Dhamon dejó de nadar poco después de girar para seguir la estrecha bifurcación, que estuvo a punto de pasar por alto; no había motivo para realizar aquel esfuerzo extra. La corriente era tan fuerte que el hombre era como un pedazo de madera arrastrado por ella. Se concentró en mantener las piernas rectas y los brazos pegados al cuerpo, esperando no rozar contra ningún muro de rocas afiladas. La cabeza le martilleaba y los pulmones exigían aire con desesperación, pero no había ni una gota; ni una sola bolsa de aire desde que había llenado los pulmones en la sala iluminada por la luz verdosa. No existía otra cosa que esa oscuridad total y un sonido constante y ensordecedor.
Empezó a sentirse mareado, y se halló pensando en Feril y en los dragones y en aquella noche en la Ventana a las Estrellas. Sentía un hormigueo en la pierna, lo venía notando desde que empezaron a explorar la vieja sala de los hechiceros Túnicas Negras. Había empezado a emitir oleadas de intenso calor y frío paralizador justo en el momento en que pidió a Trajín que descubriera el origen de la lluvia. Y había empeorado poco antes de abandonar la sala, auténtico motivo por el que había dejado atrás a Rig y al kobold. Cuando el dolor se apoderaba de él, no podía pensar en nada más.
El pasillo describía un brusco ángulo y Dhamon fue lanzado contra una afilada roca; por un breve momento, pensó que ahogarse podría ser una bendición: no más dolor. Alguien hallaría un cadáver con un recuerdo de una hembra de dragón señora suprema fijado a su pierna putrefacta. Entonces percibió un oleaje y notó que unas rocas rozaban su estómago; sintió que se hundía, impulsado a través de una cortina de agua que lo golpeó arrebatándole el poco aire que le quedaba en los pulmones y hundiéndolo hacia el fondo. Sus ojos seguían abiertos, pero todo lo que podía ver era de un gris oscuro y lóbrego. Luego el agua se tornó más clara, del color de una niebla espesa, y fue arrastrado más abajo. Distinguió formas. Cosas curiosas: ¿una casa de piedra? ¿Un pozo cubierto? ¿Un carro? Todo ello bajo el agua.
Dhamon fue empujado hasta el mismo fondo por la fuerza del agua de la catarata. Notó que sus pies tocaban algo sólido y consiguió impulsarse hacia arriba, y luego empezó a patalear al llegar a la superficie. Tenía que hacer un gran esfuerzo para pedalear en el agua, pues el dolor producido por la escama era tan intenso que amenazaba con sumergirlo y enviarlo de nuevo al fondo. Se iniciaron violentos temblores en sus músculos, y se impelió inconscientemente hacia la orilla, concentrándose en una parcela de terreno fangoso, al tiempo que daba boqueadas e intentaba suprimir de su mente la posibilidad de morir. Consiguió llegar a la orilla y arrastrarse en parte fuera del agua antes de rendirse por fin al agotamiento y al dolor abrasador y helado y sumirse en una misericordiosa inconsciencia.
La cabeza de Rikali salió a la superficie justo detrás de él y empezó a tragar aire puro con avidez.
—¡Cerdos, estaba segura de que íbamos a morir, amor! Jamás pensé que me alegraría tanto de ver toda esta lluvia. ¡Es hermosa! —Pedaleó por el agua e inhaló con fuerza, al tiempo que percibía el rugir de la cascada a su espalda y el casi silencioso tamborileo de la lluvia—. ¿Dhamon? ¿Dónde estás, Dhamon?
El pánico se apoderó de su corazón cuando él no respondió. La semielfa miró furtivamente alrededor, hasta descubrirlo en la orilla, con medio cuerpo en el agua. Nadó apresuradamente hacia él, alcanzó tierra firme y giró a su compañero de espaldas sobre el suelo, soltando un suspiro de alivio al comprobar que su pecho ascendía y descendía, para a continuación dedicarse a limpiarle el lodo del rostro. Las extremidades del hombre temblaban.
—Es esta condenada escama —siseó la mujer—. Juntos encontraremos una cura para ella, amor. Deberíamos haber preguntado a ese estanque, haber hecho que Trajín retorciera los dedos y preguntara cómo curarte. Cómo podría hacerse. Ayudarte a ti es más importante que Shrentak y esta lluvia. ¿Por qué no se me ocurrió? ¿Tan egoísta soy que no pensé en ello? —Empezó a apartarle los cabellos del rostro que estaba crispado por el dolor; luego lo arrastró fuera del agua, y alzó la vista hacia la catarata, preguntándose distraídamente por el kobold—. Es un inútil, ese Trajín. De haber pensado un poco, habría podido preguntarle al estanque sobre tu escama. Es culpa suya, ya lo creo. No mía. Culpa suya. Se cree tan listo. Bien, pues no es nada listo. No sirve para nada. Pero no te preocupes, amor. Cuando deje de llover y toda esta agua se seque, regresaremos a esa cueva y le echaremos otra mirada al estanque. Encontraremos un remedio para esa cosa. Lo prometo.
Hizo todo lo que pudo por acunar a Dhamon, meciéndolo y limpiando el barro de su túnica.
—Y cuando estés curado encontraremos un lugar para nuestra magnífica casa. Tendremos un comedor más grande que el del palacio de Donnag y habitaciones para los pequeños que crecerán muy guapos y se parecerán a ti. Y tendremos un jardín interminable lleno de fresas y frambuesas, y plantaré uvas, también. A lo mejor aprenderemos a fabricar vino. Vino dulce. Ya verás, amor, será…
En ese instante la cabeza de Rig apareció en la superficie, escupiendo y dando boqueadas, con la alabarda bien sujeta en la mano. Aspiró con fuerza, luego volvió a hundirse, lo que sorprendió a Rikali e hizo que se pusiera en pie.
—¿Qué haces?
La semielfa echó una ojeada a Dhamon para asegurarse de que seguía respirando y luego se acercó en silencio al borde de la depresión. Miró con atención por entre la neblina y vio que el marinero volvía a salir a la superficie, con el kobold sujeto al pecho. Agitó la mano para atraer la atención del ergothiano y luego regresó junto a Dhamon. Los ojos de éste se abrieron con un parpadeo, y ella sonrió.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
Dhamon asintió al tiempo que se incorporaba con un esfuerzo. Se sentía dolorido aún, pero su mirada se centró en el marinero y el kobold. El rostro de Rig mostraba varios cortes, sin duda por haber chocado contra afiladas rocas sumergidas, y la capa del kobold estaba hecha jirones. El marinero se limpió la sangre mientras se arrastraba fuera del agua, dejaba caer la alabarda en la orilla y depositaba con cuidado a Trajín en el suelo.
—¿Qué le pasa a Trajín? —Rikali dio un vacilante paso hacia ellos.
Rig se dejó caer junto al cuerpo del kobold y contempló con fijeza la catarata.
—¿Trajín? —repitió la mujer con cierta indecisión, luego adoptó un tono de reprimenda—. Me preguntaba si vosotros dos conseguiríais llegar. Tanto jugar con el estanque mágico… Podríais haberos dado un poco de prisa.
—Ilbreth está muerto —anunció el otro con sencillez.
La semielfa aspiró con fuerza y avanzó tambaleante hacia la orilla, dejándose caer de rodillas para sacudir con suavidad el cuerpo de la criatura.
—¿Se ha muerto y me ha dejado? —Echó una veloz mirada a Rig, en busca de una explicación—. Trajín no se moriría y me dejaría así. Él no lo haría.
El marinero siguió observando la cascada.
—Pobre Trajín —gorjeó.
Conteniendo las lágrimas, empezó a manosear el cuerpo y a buscar con sus finos dedos; abrió el aro de oro de la nariz que codiciaba y se lo introdujo en su bolsillo. Encontró unas cuantas perlas y una amatista en bruto en una pequeña bolsa, esta última sin duda un recuerdo del valle de los cristales. También se quedó con todo eso. Luego soltó de un tirón la bolsa que contenía la pipa con la figura del anciano, pero la mano de Rig apareció de improviso, sobresaltándola, y los dedos del hombre se cerraron sobre ella. El marinero se la arrebató y la depositó solemnemente sobre el pecho del kobold.
Dhamon se desplazó a una zona de la orilla situada varios metros más allá. Se introdujo en el agua y empezó a lavar el lodo que quedaba en sus ropas y cabellos, dando la espalda al kobold y manteniendo los hombros bien erguidos. Echó la cabeza hacia atrás para mirar a lo alto de las montañas, cuyas cimas quedaban oscurecidas por las nubes; luego se frotó los brazos, para intentar eliminar algo del dolor que los embargaba, y giró el cuello a un lado y a otro.
—Guardaré estas bonitas chucherías como recuerdo del pobre Trajín —anunció Rikali al tiempo que se reunía con él y empezaba a lavarse también el barro de las ropas y los cabellos—. Las guardaremos en la biblioteca en una estantería donde todos nuestros amigos puedan verlas cuando vengan de visita.
—No sabes leer —repuso él, tajante—. ¿Para qué querrías una biblioteca? —Ahuecó las manos por encima de los ojos para ayudar a mantener la lluvia fuera de ellos mientras seguía estudiando la ladera del risco más cercano.
—Soy muy lista, Dhamon Fierolobo. Podría aprender a leer —contestó ella, guardando la amatista y las perlas en una bolsa que colgaba de su cintura, y recuperando el aro de oro para introducirlo en su dedo meñique; luego irguió la barbilla desafiante—. Tú podrías enseñarme a leer.
Dhamon señaló un estrecho sendero por el que manaba agua; en un principio creyó que era un arroyo, pero había un letrero junto a ella, por lo que supuso que se trataría de una calzada.
—¿Podemos seguir eso para regresar a Bloten, Rig?
El marinero estaba agachado bajo un árbol, usando la hoja de su arma para sacar barro y cavar una fosa para el kobold.
—Vaya, ¿no es eso conmovedor? —observó Rikali, echando un vistazo al cuerpo de la criatura y luego al ergothiano—. Pensaba que no se soportaban el uno al otro.
—Probablemente será la ruta más corta —siguió Dhamon, estudiando el sendero—, pero no parece la más fácil. Podríamos tomar el camino más largo, pero Maldred probablemente nos lleva mucha delantera, y quiero regresar a casa de Donnag tan rápido como sea posible.
—Pero Dhamon, estoy muy cansada —suplicó la semielfa—. Hemos estado andando y nadando toda la noche. Es tan temprano, sin duda no hace mucho que amaneció. ¿No podríamos dormir sólo una hora o dos? No he dormido desde hace más de un día. Y busquemos algo de comer. Por favor. Tengo tanta hambre.
Él se detuvo un instante, considerando la idea, pero luego sacudió la cabeza y se puso en marcha. La semielfa echó una ojeada por encima del hombro. Rig seguía ocupado con la tumba, así que, sin pensarlo dos veces, echó a correr para atrapar a Dhamon.
Ambos experimentaron ciertas dificultades para ascender por el resbaladizo sendero y tuvieron que agarrarse al letrero y también a las rocas para no perder el equilibrio. Era una marcha lenta, y de vez en cuando la mujer echaba una mirada abajo en dirección a Rig, que seguía trabajando.
—Primero quiero tener una pequeña conversación con Donnag sobre esta empresa descabellada a la que nos envió. Luego quiero hablarle de esa niña de la visión, la que tal vez esté provocando toda esta lluvia. Podría saber qué es todo esto —explicó Dhamon a la semielfa—. Desde luego, esa información le va a costar cara.
—Le costará una barbaridad —dijo Rikali.
—Creo qué está lloviendo porque su última patrulla mató a algunos de los dracs de la Negra. Gran número de ellos, según lo que nos contó durante la cena. La lluvia es una especie de represalia. Sólo que no sé qué tiene exactamente que ver la niña con ella.
—Amor, no puedes decirlo en serio. Era una visión, un sueño mágico que Trajín hizo surgir de ese estanque. Ni siquiera sabes si es real.
—¿Real? La primera visión nos mostró la salida, ¿no es cierto? Yo diría que eso la hace real. Shrentak parecía muy real.
—¿Una niña que hace llover? ¡Ja! Apuesto a que Trajín le preguntaba algo totalmente distinto, nada que ver con la lluvia. Por eso aparecio la criatura. Apuesto a que pensaba en algún lugar agradable y cálido y seco donde pudiera encontrar compañía agradable y…
—No —su compañero sacudió la cabeza con vehemencia—. La niña es la causa. Ha anegado pueblos, uno a los pies de esta catarata. Talud del Cerro también podría ser arrastrado por las aguas. Esta lluvia no es en absoluto natural.
—¿Por qué iba a querer alguien hacer llover tanto? —Rikali ladeó la cabeza y arrugó la frente—. ¿Por qué querría alguien inundar pueblos de cabreros y granjeros? No tiene sentido.
—Lo tiene si eres una hembra de Dragón Negro que quiere ampliar su ciénaga y busca venganza.
Siguieron andando con cuidado por el sendero, que en realidad ahora se había convertido en un arroyo cada vez más ancho, por lo que de vez en cuando tenían que sujetarse a rocas para que sus pies no resbalaran y los hicieran caer. Rikali volvió a mirar por encima del hombro. A Rig no se lo veía por ninguna parte.
—Además, era una niña, no un Dragón Negro —continuó la semielfa.
—Los dragones son poderosos, Riki. Ese animal podría adoptar la forma de una chica, o la chica podría ser un agente de un dragón.
—¿Una niña dragón? ¿Cómo sabes tantas cosas sobre esas criaturas, amor? Debe provenir de todas esas cosas que puedes leer. Tendrías que enseñarme a leer. De todos modos, creía que habías acabado con los dragones.
—He acabado con ellos, Riki querida —Dhamon soltó una breve carcajada.
La mujer sonrió satisfecha y se esforzó por mantenerse al paso del hombre.
—No quiero volver a tener nada que ver con ellos. Pero la información sobre la niña es valiosa. Sospecho que el ogro me pagará bastantes monedas por ella; además de la espada que deseo.
Rikali lanzó una risita disimulada y estiró el brazo para agarrar el codo de Dhamon; pero sus manos se agitaron desesperadamente cuando pisó una roca cubierta de resbaladizo musgo y perdió el equilibrio. Aterrizó con un fuerte golpe en el centro de la corriente de agua, salpicando agua por todas partes. Su compañero giró en redondo para sujetarla, pero no llegó a tiempo, y la semielfa empezó a resbalar, junto con el río, montaña abajo.
Rig, que había finalizado por fin su tarea y ascendía desde la base del sendero, corrió para intentar atrapar a Rikali, pero sólo consiguió desgarrarle la manga cuando ésta pasó como una exhalación por su lado. El marinero soltó su alabarda y se lanzó tras ella. Al poco salió a la superficie e hizo señas a Dhamon.
—¡Dhamon, será mejor que bajes aquí! —Empezó a limpiarle la sangre que brotaba de un corte en la mejilla—. ¡Está herida!
También había sangre en su frente y manando por la nariz. La mujer gimió en voz baja, crispando labios y dedos, y el marinero le separó los labios con suavidad para mirar dentro de la boca. Había dos dientes rotos, y los restos de uno de ellos estaban enterrados en la mejilla. Rig los arrancó cuidadosamente.
—No hay nada roto aquí —anunció tras palparle con cuidado las costillas—. ¡Dhamon!
El otro no se había movido. Seguía unos metros más allá, en lo alto de la montaña, observándolos.
—¡Te oí decir algo en una ocasión sobre atender caballeros heridos en un campo de batalla! —siguió chillando el marinero—. ¿Qué tal si echas una mano? Al fin y al cabo, es tu novia.
—Sólo cree que lo es —respondió él en voz tan baja que Rig no pudo oírlo, luego aguardó unos instantes antes de deslizarse sendero abajo para reunirse con ellos—. No tenemos tiempo para este… retraso —dijo, con la voz preñada de irritación.
Se arrodilló sobre la semielfa y le apartó los cabellos del rostro. Le pareció que tenía un aspecto muy hermoso, con aquella expresión serena y el rostro desprovisto del recargado maquillaje que acostumbraba a llevar. Le palpó el cuello, le giró la cabeza a un lado y a otro, atendiéndola con toda la suavidad posible.
—Está bien —dijo a Rig—. Su cabeza golpeó con una roca, ¿ves? —Le ladeó la cabeza ligeramente, para mostrar la sangre que sobresalía por entre sus plateados mechones—. Nada demasiado grave. Respira normalmente. —Le tanteó la herida de la cabeza—. Tendrá un buen chichón cuando recupere el conocimiento. —A continuación se puso en pie y extendió las manos hacia la lluvia para que lavara la sangre—. Y lo recuperará muy pronto. Esta lluvia ayudará. —Dio media vuelta y reanudó la ascensión a la montaña.
—Espera un minuto. —Las palabras surgieron furiosas de los labios del marinero—. Es tu compañera. No irás a dejarla aquí.
—Riki lo comprenderá —replicó él—. Tengo que recoger un importante paquete de manos del caudillo Donnag y venderle cierta información valiosa. Cuanto antes sepa lo de la lluvia, más valdrá la noticia. Y tengo que encontrar a Maldred. También querrá saber lo de la lluvia. Riki nos alcanzará. Es más lista de lo que crees.
—Primero Trajín, ahora Riki… —Rig lo miró incrédulo.
El rostro de Dhamon era impasible. Sus manos colgaban inertes a los costados, los labios eran una fina línea, y sus ojos tenían una expresión indiferente.
Aquella imagen de Dhamon permanecería en la mente del marinero durante el resto de sus días, mostrándole hasta qué punto podía ser insensible una persona. Eran como cuentas de piedra… no mostraban el menor atisbo de compasión; no había más que una determinación egoísta en ellos. Rig lo reconoció. Los ojos de Dhamon mostraban astucia y egoísmo. No había ni rastro del hombre que había conocido en el pasado, no eran los ojos del antiguo caballero negro que había respondido a la llamada de Goldmoon pidiendo un campeón y que los había conducido intrépidamente a la Ventana a las Estrellas; ni sombra del héroe que había osado enfrentarse a los señores supremos dragones y que, aunque no se había ganado la amistad de Rig, desde luego había obtenido su respeto.
—Te acostumbrarás a ello, Rig —dijo él, leyendo sus pensamientos—. No soy el hombre que conocías.
¿Acababa Dhamon de decir esas palabras? se preguntó el marinero, ¿o sólo recordaba lo que éste había dicho una noche en las montañas Khalkist? No importaba. Eran ciertas. Rig contemplaba a un extraño. El marinero había conocido ladrones en su juventud, y se había asociado, lleno de orgullo, con piratas, a los que consideraba unos cuantos peldaños por encima de los ladrones corrientes. Ninguno de ellos había sido como este Dhamon, un Dhamon al que realmente no conocía.
—No eres humano —musitó.
Dhamon se echó a reír. Luego sin una palabra ni un gesto más, giró y volvió a ascender por la senda, avanzando un poco más despacio y sujetándose a las rocas para no sufrir una caída como la semielfa.
El marinero se llevó una mano al hombro y tiró hasta que una de sus mangas se desprendió; luego rodeó con ella la cabeza de la mujer para intentar detener la sangre. Alzó la mirada hacia el sendero cubierto de agua, luego contempló a la semielfa, le pasó los brazos bajo las rodillas y hombros y la levantó.
—¡Ahhh… por la bendita memoria de Habbakuk! —Vio que el brazo izquierdo colgaba torcido, y que había un feo bulto donde el hueso intentaba abrirse paso a través de la carne—. Está roto, supongo. —Volvió a dejarla en el suelo y empezó a mirar en derredor—. Necesitaré un trozo de madera —se dijo en voz baja—. Nunca he arreglado huesos rotos, y no voy a empezar ahora. Podría causar más daño que bien. Pero al menos puedo impedir que se mueva de un lado a otro.
Chapoteó hacia los restos parcialmente sumergidos de lo que parecía ser una casa y arrancó un tablón.
—Sí, algo como esto servirá. —Se quitó la camisa y empezó a rasgarla en tiras para hacer un tosco entablillado—. Arrojaría a Dhamon Fierolobo a la capa más inferior del Abismo —rezongó.
Rikali gimió con suavidad, y su rostro se crispó en evidente malestar mientras luchaba por recuperar el sentido. Los dedos de su mano sana se deslizaron hacia abajo para tocar su vientre.
—El bebé —susurró—. Por favor que mi bebé esté bien.
—¿Estás embarazada? —Rig la contempló consternado—. ¿Lo sabe Dhamon?
Ella negó con la cabeza.
—Y tú no se lo dirás —dijo, antes de volver a perder el conocimiento.
El marinero se dedicó a recolocar todas sus posesiones. Todas las dagas quedaron sujetas sobre el pecho, la larga espada colgaba al costado, la alabarda volvió a ir atada a la espalda. Tuvo que mover las cosas un poco para estar cómodo, pues resultaba difícil transportarlo todo y, además, a la semielfa, pero ya se las arreglaría.
Rikali profirió un quejido cuando él la tomó en brazos. Rig alzó los ojos hacia la montaña.
—Imagino que tendremos que probar este camino —decidió—. Pero lo haremos con calma.
* * *
Fiona se irguió muy tiesa en su armadura solámnica, que había limpiado hasta hacerla brillar como un espejo a su regreso de las catacumbas enanas. El trabajo le había dado algo en que ocuparse mientras aguardaba a Rig y a Dhamon, y mientras Maldred mantenía una reunión secreta con el caudillo Donnag.
Llevaba los cabellos sujetos detrás del cogote en dos tirantes trenzas, lo que no era muy corriente en ella, y el chamán ogro había curado la herida de la mejilla, a instancias de Maldred que, además, había corrido con todos los gastos. Las extremidades le dolían aún un poco después de la ardua aventura montaña arriba y en el interior de las ruinas enanas y el posterior regreso a Bloten. Pero su aspecto no delataba su auténtica fatiga.
Sacó pecho mientras deambulaba sobre el barro frente a los hombres que Donnag le había proporcionado como escolta para su rescate. Era tal como le había prometido. Cuarenta ogros robustos, el más bajo alzándose casi tres metros por encima de ella. Todos llevaban algún tipo de coraza, en general placas de piel curtida con tachuelas de metal desperdigadas en aleatorios dibujos. Tal vez los dibujos significaban algo en la lengua de los ogros. Unos pocos lucían cotas de malla y espinilleras de cuero, y algunas piezas de armadura parecían casi nuevas. Casi todos se cubrían con alguna clase de casco, y unos cuantos llevaban largas capas de fina tela oscura, que la continua lluvia oscurecía aún más. Se mantenían todos firmes, con las espaldas rectas y un porte impresionante muy distinto al aspecto encorvado que exhibía la mayor parte de la población de Bloten.
Si bien sospechaba que se sentían molestos con ella porque era una humana —una mujer— y, por encima de todo, una Dama de Solamnia— estaba segura de contar con su lealtad, ya que el caudillo Donnag les había ordenado que siguieran todas sus órdenes hasta la muerte si era necesario. También sospechaba que se les pagaba muy generosamente, aunque no sabía si era Donnag o Maldred quien se ocupaba de ello, y tampoco quería averiguarlo.
Sólo unos pocos podían hablar su lengua, y lo hacían de forma vacilante y pronunciando mal la mitad de las palabras. Maldred había dicho que todos los hombres eran luchadores bien adiestrados que habían tenido escaramuzas con los enanos de Thoradin, los hobgoblins y goblins de Neraka, y los dracs y abominaciones que invadían las colinas de Donnag procedentes del pantano. Su aspecto fornido y las gruesas cicatrices revelaban numerosas batallas previas.
Desde luego formaban un grupo muy poco agraciado. La mayoría tenía verrugas y furúnculos salpicando la piel que quedaba al descubierto, y la lluvia aplastaba sus ralos cabellos contra los costados de sus cabezas. Otros tenían dientes que sobresalían de sus labios hacia arriba o hacia abajo, y a unos cuantos les faltaban trozos de oreja. Uno lucía una nariz casi cadavérica. La piel de todos iba de un castaño claro, del color de la arena, a un marrón oscuro, del tono de la corteza de un castaño. Había tres hermanos cuya piel mostraba un tinte verdoso, y Fiona se dijo que les daba un perpetuo aspecto enfermizo; otro tenía la piel casi tan blanca como el pergamino. Maldred había explicado que ese individuo era un chamán en ciernes, ligeramente adiestrado en las artes curativas, y que su presencia podría resultar beneficiosa, dependiendo de qué habitantes de la ciénaga se cruzaran con ellos.
Algunos de los ogros llevaban una única arma, siendo ésta una larga espada curva que, por lo que la mujer había averiguado, se forjaba allí en Bloten y se entregaba a los que gozaban del favor de Donnag. Otros iban prácticamente tan cargados como Rig: con hachas atadas a la espalda, ballestas pensadas para manos humanas colgando de sus cintos, largos cuchillos enfundados sujetos a sus piernas y garrotes de púas en las manos. Necesitarían todas esas armas y muchas más, se dijo Fiona. Necesitarían suerte y la bendición de los dioses ausentes.
¿Y ella qué necesitaba? reflexionó la guerrera. ¿Una buena dosis de sentido común? ¿Qué hacía ella allí? Cometer una falta de decoro tras otra, se reprendió. Asociarse con ladrones, que posiblemente también eran considerados asesinos, hacer tratos con un despreciable jefe ogro y mandar una escuadrilla de aquellos seres. Estaba segura de que la Orden Solámnica no lo aprobaría. Y en lo más profundo de su ser, ella tampoco lo hacía. Tal vez la expulsarían de la Orden si descubrían lo que había hecho. ¿Y su hermano? ¿Qué pensaría Aven de los extremos hasta los que era ella capaz de llegar en sus esfuerzos por pagar su rescate?
—Aven —musitó; todo estaría bien, todo esto, se dijo, si conseguía obtener su libertad. Ya tendría tiempo para expiar sus acciones cuando su hermano estuviera junto a ella.
No obstante… su sensibilidad se veía asaltada por ciertas dudas. Tal vez debería abandonar todo eso ahora.
—¡Fiona! —llamó Maldred, que acababa de salir del palacio de Donnag y trotaba hacia ella, con una amplia sonrisa en el rostro—. Dhamon está bien, viene de camino.
La dama relegó sus preocupaciones a un rincón de su mente y aguardó a que el otro llegara junto a ella. El hombretón posó una mano sobre su hombro.
—Eso es una buena noticia —replicó, alzando la vista hacia su bien afeitado rostro—. Me alegro de que no le haya ocurrido ninguna desgracia durante el derrumbamiento. —No obstante sus palabras, Fiona parecía imperturbable ante la noticia, pues quería aparecer estoica e indiferente ante su tropa de ogros—. Y esta información sobre Dhamon te ha llegado debido…
—¿Recuerdas? Soy un ladrón que flirtea con la magia. —Los ojos de Maldred se clavaron en los de ella—. Dhamon encontró un modo de salir de la montaña a muchos kilómetros del lugar por el que salimos nosotros. Al menos tardará un día o dos más en llegar aquí.
—¿Y Rig?
Los labios del hombretón se curvaron hacia abajo.
—El marinero lo sigue. También él se encuentra bien. No te preocupes por su persona.
—No me preocuparé por él —repitió la mujer en voz baja.
Al cabo de dos mañanas, con la lluvia amainando hasta convertirse en casi una llovizna, Maldred salió del palacio de Donnag y fue al encuentro de Fiona en el jardín del caudillo ogro. No había flores, sólo innumerables hierbajos alimentados por las lluvias. La mayoría tenía espinas, con retorcidas enredaderas de un color gris verdoso que intentaban trepar por las pocas estatuas desperdigadas por el lugar o que enviaban sus apéndices a recorrer los senderos de adoquines. El jardín ocupaba un patio circular frente al imponente comedor de Donnag y perfumaba el ambiente con una mezcla de fragancias agradables y acres.
La dama había sido llamada a reunirse con Maldred allí, y éste le acarició la mejilla para atraer su atención.
—Dhamon fue visto cruzar la puerta sur hará unas pocas horas. En este momento está reunido con el caudillo Donnag.
—¿Y Rig? —La mujer se irguió en toda su estatura, con los ojos muy abiertos—. ¿Está él con Dhamon?
—Parece que Rikali está herida —repuso él, negando con la cabeza—. Los centinelas informaron que Rig llegó más tarde y la llevó a ver a Sombrío Kedar.
La solámnica pareció algo perpleja al enterarse de que no estaban todos juntos. Arrugó los labios, meditando durante unos instantes.
—¿Y el kobold?
—Muerto —respondió Maldred, frotándose la barbilla pesaroso.
—Debo ir a casa de Sombrío Kedar, entonces —repuso ella por fin—. Si Rig está allí, desde luego yo debería…
—¿Por qué? —Lo ojos del hombretón centellearon—. No tardarán en aparecer por aquí.
—Supongo que sí —la mujer ladeó la cabeza—, pero debo ir junto a Rig.
—¿Por qué? —Maldred se acercó más y le tomó las manos, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Tanto lo amas, dama guerrera?
Ella le devolvió la mirada, aunque sabía que podía perderse con suma facilidad en la enigmática mirada del otro.
—No lo sé. Meses atrás estaba segura de ello. No tenía dudas. Pero ahora… no lo sé.
—Él no te merece —dijo Maldred—. No te comprende, tan pocas de sus palabras llevan cumplidos. —Su sonora voz se había tornado melódica—. Es tan distinto a ti.
—Distinto a mí —repitió ella en voz baja, sin dejar de mirarlo a los ojos, deseando que hablara un poco más para poder oír su hipnótica voz; Rig acostumbraba a hablarle sin parar al principio, cuando intentaba impresionarla y hacerle la corte.
—No debes casarte con él —indicó él hombretón—. Tu corazón me pertenece a mí.
—No me casaré con él —repitió la dama—. Mi corazón te pertenece a ti.
Maldred sonrió. Si Fiona no hubiera puesto en duda sus propios sentimientos hacia el marinero, el hechizo habría resultado mucho más difícil. Pero su duda le dejó espacio para manipular su magia. Se inclinó sobre ella y le rozó los labios con los suyos.
Ella se dejó abrazar, trazando el contorno de su mandíbula con las yemas de los dedos, para apartarse de él finalmente, casi de mala gana. Él extendió un brazo e indicó con la cabeza en dirección a un banco de madera situado bajo un pabellón.
—Iré a ver qué hace Dhamon. Espérame aquí, dama guerrera.
—Claro que te esperaré.