Capítulo 7

Kelsa casi no pudo dormir, pero no fue ése el motivo de que, al estar sentada tras su escritorio la mañana siguiente, no pudiera concentrarse en su trabajo. Todavía estaba aturdida por la impresionante información que Lyle le dio la noche anterior.

Parecía increíble que ella tuviera una hermana de la que nunca escuchó hablar. ¿Habría la otra Kelsa tratado de encontrar a su familia?, se preguntó. Era un terreno muy sensible, si ella también había sido dejada en la ignorancia o si… horrible pensamiento… no quería que la encontraran.

¡Pero sí debía querer! Si se parecía en algo a su hermosa madre, sería cálida, amorosa y… Los pensamientos de Kelsa volaron a su madre, como sucedía con frecuencia desde su charla con Lyle. Su pobre y querida madre… Había tanto que Kelsa querría saber. ¿Cómo había roto con Garwood Hetherington? ¿Había sido decisión de ella o de él? No cabía duda de que, de cualquier manera, ella debió de haber sufrido mucho, pues nadie daba un bebé en adopción sin tener un gran dolor.

¿Era por eso que su madre la había educado tan estrictamente? ¿Para salvaguardarla? ¿Porque, consciente de los peligros latentes de la vida, no quería que su hija conociera los desgarradores sentimientos que ella vivió?

Con los pensamientos oscilando, de su madre a su necesidad de encontrar a su hermana, y luego a Garwood Hetherington, Kelsa advirtió que su medio hermana también lo era de Lyle. No parecía muy entusiasmado de tener una hermana, pensó al recordar su actitud la noche anterior, cuando ella le comprobó que ellos no estaban emparentados. Lo cual, pensó, hacía que Lyle fuera una persona bastante agradable, pues, aunque podía no tener mucho interés en encontrar a su medio hermana, sí había tratado de ponerse en contacto con su tía, cuando vio que, a pesar de lo alterada que estaba Kelsa, también estaba decidida a encontrar a su hermana mayor.

¿Se comunicaría con ella, como dijo? ¿O habría cambiado de opinión acerca de buscar a su tía para ver si sabía algo?

Media hora después, como a las diez y media, cuando sonó el teléfono de comunicación interna de su escritorio, Kelsa tuvo la respuesta.

– ¿Kelsa? -la profunda voz de Lyle le crispó los nervios.

– Sí -confirmó en voz baja.

– Ya logré comunicarme con mi tía.

– ¿Y? -preguntó ella con ansiedad, sin dejarlo continuar.

– Que iremos a verla.

– ¿Iremos? -preguntó Kelsa, temblando, pues era seguro que si Lyle pensaba ir a ver a su tía con ella, significaba que la señora Ecclestone debía saber algo.

– Tengo un día muy ocupado -continuó Lyle, dando por sentado el “nosotros”-; pero puedo tomarme un par de horas esta tarde. ¿Cómo anda usted?

¡Esta tarde! Las cosas estaban moviéndose rápido; Kelsa sabía que tenía que aprovechar la disposición de Lyle, y ordenó sus pensamientos.

– Esto es lo bastante importante para mí, como para encontrar el tiempo necesario -dijo con toda la calma que pudo.

– Nos vemos a las dos, entonces -acordó él y colgó.

Kelsa estaba temblorosa, y supuso que tendría un aspecto alterado, pues cuando vio a Nadine, advirtió que la miraba con preocupación.

– Estoy bien -le aseguró Kelsa rápidamente y continuó-: Era Lyle. Hay… un asunto importante que surgió y vamos a ir a… tratarlo esta tarde -tragó en seco y luego preguntó-: ¿No hay problema si me tomo un par de horas?

Por un momento, Nadine le examinó el rostro y cuando vio que le regresaba el color, sonrió.

– ¡Tú eres la que manda aquí! -le recordó.

Y, mientras Kelsa retornó a su trabajo, también recordó que ahora tenía la respuesta a las preguntas que tanto la atormentaban cuando consideraba que Garwood Hetherington nunca hacia nada sin un motivo. Pues, aunque desde luego ella no era la que mandaba ahí, era obvio que el buen hombre la había dejado tan bien provista, sólo porque creía que ella era su hija. Y como era igualmente obvio que ella no lo era, naturalmente renunciaría a todos sus derechos sobre la herencia.

Durante unos segundos, Kelsa reflexionó sobre la corriente afectiva que compartía a veces con Garwood Hetherington. ¿Sería por el hecho de que tenía el modo de ser de su madre por lo cual existía esa empatía entre ellos? Eso la llevó a recordar la corriente de afecto que sintió con Lyle la noche anterior; pero como el ser hija de su madre no explicaba ese sentimiento, se dio por vencida.

De todos modos, había cuestiones mucho más importantes que atender, aparte de la empatía o los legados. Lyle la iba a llevar a ver a su tía, la hermana de Garwood Hetherington, esa tarde y…

De pronto, se le ocurrió a Kelsa que tal vez su hermana estaba casada y tenía sus propios hijos. Esbozó una sonrisa… ¡Qué maravilla! Ella podía ser también una tía; tener un sobrino o una sobrina… o los dos.

Por los nervios, no pudo probar bocado a la hora del almuerzo, así que se quedó trabajando en la oficina. A las dos menos veinte, fue a lavarse las manos y de pronto advirtió que Lyle no acordó con ella el lugar donde iban a verse.

Ya tenía el abrigo puesto sobre un suéter color de rosa y una falda plisada de fina lana gris. Eran diez para las dos y estaba a punto de salir de la oficina, cuando se abrió la puerta y entró Lyle.

– ¿Lista? -preguntó, recorriendo con los ojos grises el brillante cabello y el espléndido cutis.

Por toda respuesta, ella lo alcanzó en la puerta y, con un torbellino en su interior, advirtió que, aunque ella era alta, apenas le llegaba al hombro a Lyle. Junto a él, recorrió los corredores y bajó en el ascensor.

– ¿Comió algo? -preguntó él cuando se detuvieron en la mesa de recepción y la ruborosa joven que estaba ahí le entregó una bolsa de papel.

– No pude -replicó Kelsa y cuando estaba sentada junto a él en el Jaguar, él abrió la bolsa y compartió el botín con ella, pasándole un paquete envuelto en celofán.

– Pruébelo -sugirió él y puso en marcha el motor. Kelsa comprendió que él tampoco había tenido tiempo de comer.

– Lo lamento -se disculpó-. Lo estoy haciendo pasar por muchas molestias.

– No; esto me concierne a mí también, ¿sabe?

– Ah, lo siento -se disculpó por segunda vez-. Kelsa es hermana de usted también, pero… -ya no siguió. Si, después de todo, él sí estaba interesado en encontrar a su hermana, no sería muy cortés mencionarle que él había demostrado lo contrario.

– Coma su emparedado -ordenó él.

– Es una buena manera de decirme que me calle -comentó ella y, al mirarlo de reojo, se sorprendió de verlo sonreír. Hubo poca conversación por pocos minutos, pero los nervios de Kelsa estaban más tensos cada vez. ¡Pronto sabría algo!-. ¿Qué le dijo su tía? Quiero decir… ¿Qué le dijo usted cuando la llamó? -explotó cuando ya no pudo contenerse más.

– No fue una conversación muy larga -replicó Lyle, mirando de reojo su tensa expresión-. Empecé preguntándole si el nombre March Whitcombe significaba algo para ella.

Obviamente sí significó algo, pensó Kelsa; de otro modo, no estaría sentada junto a Lyle en camino a verla.

– ¿Y qué contestó ella? -preguntó de todos modos.

– Cuando me dijo: “Ya me extrañaba que nadie me preguntara eso”, comprendí que ella tenía la clave de muchas de nuestras dudas, Lo confirmó cuando le dije que March Whitcombe ya había muerto, pero que me gustaría ir a verla en compañía de la hija de March.

– ¿No… le molestó? -preguntó Kelsa en voz baja.

– Se alteró bastante al oír que la madre de usted había muerto… Parece ser que fueron muy amigas durante un tiempo.

– ¿De veras? -preguntó Kelsa, anhelante.

– Eso dijo la tía Alicia. En fin, cuando le dije que usted tenía urgencia por conocer ciertas respuestas, me respondió que ella sentía que le debía a usted explicaciones para llenar los huecos.

Eso era mucho mejor de lo que había esperado, pensó Kelsa. ¡Llenar los huecos! ¡Había vastos precipicios que llenar! Después de eso, se hizo el silencio en el coche y mientras más se acercaban a Olney Priors, donde vivía la señora Ecclestone, Kelsa sentía un vacío en el estómago, que iba en aumento.

Una vez que llegaron, fue obvio que no había cercanía entre los hermanos, por el hecho de que Lyle tuvo que pedir indicaciones para llegar a la casa de su tía. Desde luego, él nunca había estado ahí. Pero en unos minutos, encontró la dirección que buscaba y se detuvo frente a una modesta casa sola.

Kelsa caminó junto a Lyle por el sendero que daba a la puerta de entrada y trató de controlar sus emociones cuando él, al ver el estado en que estaba, la tomó de una mano y le dio un apretón. Entonces se abrió la puerta y la mujer de cuarenta y tantos años que Kelsa vio con los abogados, les dio una cálida bienvenida.

– Cuando la vi y oí su nombre, supe de inmediato quién era usted, querida -dijo, estrechando la mano de Kelsa y, sin poder contener su emoción, le dio un beso en la mejilla. Luego, los pasó a la sala y le quitó el abrigo a Kelsa-. ¿Puedo servirles una taza de té? La tetera está hirviendo -ofreció.

– Si no le importa, tía Alicia, Kelsa está ansiosa por oír lo que tenga usted que decirnos -declinó la invitación Lyle por los dos y Kelsa le lanzó una mirada de agradecimiento.

– ¿Nos sentamos, entonces? -sonrió Alice Ecclestone y una vez sentados, miró a Kelsa y le preguntó-: ¿Qué es lo que quiere saber? Con gusto ayudaré en lo que pueda.

– Hay muchas cosas que desconozco -explicó Kelsa-; pero Lyle me dijo que usted y mi madre eran amigas y… -se aclaró la voz- y yo me preguntaba, si usted sabía que mi madre… tuvo un bebé… antes que a mí.

– ¿No lo sabía usted? ¿Su madre nunca le dijo que…?

– Apenas anoche -intervino Lyle-, cuando le mostré el acta de nacimiento que encontré entre los documentos personales de mi padre, Kelsa se enteró de que mi padre y su madre se conocían… y no sabía que tuvieron un bebé.

– ¡Qué barbaridad! -exclamó su tía-. Seguramente fue una impresión tremenda para usted Kelsa… y para ti también, Lyle -agregó.

– Vaya que si lo fue -comentó él, pero sonrió.

– ¡Cómo te pareces a tu padre! -exclamó ella-. No tanto en el aspecto, aunque sí tienes el aire de los Hetherington; pero en tu modo de ser… He seguido tu progreso en los periódicos -confesó-. El tener pocas relaciones con tu padre todos estos años, no me ha hecho olvidar al joven que eras tú… Hasta que te vi en la oficina de los abogados la semana pasada, no te había visto en unos dieciséis años.

– Creo que Kelsa también se parece mucho a su madre -Lyle trajo su atención de nuevo a lo que le interesaba.

– Es el vivo retrato de ella. Lo siento -se disculpó con Kelsa-, usted está ansiosa por saber todo lo que sucedió antes que naciera y aquí estoy, sintiéndome culpable por no haberme reconciliado con Garwood, cuando él fue tan generoso de recordarme en su testamento.

– Está bien -repuso Kelsa en voz baja y la tía de Lyle la favoreció con una sonrisa de gentileza, que la hizo controlarse.

– Empezaré por el principio, pues, pero díganme si menciono algo que ya sabían.

– Bien, tía -convino Lyle y, con la misma atención de Kelsa, escuchó mientras su tía regresaba veinticinco años.

– Mmm… -titubeó Alicia Ecclestone, como sin saber por dónde empezar y luego declaró-: Bien, para enterarlos un poco de los antecedentes… aunque si les parece demasiado doloroso, deténgame -sonrió antes de continuar-. Garwood y yo proveníamos de una familia bastante pobre; si bien, lo que a mi hermano le faltaba en dinero, le sobraba en cerebro, astucia y empuje.

– Siempre iba a llegar a la cumbre -comentó Lyle.

– De eso no cabía ninguna duda… Siempre fue uno de los ganadores en la vida -convino ella-. Él tenía diecinueve años, cuando nací yo y, según mis padres, ya estaba lleno de ideas y de ambición -su sonrisa se desvaneció y sus ojos se llenaron de tristeza cuando reveló-: Vi por mí misma lo ambicioso que era, cuando abandonó a mi amiga.

– ¿Abandonó a mi madre? -preguntó Kelsa rápidamente, al registrar su mente lo que dijo la tía de Lyle.

– Temo que así fue -confirmó ella, pero agregó-: Aunque tal vez… yo no lo veía así. Entonces… él no tenía muchas alternativas. Pero… -se detuvo-, me estoy saltando cosas. Yo era todavía una niñita cuando Garwood se fue de la casa y no significó mucho para mí cuando él, a los veintiún años de edad, se casó con la heredera de una fortuna.

– Mi madre -concluyó Lyle.

– Así es -convino ella-. Fue el dinero de Edwina lo que le dio a Garwood el apoyo financiero que necesitaba, para establecer el Grupo Hetherington y…

– Pero no en todo el volumen del financiamiento que él requería -intervino Lyle.

– Tú probablemente sabes más de esos antecedentes que yo -su tía sonrió y luego afirmó-: Lo que sí sé, porque más tarde salió a flote cuando todo explotó con la pobre y querida March, era que Edwina tenía también una mente muy sagaz, cuando se trataba de dinero.

Sobresaltada, porque por lo que parecía, Edwina Hetherington sabía que su marido le había sido infiel, Kelsa miró rápidamente a la señora Ecclestone y a Lyle; pero si él pensaba lo mismo que ella, no lo demostró.

– Continúe, tía -la instó con voz calmada-. Decía que mi madre convino en darle a mi padre el dinero que él…

– En realidad, no se lo dio, sino que convino en adelantarle ciertas cantidades, si tu padre encontraba un banco que pudiera igualarlas.

– Lo cual él hizo.

– Así es -convino ella-. Y de ahí en adelante, tu padre trabajó día y noche, así que era una conclusión segura que el negocio prosperaría. Pero Garwood seguía estando lleno de ideas y de ambición; quería abrir otra fábrica más grande. Lo cual, después de volver a pedir prestado dinero, logró hacer.

– Esa sería nuestra planta de Midlands.

– Así es. En fin -resumió ella-, para cuando tenía yo diecisiete años, las cosas estaban un poco mejor económicamente en mi casa y yo pude ir a estudiar para secretaria en Inchborough. Tú tenías unos doce años entonces, Lyle, y fuiste a estudiar a un internado. Perdóname que me extienda -se disculpó-, pero desde que me llamaste esta mañana, he estado repasando las cosas en mi mente y viendo que Kelsa no sabe mucho al respecto, estoy tratando de relatar las cosas en una secuencia de los hechos.

– Estás haciéndolo muy bien, tía -la animó Lyle y ella continuó el relato.

– Veíamos muy poco a Garwood en Inchborough, por aquellos días. Para mí, era sólo un hombre que venía a visitarnos cada Navidad con regalos, y no un hermano. Pero esa Navidad de mis diecisiete años, había yo invitado a una amiga del colegio a pasar unos días con nosotros.

– Mi madre -adivinó Kelsa, con el estómago contraído, porque parecía que se acercaban al punto que ella quería conocer.

– Su madre -convino Alicia-. Sus padres, o sea los abuelos, ya eran algo grandes cuando ella nació y eran bastante represivos en la forma en que la criaron. A March y a mí nos pareció un milagro que la hubieran dejado venir a quedarse a mi casa toda una semana -se detuvo un instante y luego continuó-: March estaba en mi casa cuando mi hermano nos hizo su visita anual.

– Así fue como se conocieron -agregó Kelsa suavemente.

– Sí. Ella tenía diecisiete años, ninguna experiencia mundana y era muy hermosa. Y Garwood, aunque le doblaba la edad y estaba casado y con un hijo, a la primera mirada se enamoró de ella.

– ¿Y… mi madre? -preguntó Kelsa con voz ahogada.

– ¡La arrebató de pasión! No conocía hombres, nunca tuvo un novio y simplemente perdió la cabeza. Esa fue la única Navidad en que Garwood no vino sólo a dejar los regalos y a desaparecer hasta la siguiente Navidad.

– ¿Se quedó más tiempo esa vez? -preguntó Kelsa.

– Se quedó bastante tiempo… y regresó… y para la siguiente Navidad, March había dado a luz una niña.

– Mi hermana -murmuró Kelsa con voz ronca; pero con su tono reveló la emoción que sentía al saber que tenía una hermana, porque Alicia Ecclestone, con suavidad y tristeza en la voz, contestó rápidamente:

– Lo lamento, querida, pero tengo que decirle que el bebé no sobrevivió.

– ¡No! -exclamó Kelsa, sin querer creerlo, sin querer ver que le habían arrebatado su oportunidad de tener una familia.

– ¿Lo sabe usted con seguridad? -preguntó Lyle.

– Sí; murió cuando tenía un mes. Lo sé, porque yo fui la única de la familia que asistió al sepelio del bebé -respondió Alicia con tristeza.

Kelsa vio evaporarse todas sus esperanzas y sintió ganas de llorar; pero logró controlarse.

– El señor Hetherington… -empezó a decir, temblorosa y se esforzó por contener sus emociones. De pronto, comprendió algo que era muy obvio-. Iba yo a preguntar si el señor Hetherington no fue al funeral; pero desde luego que no, pues no sabía que la niña murió. De otro modo, no habría creído que yo era su hija.

– No; no lo sabía -convino Alicia-. Como dije antes, se enamoró de su madre… -se volvió hacia Lyle-. Lamento si esto es doloroso para ti, pero…

– Lo puedo tolerar -aseguró él- y me gustaría oír todo.

– Muy bien -aceptó ella y continuó-: Nuevamente me salté lo que iba a decir, pero no tenía idea de que usted pensaba que el bebé estaba… Bueno, pensé que era mejor comunicárselo de una vez. Pero regresando a lo que decía antes, todo el tiempo que podía arrebatar Garwood de su trabajo y trabajaba mucho para instalar la nueva fábrica, lo aprovechaba para ir a Inchborough a ver a March. Para entonces, ella se había mudado de la casa de sus padres a un pequeño apartamento y al paso del tiempo, tuvo que decirle a Garwood que estaba embarazada.

– ¿Cómo lo tomó él? -preguntó Kelsa.

– Por lo que yo entendí, él estaba dispuesto a divorciarse y a casarse con ella.

– Mi madre… ¿supo de esa relación amorosa y del bebé? -preguntó Lyle.

– Sí -confirmó su tía-. Garwood le dijo todo, incluyendo que él creía que era lo único decente que podía hacer… March no tenía dinero y esperaba un hijo de él.

– Supongo que mi madre no lo tomó muy bien -opinó Lyle.

– Tienes razón; así fue. Todos podemos ser implacables a veces -comentó su tía-. Edwina siempre fue posesiva hacia ti y tu bienestar. Y desde luego le recordó a Garwood que ya tenía una esposa y un hijo y que tenía obligaciones con los dos… y que tanto él como su nueva familia, se quedarían sin un centavo, si él insistía en proseguir con su plan.

– ¿Lo amenazó con quitarle el apoyo financiero para su nuevo negocio? -conjeturó Lyle.

– Tenía el poder de hacerlo quebrar -explicó su tía y, mientras Kelsa oía cómo Lyle aspiraba profundamente, la señora agregó-: y lo habría utilizado.

– Lo que habría significado que todo por lo cual mi padre había trabajado todos esos años, resultara en vano -comentó Lyle.

– Precisamente -confirmó Alicia-. ¿Y qué podía él hacer?

– Al parecer, tenía que elegir.

– No tenía mucha elección. La mujer a quien amaba, con su hijo y la pobreza, contra el negocio por el que había luchado tanto para erigirlo, la mujer con quien estaba casado y el hijo a quien adoraba. Vio a March sólo dos veces más, una vez para comunicarle su decisión y la segunda vez, cuando March estaba en el hospital para dar a luz. Entonces, él pensó que lo único que podía darle al bebé, era su nombre -miró a Kelsa-. Fue a registrar a la niña con los nombres que March había escogido: Kelsa Primrose.

– ¿No March?-preguntó Kelsa.

– Eso fue idea de Garwood. Por lo que yo sé, después de eso, él nunca retornó a Inchborough.

– ¿Y la niña? -preguntó Kelsa suavemente.

– Era preciosa, pero delicada desde un principio. March se mudó de Inchborough cuando la nena tenía tres semanas y yo le ayudé a mudarse a su nuevo hogar en Tilsey…, que está en Gloucestershire. La niña parecía estar bien, pero menos de una semana después, tuvieron que llevarla de urgencia al hospital -Alicia tragó en seco por el doloroso recuerdo-. Fueron momentos terribles. March se volvía loca de angustia; pero habiendo roto con Garwood y orgullosa como era, hasta un poco amargada, me hizo prometerle que no le diría una palabra a Garwood sobre sus problemas.

– Una promesa que usted cumplió hasta el final -comentó Lyle.

– Así es. Probablemente era por el sentimiento de culpabilidad de que por mí se hubieran abandonado, así que cuando murió la niña Kelsa, juré no volver a hablarle a Garwood.

– ¿Y qué hizo mi madre después? -quiso saber Kelsa. Sentía el dolor de su madre como si fuera el suyo propio.

– No podía apaciguarse y se fue de Tilsey para establecerse en Drifton Edge, en Herefordshire. Y fue ahí -continuó Alicia con un tono más animado-, que conoció a Frank Stevens y se casó con él. Para entonces, yo conocí a John Ecclestone y con el tiempo, perdimos contacto March y yo. Lo que sí supe fue que March estaba nuevamente embarazada… lo cual me complació mucho.

– Eran felices… mi madre y mi padre -afirmó Kelsa, con lindos recuerdos de sus padres y, advirtiendo que probablemente ya había oído todo lo que había que oír, dijo-: Muchas gracias, señora Ecclestone, por revivir todo eso para mí.

– Es lo menos que podía hacer -repuso Alicia.

– ¿Y mi padre nunca sospechó siquiera que su hija no había sobrevivido? -preguntó Lyle.

– No por mí. Y por los sucesos recientes, parece que por nadie más. Cuando John y yo nos casamos, nos mudamos a su pueblo, no lejos de acá. Luego, la salud de mis padres se deterioró y les encontramos una casa cerca para poder vigilarlos. La siguiente vez que los vi a ustedes tres, después de mi boda fue, primero, en el funeral de tu abuelo y después, cuando murió tu abuela.

– Yo tenía como veinte años entonces -dijo Lyle.

– Y hecho en el mismo molde de tu padre… Ciertamente, ibas a llegar a la cumbre, también. Pero otra vez estoy divagando -Alicia sonrió-. Tu padre y yo no teníamos nada que decirnos y éramos más extraños que hermanos. Pero fue en el funeral de tu abuela cuando, encontrándome en un rincón aislado con tu madre… y tal vez porque ese funeral me trajo a la memoria otro… resulté contándole que la pequeña Kelsa había muerto.

– ¿Así que ella también lo sabía, pero no se lo dijo a mi padre? -dijo Lyle en voz baja.

– Yo sabía que no iba a decírselo, pues obviamente le desagradaba hablar de ese asunto. Y me dijo con toda firmeza que, ya que su matrimonio se había encarrilado, no tenía caso que Garwood lo supiera ahora. Y desde su punto de vista… perdóneme, Kelsa -se interrumpió para disculparse-, Edwina dijo que él había olvidado por completo que esa mujer existía.

– Lo cual, evidentemente, no fue así -intervino Lyle-. Yo creo que él supo más sobre Kelsa, respecto de su madre en el instante mismo en que se topó con ella, en el edificio de Hetherington.

– ¿Así fue como se conocieron? -preguntó Alicia con asombro y Kelsa le explicó cómo estuvo todo-. Garwood debe haber quedado aturdido cuando oyó su nombre -dijo la señora Ecclestone cuando Kelsa terminó su relato-. Además de su parecido con su madre. Yo tampoco tuve ninguna duda de quién era usted cuando oí que el abogado leía su nombre. De inmediato supe que era la segunda hija de March.

– ¿Lo habrá sabido mi madre también? -preguntó Lyle.

– Yo creo que sí -replicó su tía-. Estoy segura de que habrá recordado los nombres de Kelsa y de March. Agreguemos a eso el hecho de que Garwood le dejó a Kelsa la mitad de lo que poseía; eso lo confirmaría.

– Pero él me dejó todo eso, sólo porque creía que yo era su hija… pero no lo soy -Kelsa sintió que debía aclarar eso.

Alicia le sonrió de nuevo con gentileza.

– Es usted la hija de March, y Garwood ciertamente estaba muy obligado con ella. Es obvio para mí, que él debió sentirse muy culpable todos estos años y eligió este camino para enmendar el daño.

Pero él no sabía que iba a morir, pensó Kelsa, y nuevamente sintió tristeza por su fallecimiento y por todo lo que había oído ahora. De hecho, estaba tan deprimida que se sintió agradecida con Lyle, cuando la señora Ecclestone sugirió que tal vez quisieran comer algo y Lyle no aceptó en nombre de los dos.

– Debemos regresar -comentó con sencillez y se puso de pie.

– John lamentará no haberlos visto… Pronto regresará del trabajo -dijo Alicia, al darle el abrigo a Kelsa y acompañarlos a la puerta.

– Gracias, señora Ecclestone, por contarme… contarnos todo -Kelsa logró sonreír.

– Querida niña -Alicia la abrazó-. Cómo quisiera haberles dado mejores noticias.

Kelsa estuvo silenciosa en el camino de regreso. Tenía muchas cosas en la mente, pero más que nada, al desear tanto encontrar a su hermana, se sentía desolada al saber que había muerto hacía tantos años.

Trató de vencer el desaliento, pensando que su madre debió querer mucho a su primera hija, para ponerle los mismos nombres a la segunda, pero eso no la ayudó mucho, pues el querer tanto a su primera hija sólo le trajo a su madre mucho dolor.

Pero su padre había cuidado bien a su madre, pensó Kelsa, al buscar algo que le levantara el ánimo. Sus padres eran cariñosos y se amaban, recordó y advirtió que casi era seguro que su padre supiera todo acerca de las trágicas relaciones de su madre con Garwood Hetherington.

Kelsa sentía el dolor de su madre como si fuera el de ella; pero al mismo tiempo, cuando pensaba en cómo fue abandonada aquélla por el hombre a quien amaba, Kelsa no podía odiarlo. Lo había conocido y se había encariñado con él… y eso no podía cambiar.

Recordó a la esposa de Garwood, la madre de Lyle, aristocrática y autoritaria, cuando preguntó: “¿Quién es esta mujer?”. Kelsa no podía decir que le simpatizara la poco cordial señora, pero de todos modos comprendió qué a ella tampoco le había ido muy bien en ese asunto. Debió haber sido muy infeliz cuando su marido se enamoró de otra mujer.

Mientras Lyle conducía el coche en un área que le parecía conocida a Kelsa, ella de pronto se preguntó si el padre de Lyle estaría enamorado de su madre. Y recordando cómo se separó de ésta, cuando su esposa le dio un ultimátum, ¿se había casado Garwood con Edwina por su dinero?

Alicia Ecclestone no lo había dicho específicamente, pero siendo una persona sensitiva, no lo haría frente a Lyle. Sin embargo, ¿era a eso a lo que se refería cuando hablaba de su ambición, de su empuje, de que cuando conoció a una rica heredera, se casó con ella?

Los pensamientos de Kelsa vagaron de los padres de Lyle, a él, que estaría furioso por el dolor que su padre le había causado a su madre. Pero su meditación era melancólica, por la hermana que había perdido, cuando de pronto se dio cuenta de que Lyle estaba estacionándose frente al edifico donde ella vivía.

– ¡Yo voy de regreso a la oficina! -exclamó, sobresaltada.

– Rectifico… Yo voy a la oficina; usted, no.

– Pero…

– Pero nada -la interrumpió él-. Está emocionalmente trastornada. Ande, vamos -ordenó con calma.

Kelsa siempre pensó que le gustaba estar al mando de su propia vida, pero tuvo que reconocer que no era tan desagradable que alguien la dominara suavemente de vez en cuando. Tampoco lo era, que la cortés mano de Lyle detuviera su codo al escoltarla dentro del edificio y hasta la puerta de su apartamento.

– ¿Estará bien? -preguntó él con gentileza, al abrir la puerta y ver en los brillantes ojos azules que Kelsa luchaba contra la depresión.

– Sí, claro -respondió y, sintiéndose llorosa, dijo-: Me siento ridícula.

– No; no lo es -negó él en voz baja y entró con ella a la sala-. Quería una hermana y la acaban de privar de ella.

– También a usted lo privaron de una hermana -mencionó ella.

– Ah, pequeña Kelsa -murmuró él y la tomó en los brazos-. Yo tengo más familia -señaló y muy tiernamente le dio un leve beso en la boca.

– Ah… ¿Se supone que esto va a hacerme sentir mejor? -preguntó, luchando por controlar sus emociones.

– ¿No lo logré? -preguntó él y a ella le encantó su sonrisa. Su respuesta fue zafarse de sus brazos y él la soltó-. ¿Ya está bien? -preguntó él y ella comprendió que estaba por retirarse.

– Un poco nerviosa, pero en general bien -Kelsa sonrió-. Gracias por llevarme a ver a la señora Ecclestone.

– Creo que los dos necesitábamos saber la verdad -replicó él en voz baja.

Cuando Lyle estaba junto a la puerta, de espaldas a Kelsa, ella lo llamó. Él se detuvo y se volvió.

– ¿Qué sucede? -la ayudó él al ver que ella, al parecer, no sabía cómo continuar.

– Mi madre… -dijo ella- era buena y bondadosa. Era… una dama.

– ¿Qué está tratando de decirme?

– Ella… mi madre… -las lágrimas se le atoraban en la garganta- ella no era una prostituta -dijo solemnemente y él se le quedó mirando un buen rato.

– Lo sé -replicó él.

– ¿Lo… sabe?

Él sonrió y el corazón de Kelsa aceleró sus latidos cuando él dijo con suavidad:

– ¿Cómo podía serlo… y tener una hija como usted? -y al momento siguiente, él se había dado la vuelta y desaparecido.

Kelsa se hundió en su sillón, cuando se cerró la puerta tras Lyle y, una hora después, todavía seguía sentada ahí, pasmada. Porque, sin tener mucho tiempo de analizar el porqué se sentía tan feliz con las últimas palabras de Lyle, advirtió de pronto varias cosas a la vez. Que él hubiera dicho eso, significaba que no sólo ya no la consideraba una cazafortunas, sino que él… ¿la apreciaba un poco? Y Kelsa esperaba ansiosamente que así fuera, porque ahora sabía que estaba muy enamorada de él.

Cuando se fue a acostar esa noche, se preguntó por qué estaba tan sobresaltada al advertir sus sentimientos hacia Lyle. De seguro era obvio desde la primera vez que él la había besado, cuando ella le respondió con tan inusual abandono, que había algo en él muy especial que ella percibía.

Luego, aceptó la conclusión de que, después de tener tantas esperanzas de encontrar a su hermana, ahora sabía que no había ninguna hermana.

Sin embargo, cuando las imágenes de Lyle empezaron a penetrar en la tristeza de sus pensamientos, Kelsa las dejó entrar. Cuando por fin se durmió, supo que no había ninguna equivocación en lo que sentía por él.

Y si acaso pensaba que, al despertar el jueves, encontraría que se lo había imaginado todo, esa idea fue cancelada inmediatamente, pues él estaba en sus pensamientos aun antes de abrir los ojos. Y lo amó más, porque ella había dejado su coche en Hetherington el día anterior y cuando salió para tomar el autobús, se encontró con que su auto, mágicamente se encontraba en el área de estacionamiento de su edificio.

Condujo al trabajo con una sonrisa en los labios, porque Lyle debió arreglar que alguien lo trajera y, con suerte, podría verlo ese día.

Y sí tuvo suerte, pues alrededor de las diez, esa mañana, mientras Nadine estaba en la oficina interior con el señor Ford, se abrió la puerta exterior y alto, moreno, vestido inmaculadamente, entró Lyle.

– ¿Cómo está? -preguntó, acercándose al escritorio y apoyándose en él.

– Bien -sonrió ella y, aunque sabía que Lyle no había venido especialmente a verla, el corazón le latió más fuerte. Vio que la mirada de él iba de sus ojos a su sonriente boca y luego volvía a sus ojos.

– Una disculpa mía es muy atrasada -le dijo con seriedad-. ¿Me perdonará, Kelsa, por todas las cosas malas que le dije?

¿Cosas malas? ¡Eso no era nada!

– Desde luego -respondió con calma.

– ¿Entonces me permitirá invitarla a cenar esta noche? -preguntó él con sonrisa encantadora.

– ¿Quién puede resistir esa invitación? -se rió ella y mientras su corazón se aceleraba… ¡Iba a salir con él esa noche!… Lyle se apartó del escritorio.

– Pasaré por usted a las ocho -sonrió él y entonces se abrió la puerta de la oficina interior y Nadine salió, seguida por el señor Ford.

– ¡Ah, Lyle! -lo llamó él-. Quería hablar contigo. ¿Algo nuevo de tus planes para…?

– Estoy trabajando en eso, Ramsey -replicó Lyle y Kelsa observó cómo, de muy buen humor, entró a la oficina de su padre-. Anoche pensé en una manera excelente de conseguir el apoyo que necesito -comentó cuando se cerró la puerta tras los dos hombres.

Y entonces se acordó Kelsa de que no había tenido oportunidad de decirle a Lyle, que no creía tener algún derecho sobre la herencia de su padre, ni la quería y, lo que era más, tenía intenciones de renunciar a ella.

Pero… con una mirada soñadora y una sonrisa en los labios… tendría bastante tiempo para decírselo esa noche, pensó.

Загрузка...