Capítulo ocho

Se despertaron en mitad de la noche para hacer el amor dulce y lentamente. La atmósfera fue tan maravillosa que más tarde Leigh no supo decir si había sucedido en realidad.

Leigh cerró los ojos con fuerza, intentando no escuchar el timbre insistente que le martilleaba los oídos, pero no funcionó. Unas manos la zarandearon con cuidado para despertarla. Abrió los ojos y descubrió a Wade mirándola.

– Tu teléfono está sonando, dormilona.

Leigh miró el reloj. Eran las nueve y media. Llegaba tarde al trabajo. Tenía que ser su hermano el que llamaba. Mientras ella intentaba despejarse para contestar, Wade se apartó hasta que sus cuerpos dejaron de tocarse. Había intentado irse durante la noche, pero ella se había acurrucado contra él y no había sido capaz. Tendría que tener más cuidado en el futuro si pretendía mantener su relación a un nivel trivial.

Leigh notó su retirada, pero el teléfono seguía sonando.

– Dígame.

– ¡Por Dios, Leigh! ¿Por qué no estás en la tienda? -dijo Ashley y Leigh le hubiera colgado de no advertir una nota de desesperación en la voz de su hermana-. No importa. Ha ocurrido algo terrible. Ben y Gary Foster han estado rastreando los pantanos esta mañana y han encontrado un esqueleto. Burt está casi seguro de que pertenece a la pobre Sarah.

– ¿Cómo pueden estar seguros de que se trata de Sarah?

– No están absolutamente seguros pero, ¿quién más puede ser? El juez ya ha ido allí. Dice que aunque los huesos no están intactos se trata del esqueleto de un niño. Es algo horrible. ¿Cómo va a tomárselo Martha?

– ¿Han encontrado alguna pista sobre Lisa Farley?

– No. Leigh, Burt ha estado intentando localizar a Wade para hacerle algunas preguntas.

– ¿Por qué? -preguntó Leigh a sabiendas de que su cuñado no iba a agradecerle su interferencia.

– Ya sabes la respuesta, querida. Wade siempre ha estado bajo sospecha. Es natural que Burt deba interrogarle. A propósito, si le ves, querrás decirle que Burt le está buscando. Parece que no lo encuentra por ninguna parte.

– De acuerdo -contestó ella, aunque suponía que su hermana ya había adivinado que estaba con ella-. Se lo diré.

Leigh colgó y se volvió para observar la expresión severa de Wade. Había pasado mucho tiempo corriendo sin camiseta a pleno sol, la única parte de su cuerpo que estaba pálida era la cara. Leigh se cubrió los pechos con la sábana. No le parecía adecuado discutir algo tan desagradable mientras estaban desnudos.

– Han encontrado a Sarah -dijo Wade, antes de que ella pudiera hablar.

– Los hermanos Foster han encontrado un esqueleto en los pantanos esta misma mañana. Buscaban a Lisa. Todavía no están seguros, pero es el esqueleto de un niño. Es probable que sea el de Sarah.

Wade se quedó inmóvil durante un momento. Se le había roto el corazón cuando se había enterado de la muerte de su madre, pero no había sido nada comparado con aquello. Ena había muerto a una edad avanzada, pero estaban hablando de una niña que había sido raptada en la oscuridad de la noche.

– Todo este tiempo he mantenido la esperanza de que Sarah estuviera en algún sitio viviendo la vida que les gusta a los adolescentes. Nunca he podido imaginarme su pelo rubio y sus ojos azules en una mujer adulta. Quería que estuviera viva, pero en mi interior siempre he sabido que estaba muerta. ¿Por qué me cuesta tanto aceptarlo?

Era una pregunta para la que no había respuesta. Leigh no pudo hallar palabras para que se sintiera mejor. Pensó que si la gente de la ciudad pudiera verlo en ese momento, sabrían que un hombre con un corazón de oro como Wade jamás le haría daño a nadie y mucho menos a una criatura.

– ¿A qué te referías cuando dijiste que se lo dirías? -preguntó él con una voz extraña que carecía de su autoridad habitual.

Leigh bajó la cabeza. No quería causarle más dolor, pero sabía que tenía que decírselo.

– Burt quiere hablar contigo, pero estoy segura de que se trata de una simple formalidad.

Una cortina oscura le veló el rostro. Leigh había llegado a pensar la noche anterior que las sombras habían empezado a disolverse. Sin embargo, el sol brillaba, los pájaros trinaban y las sombras acechaban por todas partes.

– Necesito vestirme -dijo él, saliendo de la cama.

Una lágrima rodó por la mejilla de Leigh. Después la siguió otra, y otra…


– Cuéntame todo lo que sepas -le dijo Leigh a Ashley.

Estaban en la cocina de su hermana bebiendo café. El cuarto era alegre, pero Leigh no estaba de humor para disfrutar de la decoración.

– En serio, Leigh, te lo he contado casi todo por teléfono.

Ashley tenía un aspecto cuidado y sofisticado. Leigh todo lo contrario. Se había dado una ducha rápida y se había vestido con una camiseta grande y unos pantalones cortos viejos. Calzaba un par de zapatillas de tenis ajadas.

– No comprendo por qué has venido corriendo hecha una facha -la sermoneó Ashley-. Podías haberte maquillado un poco.

– Ashley, por favor. Cuéntame lo que ha pasado. Burt tiene que haberte contado todo con pelos y señales.

– ¡Pues claro! Ya sabes que los hermanos Foster se presentaron voluntarios para buscar a Lisa. Todos los demás se mantenían en los terrenos más cómodos, de modo que decidieron ponerse sus botas de pescar y buscar en los pantanos.

– Me parece bastante lógico.

– Por lo que se ve, hay una senda que sale del Camino Viejo. A lo mejor la conoces. Los Foster comenzaron a buscar por ahí. No llevaban ni una hora cuando tropezaron con los huesos de la pobrecita Sarah. Ben comentó que no los hubieran encontrado de no haber llovido tan poco últimamente. El pantano se ha secado en algunas zonas y el esqueleto era visible en el barro. ¿Leigh? ¿Leigh, cariño, qué te pasa?

Leigh se había quedado pálida. La senda, el camino. El esqueleto había sido descubierto junto a su remanso secreto donde ella y Wade habían hecho el amor por primera vez. Parecía demasiado cruel para ser cierta. Comenzó a temblar. ¿Acaso sabía el asesino que ellos se veían en ese lugar? ¿Habían dejado el cuerpo de la pequeña allí cerca para incriminar a Wade?

– ¿Leigh? ¿Leigh? ¡Dime que estás bien!

El pánico de su hermana la sacó de su pesadilla. Alzó los ojos y vio que el miedo de Ashley era real.

– Estoy bien, Ashley. Es sólo que lo que me has descrito es demasiado horrible. No comprendo cómo alguien pudo hacer una cosa así.

– Lo sé, querida. No dejo de pensar en lo horrible que puede ser que secuestren a Michael o a Julie. No creo que pudiera soportarlo. Ha sido un golpe de suerte que encontraran los restos de Sarah. Burt dice que ha tenido que ser alguien que conozca las mareas porque incluso con la marea baja el cuerpo quedaba cubierto. Sólo porque este año hay sequía hemos podido encontrarla. Hace años, hubiera sido imposible.

Ashley se sentó y las dos hermanas estuvieron un rato en silencio, sumidas en sus propios pensamientos.

– Leigh, por favor no me malinterpretes -dijo Ashley con una delicadeza que era inusual en ella-. Estoy preocupada por ti y por Wade. ¡No! Deja que acabe. No me ha costado mucho imaginar dónde estaba cuando Burt me ha dicho que no conseguía localizarle esta mañana. Sé que te ves con él.

Leigh cruzó los brazos sobre el pecho y le lanzó una mirada asesina, diciéndole a las claras que detestaba el papel de hermana mayor que estaba interpretando, Ashley la ignoró por completo.

– Claro que no querrás que hable de estas cosas, pero he de hacerlo. Sé que crees en la inocencia de Wade, pero la mayoría de la gente piensa lo contrario. No veo otra cosa que desventajas en tu asociación con él, no puede salir nada bueno de todo esto. Si hasta has llegado a decir mentiras para protegerle.

– Ashley, no es ninguna mentira. Estaba con él la noche en que Sarah desapareció. ¿Por qué no quieres creerlo?

– Supongo que es precisamente eso, no quiero creerlo.

La sinceridad de Ashley era tan absoluta como inesperada. Leigh la miró de una manera completamente nueva y vio que estaba profundamente preocupada por ella.

– No quisiera que te metieras en problemas. Tengo el presentimiento de que va a ser un asunto muy feo.

Leigh le tomó una mano por encima de la mesa.

– Tengo que implicarme, Ashley. Ya me callé una vez y sólo conseguí que mucha gente sufriera. Tengo el deber de decir lo que sé.

Ashley asintió comprensivamente. Leigh sintió remordimientos por todas las veces que le había colgado el teléfono o le había dicho que se ocupara de sus propios problemas. Ashley distaba mucho de ser la hermana perfecta, pero había demostrado que se preocupaba por ella.

– No puedes creer en serio que Wade secuestró a esas niñas, ¿verdad?

Ashley fijó la vista en el suelo y frunció los labios.

– Eso es lo que me preocupa querida. No lo sé. De verdad que no lo sé.


Wade caminó por la calle principal echando chispas. Burt había tenido el descaro de llamarle a la comisaría de policía y acusarle veladamente.

Le ponía enfermo que todo el mundo le acusara cuando el verdadero criminal debía estar riéndose a carcajadas viendo lo bien que marchaba su macabro plan. Burt no tenía ninguna prueba en contra suya. ¿Cómo iba a tenerla si Wade no tenía nada que ver con los crímenes?

Se pasó una mano por la frente sudorosa y maldijo el calor del sur. Sonrió para sí mismo al pensar que no debía extrañarse ya que Kinley era el mismo infierno en la tierra.

Unos gritos en la calle le hicieron volver la cabeza. Abe Hooper ocupaba el centro de la calzada desierta. Wade no le había visto desde que se había ido, pero no parecía haber cambiado. Debía tener más de sesenta años y seguía con las ropas desastradas, sin afeitar y borracho.

– Arrepentíos -gritaba, aunque no pasaba nadie-. Arrepentíos de vuestros pecados u os condenaréis eternamente.

Lo último que quería Wade era una discusión con el borracho oficial de la ciudad. Divisó la ferretería a pocas casas de donde se encontraba y decidió refugiarse allí con la excusa de comprar pintura. Su dormitorio no había sido pintado en mucho tiempo. Tenía la idea de que un poco de trabajo físico le aliviaría de las tensiones.

Entró en el establecimiento y tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del ruido del aire acondicionado. A los pocos momentos, Sam había reunido unas brochas y una lata grande de pintura.

– Hace calor, ¿eh? -dijo Sam, mientras le cobraba.

Sam no sonreía, pero tampoco lo miraba con recelo. Wade casi no se acordaba de él probablemente porque Sam no tenía hijos de su misma edad.

– Demasiado. Pero todo en Kinley ha sido excesivo desde que he vuelto.

– No todo el mundo presta oídos a las habladurías.

– Tampoco todo el mundo es tan buena persona como usted -se despidió Wade.

No había razón para que hubiera de encontrar la sospecha y la desconfianza en toda la ciudad, pero le alegraba que no estuviera presente en todas partes.

Cuando salió ya no se veía a Abe Hooper pero su alivio duró poco al ver acercarse hacia él a Gary Foster. Con su pelo rubio y sus ojos castaños, Gary parecía el chico de la puerta de al lado. Sin embargo, nunca había habido entre ellos algo remotamente parecido a la buena vecindad.

– Vaya, vaya. Pero si es el hijo pródigo que ha vuelto -dijo Gary sarcásticamente-. ¿Por qué no me dices dónde has metido a Lisa y nos ahorras a todos el trabajo de buscarla?

Wade pasó de largo ante él con la intención de prestar oídos sordos a sus bravatas, pero lo que oyó a continuación le hizo detenerse.

– No vas a salirte con la tuya, aunque Leigh mienta para salvarte.

Wade se dio la vuelta y lo miró duramente. Se sentía en desventaja porque no sabía de qué estaba hablando.

– ¿Qué insinúas?

– No te hagas el tonto -rió Gary-. ¿Vas a decirme que no sabes que Leigh va diciéndole a todo el mundo que estaba contigo cuando Sarah desapareció hace doce años? Por suerte, en esta parte del país, todos tenemos el suficiente sentido común como para saber que no es cierto.

La noticia le afectó. Ya sabía que Leigh se lo había confesado a Burt, pero no tenía idea de que había corrido la voz. ¿No se daba cuenta de que su confesión llegada con doce años de retraso aún le haría parecer más culpable a los ojos de todos? Dio media vuelta para alejarse, pero Gary no tenía intención de dejar que se marchara con tanta facilidad.

– Es una suerte que tu madre haya muerto. El ataúd cerrado le impedirá ver en qué te has convertido.

Wade no pensó, se limitó a reaccionar. Dejó la pintura y las brochas sobre la acera, se acercó a Gary y disparó su puño derecho. El puñetazo le alcanzó en la mejilla izquierda tirándolo al suelo.

Wade giró sobre sus talones, recogió sus cosas y se alejó con paso tranquilo. Foster se quedó sobre la acera maldiciéndole y amenazándole con que tendría que arrepentirse. Lo irónico era que Wade ya estaba arrepentido. Golpear a Gary por el honor de su madre le había hecho sentirse bien por un momento. Pero era algo que a Ena no le habría gustado y tampoco le iba a ayudar a solucionar sus problemas. Lo más probable era que los complicara aún más.


A Leigh se le hizo muy largo el día en el almacén. Cada vez que sonaba el teléfono corría a cogerlo con la esperanza de que fuera Wade. Había intentado llamarlo sin resultado y la tienda empezaba a darle una sensación de claustrofobia. Salió a la calle y se apoyó contra la pared.

Hacía un hermoso día de primavera que no podía ocultar la gelidez que se había apoderado de la ciudad. Mirara donde mirara, veía los muros cubiertos con carteles de Lisa Farley encabezados por la palabra «Desaparecida». Al otro lado de la calle, el campo de juego de la escuela estaba vacío. Faltaba una semana para las vacaciones de verano, pero no había ni carreras ni gritos de los niños excitados ante meses de libertad.

Los niños ya no volvían a sus casas jugando y empujándose. Un poco antes de la hora de salida, las madres se congregaban en la puerta y se los llevaban firmemente cogidos de la mano. Leigh comprendía su reacción, pero no podía perdonarles el que culparan a Wade de sus miedos.

– Hay poco trabajo hoy, ¿verdad, Leigh? -dijo una voz junto a ella.

Leigh se sobresaltó. Había estado tan abstraída en sus pensamientos que no había oído a nadie acercarse. Gary Foster la saludaba con una media sonrisa. Leigh respiró aliviada. Gary Foster era un hombre atractivo que provenía de lo que su madre denominaba «una buena familia». Había salido unas cuantas veces con él, pero sus besos nunca habían encendido la chispa que una sola mirada de Wade provocaba. Le había rechazado con tacto, sabiendo que luego tendría que escuchar las recriminaciones de su madre. Gary era uno de los pocos solteros de Kinley que tenía el beneplácito de su madre. Gary también tenía un ojo morado.

– Ha sido un mal día, Gary -contestó ella, entrando en la tienda-. Y a juzgar por tu ojo me atrevería a decir que tú tampoco has tenido mucho más suerte.

Gary ignoró el comentario y cogió algunos paquetes de pilas.

– La linterna se ha quedado sin pilas. Se me ha ocurrido hacer una buena provisión por si tenemos que salir a buscar a Lisa esta noche.

– ¿Todavía nada? -preguntó ella, aunque sabía la respuesta.

– No. Todo el mundo ha perdido las esperanzas desde que mi hermano y yo encontramos los restos de Sarah. Pero todavía no hemos hallado un indicio que nos lleve tras la pista de Lisa.

– ¿Han comprobado que se trata de Sarah?

– Ahora están seguros. El doctor Thomas todavía tenía su ficha dental y coincide con el esqueleto. Por desgracia, los restos han estado en el pantano demasiados años y no puede saberse lo que le sucedió. Claro que es bastante improbable que llegara hasta allá por sus propios medios, de modo que hemos de suponer que fue asesinada.

– Siento que la encontrarais vosotros. Debe de haber sido muy desagradable.

Gary asintió y Leigh vio una luz, que bien podía ser dolor, en sus ojos.

– Al menos Martha ya sabe lo que le sucedió. Podía haber sido peor la incertidumbre de no saber si continuaba con vida.

Leigh le dio el cambio, pero él no se movió del mostrador.

– Leigh, me he enterado de que sales con Wade Conner.

– No creo que sea asunto tuyo -dijo ella, preguntándose si había alguien en la ciudad que no lo supiera.

– Ya sé que no es de mi incumbencia, pero quizá deberías pensártelo antes de volver a verlo. Todo el mundo le señala a él, no hace falta que te lo diga.

Gary la miró con preocupación tratando de evaluar su reacción. Fue aquella mirada lo que le salvó de las iras de Leigh.

– Desde luego, no es de tu incumbencia. Y también te equivocas de medio a medio con Wade. ¡Por el amor de Dios, abre los ojos! Es una novelista de éxito que ha vuelto de Nueva York para los funerales de su madre. No ha regresado para arrebatar a una pequeña inocente a sus padres y hacerle algo horrible. La persona que lo ha hecho está enferma. ¿Me oyes, Gary? Enferma. Y Wade, un hombre cariñoso y sensible, es la víctima y el centro de las sospechas de todos. Nunca van a atrapar al verdadero criminal mientras toda la atención esté centrada en Wade.

Gary dio un paso atrás, como si intentara escapar de su defensa ardiente.

– Siento que te enfades, pero te conozco desde hace mucho tiempo y me preocupo por ti. Sé que harás lo que te dé la gana, pero por lo menos, piensa en lo que te he dicho. Acuérdate de mis palabras, Leigh. Vas a arrepentirte de haber puesto los ojos en Wade Conner.

Se acercó a la puerta, pero se detuvo en el último momento para mirarla.

– A propósito. Ese hombre cariñoso y sensible es quien me ha puesto el ojo así.

Gary salió antes de que Leigh tuviera tiempo de responder. ¿Por qué habían reñido? Podía tener algo que ver con las desapariciones. Sin embargo, si Gary tenía un ojo morado, ¿no estaría herido Wade?

A las seis de la tarde, Leigh cerró la tienda y salió a buscarla. Se le había ocurrido la idea de que la gente podía haber tomado la justicia por su mano en contra de Wade. Empezó a correr sin preocuparse de que se le había soltado el pelo ni de que la gente se quedaba mirándola. De alguna manera sabía que un linchamiento no era posible en aquellos tiempos, pero no por eso dejó de correr.

Aunque el día estaba nublado llegó a la casa empapada en sudor. Sin preocuparse por las apariencias, golpeó la puerta hasta que se abrió de un tirón.

Wade apareció salpicado de pintura, pero sin ninguna herida visible. Se sorprendió al verla de aquella forma. El pelo le caía suelto por la espalda y el sudor bañaba la camiseta vieja y los pantalones cortos que llevaba. Sólo Leigh podía presentarse así y parecer hermosa.

– Si vas a tomar por costumbre aporrear mi puerta será mejor que te dé una llave. Puede que salve mis oídos.

– No estás herido. ¿Por qué tiene un ojo morado Gary Foster?

A Wade le pareció entender de pronto. Leigh también se disponía a juzgarla.

– ¡Ah, vamos! Los chismes corren rápido en una ciudad pequeña. ¿Tú también vas a preguntarme qué hice para provocarle?

– Claro que no -contestó ella, preguntándose por qué habría llegado a esa conclusión.

– ¿Y debo esperar otra cosa? ¿No eres de Kinley? Eres una de ellos. A veces ocurre, necesitáis una cabeza de turco y yo estoy disponible. ¿Qué desaparece una niña? Pues bien, Wade tiene que haberlo hecho. ¿Qué Gary acaba con un ojo morado? Ha tenido que ser culpa de Wade que es un chico malo.

Wade hablaba en un tono violento y sarcástico que ella no alcanzaba a explicarse.

– ¿Qué dices? No todo el mundo va a por ti. Yo no.

Leigh retrocedió un paso. Wade no parecía el hombre que ella amaba. Tenía una expresión de rabia a duras penas contenida que estaba dirigida hacia ella.

– Abre los ojos y mira a tu alrededor, Leigh. ¿Por qué te empeñas en defender esta maldita ciudad donde nada es lo que parece? Es un sitio bonito lleno de mala gente. No entiendo cómo puedes vivir aquí.

– No estamos hablando de mí -dijo ella sin entenderle muy bien.

– Claro que sí. Creía que eras distinta pero, al parecer, me equivoqué. Dime, ¿por qué no te has ido?

– Tenía que llevar la tienda, Wade. Mi madre y mi hermano dependen de mí.

– ¿No te das cuenta de lo ridículo que suena? -se rió él-. ¿Cuánto tiempo llevas engañándote a ti misma? Drew es un hombre que puede cuidar de sí mismo. Y si tanto te preocupa la seguridad de tu madre, vende de una vez la maldita tienda. Ninguno de los dos te necesita.

– Eso no es cierto -musitó ella.

– ¡Un cuerno! ¿Sabes lo que pienso? Creo que necesitas hacerte la mártir, que tienes que convencerte a ti misma de que no tienes otra opción excepto la de quedarte aquí. Porque si no te darías cuenta de que nunca has intentado irte de verdad. Abandonaste tus sueños, abandonaste tu pintura, me abandonaste a mí, pero jamás abandonarás Kinley.

– ¿Cómo puedes decir eso después de lo de anoche? ¿No significó nada para ti?

– Quizá fuera por los viejos tiempos.

Leigh no necesitaba escuchar más. Unas lágrimas ardientes empezaron a rodar por sus mejillas. Sólo quería irse. Abrió la puerta y salió corriendo a la última luz del atardecer.

Wade sintió que parte de su rabia se marchaba con ella. Estaba furioso por cómo le había tratado la ciudad y lo había descargado en ella. No le había dado opción a explicarse e incluso se había negado a admitir que lo sucedido la noche anterior había significado algo para él. También se había negado a admitirlo ante sí mismo. No podía perdonarla, pero tampoco podía olvidarla.

Con un suspiro cerró la puerta tras de sí. Quizá no estuviera seguro de por qué había dormido con ella, pero sí sabía que le debía una disculpa. Comenzó a caminar hacia la casa de Leigh.


Leigh estaba demasiado cansada tras la carrera para correr más de una manzana. Redujo el paso el resto del camino, pero no pudo parar la tormenta de pensamientos que se arremolinaban en su cerebro. ¿Cómo podía haber dicho esas cosas? Seguía llorando, pero tenía que admitir que Wade tenía razón. Había renunciado a sus sueños y se había resignado a una vida provinciana. También le había abandonado a él. Pero no era la estúpida que él pretendía y tampoco se había acostado con él sólo en recuerdo de los viejos tiempos.

Cuando alcanzó a ver su casa se paró en seco. Estaba cansada y la distancia era bastante, pero pudo distinguir que la puerta principal estaba abierta de par en par. Se acercó despacio, secándose las palmas de las manos en los pantalones.

Entró sin preocuparse de cerrar a sus espaldas. Reinaba un silencio absoluto, pero Leigh sabía que algo andaba mal. Desde la desaparición de Lisa había puesto especial cuidado en cerrar puertas y ventanas cuando salía de casa. ¿Por qué, entonces, la puerta estaba abierta como una invitación descarada?

En la planta baja todo estaba como ella lo había dejado por la mañana. Subió la escalera escuchando los latidos de su propio corazón. Cuando se asomó a su habitación el terror le heló la sangre en las venas. Parecía que un ciclón hubiera pasado por allí. El contenido de armarios y cajones yacía esparcido por el suelo. Las lámparas habían sido estrelladas contra la pared y la cama acuchillada.

Se llevó la mano a la boca para ahogar un grito y echó a correr escaleras abajo hacia la puerta. Necesitaba escapar del mal que había invadido su casa, pero tropezó en la oscuridad con un pecho masculino que le bloqueó la salida. Enloquecida, Leigh comenzó a golpear aquel pecho.

– ¡Leigh! ¡Para! Soy yo, Wade.

La voz obró el sortilegio y Leigh se detuvo de inmediato.

– ¡Gracias a Dios que eres tú! -exclamó ella, derrumbándose contra su pecho.

– ¿Quién creías que era? -preguntó él abrazándola, extrañado por su reacción.

Wade esperaba recriminaciones y furia, no afecto. Leigh se le abrazaba tratando de recuperar el aliento. Cuando se calmó, ia separó de sí lentamente.

– Cuando he llegado, la puerta estaba abierta. Alguien ha arrasado mi habitación.

Wade lanzó un juramento y la abrazó con ternura.

– ¿Y no se te ocurre otra cosa que meterte en la casa sabiendo que ha entrado alguien? ¡Por Dios! Podía haber estado dentro.

A Leigh le sorprendió su enfado pero se recuperó en seguida y se apartó de él.

– Por suerte, no estaba.

Leigh parecía tan pequeña e indefensa que Wade tenía ganas de darse un buen golpe. La había estado hiriendo cuando ella necesitaba que la confortara. Había algo terrible en Kinley y había llegado a irrumpir en la casa de Leigh. Sintió un escalofrío al pensar en lo que podría haber pasado. Ninguno de los dos lo había hecho, pero era muy posible que la persona que había entrado en la casa fuera la misma que había asesinado a Sarah.

– Prométeme que serás más precavida de ahora en adelante.

Wade sentía el impulso de abrazarla otra vez, pero sabía que la situación era demasiado seria. Leigh asintió.

– Supongo que no lo pensé. Nunca me había sucedido algo parecido.

– Vayamos a tu habitación -dijo Wade, tomándola de la mano.

Wade entrecerró los ojos cuando vio el caos que reinaba en el dormitorio. No tenía sentido, no había sido algo metódico. Las ropas habían sido tiradas en todas direcciones. Pasó una mano por la cama hecha trizas. Habría podido jurar que la habían desgarrado con un cuchillo de monte, pero la deducción no arrojaba ninguna luz sobre el misterio porque todo el mundo en aquella ciudad tenía un cuchillo de monte. ¿Y cuál era la motivación? ¿Qué tenía que ver con la desaparición de las dos niñas?

– ¿Falta algo?

– No tengo nada de valor en la casa excepto algunas joyas. Supongo que no sabré si faltan hasta que no haya ordenado todo este lío.

La voz se le quebró y Wade estuvo al instante junto a ella, acunándola contra su pecho mientras lloraba. Era un llanto lleno de incertidumbre y temor, un llanto que le partía el corazón.

– Me fastidia decirlo, pero creo que deberíamos llamar a Burt -susurró él.

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