CAPÍTULO 11


Los aposentos de Uluye se encontraban en el segundo nivel de la ciudadela. Tal y como correspondía a la Suma Sacerdotisa del culto, la cueva en la que se alojaba era mayor que las demás a excepción de la del oráculo, y su entrada se adornaba con símbolos y sigilos tallados en la piedra. Shalune echó una ojeada a estos adornos mientras se acercaba a la cueva, y leyó los familiares mensajes que, al igual que en la cueva del oráculo un nivel más arriba, proclamaban sacrosantos el lugar y a su ocupante y prohibían la entrada a personas no autorizadas. La sacerdotisa arrugó el labio superior en una apenas perceptible mueca despectiva ante la arrogancia de Uluye al colocarse al mismo nivel que el oráculo, y, haciendo caso omiso del protocolo que la obligaba a solicitar mansamente autorización para entrar, apartó a un lado la cortina y penetró en el interior.

Uluye la esperaba sentada en un sillón lleno de adornos... y, detrás de ella, con los músculos de la cara rígidos y los ojos llenos de desdicha, se encontraba Yima. Shalune supo al instante el significado de la presencia de la joven allí, y se le cayó el alma a los pies. Desvió los ojos para evitar la mirada implorante que le dirigía Yima desde detrás de su madre, y realizó una precipitada reverencia. — ¿Cómo está? —Los ojos de Uluye relucían en la relativa penumbra de la cueva. —Durmiendo, como antes. No creo que despierte hasta pasado un buen rato, pero he ordenado a Inuss que me avise si se produce algún cambio. —Uluye no le había ofrecido asiento, pero Shalune se sentó de todas formas.

Uluye cruzó las manos con un gesto lento y deliberado.

—He contado a Yima el mensaje que nos ha transmitido la Dama Ancestral — dijo, y sus ojos se clavaron atentamente en los de Shalune—. También tú, supongo, oíste las palabras del oráculo...

—Sí —respondió la mujer, teniendo buen cuidado de no mirar a Yima—. Las oí.

—No puede haber la menor duda sobre lo que quiere de nosotras la Dama Ancestral —siguió Uluye—. Así pues, no debemos perder tiempo, Shalune. La ceremonia de iniciación de Yima debe celebrarse lo antes posible.

Shalune se contempló las manos que tenía apoyadas sobre las rodillas durante unos segundos, sin decir nada.

—Ya veo —dijo al fin levantando la mirada—. ¿Estás segura, Uluye? ¿Segura, quiero decir, de que Yima está preparada? —Ahora sí que se atrevió a dirigir una mirada a la joven, pero fue muy breve y sin revelar nada.

—Aunque no estuviera muy segura..., y me permito dar por sentado que conozco lo suficiente a mi propia hija, está claro que la Dama Ancestral sí lo está. ¿Puedes acaso poner en duda su mensaje? —Uluye sonreía con total confianza en sí misma.

—No —se vio obligada a admitir Shalune; podía desear que el oráculo no

hubiese hablado, pero no podía dudar de su validez ni dar a sus palabras ninguna otra interpretación—. No puedo.

—Entonces ¿debo entender que no tienes ninguna objeción? —Su tono de voz sugería que cualquier disensión no sería bien recibida.

Shalune no podía disimular sin despertar sospechas, y eso era algo a lo que no se podía arriesgar. Intentando mantener una voz ecuánime, respondió:

—Ninguna en absoluto.

—Me alegro de oírlo. Bien; la luna está en cuarto menguante, y desde luego esto no resulta propicio, pero la llegada de la luna nueva coincidirá con un momento de augurios favorables. Realizaré las adivinaciones pertinentes y, si todo va bien, la ceremonia se celebrará la primera noche después de la luna negra.

Por fortuna, Uluye estaba demasiado absorta en sus propios pensamientos para oír la exclamación ahogada de Yima. Shalune lanzó a la muchacha una furiosa mirada de advertencia y dijo con cautela:

—¿La primera noche después de la luna negra? Esto es muy precipitado, Uluye.

—¿Intentas decirme que no eres capaz de efectuar los preparativos a tiempo?

—No, no. Ése no es el problema. Pensaba en Índigo. Yima puede que esté preparada, pero ¿lo estará Índigo?

—Su única obligación será actuar como escolta de Yima; no tiene que hacer nada más. Además —un pequeño gesto subrepticio transmitió una clara advertencia a Shalune para que hablara con cuidado en presencia de Yima—, estoy segura de que no tengo que recordarte nuestra reciente discusión, en especial en vista de lo sucedido esta mañana.

Así pues había decidido poner a prueba a Índigo. Shalune no se sorprendió, aunque no le gustaba lo más mínimo la perspectiva. Se pasó la lengua por los labios.

—No me gusta, Uluye; no tan pronto. Apenas si hemos tenido tiempo de emitir un juicio...

—Eso ya no viene al caso. La Dama Ancestral nos ha dado a conocer sus deseos, y es nuestro deber obedecer. Será ella el juez de Índigo. Ésa es su voluntad; eso ha quedado claro.

Uluye se puso en pie bruscamente, como una clara indicación de que había dado sus instrucciones y por lo tanto consideraba improcedente seguir discutiendo el tema.

—Se convocará una asamblea de todas las sacerdotisas esta misma tarde y en su transcurso informaré a la ciudadela de mi decisión. Entretanto, te dejo a ti el informar a Índigo y detallarle todo lo que tendrá que hacer. Si desea hacerme alguna pregunta, estaré a su disposición.

Se trataba de una despedida, y no había nada que Shalune pudiera decir. Se despidió, hizo una reverencia y abandonó la cueva. Salió al abrasador calor y resplandor del sol, y empezó a recorrer el saliente rocoso; a mitad de camino se detuvo y levantó la vista hacia el nivel más alto del sistema de cuevas. Sentía el impulso de correr escalera arriba hasta la cueva de Índigo, reunirse con Inuss y hablar con ella de inmediato, pero un instinto más profundo la advertía que no se precipitara. Debía tomar las cosas con calma para pensar con claridad y lógica antes de realizar ningún movimiento. Se veía obligada a cambiar toda su estrategia ahora, y eso significaba la necesidad de una planificación cuidadosa y detallada. Dedicaría una hora a concentrarse y ordenar las ideas. Entonces hablaría con Inuss; no antes. Era lo más seguro.

Recorrió el trecho que quedaba de saliente y se dirigió hacia el siguiente tramo de escaleras descendentes. Se encontraba casi al final cuando, por encima de su cabeza, una voz siseó su nombre; alzó la mirada y vio a Yima en el nivel que acababa de abandonar. La muchacha realizó unos gestos apremiantes; la gruesa sacerdotisa miró abajo, y luego paseó la mirada por toda la extensión de la repisa en la que se encontraba. No se veía a nadie. Asintió rápidamente y le indicó que descendiera.

Las dos mujeres se colocaron a la sombra de una de las toscas columnas que formaban el empalme de la escalera. Se estaba más fresco aquí y, lo que era más importante, no era muy probable que nadie que atravesara los niveles superior o inferior las descubriera. Yima agarró la mano de Shalune y la apretó con fuerza, jadeando para recobrar el aliento perdido mientras corría a pleno sol.

—Shalune... ¡oh, Shalune! ¿Qué voy a hacer?

—Tranquilízate. —La sacerdotisa consiguió liberar los dedos y posó una mano sobre el hombro de Yima para detener sus temblores—. No servirá de nada perder el control. Hemos de pensar antes de actuar.

—¡Pero hay tan poco tiempo! No faltan más que nueve o diez días para la luna negra, y jamás convenceremos a mi madre para que me conceda más tiempo. Ya sabes cómo es... Cuando se le mete una idea en la cabeza, no hay forma de hacerla cambiar.

—Lo sé, criatura, lo sé. —Shalune tenía el entrecejo fruncido, en un gesto de profunda reflexión. —¡En cuanto tenga lugar la ceremonia, estaré perdida!— continuó Yima, a punto ahora de estallar en llanto— ¡No puedo dejar que suceda, Shalune, ¡no puedo! Tendré que escapar. Tendré que huir de la ciudadela... — Eso es imposible —la interrumpió Shalune, categórica—. Tu madre descubriría tu ausencia enseguida y ordenaría la búsqueda. No descansaría hasta que te encontraran. Tiene que existir una solución mejor.

—Pero ¿cuál? —Yima cerró los ojos con fuerza durante unos instantes; luego los volvió a abrir rápidamente—. Podría fingir estar enferma. Mejor aún, podría ponerme enferma. Eres nuestra mejor curandera, Shalune. Sin duda podrías darme una poción que me produjera fiebre y forzar así que la iniciación se

retrasase...

—Es posible —concedió Shalune con cierta reserva— Pero se trata de una opción que preferiría no tomar a menos que todo lo otro fracase.

—Al menos nos concedería más tiempo. , —Cierto, pero no estoy ansiosa por arriesgar tu seguridad. No se puede jugar con las hierbas de la fiebre, y algo ¿podría salir mal. —Shalune alzó una mano para acallar a Yima, al ver que ésta parecía querer protestar—. No, escúchame. Hablaré con Inuss. Puede que aún podamos estar listas a tiempo para aceptar el plan de tu madre, y, si eso es posible, es nuestra mejor solución. —Es peligroso, Shalune —protestó Yima, no muy feliz con la sugerencia—. Te pondrás en peligro, y no quiero que hagas eso por mí.

—Tengo un motivo egoísta, también, Yima. No lo olvides jamás. Es por el bien de todas nosotras, no por el tuyo solo. Ahora, lo mejor será que te vayas antes de que tu madre envíe a buscarte otra vez. A partir de ahora, no tienes mucho tiempo que puedas considerar tuyo.

—¿Pero que haré con Tiam? Debo verlo, Shalune. ¡Tengo que contarle lo que ha sucedido! No, criatura —Shalune sacudió la cabeza con energía—, no puedes ver a Tiam por el momento. Tu madre te vigilará de cerca. Ya me ocuparé de que sepa lo sucedido aquí... y, si hay que efectuar planes, yo los haré. Confía en mí.

Yima asintió aunque no de muy buena gana.

—Confío en ti, Shalune. Haré lo que dices.

—Buena chica. Veré a Inuss, y volveré a hablar contigo más tarde si me es posible. Vete ahora. —Palmeó el brazo de Yima—. E intenta no preocuparte.

Contempló cómo la muchacha se alejaba a toda prisa. Tenía las ideas más claras ahora, y creía saber lo que debía hacerse. Mucho dependía de Inuss, pero Shalune estaba preparada para apostar que su protegida estaría dispuesta y lista para actuar. Si resultaría capaz era otra cuestión, pero eso era un riesgo perpetuo, y la fecha fijada para la ceremonia no lo afectaba.

El ruido de unos pies que corrían por la repisa alertaron de improviso a la sacerdotisa; ésta levantó los ojos y descubrió a Inuss en lo alto de la escalera.

—¿Shalune? —Si Inuss se sorprendió al descubrir a su mentora apostada inexplicablemente tras la columna, no lo demostró—. Índigo se ha despertado.

—¿Despierta? —Shalune se dirigió al instante a la escalera—. ¿Cómo está?

—Bastante bien, aunque creo que un poco confusa. Dejé a Grimya montando guardia.

—Iré al momento. —Shalune subió corriendo los peldaños todo lo deprisa que le permitieron su peso y el calor reinante. Nada más llegar a la repisa superior, sujetó a Inuss por el brazo y añadió en voz baja—: Luego quiero hablar contigo, Inuss. En privado.

La ligera tirantez de los músculos de la joven le dio a entender que comprendía. La muchacha no hizo preguntas; se limitó a decir: «Sí, Shalune», y luego se hizo a un lado para dejar pasar a la sacerdotisa. Siguió con la mirada a Shalune mientras ésta se encaminaba a los niveles superiores del farallón, y, aunque su expresión era inescrutable, sus ojos y el repentino apresuramiento de la respiración traicionaban su nerviosismo.

Tal y como Inuss había informado, Shalune descubrió que, aparte de una persistente desorientación, el ataque sufrido no parecía haber dejado graves secuelas en Índigo. Con Grimya observándola llena de preocupación, Shalune realizó un rápido y eficiente examen de su paciente y, tras declararla en perfectas condiciones, retrocedió unos pasos y le dedicó una prolongada mirada perspicaz.

—Bien —dijo—, ¿recuerdas algo esta vez?

—No —respondió Índigo, con un suspiro. Hizo una pausa para luego continuar—: ¿Dije algo durante el trance?

Shalune abrió la boca para responder: «Nada importante», pero entonces se preguntó si no sería mejor contar a Índigo la verdad sin más dilación. También se le ocurrió que Índigo podría resultar una aliada inestimable en los días venideros, y por un momento reflexionó si no convendría arriesgarse a depositar en ella su confianza. Pero la tentación se vio eclipsada por una cautela innata. A menos que pudiera estar segura de Índigo —y eso era imposible— mantendría la boca cerrada.

—Te contaré exactamente lo sucedido —repuso al fin—, por si te sirve de ayuda. —Pasó a describirle el ataque de asfixia, su propia intervención, y el categórico mensaje que Índigo había pronunciado mientras Uluye permanecía inclinada sobre el lecho.

—«Ven a mí.» —Índigo arrugó la frente—. ¿Qué significa, Shalune? ¿Lo sabes?

—Uluye cree saberlo, eso es seguro —respondió la sacerdotisa con expresión torva.

—No comprendo.

—No... Bueno, supongo que lo mejor será que te lo cuente, o no tardarás en enterarte por boca de Uluye misma. —Shalune se sentó al borde de la cama—. ¿Ya estás enterada, no es así, de que Uluye quiere que Yima sea su sucesora llegado el momento?

—Eso tengo entendido. Se la ha preparado para el puesto desde la infancia, ¿no es así?

—Sí; pero hay más cosas que la simple preparación. Nuestra Suma Sacerdotisa puede dominar a su sucesora, pero la elección tiene que contar con la aprobación de la Dama Ancestral. Así pues, antes de su iniciación y confirmación definitiva, la candidata es conducida ante la Dama Ancestral en persona, para ser puesta a prueba.

—En persona. ¿Cómo? —Índigo parecía perpleja.

Ahora le tocó el turno a Shalune de mostrarse confundida.

—A través del Pozo —respondió; entonces se le ocurrió que nadie debía de haberle explicado a Índigo la existencia del Pozo, puesto que hasta el momento no había habido necesidad de ello—. ¡Ah, claro! ¿Cómo podías saberlo? La entrada al Pozo se encuentra debajo de la piedra central de la plaza de nuestro pueblo en la parte superior del farallón, y conduce al reino de la Dama Ancestral.

Índigo se quedó mirándola con fijeza, no muy segura de lo que quería decir por «al reino de la Dama Ancestral». ¿Era este pozo sencillamente un profundo agujero o túnel, que conducía quizás a algún laberinto subterráneo bajo el lago; o creían realmente las sacerdotisas que era un paso entre dimensiones, una entrada que podía conducirlas ante la presencia física de la Dama Ancestral?

Grimya, leyendo sus pensamientos y su perplejidad, inquirió en silencio:

«¿Si eso creen, Índigo, no podría ser cierto?»

¿Podría serlo? ¿Resultaría ser la puerta entre ambos mundos algo tan sencillo y accesible como quería dar a entender Shalune? Escogiendo las palabras con gran cuidado, Índigo preguntó en voz alta:

—¿Quieres decir que la candidata... realmente se presenta ante la mismísima Dama Ancestral? ¿Que la ve cara a cara, tal y como estamos tú y yo ahora?

—Desde luego. —La profunda ignorancia de Índigo desconcertó en cierta medida a Shalune—. El Pozo apenas si se utiliza, claro. Es por eso que la Dama Ancestral nos concedió un oráculo hace mucho tiempo: para darnos a conocer sus deseos sin tener que llamarnos a su presencia cada vez. Pero, en los asuntos de gran importancia, debemos presentarnos directamente ante ella.

—¿Y a Yima se la enviará a través del Pozo para... ser presentada a ella?

—Sí. Eso es lo que Uluye cree que significan tus palabras, Índigo. La Dama Ancestral ha decretado que el momento para la prueba de Yima ha llegado.

Índigo volvió a percibir una nota sombría en la voz de la mujer.

—Parece como si tuvieras... —vaciló, pero entonces decidió que nada tenía que perder siendo franca—, la palabra que me viene a la mente es «dudas». ¿No estás de acuerdo con Uluye?

Shalune estudió el rostro de la muchacha, como si no estuviera muy segura de cómo responder y buscara alguna señal que pudiera guiarla. Luego, pasados unos instantes, sonrió con cierta rigidez. —Me malinterpretas, Índigo. Claro que estoy de acuerdo con ella.

«No dice la verdad. Lo veo en sus ojos», dijo Grimya. Índigo también lo veía pero, antes de decidir si pedía una aclaración a Shalune, la gruesa mujer volvió a hablar. —Naturalmente, me preocupa Yima; todavía es muy joven, y es una gran responsabilidad para colocarla sobre sus espaldas a una edad tan temprana. Pero hay que tener en cuenta que la misma Uluye pasó por estas mismas pruebas cuando tenía su edad, de modo que es consciente de lo que se le pedirá a Yima y sabe mejor que ninguna de nosotras si está preparada para enfrentarse a ello.

Seguía existiendo algo extraño en su voz, y la convicción de Índigo de que

Shalune le ocultaba la verdad —o al menos parte de ella— se reforzó. Tanteando con suavidad, inquirió:

—¿Has estado alguna vez ahí, Shalune? ¿En el reino de la Dama Ancestral?

—¡Oh, no! —La mujer sacudió la cabeza con energía—. Sólo nuestra futura Suma Sacerdotisa y sus valedoras efectúan el viaje a través del Pozo. De hecho, las dos valedoras de Uluye murieron ya, de modo que ella es la única persona viva que ha visto el rostro de la Dama Ancestral. —¿La candidata va acompañada por valedoras? —Sí. Tienen que ir dos personas con ella y presentarla ceremoniosamente.

Shalune hizo una pausa. Había conseguido, con gran alivio por su parte, desviar las sospechas de Índigo sobre sus propias dudas —aquel breve lapso había sido un desliz estúpido, se dijo con severidad—, pero Índigo había sacado a colación otro tema, que Shalune esperaba abordar con más suavidad y más adelante. No obstante, ahora que la puerta estaba abierta, quizá debería acabar con él.

—Hay algo —dijo, juntando las puntas de los dedos y clavando la vista en ellas— que deberías saber ahora, Índigo. Sobre las valedoras de la candidata.

Los ojos de la muchacha se entrecerraron ligeramente al percibir la repentina tensión en la voz de la sacerdotisa.

—¿Qué es? —preguntó.

Shalune se mordisqueó el labio inferior, mostrando a las claras que no le satisfacía nada todo aquello.

—Como dije, dos personas deben acompañar a Yima en su viaje. Una la escogerá Uluye. La otra, por tradición..., es el oráculo.

Se produjo un silencio. Shalune, sin valor para mirar a Índigo a los ojos, continuó con la mirada fija en sus manos. Sin embargo, la tormenta que preveía no se desató. Esperaba que Índigo se mostrara escandalizada, asustada, que protestara furiosa; pero el silencio continuó reinando, y, cuando se atrevió a levantar los ojos, vio que Índigo seguía contemplándola con expresión firme y pensativa.

—Así pues —dijo al cabo Índigo con voz pausada—, se me enviará junto con Yima al reino de la Dama Ancestral.

Shalune asintió.

—¿Cuándo?

—Dentro de unos días. —Shalune removió los pies, incómoda—. Por lo general, una candidata no se enfrentaría a la prueba tan joven. Yima sólo tiene dieciséis años, y deberían haber transcurrido al menos otros dos años. Pero, cuando hablaste..., cuando Uluye oyó lo que decías...

—Lo interpretó como una señal por parte de la Dama Ancestral de que había llegado el momento.

—Y tú estás de acuerdo con ella.

—Sí. —El rostro de Shalune se convirtió en una máscara inescrutable—. Tal y como ya he dicho, estoy de acuerdo con ella. Se produjo otra larga pausa, hasta que Índigo preguntó, en voz muy tranquila: —¿Qué se espera que yo haga?

—¿No tienes ninguna objeción? —Shalune parpadeó sorprendida.

—No. ¿Debiera tenerlas? Me dices que por tradición es una de las funciones del oráculo, y no parece que nadie tenga la menor duda de que yo soy el oráculo. ¿Por qué tendría que objetar?

Como era lógico, Shalune no podía responder a esa pregunta, pero se sentía desconcertada por la tranquila aceptación de Índigo. Ver a la Dama Ancestral era un raro honor, que se concedía a pocos seres vivos, y anteriores oráculos habían considerado un gran privilegio poder realizar el viaje de ida y vuelta a través del Pozo. Pero Índigo no veneraba a la Dama Ancestral como habían hecho las demás. Era alguien de fuera, ni siquiera un habitante de la Isla Tenebrosa; no se la había criado ni educado en las costumbres del lugar. En cierta forma, sin saber exactamente porque, Shalune había esperado que protestada.

—¿Miedo? —La expresión de Índigo se volvió introvertida de improviso, y una sombra pareció formarse detrás de sus ojos. Guardó silencio por unos momentos, antes de responder con voz tranquila—: Sí, tengo miedo. Pero puede que no por los motivos que tú supones.

Y, en secreto, cerrando la mente incluso para Grimya, Índigo añadió para sí: «Pero tengo que vencer mi miedo; debe quedar relegado a un segundo puesto. Lo quiera o no, tengo que enfrentarme a esto... y jamás soñé que encontraría una forma de llegar hasta este demonio con tanta facilidad...».

Uluye anunció la fecha de la ceremonia de iniciación de Yima en una asamblea multitudinaria de las sacerdotisas celebrada junto al lago aquella misma tarde. La noticia se recibió con gran sorpresa, pero también con aprobación. Yima se vio abrazada, besada, mimada y felicitada, mientras su madre contemplaba con el austero orgullo del vencedor cómo se le daba la razón.

Cuando la excitación inicial empezó a apaciguarse un poco, Uluye pidió silencio, y todos los ojos se volvieron de nuevo hacia ella. Tenía, dijo, otro anuncio que realizar antes del inicio de los diez días de preparativos para la gran ocasión, y éste era la elección de las valedoras de Yima. Una, desde luego, sería el oráculo, tal como era la costumbre, y ella —en este punto Uluye lanzó una rápida mirada de reojo a Índigo, que permanecía sentada en su trono como una observadora pasiva— estaba lista y ansiosa por desempeñar su papel intercediendo ante la Dama Ancestral, Índigo inclinó la cabeza, su expresión inescrutable. Uluye frunció ligeramente el entrecejo y desvió la mirada. La segunda valedora, continuó, era una cuestión para la que había rezado en busca de orientación y también utilizado todos sus conocimientos de adivinación, y en estos momentos se sentía segura de haber efectuado la mejor y, de hecho, única

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elección posible.

—Para conducir a mi hija en su viaje al otro mundo, y para hablar en su favor ante la presencia de la Dama Ancestral que todo lo ve —anunció Uluye—, escojo a mi hermana en espíritu y estimada amiga, Shalune.

Por pura casualidad, Grimya había encontrado un lugar entre las allí reunidas que no estaba ni a dos pasos de distancia de Shalune, y por ese motivo la loba percibió con total claridad la mezcla de reacciones que parpadearon en la mente de la gruesa mujer antes de que ésta pudiera controlar sus emociones. Sorprendentemente, Shalune se sentía aliviada y horrorizada en igual medida; ambas cosas, en opinión de la loba, emociones inexplicables en estas circunstancias. Despenada su curiosidad, el animal intentó penetrar más profundamente en los pensamientos de Shalune, pero su agudeza telepática no pudo avanzar más, y por otra parte, Shalune se había recuperado ya de su confusión, y la emoción quedó sepultada mientras recibía las felicitaciones de las demás sacerdotisas.

Viéndose en peligro de ser pisoteada por las mujeres que se amontonaban a su alrededor, Grimya se apartó del grupo, perpleja y pensativa. Por la fugaz ojeada a los pensamientos de Shalune parecía como si la sacerdotisa estuviera dividida entre querer —casi necesitar— ser la valedora de Yima y temer tal perspectiva con un terror que surgía de lo más profundo de su alma. No tenía sentido.

Pero la loba no tuvo tiempo de seguir adelante con sus meditaciones, pues Uluye se disponía ahora a conducir a las mujeres allí reunidas en un cántico ritual de celebración, y, en medio del conjunto de voces y del revuelo de cuerpos que se balanceaban y pies que golpeaban contra el suelo, el único pensamiento de Grimya fue mantenerse fuera del paso. Finalizado el cántico, pareció como si las formalidades hubieran finalizado. Mientras el polvo volvía a acomodarse sobre la plaza, un grupo de sacerdotisas se marchó a realizar el recorrido nocturno del lago, mientras rodeaban a Uluye para inquirir ansiosas sobre la ceremonia de iniciación y sus preparativos. La Suma Sacerdotisa se encontraba cerca de la litera de Índigo y Grimya no podía llegar junto a su amiga, así que se alejó, dejando atrás la reunión y fuera del círculo de luz de las antorchas, hacia la pared del farallón.

Se encontraba cerca del pie de las escaleras, donde tenía intención de esperar hasta que condujeran la litera de Índigo de regreso a sus aposentos, cuando una figura oscura cruzó ante ella. Grimya se quedó totalmente inmóvil al reconocer el perfil de Shalune en la penumbra. Entonces, de improviso, una segunda figura surgió de entre el grupo de mujeres y corrió a cortar el paso a la gruesa sacerdotisa. Se trataba de Yima. Shalune vaciló, y luego se volvió en el mismo instante en que la muchacha la alcanzaba. —¡Shalune! Shalune, ¿conseguiste...? —¡Chisst! —Shalune se llevó un dedo admonitorio a los labios—. ¡Aquí no..., no ahora!

—¡Pero he de saberlo! Por favor, Shalune... ¿Has hablado con ella?

No habían advertido la presencia de Grimya unos pasos más allá, y la loba permaneció inmóvil, escuchando. —Sí —oyó decir a Shalune—. He hablado con ella, y está de acuerdo en llevar adelante el plan. No me satisface demasiado, pero... lo haremos.

Yima emitió un sonido que tanto habría podido ser un jadeo como un sollozo.

—¡Oh, gracias! ¡Gracias!

¡Chisst! —repitió Shalune, con vehemencia—. No podemos hablar ahora.

—¿Pero que pasará con Tiam? ¿Qué debo hacer?

—Déjame a mí a Tiam. Yo se lo diré. Será mejor que lo haga yo, no tú, y también más fácil.

—¿Cuándo lo verás?

—Tan pronto como pueda. Mañana por la mañana temprano, quizá; siempre puedo encontrar un buen motivo para ir al bosque. Ahora... —hizo girar a Yima— ... estoy cansada y quiero dormir. Regresa con tu madre y representa tu papel. Cuando haya encontrado a Tiam y hablado con él, no te preocupes que te lo diré.

Yima se alejó, y Shalune se encaminó a la escalera, dejando a Grimya paseando la mirada de la una a la otra por turnos, toda confusa. ¿Cuál era el secreto que estas dos mujeres compartían, el plan del que habían hablado? ¿Sería Tiam el joven que había visto con Yima a la orilla del lago, el hombre al que Yima amaba? ¿Y quién era esta «ella» a la que tanto Yima como Shalune se habían referido? No se trataba de Índigo, como Grimya había supuesto en un principio, ya que Shalune había dicho: «Está de acuerdo en llevar adelante el plan». ¿Quién, pues?

La loba volvió la cabeza por encima del lomo para mirar el círculo de gente iluminado por la luz de las antorchas. Uluye seguía dando audiencia, y pasaría aún un buen rato antes de que volvieran a subir la litera farallón arriba y pudiera hablar con Índigo en privado. Decidió regresar a la cueva y esperar; y también quería vigilar el nivel en el que Shalune tenía sus aposentos. No creía que la sacerdotisa abandonara la ciudadela esta noche, pero no estaría de más estar alerta. Cuando fuera a reunirse con ese Tiam, quienquiera que fuese, tenía intención de seguirla e intentar descifrar el misterio de una vez por todas.

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