CUARENTA y ocho horas después, la doncella de Krista acompañó a Atreus a la puerta para que se fuera.
Atreus controló las emociones a duras penas. Estaba enfadado con todo y con todos, él incluido. Viendo que estaba enfadado con el mundo entero, decidió que no quería infligir aquel castigo a Lindy, así que la llamó para cambiar su cita.
– ¿Estás bien? -le preguntó ella al darse cuenta de que a Atreus le pasaba algo.
– ¿Por qué no iba a estar bien? -contestó él sin embargo-. Siento mucho estos cambios de última hora.
Lindy se mordió la lengua y se dijo que no tendría que haberle hecho una pregunta tan personal.
– No pasa nada -le aseguró muerta de vergüenza.
Acto seguido, se miró al espejo que tenía en el vestíbulo de entrada e hizo una mueca de disgusto.
Se había recogido el pelo a la perfección, se había maquillado y se había puesto un conjunto nuevo.
¿Es que no iba a aprender nunca? ¿Por qué se hacía aquellas cosas?
A continuación, se dirigió al comedor, donde su invitada estaba terminando su comida.
– Atreus acaba de cancelar la cita. Nos veremos mañana -le dijo.
– Vaya… -contestó la princesa Elinor de Quaram peinando la cabecita de su hijo menor con los dedos-. Cuánto lo siento -añadió mientras Tarif, un precioso niño que había sacado el pelo oscuro de su padre y los ojos claros de su madre volvía a jugar con sus juguetes.
– Él nunca hace estas cosas. Debe de haber ocurrido algo -contestó Lindy mientras observaba a Sami y a Mariyah volando una cometa en el jardín con ayuda de su padre-. No pienso enfadarme ni disgustarme. No me afecta lo que haga.
Su amiga la miró dubitativa.
– De verdad… ya me he olvidado de él -insistió Lindy.
– Si tú lo dices -contestó Elinor-. No lo has pasado bien durante los últimos meses, así que no tomes ninguna decisión precipitada.
A la mañana siguiente, mientras esperaba a Atreus, Lindy se dijo que debía mantener la calma.
No era más que el padre de su hijo, sólo eso. No había problema.
Sí, bueno, era cierto que era un hombre guapísimo, pero estaba con otra mujer y lo único que había ya entre ellos era un embarazo no deseado.
Lindy lo observó llegar en un espectacular Bugatti Veyron y se tuvo que obligar a contar hasta diez para abrir la puerta.
Al hacerlo, Atreus le entregó un ramo de rosas que Lindy aceptó sorprendida, pues Atreus no le había regalado rosas ni cuando estaban juntos.
Confusa, se dirigió a la cocina a ponerlas en agua.
Atreus esperó impaciente su regreso. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que curiosamente no le estaba molestando el olor a lavanda que impregnaba toda la casa.
Haciendo gala de sus dotes de anfitriona perfecta, Lindy reapareció con una bandeja con café y galletas para él y limonada casera para ella.
– Mi empresa va muy bien -le dijo muy orgullosa.
– Sí, pero tu trabajo es muy físico -contestó Atreus-. Me gustaría contratar a alguien para que se encargara de ciertas tareas.
– No necesito ayuda. No estoy enferma. Sólo embarazada.
– He hablado con un amigo médico que tengo y me ha dicho que durante el embarazo no te conviene el trabajo que realizas.
Lindy apretó los dientes.
– Eso lo decido yo -anunció.
Atreus la miró muy serio.
– Te recuerdo que también es asunto mío puesto que también es mi hijo.
La manera en que lo dijo atribuló a Lindy, que había elegido olvidar lo autoritario y directo que Atreus podía llegar a ser.
Lindy tomó aire para controlar su enfado y se dijo que era bueno que Atreus se preocupara por su estado de salud.
– No te preocupes, no voy a hacer ninguna estupidez.
– Como nunca aceptas ayuda de nadie, podrías cometerla en cualquier momento -insistió Atreus con una precisión irritante-. Por favor, contrata un ayudante y yo lo pagaré. Sólo hasta que des a luz.
Lindy no pudo seguir aguantando por más tiempo.
Estaba furiosa.
– Te agradezco tu preocupación, pero mi vida y mi trabajo no son asunto tuyo.
– ¿Cómo que no? Tú y todo lo que te incumbe es asunto mío -ronroneó Atreus.
– ¿Desde cuándo? -lo increpó Lindy.
– Desde el mismo momento en el que te quedaste embarazada -contestó Atreus-. Si me lo hubieras dicho cuando te enteraste, seguiríamos juntos.
Lindy bajó la mirada.
– Eso lo dices ahora… claro… te recuerdo que hace cinco meses me dijiste muy claramente que un embarazo no deseado destrozaría nuestra relación.
– Lo dije por lo que me ha pasado con otras mujeres. No hagas caso de lo que dije entonces -le dijo con convicción-. He venido a pedirte que te cases conmigo.
Lindy, que estaba sirviéndose un vaso de limonada, lo miró con los ojos desorbitados. Se había quedado tan estupefacta, que no se dio cuenta de que el líquido estaba rebosando ya sobre la bandeja. Atreus se puso en pie y le retiró la jarra de la mano para parar el estropicio.
– No me lo puedo creer -contestó Lindy.
– ¿No te parece natural? Vamos a tener un hijo.
– ¡De natural no tiene nada! -contestó Lindy-. Lo dejamos, precisamente, porque dijiste alto y claro que jamás te casarías con alguien como yo. ¿Y Krista?
Atreus apretó los dientes.
– Agua pasada.
– ¡Pero te ibas a casar con ella! -protestó Lindy.
– ¿Ah, sí?
– La llevaste a que conociera a tu familia. Estaba claro que ibas en serio -contestó Lindy, dolida todavía por el hecho de que a ella, que había mantenido una relación con Atreus durante año y medio, nunca la había llevado a casa de los Dionides.
Atreus no quería enturbiar la situación removiendo el asunto de Krista, así que se encogió de hombros.
– Es absurdo ponernos a hablar ahora de lo que podría haber sido.
Lindy no estaba convencida.
– Quiero que hablemos de nosotros -insistió Atreus.
– ¿Nosotros? ¿Qué nosotros? No hay ningún nosotros. Sí, estoy embarazada, pero eso no hace que los últimos meses no hayan existido ni me hace olvidar la razón por la que nos separamos.
Atreus tomó aire. La tensión se palpaba en el aire.
– No quiero casarme por estar embarazada, ¿sabes? -continuó Lindy-. Supongo que te debo agradecer que me lo hayas propuesto, pero te recuerdo que cuando lo dejamos fue porque me dijiste que no sería una buena esposa para ti. Me lo dejaste bien claro. No creo que haya cambiado nada desde entonces a ese respecto.
Atreus estaba furioso.
– Nuestro hijo nos va a necesitar a los dos y en mi familia nos casamos cuando dejamos embarazada a una mujer.
– Ya… -contestó Lindy agarrando el vaso de limonada con ambas manos-. Me temo que no estoy de acuerdo con el planteamiento. Algún día me lo agradecerás. Estoy siendo razonable.
– ¿Razonable? ¿Se puede saber qué tiene de razonable que le estés negando a mi hijo el derecho a llevar mi apellido?
– Eso no tiene importancia. Le puedes dar tu apellido sin que estemos casados -le informó Lindy.
– ¡Sólo podré ser un buen padre para nuestro hijo si estamos casados! -exclamó Atreus, al que no le había hecho ninguna gracia que le dijera que podían arreglar lo del apellido sin estar casados.
– Los dos somos adultos y sabemos que eso no es cierto. Me encantaría que tuvieras un papel relevante en la vida de tu hijo, pero para ello no hace falta que nosotros nos compliquemos las nuestras -declaró Lindy, elevando el mentón-. Seamos sinceros, Atreus. Me dejaste muy tranquilamente, te olvidaste de mí con facilidad y ninguno de los dos quiere retomar la relación.
– No me digas lo que quiero y no quiero porque no tienes ni idea -le reprochó Atreus, mirándola intensamente.
Lindy estaba convencida de que estar casada con Atreus sería maravilloso, pero sólo durante un tiempo. En cuanto se le hubiera pasado la emoción de ser padre, lo único que le quedaría sería un matrimonio vacío y un marido que no la quería.
Lindy era consciente de que no podría volver a pasar por el dolor de perderlo, así que no debía arriesgarse. ¿Para qué se iba a exponer a eso? ¿Para poder vivir durante un corto período de tiempo la felicidad de poder decir que era su mujer?
– Podemos seguir cada uno nuestra vida y compartir a nuestro hijo. Tendremos una relación de respeto mutuo. Sin embargo, si nos casáramos, terminaríamos divorciándonos porque no soy ni nunca seré la esposa que tú quieres, Atreus -le dijo con firmeza.
– ¿Y eso cómo lo sabes? -protestó Atreus. Lo cierto era que estaba anonadado ante la batería de negativas de Lindy.
– Lo sé porque la mujer que elegiste para casarte, Krista Perris, y yo no tenemos absoluta-mente nada en común. Ella es griega, rica y delgada. No puedo competir con eso. Ni siquiera lo voy a intentar.
Lo estaba diciendo muy en serio. No quería volver a sufrir. No quería ser una mujer de segunda a la que él aguantara por ser la madre de su hijo. Era consciente de su vulnerabilidad y estaba decidida a protegerse.
– .¡No pretendo que compitas con ella! -le espetó Atreus-. Lo que quiero es que pienses en lo mejor para el niño que va a nacer. Ser padre implica ciertos sacrificios. No se trata de lo que tú y yo queramos, sino de lo que nuestro hijo necesita para ser feliz.
A Lindy no le había hecho ninguna gracia que Atreus no le dijera que ella también tenía cualidades como las de Krista en otros aspectos y aquello hizo que se enfureciera.
– ¿Me vas a sermonear? -le increpó-. No hace falta, ¿sabes? Estoy familiarizada con los sacrificios de la maternidad. Para que lo sepas, durante los primeros cuatro meses del embarazo he estado vomitando, por lo menos, una vez al día. La ropa ya no me sirve, mi cuerpo se ha deformado, me canso con mucha facilidad y no puedo hacer esfuerzos físicos que antes hacía.
Atreus la tomó de las manos.
– Me lo imagino… perdona, he sido un grosero -concedió-. Es que había dado por hecho que ibas a querer casarte conmigo. Qué arrogante soy…
Las lágrimas que solían acudir a sus ojos con facilidad desde que se había quedado embaraza-da estuvieron a punto de desbordarle los ojos. La petición de Atreus le había llegado directamente al corazón.
Lindy parpadeó para apartar las lágrimas y le acarició la mejilla.
– Si me lo hubieras pedido hace seis meses, cuando no estaba embarazada, habría sido la mujer más feliz del mundo, pero no podemos recuperar el tiempo perdido. Ese momento pasó, ya es historia. Todo ha cambiado. Si nos casáramos y nos divorciáramos sería mucho más traumático para nuestro hijo que tener padres no casados desde el principio.
– ¡Podría ser un marido muy bueno! -gritó Atreus enfadado.
– No lo dudo, pero con la mujer adecuada y esa mujer no soy yo -contestó Lindy con pena-. Nunca sería lo que tú quieres que sea y acabarías odiándome.
Atreus la estrechó entre sus brazos y la besó con pasión porque ya estaba harto de hablar. Completamente tomada por sorpresa, Lindy se encontró con la respiración entrecortada y siendo testigo de cómo su cuerpo reaccionaba encantado ante la intrusión de la lengua de Atreus en la boca.
Atreus le metió la mano por debajo de la camiseta, le desabrochó el sujetador y se apoderó de uno de sus pechos con un gemido de satisfacción.
Lindy se aferró a sus hombros mientras su cuerpo revivía gustoso bajo las caricias expertas de Atreus. De repente, se le ocurrió que ese mismo cuerpo iba a quedar en pocos minutos ex-puesto a la mirada del que había sido su amante.
La idea de que Atreus la viera fue más que suficiente para que se apartara rápidamente de él.
Lindy se metió a la carrera en el baño, se arregló la ropa y se dijo que no debía comportarse como una buscona desesperada.
No era de extrañar que Atreus no respetara una contestación negativa por su parte.
Le costó un gran esfuerzo salir del baño y volver al salón, pero no le quedó más remedio que hacerlo.
Atreus la miró encantado y sonrió de oreja a oreja.
– Podríamos seguir hablando en la cama… Lindy se quedó de piedra.
– ¿Por qué pones esa cara? -siguió diciendo él-. Es obvio que íbamos a terminar en la cama, ¿no?
Lindy se dio cuenta de que había metido la pata.
– Lo que ha ocurrido no ha estado bien.
– ¿Por qué dices eso? -se preguntó Atreus.
– No nos vamos a casar, pero queremos criar juntos a nuestro hijo, así que tenemos que forjar una nueva relación… de amigos -contestó Lindy.
– Si quiero acostarme contigo, no puedo ser tu amigo, glikia mu -contestó Atreus.
– ¿Cómo que no? -contestó Lindy ultrajada-. Te las has apañado muy bien sin mí durante estos meses. ¡No has parado de salir con otras!
Atreus suspiró.
– Así que eso es lo que me estás haciendo pagar, ¿eh?
Lindy apretó los puños e intentó controlarse.
– No te estoy haciendo pagar por nada. Yo no soy así.
Atreus la miró intentando controlar su orgullo.
– Te he pedido que te cases. ¿No es suficiente para arreglar las cosas entre nosotros?
Lindy palideció.
– Yo sólo quiero lo mejor para los dos.
– Y también me quieres a mí -declaró Atreus con insolencia-. Un matrimonio basado en el deseo está muy bien. Es una buena base para empezar algo sólido. Casarse por deseo es maravilloso, pero tener una amistad basada en el deseo no puede ser, es imposible.
Lindy se sonrojó de pies a cabeza.
– Pues vamos a tener que improvisar -contestó-. Si de verdad quieres formar parte de la vida de tu hijo, yo estoy encantada de aceptarte… pero no como marido.
– ¿Cuándo te toca la próxima revisión médica? -le preguntó Atreus de repente, ocultando su disgusto.
– La semana que viene -contestó Lindy.
– Dime lugar y hora y allí estaré- le prometió-. Sin flores y sin propuestas matrimoniales-añadió con desdén.
Lindy palideció. Atreus estaba ofendido. Se sentía herido. Lindy lo entendía perfectamente. Era un hombre rico acostumbrado a que las mujeres se lo disputaran, a que todas quisieran casarse con él. Le había ofrecido el sacrificio de casarse con ella por el bien de su hijo y ella lo había rechazado.
Lindy estaba convencida de que había hecho lo correcto. Mejor ofenderlo ahora que lanzarse a un matrimonio del que Atreus saldría escaldado y odiándola.
Qué fácil le habría resultado decir que sí, qué fácil le habría resultado aceptarlo, esconder la cabeza en la arena y aceptarlo.
Tras quedar para ir juntos a la revisión médica, Atreus volvió a su Bugatti. Si hubiera sido su esposa, Lindy le habría dicho que por favor no condujera un coche tan veloz y peligroso. Por supuesto, sabía que Atreus no le habría hecho caso y se habría puesto al volante de todas maneras.
Atreus era indomable.
Atreus era libre.
Y ella lo deseaba más que nada en el mundo.
Ben se pasó por casa de Lindy la noche siguiente y le dijo que estaba loca por haber rechazado la propuesta de matrimonio de Atreus.
– ¿Pero cómo se te ocurre? ¡Nunca te van a volver a hacer una propuesta así! ¡Y menos ahora que vas a ser madre soltera!
Desde que le había dicho a su amigo que iba a ser madre, lo veía mucho menos. La actitud posesiva que parecía haber desarrollado hacia ella durante su relación con Atreus se había evaporado por completo.
Ben parecía creer que una mujer que tuviera un hijo de soltera no podía atraer a un hombre en absoluto, y menos tener pareja estable. Aquella actitud hacía que Lindy metiera la tripa cuando iba a visitarla.
De repente, se le antojó que su actitud estaba siendo inmadura porque se estaba dejando llevar por lo que el inmaduro de Ben pudiera pensar de ella
Durante las siguientes semanas, la relación con Atreus tomó nuevos derroteros. El se mostraba mucho más distante, pero mucho más involucrado en su vida a la vez. Tal y como le había sugerido, Lindy contrató a un ayudante y descubrió que estaba mucho más tranquila ahora que trabajaba menos horas y tenía más tiempo para sí misma.
Atreus la acompañó a todas las revisiones médicas. Cuando la citaron para una ecografía, fue con ella al hospital. Se mostró encantado al ver al pequeño en la pantalla y aquel mismo día les dijeron que se trataba de un chico.
Tras abandonar el hospital, la invitó a cenar en su casa de Londres e insistió en que se quedara a dormir. Lindy estaba muy cansada y aceptó, así que llamó a Wendy, su ayudante, para pedirle que diera de cenar a los perros.
Nunca había estado en la casa que Atreus tenía en Londres y sentía mucha curiosidad, pero el enorme ático con muebles de diseño y ninguna personalidad la dejó fría.
Durante la cena, Atreus tuvo que excusarse para atender una llamada y, cuando volvió, se encontró a Lindy dormida en el sofá.
Lindy se despertó de madrugada porque tenía calor. Aunque sólo estaba tapada con una sábana, había una buena razón para aquel calor. En lugar de instalarla en una habitación de invita-dos, Atreus la había acostado en su propia cama y sus cuerpos estaban en contacto.
– Duerme, mali mu -le susurró.
Lindy sintió su erección.
– No deberíamos estar en la misma cama -protestó.
– ¿Desde cuándo eres tan mojigata?
Lindy se protegía de él evitando cualquier tipo de intimidad, pero, en el fondo, ya estaba fantaseando sobre lo que podría suceder y su cuerpo se estremecía después de tanto tiempo privado de aquellos placeres.
– Deja de tomarme el pelo -le dijo.
– Tranquila, relájate, conmigo estás a salvo -contestó Atreus.
Lindy tomó aire y se relajó. Pues claro que estaba a salvo. ¿Cómo no iba a estarlo? Atreus tenía una erección porque eso es lo que les pasa a todos los hombres por la noche. Nada más. Era imposible que la encontrara excitante con su cuerpo actual.
Estaba sorprendida de que Atreus la tuviera abrazada, y se preguntó si no habría sido ella la que lo había buscado dormida, porque Atreus ya nunca la tocaba, ya no la besaba inesperadamente ni le dedicaba palabras de flirteo.
– Si no estamos casados, no hay sexo -murmuró Atreus.
– ¿Cómo dices? -contestó Lindy.
– Si no te quieres casar conmigo, no vas a tener sexo conmigo -repitió Atreus.
Lindy se quedó mirándolo indignada.
– ¡No me quiero acostar contigo!
Atreus se rió.
– ¡Te lo digo en serio! ¡No me quiero acostar contigo! -insistió Lindy, sonrojándose de pies a cabeza.
– Mentirosa -murmuró Atreus.
Lindy apretó los dientes.
– No pienso seguir en la misma cama que tú -anunció, encendiendo la lámpara que había en mesilla de noche.
– Lo entiendo perfectamente. Eso de poder mirar, pero de no poder tocar es muy frustrante haver si te crees que no me doy cuenta de cómo me miras -contestó Atreus.
– ¡A veces te odio! -murmuró Lindy.
Atreus se levantó con agilidad, agarró una bata y se la ofreció. Lindy se levantó bastante más lentamente. Aunque le había dicho que lo odiaba, no había tenido intención de levantarse y abandonar la cama, pero, como él lo había hecho, no le había quedado más remedio que seguirlo.
Pasó vergüenza al darse cuenta de que estaba en ropa interior. Tenía la sensación de que las carnes le rebosaban del sujetador y de las braguitas. Se le saltaban las lágrimas ante la humillación de verse expuesta ante él.
Para colmo, la bata no le cerraba a la altura de la tripa.
Atreus le mostró dónde estaba la habitación de invitados, así que Lindy se encontró en una cama fría y solitaria en la que se quedó dormida llorando.
No le gustaba nada el sentido del humor de Atreus.
¡Era evidente que no quería casarse con ella!
Y, además, ella se sentía gorda y fea, sabía que no podía resultarle atractiva sexualmente. Ojalá hubiera permanecido en silencio cuando se había despertado. Así, habría podido disfrutar de su cercanía.
Cuando el niño naciera, no tendría oportunidad de estar tan cerca de Atreus. En cuanto su hijo hubiera llegado al mundo, la relación entre sus padres sería mucho más distante. Atreus era un hombre con gran sentido de la responsabilidad y le había demostrado que podía confiar y apoyarse en él. En cuanto se había enterado de que estaba embarazada, se había puesto a su disposición y la había ayudado mucho, pero Lindy estaba preocupada.
¿Cómo harían para compartir al bebé? ¿Tendría que acostumbrarse a estar constantemente separándose de él?
Aquella misma mañana, Atreus la despertó llevándole el desayuno a la cama. Lindy pensó que nunca nadie la había mimado tanto.
– Ya sé que te quedan apenas dos semanas para salir de cuentas, pero creo que deberías conocer a mi familia antes de que nazca el niño -le lijo Atreus desde los pies de la cama.
Estaba guapísimo ataviado con un traje azul marino, dispuesto para irse a trabajar.
Lindy no se permitió mirarlo más que dos segundos. Por si acaso. Atreus se daba cuenta en-seguida de cuándo lo miraba con deseo y no quería quedar expuesta.
La invitación para ir a conocer a su familia la tomó completamente por sorpresa y se estremeció de miedo al comprender que la iban a comparar con Krista.
– No creo que me dejen volar estando de más le ocho meses… -objetó.
– Iremos en mi avión privado -contestó Atreus. Lindy sabía que no había nada que hacer. Cuando a Atreus se le metía algo en la cabeza, era imparable.
– ¿Y si me pongo de parto antes de lo previsto?
– Tranquila, en Atenas hay muchos médicos-contestó Atreus con naturalidad.