Capítulo 1

LA OFICINA estaba vacía y a oscuras. Daba un poco de miedo. Callie Stevens subió las escaleras. No quería utilizar el ascensor. Hacía demasiado ruido y lo último que quería era que el guardia de seguridad se fijara en ella.

Cuando llegó a la quinta planta de ACW Properties, ya no estaba tan segura de no necesitar el ascensor.

Tenía que tener cuidado. Harry Carver, el presidente de la empresa, la había despedido, así que se suponía que no tenía que andar por allí.

Al llegar a la sexta planta, se paró para tomar aire y se quedó escuchando por si acaso. Los apliques de los pasillos estaban encendidos, la luz era tenue y no se oía a nadie.

Callie suspiró aliviada y siguió adelante, hacia la zona en la que estaba su pequeño cubículo.

La luz procedente del pasillo confería a la estancia un halo un tanto lúgubre, con sombras y rincones oscuros.

Callie se paró para reorientarse y sintió una gran pena. Aquel trabajo le gustaba. Lo iba a echar de menos. Por supuesto, también iba a echar de menos el sueldo.

Tras mirar a su alrededor, vio el precioso objeto que había ido a buscar: su orquídea.

En los apenas diez minutos que había tenido para recoger sus cosas, no le había dado tiempo de llevársela y temía que alguien la hubiera tirado a la basura.

Por suerte, no había sido así.

La habían dejado sobre una cajonera de metal. Callie miró a su alrededor rápidamente, en busca de algo a lo que subirse. No había escaleras, así que arrimó una silla y se subió.

Casi llegaba.

Estaba tocando la maceta con las yemas de los dedos cuando se encendieron las luces de la habitación y una grave voz masculina le pegó un susto de muerte.

– ¿Busca usted algo, señorita Stevens?

Aquello la hizo gritar.

No fue un grito muy agudo mi muy alto, pero sí suficiente como para perder el equilibrio. Callie intentó agarrarse a la estantería, pero no pudo y cayó junto a la orquídea que había ido a rescatar.

Se dio contra el suelo con gran estruendo, pero no se hizo demasiado daño. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que el hombre que la había asustado había acudido en su ayuda al verla caer y ahora estaba en el suelo con él, en un abrazo fatal y embarazoso.

Aquello no iba bien.

– ¡Oh!

Callie se puso en pie a toda velocidad y miró al hombre.

Se trataba de Grant Carver, el que había sido su supervisor, sobrino del presidente de la empresa que la había despedido y una de las últimas personas a las que le apetecía ver.

El hombre parecía aturdido y Callie pensó que, si salía corriendo a toda velocidad, podría huir. Tomó aire, miró a su alrededor…

En aquel instante, vio que el hombre tenía sangre en la comisura del labio y no pudo evitar asustarse, lo que la llevó a arrodillarse a su lado suponiendo que lo había golpeado en la cara al caer.

– Vaya, ¿está bien? Madre mía, está herido.

Grant levantó los ojos y la miró con frialdad.

– ¿De verdad? -murmuró.

Con una mueca de dolor, se llevó la mano al labio y, al retirarla, vio que tenía sangre.

– Oh, cuánto lo siento -se lamentó Callie-. ¿Qué puedo hacer?

– Muy fácil -contestó Grant-. Vaya a esa mesa -le indicó señalando la mesa del supervisor.

Callie se puso en pie y obedeció.

– ¿A ésta?

– Sí -contestó Grant mordiéndose el labio-. Descuelgue el teléfono.

Callie así lo hizo y esperó sus instrucciones.

– Marque el 9, seguridad interna, y dígales que llamen a la policía porque hay una intrusa en el edificio a la que hay que arrestar.

– ¡Oh! -exclamó Callie colgando el auricular.

Tendría que haberlo supuesto. Al instante, se evaporó de ella todo rastro de compasión hacia aquel hombre.

En el año y medio que había trabajado en aquella empresa, había trabajado varias veces con Grant Carver y todavía no había conseguido conocerlo. Aunque era frío e irónico superficialmente, Callie había tenido la sensación varias veces de que tras la fachada había mucho más.

Muchas de sus compañeras babeaban cuando lo veían pasar, pero Callie nunca se había dejado impactar por su espalda ancha y sus ojos azules.

Sabía por experiencia que la belleza masculina podía esconder un alma marchita. En cualquier caso, ¿qué más daba? Aunque quisiera, no tenía motivos suficientes para que la policía la arrestara, así que no le podía hacer nada.

– Lo siento mucho, pero, obviamente, no voy a seguir sus instrucciones -le dijo acercándose lentamente a él, que se había sentado en el suelo.

Grant se estaba masajeando la nuca, como si se hubiera hecho un chichón. Iba ataviado con un traje gris y camisa blanca aunque la tenía abierta y no llevaba ni corbata ni chaqueta.

Por supuesto, a Callie no se le pasó por alto que era un hombre muy guapo, pero ese dato le había dado exactamente igual cuando trabajaba para él, así que ¿por qué no le iba a seguir dando igual ahora?

– No creo que pudiera usted hacer que me arrestaran -le dijo muy seria, observando cómo Grant se sacaba un pañuelo del bolsillo y se lo apretaba contra el labio.

– ¿Ah, no?

– No -contestó Callie.

– Yo creo que tengo motivos más que suficientes -insistió Grant comenzando a contar-. Allanamiento de morada, probablemente con alevosía y nocturnidad y, por supuesto, agresión con… ¿qué es eso?

Callie recogió del suelo lo que quedaba de la maceta morada, que se había roto en varios pedazos. Por suerte, el contenedor de plástico estaba intacto y la orquídea estaba bien.

– Una maceta -contestó.

– Muy bien. Agresión con una maceta -declaró Grant-. La verdad es que, ahora que lo pienso mejor, creo que no voy a llamar a policía -añadió sacudiendo la cabeza y poniéndose en pie-. Sé exactamente cuál va a ser tu castigo.

Callie se estremeció de pies a cabeza, pero consiguió mantener la compostura. Antes muerta que dejar que aquel hombre se diera cuenta de que le tenía miedo.

Lo tenía al lado. Intentó decirse que no era tan alto, que era porque llevaba botas de vaquero, pero sabía que aquel hombre era enorme.

– No creo que eso vaya a ser necesario -le dijo mirándolo a los ojos.

– No creo que sea usted la persona adecuada para tomar esa decisión -le espetó Grant.

– Mire, la única razón por la que me he caído has sido porque usted me ha asustado -se defendió Callie-. ¿Y qué hace aquí, por cierto?

– ¿Cómo que qué hago aquí? Le recuerdo que esta empresa es de mi familia.

Callie se encogió de hombros.

– ¿No iba a estar toda la semana en Texas?

– He vuelto antes de lo previsto.

Eso parecía. Qué mala suerte.

– Se supone que el edificio tiene que estar cerrado a estas horas.

Grant se quedó mirándola como si se hubiera vuelto loca.

– Así que ahora resulta que soy yo el que se está saltando las normas.

Ridículo. Callie era perfectamente consciente de ello, pero no tenía nada que perder. ¿No decían que la mejor defensa era un buen ataque? Desde luego, no tenía ninguna intención de pedir clemencia, así que debía intentarlo todo.

– Exacto -contestó sin dejar de mirarlo a los ojos-. Obviamente, ha sido usted el que ha originado todo esto.

Grant se quedó mirándola fijamente y sonrió. De repente, estalló en carcajadas.

Callie dio un paso atrás, asustada. ¿Aquel hombre tenía sentido del humor? Aquello la pilló completamente por sorpresa. Sabía defenderse de un hombre alto y fuerte, pero no sabía qué hacer con un hombre que se reía a mandíbula batiente.

– Me parece que la culpa de todo esto la ha tenido la orquídea -comentó Grant en tono divertido.

Callie se miró las manos, en la que tenía los restos de la maceta. Grant la miró y chasqueó con la lengua. Por lo visto, aquella mujer se tomaba muy en serio lo que le estaba diciendo. Aquello le recordó por qué siempre le había caído bien.

Callie Stevens nunca había intentado ligar con él.

Grant ya estaba harto de que las mujeres intentaran siempre ligar con él. A veces, respondían ante él como flores abiertas bajo el sol. Había habido un tiempo en el que aquella reacción lo había llenado de júbilo, pero aquello había quedado atrás hacía mucho. Ahora, le molestaba terriblemente.

Por supuesto, sentía cierta atracción física por Callie Stevens porque aquella mujer de pelo rubio y ojos enormes y oscuros era una belleza ante la que era imposible no quedar prendado.

Aun así, Grant tenía la suficiente experiencia como para saber que la belleza de una mujer no significaba nada para él, la belleza no era importante, no conseguía llegarle al corazón.

La vida era mucho más fácil así.

– Las orquídeas son plantas -estaba diciendo Callie mirándolo con el ceño fruncido, señal inequívoca de que se había dado cuenta de que le había tomado el pelo.

Por lo visto, quería desafiarlo de todas maneras.

– En eso, estamos acuerdo. ¿Y?

Callie lo miró triunfante.

– Si son plantas, no tienen voluntad propia. Por lo tanto, no le podemos echar la culpa a ella de lo que ha sucedido. Ella no quería salir volando por los aires.

– Admito que tiene cierta razón -contestó Grant siguiéndole la corriente.

Callie dudó un segundo. Si Grant estaba admitiendo que tenía razón, definitivamente había llegado el momento de hacer la gran salida.

– Por supuesto que tengo razón, toda la razón -insistió-. Ahora, si me perdona, me tengo que ir… -declaró girándose para hacerlo.

Pero Grant la agarró de la muñeca. Callie lo miró, deseando poder leer sus intenciones en aquellos ojos azules claros como el cielo.

– Un momento, todavía no hemos terminado -dijo Grant.

Por primera vez, Callie se encontró incómoda de verdad. Estaba a solas en un edificio a oscuras con un hombre al que no conocía realmente de nada.

Había pertenecido al grupo de siete personas del equipo de investigación que supervisaba Grant Carver, pero, aparte del suyo, supervisaba otros cuatro grupos.

Había trabajado de cerca con él en un par de proyectos, pero siempre había habido entre ellos una reserva natural y no había sido solamente por su parte.

Unos meses atrás había tenido un encuentro muy raro con él en el que Grant le había hecho una propuesta tan increíble que, a veces, Callie se preguntaba si no lo habría soñado todo.

En aquella ocasión, se había dicho que no debía tenérselo en cuenta, pero el episodio había hecho que Callie se hiciera ciertas preguntas.

Sabía que a Grant le habían pasado ciertas cosas. Si no lo hubiera sabido por los rumores que corrían por la empresa, lo habría visto en las profundidades de sus ojos.

Grant no era un hombre extrovertido al que le gustara hablar de sí mismo. De hecho, se estaba mostrando más natural aquella noche que en el año largo que había trabajado para él.

Por alguna razón, Callie deslizó la mirada hasta su cuello, allí donde la camisa dibujaba un triángulo. No veía nada del otro mundo ya que apenas había luz, pero, de alguna manera, el hecho de que la llevara abierta y sin corbata, dejando expuesto un trozo de su piel, le parecía íntimo y excitante.

Al instante, Callie percibió que se le había acelerado el pulso.

No debía permitir que Grant se diera cuenta.

– He venido a buscar mi orquídea y ya la tengo, así que me voy -anunció.

– Seguro que había otra manera más fácil de recuperarla -comentó Grant.

– Seguro, pero por lo visto yo no hago las cosas de manera fácil.

Grant asintió.

– Por lo que he visto, hace las cosas muy bien. Si mal no recuerdo, el año pasado trabajó en el proyecto del rancho Ames, ¿no es así?

Trabajo. Sí, si mantenían la conversación a nivel profesional, podría soportarlo. Y, si no la estuviera tocando, sería todavía más fácil. Grant la había agarrado de la muñeca y no la había soltado todavía. Callie había intentado zafarse en un par de ocasiones, pero él no se lo había permitido.

A todos los efectos, la tenía atrapada.

– Sí, así es -contestó.

– Por lo que recuerdo, fue usted la única persona del equipo que se dio cuenta de qué demonios estaba pasando allí -declaró Grant.

«¿Te diste cuenta?», se preguntó Callie. «¿Y por qué diablos no dijiste nada?».

– Estoy convencido de que usted y yo podríamos hacer grandes cosas juntos. Tengo un proyecto…

Callie lo miró con los ojos muy abiertos.

– Demasiado tarde. Su tío me ha despedido hoy. ¿No lo sabía?

Se lo había dicho buscando sorprenderlo. ¿No acababa de decirle que era una de sus mejores empleadas? A lo mejor, cuando se enterara de lo que había pasado, hacía algo por ella.

Por ejemplo, echarle una buena reprimenda a la persona que había puesto su nombre en la lista de los despedidos, sugerirle que volviera o incluso ofrecerle una buena suma de dinero para convencerla…

– Sí, claro que lo sé -contestó Grant sin embargo.

– ¿Lo sabía? -repitió Callie en tono estúpido.

Así que lo sabía.

¿Y si incluso hubiera sido él la persona que hubiera puesto su nombre en la lista? Como si lo estuviera oyendo.

«Despedid a la rubita. Me gustan las mujeres inteligentes, pero ésta es una listilla».

Callie se enfureció. La rabia que se había apoderado de ella aquella misma tarde, cuando se había enterado de que la habían puesto de patitas en la calle, volvió a hacer acto de presencia, lo que la llevó a soltarse de él con fuerza.

– Se cree que lo sabe todo, ¿eh? -le espetó-. ¿Y qué le parece que haya perdido el trabajo que me ayudaba a pagar la montaña de deudas que amenaza con comerme viva? ¿También sabía que están a punto de echarme de mi casa porque no puedo pagar el alquiler? ¿Se paran a pensar en esas cosas cuando echan a la gente a la calle o somos simples peones en un tablero de ajedrez que les importa muy poco?

– ¿Ha terminado? -le espetó Grant muy serio.

– ¡No! Hay otras personas en mi situación. En realidad, todos los del departamento de investigación. Apenas llegamos a fin de mes porque, dicho sea de paso, esta empresa no paga muy bien, ¿sabe? Y ahora estamos todos en la cuerda floja, preguntándonos de dónde vamos sacar dinero para comer…

– Muy bien, ya basta -la interrumpió Grant-. Alto ahí, Norma Rae. Por aquí, no nos gustan las revoluciones campesinas -añadió limpiándose la sangre con un pañuelo-. No me quiero ni imaginar el peligro que tendría usted con una horca en la mano… -murmuró.

Callie estaba a punto de contestarle con vehemencia cuando se dio cuenta de que la hemorragia era peor de lo que parecía. De hecho, tuvo que morderse el labio para no gritar.

Sus instintos la llevaban a dar un paso al frente para ayudarlo. Tenía que curarlo. Incluso consolarlo. Al fin y al cabo, toda aquello había sido culpa suya.

Lo más raro de todo aquello era que Grant jamás le había parecido tan atractivo como en aquellos momentos. Tenía el pelo revuelto y le caía un mechón sobre la frente y todo aquello del corte en el labio y la sangre le confería un halo de vulnerabilidad de lo más atractivo.

Él, que siempre parecía invencible…

Claro que, en cuanto centró en Callie su mirada irónica de siempre, lo estropeó todo.

– Venga aquí, pequeña asesina en potencia -dijo girándose hacia el pasillo-. Va a tener que arreglar lo que ha roto.

Callie lo siguió hasta su despacho. Se sentía culpable y, de momento, eso la estaba haciendo dócil.

Lo cierto era que no había estado muy a menudo en su despacho. Sabía que muchas empleadas buscaban cualquier excusa para pasarse por allí, pero ella no era así.

Grant Carver era guapo, soltero y el sobrino del presidente de la empresa, así que todo el mundo lo consideraba un buen partido.

Sin embargo, Callie nunca lo había encontrado especialmente atractivo y sí demasiado arrogante. Aquella actitud no hacía sino alejarla de él porque le recordaba a su breve, pero miserable matrimonio.

No porque Grant se pareciera a Ralph, la verdad. Por lo menos la arrogancia de Grant estaba basada en un cierto nivel de competencia. La de Ralph había sido un gran farol.

Aun así, Callie se había prometido muchas veces que jamás dejaría que un hombre volviera a gobernar su vida como su marido lo había hecho años atrás. Por eso, estaba más que decidida a mantener las distancias con los hombres como Grant.

El despacho de Grant resultó ser muy parecido a él mismo, es decir, atractivo y bien mantenido. Había una alfombra mullida, sillones de cuero y espejos, todo lo que confería a la estancia un ambiente de lo más rico.

Al instante, Callie se fijó en una fotografía que había en su mesa. En ella se veía a una mujer de pelo oscuro, muy guapa, que sostenía en brazos a una niña pequeña también muy guapa.

Callie sabía que se trataba de la esposa y de la hija de Grant, ambas muertas en un terrible accidente de coche hacía unos años.

Callie apenas podía imaginarse lo que debía de ser la tragedia de perder a un hijo. Según decía la gente, Grant había cambiado después del accidente. Por lo visto, se había convertido en una persona completamente diferente.

Callie no tenía ni idea de cómo había sido antes, pero le costaba imaginárselo siendo alegre y risueño. El hombre al que conocía como Grant Carver era un hombre completamente concentrado en la empresa, el trabajo y el éxito.

Así que… ambos eran viudos.

Nunca antes se le había ocurrido la idea y, en cuanto se le pasó por la cabeza, Callie dio un respingo.

No, no quería pensar en ello.

– ¿Dónde tiene el botiquín de primeros auxilios? -le preguntó dejando la orquídea sobre la mesa, fijándose en una puerta que había a la derecha y suponiendo que sería el baño.

– De la herida ya me ocupo yo -contestó Grant quitándose la camisa-. Usted ocúpese de quitarme la sangre de aquí -añadió entregándosela.

Callie se quedó anonadada por la increíble vista de su impresionante torso. Se suponía que los hombres de su edad no estaban tan bien.

Grant debía de andar por los treinta y tantos. Con esa edad, la mayoría de los hombres que Callie conocía habían cambiado el gimnasio por las patatas fritas y la cerveza.

Por lo visto, Grant Carver no había caído en aquel esquema.

Aquel hombre parecía la estatua de un dios griego.

«Sí, igual de frío también», se recordó Callie intentando mantener la compostura.

Se sentía atontada, pero consiguió tomar la camisa y se dirigió al lavabo del baño. ¿Se habría quedado mirando durante demasiado tiempo? ¿Se habría dado cuenta Grant?

«¡Por favor, que no se haya dado cuenta!», rezó abriendo el grifo y frotando la mancha.

– No sé qué ponerme -comentó Grant yendo hacia ella y colocándose a su espalda-. ¿Usted qué cree? ¿Yodo o mercurocromo?

Callie se giró para estudiar la herida, pero, al hacerlo, se encontró con que Grant estaba demasiado cerca. Ante sí tenía su piel bronceada y sus espectaculares músculos. ¿Aquello que estaba sintiendo era el calor que emanaba de su cuerpo?

Además y para colmo, olía de maravilla, a hierba recién cortada y a jabón. Durante un segundo, Callie sintió la potente necesidad de tocarlo.

¡Cuánto tiempo hacía que no abrazaba a un hombre!

– Fuera -le ordenó señalando la puerta.

– ¿Qué pasa? -se extrañó Grant.

– Está… ¡desnudo!

– No estoy desnudo. Simplemente, no llevo camisa.

Callie cerró los ojos y tomó aire.

– Está desnudo, así que o se va usted o me voy yo.

Grant abrió la boca para decir algo. Callie era consciente de que había dos posibilidades: le iba a espetar que no fuera ridícula o le iba a tomar el pelo por ser una cursi.

Callie apretó los dientes para la que se le venía encima, pero, para su alivio, Grant se resistió a la tentación y salió del baño.

Una vez a solas, Callie suspiró.

Menos mal que Grant se había ido porque era tan atractivo que… bueno, Callie no sabía lo que habría sucedido… al final y al cabo, era una mujer y Grant era el hombre más guapo que había tenido cerca en mucho tiempo.

Aun así, le hubiera gustado no haberse mostrado tan evidente ante él.

Callie terminó de lavar la camisa y, cuando volvió al despacho, se encontró con Grant poniéndose una camiseta que había sacado de algún sitio. La camiseta le marcaba los bíceps y enfatizaba sus músculos, pero era mejor que verlo desnudo de cintura para arriba.

– He dejado la camisa colgada en el baño para que se seque -anunció Callie sin mirarlo a los ojos.

Grant se giró hacia ella y recordó al instante lo que tanto le gustaba de aquella mujer. Callie Stevens era eficiente y concisa. Tenía una sonrisa sincera y no batía las pestañas como una mariposa seductora cuando hablaba con él.

Le había sorprendido su reacción de hacía unos minutos. Normalmente, era una mujer cuidadosa y controlada. Aquello precisamente había llevado a Grant a hacerle una propuesta muy interesante unos meses atrás.

En aquel entonces, Callie había respondido como si le hubiera pedido que vendiera su alma al diablo, lo que a Grant le había parecido toda una exageración.

Aun así, no había podido quitarse la idea de la cabeza.

– ¿Le parece bien esta distancia? -bromeó.

– Siempre y cuando esté vestido, no hay problema -contestó Callie con calma-. Los hombres desnudos me ponen nerviosa.

– A mí también -contestó Grant-. Sin embargo, las mujeres desnudas…

– No deberían acercarse a usted ni en broma.

Aquello lo hizo reír.

– Pero si soy un hombre de familia -contestó.

De repente, recordó la cruda realidad y la sonrisa se borró de su rostro. Ya no tenía familia.

– Bueno, era un hombre de familia -murmuró mirando el horizonte.

Hacía ya casi dos años que Jan había muerto. Ya era capaz de pasar unos cuantos días seguidos sin ganas de vomitar, sin sentir que se le rompía el corazón de dolor al pensar en ella y en lo que había perdido.

Sin embargo, de repente, todas aquellas sensaciones volvían a aparecer cuando menos se lo esperaba.

Como ahora.

Jan había sido la única mujer a la que había amado y a la que jamás amaría. Por eso, casi le gustaba el dolor. Cualquier cosa que lo acercara por un momento era bien recibida.

Grant no quería sobreponerse a su pérdida, jamás lo haría. Jan seguía siendo su esposa, para siempre.

Por otra parte, echaba de menos tener un hijo. La pequeña Lisa había sido una niña deseada y querida y Grant la echaba de menos casi tanto como a su madre.

Llevaba un año deseando tener otro hijo, un bebé que llenara el vacío que había en su corazón y le diera ganas de seguir viviendo, de mirar al futuro.

– ¿Dices eso por el abuelo? -le había preguntado su hermana Gena hacía pocos días cuando Grant le había comentado algo del asunto-. Soy consciente de que te insiste a menudo para que te vuelvas a casar y tengas un heredero que continúe con el apellido.

– Carver, el apellido de los héroes de Texas -había contestado Grant imitando a su abuelo y haciéndolos reír a ambos-. No, esto no tiene nada que ver con volverme a casar.

– Normalmente, uno tiene hijos con la mujer con la que está casado -le había dicho su hermana.

– Bueno, ya me las arreglaré para no tener que casarme -había contestado Grant.

– No puedes tener hijos sin estar casado -había insistido Gena.

– ¿Ah, no? Ya verás.

Aunque lo había dicho con mucha convicción, Grant no se sentía tan seguro. Tras haber estudiado todas las opciones que tenía, se había dado cuenta de que no era tan fácil. Los hijos no se podían comprar ni reservar ni encargar como si se tratara de un coche nuevo.

Eso se podía hacer con un hijo adoptivo, por supuesto, pero no si uno quería que su descendencia llevara sus genes.

Y eso era exactamente lo que Grant deseaba en lo más profundo de su corazón… aunque lo cierto era que no tenía ni idea de cómo lo iba a conseguir.

– ¿Tiene familia? -le preguntó a Callie con curiosidad.

Sabía que era viuda, pero no tenía más detalles.

– ¿Familia? -repitió Callie mirando hacia la puerta-. Eh… no, la verdad es que no. Estoy, más bien, sola.

Grant se apoyó en la mesa y se tocó el labio.

– Todo el mundo necesita tener familia -recapacitó-. Acabo de pasar unos días en una reunión familiar de un amigo en San Tina y ver a toda esa gente reunida y pasándoselo fenomenal… en fin, esa gente se quiere y se preocupan los unos por los otros… eso me ha hecho darme cuenta de que yo quiero formar una familia. Todos necesitamos a los demás.

«Y yo necesito un hijo», añadió Grant para sí mismo.

Por supuesto, no lo dijo en voz alta, pero, de alguna manera, le pareció que Callie le leía el pensamiento. Al ver cómo lo miraba, se dio cuenta de que ambos estaban pensando en lo mismo, en aquella tarde lluviosa de hacía seis meses en la que se había pasado por la consulta médica de su primo y se había encontrado con Callie Stevens.

Su primo era médico y estaba especializado en técnicas de fertilidad, concretamente en fertilización in vitro.

Aquel día, Grant, desesperado y torturado por su ansia de tener un hijo al que amar, había decidido pasarse por la consulta de su primo a hablar con él para ver si sabía indicarle la manera de encontrar a una madre de alquiler.

Y, al entrar, se había encontrado con Callie, que leía nerviosa una revista. Al saludarla, Callie se había puesto como la grana y había fingido que las recetas de tofu la fascinaban.

Grant se había ido sin hablar con su primo y sin obtener la información que buscaba, pero con la curiosidad de saber qué hacía una mujer como Callie en la sala de espera de la consulta de su primo.

¿Sería que, al igual que él, al ser viuda, quería tener hijos pero sin las complicaciones de otra relación? Había muchas posibilidades y, cuanto más lo había pensado, más se había convencido Grant de que así tenía que ser, así que había terminado entusiasmándose.

Antes de acercarse a la consulta de su primo, había estado en otras dos clínicas e incluso había llegado a entrevistar a un par de madres de alquiler. Ninguna de las dos lo había impresionado, pero si Callie Stevens estuviera dispuesta a…

En cuanto la idea se le había ocurrido, Grant se había dado cuenta de que Callie jamás tendría un hijo por dinero, lo que lo había llevado a plantearse qué podía ofrecerle para incentivarla.

Había pensado en ello durante días y, al final, se le había ocurrido algo que le había parecido beneficioso para ambos.

Era obvio que Callie quería tener un hijo y él podría mantenerla si ella estaba dispuesta a tenerlo con él y a quedarse a su lado cuidándolo en calidad de niñera.

De aquella manera, ambos obtendrían lo que buscaba.

A él le había parecido bien.

Al día siguiente, la había llamado a su despacho y se lo había contado. Callie se había comportado como si Grant formara parte de una red de contrabando de niños y le había faltado tiempo para salir corriendo de su despacho.

Su reacción había sido tan trágica que Grant había temido que dejara el trabajo o que lo denunciara. Por suerte, Callie no había hecho ninguna de las dos cosas pero, a partir de entonces, se había comportado con mucha prudencia ante él.

Por supuesto, Grant jamás había vuelto a decirle nada de aquello, pero ahora…

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