Agradecimientos

Dos chicas de Shanghai es una novela histórica. Carapicada Huang, Christine Sterling y Tom Gubbins son personajes reales. Pero Pearl, May y el resto de los personajes son ficticios, igual que la trama. (Los Louie no eran los propietarios del Golden Pagoda, el puesto de rickshaws, el restaurante y otras tiendas, aunque en China City muchas familias sí tenían múltiples negocios. No fue May quien le compró la Asiatic Costume Company a Tom Gubbins, sino la familia Lee.) No obstante, es posible que haya quien, al leer estas páginas, reconozca ciertos detalles, experiencias y anécdotas. En estos últimos diecinueve años -y quizá a lo largo de toda mi vida- he tenido la suerte de poder hablar con gente que vivió en algunos de los lugares y que fue testigo de algunos de los acontecimientos que describo en esta novela. Había infinidad de recuerdos felices, pero para algunos compartir esas historias supuso una valentía increíble, porque todavía estaban tocados por las experiencias que habían vivido en China en los años de guerra, avergonzados por las humillaciones de Angel Island o el Programa de Confesiones, o apenados por la pobreza y las penalidades que habían sufrido en el Chinatown de Los Ángeles. Algunos han preferido mantenerse en el anonimato. Quiero decirles a ellos y a todos los demás que me han ayudado, que este libro no existiría sin sus relatos ni su fidelidad a la verdad.

Quiero expresar mi gratitud a Michael Woo por haberme dejado una copia de las memorias manuscritas de su madre, Beth Woo, donde describe sus clases de inglés a los soldados japoneses, los contratos de matrimonio que le presentaban por escrito, y lo que significó para ella escapar de China en un barco de pesca y vivir en Hong Kong durante la guerra. El marido de Beth, Wilbur Woo, que fue separado de su mujer en Los Ángeles, compartió conmigo numerosas historias de esos días y me presentó a Jack Lee, quien me habló del agente del FBI que se paseaba por Chinatown en la época del Programa de Confesiones. Phil Young me presentó a su madre, Monica Young, cuyos recuerdos de niña huérfana deportada a China durante la guerra sino-japonesa resultaron inestimables. Monica también me prestó un ejemplar de las memorias de las misioneras Alice Lan y Betty Hu, We Flee from Hong Kong, donde se describe el ungüento a base de crema hidratante y cacao en polvo que formaba parte de su disfraz cuando ellas y las personas que tenían a su cargo trataban de escapar de los japoneses.

Ruby Ling Louie y Marian Leng, cuyas respectivas familias tenían negocios en China City, me mostraron mapas, fotografías, folletos y otros objetos de interés, entre ellos las excelentes diapositivas de Paul Louie sobre China City. Gracias muy especialmente a Marian por su charla sobre la diferencia entre fu yen y yen fu. Entre los que compartieron generosamente su tiempo y sus historias conmigo se encuentran el doctor Wing y Joyce Mar, Gloria Yuen, Mason Fong y Akuen Fong. Ruth Shannon me dio permiso para utilizar el nombre de su querido marido. (En apariencia, mi Edfred no se parece en nada al de Ruth, pero ambos tenían buen corazón.) Eleanor Wong Telemaque y Mary Yee me contaron historias de lo que les sucedió a sus familias durante el Programa de Confesiones.

También recuperé entrevistas que había hecho años atrás, cuando me documentaba para escribir On Gold Mountain. Dos hermanas, Mary y Dill Louie, ambas fallecidas ya, me hablaron de los chinos en Hollywood. Jennie Lee me contó de los años que su marido pasó trabajando para Tom Gubbins y me explicó lo que significaba dirigir la Asiatic Costume Company después de la guerra.

Quiero dar las gracias, una vez más, a los Archivos Nacionales de San Bruno. Las escenas de los interrogatorios de Las chicas de Shanghai están tomadas, casi palabra por palabra, de las entrevistas a la señora Fong Lai (Jung-shee), la mujer de uno de los socios de papel de mi bisabuelo, y de las transcripciones de las de mi bisabuelo Fong See y su hermano Fong Yun.

Estoy en deuda con Yvonne Chang, de la Chinese Historical Society of Southern California, por permitirme el acceso a las transcripciones de un proyecto de historia oral sobre el Chinatown de Los Ángeles realizado entre 1978 y 1980. Algunos de los que participaron en ese proyecto ya han fallecido, pero sus relatos han sido recuperados y salvados. La CHSSC colabora actualmente con el Chinatown Youth Council de Los Ángeles para crear el Chinatown Remembered Community History Project, un proyecto de historia oral filmada que se centra en los años treinta y cuarenta. Quiero dar las gracias a la CHSSC y a Will Gow, el director del proyecto, por dejarme ser una de las primeras en leer esas transcripciones. Las publicaciones de la CHSSC -Linking Our Lives, Bridging the Centuries y Duty and Honor- fueron decisivas en mi elección de un espacio y un tiempo para esta historia. Suellen Cheng, del Chinese American Museum y El Pueblo de Los Ángeles Historical Monument me ha dado, una vez más, ánimo, consejos y opiniones.

Como no soy ni historiadora ni académica, me he basado en las obras de Jack Chen, Iris Chang, Ronald Takaki, Peter Kwong, Dusanka Miscevic e Icy Smith. El documental de Amy Chen, The Chinatown Files, me ayudó a ilustrar la amargura, el sentimiento de culpa y la tristeza que provocó el Programa de Confesiones. Muchas gracias a Kathy Ouyang Turner y a la Fundación del Centro de Inmigración de Angel Island por llevarme a la isla; a Casey Lee, por guiarnos por las instalaciones; a Emma Woo Louie, por su investigación sobre los nombres chino-americanos; a Sue Fawn Chung y Priscilla Wegars, por su trabajo sobre los ritos funerarios de los chinos americanos; a Theodora Lau, por su brillante análisis del horóscopo chino; a Liz Rawlings, que ahora vive en Shanghai, por ayudarme a comprobar los datos; y a Judy Yung por Unbound Feet, por las experiencias de su familia, por recoger tantas historias sobre Angel Island y los años de guerra, y por contestar a mis preguntas. También estoy agradecida por la amistad, las recomendaciones y los consejos de Ruthanne Lum McCunn. Him Mark Lai, el padre de los estudios chino-americanos, respondió a numerosos correos electrónicos y demostró ser una persona reflexiva y que invita a la reflexión, como siempre. Island, escrito y recopilado por Him Mark Lai, Genny Lim y Judy Yung, y Chinese American Portraits, de Ruthanne Lum McCunn, ya me inspiraron en el pasado y siguen inspirándome.

He estado varias veces en Shanghai, pero las obras de Hallet Abend, Stella Dong, Hanchao Lu, Pan Ling, Lynn Pan y Harriet Sergeant han aportado mucho a esta novela. En una serie de correos electrónicos, Hanchao Lu también me aclaró algunas preguntas que habían quedado pendientes sobre los límites geográficos de Shanghai en los años treinta. El personaje de Sam, pese a tener un destino y una actitud ante la vida muy diferentes, está influenciado por la novela proletaria Rickshaw, de Lao She. Para la historia de la publicidad, las modelos de carteles y la indumentaria de Shanghai acudí a las obras de Ellen Johnston Laing, Anna Hestler y Beverley Jackson. También me metí de lleno en las obras de escritores chinos que escribieron entre 1920 y 1940, sobre todo en las de Eileen Chang, Xiao Hong, Luo Shu y Lu Xun.

Asimismo, quiero manifestar mi agradecimiento a Cindy Bork, Vivian Craig, Laura Davis, Mary Healey, Linda Huff, Pam Vaccaro y Debbie Wright -quienes durante un mes participaron conmigo en una charla on line de Barnes & Noble-, por sus opiniones y sus ideas; al 12th Street Book Group por recordarme que las hermanas son para toda la vida; y a Jean Ann Balassi, Jill Hopkins, Scottie Senalik y Denise Whitteaker -quienes me ganaron en una subasta silenciosa y luego viajaron a Los Ángeles, donde los acompañé en una visita al Chinatown y les presenté a varios miembros de mi familia-, por ayudarme a encontrar el núcleo emocional de la novela.

Me considero extraordinariamente afortunada por tener de agente a Sandy Dijkstra. Ella y el resto de las mujeres de su agencia luchan por mí, me animan y me empujan a nuevos mundos. Michael Cendejas me ha ayudado a navegar por el mundo del cine. Al otro lado del charco, Katie Bond, mi editora de Bloomsbury, siempre ha conservado el buen humor. Bob Loomis, mi editor de Random House, es la bondad personificada. Me encantan nuestras conversaciones y sus disparatadas puntualizaciones. Pero también quiero dar las gracias al resto del personal de Random House por hacer que estos últimos años hayan sido tan extraordinarios, especialmente a Gina Centrello, Jane von Mehren, Tom Perry, Barbara Fillon, Amanda Ice, Sanyu Dillon, Avideh Bashirrad, Benjamin Dreyer y Vincent La Scala.

Unas últimas palabras de gratitud para Larry Sells, por su ayuda con todo lo relacionado con Wikipedia y por dirigir mi Google Group; para Sasha Stone, por dirigir mi sitio web con tanta profesionalidad; para Susan M.S. Brown, por su impecable corrección de pruebas; para Suzy Moser de la Biblioteca Huntington, por conseguir que me dejaran fotografiarme en el Chinese Scholar's Garden; para Patricia Williams, por tomar esa hermosa fotografía; para Tyrus Wong, que ya tiene noventa y ocho años, por seguir confeccionando y volando cometas chinas; para mi prima Leslee Leong, por vivir conmigo en el pasado; para mi madre, Carolyn See, por su agudo criterio; para mis hermanas, Clara, Katharine y Ariana, por todas las razones imaginables y más; para mis hijos, Christopher y Alexander, por hacer que esté orgullosa de ellos y por apoyarme en tantos sentidos; y por último, para mi marido, Richard Kendall, por darme ánimo cuando tengo que esforzarme, humor cuando me deprimo, y un amor infinito todos los días.

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