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Álvaro concibió un proyecto quizá desmesurado. Examinados diversos argumentos posibles, optó finalmente por el que juzgó más tolerable. Al fin y al cabo, pensó, la elección del tema es asunto baladí. Cualquier tema es bueno para la literatura; lo que cuenta es el modo de expresarlo. El tema es sólo una excusa.

Se propuso narrar la epopeya inaudita de cuatro personajes menudos. Uno de ellos, el protagonista, es un escritor ambicioso que escribe una ambiciosa novela. Esta novela dentro de la novela cuenta la historia de un joven matrimonio, asfixiado por ciertas dificultades económicas que destruyen su convivencia y socavan su felicidad; tras largas vacilaciones, el matrimonio resuelve asesinar a un anciano huraño que vive austerísimamente en su mismo edificio. Además del escritor de esta novela, la novela de Álvaro consta de otros tres personajes: un joven matrimonio que trabaja de la mañana a la noche para mantener a duras penas su hogar y un anciano que vive con modestia en el último piso del mismo edificio ocupado por el matrimonio y por el novelista. A medida que el escritor de la novela de Álvaro escribe su propia novela, se altera y enturbia la pacífica convivencia del matrimonio vecino: las mañanas de dulce retozar en el lecho se convierten en mañanas de reyertas; las discusiones se alternan con llantos y pasajeras reconciliaciones. Un día el escritor encuentra a sus vecinos en el ascensor; el matrimonio lleva consigo un objeto alargado envuelto en papel de estraza. Incongruentemente, el escritor imagina que ese objeto es un hacha y resuelve, al llegar a casa, que el matrimonio de su novela matará a hachazos al viejo rentista. Días después pone punto final a su novela. La portera, esa misma mañana, descubre el cadáver del viejo que vivía modestamente en el mismo edificio que el novelista y el matrimonio. El viejo ha sido asesinado a hachazos. Según la policía, el móvil del crimen fue el robo. Sobrecogido, el novelista, que no ignora la identidad de los asesinos, se siente culpable de su crimen porque, de una forma confusa, intuye que ha sido su propia novela lo que les ha inducido a cometerlo.

Diseñado el plan general de la obra, Álvaro redacta los primeros borradores. Ambiciona construir una maquinaria de perfecta relojería; nada debe confiarse al azar. Confecciona un fichero para cada uno de sus personajes en el que consigna minuciosamente el decurso de sus vacilaciones, nostalgias, pensamientos, fluctuaciones, actitudes, deseos, errores. Pronto advierte que lo esencial -aunque también lo más arduo- es sugerir ese fenómeno osmótico a través del cual, de forma misteriosa, la redacción de la novela en la que se enfrasca el protagonista modifica de tal modo la vida de sus vecinos que éste resulta de algún modo responsable del crimen que ellos cometen. Voluntaria o involuntariamente, arrastrado por su fanatismo creador o por su mera inconsciencia, el autor es responsable de no haber comprendido a tiempo, de no haber podido o querido evitar esa muerte.

Álvaro se sumerge en su trabajo. Sus personajes lo acompañan a todas partes: trabajan con él, pasean, duermen, orinan, beben, sueñan, se sientan ante el televisor, respiran con él. Llena cientos de páginas con observaciones, acotaciones, episodios, rectificaciones, descripciones de sus personajes y del entorno en que se mueven. Los ficheros se vuelven más y más voluminosos. Cuando cree poseer una cantidad suficiente de material, acomete la primera redacción de la novela.

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