CAPÍTULO 4

Turner había planeado pasar la primavera y el verano en Northumberland, donde podría negarse a llorar la muerte de su esposa con algún grado de privacidad, pero su madre había empleado un número asombroso de tácticas. La más letal, hacerlo sentir culpable, por supuesto; para hacerle torcer el brazo y obligarlo a viajar a Londres en apoyo de Olivia.

No había cedido cuando le había indicado que era el cabeza de familia, y ante la sociedad su presencia en el gran baile de Olivia aseguraría la concurrencia de los mejores caballeros al completo.

No había cedido cuando le había dicho que no debería desmoronarse en el campo, y que le haría bien salir y estar entre sus amigos.

Sin embargo, tuvo que rendirsecuando apareció en su umbral y dijo, aún sin el beneficio de un saludo:

– Es tu hermana.

Y por eso allí estaba, en la Casa Rudland en Londres, rodeado por quinientas personas, si no lo más selecto del país, al menos lo más pomposo.

De todos modos, Olivia iba a tener que encontrar un marido entre todos ellos, Miranda, también, y Turner maldito si permitía a cualquiera de ellas hacer un matrimonio tan desastroso como había sido el suyo. Londres hormigueaba con equivalentes masculinos de Leticia, muchos de los cualescomenzaban sus nombres con Lord Esto o Sir Aquello. Y Turner dudaba bastante de que su madre estuviese al día delos más escabrosos cotilleos que atravesaban sus círculos.

Aún asíesto no significaba que necesitaran que hiciese demasiadas apariciones. Estaba aquí, en el baile de debutantes, y las acompañaba de vez en cuando, quizás si había algo en el teatro realmente le gustase verlo, y aparte de eso, observaría el progreso de los acontecimientos. Para el final del verano, se habría cansado de todas estas tonterías, y podría regresar a…

Bien, podría volver a lo que fuese que había estado pensando y planificando hacer. El estudio de la rotación de cultivos, quizás. Reanudar el tiro con arco. Visitar el pub local. Le gustaba bastante su cerveza. Y nadie jamás hacía preguntas sobre la reciente desaparición de Lady Turner.

– ¡Querido, estás aquí! -Su madre de repente llenó su visión, encantadora en su vestido púrpura.

– Te dije que llegaría a tiempo -contestó, terminándose la copa de champán que había estado sosteniendo en la mano-. ¿No te avisaron de mi llegada?

– No -contestó, algo distraídamente-. He estado corriendo por todas partes como una loca con todos los detalles de último momento. Estoy segura que los criados no desearon molestarme.

– O no pudieron encontrarte -comentó Turner, explorando ociosamente la muchedumbre. Era una multitud desenfrenada, un éxito desde todo punto de vista. No vio a ninguna de las invitadas de honor, pero por otro lado, había estado bastante contento de permanecer en las sombras durante veinte minutos o así que llevaba allí.

– He conseguido permiso para el vals para ambas muchachas -dijo Lady Rudland-, así que por favor, cumple con tu deber con ambas.

– Una orden directa -murmuró.

– Especialmente con Miranda -añadió, no habiendo oído su comentario aparentemente.

– ¿Qué quieres decir, especialmente con Miranda?

Su madre se giró con ojos serios.

– Miranda es una muchacha notable, y la quiero muchísimo, pero ambos sabemos que no es del tipo que la sociedad normalmente favorece.

Turner le dirigió una aguda mirada.

– También sabemos que la sociedad raramente es una excelente conocedora del carácter. Leticia, si recuerdas, fue un gran éxito.

– Como Olivia, si lo de esta tarde sirve de algún indicio -le contestó ásperamente su madre-. La sociedad es caprichosa y recompensa al malo tan a menudo como al bueno. Pero nunca recompensa al aburrido.

Fue en aquel momento que Turner divisó a Miranda. Estaba de pie cerca de Olivia en la puerta del vestíbulo.

Cerca de Olivia, pero en mundos separados.

No era que Miranda estuviera siendo ignorada, porque seguramente no lo era. Estaba sonriendo a un joven caballero que apareció solicitándole un baile. Pero no tenía nada parecido a la muchedumbre que rodeaba a Olivia, quien, Turner tenía que admitirlo, brillaba como una radiante joya colocada en el engarce apropiado. Los ojos de Olivia chispearon, y cuando sonrió, la música pareció llenar el aire.

Había algo cautivador en su hermana. Incluso Turner tenía que admitirlo.

Pero Miranda era diferente. Miraba. Sonreía, pero era casi como si tuviera un secreto, como si tomaraapuntes en su mente sobre la gente que encontraba.

– Ve a bailar con ella -animó su madre.

– ¿Con Miranda? -preguntó, sorprendido. Había pensado que desearía que concediera su primer baile a Olivia.

Lady Rudland asintió.

– Será un éxito enorme para ella. No has bailado desde… ni siquiera puedo recordarlo. Mucho antes que Leticia muriera.

Turner sintió su mandíbula apretarse, y habría dicho algo, de no ser porque su madre de repente jadeó, lo cual no fue ni la mitad de sorprendente de lo que siguió, lo que, estaba completamente seguro, era el primer indiciode blasfemia que alguna vez cruzara sus labios.

– ¿Madre? -requirió

– ¿Dónde está tu brazalete? -susurró urgentemente.

– Mi brazalete -dijo, con algo de ironía.

– Por Leticia -añadió, como si él no lo supiera.

– Creo haberte dicho que he elegido no estar de luto por ella.

– Pero esto es Londres -siseó-. Y es el debut de tu hermana.

Se encogió de hombros.

– Mi abrigo es negro.

– Tus abrigos son siempre negros.

– Quizás estoy de luto perpetuo entonces -dijo suavemente-, por la inocencia perdida.

– Crearás un escándalo -siseó limpiamente.

– No -dijo intencionadamente-, Leticia creaba escándalos. Yo simplemente rechazo afligirme por mi escandalosa esposa.

– ¿Deseas arruinar a tu hermana?

– Mis acciones no repercutirán sobre ella ni la mitad de mal que mi difunta esposa lo hubiera hecho.

– Eso no tiene nada que ver, Turner. La verdad es que es tu esposa murió, y…

Vi el cuerpo -replicó, parando con eficacia sus argumentos.

Lady Rudland retrocedió.

– No hay necesidad de ser vulgar sobre ello.

La cabeza de Turner comenzó a palpitar.

– Pido perdón por ello, entonces.

– Desearía que lo reconsideraras.

– Yo preferiría que no te causara angustia -dijo con un pequeño suspiro-, pero no cambiaré de opinión. Puedes tenerme aquí en Londres sin el brazalete, o puedes tenerme en Northumberland… también sin el brazalete -terminó después de una pausa-. Es tu decisión.

Su madre apretó la mandíbula, y no dijo nada. Entonces simplemente se encogió de hombros y dijo:

– Me reuniré con Miranda, entonces.

Y lo hizo.


Miranda había estado en la ciudad durante dos semanas, y aunque no estaba segura que pudiera calificarse como un éxito, no pensabacalificarse como un fracaso tampoco. Estaba justo dónde había esperado estar… en algún lugar intermedio, con una tarjeta de baile que estaba siempre a medio llenar y un diario rebosante de observaciones de lo necio, lo insano, y ocasionalmente, lo doloroso. (Ese sería Lord Chisselworth, quien tropezó con un escalón en la fiesta de Mottram y se torció el tobillo. De los necios e insanos, había demasiado que contar)

En general, se consideraba bien dotada para el juego con los particulares talentos y atributos que Dios le había dado. En su diario, escribió:

Me propuse afilar mi don de gentes, pero como Olivia señalara, la charla ociosa nunca ha sido mi fuerte. Pero he perfeccionado mi dulce y vacua sonrisa, y parece haber funcionado el truco. ¡Tenía tres candidatos para acompañarme en la cena!

Ayudaba, desde luego, que su posición como íntima amiga de Olivia fuera bien conocida. Olivia había tomado a la sociedad por asalto, como todos sabían que haría,y Miranda se beneficiaba por asociación. Había caballeros que llegaban al lado de Olivia muy tarde para asegurarse un baile, y había otros que simplemente estaban demasiado aterrorizados para hablar con ella. (En tales casos, Miranda siempre parecía una opción más cómoda)

Pero aún con toda la desbordante atención, Miranda todavía permanecíasola cuando oyó una voz dolorosamentefamiliar.

– Nunca diga que la he cogido sin compañía, Señorita Cheever.

Turner.

No pudomenos que reír. Estaba devastadoramente apuesto con su oscuro traje de noche, y la luz de la vela parpadeaba doradacontra su pelo.

– Ha venido -dijo simplemente.

– ¿Pensó que nolo haría?

Lady Rudland había dicho que planeaba venir, pero Miranda no había estado tan segura. Había dejado meridianamente claro que no quería participar en la sociedad este año. O posiblemente en ningún año. Era difícil decirlo justo ahora.

– Entiendo que tuvieron que chantajearle para que asistiera -dijo mientras adoptabanposiciones uno al lado del otro, ambos mirando ociosamente hacia la multitud.

Él fingió ofenderse.

– ¿Chantaje? Qué palabra tan fea. E incorrecta en este caso.

– ¿Oh?

Se inclinó ligeramente hacia ella.

– Era culpabilidad.

– ¿Culpabilidad? -crispólos labios y se giró hacia él con ojos pícaros-. ¿Qué hizo usted?

– Es lo que no hice. O más bien lo que no estaba haciendo -dijo encogiéndose despreocupadamente de hombros-. Me dijeron que usted y Olivia serían un éxito si ofrecía mi apoyo.

– Supongo que Olivia sería un éxito aunque no tuviera dinero y naciera en el lado equivocado de la cama.

– Yo no me preocuparía por usted, tampoco -dijo Turner, sonriendo hacia ella de una manera irritantemente benévola. Entonces frunció el ceño-. ¿Y podría decirme con qué me chantajearía mi madre?

Miranda se sonrió. Le gustó que estuvieradesconcertado. Siempre parecía tan controlado frente a ella, mientras que su corazón siempre se las arreglaba para palpitar por triplicado donde quiera que lo veía. Por suerte los años la habían hecho sentirse cómoda con él. Si no lo conociera de tanto tiempo, dudaba que fuera capaz de arreglárselas con una conversación en su presencia. Además, él seguramente sospecharía algo si se quedara muda cada vez que se encontraban.

– Ah, no sé -pretendió reflexionar-. Historias de cuando usted era pequeño y eso…

– Cierre la boca. Yo era un perfecto ángel.

Ella levantó sus cejas con recelo.

– Usted debe pensar que soy muy crédula.

– No, solamente demasiado cortés para contradecirme.

Miranda puso los ojos en blanco y se volvióhacia la muchedumbre. Olivia estaba dando audiencia a travésdel salón, rodeada por su grupo habitual de caballeros.

– Livvy tiene un talento natural, ¿verdad? -dijo.

Turner cabeceó asintiendo.

– ¿Dónde están todos sus admiradores, señorita Cheever? Encuentro difícil de creer que no tenga ninguno.

Se ruborizó con su elogio.

– Uno o dos, supongo. Tiendo a mezclarme conla carpintería cuando Olivia está cerca.

Él disparó hacia ella una mirada incrédula.

– Déjeme ver su tarjeta de baile.

De mala gana, se la entregó. Él la examinó rápidamente, luego se la devolvió.

– Teníarazón -dijo-. Está casi llena.

– Muchos de ellos encontraron el camino hacia mí sólo porque estaba de pie al lado de Olivia.

– No sea tonta. Y no es nada por lo que ofenderse.

– Ah, pero no lo estoy -contestó ella, sorprendiéndose de que tan siquiera lo pensara-. ¿Por qué? ¿Parezco alterada?

Él retrocedió y la inspeccionó.

– No. No, no lo parece. Qué extraño.

– ¿Extraño?

– Yo nunca he conocido a una dama que no deseara que una manada de jóvenes candidatos la rodeara en un baile.

Miranda se erizó con la condescendencia de su voz y no fue capaz de guardarse la insolencia, cuando le dijo:

– Bien, ahora sí.

Pero él sólo se rió entre dientes.

– ¿Y cómo, querida muchacha, va usted a encontrar a un marido con esa actitud? Ah, no me mire como si la estuviera subestimando.

Sólo hizo que sus dientes rechinaran más duro.

– … Usted misma me dijo que deseaba encontrar un marido esta temporada.

Tenía razón, ¡caray con el hombre! Que la dejó sin otra cosaque decir.

– Hágame el favor de no llamarme “querida muchacha”.

Él sonrió abiertamente.

– Vaya, Señorita Cheever, ¿detecto un poco de carácter en usted?

– Yo siempre tuve carácter -dijo ella un poco enojada.

– Por lo visto así es. -Todavía sonreía cuando lo dijo, lo cual era aún más irritante.

– Creía que se suponía que usted era malhumorado y amenazante -se quejó.

Él se encogió de hombros.

– Usted parece sacar lo mejor de mí.

Miranda le dirigió una mirada mordaz.

¿Había olvidado la noche del funeral de Leticia?

– ¿Lo mejor? -habló casi arrastrando las palabras-. ¿Realmente?

Al menos tuvo la gracia de parecer avergonzado.

– O de vez en cuando lo peor. Pero esta noche, sólo lo mejor. -Al alzar ella las cejas, añadió-: Debo cumplir aquí mi deber para con usted.

Deber. Una palabra tan formal y aburrida.

– Entrégeme su tarjeta de baile, si le parece.

Ella se la entregó. Era una pequeña tarjeta de fiesta, con florituras y un pequeño lápiz atado con una cinta a la esquina. Los ojos de Turner se deslizaron por la tarjeta, luego los entrecerró.

– ¿Por qué ha dejado usted todos sus valses libres, Miranda? Mi madre me dijo bastante expresamente que había asegurado el permiso al vals tanto para usted como para Olivia.

– Ah, no es eso -apretó los dientes por una fracción de segundo, tratando de controlar el rubor que sabía iba a comenzar a subir por su cuello en contados segundos-. Es solo que, bueno, para que lo sepa

– Suéltelo, Señorita Cheever.

– ¿Por qué siempre me llama Señorita Cheever cuándo se burla de mi?

– Tonterías. También la llamo Señorita Cheever cuando la regaño.

Oh, bien, aquello era una mejora.

– ¿Miranda?

– No es nada -refunfuñó.

Pero no la dejaría estar.

– Obviamente es algo, Miranda. Usted…

– Oh, muy bien, para que lo sepa, esperaba que ustedbailara el vals conmigo.

Él retrocedió, sus ojos demostraron su sorpresa.

– O Winston -dijo ella rápidamente, porque era seguro, o al menos escaseaban las posibilidades de pasar vergüenza…

– ¿Somos intercambiables entonces? -murmuró Turner.

– No, desde luego que no. Pero como no soy experta en el vals, me sentiría más cómoda si mi primera vez en público fuera con alguien que conozco -improvisó a toda prisa.

– ¿Alguien que no se ofendería mortalmente, si pisara sus pies?

– Algo así -masculló. ¿Cómo había conseguido meterse en este aprieto? Sabría que estaba enamorada de él o pensaría que era una imbécil asustada por bailar en público.

Pero Turner, bendito su corazón, ya estaba diciendo.

– Será un honor bailarun vals con usted. -Tomó el pequeño lápiz y estampó su nombre en la tarjeta de baile-. Ahora está comprometida conmigo para el primer vals.

– Gracias. Lo esperaré con impaciencia.

– Bien. Yo también. ¿Me dejará anotarme otro? No puedo pensar en nadie más aquí con quien preferiría verme forzado a conversar durante los cuatro minutos y pico del vals.

– No tenía idea que fuera una faena para usted -dijo Miranda, haciendo una mueca

– ¡Oh, no lo es! -le aseguró-. Pero todas las demás sí lo son. Aquí tiene, me anoto para el último vals, también. Tendrá que defenderse usted misma el resto de ellos. No debo bailar con usted más que dos veces.

¡Cielos, no! Miranda pensó mordazmente. Alguien podría pensar que había sido intimidado para bailar con ella. Pero sabía lo que se esperaba de ella,así que sonrió firmemente y dijo:

– No, desde luego que no.

– Muy bien, entonces -dijo Turner, con el tono terminanteque le gusta usar a los hombres cuando definitivamente están listos para terminar una conversación, sin reparar en si alguien más lo está-. Veo al joven Hardy viniendo a reclamar el siguiente baile. Voy a conseguir algo para beber. La veré en el primer vals.

Y luego la dejó de pie en la esquina, murmurando saludos al señor Hardy mientras partía. Miranda hizo una cumplida reverencia a su acompañante de baile y luego tomó su mano enguantada siguiéndolo a la pista de baile para una cuadrilla. No se sorprendió cuando, después de comentar sobre su vestido y el tiempo, le preguntó por Olivia.

Miranda contestó sus preguntas tan correctamente como fue capaz, tratando de no animarlo excesivamente. Juzgando la multitud que había alrededor de su amiga, las posibilidades del señor Hardy eran escasas de verdad.

El baile terminó con una velocidad misericordiosa, y Miranda rápidamente se encaminó hacia Olivia.

– ¡Ah, Miranda, querida! -exclamó-. ¿Dónde has estado? He estadohablando a todos sobre ti.

– No lo hiciste -dijo Miranda, levantando sus cejas incrédulamente.

– De verdad que sí, ¿no es así? -Olivia codeó a un caballero a su lado, y él inmediatamente asintió-. ¿Te mentiría yo?

Miranda escondió una risa.

– Si eso satisficiera tus objetivos.

– ¡Oh, para! Eres terrible ¿Y dónde has estado?

– Necesitaba un poco de aire fresco, así que me escapé a un rincón a tomar un vaso de limonada. Turner me hizo compañía.

– ¡Ah! ¿Ha llegado, entonces? Tendré que guardarle un baile.

Miranda dudó.

– No creo que tengas ninguno libre para guardar.

– Eso no puede ser -Olivia miró hacia su tarjeta de baile-. Oh, querida. Tendré que tachar uno de estos.

– Olivia, no puedes hacer eso.

– ¿Por qué no? Escucha, Miranda, debo decirte… -se detuvo de pronto, recordando la presencia de sus muchos admiradores. Dio la vuelta, sonriendo esplendorosamente a todos ellos.

Miranda no habría estado sorprendida si hubieran caído al piso, uno por uno, como proverbiales moscas.

– Caballeros, ¿a alguno de ustedes les importaría traerme una limonada? -preguntó Olivia dulcemente-. Estoy completamente sedienta.

Hubo un cúmulo de promesas, seguida poruna ráfaga de movimiento, y Miranda sólo podía fijarse sobrecogida mientras los observaba escabullirse en manada.

– Son comoovejas -susurró.

– Bueno, sí -estuvo de acuerdo Olivia-, excepto porque son más bien comocabras.

Miranda tuvo aproximadamente dos segundos para intentar descifrar eso antes de que Olivia añadiera:

– Brillante por mi parte, no es cierto, librarnos de todos inmediatamente. Te digo, estoy llevando bastante bien todo esto.

Miranda asintió, sin molestarse en hablar. Realmente, era inútil tratar de incluir algo propio, cuando Olivia estaba contando una historia…

– Lo que iba a decir -siguió Olivia, inconscientemente confirmando la hipótesis de Miranda-, es que realmente, la mayor parte de ellos son espantosamente aburridos.

Miranda no pudo resistirse a dar a su amiga un pequeño pinchazo.

– Una ciertamente nunca sería capaz de decirlo mirándote en acción.

– Ah, no estoy diciendo que no esté disfrutando -Olivia le dirigió una mirada vagamente sardónica-. Quiero decir, realmente, no tiraría piedras contra el tejado de mi madre.

– El tejado de tu madre -repitió Miranda, tratando de recordar el origen del proverbio original-. En algún sitio alguien seguramente está revolcándose en su tumba.

Olivia ladeó la cabeza.

– ¿Shakespeare, quizás?

– No. -Maldición, ahora no iba a ser capaz de dejar de pensar en ello-. Eso no era Shakespeare.

– ¿Maquiavelo?

Miranda agotó mentalmente su lista de escritores famosos.

– No creo.

– ¿Turner?

– ¿Quién?

– Mi hermano.

Miranda levantó de golpe la cabeza.

– ¿Turner?

Olivia se inclinó un poco a su lado, estirando el cuello mientras se esforzaba por mirar detrás de Miranda.

– Parece bastante decidido.

Miranda miró hacia su tarjeta de baile.

– Debe ser el momento de nuestro vals.

Olivia inclinó la cabeza a un lado en una especie de pesado movimiento.

– Se ve espléndido también, ¿verdad?

Miranda parpadeó y trató de no suspirar. Turner se veía guapo. Casi insoportablemente. Y ahora que era viudo, seguramente cada mujer soltera, y todas las madres, lo tendrían en la mira.

– ¿Piensas que se casará otra vez? -murmuró Olivia.

– Yo…no lo sé. -Miranda tragó-. Creía que debería, ¿no?

– Bueno, siempre está Winston para proporcionar un heredero. Y si tú… ¡uf!

El codo de Miranda. En sus costillas.

Turner llegó junto a ellas y saludó elegantemente.

– Encantada de verte, hermano -dijo Olivia con una amplia sonrisa-. Casi había renunciado atu presencia.

– Tonterías. Mamá me habría cortado en filetes. -Sus ojos entrecerrados (casi imperceptiblemente, pero claro, Miranda tendía a notar cualquier cosa sobre él), y preguntó-: ¿Por qué Miranda te ha golpeado en las costillas?

– ¡No lo hice! -protestó Miranda. Y entonces, cuando su fija mirada se tornó bastante dudosa, masculló-: Fue sólo un golpecito.

– Codazo, golpecito, esto tiene todos los sellos de una conversación que es a primera vistamás divertida que cualquiera del resto en este salón de baile.

– ¡Turner! -protestó Olivia.

Turner la descartó con un movimiento rápido de su cabeza y se dio vuelta hacia Miranda.

– ¿Piensa usted que objeta mi lenguaje o es mi juicio de los asistentes a vuestro baile como idiotas?

– Pienso que era su lenguaje -dijo Miranda suavemente-. Ella dijo que la mayor parte eran idiotas, también.

– No es lo que dije -interpuso Olivia -. Dije que eran aburridos.

– Ovejas -confirmó Miranda.

– Cabras -añadió Olivia con un encogimiento de hombros.

Turner comenzó a parecer alarmado.

– Buen Dios, ¿habláis vosotras dos un lenguaje propio?

– No, estamos siendo perfectamente claras -dijo Olivia-, pero dime, ¿sabes quién dijo primero, “No escupas al cielo que te puede caer en la cara”?

– No estoy seguro de entender la conexión -murmuró Turner.

– Eso no es Shakespeare -dijo Miranda.

Olivia sacudió la cabeza.

– ¿Quién otro podría ser?

– Bueno -dijo Miranda-, cualquiera de los miles de notables escritores de lengua inglesa.

– ¿Era eso por lo que, ehh, la ha golpeado en las costillas? -preguntó Turner.

– Sí -contestó Miranda, atrapando la oportunidad. Lamentablemente, Olivia le ganó por medio segundo con un:

– No.

Turner miró de una a otra con expresión divertida.

– Era sobre Winston -dijo Olivia con impaciencia.

– Ah, Winston -Turner miró alrededor-. Está aquí, ¿no? -Entonces arrancó la tarjeta de baile de Miranda de sus dedos-. ¿Por qué no ha reclamado un baile o tres? ¿No habéis estado vosotras dos planeando emparejarse?

Miranda apretó los dientes y rehusó contestar. Lo cual era una opción absolutamente razonable, aunque sabía que Olivia no permitiría dejar pasar la oportunidad.

– Desde luego no es nada oficial -estaba diciendo-, pero todos estamos de acuerdo en que serían una pareja espléndida.

– ¿Todos? -preguntó Turner suavemente, mirando a Miranda.

– ¿Y quién no? -contestó Olivia con cara impaciente.

La orquesta levantó sus instrumentos, y las primeras notas de un vals flotaron en el aire.

– Creo que este es mi baile -dijo Turner, y Miranda comprendió que sus ojos no se habían apartado de los suyos.

Ella tembló.

– ¿Nos vamos? -murmuró él, y ofreció su brazo.

Ella asintió, necesitando un momento para recuperar la voz. Comprendió que él le hacía algo. Algoextraño, estremecedor que la dejaba sin aliento. Sólo tenía que mirarla, no en la forma usual como cuando conversaban, sino realmente mirarla, dejar los ojos puestos en los suyos, profundamente azules e intuitivos, y se sentía desnuda, el alma descubierta. Y lo peor de todo… él no tenía ni idea. Allí estaba ella, con cada emoción expuesta, y Turner probablemente no veía nada más que el moreno embotado de sus ojos.

Era la pequeña amiga de su pequeña hermana, y según todas las probabilidades, era todo lo que siempre sería.

– Me dejas aquí absolutamente sola, ¿verdad? -dijo Olivia, no irritada, sino con un quedo suspiro.

– No tengas ningún miedo -le aseguró Miranda-, no estarás sola por mucho tiempo. Creo ver tu multitud volver con la limonada.

Olivia hizo un mohín.

– ¿Alguna vez has notado, Turner, que Miranda tiene un sentido del humor bastante raro?

Miranda inclinó la cabeza de lado y suprimió una sonrisa.

– ¿Por qué sospecho que tu tono no era precisamente elogioso?

Olivia hizo una pequeña onda despectiva.

– ¡Lárgate ya! Qué tengas un agradable baile con Turner.

Turner tomó el codo de Miranda y la condujo a la pista de baile.

– Sabe, realmente tiene un sentido del humor bastante raro -murmuró.

– ¿Lo tengo?

– Sí, pero eso es lo que más me gusta de usted. Por favor, no cambie.

Miranda trató de no sentirse absurdamente satisfecha.

– Intentaréque no, señor.

Él se estremeció cuando puso sus brazos alrededor de ella para el vals.

– Señor, ¿así es ahora? ¿Desde cuándo se ha vueltotan formal?

– Es por todo este tiempo en Londres. Su madre ha estado insistiéndome sobre la etiqueta -rió dulcemente-, Nigel.

Él frunció el ceño.

– Creo que prefiero señor.

– Yo prefiero Turner.

Su mano apretaba su cintura.

– Bueno. Déjelo así.

Miranda soltó un pequeño suspiro mientras se quedaban callados. Mientras el vals seguía bastante formal. No había giros jadeantes, nada que la pudiera dejar tensa y mareada. Y eso le dio la oportunidad de saborear el momento, saborear la sensación de su mano en la de él. Aspiró su olor, sintió el calor de su cuerpo, y simplemente disfrutó.

Todo se sentía tan perfecto… tan perfectamente correcto. Era casi imposible imaginarse que él no lo sintiera también.

Pero no lo hacía. No se engañaba, desearía que él la deseara. Cuando alzó la vista hacia él, miraba a alguien en la muchedumbre, la mirada sólo un poco turbia, como si estuviera luchando con un problema en su mente. Ésa no era la mirada de un hombre enamorado. Y tampoco lo era la que siguió, cuando finalmente miró detenidamente hacia ella y dijo:

– No es mala conel vals, Miranda. De hecho, realmente es bastante experta. No veo por qué estaba tan inquieta sobre esto.

Su expresión era amable. Fraternal.

Era desgarrador.

– No he tenido mucha práctica recientemente -improvisó ella, ya que él pareció esperar una respuesta.

– ¿Incluso con Winston?

– ¿Winston? -repitió.

Sus ojos se mostraron divertidos.

– Mi hermano menor, si usted recuerda.

– Claro -dijo-. No. Quiero decir, no, no he bailado con Winston en años.

– ¿En serio?

Alzó la vista hacia él rápidamente. Había algo raro en su voz, casi, pero no lo suficiente, una débil nota de placer. No de celos, lamentablemente, no pensó que se preocupase de una u otra manera si bailaba con su hermano. Pero tenía la extraña sensación que estaba felicitándose a sí mismo, como si hubiera predicho su respuesta correctamente y estuviera contento por su astucia.

Dios mío, estaba pensando demasiado, estaba llegando demasiado lejos… Olivia siempre la estaba acusando de ello, y por una vez, Miranda tuvo que concederle la razón.

– No veo a menudo a Winston -dijo Miranda, esperando que la conversación la frenaría de obsesionarse sobre preguntas completamente incontestables… como el verdadero significado de la frase en serio.

– ¿Oh? -provocó Turner, añadiendo un toque de presión en la parte baja de su espalda mientras giraban hacia la derecha.

– Generalmente está en la universidad. Incluso ahora no ha terminado del todo el trimestre.

– Supongo que lo verá bastante más durante el verano.

– Eso espero -carraspeó-. Er, ¿cuánto tiempo planea quedarse usted?

– ¿En Londres?

Ella asintió.

Él hizo una pausa, e hicieron un encantador y pequeño giro a la izquierda antes de que finalmente dijera:

– No estoy seguro. No mucho tiempo, pienso.

– Entiendo.

– Supongo que estoy de luto de todos modos. Mamá estaba horrorizada porque no me puse el brazalete.

– Yo no -declaró.

Él le sonrió, y esta vez no fue fraternalmente. No estaba lleno de pasión y deseo, pero al menos era algo nuevo. Era astuto y conspirativo e hizo que se sintiera parte de un juego.

– ¿Por qué, Señorita Cheever -murmuró maliciosamente-, detecto una veta de rebeldía en usted?

Su barbilla se elevó una pulgada.

– Nunca he entendido la necesidad de vestirse de negro por alguien con quien uno no está familiarizado, y ciertamente no veo la lógica del luto por una persona a quien se halla detestable.

Durante un momento la cara de él permaneció en blanco, y luego sonrió abiertamente.

– ¿Por quién se vio forzada a llevar luto?

Los labios de ella se deslizaron una sonrisa.

– Un primo.

Él se inclinó acercándose a su cabello.

– ¿Alguna vez le ha dicho alguien que es impropio sonreír cuando se habla de la muerte de un familiar?

– Nunca conocí al hombre.

– Aún así…

Miranda soltó un resoplido elegante. Sabía que estaba aguijoneándola, pero estaba demasiado divertida para frenarse.

– Vivió su vida entera en el Caribe -añadió. No era estrictamente la verdad, pero en su mayor parte lo era.

– Es una pequeña moza sanguinaria -murmuró.

Ella se encogió de hombros. Viniendo de Turner, parecía un elogio.

– Creo que usted será un miembro bien recibido en la familia -dijo-. A condición de que pueda tolerar a mi hermano menor por larguísimos períodos de tiempo.

Miranda intentó conseguir una sonrisa sincera. El casamiento con Winston no era su método preferido para convertirse en miembro de la familia Bevelstoke. Y a pesar de los intentos y maquinaciones de Olivia, Miranda no creía que el emparejamiento estuviera próximo.

Había numerosas y excelentes razones para considerar casarse con Winston, pero había una poderosa razón para no hacerlo, y esa estaba de pie directamente frente a ella.

Si Miranda fuera a casarse con alguien a quien no quisiera, ese no iba a ser el hermano del hombre al que amaba.

O al que creía amar. Seguía tratando de convencerse de que no lo amaba, que todo había sido un enamoramiento de adolescente, y que podía superarlo… que ya lo había superado, y que simplemente no se había dado cuenta todavía.

Tenía el hábito de pensar que estaba enamorada de él. Eso era todo.

Pero entonces él hizo algo completamente odioso, como sonreír, y toda su difícil tarea voló por la ventana, y tuvo que comenzar de nuevo.

Un día lo conseguiría. Un día se despertaría y comprendería que había tenido dos días de sensatez sin pensar en Turnery luego mágicamente serían tres y luego cuatro y…

– ¿Miranda?

Alzó la vista. Él la estaba mirando con una expresión de regocijo, y podría haber parecido condescendiente, excepto porque sus ojos estaban frunciéndose en las esquinas… y durante un momento, pareció aliviado, joven, y tal vez satisfecho.

Y ella estaba todavía enamorada de él. Al menos por el resto de la noche no podría convencerse de lo contrario. A la mañana siguiente, comenzaría otra vez, pero por esta noche, no iba a molestarse en intentarlo.

La música terminó, y Turner dejó su mano, retrocediendo para ejecutar una elegante reverencia. Miranda hizo una reverencia a su tiempo, y luego tomó su brazo mientras la conducía al perímetro del salón.

– ¿Dónde supone que podríamos encontrar a Olivia? -murmuró, estirando el cuello-. Supongo que tendré que borrar a uno de los caballeros de su tarjeta para bailar con ella.

– ¡Por Dios!, no haga que suene como un trabajo -declaró Miranda-. No somos tan terribles.

Él dio la vuelta y la miró con un poco de sorpresa.

– No dije nada sobre usted. No me importaría seguir bailando con usted en lo más mínimo.

Como elogios eran, tibios a lo sumo, pero Miranda todavía encontró un modo de sostenerlos cerca de su corazón.

Y eso, pensó miserablemente, era prueba de que se había hundido tan bajo como podía. El amor no correspondido, estaba descubriendo, era mucho peor cuando una realmente veía al objeto de sus deseos. Había pasado casi diez años soñando despierta con Turner, esperando pacientemente cualquier noticia ocurrida a los Bevelstokes dejada caer en el té de la tarde, y luego tratando de ocultar su dicha y alegría (para no mencionar el terror de ser descubierta) cuando venía de visita una o dos veces por año.

Había pensado que nada podría ser más patético, pero al parecer, estaba equivocada. Esto era definitivamente peor. Antes, había sido inexistente. Ahora era un viejo zapato cómodo.

¡Cáspita!

Ella le echó un vistazo. No estaba mirándola. No estaba mirándola y seguramente no estaba evitando mirarla. Simplemente no estaba mirándola.

No le perturbaba en absoluto.

– Ahí está Olivia -dijo suspirando. Su amiga estaba rodeada, como siempre, por un surtido ridículamente grande de caballeros.

Turner contemplóa su hermana con ojos entrecerrados.

– No parece como si alguno de ellos se comportasemal, ¿verdad? Ha sido un día largo, y preferiría no tener que jugar al viejo hermano feroz esta noche.

Miranda se elevó sobre sus pies para observar mejor.

– Pienso que está a salvo.

– Bien.

Y luego se dio cuenta de que había inclinado la cabeza y miraba a su hermana de una manera extrañamente objetiva.

– Hmmm.

– ¿Hmmm?

Se volvió hacia Miranda, que estaba todavía en su lado, mirándolo con aquellos ojos marrones siempre curiosos.

– ¿Turner?

La oyó, y contestó con otro:

– ¿Hmmm?

– Parece un poco extraño.

No dijo:¿se siente bien? O ¿está indispuesto? Sólo:parece un poco extraño.

Eso lo hizo sonreír. Y lo hizo pensar cuánto en realidad le gustaba esta muchacha, y cómo de equivocado con ella había estado el día del funeral de Leticia. Eso le hizo querer hacer algo agradable por ella. Miró a su hermana una última vez, y luego dijo, girándose lentamente.

– Si fuera un hombre más joven, lo que no soy…

– Turner, no tiene aún treinta años.

Su expresión se tornó impaciente… en aquella controlada forma que él encontraba extrañamente entretenida, y regalándole un perezoso encogimiento de hombros contestó:

– Sí,bueno, me siento más viejo. Anciano estos días, a decir verdad. -Cuando comprendió que lo estaba mirando expectante, se aclaró la garganta y dijo-: Simplemente trataba de decir que si yo estuviera husmeando alrededor de la camada de nuevas debutantes, no creo que Olivia atrapara mi mirada.

Las cejas de Miranda se elevaron.

– Bueno, essu hermana. Aparte de las ilegalidades…

– Oh, por el amor de… estaba intentandoelogiarla – la interrumpió él.

– Oh. -ella se aclaró la garganta. Ruborizándose un poco, aunque fuera difícil estar segura con tan poca la luz-. Bien, en ese caso, por favor siga adelante.

– Olivia es bastante hermosa -siguió-. Incluso yo, su viejo hermano, puedo ver eso. Pero hay un algo decarencia detrás de sus ojos.

Lo cual obtuvo un inmediato jadeo.

– Turner, qué cosa terrible está diciendo. Sabe tan bien como yoque Olivia es muy inteligente. Mucho más que la mayor parte de los hombres que pululan a su alrededor.

La miró indulgente. Era una jovencita tan leal. No tenía duda de que mataría por Olivia si alguna vez surgiera la necesidad. Era una buena cosa que estuviera aquí. Aparte de cualquier tendencia calmante que tuviera sobre su hermana, más bien sospechaba que la familia Bevelstoke entera tenía una enorme deuda de gratitud por ello. Miranda era bastantesegura, la única cosa que iba a hacer su tiempo en Londres soportable. Dios sabía que no había querido venir. La última cosa que necesitaba en este mismo momento era que las mujeres estuvieran a la caza de su posición, intentando llenar los pequeños y miserables zapatos de Leticia. Pero con Miranda, al menos se aseguraba una conversación decente.

– Desde luego que Olivia es inteligente -dijo con voz apaciguadora-. Permítame replantearlo. Personalmente no la encontraría fascinante.

Ella frunció los labios, y la institutriz volvió.

– Bien, esa es su prerrogativa, supongo.

Él sonrió e inclinándose, le insinuó:

– Creo que sería más probable que me encaminara en su dirección.

– No sea tonto -masculló.

– No lo soy -le aseguró-. Pero repito, soy más viejo que la mayor parte de aquellos idiotas que están con mi hermana. Quizás mis gustos han madurado. Pero el punto es discutible, supongo, porque al no ser un joven, no estoy husmeando en la camada de debutantes de este año.

– Y no está buscando una esposa. -Esto era una declaración, no una pregunta.

– Dios, no -soltó-. ¿Qué diablos haría yo con una esposa?


2 DE JUNIO DE 1819

Lady Rudland anunció en el desayuno que la fiesta de anoche había sido un estupendo éxito. No pude menos que sonreír ante su elección de palabras, no creo que nadie rechazara su invitación, y juro que el salón estaba tan atestado como nunca experimenté. Ciertamente me sentí diminuta entre toda una suerte de perfectos extraños. Creo que debo ser una muchacha pueblerina de corazón, porque no estoy tan segura que desee alguna otra vez intimar tanto con mis prójimos masculinos.

Lo dije asíen el desayuno, y Turner escupió el café. Lady Rudland le lanzó una mirada asesina, pero no puedo imaginarme que sea porque esté enamorada de su mantelería.

Turner tiene la intención de permanecer en la ciudad durante sólo una semana o dos. Se queda con nosotras en la Casa Rudland, lo que es encantador y terrible a la vez.

Lady Rudland divulgó que alguna vieja viuda duquesa malhumorada (fueron sus palabras, no las mías, y no revelaría su identidad en cualquier caso) dijo que yo estaba actuando Demasiado Familiar con Turner y que la gente podría concebir una Idea Incorrecta.

Dijo que le indicó a la vieja viuda malhumorada (lo que le viene como anillo al dedo) que Turner y yo somos prácticamente como hermanos, y que sólo es natural que confiara en él para mi debut en la fiesta, y que no hay ninguna Idea Incorrecta que ser tenida en cuenta.

Me pregunto si habrá alguna vez una Idea Correcta en Londres.

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