Capítulo 3

Aun cuando mentalmente Kelsa le aplicaba a Lyle Hetherington varios calificativos desagradables, seguía sintiéndose perturbada cuando iba camino a su trabajo el miércoles por la mañana. Desde que él abandonó su apartamento tan insolentemente, ella revivía una y otra vez todo lo que sucedió desde el momento en que abrió la puerta y lo vio parado ahí.

Pero lo que más le asombraba era su propia reacción ante los besos que recibió de Lyle.

¿Era ella realmente la mujer deseosa y apasionada de la noche anterior?

Al salir de su coche, Kelsa todavía trataba de entender la facilidad con que Lyle Hetherington la transformó de una mujer con valores morales muy elevados, en una mujer anhelosamente participante con unos cuantos besos expertos. No tenía idea de lo lejos que pudo haber ido, si él no hubiera puesto un alto tan abruptamente. Sin embargo, esperaba que, tomando en cuenta su estricta educación y sus propias creencias, habría recobrado el sentido común muy pronto. Entró a su oficina, preocupada de que, aun cuando el hombre le desagradaba, no podía estar segura de sus reacciones ante él.

Pero todos esos pensamientos se fueron al fondo de su mente, pues tuvo preocupaciones mucho mayores. Por primera vez descubrió que llegó antes que su jefe y no es que eso la alarmara mucho, pero él todavía no se hallaba presente cuando, poco después, llegó Nadine.

– ¿No ha llegado el señor Hetherington? -preguntó la recién aparecida.

– No. ¿Crees que se haya atrasado por el tránsito?

– Posiblemente -repuso Nadine, pero como él siempre estaba ahí cuando menos media hora antes que ellas, Kelsa pudo ver que Nadine no lo creía. Y también vio que, aunque ambas empezaron a hacer algún trabajo, Nadine no podía estar tranquila, y cuando eran las diez cesó lo que estaba haciendo y dijo-: Creo que telefonearé a Lyle -pero cuando extendió la mano para tomar la bocina, sonó el teléfono y Kelsa pudo captar, por su conversación y por el tono de voz de Nadine al repetir el nombre de un hospital, que algo estaba muy mal.

– ¿Ese era…?-preguntó.

– El señor Ford.

– ¿Acerca del señor Hetherington? -preguntó Kelsa con urgencia.

– Está en el hospital… ¡Tuvo un ataque cardíaco! -informó Nadine con susto en la voz.

– ¡No! -exclamó Kelsa, pero de pronto le vino otro pensamiento a la mente-: ¿Cuál de ellos? -preguntó con voz ronca y cuando Nadine repitió el nombre del hospital, aclaró-: No me refiero a eso. ¿Cuál de los dos Hetherington? -quiso saber.

– Nuestro jefe: Garwood Hetherington -y pareció darse cuenta de que ninguna de las dos pensaba muy claramente en esos momentos de tensión. Kelsa todavía trataba de aclarar sus pensamientos, cuando Nadine le informó que Lyle Hetherington estaba al lado de su padre y que el señor Ford les iba a comunicar cualquier novedad que hubiera.

Que Garwood Hetherington estuviera luchando por su vida, ocupó la mente de Kelsa, más que el instantáneo pavor de que fuera su hijo Lyle el del infarto. Los ataques cardíacos no respetaban edades, ni personas.

Pero lo único que podía advertir era que su conciencia le remordía, por haber deseado que algo desagradable le sucediera a Lyle Hetherington, ya que casi se desmaya al creer que podía ser él el que se enfermó. También sintió miedo y rezó por su padre, el hombre a quien, en tan poco tiempo de conocerlo y de trabajar con él a diario, había llegado a apreciar y a tenerle afecto.

Ni ella ni Nadine pudieron concentrarse mucho en el trabajo, después de eso. Pero como media hora después, mientras Nadine contestaba una llamada interna, Kelsa tomó el teléfono exterior para contestar una llamada, quedándose aturdida al oír la voz de Lyle Hetherington, que le dijo cortante:

– Mi padre se está muriendo. ¡Venga rápido!

– ¿Yo…? Soy Kelsa…

– Él pidió verla a usted… ¡Venga! -y cortó abruptamente.

Temblando, con el rostro pálido y la boca abierta, Kelsa miró a Nadine.

– Era Lyle Hetherington. Dice que su padre pidió que yo fuera a verlo… ¡Parece… urgente! -jadeó y entonces advirtió de nuevo la calma profesional de Nadine, pues aunque Kelsa sabía lo mucho que Nadine apreciaba a su jefe, ésta sólo tomó el teléfono y llamó a la sección de transportes.

– Tú no estás en condiciones de conducir -sugirió y en unos minutos, sin averiguar el motivo de que su jefe preguntara por ella, Kelsa estaba en camino del hospital en un coche de la compañía, que pidió Nadine.

Kelsa trató de no pensar en nada en ese rápido trayecto al hospital. Lyle había dicho que su padre se estaba muriendo, pero eso no podía ser… ¿o sí? ¡No parecía posible! Apenas el día anterior le había alborotado el pelo y la había llamado hermosa niña…

Sus pensamientos cesaron cuando, al llegar al hospital, se apresuró a entrar. Buscaba a alguien que le diera indicaciones, pero en uno de los corredores, vio a Lyle Hetherington. Fue rápidamente a su encuentro y él, que obviamente había venido en su busca, se dio la vuelta, sin disminuir el ritmo de su paso, haciendo que ella casi tuviera que correr para alcanzarlo.

Un ascensor los esperaba y ella tuvo oportunidad de recobrar el aliento mientras subían. Ansiaba preguntarle por su padre, pero sabía que, con lo mal que estaba, se la comería viva. En cambio, preguntó:

– ¿Y su madre…? -empezó y de todos modos, se la comió viva.

– ¡Eso es asunto mío! -respondió bruscamente.

– Sólo me preguntaba si pudo usted comunicarse con ella -murmuró Kelsa-. Puesto que estaba en un crucero… -las puertas del ascensor se abrieron y, como él salió inmediatamente, Kelsa se quedó a media frase. De todos modos sabía que, ya que él estaba seguro de que tenía una aventura amorosa con su padre, no permitiría que ella se acercara siquiera a su madre.

Pero, al apresurarse nuevamente para alcanzar a Lyle, desechó esos pensamientos y, con el estómago revuelto, entró al pabellón privado.

Se acercó a la cama y vio a Garwood Hetherington, con el rostro pálido y varios aparatos salvavidas conectados a él. En silencio, Kelsa se sentó en una de las dos sillas que había junto a la cama. Un par de minutos después, como si él supiera que ella estaba ahí, abrió los ojos y la miró.

– Hola -le sonrió Kelsa gentilmente.

– Hola -respondió él con voz débil-, mi querida… querida… niña -luego, con un dejo de sonrisa, volvió a abatir sus párpados.

Pasaron cinco minutos antes de que él abriera los ojos de nuevo y ahora miró a su hijo.

– Estoy… tan orgulloso… de ti, Lyle -jadeó y Kelsa sintió que la ahogaban las lágrimas, que adufes penas podía contener.

Nuevamente, él cerró los ojos y unos minutos después, hubo un cambio en su respiración. Kelsa intuyó que estaba cayendo en estado inconsciente. Sintió que era un momento en que Lyle debía estar a solas con su padre.

En silencio, se puso de pie y se quedó mirando a Garwood Hetherington un instante, luego acercó gentilmente sus labios a su mejilla y, despidiéndose de él, salió de la habitación.

Mas no podía irse del hospital y, como había una pequeña sala de espera cerca, fue y se sentó ahí. Perdió la noción del tiempo, pero con la mirada fija en el cuarto de Garwood Hetherington, observaba la intensa actividad de los doctores y las enfermeras que entraban y salían. Sus nervios se pusieron más tensos cuando dos enfermeras salieron lentamente de la habitación. Un minuto después, el doctor también salió y Kelsa sólo esperó a que desapareciera en el corredor para ponerse de pie.

Estaba parada junto a la puerta de la habitación, cuando, unos diez minutos después, salió Lyle Hetherington, con el rostro tenso. Ella lo miró, con la pregunta en los ojos, y recibió la brusca respuesta.

– Mi padre está muerto.

Eso era lo que ella se imaginaba, pero de todos modos, fue un impacto fuerte.

– Lo siento… mucho -murmuró.

– ¡Claro que lo siente! -gruñó él y, sin otra palabra más, pasó frente a ella.

Kelsa estaba demasiado alterada para regresar al trabajo. Estaba muy conmovida por la muerte de Garwood Hetherington y también muy dolida por el último comentario de Lyle, pues significaba que él pensaba que a ella le afectaba la muerte de su padre, sólo por los regalos o el dinero que dejaría de percibir.

No se sentía como para poder usar el autobús, así que tomó un taxi a su apartamento, recordando que su coche estaba en el estacionamiento de la oficina. Sabía que llegando a la casa debía llamar a Nadine, pero durante un buen rato no pudo hacerlo.

Se sentía aturdida, triste y llorosa por lo que había sucedido. Si antes se preguntó el motivó de que el señor Hetherington hubiera preguntado por ella, se le había olvidado. Él, de todos modos, ya estaba muerto. Ese hombre encantador ya no existía. Y no era tan viejo… trabajaba tanto… no parecía justo.

Más tarde, trató de telefonear a Nadine, pero le dijeron que la señora Anderson no se encontraba ahí. No le sorprendió que Nadine estuviera demasiado alterada como para trabajar y se fuera a su casa.

En la mañana, Kelsa trató de acostumbrarse a la idea de la muerte de su jefe, aunque sentía que fue más que un patrón. Tenía calor humano para aquellos que trabajaban para él, una permanente cortesía…

Estaba en el autobús, camino a la oficina, pensando en que el trabajo ya no sería lo mismo sin él, cuando de pronto, se dio cuenta de que po necesitaba preocuparse por eso. Recordó lo que le dijo fríamente Lyle Hetherington: que ella no tendría ese empleo mucho tiempo si de él dependía, y era seguro que él sería el presidente de la compañía ahora. Entonces, Kelsa supo con certeza, que una de sus primeras acciones al tomar cargo de su puesto, sería despedirla. Muy pronto, ella no tendría empleo.

Se bajó del autobús y en los cinco minutos del trayecto a la oficina, tuvo una silenciosa lucha entre lo mucho que disfrutaba de su trabajo, lo cual la impulsaría a tratar de quedarse ahí, y su orgullo, que insistía en no darle oportunidad a Hetherington de decirle: “¡Fuera!”

Ganó el orgullo, como Kelsa sabía que sucedería. Se iría voluntariamente, con la cabeza en alto, antes que la empujaran. Pero al principio, cuando ella y Nadine se encontraron en la oficina, estuvieron sentadas discutiendo los tristes sucesos del día anterior. Tal vez debido al choque emocional que ambas habían recibido, estaban más comunicativas que de costumbre.

– No hay duda de que Lyle será el presidente ahora -comentó Nadine.

– He estado pensando en eso -confesó Kelsa- y me parece que, mientras tú vas a estar muy requerida por tu experiencia y conocimiento en el manejo de esta oficina, Lyle Hetherington probablemente querrá que trabajes en pareja con su asistente particular, lo cual significa que yo estaré de sobra aquí -y, mientras Nadine parpadeaba de asombro, Kelsa continuó rápidamente-. He decidido renunciar.

Durante un buen rato, discutieron ese asunto; Nadine le informó que Lyle Hetherington tenía la reputación de ser muy trabajador, y que Ottilie Miller le confió un día, que le encantaban los viajes de su jefe al extranjero, pues le daban oportunidad de ponerse al corriente en el trabajo.

– Es muy probable que haya el mismo lugar para ti aquí -le aseguró Nadine-, especialmente cuando es seguro que el señor Hetherington le haya dejado todas sus acciones de la compañía a Lyle y…

– ¿A su esposa no? -preguntó Kelsa, sorprendida.

– Um… -Nadine titubeó, pero luego, al estar segura de que Kelsa sabía guardar una confidencia, aclaró-: De hecho, la señora Hetherington más bien le tiene resentimiento a la compañía.

– ¿Resentimiento?

– Resiente el tiempo que le dedica el señor Hetherington… le dedicaba -rectificó Nadine-, pero, además de no tener ningún interés en la compañía, ella tiene bastante dinero propio, así que no necesita más y estoy segura de que no agradecería en lo absoluto las acciones que le dejara el señor Hetherington.

– Qué lástima -comentó Kelsa y ante la mirada interrogadora de Nadine, aclaró-: Dije “qué lástima”, porque el señor Hetherington trabajaba tanto, que es una pena que su esposa no estuviera interesada en sus logros.

– Bueno, sí estaba interesada al principio -prosiguió Nadine-. Le prestaba grandes cantidades de dinero de vez en cuando, que ya están pagadas, desde luego, pero… como sabes, he estado con el señor Hetherington durante diecisiete años… cuando Lyle, contra la voluntad de su madre, entró a la compañía, después de terminar la universidad, y comenzó a dedicarle al negocio tanto tiempo como su padre; la señora juró que no volvería a tener nada que ver con la compañía; siquiera visitarla.

– Ah, es por eso que la señora Hetherington se sentiría ofendida, si su esposo le dejara algo que tuviera que ver con la compañía.

– Exactamente; aunque ahora que Lyle agregará las acciones de su padre a las suyas, el Consejo no tendrá ninguna defensa cuando se discutan los planes que tiene Lyle de diversificación.

– ¿Qué quieres decir?

– Diversificación quiere decir expansión.

– ¿Acaso la compañía de Hetherington no es lo bastante grande ahora?

– En este mundo de competencia despiadada entre empresas, uno tiene que diversificarse para sobrevivir, explotar toda la capacidad posible. Así que -Nadine sonrió-, no puedes irte. Si Lyle va a proseguir con los grandes planes de expansión… y no habrá quien lo detenga ahora que su padre le dejó todo… Hetherington necesitará más personal en todas las áreas, no perderlo.

Kelsa casi estuvo convencida con ese argumento, pero posteriormente tuvo la seguridad de que había un miembro de su personal, la asistente de su secretaria particular, de quien Lyle Hetherington se apresuraría a deshacerse.

– Lo lamento, Nadine -se disculpó en voz baja-, pero sí quiero irme.

Nadine examinó la seria expresión de Kelsa y tal vez adivinó que, aunque le daba tristeza hacerlo, estaba decidida a renunciar.

– Yo no haría nada apresurado -aconsejó y minó la determinación de Kelsa al agregar-: Sé que el señor Hetherington planeaba agregar una cláusula en tu contrato de “dar aviso de renuncia o despedida con tres meses de anticipación” -y como Kelsa pensaba dejar el trabajo al día siguiente, Nadine continuó-: En recuerdo del señor Hetherington, ¿qué te parece si te quedas los tres meses para ayudarme con el trabajo que significaría un período de cambio?

– ¡Oh, Nadine! -exclamó Kelsa, sabiendo que haría cualquier cosa en recuerdo del fabuloso hombre que había sido Garwood Hetherington… si la dejaban.

– Puedes entregar tu renuncia hoy, si quieres -la instó Nadine, como para mejorar la sugerencia, y Kelsa se rindió.

– Muy bien -convino y sabía que era un síntoma de debilidad suya, cuando escribió a máquina su aviso de renuncia y lo entregó. Supuso que Nadine pensaba que tal vez cambiaría de opinión en esos tres meses.

Kelsa no vio a Lyle Hetherington en la oficina ese día, ni al siguiente. Se fue a su casa en la noche, después de rechazar una invitación a cenar que le hizo un joven ejecutivo de compras. Cenó sola y decidió no ir a Drifton Edge ese fin de semana, que fue uno de los más tristes desde que sus padres murieron.

El lunes despertó con el mismo humor triste y, para aumentar su depresión, encontró que su coche no arrancaba. Nuevamente recurrió al transporte público y telefoneó al taller automotriz en cuanto llegó a la oficina. El gerente del taller le explicó en su complicado estilo, cómo arrancar el coche y le sugirió que tratara de llevarlo al taller al día siguiente.

– Lo veré mañana -confirmó Kelsa, cruzando los dedos para que en caso de poder arrancar el motor de su coche el día siguiente, pudiera llegar con él al taller.

Todavía tenía el teléfono en la mano, cuando entró el señor Ford, con quien Nadine había hablado varias veces desde el Jueves.

– Buenos días -las saludó y cruzó unas palabras con Nadine. Luego con ésta siguiéndolo, entró a la que fue la oficina del señor Hetherington.

Media hora después, Nadine salió sola y reveló que Lyle había pedido que Ramsey Ford, manejara la oficina temporalmente.

– Mientras tanto -continuó Nadine-, el señor Ford, sabiendo que de todos modos querríamos ir, nos pidió que tú y yo fuéramos al funeral del señor Hetherington, mañana.

Eso partió en dos a Kelsa. Debido a su profundo respeto y afecto por el señor Hetherington, sí quería ir al funeral; pero, sabiendo que Lyle la odiaría más si iba, sentía que no debía hacerlo.

– Yo… -trató de negarse, pero al ver a Nadine mirándola sin esperar ninguna oposición, Kelsa no pudo pensar en ninguna excusa aceptable… no sin tener que confesarle a Nadine las sospechas de Lyle Hetherington. Y, de algún modo, hablar acerca de la sospecha de que ella tenía una aventura amorosa con su padre, parecería un insulto a su memoria-. ¿A qué hora será? -preguntó.

Kelsa sé puso un traje gris al día siguiente y, con la ayuda de una buena persona que pasaba, logró arrancar el coche. Caminó del taller a la oficina, después que le advirtieron que su auto no iba a estar listo ese mismo día; pero estaba más preocupada por su presencia en el funeral del señor Hetherington, que por el problema de su automóvil.

Afortunadamente, tuvieron mucho trabajo esa mañana, y no tuvo tiempo para seguir pensando en el asunto; pero cuando, más tarde, se dirigieron al funeral en el coche de Nadine, Kelsa empezó a sentirse nuevamente partida en dos. Le parecía importante ir a presentarle los últimos respetos a su jefe, pero, al mismo tiempo, no quería ofender a nadie, especialmente a Lyle Hetherington, que había querido mucho a su padre y que no tomaría muy bien su presencia ahí.

De pronto se le ocurrió que él probablemente ni siquiera la notaría; estaría muy preocupado. Además, habiendo sido Garwood Hetherington una figura tan conocida, ella tal vez se perdería entre la muchedumbre que iría a presentar sus últimos respetos.

El funeral transcurrió con normalidad y Kelsa, con el corazón lleno de tristeza, vio a Lyle, alto y erguido, escoltando a una mujer de aspecto aristocrático, de unos sesenta años.

Pero estaba muy equivocada si pensó que él no la notaría, pues, una vez que terminó el servicio religioso, la descubrió. Con una expresión tensa y con la mujer aristocrática de su brazo, él caminó por el pasillo de la iglesia y cuando llegaron al nivel de Kelsa, Lyle Hetherington movió levemente la cabeza hacia ella y le lanzó una mirada fulminante que le penetró hasta los huesos. Entonces supo que no le pedirían que trabajara los tres meses de su aviso de renuncia.

Tanto Nadine como ella estaban de un humor solemne en el camino de regreso a la oficina; pero una vez ahí, Kelsa observó que Nadine, habiendo trabajado tantos años para Garwood Hetherington, estaba a punto de un colapso nervioso.

– ¿Por qué no te vas a tu casa?-sugirió Kelsa con gentileza.

– Siento que ahora tengo una reacción atrasada -confesó Nadine-, pero tengo demasiado trabajo…

– Vete a tu casa -insistió Kelsa-. Yo me encargaré de todo aquí.

– Yo…

– Te lo prometo -sonrió Kelsa.

– ¿Estás segura?

– Claro que sí.

Eran las siete y Kelsa todavía estaba en la oficina, pero había avisado a seguridad que iba a trabajar hasta tarde. Por eso cuando a las siete y diez oyó que se abrió la puerta y que alguien entró, pensó que era un empleado de seguridad que venía a verificar si ella continuaba allí.

Alzó la vista, con un comentario amable en los labios, pero se quedó petrificada antes de pronunciarlo, porque el hombre alto, de traje oscuro y ojos grises que la miraba con frialdad, definitivamente no era de seguridad. No; por lo visto, él esperaba que ella dijera algo.

– ¡Muy dedicada a su trabajo! ¿Eh? -comentó él mordazmente y Kelsa adivinó que, si él estaba dolido por dentro, había encontrado justo a la persona con quien desquitarse.

– Sólo poniéndome al corriente en algunas cosas -repuso ella lo más tranquila que pudo.

– ¡Pero su coche no está en el estacionamiento! -recalcó él.

– Tiene la costumbre de portarse mal… Está en el taller por el momento -informó ella. No había reparado en que él conocía su coche, pero ya estaba empezando a perder su calma y advertía, por su agresividad, que estaba decidido a molestarla, como lo iba a comprobar.

– Yo pensaría, por la forma en que usted se conduce -la barrió con una mirada ofensiva-, que ya tendría un coche que no acostumbrara portarse mal.

Ante ese insulto deliberado, Kelsa no pudo contenerse más. Tomó su bolso y se puso de pie. Trató de dominar su ira, pero sin mucho éxito.

– Puede guardarse sus sarcasmos y sus burlas -reclamó-. ¡Yo me voy!

– Yo no la voy a detener -espetó él, haciéndose a un lado-. Aunque dudo que pase mucho, tiempo antes que otro hombre la detenga -agregó.

Kelsa estuvo a punto de decirle que no fuera tan repulsivo, pero tenía la idea de que eso ya se lo había dicho. Y se tragó su furia al recordar que Lyle debería estar sufriendo.

– Pues no sólo me voy en este momento, sino que, para su mayor información, también de Hetheringtons -dijo. No se le escapó la mirada alerta de sus ojos y, aunque no encontró nada insultante que decirle en respuesta, sí hubo burla en el tono de su voz.

– ¿De veras?

– ¡Entregué mi renuncia anticipada de tres meses, el jueves! -replicó ella y vio que los inteligentes ojos grises reflexionaban sobre eso.

Sin embargo, un instante después, estaba de regreso su agresividad en pleno.

– Y ahora, ¿a qué demonios pretende jugar? -preguntó él, furioso, y eso la molestó.

– ¡Un juego que usted, con su maliciosa y suspicaz mente, no reconocería, desde luego! -y trató de salir, pero él se acercó haciéndola retroceder un paso. Descubrió que él era mucho más astuto de lo que ella imaginaba. En cuestión de segundos, encontró una respuesta.

– ¿Por orgullo? -preguntó-. ¡No me venga con eso! -exclamó furioso entre dientes-. Si tuviera algo de orgullo, nunca se habría acostado con un hombre que pudo ser su abuelo…

– ¡Ya deje eso! -gritó Kelsa, tan furiosa con esas viles insinuaciones, que estalló y, sin importarle nada, exclamó-: Para su información, ¡la única persona con la que he dormido soy yo misma! -”a ver qué le parece eso”, pensó, con los brillantes ojos azules llameando.

– ¡Es una virgen! -se burló él.

Kelsa ya lo había abofeteado una vez y ahora estuvo a punto de volver a hacerlo.

– ¡Me voy a casa! -le gritó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quiere que la lleve? -se burló él antes que ella saliera, y Kelsa se volvió.

– ¿Con usted? -preguntó con desprecio-. ¡Prefiero irme arrastrando!

– Espero estar ahí para verlo -replicó él con hielo en la voz, mientras captaba la ira temblorosa de Kelsa.

Ella se volvió y se fue, colérica. Sin embargo, para cuando llegó a su apartamento, se sentía lo suficientemente calmada, como para darse cuenta de que todavía tenía un empleo al cual ir al día siguiente… porque Lyle Hetherington no la había despedido, ¿o sí?

Загрузка...