Dedicado a las tres únicas personas vivas
que creen sinceramente que este libro rivaliza con Guerra y paz;
mi madre, Cheryl, la madre «por la que
un millón de chicas daría un ojo de la cara»;
mi padre, Steve, que es guapo, astuto, brillante e ingenioso,
y que insistió en escribir él mismo su propia dedicatoria;
mi fenomenal hermana, Dana, la preferida de mis padres
(hasta que escribí mi primer libro).