Sólo tenía una norma inquebrantable respecto a mis aventuras. Y ponía gran cuidado en no romperla: nunca permitía que mi corazón se viera involucrado en ellas. Esto sólo me traería dolor y desgracia y no quería ninguna de las dos cosas.
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
Vestida con un camisón de color azul claro rematado con puntillas y con una bata a juego, Carolyn recorría de un extremo al otro el vestíbulo de su casa. Se detuvo para contemplar el reloj que descansaba en la mesa del rincón. Acababan de dar las dos de la madrugada. Había visto a Daniel por última vez hacía una hora, en el vestíbulo de la casa de lord Exbury, cuando ella se iba de la fiesta. «Te veré muy pronto», murmuró él. Antes de que ella pudiera pedirle que le aclarara qué significaba «muy pronto», Daniel desapareció entre la multitud.
Esperando que significara que la vería más tarde, aquella misma noche, nada más llegar a casa Carolyn le indicó a Nelson que se retirara, corrió a su dormitorio y se puso su mejor camisón.
Durante la última media hora, se había mantenido despierta en el vestíbulo, esperando oír la campanilla de la verja que le indicara que él había llegado.
Presionó sus manos contra su estómago para apaciguar sus nervios y la anticipación aceleró su respiración. Se trataba de la misma expectación que había, alterado sus sentidos durante toda la noche. En la velada de los Exbury, había pasado muy poco tiempo con Daniel. Habían bailado un vals durante el cual ella apenas había podido pronunciar ni una palabra por el fuego que la consumía al sentir cómo él la desvestía con la mirada. Casi lo único que pudo decir fue preguntarle si había recibido su regalo. Los ojos de Daniel chispearon y contestó que sí. Después le dijo las palabras que habían ocupado su mente durante el resto de la velada: «Quiero darte todo eso, Carolyn. E incluso más.»
Después, sólo compartieron una breve conversación y muchas miradas a través de la habitación, terminando con su enigmático: «Te veré muy pronto.»
Sin embargo, su falta de contacto no hizo más que aumentar las ansias de Carolyn de estar con él. Durante la velada, había sido dolorosamente consciente de su presencia en todo momento, siendo casi incapaz de concentrarse en nada ni en nadie aparte de él. Y se sintió más que un poco celosa cada vez que una mujer exigió su atención. Lady Walsh, lady Balsam y lady Margate, todas ellas mujeres hermosas.
Y ella deseó abofetearlas a todas.
Después de recorrer el vestíbulo durante otro cuarto de hora más, Carolyn al final aceptó la decepcionante realidad de que con «muy pronto» Daniel no quiso decir «más tarde esta misma noche». Exhaló un suspiro, subió las escaleras y se dirigió a su dormitorio, aunque sabía que, aquella noche, le costaría dormir.
Entró en el dormitorio y cerró la puerta. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y apoyó los hombros en el panel de madera mientras todas las fibras de su ser luchaban entre echar de menos a Daniel y desear fervientemente no hacerlo. Al final, enderezó la cabeza con desgana y abrió los ojos. Y se quedó paralizada. Y miró con atención…
A Daniel, quien estaba tumbado sobre su colcha, con la espalda apoyada en el cabezal de la cama, acomodado sobre sus cojines bordeados de puntilla y con los brazos cruzados de forma descuidada debajo de su cabeza.
Daniel, quien no llevaba nada puesto, salvo la piel.
Y quien, evidentemente, estaba muy contento de verla.
– Creo que deberías cerrar con llave -declaró Daniel con voz suave.
Carolyn, incapaz de apartar la vista de él, alargó el brazo hacia atrás y hurgó en la cerradura. En cuanto oyó que se cerraba, Daniel se levantó de la cama con lentitud y se acercó a Carolyn recordándole a un pantera negra que hubiera avistado a su presa.
Carolyn no podría haberse movido ni haber hablado aunque le hubiera ido la vida en ello. Al verlo tan fuerte, musculoso y tan sumamente excitado, se le cortó la respiración. La pasión que despedía su mirada amenazaba con incinerarla allí mismo.
El fuego que ardía en la chimenea inundaba la habitación de un resplandor cálido y dorado que se reflejaba en el cuerpo de Daniel en un cautivador juego de luces y sombras. Cuando llegó junto a ella, Daniel la rodeó con sus brazos e inclinó la cabeza. La sensación de su cuerpo presionado contra el de ella, de su piel desnuda bajo las manos de Carolyn, que se deslizaban por su pecho para rodearle el cuello, hizo que Carolyn se sintiera mareada. Sus labios se encontraron y los de Carolyn se entreabrieron en un suspiro de placer. A diferencia de su último beso, que había sido frenético y salvaje, aquél fue lento. Deliberado. Profundo. Embriagador. Y a Carolyn le flaquearon las rodillas.
Daniel levantó la cabeza terminando el beso con la misma lentitud con la que lo había iniciado. Carolyn se quedó sin aliento, deseando más. La mirada de Daniel brillaba con una intensidad que Carolyn no había visto nunca antes, una intensidad que le hizo desear poder leer los pensamientos de Daniel. Una intensidad que encendió un temblor ardiente en su interior.
Daniel deslizó los dedos con suavidad por la mandíbula de Carolyn y dijo en voz baja:
– Carolyn.
Ella, como respuesta, susurró la única palabra que había flotado en sus labios durante toda la noche.
– Daniel. -Entonces tragó saliva y preguntó-: ¿Qué estás haciendo aquí?
– Esperándote. Y, por cierto, me ha parecido una eternidad. ¿Dónde estabas?
Una sonrisa avergonzada curvó un extremo de la boca de Carolyn.
– En el vestíbulo.
Daniel recorrió su atuendo con la mirada.
– ¿En camisón?
– Te estaba esperando, pues confiaba en que tu «Te veré muy pronto» significara que nos veríamos esta noche. ¿Cómo has entrado en mi dormitorio?
– No puedo contártelo. Después de todo, un hombre tiene que tener sus secretos.
Al darse cuenta de que Daniel había repetido las palabras exactas que ella le había dicho antes, Carolyn le devolvió su misma respuesta.
– ¿Te das cuenta de que me estás incitando a averiguarlo?
– Me encanta oírte decir que te incito. Te confesaré que mi sistema de entrar está relacionado con mi personaje de salteador de caminos. Y que el cierre del ventanal no funciona como debería, aunque lo he arreglado mientras te esperaba.
Carolyn contempló los ventanales, que comunicaban con un pequeño balcón.
– ¿Has entrado por el balcón? ¿Cómo has subido hasta la segunda planta?
– Como te he dicho, un hombre tiene que tener sus secretos, aunque te confesaré que, cuando llegué iba vestido. Como no me querías contar qué te pones para dormir, decidí averiguarlo por mí mismo. -Su ardiente mirada se deslizó por la puntilla de color crema que bordeaba los pechos de Carolyn-. Me gusta mucho. Y puestos a hacer revelaciones, he considerado que era justo que vieras lo que yo me pongo para dormir.
Carolyn deslizó la mirada por los fornidos hombros y el pecho de Daniel y se humedeció los labios.
– Me gusta mucho.
Carolyn deseaba apretarse contra él y volver a sentir la magia de sus besos, pero Daniel la cogió de la mano y la condujo hasta la cama. En lugar de echarla en ésta, como Carolyn esperaba, cogió un paquete delgado de la mesilla de noche.
– Para ti.
– ¿Otro regalo? -preguntó Carolyn, sorprendida y complacida al mismo tiempo.
Cogió el paquete que, por su forma y tamaño, dedujo que era un libro. ¡Santo cielo, el hecho de que se presentara en su dormitorio desnudo ya era suficiente regalo!
– Si no vas con cuidado, empezaré a esperar un regalo cada vez que te vea-bromeó Carolyn.
– Para mí será un placer dártelos.
– ¿Lo abro ahora?
– Sólo si quieres ver de qué se trata.
Aunque le resultaba casi imposible concentrarse en nada que no fuera la desnudez de Daniel, Carolyn consiguió quitar la cinta y el papel de seda que envolvía el paquete y descubrió un libro encuadernado en piel y ligeramente usado. Deslizó el dedo por las letras doradas del título. Breve recopilación de mitología griega.
– Galatea le dijo al salteador de caminos que, en lugar de joyas, preferiría un libro del caballero en cuestión. Como tú me has regalado uno de tus libros, he creído apropiado regalarte uno de los míos. -Tocó un trozo de cinta azul que sobresalía de las páginas-. He señalado las páginas que hablan de Galatea.
– Gracias.
– De nada. -Daniel curvó una de las comisuras de sus labios-. Aunque no es tan estimulante como el libro que tú me regalaste.
– Aun así, lo guardaré como un tesoro.
– Me alegro. -Daniel cogió el libro y lo dejó sobre la mesilla. -Y hablando de tesoros, ya va siendo hora de que el salteador de caminos coja su botín. -Cogió a Carolyn por la cintura y bajó la mirada por su cuerpo hasta los pies y volvió a subirla-. Estás maravillosa.
– Tú también.
– Sólo que tú estás demasiado vestida.
– Ya me he dado cuenta. -Carolyn recorrió el pecho de Daniel con las manos-. ¿Me ayudarás a corregirlo?
– Es la invitación más tentadora que he recibido nunca.
Mientras Daniel le desabrochaba el cinturón de la bata, Carolyn presionó los labios contra el centro de su pecho, cerró los ojos y respiró su aroma. Su olor, cálido y limpio, con un toque de madera de sándalo y algodón almidonado, hizo que la cabeza le diera vueltas. Le hizo desear hundirse en su piel y no hacer nada más que respirarlo.
Carolyn recorrió su pecho con sus besos absorbiendo el grave gruñido de aprobación de Daniel mientras él le quitaba la bata por los hombros. La bata cayó a los pies de Carolyn con un susurro de seda. A continuación, Daniel deshizo con lentitud la trenza de Carolyn y deslizó las manos entre su pelo. Los dedos de ella siguieron el contorno del esculpido abdomen de Daniel y se apoyaron en la parte baja de su espalda. Cuando Carolyn lamió el pezón de Daniel, él soltó un respingo.
Daniel irradiaba tensión, demostrando que se estaba sometiendo a un estricto control, pues estaba decidido a no perder el autodominio. Por desgracia, o quizá por fortuna, Carolyn estaba igualmente decidida a hacerle perder ese dominio. De aquella forma suya que hacía que a él se le detuviera el corazón y se le encogieran las entrañas.
– Me estás distrayendo de mi tarea-declaró Daniel, rozando el cuello de Carolyn con los labios.
– ¿Y qué tarea es ésa?
– Desnudarte.
– ¡Ooohhh…!
La voz de Carolyn se apagó cuando Daniel le cubrió los pechos con las manos y excitó sus pezones a través de la seda de su camisón. Entonces Daniel subió las manos y las introdujo por debajo de los finos tirantes del camisón de Carolyn bajándoselos por los hombros. Carolyn contuvo el aliento. El fresco tejido recorrió la ardiente piel de Carolyn y se unió a la bata junto a sus tobillos.
– ¡Maravilloso! -murmuró Daniel mientras recreaba su vista en el cuerpo de Carolyn.
Recorrió con suaves besos el cuello y la clavícula de Carolyn y bajó por su pecho, donde realizó lentos círculos con su lengua alrededor de su pezón. Le cubrió el otro pecho con una mano y bajó la otra por su columna vertebral hasta llegar a sus nalgas, donde rozó con sus dedos la sensible hendidura que las separaba.
Carolyn inhaló hondo y, cuando Daniel succionó su pezón con su cálida boca, exhaló el aire en un largo gemido. Carolyn deslizó los dedos por el espeso pelo de Daniel mientras todo en su interior se aceleraba y palpitaba produciéndole una tensión enervante que exigía liberación. Carolyn separó las piernas, una silenciosa invitación a que él tocara su sexo húmedo e hinchado. Pero Daniel, en lugar de hacerlo, siguió acariciando sus pechos y lamiéndolos sin prisas mientras masajeaba sus nalgas.
Carolyn deslizó una mano entre ellos para tocar su miembro, pero Daniel levantó la cabeza y le agarró la mano.
– ¡Todavía no!
Flexionó las rodillas y cogió a Carolyn en brazos. Ella soltó un respingo de sobresalto y rodeó el cuello de Daniel con los brazos mientras él la conducía a un rincón de la habitación.
– Soy perfectamente capaz de caminar sola -se sintió impulsada a decir Carolyn, aunque disfrutaba de la fuerza de Daniel.
– Lo sé, pero yo soy totalmente incapaz de separar mis manos de ti.
La dejó con suavidad delante del espejo de cuerpo entero del rincón y cogió el taburete redondo y forrado de terciopelo que había delante del tocador de Carolyn. Después de dejarlo a sus pies, se colocó detrás de ella acomodando su erección en su trasero.
Carolyn vio, en el reflejo del espejo, que las grandes manos de Daniel aparecían por ambos lados de su cintura y le cubrían los pechos.
– Quiero hacerte el amor aquí-declaró Daniel con dulzura mientras rozaba la sien de Carolyn con sus labios y clavaba su intensa mirada en la de ella en el espejo-para que puedas verme no sólo a mí, sino a ambos. Juntos. Verme a mí acariciándote. -Sus dedos juguetearon con los prominentes pezones de Carolyn-. Besándote. -Deslizó los labios por la oreja de Carolyn-. Saboreándote -murmuró deslizando la lengua por el cuello de ella.
Un hormigueo recorrió la piel de Carolyn, quien cerró los ojos y se entregó a las caricias de Daniel.
– Mírame -pidió él con voz ronca-. No cierres los ojos.
Carolyn abrió los ojos y su mirada colisionó con la de él. Nadie la había mirado nunca con un ardor tan ferviente y concentrado. Con una avidez tan intensa.
– Quiero que me veas tocarte, Carolyn.
Una de las manos de Daniel bajó por el torso de Carolyn, pasó por encima de su cadera y le agarró el muslo por debajo. Le subió la pierna y apoyó su pie en el taburete acolchado.
Carolyn se ruborizó por completo al verse tan expuesta, pero cualquier vergüenza que hubiera experimentado se evaporó con el primer roce de los dedos de Daniel en su húmedo sexo.
Un largo «¡Oooohhhh!» de placer escapó de la garganta de Carolyn, quien arqueó la espalda en un ruego silencioso para que la acariciara más.
– ¡Eres tan suave y hermosa…! -le dijo Daniel a su reflejo mientras una de sus manos jugaba despacio con el pecho de Carolyn y los dedos de la otra acariciaban con lentitud sus pliegues hinchados-. ¡Tan húmeda…! -Hundió los labios en el pelo de Carolyn, inhaló hondo y soltó un gruñido-. ¡Hueles tan increíblemente bien…! ¡Y tu tacto es tan agradable…!
Ella levantó los brazos, los llevó hacia atrás y le rodeó el cuello.
– ¡Y tú me haces sentir tan increíblemente bien…! -susurró Carolyn, fascinada por la excitante visión de las manos de Daniel proporcionándole placer.
Él continuó con su lento pero incesante asalto al cuerpo de Carolyn. Introdujo dos dedos en su interior y bombeó lentamente mientras presionaba la palma de su mano contra su sensible abultamiento de carne con la suficiente presión para hacerla temblar pero sin proporcionarle el alivio que su cuerpo ansiaba con desesperación.
La respiración de Carolyn se volvió rápida y superficial y, con un gemido de desesperación, se arqueó contra la mano de Daniel, buscando, necesitando más. Mientras jadeaba, apoyó la cabeza en el hombro de Daniel y, perdida en una niebla de necesidad y sensaciones, sus ojos se cerraron.
– Abre los ojos, Carolyn. Mírame -exigió Daniel con voz grave.
Y ella lo obedeció. La mirada, caliente e intensa de Daniel se encontró con la de Carolyn en el espejo.
– Dime que me quieres.
Carolyn se humedeció los labios y luchó por encontrar su voz.
– Ya sabes que sí.
Él introdujo un poco los dedos en su interior.
– Dilo.
– Yo… te quiero.
¡Santo cielo! ¿Acaso no se daba cuenta? ¿No veía que ella estaba a punto de derretirse?
– Te quiero, Daniel -la apremió él sin separar la vista de la de ella.
– Te quiero, Daniel -susurró ella apretándose febrilmente contra su mano y buscando alivio a la tortura a la que la tenía sometida.
– Otra vez.
– Te quiero, Daniel. -Carolyn bajó una mano del cuello de Daniel y la introdujo entre los cuerpos de ambos para coger su erección-. Te quiero, Daniel. Te quiero mucho. Ahora. Por favor.
Una oscura satisfacción brilló en los ojos de Daniel. Sin pronunciar una palabra, sacó los dedos del interior de Carolyn, se arrodilló y se sentó en sus talones. Entonces tiró de Carolyn hasta que ella quedó a horcajadas sobre sus muslos. Siempre de cara al espejo, Daniel dirigió la cabeza de su erección a la húmeda abertura de Carolyn.
Carolyn, sin dejar de mirar el espejo y con las manos de Daniel sobre sus pechos, bajó poco a poco provocando que ambos exhalaran un largo gemido.
Durante varios segundos, ninguno de los dos se movió. Lo único que podía hacer Carolyn era mirar fijamente los ojos de Daniel y asimilar la increíble sensación de sentir la presión de él en su interior. Mirarlo a él y a ella. A los dos. Juntos. Aquella visión era tan emocionante, conmovedora, hermosa y profundamente íntima que la garganta se le encogió.
Carolyn apoyó las manos en las de Daniel, sobre sus pechos, y susurró:
– Daniel…
Un gemido rasgado salió de la garganta de Daniel y resonó en los oídos de Carolyn.
– Carolyn. Dios mío, Carolyn…
Daniel balanceó las caderas y ella gimió mientras él la penetraba más profundamente. Carolyn volvió la cabeza y sus bocas se encontraron en un intenso y lujurioso beso. Daniel la acarició interiormente con penetraciones cada vez más potentes. Con cada una de ellas, acercaba más y más a Carolyn a una explosión de placer que permanecía fuera de su alcance, torturándola y creando en su interior una imperiosa necesidad que ella nunca había experimentado antes.
Daniel rompió el beso que los unía y, con la mirada fija en la de Carolyn, bajó su mano por el torso de ella y la pasó por encima de su abdomen para introducirla entre sus muslos. Entonces atormentó su sensible bultito de carne con un movimiento perfecto, mágico e ininterrumpido. El clímax no sólo sacudió a Carolyn, sino que la atacó, bombardeándola con un intenso placer que la hizo gritar. Carolyn arrastró los dedos por los muslos de Daniel y se ahogó en las olas de la liberación que recorrieron su cuerpo. Todavía jadeaba con rapidez cuando el cuerpo de Daniel se puso en tensión detrás del suyo y, con ojos vidriosos, Carolyn vio cómo llegaba al clímax él también. La cara de Daniel adquirió una hermosa expresión de intensidad mientras Carolyn sentía cómo su cuerpo se sacudía y se desahogaba dentro de ella.
– Carolyn…
Su nombre sonó como una sentida plegaria junto a su oído. Después, Daniel apoyó la frente en la sien de Carolyn. Su piel brillaba a la luz del hogar y sus respiraciones entrecortadas dejaban ir su aliento sobre la acalorada piel de Carolyn.
Ella levantó una mano fláccida y deslizó los dedos por el despeinado pelo de él.
– Daniel.
Sus miradas se encontraron en el espejo. Una oleada de ternura invadió a Carolyn. Y fue tan intensa que se echó a temblar.
Daniel la rodeó con los brazos con más fuerza.
– Carolyn, yo…
Sus palabras se apagaron y Daniel tragó saliva con esfuerzo. Dos veces. Algo parecido a la confusión enturbiaba sus facciones. Después, su expresión volvió a su calidez y buena disposición habituales.
– Creo que esta experiencia me durará… Unos cuantos minutos.
– Unos cuantos minutos -corroboró ella.
– Pero la noche no ha hecho más que empezar.
La perspectiva hizo que Carolyn se estremeciera y ella disfrutó de la sensación. Apartó a un lado, con firmeza, la inesperada e indeseada ternura que amenazaba con debilitarla. Sabía con certeza adónde podía conducir la ternura y ése era un camino que ella no podía ni quería recorrer con aquel hombre. La ternura no tenía lugar en su aventura temporal. Y, siempre que no lo olvidara, todo iría bien.
Pero, mientras sostenía la mirada de él en el espejo, Carolyn tuvo la sensación de que corría el grave peligro de olvidarlo.