ATREUS se dejó caer sobre las almohadas de nuevo, resopló y se quedó mirando a Lindy.
– No me esperaba estos melodramas absurdos de ti -comentó-. ¿Así que te enteras de que no vamos a casarnos y decides poner fin a nuestra relación? ¿Tiras todo por la borda? ¿No te parece un comportamiento poco razonable por tu parte?
– No. ¡Por cómo lo has dicho, me ha quedado claro que no me respetas ni me tomas en serio! -protestó Lindy con vehemencia-. Soy la chica con la que te acuestas los fines de semana y a la que nunca muestras en público y ya estoy harta. No es suficiente para mí.
Atreus la miró furioso.
– Pues sí te ha parecido suficiente todo este tiempo. Te recuerdo que fuiste tú la que insistió en que no nos vieran junto en público.
– ¡ Soy tu amante! -replicó Lindy con disgusto-. ¿No es así?
– Qué palabra tan anticuada -comentó Atreus.
– ¿Por qué no admites que, por muy anticuada que sea, eso es exactamente lo que soy? -le gritó Lindy, apretando los puños para intentar controlarse.
Atreus la miró con censura.
– Muy bien. Eres mi amante.
Lindy lo miró fijamente. Las lágrimas de rabia y de humillación se le desbordaban de los ojos. Sentía un irrefrenable impulso de ponerse a gritar y a tirar cosas a diestro y siniestro. Hubiera preferido que Atreus negara que era su amante porque aquella palabra se le antojaba la mayor de las humillaciones.
– Pero eso no quiere decir que no seas importante en mi vida -continuó Atreus-. Eres importante para mí.
– Sí, para las sesiones de sexo, para pasártelo bien… no soy más que la chica de los fines de semana, la que te hace pasártelo bien y no te da problemas -comentó dolida.
El corazón le latía tan aceleradamente, que creyó que le iba a explotar en el pecho o que le iba a dar un ataque de pánico. Nunca le había dado uno… claro que nunca había sufrido tanto. Aunque se despreciaba a sí misma por haber permitido que la tratara así, no podía imaginarse su vida sin Atreus.
Su amante.
Eso era lo que siempre había sido para él.
Lo único.
Durante todos aquellos meses, se había estado engañando a sí misma, imaginando cosas que no existían en realidad.
Ahora resultaba que no era más que una amante, una mujer que se tiene para obtener placer sexual, se mantiene siempre en un discreto segundo plano y no quiere más que la aprobación y el apoyo económico del hombre con el que se acuesta.
¡Ahora entendía por qué Atreus había insistido tanto para que aceptara el coche que le había regalado y por qué se negaba a cobrarle el alquiler!
Se supone que una amante acepta que su hombre la mantenga y, sobre todo, se supone que no hace preguntas como las que ella acababa de hacer.
– Yo te valoro mucho -continuó Atreus-. Eres la primera mujer con la que estoy tanto tiempo.
Lindy veía las cosas de otra manera. Aunque nunca se lo había dicho con palabras, lo había amado sobremanera, lo había adorado y admirado y había vivido para él.
Y todo eso sin pedir nada a cambio.
No era de extrañar que Atreus siguiera con ella. Le era muy fácil. Y ahora le decía que la valoraba, pero no era cierto porque le hablaba con palabras vacías que no le obligaban a ningún compromiso, no le ofrecía nada duradero ni profundo.
Por la cautela con la que le estaba hablando, Lindy comprendió también que Atreus había te-nido siempre muy claro el lugar exacto que ocupaba ella en su vida.
Para él, no había sido siempre más que su amante.
Qué patética creyendo que podía ser algo más.
Atreus maldijo en voz baja cuando Lindy salió dando un portazo. ¿Pero qué demonios le había pasado? Creía conocerla muy bien, pero se estaba comportando como una completa desconocida. ¿De dónde había salido aquel genio? ¿Y aquellas horribles preguntas? ¿Así, de repente? ¿Tal Ben Halliwell había tenido algo que ver en todo aquello?
Atreus se pasó los dedos por el pelo. Estaba furioso. La situación le había estallado en la cara, lo había tomado completamente por sorpresa y él no estaba acostumbrado a que le pasaran esas cosas.
¿Y por qué Lindy se comportaba de manera tan necia? Cientos de mujeres habrían matado para estar en su lugar. ¿Qué tenía de malo ser su amante? Con lo bien que estaban juntos. Nunca habían tenido la necesidad de discutir por cosas absurdas como las que habían salido a colación hacía unos minutos.
Lindy nunca había preguntado nada parecido. ¿Por qué lo iba a hacer cuando él la hacía sumamente feliz?
Lo cierto era que él también era muy feliz a su lado. Cuando tenía que trabajar, Lindy nunca decía nada, se iba al refugio de animales y trabajaba durante unas horas. A menudo, Atreus iba a buscarla porque su compañía le resultaba muy grata. Era agradable estar con ella, era una mujer independiente que no lo necesitaba y se había amoldado en su vida con naturalidad.
Pero eso no le daba derecho a realizar, ridículas demandas y a tirarle a la cara su generosidad. No estaba dispuesto a perdonárselo. ¿De verdad se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que él se quisiera casar con ella y tener hijos? ¿Lo había tomado por un don nadie cuando era uno de los hombres más ricos del mundo?
¿Sería un esnob? Atreus era consciente de que su familia esperaba que se casara con una mujer de la alta sociedad. Su padre se había divorciado, se había vuelto a casar y, a partir de entonces, había llevado una vida caótica, lo que había sumido a la familia Dionides en un mundo de dolor y de vergüenza. Al final, la familia se había tenido que hacer cargo de él. Su tía y su tío se habían encargado de su educación.
Atreus había aprendido que uno no se casa con nadie que no sea de su clase social.
Estaba enfadado con Lindy, pero también dolido por su partida. Atreus se dio cuenta entonces de que ella no conocía las reglas del juego con las que él había estado jugando.
Sabía que lo mejor era dejarla partir.
Lindy nunca lo había pasado tan mal como lo pasó aquella noche.
Sin derramar ni una sola lágrima, volvió a pie a su casa, acompañada por sus perros, furiosa.
Sí, furiosa con Atreus y furiosa consigo misma. ¿Por qué demonios se había embarcado en una relación con él?
Aquella noche no pudo dormir, se la pasó dando vueltas, dormitó en un par de ocasiones y las dos veces se despertó buscándolo, echándolo de menos y maldiciendo su pérdida.
Samson y Sausage se subieron a la cama y se tumbaron a su lado, consolándola intuitivamente, buscando su mano y rozándola con sus hocicos.
Atreus jamás habría permitido que los perros entraran en el dormitorio y, mucho menos, que se subieran a la cama. Al pensar en él, los ojos, que ya le dolían, se le volvieron a llenar de lágrimas.
Todo había sucedido tan rápidamente que no le había dado tiempo de prepararse para el golpe. Ahora, su mundo se le antojaba vacío y sin propósito. Estaba acostumbrada a salir a montar a primera hora los sábados por la mañana.
Atreus le había enseñado y la levantaba todos los sábados sin falta en cuanto amanecía.
Cuando no trabajaba, le sobraba energía y necesitaba gastarla en algo. Lindy se sonrojó al recordar cómo había gastado esa energía en la cama con ella.
En ese momento, tuvo que salir corriendo de la cama porque le sobrevino una náusea que la obligó a correr al baño.
No solía vomitar nunca y supuso que el disgusto que se estaba llevando le había descompuesto el aparato digestivo. Mientras se lavaba la cara, se rozó un pecho y se extrañó de que le doliera. Sabía que había mujeres a las que les dolían los pechos durante la menstruación, pero ella había tenido el periodo hacía unos días.
Era evidente que sus hormonas estaban alborotadas y que su cuerpo estaba haciendo cosas que nunca había hecho antes. Menos mal que estaba segura de no haberse quedado embarazada, pues nada más empezar su relación con Atreus había empezado a tomar la píldora. La había tenido que dejar porque los efectos secundarios eran demasiado fuertes para ella y le sentaba muy mal, así que Atreus había quedado encargado de nuevo de los preservativos. Y él se había asegurado siempre de no cometer el más mínimo error.
¡Visto lo visto, menos mal que había sido así! Seguro que si la mujer con la que se había estado acostando le dijera que se había quedado embarazada, no le haría ni caso. Seguro que, de darse esa situación, preferiría que la mujer abortara a que el niño naciera.
Así, el precioso árbol genealógico de su familia podría seguir puro, sin mezcla con la plebe.
Lindy dio gracias al cielo por no tener que pasar por una situación así.
Aquel fin de semana, Atreus se incorporó a su vida londinense antes de lo habitual. La semana siguiente no apareció por Chantry House. Cuando pensaba en aquel lugar, irremediablemente, pensaba en Lindy, lo que lo enfurecía porque nunca se había tenido por un hombre sensible.
Aun así, en cuanto pensaba en Chantry House, aparecía ella en sus recuerdos y el más mínimo olor a lavanda le hacía apretar los dientes.
Recordaba su esponjoso bizcocho de jengibre, el miedo que había intentando disimular la primera vez que había montado a caballo, Lindy nunca hablaba mal de nadie y, cuando él llegaba tarde, jamás le había reprochado nada.
Atreus se despertaba por las noches buscándola, echándola de menos, pero Lindy no estaba.
Atreus nunca se había enfadado por poner fin a una relación sentimental porque siempre había tenido una docena de mujeres haciendo cola para iniciar otra.
Siempre se había dicho que toda mujer era reemplazable.
Así lo había creído desde la adolescencia.
Sin embargo, al comenzar a salir ahora de nuevo, se encontró con que sus gustos habían cambiado. Ahora, le gustaban las mujeres que supieran apreciar el valor del silencio, que comieran sin preocuparse por las calorías, las mujeres que no tardaban una eternidad en arreglarse para salir, las mujeres que supieran escuchar y participar de la conversación con comentarios inteligentes.
Cuanto más buscaba y menos encontraba, más se enfadaba.
El viernes siguiente estuvo a punto de no ir a su casa de campo, pero, de repente, se le ocurrió la solución a sus problemas.
Dicho y hecho.
Llamó al director de la finca y le dijo que quería que echara a la inquilina de The Lodge y le indicó que le ofreciera una buena suma de dinero como aliciente para que se fuera. Creyéndolo todo arreglado, aquella misma tarde se fue para allá.
Si no hubiera mirado hacia la casa de Lindy al pasar, no se habría dado cuenta de que el BMW de Halliwell estaba aparcado en la puerta. Al verlo, frunció el ceño. Le molestaba la idea de que aquel individuo no fuera a sufrir ninguna consecuencia por sus actos.
Atreus abrió la puerta de Chantry House y se le antojó que la casa estaba demasiado oscura y callada. Por supuesto, era porque ningún perro había corrido a saludarlo con sus ladridos, sus jadeos y sus juegos.
Atreus apretó los dientes y se recordó a sí mismo que nunca le había gustado tener perros dentro de casa. A continuación, se dispuso a cenar la exquisita cena que le había preparado su chef francés.
Pero la selección de manjares no incluía tarta de frutas recubierta de sirope de jengibre.
Aquella misma tarde, Lindy se encontraba bastante contenta ante la idea de acudir con Ben a la celebración de la boda de su amigo. Así se distraería un poco… aunque no cenara.
Desde que hacía dos semanas se le había revuelto el estómago, no había vuelto a comer con normalidad. Cada vez que lo hacía, vomitaba. Debía de tener un virus gastrointestinal y su organismo estaba intentando librarse de él. Como las gastroenteritis no había más remedio que pasarlas y aguantar, no consultó con su médico.
Había cambiado las sábanas de su cama para dejársela a Ben porque le parecía una crueldad por su parte pedirle que durmiera en el sofá con lo alto que era.
Había ido a la peluquería y se había comprado un precioso vestido azul cielo para la ocasión. Ben era divertido y pensaba disfrutar de su compañía.
Estaba decidida a dejar atrás la horrible sensación de abandono que la acompañaba desde hacía unas semanas. Tal y como se habían dado las cosas, debería haberle resultado fácil olvidarse de Atreus, pues no había intentado ponerse en contacto con ella en ningún momento para hacerle cambiar de opinión sobre su ruptura.
Eso sólo podía querer decir una cosa: nunca había sido importante para él.
Con el tiempo, dejaría de echarlo de menos, dejaría de pensar en él, dejaría de llorar por él. Algún día sería capaz de decir «¿Atreus qué?» y de verdad no acordarse de él.
Ben se mostró encantado cuando Lindy le contó que lo suyo con Atreus había terminado. Tras asegurarle que el tiempo lo cura todo y que pronto se olvidaría de él, se habían ido a la boda.
El que se olvidó pronto del asunto fue él, que estaba más interesado en trabar relaciones con los presentes en la celebración.
Lindy, por su parte, se moría por estar con sus amigas Elinor y con Alissa, pues estaba convencida de que sólo una mujer entendería por lo que estaba pasando.
Las tenía que llamar para contárselo.
Decidido a pasar el fin de semana tan bien como siempre, Atreus salió a montar a caballo a la mañana siguiente.
Cuando volvía, vio que el coche de Halliwell seguía aparcado en el mismo lugar que la tarde anterior.
Eso sólo podía significar una cosa.
Ben había pasado la noche allí.
Con Lindy.
Al instante, Atreus sintió que una rabia primigenia lo azotaba como una tormenta. Fue una sensación tan potente, que azuzó a su montura para acercarse sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo.
El enfado y la frustración que llevaba días sintiendo habían encontrado, por fin, un objetivo.
Lindy había dormido mal en el sofá, pero, cuando llamaron al timbre, los perros se pusieron como locos, así que no tuvo más remedio que levantarse. Al hacerlo, sintió náuseas, pero se aguantó.
– ¿Se puede saber quién es a estas horas? -aulló Ben desde arriba.
– No tengo ni idea -contestó Lindy.
– Ahora que lo pienso, a lo mejor es para mí -recapacitó Ben-. Geoffrey Stillwood me dijo que vendría a buscarme para invitarme a cazar -recordó-. ¡Nunca he cazado, pero estoy dispuesto a intentarlo si me invita el suegro de mi jefe!
Lindy hizo una mueca de disgusto. No le hacía ninguna gracia que la gente se tomara la caza como un deporte cuando, en realidad, no era más que un asesinato de seres inocentes. Incómoda, se ató el cinturón de la bata y abrió la puerta.
Se quedó anonadada al ver a Dino, el caballo de Atreus, pastando en la hierba. El propietario del animal se erguía ante ella perfectamente ataviado para salir a montar.
Estaba impresionante.
Hasta su peor enemigo tendría que haberlo admitido así.
– No has tardado mucho en sustituirme en la cama, ¿eh? -le espetó mientras Samson y Sausage corrían hacia él para darle la bienvenida.
– Déjame a mí, yo me hago cargo -intervino Ben, haciendo a Lindy a un lado y saliendo al umbral.
– ¿Ah, sí? -se mofó Atreus-. No suelo pelearme por rameras.
– No va a haber ninguna pelea -le aseguró Lindy indignada.
Pero Ben tenía otras intenciones y así lo demostró cuando atacó a Atreus y le dio un derechazo en la mandíbula.
– Que sea la última vez que le hablas así a Lindy, ¿me oyes? -le dijo mientras Atreus se recuperaba y le dirigía un golpe tan certero que el rubio se cayó al suelo de espaldas.
Treinta segundos después, mientras Ben se incorporaba quejándose de dolor y Atreus se disponía a seguir la pelea, Lindy se interpuso entre ellos.
– ¡Parad ahora mismo! -les ordenó.
– Tú no te metas -contestó Atreus, tomándola de la cintura y retirándola a un lado.
– ¡No te atrevas a decirme lo que tengo que hacer! -protestó ella furiosa en el mismo instante en el que un teléfono móvil se ponía a sonar.
Atreus se echó atrás dispuesto a lanzar otro golpe, pero Ben levantó la mano mientras contestaba el teléfono para indicarle que le diera un momento.
– ¿Geoff? Sí, ¿qué tal? Buenos días… no, ya estaba despierto, no te preocupes. Sí, sí… muy bien… claro, encantado. ¿A qué hora? Ahora mismo voy -dijo al auricular-. ¿Dónde hay una tienda de cosas de campo? -le preguntó a Lindy en cuanto colgó el teléfono.
Sorprendida, Lindy le dio la información. Ben corrió escaleras arriba a recoger sus cosas. Evidentemente, se había olvidado de defenderla ante Atreus. Era mucho más importante que uno de los terratenientes del lugar lo hubiera invitado a una cacería.
– Ya se sabe. Los analistas financieros tienen que ser personas de sangre fría -comentó Atreus al ver la cara de perplejidad de Lindy-. A los griegos jamás se nos ocurriría parar una pelea por una llamada.
– ¿Sabes que estás más guapo calladito? -le espetó Lindy-. ¿Cómo te atreves a venir a mi casa a decir con quién me acuesto o me dejo de acostar?
Atreus se encogió de hombros.
– Yo no soy de sangre fría. Estoy seguro de que no te has olvidado de mí tan pronto -contestó muy seguro de sí mismo. Sorprendida por su crueldad y su puntería, Lindy se sonrojó, pero no dijo nada. No tenía por qué darle explicaciones.
– ¿Qué demonios haces? -le preguntó al ver que Atreus ataba a su caballo a la anilla de hierro dispuesta para tal fin en una esquina de la casa.
– ¿Tú qué crees? -contestó Atreus. Lindy se quedó de piedra, pues eso era lo que solían hacer cuando salían a montar los fines de caballo. Tras una buena cabalgada, se dirigían a casa de ella, ataban a sus monturas fuera y se iban a la cama a dar rienda suelta al deseo que nunca los abandonaba. Lindy no quería recordar aquellos momentos, que, evidentemente, habían significado mucho más para ella que para él. Ben pasó corriendo a su lado, se despidió y le dijo que la llamaría durante la semana. Por lo visto, se había olvidado por completo de su altercado con Atreus. ¿De verdad creía éste que se había acostado con Ben? ¿Quería eso decir que nunca se había fiado de la amistad que mantenía Lindy con el otro hombre? ¿O, tal vez, la insultaba porque lo había dejado?
Una vez Dino estuvo bien atado, Atreus volvió frente a Lindy, que no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.
Ataviado con la ropa de montar a caballo, era como un sueño hecho realidad. Con aquellos pantalones apretados, aquellas botas de caña alta y su belleza natural…
Lindy sintió que el deseo se apoderaba de ella con fuerza.
– ¿Por qué atas a Dino? -le preguntó.
Cuando Atreus la miró, Lindy sintió un intenso calor entre las piernas. Atreus le pasó una mano por el cuello, la agarró del pelo y se apoderó de su boca con impaciencia. Mientras la obligaba a volver a entrar en casa andando hacia atrás, Lindy sintió que el corazón le latía aceleradamente.
Se sentía sorprendida y satisfecha a un tiempo.
– No podemos…
Atreus cerró la puerta con el pie una vez dentro y apretó a Lindy contra la pared.
– ¿No quieres? Dime que no.
Había vuelto a probar los labios de Atreus y, por mucha vergüenza que le diera, ya no era capaz de echarse atrás.
Era como una adicta.
Se dijo que sólo un beso.
Sí, sólo un beso más, se dijo unos segundos después, mientras Atreus se apretaba contra ella. Sí, uno más solamente, pensó mientras él le comía la boca con fruición.
Su temperatura corporal se había disparado y Lindy estaba disfrutando al sentir el maravilloso cuerpo de Atreus en contacto con el suyo.
La lógica la abandonó en el mismo instante en el que sintió su erección.
Atreus le levantó la bata y el camisón mientras Lindy se tensaba y se estremecía. Se le había formado un nudo de deseo en las entrañas e intentó luchar contra él… incluso cuando se le ocurrió que Atreus tenía celos de Ben. ¿La habría echado tanto de menos, que estaba intentando que volviera con él? En el estado en el que se encontraba, dar crédito a ese tipo de ideas podía resultar fatal.
Atreus le abrió las piernas para comprobar si estaba húmeda. Mientras la masturbaba, Lindy se dejó caer con abandono contra la pared y jadeó de placer. Cuando Atreus se centró en el maravilloso centro de su feminidad, el cuerpo de Lindy comenzó a sacudirse de placer.
En aquel momento, ninguna advertencia de su conciencia, ninguna idea preconcebida podría haber entrado ya en su mente.
Estaba rendida.
Lindy se puso de puntillas para beber de la boca de Atreus, que la tomó en brazos y la levantó del suelo. El deseo sexual se había apoderado de él como nunca y lo hacía comportarse con brutalidad. Se sentía como una locomotora desbocada montaña abajo, lo que se le antojó una experiencia de lo más divertida.
Tras agarrar a Lindy en brazos, la llevó arriba, al dormitorio, la dejó sobre la cama y le volvió a levantar la bata y el camisón para saborear su cuerpo por completo. Gimió de placer cuando sus pechos quedaron al descubierto. Se tumbó sobre ella y comenzó a chupárselos y a gemir de satisfacción.
Estaba disfrutando tanto, que le costó acordarse de los preservativos, pero consiguió alargar la mano y sacarse uno del bolsillo. A continuación, se desabrochó los pantalones y se bajó la cremallera con impaciencia.
Lindy no podía más y temblaba de expectación. Dos de las cosas que más le gustaban de Atreus eran lo impredecible que era y la pasión que sentía por su cuerpo. Para ella, su impaciencia era el mejor de los cumplidos.
Antes de que le diera tiempo de colocarse el preservativo, Lindy se incorporó y le tomó el miembro en la boca.
– No -le dijo Atreus desconsolado-. Vas a hacer que llegue antes de tiempo, mali mu.
Encantada al ver que lo había dicho temblando de excitación, Lindy se retiró y permitió que Atreus la agarrara de las caderas y la penetrara con fuerza. Cuando sintió su miembro abriéndose paso en su cuerpo, arqueó la espalda hacia atrás y elevó la pelvis para recibir gustosa sus embestidas.
La estaba tomando de manera primitiva y a Lindy le estaba encantando, así que se abandonó al momento y disfrutó de él.
Nunca había experimentado nada tan salvaje y satisfactorio.
El orgasmo sorprendió a ambos a la vez con intensidad.
Cuando las últimas oleadas se hubieron disipado, Lindy se encontró preguntándose qué demonios había hecho. No sabía qué decir. No tendría que haber permitido que aquello sucediera.
Sí, lo deseaba y había satisfecho su apetito sexual, pero, ¿a qué precio?
Atreus salió de la experiencia muy asombrado. Era la primera vez en su vida que perdía el control por completo. No lo ayudó en absoluto ver la corbata de Ben tirada en el suelo junto a la cama.
Al instante, sintió asco y no dudó en levantarse de la cama a toda velocidad para ir al baño.
Una vez a solas, en silencio, Lindy se colocó la ropa y se estremeció ante lo que había pasado. Lo que había permitido que pasara. Después de hacer el amor, Atreus no la había besado ni abrazado.
Las cosas habían cambiado entre ellos. Todo era diferente.
Lindy se levantó de la cama. Le temblaban las piernas. Todavía sentía el cuerpo de Atreus en el suyo.
Como si hubiera hecho algo malo, bajó las escaleras a toda velocidad.
Atreus se lavó la cara y se secó. Estaba furioso. No había vuelto a sentir deseos de acostarse con nadie, pero era la primera vez en su vida que volvía a por una mujer. Para él, cuando una relación había terminado, había terminado.
Siempre había cortado las relaciones que había tenido antes de que llegaran a un punto demasiado confuso, pero lo que acababa de suceder entre Lindy y él era, como mínimo, confuso.
Sí, había sido un encuentro sexual buenísimo, pero poco apropiado. No debía olvidar que Lindy se había acostado con otro esa misma noche.
Atreus decidió que se había querido volver a acostar con ella porque ya la conocía. Sólo por eso. Ya, ¿y desde cuándo lo conocido se le antojaba tan irresistible? ¿Acaso había rebasado ya la edad de querer una mujer tras otra en la cama? ¿Habría llegado el momento de llevar una vida más tranquila con una sola mujer?
Quizás, había llegado el momento de empezar a buscar esposa en lugar de buscar otra novia. Aquella idea, la posibilidad que le daba de alejarse de Lindy y de zambullirse en un mundo que le era más conocido, lo llenó de aplomo.
– Lo siento -le dijo con frialdad cuando la encontró esperándolo en el salón.
– No sé si entiendo. ¿Por qué me pides perdón? -contestó Lindy.
No quería mirarlo a los ojos porque sentía la distancia que había entre ellos y aquello la llenaba de dolor.
– Lo que hubo entre nosotros ha terminado -declaró Atreus con seguridad-. No debería haber venido. No debería estar aquí cuando no quiero nada contigo.
Lindy se maravilló de poder seguir respirando después de aquella agresión verbal. Así que se la había llevado a la cama y le había hecho el amor de manera apasionada, pero no había significado absolutamente nada para él.
De hecho, estaba claro que se arrepentía de lo sucedido.
– Quiero que sepas que… no me he acostado con Ben -se defendió-. He dormido en el sofá.
Atreus miró en la dirección del sofá y vio que, efectivamente, estaba preparado para hacer de cama, pero eligió desviar la mirada. No quería que nada de lo que Lindy pudiera decir pudiera tener ningún poder sobre él.
– Da igual. Ya no me interesas -contestó-. Lo de hoy no se volverá a repetir.
Mientras veía cómo se alejaba Atreus, Lindy sintió que el corazón le dejaba de latir. Respirar le hacía daño. Desde la ventana en la que estaba, se giró y se cubrió el rostro, por el que le resbalaban lágrimas desconsoladas.
Sentía náuseas y ganas de golpearse la cabeza contra la pared por permitir que ocurriera lo que había ocurrido.
¿Cómo demonios se le había ocurrido volver a acostarse con él?
Sobre todo, cuando la había llamado «ramera». ¿Acaso no tenía dignidad?
Era evidente que su relación con Atreus no había significado lo mismo para ella que para él. Para él no había sido más que una relación más mientras que a ella se le había roto el corazón…