empiezo a odiar al culpable.
Es necesario aprender que soy yo la que tiene que resolver su propia vida: Descubrir qué me gusta, cómo voy a mantenerme, cómo quiero divertirme, cuál es el sentido que le quiero dar a mi vida.
Todas estas cuestiones esenciales son personales, nadie puede resolverlas por mí. Lo que puedo esperar de una pareja es un compañero en mi ruta, en la vida, alguien que me nutra y a su vez se nutra con mi presencia. Pero sobre todo alguien que no interfiera en mi camino de vida.
Esto es bastante.
La peor de nuestras creencias aprendidas y repetidas de padres a hijos es que se supone que vamos en búsqueda de nuestra otra mitad. ¿Por qué no intentar encontrar un otro entero en vez de conformarse con uno por la mitad?
El amor que proponemos se construye entre seres enteros encontrándose, no entre dos mitades que se necesitan para sentirse completos.
Cuando necesito del otro para subsistir, la relación se convierte en dependencia. Y en dependencia no se puede elegir.
Y sin elección no hay libertad.
Y sin libertad no hay amor verdadero.
Y sin amor verdadero podrá haber matrimonios, pero no habrá parejas.
Te quiero siempre,
Laura
Laura releyó lo escrito y se reclinó satisfecha.
Cuando apretó el botón de Enviar y Recibir apareció en su bandeja de entrada un largo mail titulado “Hola Laura” que venía desde amarseconlosojosabiertos@nuevamente.com