CAPÍTULO 01

Un helado viento barrió la calle principal de Lake Grove. Carrie Reynolds sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, tintándole la nariz de un vivo color granate. Al acercarse a la fachada del edificio que albergaba su agencia de viajes, "Aventuras Inc.", observó los llamativos carteles que había colocado en el escaparate con la esperanza de atraer nuevos clientes.

Fiji. Una escapada exótica, playas de finísima arena… hombres bronceados y mujeres con minúsculos biquinis… cuerpos brillando bajo el sol…

El invierno era siempre la peor época del año. Cuatro meses interminables de cielos plomizos y de un frío que helaba hasta los huesos, salpicados de unos pocos días soleados. Además, el omnipresente viento del Lago Michigan era capaz de convertir Chicago y sus alrededores en lo más parecido a una Siberia urbana. Sin embargo, a pesar de que el invierno era malo para el estado de ánimo, era bueno para los negocios. Al mirar a través del cristal de la ventana, Carrie notó que había al menos tres clientes que estaban esperando ser atendidos. Y otro en la mesa de Susan…

– Es él -murmuró Carrie, sin poder apartar la mirada del hombre que estaba sentado a la mesa de su socia, Susie Ellis.

Carrie hubiera reconocido a Dev Riley en cualquier parte, incluso a distancia, y estando él de espaldas y las gafas de Carrie empañadas.

Carrie se tocó el enorme gorro de punto que se había puesto en la cabeza antes de salir de casa. Aquella mañana no se había preocupado en absoluto de su pelo. Ni del maquillaje. Un abrigo de lana, más grande de la cuenta, escondía lo peor de sus pecados: un grueso jersey verde y unos pantalones de pana deslucidos.

Durante un momento, a ella le pareció que tendría tiempo para volver corriendo a casa y cambiarse. Solo vivía a unas pocas manzanas. Sin embargo, en aquel momento, Dev Riley se puso de pie y le dio la mano a Susan. Antes de que Carrie pudiera pensar en otro plan, él se dirigió a la puerta de la agencia con su habitual porta-billetes azul en la mano.

– Dios -musitó ella, mirando a su alrededor para encontrar un sitio en el que esconderse.

Sin saber lo que hacer se caló más el gorro y se subió las solapas del abrigo, dándose la vuelta rápidamente para disponerse a cruzar la calle. Desgraciadamente, el tacón del zapato se le resbaló en una zona helada de la calle. En un suspiro, Carrie se vio sentada en medio de la acera. El gorro le había salido volando y yacía a su lado. La mochila estaba al lado del bordillo de la acera, con el contenido de la botella de zumo de uva negra que se había llevado de casa formando un pequeño charco morado encima de la acera. Además, se le habían torcido las gafas al enredársele en el pelo.

Carrie intentó ponerse de pie, pero el hielo convirtió aquella sencilla maniobra en algo peligroso. Si solo pudiera ponerse de pie, tal vez podría…

– ¿Se encuentra bien?

Él tenía la voz tal y como ella se la había imaginado, cálida y llena de matices, el tipo de voz que podía seducir a una mujer con solo unas pocas palabras. Carrie nunca le había oído hablar. Siempre que él iba a la agencia, ella encontraba una excusa para esconderse en la sala de las fotocopias o en el cuarto de baño, es decir, en cualquier lugar que le permitiera vigilarlo. Teniendo en cuenta que Devlin Riley tenía al menos dos viajes de negocios al mes, Carrie se había convertido en una experta en aquel tipo de maniobras.

– ¿Puedo ayudarla?

Al intentar apartarse el pelo de los ojos, Carrie dejó caer las gafas. Ella tuvo que contener el aliento al ver que él le extendía la mano, con los largos dedos enfundados en unos elegantes guantes de cuero negro.

– No, gracias. Estoy… bien -consiguió ella decir por fin.

– Por favor -insistió él, inclinándose sobre ella con una sonrisa. -Déjeme ayudarla. ¿Se ha hecho daño?

Carrie negó con la cabeza y estaba a punto de rehusar su ayuda de nuevo cuando él le tomó la mano y suavemente le pasó el brazo por la cintura.

Él era mucho más alto de lo que él se había imaginado. A duras penas ella le llegaba con la frente a la barbilla. Los hombros, resaltados por el elegante corte de un abrigo de cachemir, eran de una anchura imposible. Carrie no pudo mirarlo a los ojos. Solo sabía que eran de un misterioso tono azul. Sin embargo, si pudiera mirarlo, una vez… Cuando por fin consiguió hacerlo, ya no pudo apartar la mirada.

– Verde -musitó ella, asombrada. ¿Cómo se los habría podido imaginar de color azul?

– ¿Verde?

– Verlo -corrigió ella, disimulando, mientras se apartaba de él. -Yo… el hielo… Me preguntaba cómo no he podido verlo…

Él asintió y se inclinó para recogerle las gafas, que le puso con mucho cuidado, empujándolas suavemente por el puente de la nariz.

– Ya está. Así lo verá mejor.

– Gracias -dijo ella, observando cómo él le recogía también la mochila. Se movía con ágiles movimientos, mientras el viento le revolvía el pelo y la tenue luz de la mañana le resaltaba el perfil. -Maravilloso…

– ¿Cómo dice? -preguntó él, incorporándose.

Carrie se maldijo mentalmente. Tenía que aprender a controlar el hábito de hablar consigo misma, que había adquirido a lo largo de los últimos ocho años de vida en solitario. De aquella manera, al menos su voz, en conversación con las plantas y con el gato, llenaba la casa de sonidos.

– Maravilloso -repitió ella, mirando al cielo gris. -Creo que va a hacer un día maravilloso.

– ¿Usted cree? -preguntó él, con otra devastadora sonrisa. -Tenía entendido que iba a nevar. Han dicho que caerán unos diez centímetros.

– Yo creía que iban a ser quince -replicó ella.

En aquel momento, un incómodo silencio se produjo entre ellos. Aunque Carrie deseaba apartar la mirada de él, no pudo. No estaba segura de que fuera a volver a tener una oportunidad como aquella. Y el verdadero Dev Riley era mucho mejor que el que ella imaginaba en sus fantasías.

Finalmente, fue él quien rompió el silencio, aclarándose la garganta.

– Bueno, ¿está segura de que se encuentra bien?

– Sí.

– Me alegro. En ese caso, tengo que marcharme.

Entonces, él le dedicó una última sonrisa, se dio la vuelta y se marchó. Cuando ella estaba a punto de dejarse caer de rodillas de nuevo de pura mortificación, él se volvió, con lo que ella tuvo que recobrar la compostura rápidamente.

– Tal vez quiera parar en la agencia de viajes -le dijo él, -y decirles que la acera está muy resbaladiza por el hielo. Deberían poner sal.

– ¡Yo… lo haré! -respondió Carrie, con todo su entusiasmo. Luego se cargó la mochila al hombro. -Sí -murmuró. «Entraré allí y le diré a la dueña que es una idiota».

Con una risa amarga, Carrie abrió la puerta de la agencia y entró. Se estaba tan caliente en el interior que los cristales de las gafas se le empañaron enseguida. Cuando se le aclararon, vio a Susie de pie delante de ella.

– No me puedo creer que hayas hablado con Dev Riley. ¡Por fin has reunido las fuerzas para hacerlo! ¿Qué te ha dicho? ¿Qué le has dicho tú?

– Me caí -explicó Carrie, mirando a los clientes que estaban esperando. Rápidamente se dirigió hacia su mesa. -Y él me ayudó a levantarme. Yo le di las gracias. Con decirte que he debido parecerle una completa idiota te lo digo todo.

Ella dejó la mochila al lado de su silla y luego se quitó el abrigo y los mitones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había perdido el gorro con el viento.

– Bueno, era un gorro muy feo -musitó Carrie, mientras se dirigía a la sala de fotocopias a prepararse un café. -Necesito un donut.

Los pasteles con un alto nivel de calorías siempre la habían ayudado a tranquilizarse los nervios a primera hora de la mañana. Las patatas fritas eran lo único que le funcionaba después de las once. Por la tarde, tenía que recurrir al chocolate, en cualquiera de sus formas. Y antes de irse a la cama, tenía que tomarse un helado.

– ¡Quiero saber lo que has dicho! -exclamó Susie, pisándole los talones. -Has estado casi dos años soñando con ese hombre, babeando cada vez que él entraba en la agencia.

– ¡Eso no es cierto! Ahora, ¿quieres dejar de seguirme y ocuparte de los clientes?

– Ya lo estoy haciendo. Me estoy ocupando de Dev Riley.

Carrie reprimió un gruñido. Había veces en las que se arrepentía de no haber permanecido como única propietaria. Sin embargo, la agencia de viajes «Aventuras Inc.» se había hecho demasiado popular como para que la dirigiera solo una persona. Así Susie había pasado de ser una empleada indispensable a una aspirante a socia y había ido comprando poco a poco parte del negocio. Además, se había convertido en la mejor amiga, y torturadora, de Carrie.

A cambio, Carrie se había visto relevada de todas las tareas que no le gustaban del negocio de los viajes, como por ejemplo viajar. Susie la había interrogado sobre su vida personal con tanta insistencia que ya no había secretos entre ellas.

– Yo no sueño con Dev Riley -musitó Carrie, mientras se servía una taza de café. -Yo admiro su… abrigo -añadió por fin, sin saber si confesar que era su cara, su cuerpo. -Sí, eso es. Creo que tiene un gusto exquisito. Era de cachemir.

– Y tú no podrías decirme ninguna mentira menos creíble que esa. De hecho, es bueno que por fin hayas hablado con él. Eso es un gran paso para ti. Las dos sabemos que ya va siendo hora de que tengas una vida real. Una vida real con un hombre real.

– Ya tengo una vida -respondió Carrie, con la boca llena de donut.

– Tienes una profesión -la corrigió Susie. -Las dos sabemos que no has vivido nada desde que tenías diez años.

Susie tenía razón. La vida de Carrie había sido idílica hasta que su madre había muerto, casi veinte años atrás, cuando ella tenía diez años. Después de eso, al ser hija única, Carrie se había convertido en la mujer de la casa. Se había pasado la vida limpiando, cocinando, planchando y lavando para su padre. Y cuando no hacía eso, estaba con los deberes. Gran estudiante, Carta Louise Reynolds era la única persona en la historia del Instituto de High Grove que había ganado el premio de geografía durante cuatro años consecutivos.

Cuando llegó la hora de ir a la universidad, Carrie había decidido rechazar una beca en una prestigiosa universidad del este y decidió asistir a una pequeña facultad que estaba cerca de su casa. No le importaba tener que cuidar de su padre. Carrie lo quería más que a nadie y le gustaba que él la necesitara. Además, así tenía siempre una excusa para evitar todos los acontecimientos sociales que podía, como citas, bailes… chicos. Siempre tenía algo que hacer en casa.

De hecho, ya casi se había resignado a pasarse la vida como profesora de geografía cuando su padre hizo algo que la dejó muy sorprendida. En la semana en la que Carrie se graduaba en la universidad, John Reynolds anunció que se retiraba, se compró un piso en Florida, puso la casa familiar a nombre de su hija y le entregó un cheque por diez mil dólares. Básicamente, era decirle que ya iba siendo hora de que los dos vivieran.

Entonces, Carrie decidió comprar una pequeña agencia de viajes en el distrito de Lake Grove, un precioso barrio residencial de Chicago, en el que había mucho dinero. Se había creado su propio hueco en los negocios dedicándose a los viajes de aventuras, como ir de marcha por los Himalaya, viajar en balsa por el río Amazonas… Así se había conseguido hacer una clientela joven que había sido la clave para el rápido crecimiento de «Aventuras Inc.»

– ¿Carrie?

Miró a Susie y forzó una sonrisa, con la mente puesta ya en las comisiones de las compañías aéreas.

– De verdad. Tengo intención de crearme una vida propia. En cuanto tenga tiempo…

– Bueno, pues te sugiero que empieces esta misma mañana -le dijo Susie. -Ya has hablado con Dev Riley, el objeto de tus fantasías. Ahora, creo que deberías dar el siguiente paso.

– ¿El siguiente paso?

– Llámalo. Pídele que salga contigo, por ejemplo a comer, con la excusa de darle las gracias por recogerte de la acera. Yo tengo su número.

– Tiene novia. ¿No te acuerdas de que me lo dijiste? Además, ¿por qué iba a aceptar que yo lo invitara a comer?

Carrie sabía que no tenía que engañarse. Dev Riley nunca se sentiría atraído por ella, una mujer algo estúpida, socialmente inepta, con gafas de culo de vaso y una horrible permanente. Carrie tendría más posibilidades de que le tocara la lotería.

Al mirar su reflejo en la cafetera, se pasó los dedos por el pelo. Si se hubiera preocupado más de su aspecto aquella mañana, tal vez se hubiera sentido de un modo diferente. Sin embargo, Carrie siempre se había vestido de un modo que la hacía invisible para el sexo opuesto. Tal vez era para protegerse a sí misma de los rechazos que pudiera sufrir.

– Yo no podría hacerlo.

– Nunca lo sabrás a menos que pruebes -insistió Susie.

– Me diría que no -insistió ella, colocándose las gafas y llenándose los cristales de azúcar del donut.

– Tal vez no.

– ¡Venga ya! Sí, seguro que él agradecería el cambio de salir con las maravillosas mujeres con las que sale y saldría conmigo. De cuerpos de modelos a muslos fláccidos. ¿Quién está viviendo ahora en un mundo de fantasía?

– Si esperas demasiado, perderás la oportunidad.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Acabo de ayudarlo a planear unas románticas vacaciones. Para dos. Ha estado aquí a recoger los billetes. Estas son las primeras vacaciones que le organizo. Siempre son viajes de negocios. Sin embargo, esta vez, me pareció que estaba dispuesto a hacerle la «pregunta» a su acompañante de viaje. Se llama Jillian. Jillian Morgan.

– ¿Me estás diciendo que crees que se va a casar? -preguntó Carrie, que se sentía como si le hubieran atravesado el corazón.

Tras darse la vuelta para ocultar lo que sentía en aquellos momentos, no pudo dejar de preguntarse cómo podría sentirse así por un hombre que casi no conocía. ¡Él solo era una fantasía!

– Seamos prácticas -dijo Carrie, respirando profundamente. -Un hombre como Dev Riley nunca se fijaría en mí. Además, acabo de hacer el ridículo con él. Casi no podía articular dos palabras juntas. Yo no sé hablar con los hombres.

– Hacer el ridículo es muchas veces parte de la vida… y del amor. Todos lo hacemos. Lo único que pasa es que tú pareces hacerlo con más frecuencia que el resto de la gente, pero eso es parte de tu encanto.

– ¿De mi encanto?

– Carrie, tú diriges una de las agencias de viajes con más éxito de la ciudad. Eres una mujer de negocios muy respetada. Eres lista y divertida y también bonita. Lo único que tienes que hacer es prestar más atención a tu aspecto.

– Y también soy la persona más aburrida que conozco -le espetó Carrie.

– Bueno, eso es algo que podemos cambiar. Todos los días, tú planeas exóticas vacaciones para tus clientes. Sin embargo, tú nunca has tenido una aventura, ni siquiera unas vacaciones.

– Viajar sola parece tan… desesperado. Da pena. Y, además, siempre me ha dado un poco de miedo.

– Entonces, déjame planear unas vacaciones para ti. Yo me encargaré de prepararlo todo. Te garantizo que, cuando vuelvas, serás una persona diferente.

– No sé…

– ¡Anímate! Da el primer paso. Te prometo que no lo lamentarás.

Carrie dio otro mordisco al donut. Susie tenía razón. ¿Cómo podría esperar que un hombre como Dev Riley la encontrara interesante cuando ni ella misma se encontraba interesante? Él viajaba por todo el mundo, ella se limitaba a leer folletos de vacaciones. Él tenía relaciones sexuales con regularidad. Las de ella eran tan frecuentes como las elecciones presidenciales.

Tal vez lo que tenía que hacer era animarse un poco la vida. Tenía casi treinta años y se había pasado los últimos doce meses soñando con un hombre que jamás podría tener. Ya iba siendo hora de que saliera al mundo. Tenía que haber al menos otro hombre como Dev Riley esperando a la mujer de sus sueños.

– Entonces, ¿qué vas a hacer, Carrie Reynolds? ¿Tengo que recordarte que vas a cumplir treinta dentro de dos meses? ¡El mundo te está esperando!

– Lo pensaré -replicó Carrie. -Ya te lo diré.

– ¿A lo largo de la mañana?

– Esta semana.

– Tiene que ser hoy -insistió Susie. -¡El resto de tu vida tiene que comenzar hoy mismo!

Si no estás metida en un avión al final de la semana ya no me preocuparé más por ti.

Susie salió del cuarto de las fotocopiadoras, dejando a Carrie para que considerara aquella sugerencia. En realidad, Carrie ya había intentado cambiar su vida. La permanente había sido el primer paso, una decisión espontánea de la que se había arrepentido. En realidad, llevaba días pensando en pintar la casa de nuevo o tal vez en comprarse otro coche. Sin embargo, la preciosa fotografía del salón de belleza de la esquina le había nublado el sentido común. Una parte de su corazón había esperado que un nuevo estilo en el peinado le sirviera para tener más confianza en sí misma. Y que lo hiciera más atractiva para el sexo opuesto.

Si de verdad quería un hombre como Dev Riley tendría que convertirse en el tipo de mujer que él deseaba: arriesgada, segura de sí misma. Una mujer de mundo. Una mujer que pudiera hablar de cualquier cosa y que no se atiborrara de donuts cada vez que se sentía deprimida.

– Lo haré -murmuró Carrie, tirando el donut a la basura. -¡Lo haré, aunque haga el ridículo intentándolo!


Para cuando el taxi llegó al destino de vacaciones de Carrie, ella estaba deseando echarse una siesta. El vuelo a Miami había sido un infierno. Solo era la tercera vez que Carrie tomaba un avión en toda su vida. Desde que despegaron, no se había retirado la bolsa de papel de debajo de la barbilla, e intentando olvidarse de las náuseas, se había concentrado en Serendipity, el lujoso complejo turístico para solteros que Susie le había reservado.

Había tardado unos días en decidirse, pero finalmente había aceptado el destino de vacaciones que Susie había elegido para ella. ¿Qué podría ser mejor para empezar sus prácticas que un lugar lleno de solteros?

Carrie había estudiado tantos folletos de viajes durante tantos años que se podía imaginar el lugar con toda claridad: palmeras meciéndose con la brisa del mar, el ruido del océano, un balcón con vistas a la playa y todo lo necesario para mimarse todo lo que quisiera.

Tal vez incluso podría salir de su habitación para echarles un vistazo a los solteros. Tendría que asegurarse de conseguir unas buenas historias y unos cuantos hombres guapos que describir para poder contárselo a Susie. Tal vez no era el vuelo lo que le hacía sentir náuseas sino las perspectivas de tener algún tipo de relación con el sexo opuesto.

Incluso, tal vez fuera la velocidad a la que se movía el taxi por la carretera. Cuando finalmente salió del caluroso coche para encontrarse con el húmedo calor de Miami, creyó estar a punto de desmayarse.

– Esta es la razón por la que no viajo -murmuró ella, ajustándose el sombrero de paja a la cabeza.

Todas aquellas sensaciones la hacían sentirse fuera de su elemento. Mientras intentaba recuperarse, el taxista le sacó el equipaje del maletero y se lo puso a los pies para luego ponerse a buscarle un botones. Pero no había ni uno solo a la vista… probablemente porque tampoco había complejo turístico. Estaban aparcados al lado de un paseo marítimo brillantemente iluminado.

– Esto no es «Serendipity». Se supone que hay un complejo hotelero con montones de… habitaciones.

– Pues es esto -insistió el taxista, mirando el bloc de notas. -Esta es la dirección que se me ha dado. Esto es la Miamarina.

– Pero aquí no hay ningún complejo turístico -dijo ella, mirando a su alrededor. -Tiene que haber un error.

– Allí hay una señal, sobre esa valla, que dice Serendipity. Tal vez haya un barco para llegar al complejo turístico.

– ¡No! Barco no. Ya he tenido bastante con el avión. No pienso subirme en un barco.

– Bueno, señorita. Yo tengo que volver al aeropuerto. Puedo volver a llevarla al aeropuerto o puede quedarse aquí. Usted elige.

Carrie se mordió los labios. Había llegado muy lejos para tener una aventura. No podía echarse atrás por tener que montarse en un barco. Susie jamás le permitiría olvidarlo.

– Me quedo -dijo por fin, despidiendo al taxista. -Estaré bien.

El taxi se alejó a toda velocidad. Carrie suspiró. ¡Menudo modo de empezar las vacaciones! Se sentía mal, tenía calor y un fuerte dolor de cabeza, y encima se tenía que montar en un barco antes de poder tomarse una ducha y echarse una siesta. Menos mal que la gente no llevaba tan mal lo de los viajes como ella, si no, su negocio daría en quiebra enseguida.

– A la gente la encanta viajar -se aseguró. -Se supone que es divertido. Yo me estoy divirtiendo.

Carrie se pasó los dedos por el pelo, cenando los ojos con disgusto al notar los nudos. Se había pasado tres días arreglándose para su gran aventura. Se había aclarado el pelo del habitual color pardusco a rubio y se lo había cortado por los hombros. Las chicas del salón de belleza le habían depilado las cejas por lo que, cuando se marchó, Carrie no se conocía a sí misma.

Luego se había pasado un día entero en un centro comercial. Se gastaron cientos de dólares en prendas veraniegas. Después fueron al apartamento de Susie y lo metieron todo, junto con algunas cosas de Susie, en las maletas de diseño de ésta.

Carrie se frotó los ojos. Incluso se había animado a sacar las lentillas que se había comprado el año anterior, esperando mostrar los ojos azules que su peluquera consideraba maravillosos. Sin embargo, Carrie no estaba dispuesta a dejarse engañar. Ni todas las estilistas ni las peluqueras del mundo podrían convencerla de que era guapa.

Ella tenía unas curvas demasiado rotundas para estar de moda. Y era demasiado baja. Tenía el pelo indomable y los rasgos del montón. Ella era lo que todos los hombres coincidirían en denominar «una mujer corriente». Y eso sería si algún hombre se dignara a mirarla.

Tal vez ella tenía la culpa de aquella situación. Ella siempre había pensado que cuando apareciera el hombre adecuado, sería capaz de reconocer sus atributos positivos y vivirían juntos para siempre. Sin embargo, después de su loca atracción por Dev Riley, se había visto obligada a admitir que si quería tener alguna oportunidad de conseguir el amor y el matrimonio, tendría que hacer algunos cambios en su vida. Tendría que dejar de ocultarse detrás de ropas que no la favorecían y de sus gafas. Tendría que aprender a ser encantadora e ingeniosa, a actuar con confianza aunque no sintiera ninguna.

Aquel era el propósito de aquellas vacaciones. Practicar en un lugar en el que no tuviera que preocuparse por encontrarse con alguien conocido. Tendría que tragarse sus inseguridades y sus miedos. Tal vez así, cuando volviera a casa, tendría en su vida algo más que su trabajo.

– ¡A bordo!

Carrie levantó la vista y vio un hombre de pelo blanco, vestido con unos pantalones cortos, una camisa y una gorra también de color blanco. Estaba de pie al lado de un carrito cargado de helados. Era un vendedor de helados. ¡Lo que daría ella por tomarse un helado, o tal vez dos, en aquellos momentos!

– ¿Es usted la señorita Reynolds?

Ella se cubrió los ojos con la palma de la mano, para protegerlos del sol, y contempló al hombre. ¿Cómo era posible que un vendedor de helados supiera su hombre?

– Soy el capitán Fergus O'Malley -añadió el hombre, con un fuerte acento irlandés. A pesar de ser un rudo marino, tenía aspecto bonachón.

– ¿Capitán Fergus? Capitán Fergus, ¿tiene helados de chocolate y menta? ¿O almendrados? Hasta me vale un simple helado de fresa. Eso sí, de dos bolas.

– ¿Es helado lo que quiere? Ya veré lo que tenemos a bordo del Serendipity, señorita.

– ¿Cómo que a bordo del Serendipity? ¿No sería más correcto decir en Serendipity?

– No, yo me refiero al barco. Soy el Capitán Fergus O'Malley, el capitán del Serendipity. Y estoy seguro de que usted es una de mis pasajeras, Carrie Reynolds. Déjeme ayudarla con el equipaje y la acompañaré a bordo.

– A bordo -musitó Carrie. -Entonces… ¿usted no es un vendedor de helados? ¿Y Serendipity no es un maravilloso complejo hotelero con blandas camas y duchas calientes?

Carrie estuvo a punto de añadir «y hombres guapos y solteros con minúsculos bañadores», pero se lo pensó mejor.

El capitán Fergus se echó a reír como si ella hubiera dicho algo muy divertido y empezó a andar con las maletas de Carrie bajo el brazo.

– Serendipity es una nave de cincuenta y cuatro pies, una de las más lujosas para navegar por el Caribe. Tenemos una cama suave y una ducha caliente para usted, eso seguro. Además de comidas de sibarita y buenos vinos. ¿Es que no ha visto nuestro folleto?

Carrie negó con la cabeza mientras seguía al hombre. Las piernas amenazaban con doblársele de un momento a otro.

– Se suponía que estas vacaciones tienen que ser una aventura. Lo del avión y el taxi ha sido una verdadera aventura, pero lo del barco es demasiado para mí. Verá… Es que yo no nado muy bien y, como yo siempre digo, si no te quieres ahogar, es mejor que te mantengas alejada del agua. Pero resulta un poco difícil estando en un barco, ¿no le parece?

– No tiene que preocuparse por su seguridad. Además, no estaremos en el mar todo el tiempo. Haremos escalas en preciosos lugares casi todos los días a lo largo de los Cayos de Florida.

– Pero, ¿cómo se supone que voy a practicar? -musitó ella. -Susie sabía que yo quería practicar. ¿Por qué me metió en un barco en el que no hay nadie con el que practicar?

– ¿Practicar? -preguntó el capitán Fergus, deteniéndose para mirarla. -¿Qué es lo que quiere practicar?

– No importa -replicó ella. Al levantar la vista, vio un enorme velero meciéndose sobre las olas y Carrie no pudo evitar tragar saliva. -Voy a matarte, Susie Ellis. Te juro que, tan pronto como llegue a casa, vas a pagar por esto.

– Bueno, aquí está. Espero que tenga una buena travesía con nosotros, señorita Reynolds.

– Estoy segura de que me lo pasaría muy bien, si me fuera a subir a su barco, pero no puedo. Me temo que me pondría muy… enferma.

– De eso nos podremos encargar enseguida. Espere aquí y le traeré unas pastillas contra el mareo. Funcionan de maravilla.

– Eso me vendría muy bien. Yo me limitaré a sentarme aquí en este banco y contemplar el futuro. Y el inminente asesinato de mi socia.

El capitán Fergus la miró muy extrañado y luego subió al barco para desaparecer en la cabina. Unos pocos minutos más tarde, regresó con un frasco de pastillas y un enorme zumo de fratás.

– Un refresco de bienvenida -dijo él. -No tiene alcohol, pero la ayudará a tragarse la pastilla. Después de algún tiempo, se acostumbrará al movimiento. Dentro de unos pocos días ya ni siquiera lo notará.

Referente a los camarotes, el capitán Fergus tenía razón. Después de pasarse media hora en el muelle, Carrie por fin se atrevió a subir a bordo del Serendipity y comprobó todo lo que le había explicado el capitán. El camarote de Carrie era grande y lujoso, con un enorme salón y una habitación igualmente grande, con un cuarto de baño algo pequeño. Serendipity presumía de tener lo mismo que un hotel, menos otros huéspedes.

Una vez que se hubo instalado, la primer oficial y chef, la encantadora esposa del capitán Fergus, Moira, le llevó una pequeña bandeja con fruta fresca y una ensalada de langosta, que Carrie devoró con apetito.

Mientras el sol se ponía, el aire pareció detenerse, invitando al sueño. Las ropas de Carrie se le pegaban a la piel, así que ella se desnudó, deseando deshacerse de los restos de un día demasiado ajetreado. Envuelta en una toalla, se dirigió al cuarto de baño. Sin embargo, no pudo reunir fuerzas para meterse en el pequeño cubículo que servía de ducha.

Con un suspiro, volvió al camarote, se quitó la toalla y se tumbó en la cama, demasiado agotada para buscar un camisón en su equipaje. Las sábanas de algodón le daban una sensación fresca a la piel. La medicina contra el mareo le estaba produciendo una deliciosa sensación de letargo.

Carrie nunca se había acostado sin pijama, pero solo tenía la intención de echarse durante un rato. Además, ¿qué daño podía hacer si estaba sola? Después de dormir un rato, se levantaría, buscaría un teléfono y le pediría a Susie que le buscara unas verdaderas vacaciones, en un hotel de verdad.

El suave movimiento del barco parecía acunarla y finalmente acabó por dormirse. Se despertó una vez y se preguntó dónde estaba, pero luego se dejó atraer por el mundo de fantasías, satisfecha, cómoda y…

La fantasía no era una novedad. Dev Riley había formado parte de sus sueños muchas veces. Sin embargo, siempre había sido una figura vaga. Aquel sueño fue diferente. Aquella vez, parecía estar vivo en su imaginación, incluso el sonido de su voz, el color de sus ojos, su olor… Todo parecía real.

Carrie suspiró suavemente y se abrazó a una mullida almohada, estirando su cuerpo desnudo bajo las sábanas. En aquel sueño, ella era guapa y sexy, exactamente el tipo de mujer que le gustaría a un hombre como Dev. Él era apasionado y parecía completamente hechizado por los encantos de ella.

Estaban en el dormitorio de él, en la que era una de las versiones favoritas de Carrie. El tenía una cama enorme. Las velas parpadeaban en la oscuridad, bañando la habitación y el pecho de Dev de una suave luz dorada. Él se arrodillaba al lado de ella, observándola, esperando…

Sin embargo, aquel sueño nunca iba más allá. Nunca se hablaban ni se besaban. Solo se miraban… Carrie gimió y aferró aún más fuerte la almohada.

¿Por qué aquel sueño siempre se detenía antes de que empezara lo bueno?

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