Belfast

1975

16

Eran casi las cuatro de la madrugada. Devlin se levantó y abrió la puerta de la sacristía. Ahora, la ciudad estaba en calma, aunque se percibía el olor acre a humo. Empezaba a llover. Se estremeció y encendió un cigarrillo.

– No hay nada como una mala noche en Belfast.

– Dígame algo -le pregunté-. ¿Volvió a tener tratos alguna otra vez con Dougal Munro?

– Oh, sí -me contestó-. Varias veces con el transcurso de los años. Al viejo Dougal le gustaba la buena pesca.

Como siempre, me resultó difícil tomármelo en serio, así que lo volví a intentar.

– Está bien, ¿qué sucedió después? ¿Cómo se las arregló Dougal Munro para mantenerlo todo en secreto?

– Bueno, debe recordar que sólo Munro y Cárter sabían quién era realmente Steiner. Para el pobre teniente Benson, la hermana María Palmer y el padre Martin no era más que un prisionero de guerra, un oficial de la Luftwaffe.

– Pero¿y Michael Ryan y su sobrina? ¿Y los Shaw?

– La Luftwaffe empezó a bombardear de nuevo Londres a principios de aquel año, en lo que se conoció como el pequeñoblitz. Eso fue algo muy conveniente para la inteligencia británica.

– ¿Porqué?

– Porque las incursiones aéreas produjeron muertos, gentes como sir Maxwell Shaw y su hermana Lavinia, muertos en Londres durante un ataque de la Luftwaffe en enero del cuarenta y cuatro. MireThe Times de ese mes. Allí encontrará una esquela mortuoria.

– ¿Y Michael Ryan y Mary? ¿Y Jack y Eric Carver?

– Ellos no aparecieron enThe Times, aunque terminaron en el mismo sitio, un crematorio del norte de Londres, convertidos en un par de kilos de cenizas grises, y sin necesidad de ser sometidos a autopsia. Todos ellos incluidos en las listas de víctimas de los bombardeos.

– Nada cambia -dije-. ¿Y qué fue de los demás?

– Canaris no duró mucho más tiempo. Algo más tarde, en ese mismo año, perdió el favor del Führer. Luego, en julio, se produjo el atentado contra la vida de Hitler. Canaris fue detenido, entre otros. Lo mataron durante la última semana de la guerra. Siempre se ha especulado sobre si Rommel estuvo involucrado o no en el atentado, pero el Führer creyó que lo estaba. No pudo soportar la idea de tener que revelar que el héroe del pueblo era un traidor a la causa nazi, de modo que a Rommel se le permitió la alternativa de suicidarse, con la promesa de que no se haría nada contra su familia.

– Qué bastardos fueron todos -dije.

– Todos sabemos lo que le ocurrió al Führer, enjaulado en su búnker hasta el final. Himmler intentó escapar. Se afeitó el bigote, y hasta se puso un parche en un ojo. Eso no le sirvió de nada. Cuando le atraparon, se tomó una cápsula de cianuro.

– ¿Y Schellenberg?

– Ése sí que fue un hombre, el viejo Walter. Al regresar, consiguió engañar a Himmler. Le dijo que nosotros le habíamos dominado. La herida le ayudó a corroborar su versión. Se convirtió en jefe de los servicios secretos combinados antes del fin de la guerra. Sobrevivió a todos. Cuando se llevaron a cabo los juicios por crímenes de guerra, lo único de lo que pudieron acusarle fue de haber sido miembro de una organización ilegal, las SS. En el juicio aparecieron toda clase de testigos que declararon en su favor, y entre ellos hubo incluso judíos. Sólo estuvo un par de años en prisión y luego lo dejaron en libertad. Murió en Italia en el cincuenta y uno…, de cáncer.

– Y eso es todo -dije yo.

Él asintió con un gesto.

– Nosotros salvamos la vida de Hider, ¿hicimos lo correcto? -Se encogió de hombros-. En aquellos momentos pareció tratarse de una buena idea, pero me imagino muy bien por qué han impuesto cien años de secreto sobre ese expediente.

Abrió la puerta de nuevo y echó un vistazo al exterior.

– ¿Y qué ocurrió después? -seguí preguntando yo-. Quiero decir, con usted, con Steiner y con Asa Vaughan. Sé que usted fue profesor en una universidad estadounidense después de la guerra, pero ¿qué ocurrió mientras tanto?

– Ah, Jesús, hijo mío, ¿no le parece que ya he hablado suficiente? Le he proporcionado material suficiente para escribir otro libro. El resto tendrá que esperar hasta la próxima ocasión. Ahora, debería regresar usted a su hotel. Yo le acompañaré un trecho.

– ¿Le parece seguro?

– Bueno, usted está completamente limpio si nos encontramos con una patrulla del ejército, ¿y quién va a preocuparse por un viejo y pobre sacerdote como yo?

Se puso un sombrero y un impermeable sobre la sotana y cubrió a ambos con el paraguas abierto. Caminamos por las calles desiertas, pasando aquí y allá ante lugares devastados por los atentados con bombas.

– ¿Quiere contemplar este lugar? -dijo-. Callejones llenos de ratas, donde los hombres muertos dejaron sus huesos.

– ¿Por qué continúa usted? -le pregunté-. ¿Por qué seguir con las bombas, con los asesinatos?

– Cuando empezó todo esto, en agosto del sesenta y nueve, pareció tratarse de una buena idea. Multitudes protestantes trataban de quemar a los católicos, y la policía especial B les echaba una mano.

– ¿Y ahora?

– Si quiere que le sea franco, hijo, empiezo a cansarme y, además, nunca me gustaron los objetivos indiscriminados, las bombas que matan a los viandantes, las mujeres y los niños. Esa granja situada por encima de la bahía de Killala, ¿recuerda? Mi vieja tía Eileen me la dejó en herencia, y siempre que quiera me espera un trabajo como profesor de inglés en el Trinity College de Dublín. -Se detuvo en una esquina y husmeó el aire, lleno de humo-. Ha llegado el momento de largarse de aquí y dejar a los que quieran seguir.

– ¿Quiere decir que finalmente se ha cansado de que el juego lo maneje a usted, en lugar de ser usted quien juegue el juego?

– Eso es lo que siempre dice Steiner -asintió con un gesto.

– Interesante -comenté-. Ha hablado usted en presente.

– ¿De veras? -replicó sonriéndome. De repente, empezó a llover más fuerte. Estábamos en la esquina de Falls Road. En la distancia se veían una patrulla del regimiento paracaidista y un vehículo blindado-. Creo que le voy a dejar aquí, hijo.

– Es una sabia decisión -asentí estrechándole la mano.

– Puede usted buscarme en Killala siempre que quiera. -Se volvió y, antes de alejarse, se detuvo un instante-. Ah, y una cosa más.

– ¿Qué es?

– En cuanto a esa chica Cohén, el accidente cuyo conductor se dio a la fuga… Tenía usted razón. Fue algo conveniente para alguien. Yo, en su lugar, vigilaría a mis espaldas.

Encendí un cigarrillo protegiendo la llama con las manos y le vi alejarse, con la sotana balanceándose alrededor de sus tobillos como si fuera una falda, con el paraguas abierto para protegerse de la lluvia. Miré hacia abajo, por Falis Road. Ahora, la patrulla se había acercado más, pero, al volverme para echar un vistazo a Liam Devlin, éste ya no estaba. Había desaparecido entre las sombras, como si nunca hubiera estado allí.

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