V. EN BUSCA DE RESPUESTAS

Cuando comencé a escribir este ensayo, tenía una gran cantidad de interrogantes. A lo largo del trabajo de investigación encontré las respuestas para muchas de ellas, sin embargo, otras quedaron inevitablemente sin resolver. Me gustaría mencionarlas aquí para que, en caso de que algún científico se interesara en ellas, pudiera entrar en contacto conmigo y me ayudara a salir de dudas. Sé que cada día surgen nuevos descubrimientos y avances que nos pueden aclarar más las cosas.

Mi primera pregunta sería: ¿Es posible quemar una emoción? La emoción, según entiendo, es un impulso eléctrico. Como toda corriente energética tiene una vibración y una longitud de onda determinada, pero también un límite de duración. Cuando una emoción nace, debe tener un recorrido parecido al de toda la energía en el Universo, o sea, necesariamente seguirá una curva que incluye inicio, desarrollo y muerte. Para intentar decirlo con claridad, imagino a la emoción como la corriente que proporciona una pila. Ahora bien, las pilas sólo tienen un tiempo determinado de energía, no duran para siempre. Ocurre exactamente lo mismo con las emociones: nadie está todo el tiempo triste o enojado. Pero, ¿qué sucedería si en lugar de esperar a que la emoción muriera por sí misma, aceleráramos su curva de desarrollo y la «quemáramos»? Si en lugar de resistir la tristeza nos ponemos a sentirla más intensamente, ¿será posible utilizar esa energía en exceso y terminar con ella antes de tiempo? En caso de que eso fuera posible, el descubrimiento nos haría ver que de alguna forma podemos controlar las emociones o sus efectos sobre nosotros. ¿Sería posible encontrar una manera «mecánica» para «quemar» las emociones» ¿Se podrían desarrollar técnicas o terapias para aprender a emocionarse eficazmente?

Segunda pregunta. ¿Es posible sacar una radiografía de las emociones?

No me refiero a los estudios que se han realizado dentro de los laboratorios para registrar la actividad cerebral que se realiza cuando se está experimentando una emoción determinada, no, pienso más bien en ese tipo de experimentos que sé que se están realizando en el FBI, esos estudios que consisten en conectar electrodos en el cerebro de los criminales para luego mostrarles fotografías de las víctimas de un asesinato o del lugar del crimen con el fin de detectar el tipo de reacción que los delincuentes presentan ante el estímulo, pues dichas imágenes están archivadas dentro de su memoria emotiva y el cerebro va a detonar necesariamente una emoción, aun en contra de la voluntad del individuo. Si las palabras e imágenes que tenemos registradas en nuestro cerebro son los detonadores de nuestras reacciones, ¿sería posible predecir la forma en que una persona reaccionará ante determinada emoción? Por ejemplo, supongamos que una persona compasiva observa la foto de un niño de la calle, anémico, muerto de hambre y enfermo. Si la imagen le despierta una emoción compasiva, si le afecta, esa misma persona desearía ayudar en condiciones adecuadas a que el sufrimiento de ese niño terminara. Estamos hablando de una persona de buenos sentimientos. Pero ¿qué pasaría si la misma foto fuera presentada a una persona a la que no le preocupa en absoluto el dolor ajeno, a la que no la emociona ni le despierta ningún deseo compasivo? En este caso, por ejemplo, ¿sería posible conseguir despertar una emoción positiva en un ser acostumbrado a esquivar su contacto con el sentimiento de los otros? ¿Será posible mover a compasión a un puñado de ricos frente al dolor, el hambre y el desamparo de millones de personas en el mundo? Será posible conseguir que un soldado sienta el padecimiento ajeno y decida dejar de asesinar sólo porque su superior se lo ha ordenado?

Por otra parte y desde esta óptica, ¿no creen que sería muy interesante poder prever las reacciones que tendrán frente a ciertos estímulos los gobernantes que vamos a elegir? Sería sensacional poder saber si un par de tetas pueden volver loco a un sujeto y hacerlo capaz de lanzar bombas o desatar una guerra con tal de solucionar sus problemas sentimentales. También sería muy conveniente poder saber qué tanto aprecio tienen algunos por el dinero, especialmente el ajeno, y si se sienten seguros acumulándolo, o si no soportan la idea de quedarse sin sus cuentas de millones de dólares en Suiza.

En ambos casos, que la emoción pudiera «quemarse» o que pudiera ser radiografiada, estamos hablando de la necesidad de enfrentar al ser humano como un ente emocional, cuya manifestación íntegra depende de su capacidad para aceptar que es una mezcla de racionalidad y de sensaciones, de emotividad y de pensamientos. [5!] Se trata de mirar al ser humano de una manera completa. Y este planteamiento, en el mundo en que vivimos es una transgresión. Porque atravesamos una época que se empeña en concebir al ser humano como un ente arrancado de su pasado, sin memoria, hecho sólo para relacionarse con máquinas y ser «productivo»; un ente que mira sólo hacia el futuro y se ha alejado del contacto con sus emociones. Porque vivimos en un mundo al que le ha importado más la utilidad que el sentido de la existencia, la envoltura que los contenidos, la apariencia antes que la sinceridad de ser lo que se es.

Y tal vez si descubriéramos las verdaderas intenciones que están detrás de cada emoción, podríamos ser capaces de entender mejor a nuestros semejantes. Porque, a fin de cuentas, todos los seres humanos estamos buscando constantemente sentirnos bien, y muchas veces lo hacemos huyendo del dolor o del miedo que produce la inseguridad.

Habrá gente que no soporte el rechazo y desarrolle una serie de gestos y de máscaras de sonrisas, de recursos de seducción para atraer la atención de los demás, para hacerse simpática, para agradar, para ser indispensable, y entonces esa actitud las transformará en ese tipo de personas muy acomedidas, muy atentas, esas que pueden parecer muy compasivas pero que en realidad están disfrazando un simple, puro y enorme deseo de afecto.

Si nosotros fuéramos capaces de «quemar» las emociones negativas, tal vez este tipo de personas no desperdiciarían tanto tiempo y esfuerzo en aparentar lo que no son, es decir, se podrían deshacer de sus miedos e inseguridades y se ocuparían íntegramente en indagar qué es lo que verdaderamente desean de sí mismas, ocupación suficientemente complicada como para mantenerlos interesados el resto de sus vidas. Tal vez si las emociones se radiografiaran bastaría con enternecernos por el esfuerzo de defensa e inseguridad de los verdaderamente sinceros y podríamos, al mismo tiempo, cuidarnos de los mentirosos, o estaríamos capacitados para compadecernos de los equivocados y lucharíamos contra los injustos. Tal vez nos veríamos un poco más como verdaderamente somos.

Porque hay una gran diferencia entre querer aliviar el dolor ajeno y querer controlar el mundo para beneficio personal. A mí no me interesa establecer un juicio moral sino hacer una distinción entre diferentes emociones. Desde un punto de vista sano uno siempre tiene deseos de mejorar. Una madre amorosa, por ejemplo, siempre quiere que sus hijos estén libres de enfermedades y que no les ocurra nada. Eso está bien. Lo que está mal es cuando nuestro bienestar se cifra en que los demás hagan lo que nosotros pensamos que es lo mejor para ellos, aun en contra de su voluntad. ¿Hasta dónde buscamos a los seres que necesitan ayuda empujados únicamente por la compasión, y hasta dónde por la necesidad de controlar sus vidas, de probarnos a nosotros mismos que los demás nos necesitan?

¿Sería posible que por medio de algún recurso científico descubriéramos la manera de desenmascarar nuestras verdaderas intenciones detrás de las apariencias de la bondad y de la generosidad, y enfrentáramos que los deseos de manipulación o de poder pueden ser los verdaderos motores de nuestras acciones y nuestra emoción?

Seguramente falta tiempo para que estas y otras preguntas puedan ser contestadas.

Ustedes se estarán preguntando, cuáles son mis intenciones al preocuparme tanto por la emoción. Bien.

Estamos empezando un nuevo siglo. En este siglo voy a morir y mis nietos van a nacer. [2!] Me gustaría, antes de irme dejarles un mundo mejor. Este pensamiento me hace recordar inevitablemente a mi abuela. A ella le tocó pasar del siglo XIX al XX. A ella debió de haberle preocupado, como a mí, el mundo que les estaba dejando a sus nietos. Mi abuela murió un poco después de la llegada del hombre a la Luna. Ya no le tocó ver el surgimiento de las armas químicas, de las guerras bacteriológicas. No supo del SIDA, de las semillas transgénicas, de que los volcanes del Valle de México se hicieron invisibles a causa de la contaminación. No se enteró ya de que los narcotraficantes controlan el mundo. Siempre la recuerdo amable, rezando a diario por todos nosotros, pidiendo porque tuviéramos una buena vida. Sin embargo, sus rezos no pudieron evitarnos el sufrimiento.

¿Cuántos años me quedarán por vivir en este nuevo siglo? ¿Diez? ¿Veinte? ¿En ese lapso tendré tiempo para mejorar un poco el medio ambiente? Me encantaría que mis nietos tuvieran una buena impresión de este mundo al momento de nacer. Que no hubiera bolsas de plástico regadas por todos lados, que no hubiera desechos químicos en los ríos. Que pudieran ver los volcanes. Que pudieran llenar su vista de color verde cuando estuvieran deprimidos. Que sus pulmones no se llenaran de plomo. Que sus emociones no los avergonzaran.

¿Los números realmente sirven para marcar el inicio de una etapa de gestación y una de muerte? ¿Representa algo verdadero dentro de nuestras conciencias el paso de un siglo a otro, de un milenio a otro? Así como es muy claro observar el proceso de germinación, nacimiento y muerte de una semilla, ¿se puede hablar del nacimiento de una nueva civilización? ¿Qué tipo de sociedad me va a tocar ver? ¿Y a mis nietos? ¿Mi abuela, en ese brindis de final del siglo XIX, habrá alcanzado a imaginar la cantidad de hijos, de nietos y bisnietos que iba a tener y el mundo que les iba a tocar vivir? El Sol, nuestro padre, ¿habrá imaginado cuál sería el destino de la Tierra? ¿Y a la Luna? ¿O al mismo Sol? ¿Cuántos nuevos siglos quedan por venir? ¿Cuánto más falta por descubrir, por conquistar? ¿Conquistaremos o seremos conquistados?

¿Se imaginan que nos tocara ver la llegada de una civilización conquistadora, y descubriéramos que lo que más les interesa es apoderarse de nuestro plástico? ¿Que pudiéramos descubrir que hemos vivido en el error y que el sueño de tantas generaciones de alquimistas de fabricar oro fue inútil porque el verdadero material inmutable y perdurable es el plástico y no nos habíamos dado cuenta? Sería una broma verdaderamente de mal gusto. Pero no hay duda de que somos la generación del plástico. Y al parecer, también hemos querido «plastificar» nuestro mundo emocional, lo hemos querido envolver en un paquete de fingimiento y vacío, así como empaquetamos la carne en los refrigeradores. Sabemos que los futuros antropólogos van a determinar los años de antigüedad de las excavaciones por la cantidad de plástico acumulada bajo la superficie. Esa imagen me pone la piel chinita: me apena. Para mí es un signo de todos los errores que hemos cometido y me gustaría que las imágenes que nos representaran en el futuro fueran otras. No sé si todavía estamos a tiempo. Sólo sé que es posible que demos un paso adelante si nos ocupamos un poco más de la emoción.

Un siglo ha terminado. Esto quiere decir que dimos cien vueltas más alrededor del Sol. ¿Cuántas más nos quedan por dar? ¿Eso ya estará determinado de la misma forma en que lo está la cantidad de años que vamos a vivir? ¿Cuántas vueltas más me quedan por darle al Sol? ¿Cuántos atardeceres más voy a ver, y cuántos amaneceres?

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