Capítulo 4

HABÍAN comenzado las negociaciones. Grant y Callie habían quedado en una cafetería de moda cuyo mobiliario era de vanguardia. Ambos habían acudido al encuentro de buen humor y con la intención de ver qué tenía que decir el otro. Ninguno de los dos sabía lo que iba a suceder.

– ¿Qué vamos a hacer exactamente? -preguntó Callie intentando sonar calmada y tranquila cuando, en realidad, estaba muy nerviosa-. Creo que lo mejor sería que dejáramos muy claro desde el principio todos los detalles. Así, los dos sabríamos la situación exacta en la que nos encontramos.

Grant asintió.

– Para empezar, quiero que quede muy claro que estamos hablando de un matrimonio de conveniencia y no de un matrimonio por amor -apuntó.

No era la primera vez que se lo decía y Callie estaba segura de que se lo iba a repetir unas cuantas veces más.

– Sí, eso lo tengo muy claro -le aseguró.

Por lo menos, así lo creía. Lo cierto era que Callie no tenía muy claro qué era exactamente una relación de amor. Ni siquiera estaba segura de que creyera en el amor. Cuando se había casado con Ralph, lo había hecho por gratitud y no por pasión.

Desde el principio había sabido que el amor no era un ingrediente de su unión por su parte y, ahora que lo pensaba, tampoco creía que hubiera habido mucho amor por parte de Ralph.

Más bien, había sido una obsesión, una obsesión que los había hecho pasar muy rápidamente de ser muy buenos amigos a horribles adversarios, y Callie no estaba segura de cómo ni por qué había sucedido aquello.

Lo único que sabía era que no quería que le pasara lo mismo con Grant.

– De hecho, cuando se me ocurrió esta idea, el matrimonio no formaba parte de ella -estaba comentando Grant.

– Pero ahora forma parte y a mí me parece que es imprescindible -se apresuró a comentar Callie.

Grant asintió.

– Sí, no te preocupes -sonrió-. Lo he pensado y estoy de acuerdo.

– Bien.

Callie estaba haciendo gran esfuerzo para parecer tranquila, pero Grant percibía que estaba incómoda y quería que se tranquilizara.

Había elegido adrede un restaurante ruidoso para reunirse con ella. No había querido llevarla a un local de mantel de hilo blanco, rosas sobre la mesa y música de violines de fondo. No, había preferido un local con música tecno y mesas de colores. Así, fijarían las futuras directrices de su relación en un ambiente frío y neutral.

Nada de emociones.

El día anterior había sido infernal. Se había sentido muy torpe por cómo le había planteado a Callie que se casara con él. Le había intentado explicar que su familia necesitaba un heredero y que él necesitaba un hijo.

Al principio, Callie se lo había tomado a broma. Luego, había creído que estaba loco. Al final, le había dicho que no lo quería volver a ver en su vida y que, por favor, no se pusiera en contacto con ella jamás.

Y no era para menos porque, la verdad, Grant se lo había montado fatal.

Se había pasado la noche paseándose por su casa, nervioso, intentando dilucidar una manera mejor de aproximarse a ella.

Normalmente, aquellas cosas se le daban bien. Había gente que incluso decía que era capaz de convencer a cualquiera de que hiciera lo que él quisiera, pero su habilidad natural se evaporaba cuando se mezclaban las emociones de manera tan fuerte.

Por eso precisamente Grant quería mantener controladas y bloqueadas sus emociones.

Cuando Callie no había ido a trabajar a la mañana siguiente, Grant se había dado cuenta de que lo había estropeado todo. Por la tarde, estaba pensando en ir a su casa a hablar con ella cuando su secretaria había entrado en su despacho.

– Tienes una visita -le había dicho con aire desaprobador.

Cuando había visto entrar a Callie, Grant había sentido que el corazón le daba un vuelco.

– Me he tranquilizado y me gustaría hablar las cosas -le había dicho ella.

Y así era como habían terminado en el Zigzag Café, rodeados de jóvenes de veintitantos años que se reunían allí a comer algo mientras escuchaban aquella música electrónica que a Grant le ponía los pelos de punta, pero lo ayudaba a mantener las emociones alejadas.

Más o menos.

– Me parece que deberíamos dejar muy claro qué esperas de todo esto -dijo Callie dejando su taza de café sobre la mesa.

– Muy bien. Espero… espero tener en hijo y poder contar también con su madre. Lo que quiero es formar un grupo familiar, me gustaría contar con un apoyo emocional básico por tu parte y ser capaz de darte a ti lo mismo.

Callie asintió y se mordió el labio inferior.

– ¿Como si fuéramos buenos amigos? -le preguntó algo escéptica.

– Exactamente -contestó Grant.

Callie frunció el ceño, pensativa. Aquello le preocupaba. Todo aquello le sonaba demasiado familiar, pero no veía otra alternativa.

– Si accedo a hacerlo, ¿qué ocurriría si… si… si no saliera bien?

Grant sonrió. Obviamente, Callie estaba cada vez más cerca de decir que sí y tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse y no dejar que la excitación se apoderara de él.

– Firmaríamos un contrato que incluiría ese tipo de cosas.

Callie sonrió e intentó hacer una broma.

– Si sucede algo así, supongo que, a imagen y semejanza de Enrique VIII, me repudiarías e irías en busca de tu Ana Bolena.

Grant sonrió.

– ¿Tú eres Catalina de Aragón?

– Prefiero divorciarme que perder la cabeza -contestó Callie encogiéndose de hombros.

– Hablaré con mi abogado para que redacte un contrato -dijo Grant-. No te preocupes, todo ese tipo de contingencias estarán contempladas.

– Muy bien. Si, al final, accedo a todo esto, me gustaría que mi abogado pudiera echarle también un vistazo.

¡Como si tuviera abogado! Obviamente, si, al final, decidía meterse en aquel lío iba a tener que encontrar uno.

– Así, si me parece que hay que incluir cambios, estaríamos a tiempo de hacerlo antes de casarnos.

Grant sacudió la cabeza y la miró fijamente.

– ¿Por qué das por hecho que vas a querer cambiar algo?

Aquello hizo sonreír a Callie.

– Porque estoy segura de que tu contrato estaría hecho desde tu punto de vista, lo que es completamente normal, pero yo también tengo derecho a tener el mío. Es lo justo.

Grant asintió lentamente y se recordó que, a partir de entonces, iba a tener que tener en cuenta los pensamientos de Callie. Aquello no era como contratar a una empleada sino, más bien, como tener una socia.

Aquello lo hizo estremecerse porque le gustaba tener el control, pero rápidamente se relajó y se dio la enhorabuena a sí mismo por ser capaz de ser tan perceptivo y magnánimo.

Sí, ser socios era la solución perfecta.

Por lo visto, Callie le estaba leyendo el pensamiento.

– Entiendes que no soy capaz de tener un hijo y entregártelo como si tal cosa, ¿verdad? No quiero ser una madre de alquiler, quiero participar en la vida del niño tanto como tú.

– Lo entiendo perfectamente -contestó Grant intentando dilucidar qué escondía Callie-. Callie, ahora me gustaría que me dijeras por qué te estás planteando hacerlo. ¿Qué esperas tú de todo esto?

Callie tomó aire.

– Quiero que mi hijo tenga un buen padre y espero tener una situación privilegiada para criarlo.

– Eso es exactamente lo que yo quiero darte -contestó Grant muy contento-. Callie, podemos hacerlo. Podemos tener un hijo juntos. ¿Te estás dando cuenta de que realmente lo podemos hacer?

– Puede ser -contestó Callie-. Sin embargo admito que hay algo más. Quiero ser completamente sincera contigo. Realmente quiero tener un hijo, es un deseo que me consume, pero también hay otro factor -añadió tomando aire de nuevo-. Actualmente, mi situación económica es caótica.

Ya estaba. Ya lo había dicho. Se sentía terriblemente mal y miró Grant a los ojos esperando que la estuviera mirando con desprecio.

– No pasa nada -dijo él sin embargo-. ¿Cuánto necesitas?

– ¡No! -exclamó Callie mirando a su alrededor por si había gritado demasiado-. No me refería a eso. A lo que me refería era a que me gustaría seguir trabajando hasta el último momento.

– ¿Por qué? No tienes necesidad.

– Precisamente ahí es adonde voy. Lo necesito. No puedo…

– Callie, yo creo que es mejor hacerlo sobre la marcha. Si tú te sientes cómoda trabajando, por mí no hay problema.

Callie cerró los ojos. Grant se estaba comportando con una amabilidad que la tenía sorprendida. No se la merecía.

Bueno, lo cierto era que Grant quería algo muy importante de ella. Callie abrió los ojos, con la intención de explicarle su dilema. Necesitaba pagar la residencia en la que estaba su suegra y quería que Tina pudiera disfrutar del mejor tratamiento médico que hubiera. Sin embargo, en su actual situación económica ambos deseos eran completamente irrealizables.

– Lo que quiero que entiendas es que mis motivos para acceder a todo esto no son completamente puros -insistió sonrojándose-. Si accedo a tener un hijo contigo, quiero tener muy claro si estás dispuesto a ayudarme económicamente. Lo que te pido es que me hagas un préstamo -se apresuró a añadir-. Te devolveré hasta el último centavo, te lo aseguro.

Grant se estaba dando cuenta de que a Callie le estaba resultando increíblemente duro pedirle aquello. ¿No se daba cuenta de lo fácil que era para él ayudarla?

De repente, se dio cuenta de que, obviamente, Callie sabía que Grant tenía mucho dinero y que no le suponía ningún problema prestárselo. Lo que la estaba devorando por dentro era que, al pedirle dinero en aquella circunstancia, era como si estuviera ofreciéndose a tener un hijo con él a cambio de dinero, y aquello no podía soportarlo.

– Callie… -dijo Grant alargando el brazo y tomándola de la mano-. Ya está. Voy a hablar con mi contable para que te preste lo que necesites.

Callie se sonrojó e intentó apartar la mano, pero Grant no se lo permitió.

– Escúchame bien. Ya está. Si te quedas más tranquila, te diré que no voy a participar en la transacción. Además, esto no tiene nada que ver con que nos casemos y tengamos un hijo. Quiero que te lo pienses todo muy bien. Aunque decidas que no quieres casarte conmigo, el préstamo seguirá adelante. Este tema está cerrado -le aseguró sonriendo-. Volvamos al tema de nuestro hijo, que me gusta más. ¿Qué nombres te gustan?

Callie lo miró a los ojos y, de repente, notó que se le había formado un nudo en la garganta. Que Grant le acabara de quitar casi por obra de magia de las espaldas un peso que ella creía insalvable…

Le hubiera gustado poder darle las gracias, pero no podía hablar, así que se limitó a apretarle la mano.

– ¡Grant Carver, cuánto me alegro de verte!

Ante aquello, ambos dieron un respingo y Grant le soltó la mano a Callie como si se hubiera abrasado. Al levantar la cabeza, se encontró con una mujer alta y guapa y se levantó para saludarla.

– Hola, Amy, yo también me alegro de verte

– ¡Oh, Grant! -exclamó la desconocida abrazándolo con tanta vehemencia que Grant se la tuvo que quitar de encima.

– Te presento a Callie Stevens -dijo Grant dando un paso atrás para que la rubia no se acercara tanto-. Callie, te presento a Amy Barnes, una amiga de hace mucho tiempo.

Amy saludó a Callie, pero era obvio que sólo tenía ojos para Grant. Aquella mujer era alta y delgada como una modelo y llevaba un vestido maravilloso que le debía de haber costado tanto como a Callie su coche.

– He venido a tomar algo con las chicas -dijo a Grant señalando a otras tres mujeres que parecían sus clones-. Vamos a comer. Este sitio está fenomenal, ¿verdad? Me encanta la música que ponen, me dan ganas de bailar -añadió haciéndolo de manera provocativa-. Bueno, guapetón, ¿Por qué no te acercas a saludar a las chicas? Les encantaría verte un ratito.

Grant puso cara como si le acabara de pedir que se comiera un gusano.

– Eh… bueno… verás, la señorita Stevens y yo estamos hablando de algo muy importante y ahora mismo no puedo ir.

– Ah -sonrió la rubia mirando a Callie de reojo-. Bueno, entonces en otra ocasión será. Llámame de vez en cuando, ¿de acuerdo? Tenemos que quedar a hablar de los viejos tiempos. Ya sabes… -añadió acercándose y hablándole en voz baja-: la semana que viene sería el cumpleaños de Jan. Deberíamos…

– Sí, ya te llamaré -se apresuró a asegurarle Grant-. Saluda a las chicas de mi parte.

A continuación, se volvió a sentar frente a Callie mientras Amy Barnes se alejaba en dirección a su mesa con un increíble vaivén de caderas.

– Era la mejor amiga de mi mujer -le dijo Grant a Callie a modo de explicación.

Callie asintió y se preguntó si la mujer de Grant habría sido como la rubia. De ser así, ¿iba a estar Grant satisfecho con ella? Se iba a llevar una buena sorpresa porque Callie no tenía nada que ver con aquellas mujeres.

Callie decidió apartar aquellos pensamientos de su mente porque bastantes dudas tenía ya como para, además, ocuparse en aquellos momentos de aquel tema. En su cerebro ya no cabían más cosas. Tenía que tomar una gran decisión que iba a cambiar su vida.

Miró a Grant de manera penetrante y se preguntó si podría casarse con él, si podría vivir con él, hasta qué punto lo conocía.

«Lo conozco bastante bien», decidió.

Sí, lo cierto era que sabía muchas cosas de Grant Carver. Además, el hecho de que fuera increíblemente guapo ayudaba bastante.

¿Si hubiera sido bajito, gordo y feo se habría casado con él? Por suerte, no tenía que contestarse a esa pregunta.

– Bueno, tengo que volver a la oficina -estaba diciendo Grant mirando el reloj-. Tu vete a casa y piénsate bien todo esto.

– ¿De cuánto tiempo dispongo? -quiso saber Callie.

Grant se quedó pensativo.

– ¿Qué te parecen veinticuatro horas? -le propuso-. Pasaré a recogerte mañana a las cinco para ir a cenar. Hablaremos entonces.

Callie asintió.

– ¿Y no me vas a hacer una lista de tus defectos para que pueda tenerlos en cuenta? -le preguntó frunciendo el ceño.

Aquello hizo que Grant echara la cabeza hacia atrás y se riera.

– Por supuesto que no. Todo en mí es bueno, Callie. Todo va a salir bien.

«Todo va a salir bien».

Callie deseaba creerlo. Sin embargo, como todo en su vida le había salido mal, siempre se esperaba lo peor.

Por eso, a la mañana siguiente llamó a Grant para decirle que había decidido no seguir adelante con el proyecto.

– Ahora mismo voy -contestó Grant.

– No -se apresuró a decir Callie-. No serviría de nada. Voy a salir. Además, no puedes hacer nada para hacerme cambiar de parecer.

– ¿Por qué?

Callie tomó aire y suspiró.

– Hay un enorme obstáculo del que no hablamos ayer y, cuanto más pienso en ello, más me convenzo de que, tarde o temprano, daría al traste con nuestros planes por mucho cuidado que tuviéramos.

– ¿A qué te refieres?

– Al amor.

– ¿El amor? -se extrañó Grant-. Claro que hemos hablado de ese tema. Lo hemos dejado muy claro. Ninguno de los dos quiere que haya amor en esta relación.

– Una cosa es decirlo, una cosa es tener muy claro que nuestra relación va a ser única y exclusivamente un matrimonio de conveniencia del que los dos vamos a obtener un beneficio, un matrimonio reglado por la lógica, pero, cuando nos casemos, estaremos mucho tiempo juntos. ¿Qué pasaría si uno de nosotros perdiera la objetividad y…? Quiero decir que, ¿cómo podríamos garantizar que la cosa nunca pasará a mayores?

Grant se quedó en silencio unos segundos.

– Buena pregunta, lo admito. Es verdad que para seguir adelante con todo esto tendría que haber entre nosotros cierto afecto. Por lo menos, tendríamos que caernos bien.

– Yo creo que nos caemos bien -admitió Callie a regañadientes.

– Muy bien, pero ninguno de nosotros quiere una unión emocional. Tú no quieres volver a casarte, ¿no?

– Por supuesto que no -suspiró Callie pensando en Ralph-. Sin embargo, Grant, seguimos corriendo el riesgo de que… bueno, de que uno de nosotros empiece a gustarle el otro demasiado.

– Yo te aseguro desde ahora mismo que, en mi caso, no me va a suceder -contestó Grant-. No sé lo que sabes de mi matrimonio, pero te diré que Jan fue el amor de mi vida. En cuanto la conocí, supe que era la mujer con la que quería estar y que nuestra unión iba a ser para siempre -le explicó Grant-. Yo soy de esos hombres que se entregan para siempre. Por supuesto, tuvimos nuestros más y nuestros menos, pero era mi gran amor -añadió con voz trémula-. Cuando la perdí a ella y a nuestra hija, perdí mi vida.

Callie cerró los ojos. El dolor de Grant era difícil de soportar.

– Salí del hoyo porque mi abuelo me necesitaba -continuó Grant tras haber hecho una pausa para recuperar la compostura-. No quería defraudarlo porque él también lo había pasado muy mal en la vida, así que, poco a poco, conseguí salir de la oscuridad.

Callie se dio cuenta de que a Grant le costaba mucho hablar de todo aquello.

– Normalmente, no suelo hablar de mí tan abiertamente, pero me siento obligado a ser completamente sincero contigo. La decisión que tenemos que tomar es muy importante. Yo no me quiero volver a enamorar. Eso ya lo conozco. Lo que quiero es seguir adelante con mi vida.

Callie asintió. Grant estaba siendo completamente sincero con ella y ella creía sus palabras.

– Eso no quiere decir que no me muera por tener un hijo. No lo puedo explicar con palabras. Reconozco que, por una parte, me influye mucho el gran deseo que tiene mi abuelo de ver un heredero para la familia. Significaría mucho para él. Pero no es sólo eso. A lo mejor es algo que llevo en el ADN. La verdad es que no lo sé, pero necesito tener un hijo.

– Te comprendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo -murmuró Callie.

Grant permaneció en silencio, dejando que Callie reflexionara.

– Callie, por favor, piénsatelo bien. Te lo suplico.

Callie no contestó.

– Nos vemos esta noche, ¿de acuerdo? -dijo Grant.

– De acuerdo -contestó Callie colgando el teléfono.

Callie pensó en ello.

Aquella tarde, salió el sol y Callie, más optimista, pensó que las cosas no eran blancas o negras y el proyecto se le antojó de nuevo posible.

Al pensar sobre el asunto, se dio cuenta de que aquélla podría ser su última oportunidad. Tenía casi treinta años y no tenía novio, así que, a lo mejor, lo que le estaba proponiendo Grant era justamente lo que ella necesitaba.

Lo único que tenía que hacer era liarse la manta a la cabeza.

¡Bueno, si era sólo eso…!

Sí, lo iba a hacer. Se iba casar con Grant Carver para tener un hijo con él.

– Es un matrimonio de conveniencia -le dijo a Tina, que recibió la noticia con la boca abierta-. No es un matrimonio por amor.

Su amiga estalló en carcajadas.

– Claro, lo dices porque es imposible que te enamores de un hombre así, ¿verdad? -dijo entre risas.

Pero Callie estaba decidida a mantenerse firme. Al fin y al cabo, ya había estado casada con anterioridad y sabía en lo que consistía matrimonio.

Más o menos.

Grant pasó a recogerla a la hora a la que se habían citado y fueron a cenar al club de campo. No le preguntó por su decisión hasta que estuvieron sentados a una mesa redonda sobre una plataforma tan alta que se veía toda la ciudad de Dallas.

En aquella ocasión, estaban sentados muy juntos, no uno enfrente del otro a cada lado de la mesa. El sumiller les sirvió un maravilloso vino color rubí y Grant elevó su copa para hacer un brindis.

– Por las campanas de boda y las pisadas de un bebé por el pasillo -propuso con una sonrisa-. ¿Quieres brindar por ello, Callie Stevens?

Callie sabía perfectamente lo que le estaba preguntando. Lo miró a los ojos y sintió un escalofrío. Había llegado el momento de la verdad. Tomando aire, asintió y elevó su copa.

– Sí, Grant Carver -contestó-. Voy a brindar por esas dos cosas y, además, me voy a casar contigo.

La alegría que vio en los ojos de Grant hizo que a Callie se le formara un nudo en la garganta y que se le acelerara el corazón. Lo cierto era que era maravilloso sentirse deseada aunque solamente fuera en un matrimonio por conveniencia.

Por un instante, creyó que Grant iba a dejar la copa sobre la mesa, que la iba a abrazar y la iba a besar. Por supuesto, de haberlo hecho, Callie le habría dicho que no y lo habría apartado, pero lo cierto era que se le había acelerado el corazón.

Callie era consciente de que, por mucho que lo intentara, no iba a poder evitar sentir cierta excitación cuando estuviera con aquel hombre.

Por supuesto, no hizo falta que Callie hiciera ninguna llave de karate para mantener a Grant en su sitio porque Grant sabía controlarse sólito, pero su sonrisa la envolvió con la misma calidez que si hubieran sido sus brazos.

– Maravilloso -exclamó con un brillo especial en los ojos-. Has hecho una buena elección. Callie, vamos a ser una pareja genial.

«Ojalá», pensó Callie deseando que fuera cierto.

Estaban sentados muy cerca y sus cabezas se acercaron todavía más y así se quedaron hablando casi como si fueran novios, perdidos en un mundo propio.

El camarero les sirvió las ensaladas y los primeros platos, pato al horno para ella y carne a la brasa para él.

La comida resultó deliciosa y la música, muy romántica. Se oía el tintineo de la cristalería y el murmullo de los cubiertos de plata. A Callie le pareció que aquél era el entorno perfecto para lo que estaba ocurriendo en su vida y se sentía como si hubiera entrado en otro mundo, un mundo en el que todo era posible.

– ¿Cuándo lo vamos a hacer? -le preguntó a Grant.

– ¿Te refieres a cuándo nos vamos a dar el «sí quiero»? -sonrió Grant-. He hablado con un juez de paz que conozco para que nos case el miércoles que viene. Por supuesto, si a ti te parece bien. Así, tendremos tiempo más que de sobra para hacer los papeles. Tenemos que llevar dos testigos. Por mi parte, va a ir mi hermana Gena.

Callie asintió.

– Por la mía, irá Tina.

Grant se quedó mirándola con disgusto, lo que sorprendió a Callie.

– ¿Tan amigas sois? -le preguntó.

– Sí, nos conocemos de toda la vida -contestó Callie-. Verás, nuestras madres eran madres solteras y las dos murieron cuando éramos adolescentes. En aquellos momentos, ninguna teníamos familia. Nos conocimos cuando los Servicios Sociales nos mandaron a vivir a la misma casa de acogida con otros diez niños.

– ¡Dios mío! ¡No tenía ni idea de que hubieras tenido que pasar por eso! -exclamó Grant atónito.

Callie intentó sonreír, pero no le salió.

– Al principio, fue horrible -admitió-. Menos mal que conocí a Tina. Formamos una especie de familia entre las dos y eso nos permitió llevar las cosas mejor.

– Entiendo que, para ti, tu amiga es como para mí mi hermana -comentó Grant con aire resignado.

Callie asintió.

– Estaría dispuesta a hacer lo que fuera por ella.

A Callie le pareció que Grant parecía incómodo y no entendía por qué pero, en aquel momento, les sirvieron el postre y se olvidó del tema. El camarero les llevó Bananas Foster y flambeó el azúcar allí mismo hasta convertirla en caramelo.

– Esto está buenísimo -se relamió Callie-. Podría comerme uno de estos todos los días.

Grant no contestó y Callie levantó la mirada para ver qué sucedía. Se encontró con que la estaba mirando comer y aquello la puso nerviosa, así que decidió hablar de algo.

– Supongo que tendremos que fijar los detalles -propuso.

– Sí -contestó Grant-. Había pensado que nos fuéramos a vivir a mi casa hasta que naciera el niño. Por supuesto, tendrías que venir a verla para ver si te gusta…

– ¿Me voy a tener que mudar de casa? No había pensado en eso. ¿Y no podría seguir viviendo en la mía? -se alarmó Callie.

– Callie, vamos a estar casados y las parejas casadas viven juntas.

Grant tenía razón. Callie se sintió como una tonta. No había pensado en aquel tema. Era evidente que tenían que hacer parecer que aquel matrimonio era normal y corriente. ¿En qué estaba pensando?

– Tienes razón, pero quiero dormir en una habitación aparte.

Grant frunció el ceño.

– Si eso es lo que quieres -accedió sin embargo.

A Callie le sorprendió que no se opusiera.

– Creo que será lo mejor.

Grant se encogió de hombros y, a continuación, pensó en algo que los animara.

– Te he traído un regalo -dijo metiéndose la mano en el bolsillo-. Cierra los ojos.

– ¿Qué es? -preguntó Callie.

– Una sorpresa. Cierra los ojos.

Callie cerró los ojos y sintió que Grant le ponía algo en el dedo.

– Ahora estamos oficialmente prometidos.

Callie abrió los ojos y se quedó mirando el precioso anillo que tenía en el dedo índice.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Qué bonito es! -exclamó sinceramente.

Efectivamente, el solitario de diamantes era espectacular.

– ¡Oh, Grant!

– Era de mi madre.

Callie se quedó helada.

– No puedo aceptar el anillo de tu madre en un matrimonio que es de conveniencia.

– No te preocupes, hay una cláusula en el contrato que firmaremos en la que se especifica que, si nos divorciamos, me lo tendrás que devolver -le explicó Grant.

– Pero…

– Mi madre murió hace casi un año. Le habrías gustado. Estoy seguro de que le habría encantado que me casara contigo.

Callie no supo qué decir. De alguna manera, aquel anillo no era normal y corriente. Era el anillo de la madre de Grant. ¿Y si lo perdía? En cualquier caso, era obvio que Grant no quería discutir aquella noche, así que Callie decidió dejar pasar el tema.

– Es precioso, Grant. Muchas gracias.

Grant sonrió.

Callie lo tenía tan cerca que sentía el calor que irradiaba su cuerpo y supo que la iba a besar. Incluso, a lo mejor, en aquella ocasión le permitía hacerlo. Lo miró a los ojos y esperó, pero Grant no se inclinó hacia ella y, de repente, le estaba hablando de las plazas de garaje, de las llaves de casa y de otro tipo de detalles de la vida cotidiana que iban a compartir.

Callie apenas lo oía. Había estado tan segura de que la iba a besar… por supuesto, no habría sido un beso apasionado porque no era aquél el lugar apropiado para la pasión y, de todas maneras, se suponía que la pasión no tenía nada que ver con su relación.

Sin embargo, a Callie le parecía que un sencillo beso para sellar el acuerdo al que habían llegado habría sido apropiado. Le había parecido tan apropiado que incluso había ladeado la cara para besarlo. Seguro que Grant se había dado cuenta.

Aun así, no la había besado.

A Callie le hubiera gustado creer que era porque tenía puntos en el labio, pero, de alguna manera, dudaba que hubiera sido por eso.

¿Querría eso decir que no sentía por ella absolutamente nada?

«Por supuesto que no, se supone que no tiene que sentir absolutamente nada por mí», se recordó Callie a sí misma diciéndose que el suyo iba a ser un matrimonio de conveniencia y no de amor.

Sí, aunque se enamorara de aquel hombre, tendría que tener aquello muy presente. ¿De dónde demonios había surgido aquel pensamiento? Sin duda, de sus miedos más profundos. Durante años, Callie se había repetido una y otra vez que no se enamoraría de nuevo jamás.

Había salido con hombres muy atractivos por los que no había sentido absolutamente nada y lo último que esperaba era enamorarse de Grant, pero ¿qué ocurriría si le sucediera? ¿Era una locura arriesgarse?

Tal vez, pero había tomado una decisión y la iba a mantener. Se jugaba mucho.

– ¿Te parece bien que pensemos en un médico? -le preguntó a Grant.

Grant la miró sorprendido.

– ¿No tienes un ginecólogo de confianza?

– Por supuesto, mi ginecólogo de toda la vida me llevará el embarazo, pero me estaba refiriendo al médico que vamos a utilizar para… bueno, ya sabes -contestó Callie encogiéndose de hombros y sorprendida porque se había sonrojado.

Grant frunció el ceño como si no diera crédito a lo que estaba oyendo.

– No sé a qué te refieres.

¿Por qué se lo estaba poniendo tan difícil?

– Bueno, para empezar, nos tendrán que hacer pruebas -contestó Callie intentando sonar delicada-. Además, vas a tener que… bueno, vas a tener que hacer un depósito de…

– Espera un momento -la interrumpió Grant mirándola fijamente-. ¿Crees que vamos a tener un hijo por inseminación artificial?

– Por supuesto -contestó Callie muy sorprendida.

– ¡Callie! -se rió Grant con tanta fuerza que varias personas se giraron hacia ellos-. Yo creo que somos perfectamente capaces de hacerlo nosotros solitos, ¿no te parece?

Callie estaba avergonzada pues varias personas los estaba mirando y allí estaba Grant diciendo que…

– ¿Nosotros solitos? -repitió Callie mirándolo confusa-. Ah, te refieres a…

– Por supuesto que me refiero a eso. Tú y yo. Juntos.

Grant se quedó mirándola fijamente, dándose cuenta de repente de que Callie no estaba de broma. No se le había ocurrido que Callie pudiera pensar que lo iban a hacer recurriendo a la inseminación artificial. Iba a tener que tratar aquel tema con prudencia.

– Por supuesto, depende de ti, pero yo creo que podríamos hacerlo de manera un poco más personal, ¿no?

Callie se mordió el labio. Le latía el corazón de manera acelerada. No se había dado cuenta de que… pero, por supuesto, Grant tenía razón. Una de las cosas que la habían echado para atrás sobre la inseminación artificial había sido que le había parecido muy fría.

– Después de todo, los dos hemos estamos casados ya y los dos tenemos experiencia en la cama, ¿no?

– La verdad es que… -contestó Callie mirándose las manos y sonrojándose.

– ¿Estás de broma? -se extrañó Grant-. Has estado casada antes.

– Sí, pero… -contestó Callie mirándolo con los ojos llenos de confusión, una confusión que emocionó profundamente a Grant-. Mi marido no podía… no…

¿Cómo explicarle que había estado casada con un hombre que la había tratado como si fuera una muñeca, una preciada posesión, y no una mujer de carne y hueso?

La falta de interés de Ralph por mantener relaciones sexuales con ella la había confundido desde el principio de su matrimonio y todavía seguía sin entenderla.

– Pobrecilla -comentó Grant deseando abrazarla con fuerza-. Callie, no te preocupes. No haremos nada hasta que tú quieras -añadió acariciándole la mejilla.

Callie sonrió con nerviosismo al principio, pero pronto recuperó el equilibrio y sonrió abiertamente.

– Lo mismo te digo -le dijo con un brillo travieso en los ojos-. Te prometo que no te voy a presionar hasta que estés preparado.

Grant sonrió.

– Por mí, no te preocupes. Yo estoy preparado ahora mismo.

Callie se rió, pero Grant no lo había dicho de broma. Tenerla delante, con aquella preciosa cara y su piel de seda, con aquel pelo que le caía sobre los hombros… sí, lo cierto era que Grant la deseaba de una manera que podría llegar a ser problemática si no tenía cuidado.

Grant se dijo que podría vivir con un problema así.

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