10

– ¿Que por qué no? -Eric clavó los ojos en ella, perplejo. Sammie lo miraba a su vez con la cabeza ladeada, aguardando una explicación. Tras lo que se le antojó una eternidad, él se aclaró la garganta por fin y dijo-: Estoy seguro de que comprende la razón por la que no podemos seguir adelante con esto. Podría haber repercusiones… y no me encuentro en situación de poder ofrecerle matrimonio.

Sammie levantó las cejas.

– Y no espero ninguna propuesta matrimonial.

– Entonces ¿qué es lo que espera exactamente?

– Que compartamos una aventura maravillosa

A Eric se le disparó el corazón. Trató de coger aire; pero parecía tener los pulmones comprimidos, como si se hallaran bajo el peso de una roca enorme.

Aquella respuesta le había dejado atónito. Desde luego, se alegró inmensamente y anheló compartir una aventura con aquella mujer, pero ¿cómo iba a hacer tal cosa? Su conciencia le asediaría sin piedad. Entre ellos iba alargándose el silencio y comprendió que tenía que decir algo.

– Por mucho que me halague la disposición que usted muestra, me temo que debemos dejarlo así.

Ella frunció el entrecejo, desconcertada.

– Oh, vaya ¿Es que ya tiene una amante?

Eric sintió un intenso calor que le ascendía por la nunca.

– No, en este momento no.

La expresión de Sammie fue de alivio. Bajó la mirada hacia su virilidad, aún prominente, y volvió a mirarlo a la cara.

– No puede negar que me desea.

– Es evidente. Pero hay en juego mucho más que el mero hecho de satisfacer mis deseos -Sus dedos se tensaron levemente sobre la cintura. La soltó y se pasó las manos por la cara-. Está claro que usted no ha recapacitado sobre esto…

– Todo lo contrario, sí lo he hecho.

– ¿De verdad? Pues no ha tenido en cuenta su reputación, que resultaría completamente arruinada.

– Sólo si se enterase alguien. Yo no pienso contárselo a nadie. ¿Y usted?

– Por supuesto que no. Pero por más discretos que fuésemos, alguien sospecharía y haría correr el rumor: un criado, un vecino, alguien de su familia. Resulta imposible esconder una aventura en un pueblo tan cerrado como Tunbridge Wells.

– No estoy de acuerdo -Sammie respiró hondo y entrelazó las manos-. En este pueblo se me considera rara, excéntrica, insulsa, una solterona y un ratón de biblioteca. Nadie, ni por un instante, daría crédito a la idea de que un hombre, y mucho menos un hombre como usted, me concediera más que una mirada fugaz. A mí misma me resulta casi imposible de creer. De hecho, me atrevería incluso a decir que si los dos estuviéramos en una sala atestada de gente y anunciáramos que nos habíamos convertido en amantes, nadie nos creería.

Muy probablemente la joven tenía razón y eso le provocó una oleada de rabia contra cada uno de los mastuerzos que le habían negado su atención. Despreciables idiotas.

– Me estoy acercando rápidamente a los veintiséis -prosiguió ella-. Hace tiempo que acepté las limitaciones que me imponen mi físico y mis inusuales aficiones, pero eso nunca me ha impedido anhelar una aventura en mi vida. Y pasión.

En sus ojos centellearon una frágil esperanza y un profundo anhelo, que a Eric le encogieron el corazón. Maldición, tenía que convencerla de que era una mala idea tomarlo a él como amante, pero debía hacerlo sin humillarla. No obstante, le estaba resultando muy difícil: le dolían las ingles de deseo y al parecer había perdido el habla.

Le cogió la mano y enlazó sus dedos en los de ella. Su contacto le provocó un agradable calor a lo largo del brazo, y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no estrecharla con ardor y mandar al diablo su maldita conciencia.

– Desde mi encuentro con el Ladrón de Novias -dijo ella suavemente-, no he podido reprimir mi necesidad de aventuras. Es como si él hubiera abierto una compuerta en mi interior.

Eric se quedó petrificado.

– ¿El Ladrón de Novias? ¿Qué tiene él que ver con esto?

– Me hizo sentir… viva. Me hizo darme cuenta de lo mucho que deseaba… ciertas cosas.

Eric apretó la mandíbula y entrecerró los ojos.

– ¿Cosas como un amante?

Ella le sostuvo la mirada sin mover un solo músculo

– Sí

Él sintió una irracional punzada de celos, y le soltó la mano con brusquedad.

– En ese caso, quizá deba acudir con su oferta al Ladrón de Novias.

Ella se sonrojó y a Eric le rechinaron los dientes. No había tenido en cuenta la posibilidad de que Sammie pudiera albergar sentimientos de… amante hacia su otra personalidad.

– Es improbable que vuelva a verlo

“Sí, de lo más improbable”

– ¿Y si lo viera?

– No me hizo insinuación alguna de que me… deseara.

Diablos ¿qué quería decir con eso? ¿Que deseaba experimentar la pasión con el Ladrón de Novias? La idea de que ella deseara a otro hombre, con independencia de que aquel otro hombre en realidad fuera él, le nubló la vista con un velo rojo.

Pero se tragó su creciente cólera y dijo con frialdad:

– ¿Se ha parado a pensar que su aventura podría dar como resultado un embarazo?

– Sí, pero tengo entendido que existen medios para evitar esa clase de contratiempo.

– ¿Y sabe cuáles son?

– No, aún no.

– ¿Aún? -Se pasó la mano por el pelo- ¿Y cómo piensa averiguarlo?

Ella alzó las cejas

– ¿Los conoce usted?

– Naturalmente. No tengo el menor deseo de ser el padre de un bastardo.

Los labios de Sammie se curvaron en una sonrisa de alivio.

– Perfecto. Entonces podrá decirme todo lo que necesito saber.

– No pienso hacer nada de eso. No necesita esa información, porque yo no voy a ser su amante. -Se pasó la mano por la cara y sacudió la cabeza- ¿Y si en el futuro decide casarse? -En el momento en que lo dijo, pasó por su mente otra imagen de ella, rodeada por los brazos de un hombre sin rostro, una imagen que a punto estuvo de ahogarlo.

– No tengo el menor deseo de casarme. Me siento realizada con mis trabajos científicos, y espero poder viajar algún día. Si quisiera ser una esposa, podría haber accedido a una boda que recientemente arreglaron mis padres. Le doy mi palabra de que no intentaré sacarle una propuesta de matrimonio.

– Eso es muy sensato, ya que yo tampoco tengo intención de casarme nunca. Y no me gustaría nada que me obligasen a ello.

– Entiendo. Pero ¿qué pasará con su título nobiliario?

– Morirá conmigo -contestó Eric con tono rígido y decidido.

– Ya -Sammie lanzó un suspiro y dijo-: Bien, pues ya que hemos hablado del tema y superado todos los obstáculos…

El cielo sabía cuánto ansiaba él hacerle el amor. Pero con aquella maldita voz de la conciencia que no dejaba de martillearle el cerebro, se sentía empujado a salvarla de sí mismo, porque, pese a sus protestar, se veía a las claras que aquella joven no se daba cuenta de lo mucho que tenía que perder.

Contuvo el intenso deseo que amenazaba con pulverizar sus buenas intenciones, la tomó por los brazos y la miró a los ojos. Rogando que ella viera cuán profundo era su pesar, le dijo:

– No puedo ser su amante. Y no es porque no la desee, porque sí la deseo -dejó escapar una risita seca- y con desesperación. Pero no puedo, no quiero ser el responsable de su deshonra.

Ella alzó la barbilla un poco más.

– Ya le he dicho que nadie le pediría cuentas de cualquier efecto adverso que pudiera acarrear nuestra asociación.

– Entiendo. Pero no soy un hombre capaz de marcharse sencillamente o volver la espalda a las responsabilidades.

En los ojos de ella brilló la confusión.

– Pero ¿qué sucedió con sus anteriores amantes? ¿Acaso no les preocupaba la reputación de ellas?

Eric experimentó una oleada de ternura. Tomó su rostro en forma de corazón entre las manos y le rozó las mejillas con los pulgares.

– Ninguna de mis anteriores amantes era tan inocente. Su relación conmigo, o con cualquier otro hombre, no ponía en peligro su estatus social. Pero el de usted resultaría arruinado. Y yo no puedo desentenderme de eso.

Aquellas palabras robaron toda expresión a sus ojos.

– Entiendo -Se apartó de él con un movimiento brusco-. En tal caso, supongo que lo mejor será que regrese a mi casa. ¿Me da mis gafas, por favor?

– Por supuesto.

Eric sacó las gafas del bolsillo de su chaqueta y se las entregó. Observó cómo se las ponía, sintiendo una aguda punzada de pérdida.

Tras ajustarse las gafas, Sammie le dedicó un gesto formal con la cabeza.

– Me despido de usted, lord Wesley -Y, girando sobre los talones, emprendió el regreso.

Una despedida. No había forma de confundir el significado de aquellas palabras ni el tono de su voz. Estaba claro que era la última vez que esperaba verlo. Mejor así. Debería estar contento. Pero, maldita sea, sentía un profundo dolor en el pecho ante la idea de no verla nunca más. De no ver su sonrisa, ni oírla reír, ni tocarla, besarla, hacerle el amor…

Apretó los labios para no gritar su nombre, plantó los pies el suelo firmemente para no echar a correr tras ella, apretó los puños para no abrazarla. Y finalmente cerró los ojos con fuerza, para no tener que ver cómo se alejaba de él.

Había obrado correctamente. Con nobleza. Por ella. Aunque jamás abría dónde había encontrado fuerzas para resistirse a su oferta.

Jamás lo sabría. En efecto, ya nunca sabría cómo era tener a Samantha Briggeham debajo de él. Encima de él. Enredada en él. Pronunciando su nombre en un gemido. Despertar en ella la pasión que tanto ansiaba conocer… y que deseaba compartir con él.

Entonces abrió los ojos. El sendero por el que se había marchado se veía ahora desierto. Se obligó a moverse y dio media vuelta con intención de irse, pero sus pies se pararon en seco al fijarse en la jarra de miel. La había dejado junto a unos matorrales antes de acercarse a ella. Al instante le asaltó un tropel de imágenes: el placer que experimentó ella al ver el regalo, sus ojos brillantes de deseo cuando él la besó, su expresión seria y dolorosamente esperanzada mientras le preguntaba si quería ser su amante.

Se maldijo a sí mismo.

Sí, ciertamente era un tipo noble.

Un noble idiota con un pesar en el corazón que no desaparecería jamás.


Sammie, sentada en su escritorio, tamborileaba con los dedos sobre la pulimentada superficie de madera de cerezo. “Ha rehusado. He de quitarme la idea de la cabeza”.

Por desgracia, su cabeza no colaboraba en absoluto.

Apretó los labios y dejó escapar un lento suspiro. Aquel rechazo debería haberla avergonzado, humillado, escarmentado. Pero sólo se sentía frustrada y decepcionada.

Y más decidida que nunca a salirse con la suya.

Pero ¿cómo? ¿Cómo convencerlo… incitarlo… seducirlo? ¿Por qué tenía que ser tan insoportablemente noble?

Sin embargo, aun cuando se formulaba aquella pregunta, lo admiraba todavía más por preocuparse de su bienestar y su reputación. Si no fuera tan honorable, seguramente no la habría atraído tanto. Con todo, no podía dejar pasar aquella oportunidad de experimentar la pasión. No se imaginaba siquiera desear vivir semejantes intimidades con otro que no fuera lord Wesley, y si no lograba convencerlo a él, temía hacerse vieja sin conocer nunca el amor físico. Tal vez si no hubiera aparecido lord Wesley se hubiera contentado con simplemente transcribir aquellos sueños en su diario.

Pero ahora que había probado sus besos, que conocía la fuerza de sus brazos alrededor del cuerpo, que había sentido el calor del deseo, tenía que saber más. Y ya que estaba decidida a seguir adelante, necesitaba aprender cómo evitar un embarazo.

Sacó una vitela del cajón superior y escribió una breve nota a Lucille, rogándole que la recibiese aquella noche después de cenas. Dobló la misiva, la selló con lacre y acto seguido fue en busca de Hubert. Sabía que el chico se alegraría de llevar la carta a la casa de su hermana en el pueblo, ya que Lucille siempre tenía en la despensa una caja repleta de las galletas de miel favoritas de Hubert.

Mientras aguardaba la respuesta de Lucille, confeccionaría una lista de preguntas que formular a su hermana respecto a los métodos para evitar el embarazo.

Y esperaba tener un motivo para hacer uso de aquella información.


A las nueve en punto de aquella noche Sammie entró en la acogedora salita de Lucille, pero se quedó perpleja al encontrarse con las miradas inquisitivas de tres pares de ojos.

– Buenas noches, Sammie -entonaron al unísono Lucille, Hermione y Emily.

Ay, Dios. Aquello no era en absoluto lo que tenía pensado. Normalmente, se habría alegrado de pasar una velada con todas sus hermanas, pero esta vez no se trataba de circunstancias normales. Comprendió que tendría que esperar otra ocasión para hablar del tema, y le desilusionó tener que postergarlo. Tragándose su decepción, avanzó y abrazó a sus hermanas.

Una vez finalizados los saludos, las cuatro tomaron asiento en sillones de cretona alrededor de la chimenea. Lucille, mientras servía generosos vasos de jerez, preguntó:

– Muy bien, adelante Sammie ¿Cómo va con él?

La mano de Sammie se quedó paralizada cuando iba a coger su vaso

– ¿Cómo dices?

– Venga, no seas tímida -la reprendió Hermione al tiempo que acercaba su sillón-. Nos morimos de ganas de que nos lo cuentes todo.

Sammie cogió el jerez y dio un buen trago. Cielos. Tenía el terrible presentimiento de saber a qué se referían sus hermanas con “él” y “todo”. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando Emily, que compartía con ella el diván, se le acercó tanto que casi se le sentó en el regazo.

– Oh, es tan guapo, Sammie -suspiró con ojos brillantes- Y además es muy rico y…

– Con título -terció Lucille dejando la licorera sobre la mesa que había junto al sillón-. De un linaje de lo más impresionante. Es el octavo conde ¿sabes?

– No, no lo sabía -murmuró Sammie-. Pero…

– Su aversión al matrimonio es bien conocida, pero si está cortejando a nuestra Sammie, por lo visto ha cambiado de idea respecto de tomas esposa -dijo Hermione al tiempo que aceptaba una bandeja llena de galletas que le ofrecía Lucille.

Sammie estuvo a punto de atragantarse con el jerez, pero se lo tragó, aunque casi se ahogó. Aunque sabía que nadie podría creerse que el conde iba detrás de ella, debería haber imaginado que sus leales hermanas sí admitirían una idea tan improbable.

Emily le dio unas palmaditas en la espalda y agregó:

– Imagino que él afirmará que no piensa casarse nunca. Qué tontería. Todos sabíamos que cambiaría de opinión cuando encontrase a la mujer adecuada. -Con lágrimas en los ojos, miró a Sammie con algo parecido al respeto-. Lo que ocurre es que jamás pensamos que la mujer adecuada ibas a ser tú.

Sammie tosió y agitó la mano delante de sus ojos llorosos.

– No -exclamó ahogada-. No es así.

– Pásame su vaso para llenarlo, Emily -ordenó Lucille-. Y sigue dándole palmaditas en la espalda. Mira, ya le vuelve el color.

– ¿Cuándo piensa visitarte de nuevo? -inquirió Hermione mientras Lucille le servía más licor- Debes procurar no estar disponible cada vez que venga él.

– Hermie tiene razón -convino Emily-. Y cerciórate de que lo haces esperar por lo menos un cuarto de hora antes de aparecer. No te preocupes por eso; un caballero mundano como el conde está bastante acostumbrado a esas cosas.

– Y además -intervino Lucille-, debes pasar al menos media hora al día practicando miradas de coqueteo en el espejo. A mí siempre me ha funcionado ésta. -Bajó la barbilla y dirigió la vista hacia abajo con expresión recatada; luego levantó la mirada muy despacho y agitó las pestañas.

– Oh, lo haces maravillosamente -dijo Emily aprobando con la cabeza-. También puedes mirarlo por encima del borde del abanico…

– Y poner los labios así -dijo Hermie frunciendo la boca para formar una o perfecta-. Y asegúrate de que…

Sammie alzó una mano.

– Basta. Callaos todas. Debéis escucharme.

Sus hermanas guardaron silencio y la miraron con expresiones ávidas, inquisitivas y extasiadas. Cielos, qué embrollo; tenía que cortarlo de raíz antes de que fuera a más. Se ajustó las gafas, que le habían resbalado hasta la punta de la nariz al toser, y dijo:

– Habéis interpretado erróneamente la situación. Entre el conde y yo no hay nada.

– Pero si mamá ha dicho que fue a verte y te llevó flores -protestó Lucille.

– Desde que me secuestraron, todos los caballeros solteros del pueblo hacen lo mismo, pero sólo pretenden sonsacarme acerca del Ladrón de Novias. Lord Wesley no está enamorado; al igual que los demás, es sólo un buscador de curiosidades.

Emily vació su vaso de jerez y lo tendió para que se lo volvieran a llenar.

– Pero mamá ha dicho que te invitó a su casa y…

– Que envió su carruaje a recogerte -terminó Lucille.

– En ese caso, os habrá contado que el conde nos invitó a mí y a Hubert con el único propósito de enseñarnos su telescopio Herschel. Su invitación fue enteramente de carácter científico.

El ceño arrugó la frente perfecta de Hermione.

– ¿Ha ido a verte desde entonces?

– No -respondió Sammie, razonando rápidamente que el hecho de que la hubiera encontrado en el lago aquel mismo día no se podía calificar de visita intencionada-. Ni yo esperaría que lo hiciera. Mamá ha creído ver demasiadas cosas en su forma de actuar.

“Dios santo, si mamá sospechase siquiera lo que ha incluído la “forma de actuar” del conde, se desmayaría de verdad”.

La encantadora sonrisa de Emily desapareció con evidente desilusión.

– Entonces quieres decir que él no…

– Quieres decir que no ha… -interrumpió Lucille con una expresión idéntica a la de Emily.

– Pues no -contestó Sammie con su tono más entusiasta-. Entre lord Wesley y yo no hay absolutamente nada. -Apretó los labios y compuso una expresión de lo más remilgada, rogando que el rubor de su cara no delatase su descarada mentira-. Os sugiero que os olvidéis de este asunto.

Aunque obviamente decepcionadas por aquel giro de los acontecimientos, sus hermanas asistieron con un murmullo. Emily le apretó la mano y le dijo:

– Bueno, si lord Wesley pasara una noche en tu compañía y no fuera de capaz de reconocer lo especial que eres, es que no es más que…

– Un idiota -sentenció Hermie al tiempo que ponía su mano encima de las de ella.

– Un asno -afirmó Lucille con firmeza, y tuvo un muy poco femenino golpe de hipo-. ¿Alguien quiere más jerez?

Todas ofrecieron sus vasos vacíos. Mientras los llenaba, Lucille comentó:

– Si no quieres hablar de tus relaciones con el conde…

– No hay relaciones de las que hablar -logró decir Sammie con los dientes apretados.

– Conforme. En ese caso ¿por qué querías hablar con nosotras?

Sammie no mencionó que no pretendía hablar con todas ellas, sino sólo con Lucille. Era evidente que ésta había envíado mensajes para atraer a sus hermanas con la promesa de averiguar los detalles de la relación de Sammie con el conde. Se sintió tentada de abandonar todo el plan, pero sus hermanas eran la única esperanza que tenía de obtener la información que buscaba. Mientras dejase claro como el agua que deseaba dicha información sólo con fines científicos, todo iría bien.

Así pues, después de beberse otro buen trago de jerez, dijo:

– En realidad, necesito vuestra ayuda en un asunto científico.

Aquella declaración fue recibida por tres caras inexpresivas.

– Nosotras no sabemos nada de esas cosas -dijo Emily tras dar un pequeño mordisco a una galleta-. Deberías preguntar a Hubert.

Sammie rogó que no se notase su vergüenza.

– Me temo que el tema no es para hablarlo con un… hombre.

Hermione frunció el entrecejo.

– Entonces tal vez pueda ayudarte mamá

Sammie se las arreglo para no hacer una mueca de disgusto ante aquella sugerencia.

– No lo creo. Ya sabes lo excitable que es mamá y temo que malinterprete la intención de mis preguntas.

– Puedes preguntarnos lo que quieras -cedió Lucille al fin.

– Muy bien. Necesito saber qué hay que hacer para evitar el embarazo.

Tras aquella frase encontró con tres caras boquiabiertas y de ojos como platos. Se le cayó el alma a los pies. Diablos ¿Sería que sus hermanas no lo sabían? Pero tenían que saberlo, ya que todas estaban casadas. ¿Acaso no estaban al tanto de aquellas cosas todas las mujeres casadas? Las tres intercambiaron miradas de extrañeza y a continuación volvieron su atención a Sammie, que de repente se sintió como un espécimen bajo el microscopio.

Lucille bebió un buen trago de jerez y dijo:

– Creía que habías dicho que no había nada…

Emily sorbió de golpe su bebida:

– Entre tú…

Hermione se echó al gaznate lo que le quedaba en el vaso:

– Y el conde.

Sammie sintió una oleada de intenso calor y hasta le pareció que las orejas le echaban fuego.

– Y en efecto, no hay nada entre nosotros. -“Todavía”-. Sólo necesito esa información para un experimento científico que deseo llevar a cabo. Naturalmente, se trata de un tema sumamente delicado y por lo tanto no puedo preguntárselo a cualquiera.

– Resulta de lo más impropio hablar de cosas así con una mujer soltera -declaró Emily con el entrecejo fruncido y la lengua un poco torpe.

– Así es -convino Hermione- ¿Qué clase de experimento puede requerir una información como ésa?

Adoptando el tono monótono que sabía que aburría mortalmente a sus hermanas, Sammie afirmó:

– Deseo realizar un estudio comparativo de los ciclos reproductivos de varias especies, entre ellas las ranas, las serpientes y los ratones, respecto de los seres humanos. -Como accionadas por un resorte, la sola mención de ranas, serpientes y ratones hizo que sus hermanas pusieran una cara como si acabaran de morder un limón amargo. Fingiendo entusiasmarse con el tema, Sammie prosiguió-: Tomemos, por ejemplo, la serpiente. Después de mudar la piel…

– Un tema fascinante, Sammie -la interrumpió Lucille rápidamente-, pero no es necesario entrar en detalles. -Le acercó el plato de galletas.

Sammie cogió una y se tragó su sentimiento de culpa por manipular a sus hermanas de manera tan desvergonzada.

Emily carraspeó y acto seguido comenzó con tono discreto:

– Bien, mientras sea por el bien de la ciencia, tengo entendido que algunas mujeres se lavan “ya sabes dónde” con vinagre, después.

Sammie se la quedó mirando, sorprendida y atónita. Cuando al final pudo hablar, dijo:

– ¿De verdad? Y… eh… ¿para qué hacen eso?

– Para eliminar “ya sabes qué”. -Emily se ruborizó, y se apresuró a coger otra galleta.

Sammie abrió la boca para seguir preguntando, pero entonces intervino Lucille:

– Bueno, yo he oído que… -Echó un rápido vistazo a la habitación para cerciorarse de que no había entrado nadie, y luego se inclinó hacia delante. Su cautivado público hizo lo propio, y Sammie incluso estuvo a punto de caerse del cojín. Balando la voz hasta convertirla en un murmullo, continuó-: Algunas mujeres llegan incluso a ducharse con vinagre.

A Emily se le agrandaron los ojos.

– ¡Qué dices!

– O con zumo de limón -añadió Hermione, asintiendo-. Aunque eso es más difícil de encontrar. -Tomó la licorera y fue llenado todos los vasos hasta el borde-. Yo he oído comentar que hay mujeres que utilizan esponjas marinas.

– ¿Y qué hacen con ellas? -quiso saber Sammie, preguntándose dónde diantre iba a encontrar ella una esponja marina.

– Empaparlas en vinagre…

– O en coñac -terció Emily

– Y luego las introducen “donde ya sabes” -terminó Hermione.

– Y… hum… ¿para qué sirve eso? -inquirió Sammie, esperando que el “donde ya sabes” fuera lo que ella creía que era.

Un delicado eructo escapó de los labios de Emily

– Impide que el “ya sabes qué” llegue a “ya sabes dónde” y termine fabricando un bebé.

– . Tengo entendido que eso es bastante común -comentó Lucille-, pero yo también he oído que existe un aparato que los hombres pueden ponerse en su “ya sabes qué” y que impide que el “ya sabes qué” llegue a “ya sabes dónde”. -Se dio aire con la mano y se aflojó el pañuelo de encaje-. ¡Por Dios, sí que hace calor aquí!

– Bueno, pues yo he oído hablar -dijo Emily- de un método que requiere que el hombre se retire de “ya sabes dónde” antes de “ya sabes qué”.

El grupo se quedó en silencio por unos segundos, hasta que Hermione rompió a reír.

– ¡Santo cielo, Emily, no estoy segura de querer saber eso!

También Emily se echo a reír sin querer y enseguida se tapó la boca con la mano. Su risa fue contagiosa, y en pocos segundos las cuatro estaban dobladas por la cintura, partiéndose de risa.

– Bueno, por lo que a mi respecta, no soñaría siquiera con emplear ninguno de esos métodos -dijo Lucille secándose las lágrimas con el borde del vestido-. Tengo muchos deseos de ser madre.

– Yo también -dijo Hermione-. Aunque la idea de dar a luz me da bastante miedo. Una de nosotras debería tener un bebé, para que pueda contarnos a las demás qué se siente. Emily, voto por que la primera sea tú.

– ¿Yo? -Emily miró ceñuda a su hermana- ¿Y por qué no tú?

Hermione se volvió hacia Lucille.

– Tú e eres la que lleva casada más tiempo, Lucille. Debes ser tú la primera en tener un bebé.

– Muy bien. Ya que insistís, daré a luz antes de que termine el año.

– Oh, pero eso es imposible -se burló Emily-. Hacen falta nueve meses, y ya estamos en julio.

Lucille se limitó a enarcar las cejas al tiempo que esbozaba una ancha sonrisa. Sammie lo comprendió y lanzó una exclamación:

– No es imposible -dijo mirando a Lucille con asombro- si ya está encinta.

Hubo un silencio de asombro por unos instantes, y acto seguido estalló un verdadero revuelo cuando todas se pusieron a chillar al unísono, riendo, llorando, abrazándose y hablando a la vez.

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

– ¿Cómo te encuentras?

– ¡No tienes aspecto de estar embarazada!

– ¿Lo sabe mamá?

Lucille rió

– ¡Cielos, un poco más despacio! Lo sé desde hace unas semanas, pero quería decírselo a Richard antes que a nadie, y hasta ayer mismo no regresó de visitar a su madre.

– ¿Por eso no fuiste con él? -apunto Hermie.

Lucille asintió.

– Sospechábamos que podía estar encinta y no queríamos correr el riesgo que entraña un viaje tan largo. El médico lo confirmó mientras Richard se encontraba ausente. Por lo demás, me siento de maravilla y mi estado se hará evidente a lo largo de las próximas semanas. Hoy mismo le he dado la noticia a mamá, pero le hice prometer no contároslo, porque quería hacerlo yo misma.

Siguió otra ronda de abrazos. Después, Sammie se reclinó en su asiento y escuchó cómo Emily y Hermione bombardeaban con preguntas a Lucille.

Experimentó una punzada de anhelo y se rodeó con los brazos ¿Cómo sería llevar dentro el hijo del hombre al que una amaba, en el interior del cuerpo, sentirlo crecer? Un hijo que habrían creado juntos. A juzgar por la expresión radiante de Lucille, debía de ser una sensación maravillosa, muy hermosa.

Tener un hijo. Qué maravilloso que para Lucille fuera la mejor noticia del mundo. Qué triste que para ella representara un desastre total.

Por un instante anheló tener un esposo al que amar y un hijo, pero desechó aquel sueño imposible ocultándolo en lo más recóndito de su alma. Sus alternativas eran convertirse en una seca solterona o intentar vivir una aventura apasionada, y ahora que sabía cómo evitar el embarazo, nada la detendría.

Excepto lord Wesley.

Pero seguro que lograría convencerlo.

¿Verdad?

Sí, informándole de manera lógica de todas las razones por las que ambos deberían comenzar una relación, y junto con los datos que había sonsacado a sus hermanas, seguro que lograría convencerlo.

Pero, sólo por si acaso, supuso que no le haría ningún daño practicar las miradas de coqueteo en el espejo.

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