De la revista Boss Detective, número del 28 de diciembre de 1974:
EL PERRO DE UNOS CAMPISTAS PROTAGONIZA
EL MACABRO HALLAZGO
¡SE BUSCA A UN MANÍACO SEXUAL!
Sin el agudo olfato de Buford, un basset de tres años, quizá nunca se habrían hallado los cuerpos de Karen Roget y Todd Millard, desaparecidos desde el día de Acción de Gracias. Buford, que pertenece al matrimonio Bradley Streep, de Sacramento, California, jugueteaba sin correa cerca de un terreno de acampada adyacente a la Ruta 66, en las afueras de Hastings, Nevada, cuando, según el señor Streep, «empezó a ladrar como un loco y se puso a escarbar la tierra. Cuando encontró el primer hueso, casi se me cayeron de la mano las galletas».
El hueso era humano y el señor Streep (que había estudiado en una escuela de quiropráctica hace unos años) lo reconoció como tal, así que corrió a la tienda en busca de su transmisor de radio. Mientras su amo se ponía en contacto con las autoridades, Buford continuó cavando y pronto encontró los esqueletos de dos cuerpos, junto con su ropa y las mochilas, que contenían sus documentos de identidad, una muda de ropa y una tienda de campaña. El perro estaba royendo felizmente un hueso del pie cuando el señor Streep regresó con el ayudante del sheriff del condado de Lewis, J. V. McClain, que se quedó boquiabierto ante la postura en que fueron hallados los esqueletos.
«Los cuerpos estaban dispuestos de un modo que… en fin… que sugería un coito -declaró el ayudante McClain a Robert Rice, corresponsal del Boss Detective-. Aunque el estado de descomposición era completo, era evidente lo que había hecho el asesino.»
Pese a estar absolutamente conmocionado, McClain solicitó refuerzos por radio e inspeccionó la ropa que había debajo de los cuerpos en la tumba. Al descubrir que los permisos de conducir pertenecían a Todd Thomas Millard, de 17 años, y a Karen Nancy Roget, de 16, ambos residentes en Sacramento, recordó que se había emitido un boletín con la desaparición de los dos jóvenes. «Habían sido vistos con vida por última vez hacía un mes aproximadamente, el 24 de noviembre, día de Acción de Gracias -dijo-, y, por el estado de los cuerpos, deduje que llevaban muertos desde entonces.»
Inmediatamente llegó el forense del condado de Lewis y estableció en seguida la causa de las muertes: «Por los desgarros y las manchas de sangre en la ropa y en las mochilas, se puede dar por seguro que murieron por disparos de arma de fuego.»
Más tarde, una patrulla de agentes rastreó la zona, pero no se encontraron proyectiles disparados, y se acordonó el escenario del crimen con la cinta amarilla. Mientras tanto, se retiraron los cadáveres de los jóvenes y los técnicos siguieron buscando pistas. El matrimonio Streep y Buford prosiguieron sus vacaciones tras recibir grandes alabanzas por parte de las autoridades del condado de Lewis, que enseguida iniciaron una investigación. Tres días después, el sheriff Roger D. Norman declaró a la prensa:
«Tenemos pocas pistas en los brutales asesinatos de Todd Millard y Karen Roget. El tiempo transcurrido entre la muerte y el descubrimiento de los cadáveres constituye un serio obstáculo. Asimismo, no hemos encontrado ningún testigo, y los familiares, amigos y conocidos de los fallecidos no nos han proporcionado pistas efectivas. Sin embargo, hemos descartado el robo como móvil y estamos centrando nuestros esfuerzos en los expedientes de los delincuentes sexuales conocidos.»
Mientras tanto, familiares y amigos desolados lloran a Todd y a Karen y rezan para que la policía encuentre al maníaco que los mató.
De True Life Sleuth, número de marzo de 1975:
MANÍACO O MANÍACOS SUELTOS POR
LAS CARRETERAS DE NEVADA/UTAH
¿ESTÁN RELACIONADOS LOS CRÍMENES?
La policía sigue atónita ante la ola de asesinatos perversamente inteligentes y al parecer aleatorios que ha barrido Utah y Nevada. Desde el día de Año Nuevo, han aparecido asesinados cuatro jóvenes de buenas familias que se habían ausentado de casa sin permiso. Los denominadores comunes han sido el robo como único móvil posible, el hecho de que las víctimas eran ricas y que no habían informado a la familia de adónde iban. Aparte de estos factores, los cuerpos de seguridad que trabajan en la investigación no están seguros de que los crímenes estén relacionados. Los cuatro fallecidos son:
Randall Hosford, de 18 años, al que encontraron en una alcantarilla a las afueras de Carson City, Nevada, el dos de enero. El muchacho vivía de la paga que le pasaba su rica familia del norte de California y se sabía que recorría los estados occidentales en autoestop llevando tarjetas de crédito y grandes cantidades de dinero en efectivo. Cuando la policía descubrió su cuerpo estrangulado, le habían vaciado la cartera. Estado de la investigación: sin pistas.
Lee Richard Webb, de 20 años, natural de Las Vegas. Hijo del propietario de un casino, el joven Webb fue visto por última vez haciendo autoestop a la salida de la ciudad el 19 de enero. Su cuerpo apareció una semana más tarde en el desierto, a cuarenta kilómetros de la meca del juego. Le habían robado y lo habían estrangulado. Estado de la investigación: sin pistas.
Coleman Loring, de 19 años, y su amigo Ralph De Santis, de 21, nacidos en la rica población de Moab, Utah, e hijos de empresarios mineros, fueron encontrados atados juntos. Les habían robado y disparado en el corazón en el interior de una cueva a las afueras de Moab, el 26 de enero. No se encontraron casquillos, aunque los grandes orificios de entrada y salida apuntan a que el arma asesina era de gran calibre. Los chicos iban a Las Vegas en autoestop para pasar el fin de semana jugando y se sabe que llevaban unos dos mil dólares en efectivo. Estado de la investigación: sin pistas.
Posdata: En el momento de cerrar la edición, nuestro corresponsal en Carson City nos ha hecho llegar el siguiente boletín:
«La policía ha recuperado las tarjetas de crédito propiedad del fallecido Randall Hosford. Un hombre sin identificar (que ha sido descartado como sospechoso del asesinato) explicó a los detectives del DPCC que conoció en un bar a un tipo de aspecto corriente, de unos veintisiete o veintiocho años, conocido como el Sigiloso, y que el tipo le vendió las tarjetas de crédito por cien dólares cada una, asegurándole que "estaban más frías que la piedra". El DPCC no ha podido localizar al Sigiloso y el hombre que compró las tarjetas ha sido acusado de comercio con bienes robados.»
De la columna «¿Ha visto usted a estas personas?», de la revista True Life Sleuth, número de junio de 1975:
Nota del editor: Normalmente, en esta columna aparecen fotografías de personas desaparecidas que nos cede el Departamento de Vehículos a Motor, pero como todas las personas enumeradas a continuación no tienen la edad mínima necesaria para poseer permiso de conducir o carecen de él, daremos sólo su descripción física así como los últimos paraderos conocidos. Desde True Life Sleuth, queremos alertar a las autoridades pertinentes de que estas cinco personas han desaparecido de dos estados colindantes en un periodo de ocho semanas.
Everett Bigelow, sexo masculino, raza blanca, natural de Provo, Utah. Visto por última vez en Provo el 4/3/75. Tiene 71 años, mide 1,77 y pesa 65 kilos. Cabello gris, ojos azules y constitución delgada. Se sabe que frecuentaba cervecerías. No posee marcas ni tatuajes que lo identifiquen.
Hazel Leffler, sexo femenino, raza blanca, 67 años, natural de Bostang, Utah. La última vez que se la vio, el 11 de marzo, estaba hablando con un hombre no identificado de raza blanca a la puerta del centro comercial Bostang. Cabello teñido de negro, ojos castaños, mide 1,68 y pesa 70 kilos. Constitución gruesa. Lleva gafas y utiliza un bastón para caminar.
Wendy Grace Sanderson, de 14 años y su vecino Carl Sudequist, de 16, ambos de Putnamville, Nevada. Vistos por última vez en una zona de picnic próxima a Putnamville, el 9/4/75. Ambos son de raza blanca. La chica mide 1,40, pesa 42 kilos, tiene cabello rubio y ojos verdes. El chico mide 1,67, pesa 62 kilos, cabello y ojos castaños. La última vez que se los vio vestían el uniforme azul marino del colegio Saint Mary, de Putnamville.
Gregory Hall, de 37 años, natural de Las Vegas, Nevada. Sexo masculino, raza blanca, mide 1,83, pesa 85 kilos, tiene el cabello castaño y los ojos azules. Visto por última vez haciendo autoestop cerca de la frontera entre Nevada y el norte de Utah el 30 de abril, y de quien se ha averiguado que tal vez sea un ex recluso que no se ha presentado a su agente de la libertad condicional. (En el próximo número de True Life Sleuth aparecerán fotos de la prisión, en la columna «¿Ha visto usted a estas personas?».)
Nota del editor: Cualquier información sobre el paradero actual de las personas arriba mencionadas debe dirigirse a la policía estatal de Nevada, la policía estatal de Utah o al teléfono gratuito de personas desparecidas de True Life Sleuth, número 1-800-DESAPARECIDAS.
De True Crime Detective, número de julio de 1975:
MACABRA MUERTE DE UN FRIEGAPLATOS
SORDO Y DEFICIENTE MENTAL
Salt Lake City, Utah, 16 de junio de 1975:
El cuerpo de un joven sordo y deficiente mental de Salt Lake City fue hallado esta mañana en las llanuras de sal próximas al Gran Lago Salado. La víctima, Robert Masskie, de 18 años, trabajaba fregando platos en el restaurante Colonial Joe, de Salt Lake City, y acababa de cobrar su sueldo de dos semanas. Cuando lo encontraron, no tenía el dinero y en estas primeras fases de la investigación se cree que el móvil fue el robo. Los compañeros de trabajo del simpático discapacitado expresaron consternación ante su muerte y el encargado de la freidora, Martin Plunkett, de 27 años, dijo: «Bobby era un autoestopista empedernido y eso es peligroso. Advierta por favor a sus lectores de que vayan con cuidado y no hagan autoestop.»
Sabio consejo. Todavía no hay pistas, pero los mantendremos al día de los avances de la investigación en el número de True Crime Detective del mes próximo.
De la revista Boss Detective, en la columna «¡Desaparecidos!», número de diciembre de 1975:
Vistos por última vez el 30/10/75 en la Interestatal 95, a las afueras de Ogden, Utah, «hablando con un joven blanco alto» que podría ser el propietario de una furgoneta último modelo de color grisáceo:
Kenneth Neufeld, de 41 años, sexo masculino, raza blanca, mide 1,80, pesa 82 kilos, tiene el cabello y los ojos castaños y un tatuaje del Cuerpo de Marines en el antebrazo derecho.
Cynthia Neufeld, de 39 años, sexo femenino, raza blanca, mide 1,62, pesa 62 kilos y tiene el cabello rubio y los ojos castaños. Sin marcas que la identifiquen.
El 1/12/75, sus hijos adolescentes denunciaron la desaparición a la policía. Se encontró su vehículo abandonado en el bosque, a las afueras de Odgen, el 4/12/75. Se ha realizado una batida completa de la zona y no se ha encontrado ninguna pista. La oficina de Personas Desaparecidas, el Departamento de Policía de Odgen y la policía estatal de Utah tienen fotos del señor y de la señora Neufeld. Para cualquier información o consulta sobre estas personas, diríjanse a los cuerpos de seguridad mencionados.
Del Boss Detective, número de abril de 1977:
¿OTRO ASESINO DEL ZODÍACO ACTÚA EN COLORADO?
¿ESTÁN RELACIONADAS LAS MUERTES DE
LOS UNIVERSITARIOS? ¿SON LAS MARCAS RITUALES
OBRA DE FANÁTICOS DE CIERTO CÓMIC?
Aspen, Colorado, es un centro abierto todo el año que atrae a gente joven que quiere divertirse y constituye la indiscutible «capital de las fiestas» invernales gracias a sus pistas de esquí y a sus acogedores albergues para esquiadores. Los jóvenes van a Aspen para relajarse y escapar de la presión de los estudios o el trabajo. En Aspen lo pueden pasar muy bien pero, desde enero de 1976, ocho estudiantes universitarios que visitaban la localidad han desaparecido de la faz de la tierra. Son los siguientes:
Cindy Keneally, de 22 años, natural de Chicago, Illinois, vista por última vez el 18/1/76.
George Keneally, de 20 años, natural de Chicago y marido de Cindy, visto por última vez el 18/1/76.
Gustavo Torres, de 23 años, natural de Sao Paulo, Brasil, visto por última vez el 26/1/76.
Mills Jensen, de 24 años, nacido en Aspen. Visto por última vez el 1/3/76.
Craig Richardson, de 17 años, natural de Glendwood Springs, Colorado, visto por última vez el 1/4/76.
Maria Kaltenborn, de 21 años, natural de Akron, Ohio, vista por última vez el 2/6/76.
John Kaltenborn, de 22 años, esposo de Maria, visto por última vez el 2/6/76.
Timothy Bay, de 16 años, natural de Glendwood Springs, visto por última vez el 18/8/76.
Los agentes que investigaron las desapariciones se apresuraron a declarar que en los centros vacacionales como Aspen hay mucha gente de paso y el año pasado, en la primavera del 76, cuando el número de personas desaparecidas llegó a cinco, descartaron la idea de que alguien les hubiera hecho daño voluntariamente. Luego, sin embargo, durante el deshielo de 1976, aparecieron los cadáveres mutilados del matrimonio Keneally y del señor Torres en los bancos de nieve fundida y ya no cupo duda de que un maníaco andaba suelto.
Las temperaturas bajo cero que se mantienen todo el invierno conservaron los cuerpos de una manera pasmosa. El señor y la señora Keneally estaban desnudos y colocados en una postura explícitamente sexual, y el señor Torres, que desapareció ocho días después que la pareja, se hallaba a pocos metros de distancia. Las tres víctimas murieron degolladas y les marcaron las letras S. S. en el torso.
Las autoridades primero creyeron que las marcas apuntaban a un asesino de ideología nazi puesto que S. S. eran las iniciales de la policía secreta de Hitler, pero luego esta hipótesis perdió peso y los homicidios fueron atribuidos al Asesino del Zodíaco, un asesino en serie que actuó en el norte de California a finales de los sesenta y principios de los setenta. Las marcas con las letras S. S. en el cuerpo eran oblicuas, de modo que parecían zetas, y el Asesino del Zodíaco (que enviaba mensajes a la policía de San Francisco declarando que «se estaba procurando esclavos para la otra vida») a veces marcaba a sus víctimas de forma similar.
Martin Plunkett, residente en Glenwood Springs, ofreció una hipótesis completamente distinta. Plunkett, de 28 años, que trabaja de bibliotecario adjunto en la biblioteca de la localidad, es aficionado a los relatos de crímenes y de pequeño había coleccionado cómics; según él, las iniciales podían ser una referencia a la Sombra Sigilosa, el villano de unas historietas famosas en los cincuenta y los sesenta. La policía de Aspen agradeció esta teoría al señor Plunkett y procedió a investigar a coleccionistas de cómics, todos los cuales, finalmente, fueron descartados como sospechosos. Tras ello, este largo y frustrante caso de asesinatos/desapariciones ha vuelto a su situación actual: sin pistas.
En una conferencia de prensa celebrada el mes pasado, Arthur Whittinghill, jefe de policía de Aspen, declaró: «Las muertes de los Keneally y de Torres fueron obra de una o varias personas, de eso no cabe duda, y sospecho que el componente sexual de los crímenes fue un subterfugio, es decir, una forma de ocultar el verdadero móvil por parte del asesino o asesinos. Las otras cinco desapariciones pueden estar relacionadas o no, y dado que los cuerpos no han aparecido, me inclino a pensar en diferentes asesinos-secuestradores. Las especulaciones en torno al libro de cómics del Zodíaco son, a mi modo de ver, absurdas, y ahora lo más importante es que todos los residentes y visitantes de Colorado sean precavidos con los desconocidos.»
Del Boss Detective, en la columna «¡Desaparecidos!» del número de noviembre de 1978:
Las nueve personas que se mencionan a continuación desaparecieron entre abril de 1977 y el día de cierre de esta edición, 15 de octubre de 1978. Todas fueron vistas por última vez en distintos lugares de Kansas y de Misuri, todas son de raza blanca y estudiantes universitarios. Los departamentos de Personas Desaparecidas de las policías estatales de Kansas y de Misuri poseen fotografías de ellas. Dirijan a dichas policías toda la información que puedan aportar. Los desaparecidos son:
Janet Cahill, 21 años, estatura 1,59, peso 48 kilos, cabello castaño, ojos azules. Vista por última vez en Holcomb, Kansas, el 16/4/77.
Walter Cahill, 17 años (hermano de Janet Cahill), estatura 1,74, peso 61 kilos, rubio, ojos azules. Visto por última vez en Holcomb, Kansas, el 16/4/77.
James Brownmuller, 24 años, estatura 1,89, peso 98 kilos, rubio, ojos azules. Visto por última vez a la entrada de Wichita Falls, Kansas, el 9/6/77.
Mary Kilpatrick, 20 años, estatura 1,53, peso 45 kilos, rubia, ojos azules, vista por última vez en Wichita Falls el 11/6/77.
Thomas Briscoe, 22 años, estatura 1,83, peso 80 kilos, cabello y ojos castaños. Visto por última vez en Wichita Falls, el 7/7/77.
Karsten Hanala, 26 años, estatura 1,87, peso 90 kilos, cabello castaño, ojos negros. Visto por última vez a las afueras de Tompkinsville, Kansas, «hablando con un tipo corpulento que conducía una furgoneta», el 6/8/77.
Christine Muldowney, 19 años, estatura 1,68, peso 70 kilos, cabello rubio, ojos azules, vista por última vez en Joplin, Misuri, el 13/3/78.
Lawrence Muldowney, 17 años, 1,85, 72 kilos, cabello rubio, ojos castaños, visto por última vez en Joplin, Misuri, el 13/3/78.
Nancy De Fazio, 20 años, estatura 1,60, peso 55 kilos, cabello negro, ojos castaños. Vista por última vez cerca de Blue Lake, Misuri, el 1/10/78.
Nota final: Dejando de lado la suposición de que hayan muerto, han aparecido tarjetas de crédito pertenecientes a algunos de los desaparecidos en transacciones recientes de todo el país y se ha detenido a dos personas que utilizaron fraudulentamente dichas tarjetas. Ambas, sin embargo, poseen sólidas coartadas para el momento de la desaparición de los propietarios de las tarjetas. Estos dos hombres han sido descartados como sospechosos después de someterlos a una rigurosa prueba del polígrafo y uno de ellos, durante dicha prueba, afirmó que «había comprado la tarjeta a un tipo que la había comprado a otro tipo con un nombre muy raro, algo así como "el Sigiloso".»
Los maté a todos, y los asesinatos/desapariciones que recogen los artículos anteriores constituyeron aproximadamente las dos terceras partes de mi cuenta de cadáveres.
Algunos fueron crímenes de oportunidad y conveniencia; otros fueron ataques contra las pesadillas que sufría tanto despierto como dormido y el ocasional impulso recurrente a vivir fantasías de la infancia. Los ejecuté todos a la perfección.
Mi herramienta básica era el Muertemóvil y mi medio básico de evitar la captura consistía en evitar por completo las pautas de conducta de los criminales. Nunca hablaba de mis hazañas, no tomaba drogas ni bebía alcohol, no compraba con las tarjetas de crédito que robaba y sólo las vendía a borrachos y a drogadictos de los bajos fondos a los que conocía en bares, unos tipos que después me describían como «grande», «alto», «joven» o «el Sigiloso», pero que serían incapaces de identificarme en una rueda de reconocimiento. Nunca mataba cuando existía la más remota posibilidad de que hubiese testigos, y los pocos testigos parciales que me vieron hablando con las personas a las que conocía por el camino y a las que luego mataba no podrían identificarme porque siempre me ponía de espaldas a la carretera. «Grande», «alto», «blanco», sí. Martin Michael Plunkett, no.
Precaución.
Entre 1974 y 1978, los asesinatos con robo me reportaron 11.147 dólares. No llevaba esa cantidad conmigo, por supuesto, sino que la guardaba en cajas de seguridad bancarias, en entidades distintas desperdigadas por la mitad occidental del país y cuyo alquiler pagaba por anticipado para diez años. Las llaves las escondía en áreas boscosas cercanas, con lo que la llave final era mi memoria.
Ultraprecaución.
El Muertemóvil II, que compré en Denver con los beneficios de las muertes de Aspen, sustituyó al Muertemóvil I cuando advertí lo imprudente que era conducir con un arma ilegal escondida debajo del asiento. Si me sometían a un control policial, la 357, las revistas de detectives que guardaba como recuerdos de mis proezas y la marihuana que normalmente tenía para seducir a los tipos de aspecto hippie despertarían las peores sospechas. Necesitaba tenerlo todo a mano, pero fuera del alcance del registro policial más estricto. El Muertemóvil I carecía de escondrijos adecuados, pero estudiando los manuales del usuario de varias marcas de furgoneta descubrí que el último modelo de Dodge poseía un bastidor compuesto de «bolsillos» metálicos de forma rectangular, con la abertura lateral. Supuse que dos o tres bolsillos bastarían para ocultar todo mi material de contrabando. A fin de conseguir un aspecto uniforme, tendría que cubrir todos los extremos con alambre o metal, pero la tranquilidad mental que eso me proporcionaría bien merecía el esfuerzo.
Así, en marzo de 1977 compré una furgoneta Dodge 300 del 76 y le practiqué una importante operación quirúrgica en el bastidor, tapando los veinte bolsillos con tela metálica. Dentro de cuatro de ellos guardé la 357, las revistas y la droga. Detrás del asiento, con mis pertenencias legales, puse un juego de herramientas y señales luminosas que me ayudaran en mi papel de buen samaritano de la carretera. La Polaroid la llevaba siempre delante, cargada, a mi lado.
«Precaución.»
«Ultraprecaución.»
«Preparación.»
Aquellas tres recomendaciones se combinaban para poner en cursiva, entre paréntesis y subrayada la palabra «metodología». Dentro de este término se combinaban variaciones de las tres primeras advertencias para formar unas reglas.
«Limpia todas las superficies de la furgoneta que las víctimas puedan haber tocado.»
«Mata con el Magnum sólo como último recurso y trata de recuperar los casquillos.»
«Entierra a todas las víctimas tan profundamente como te permitan los diez minutos de cronómetro.»
«Mata sexualmente sólo cuando las pesadillas y las fantasías empiecen a resultar dolorosas y rompe las fotos a las cuatro horas, después de catalogar mentalmente y memorizar hasta el último detalle.»
Entre 1974 y 1978, sólo maté sexualmente/desnudé/coloqué/fotografié un total de cuatro veces. La primera, después de dejar San Francisco, fue por una necesidad de rectificar la confusión de Eversall/Sifakis; en los siguientes casos, lo que me impulsó fueron las pesadillas y un deseo sexual incrustado. Sin embargo, sabía que lo que buscaba estaba más allá del alivio y del orgasmo, y tenía suficiente presencia de ánimo para elegir cuidadosamente a mis víctimas. La selección se basaba en la intuición de cómo quedarían los cuerpos juntos.
El desnudo de los Keneally en las nieves de Colorado anuló mis pesadillas e hizo que me corriera, pero no satisfizo mi curiosidad, de manera que diez días después situé a Gustavo Torres junto a ellos y sentí la llamada del antiguo miembro de un trío a la puerta de mi memoria. Vagamente temeroso de lo que pudiera decir quien llamase, me retiré hasta que las pesadillas se volvieron terribles y la entrepierna me dolió como si contuviera estallidos de bombas. Entonces encontré a los Kalternborn haciendo dedo cerca de Glenwood Springs y me pasé horas situándolos y haciéndoles fotos, mientras yo, desnudo, participaba en el trío. De nuevo hubo un instante de liberación seguido de semanas de consuelo, pero no se produjo penetración del recuerdo.
Como notaba que el recuerdo tenía su origen en la infancia y se correspondía con mi viejo demonio de lo rubio, esperé dos años hasta que encontré una pareja de amantes potenciales que me parecieron perfectos más allá de la perfección, los hermanos Muldowney, chico y chica, de Joplin, Misuri. Rubios, de ojos azules y guapos. Prometiéndoles hachís, los atraje a un tramo solitario de colinas, los estrangulé, los desnudé, les hice fotografías, los toqué, me toqué e incluso puse en peligro mi seguridad quedándome con los cuerpos hasta entrada la noche.
El esfuerzo no me iluminó.
El esfuerzo no me iluminó porque, en el fondo, yo mataba por capricho monetario, por gratificación biológica y para que el dolor me abandonara. Los nueve meses que siguieron a los Muldowney pasaron en un halo de confusión, y entonces incluso la exploración de mi memoria se volvió caprichosa, porque una pesadilla se materializaba en forma de ser humano vivo y yo tenía que matar para sobrevivir.