CAPÍTULO PRIMERO

Está comenzando un feliz día en 2381. El sol matutino se halla ya lo suficientemente alto como para iluminar las cincuenta últimas plantas de la Monada Urbana 116. Muy pronto toda la fachada oriental del edificio brillará como la superficie del mar al amanecer. La ventana de Charles Mattern, activada por los fotones de los primeros rayos, se desopacifica. Mattern se gira. Dios bendiga, piensa. Su esposa bosteza y se despereza. Sus cuatro hijos, que se hallan despiertos desde hace horas, pueden iniciar ya oficialmente su día. Se levantan y empiezan a girar por el dormitorio, cantando:


¡Dios bendiga dios bendiga, dios bendiga!

¡Dios nos bendiga a cada uno de nosotros!

¡Dios bendiga a Papi, dios bendiga a Mami, dios nos bendiga a ti ya mí!

¡Dios nos bendiga a todos, pequeños y grandes,

Y nos dé la fer-ti-li-dad!


Se precipitan a la plataforma de descanso de sus padres. Mattern se levanta y los abraza. Indra tiene ocho años, Sandor siete, Marx cinco, Cleo tres. La secreta vergüenza de Charles Mattern es que su familia sea tan pequeña. ¿Puede realmente un hombre con sólo cuatro hijos decir que reverencia la vida? Pero el seno de Principessa no dará más flores. Los doctores han declarado que no volverá a dar a luz. A los veintisiete años, es estéril. Mattern piensa en tomar una segunda esposa. Le gustaría oír de nuevo el balbuceo de un recién nacido; y de todos modos un hombre debe cumplir ante dios.

—Papi —dice Sandor—, Siegmund aún está aquí.

El niño señala con el dedo. Mattern mira. Al lado de Principessa, en la plataforma de descanso, acurrucado junto al pedal de inflado, duerme Siegmund Kluver, de catorce años, que entró en casa de los Mattern algunas horas después de medianoche para ejercer su derecho. A Siegmund le gustan las mujeres de más edad que él. En los últimos meses ha adquirido una cierta notoriedad. Ahora está roncando: descansa tras un buen trabajo. Mattern lo sacude.

—¿Siegmund? ¡Siegmund, ya es de día!

El joven abre los ojos. Sonríe a Mattern, se sienta, toma su bata. Es atractivo. Vive en la planta 787, y tiene ya un hijo y otro en camino.

—Perdón —dice Siegmund—. Me he dormido. Principessa me ha agotado verdaderamente. ¡Es una salvaje!

—Sí, es muy apasionada —admite Mattern. También lo es la esposa de Siegmund, Mamelón, por lo que ha oído de ella. Cuando sea un poco mayor y más experimentada, Mattern planea comprobarlo. La próxima primavera quizá.

Siegmund mete su cabeza bajo la ducha molecular. Mientras tanto, Principessa ha retirado la cama. Con una breve inclinación de cabeza hacia su esposo, pulsa el pedal y la plataforma se deshincha rápidamente. Empieza a programar el desayuno. Indra, con su delicada, casi diáfana manita, conecta la pantalla. Las paredes brillan con luz y color.

—Buenos días —dice una cálida voz—. La temperatura exterior, por si le interesa a alguien, es de 28°. La población de hoy de la Monurb 116 es de 881.115, con + 102 con respecto a ayer y + 14.187 con respecto al principio de año. ¡Dios bendiga, pero nos estamos quedando atrás! A nuestro lado, en la Monurb 117, han tenido un aumento de 131 con respecto ayer, incluyendo cuatrillizos para la señora Hula Jabotinsky. Tiene dieciocho años y siete hijos previos. Una auténtica sierva de dios, ¿no creéis? Son las 0620. Dentro de exactamente cuarenta minutos, la Monurb 116 se verá honrada con la presencia de Nicanor Gortman, el visitante sociocomputador de Infierno, al que podrías reconocer por su extraño y distintivo atuendo púrpura y ultravioleta. El doctor Gortman será invitado de los Charles Mattern de la planta 799. Por supuesto, todos nosotros le trataremos con la misma amistosa atención que nos dispensamos mutuamente. ¡Dios bendiga a Nicanor Gortman! He aquí ahora las noticias relativas a los niveles inferiores de la Monurb 116…

—¿Oís eso, chicos? —dice Principessa—. Vamos a tener un huésped y tendremos que ser amistosamente atentos con él. Vamos a la mesa.

Una vez lavado, vestido y desayunado, Charles Mattern se dirige al área de aterrizaje, en la planta mil, para reunirse con Nicanor Gortman. Mientras asciende a través del edificio hacia su cima, Mattern cruza las plantas donde viven sus hermanos y hermanas y sus familias. Tres hermanos, tres hermanas. Cuatro más jóvenes que él, dos mayores. Todos ellos se han situado. Otro de sus hermanos, desgraciadamente, murió joven, Jeffrey. Mattern piensa raramente en Jeffrey. Ahora está atravesando las plantas que forman Louisville, el sector administrativo. Dentro de un momento se reunirá con su huésped. Gortman ha realizado un viaje por los trópicos y ahora acude a visitar una monada urbana típica de zona templada. Para Mattern es un honor haber sido nombrado anfitrión oficial. Sale a la plataforma de aterrizaje, que es la auténtica cúspide de la Monurb 116. Unos campos de fuerza la protegen de los aullantes vientos que barren la alta estructura. Mira hacia su izquierda y ve la fachada occidental de la Monada Urbana 115 sumida en las sombras. A su derecha, las ventanas orientales de la Monurb 117 centellean. Bendita sea la señora Hula Jabotinsky y sus once pequeños, piensa Mattern. Puede ver otras monurbs ante él, alineadas en largas filas, lejos y lejos hasta el horizonte, torres de hormigón súper tensado de tres kilómetros de alto, estilizadas agujas, todas ellas idénticas. Es una visión reconfortante. Dios bendiga, piensa. ¡Dios bendiga, dios bendiga, dios bendiga, dios bendiga!

Oye un alegre zumbido de rotores. Una nave rápida está aterrizando. Un hombre alto y robusto, vestido con ropas cuyos colores se hallan en la parte alta del espectro, desciende de ella. Es sin lugar a dudas el visitante sociocomputador de Infierno.

—¿Nicanor Gortman? —pregunta Mattern.

—Dios bendiga. ¿Charles Mattern?

—Dios bendiga, sí. Venga.

Infierno es una de las once ciudades de Venus, que los hombres han remodelado a su conveniencia. Gortman nunca había venido antes a la Tierra. Habla lentamente, sin entonación, con una peculiar uniformidad en la voz; su inflexión le recuerda a Mattern el modo de hablar de los habitantes de la Monurb 84, que visitó en una ocasión en un viaje organizado. Ha leído algunos trabajos de Gortman: sólidos, fírmemente razonados.

—Particularmente me gustó «Dinámica de la Ética Cinegética» — dice Mattern mientras entran en el descensor—. Notable. Una revelación.

—¿Lo cree realmente así? —pregunta Gortman, halagado.

—Por supuesto. Intento seguir los mejores periódicos venusianos. Es fascinante conocer las costumbres extranjeras. La caza de animales salvajes, por ejemplo.

—¿Acaso no tiene esto en la Tierra?

—Dios bendiga, no —dice Mattern—. ¡No podríamos tolerarlo! Pero me gusta tener nuevas impresiones sobre distintos modos de vida.

—¿Mis ensayos son, pues, literatura escapista para usted? —pregunta Gortman.

—Mattern le mira de una forma extraña.

—No comprendo a qué se refiere.

—Literatura de evasión. Lo que uno lee para hacer más llevadera su vida sobre la Tierra.

—Oh, no. La vida sobre la Tierra es bastante llevadera, permítame asegurárselo. No necesitamos de ninguna literatura escapista. Estudio los periódicos de otros mundos tan sólo por diversión. Y también para hallar, comprenda, las referencias necesarias para mi propio trabajo — dice Mattern. En este momento han llegado a la planta 799—. Permítame mostrarle primero mi hogar. —Sale del descensor e invita a Gortman a que le siga—. Esto es Shangai. Quiero decir que así es como llamamos a este bloque de cuarenta plantas, de la 761 a la 800. Yo vivo en el penúltimo nivel de Shanghai, lo cual es una marca de mi status profesional. Así pues, tenemos veinticinco ciudades en la Monurb 116. La inferior es Reykjavik, y la superior Louisville.

—¿Cómo son determinados los nombres?

—Por votación de los ciudadanos. Shangai se llamaba antes Calcuta, un nombre que yo personalmente prefería más, pero una pequeña banda de descontentos en la planta 778 reclamó un referéndum en el 75.

—Creía que no había descontentos en las monadas urbanas —dice Gortman.

Mattern sonríe.

—No en el sentido habitual. Pero permitimos que existan algunos conflictos. El hombre no sería hombre sin conflictos, ¿no cree? Ni siquiera aquí, ¿no cree?

Están andando a lo largo del corredor del extremo este en dirección al hogar de Mattern. Son ahora las 0710, y los chiquillos se apresuran fuera de sus apartamentos en grupos de tres y cuatro, hacia la escuela. Mattern hace un signo hacia ellos. Van cantando mientras corren.

—En esta planta alcanzamos una media de 6,2 niños por familia. Es una de las más bajas del edificio, debo admitirlo. Parece como si la gente de alto status procreara menos. Hay una planta en Praga, creo que es la 117, que alcanza un 9,9 por familia. ¿No cree que es glorioso?

—¿Está ironizando? —pregunta Gortman.

—En absoluto —Mattern nota que la tensión asciende en ambos—.A nosotros nos gustan los niños. Aprobamos la procreación. Seguramente usted ya sabía esto cuando inició su viaje a…

—Por supuesto, por supuesto —dice apresuradamente Gortman—. Era consciente de la dinámica cultural general de ustedes. Pero pensaba que quizá esta actitud…

—¿Iba en contra de la norma? El hecho de que yo manifieste un cierto despego intelectual no es motivo para que usted asuma que desapruebo de alguna manera nuestra matriz cultural. Quizá haciendo esto esté usted en realidad proyectando su propia desaprobación, ¿no?

—Lamento la implicación. Y le ruego que no crea que experimento la menor actitud negativa hacia su matriz cultural, aunque admito que su mundo me parece más bien extraño. Dios bendiga, olvidemos nuestro tropiezo, Charles.

—Dios bendiga, Nicanor. No quería parecer susceptible.

Ambos sonríen. Mattern se siente consternado por su acceso de irritabilidad.

—¿Cuál es la población de la planta 799? —pregunta Gortman.

—805, según las últimas informaciones.

—¿Y de Shanghai?

—Cerca de 33.000.

—¿Y de la Monurb 116?

—881.000.

—¿Y hay cincuenta monadas urbanas en esta constelación?

—Sí.

—Esto hace una población de casi 40.000.000 —dice Gortman—. Más o menos lo mismo que toda la población humana de Venus. ¡Notable!

—¡Y esta no es la mayor constelación, oh no, en absoluto! —la voz de Mattern se llena de orgullo—. ¡Sansan es mucho mayor, y también Boshwash! Y hay otras aún mucho mayores en Europa… Berpar, Wienbud, y otras dos, creo. ¡Y hay previstas otras!

—Es decir, una población global de…

—75.000.000.000 —pregona Mattern—. ¡Dios bendiga! ¡Nunca existió nada semejante! ¡Nadie sufre hambre! ¡Todo el mundo es feliz! ¡Hay cantidad de espacios libres! ¡Dios ha sido bueno con nosotros, Nicanor! —se detiene ante una puerta con la placa 79915—. Éste es mi hogar. Lo que tengo es suyo, querido huésped —entran.

El hogar de Mattern está bien acondicionado. Tiene casi noventa metros cuadrados disponibles. La plataforma de descanso es deshinchable; las camitas de los niños se retractan; los muebles pueden desplazarse fácilmente para dejar libre una zona despejada. De hecho, la mayor parte de la estancia está vacía. La pantalla y el terminal de información ocupan áreas de dos dimensiones en la pared, reemplazando con ventaja los antiestéticos televisores antiguos y las librerías, escritorios, archivadores y demás objeto molestos. Es un lugar aireado y espacioso, particularmente para una familia de sólo seis miembros.

Los chicos aún no han ido a la escuela; Principessa les ha dicho que esperen para saludar al invitado y se muestran inquietos. Cuando entra Mattern, Sandor e Indra se pelean por uno de sus juguetes preferidos, el agitasueños. Mattern se sorprende. ¿Una pelea en su casa? Están peleándose silenciosamente, para que su madre no los oiga. Sandor martillea con el pie las espinillas de su hermana. Indra, con una mueca de dolor, araña la mejilla de su hermano.

—Dios bendiga —dice Mattern con tono cortante—. Uno de vosotros está buscándose ir a las tolvas, ¿eh?

Los chicos se inmovilizan. Principessa levanta la mirada, apartando un mechón de oscuro pelo de sus ojos; estaba tan ocupada con su último hijo que ni siquiera les ha oído entrar.

—Las peleas esterilizan —dice Mattern—. Presentaos vuestras excusas.

Indra y Sandor se besan y sonríen. Suavemente, Indra toma el juguete y se lo da a Mattern, que se lo entrega a su hijo más pequeño, Marx. Todas las miradas están clavadas en el huésped.

—Amigo mío, todo lo que tengo es suyo —dice Mattern a Gortman. Hace las presentaciones. La esposa, los hijos. La escena de la pelea lo ha enervado un poco, pero se relaja cuando Gortman saca cuatro cajitas y las distribuye entre los chicos. Juguetes. Es un bendito gesto. Mattern señala la deshinchada plataforma de descanso—. Aquí es donde dormimos —explica—. Es lo suficientemente grande para tres. Ahí están la ducha y el lavabo. ¿Prefiere usted hacer sus necesidades en la intimidad?

—Sí, por favor.

—Entonces pulse este botón para conectar la pantalla de intimidad. Nosotros excretamos aquí. La orina en este lado, las heces en este otro. Todo aquí es reprocesado, ya sabe usted. En las monurbs poseemos el sentido de la economía.

—Por supuesto —dice Gortman.

—¿Prefiere usted que nosotros también usemos la pantalla cuando excretemos? —dice Principessa—. Creo haber oído que la gente de fuera lo hace así.

—No quisiera imponerles mis costumbres —dice Gortman.

—Naturalmente, nuestra cultura ha superado la noción de la intimidad —dice Mattern sonriendo—. Pero no le preocupe el pulsar el botón sí… —Vacila. Acaba de ocurrírsele un nuevo pensamiento—. La desnudez no es un tabú en Venus, ¿verdad? Quiero decir, nosotros disponemos únicamente de esta estancia, y…

—Soy adaptable —insiste Gortman—. Un sociocomputador, naturalmente, debe ser un relativista cultura.

—Por supuesto —admite Mattern, y sonríe nerviosamente.

Principessa se retira de la conversación con una disculpa y envía a los chicos agarrando fuertemente sus nuevos juguetes, a la escuela.

—Perdone que le recuerde lo obvio —dice Mattern—, pero debo hacer referencia a sus prerrogativas sexuales. Compartimos los tres una única plataforma. Mi esposa está a su disposición. Dentro de la monurb es impropio rehusar una petición razonada, a menos que traiga aparejada consigo algún perjuicio. Ya debe usted saber que el evitar toda frustración es la primera regla de una sociedad como la nuestra, donde las menores fricciones pueden conducir a incontrolables oscilaciones de desarmonía. ¿Conoce usted nuestra costumbre de la ronda nocturna?

—Me temo que…

—Las puertas no están cerradas en la Monurb 116. No tenemos bienes personales que deban ser guardados, y todos nosotros estamos socialmente ajustados. Por la noche es algo completamente normal el entrar en otros hogares. De este modo cambiamos parejas en cualquier momento; generalmente las esposas se quedan en casa y son los maridos los que emigran, pero no necesariamente. Cada uno de nosotros tiene acceso en cualquier momento a cualquier otro miembro de nuestra comunidad.

—Extraño —dice Gortman—. Pensaba que en una sociedad donde hay tantas personas viviendo tan apretadamente se desarrollaría más bien un respeto exagerado hacia la intimidad antes que una libertad comunal.

—Así fue al principio. Dios bendiga, esas tendencias fueron reabsorbidas. Nuestro fin debe ser evitar toda frustración, es decir evitar que se desarrollen tensiones peligrosas. Y la intimidad es una frustración.

—Así que uno puede entrar en cualquier estancia de este gigantesco edificio y acostarse con…

—No de todo el edificio —interrumpe Mattern—. Sólo de Shanghai. Está mal visto que alguien realice sus rondas nocturnas más allá de su propia ciudad. —Suelta una risita—. Nos imponemos algunas pequeñas restricciones, para no pasarnos en nuestras libertades.

Gortman se gira hacia Principessa. Lleva un taparrabos y unas caperuzas metálicas sobre sus senos. Es delgada pero voluptuosamente formada, y aunque ya no puede tener más niños no ha perdido el encanto sexual de la mujer joven. Mattern se siente orgulloso de ella.

—¿Quiere que iniciemos nuestra visita al edificio? —dice Mattern.

Ambos avanzan hacia la puerta. Gortman se inclina cortésmente ante Principessa, y Mattern y él salen. En el corredor, el visitante dice:

—Su familia es más pequeña que la norma, por lo que veo.

Esto es una horrible incorrección por su parte, pero Mattern es capaz de mostrarse tolerante ante los deslices de su huésped. Suavemente, responde:

—Nos hubiera gustado tener más hijos, pero la fertilidad de mi esposa se vio truncada a causa de una operación quirúrgica. Fue una verdadera tragedia para nosotros.

—¿Aquí siempre han evaluado así a las familias numerosas?

—Evaluamos la vida. Crear nueva vida es la mayor de las virtudes. Impedir el inicio de la vida es el peor de los pecados. Amamos nuestro mundo en constante expansión. ¿Acaso esto le parece insoportable? ¿Parecemos desgraciados?

—Parecen ustedes sorprendentemente adaptados —dice Gortman—. Teniendo en cuenta… —se interrumpe.

—Siga.

—Teniendo en cuenta el hecho de que son tan numerosos. Y que su vida transcurre en el interior de un único edificio colosal. ¿Nunca salen ustedes afuera?

—Muchos de nosotros nunca —admite Mattern—. Yo he viajado por supuesto., un sociocomputador necesita perspectiva, evidentemente. Pero Principessa no ha salido nunca del edificio. Creo que ni siquiera ha ido más allá de la planta 350, excepto cuando fue con su escuela a visitar los niveles inferiores. ¿Para qué tendría que ir a ningún sitio? El secreto de nuestra felicidad reside en la creación de núcleos autosuficientes de cinco o seis plantas dentro de ciudades de cuarenta plantas dentro de monurbs de mil plantas. No tenemos la menor sensación de estar saturados o apretujados. Conocemos a nuestros vecinos; tenemos centenares de apreciados amigos; somos amables y leales y agradecidos los unos con los otros.

—¿Y todo el mundo es feliz siempre?

—Casi todo el mundo.

—¿Quiénes son las excepciones? —pregunta Gortman.

—Los neuros —dice Mattern—. Procuramos minimizar las fricciones que pueden producirse en un medio ambiente como el nuestro; como puede ver, nunca rehusamos nada a nadie, satisfacemos cualquier deseo razonable. Pero a veces ocurre que algunos deciden repentinamente que ya no pueden seguir viviendo bajo nuestros principios. Evaden la realidad; frustran a los demás; se rebelan. Es muy penoso.

—¿Qué hacen ustedes con los neuros?

—Los eliminamos, por supuesto —dice Mattern. Sonríe, y ambos penetran de nuevo en el descensor.


Mattern está autorizado a mostrarle a Gortman toda la monurb, una visita que durará varios días. Siente una ligera aprensión; no está tan familiarizado con algunas partes del edificio como debería estarlo un guía. Pero lo hará lo mejor que pueda.

—El edificio —dice— está hecho con hormigón súper tensado. Ha sido construido alrededor de un eje central de servicios de doscientos metros cuadrados. Originalmente, los cálculos eran de que cada planta albergara cincuenta familias, pero hoy alcanzamos las ciento veinte, y los antiguos apartamentos han sido divididos en unidades de una sola pieza. Somos totalmente autosuficientes, con nuestras propias escuelas, hospitales, campos de deporte, casas de culto y teatros.

—¿Y los alimentos?

—No producimos ninguno, por supuesto. Pero tenemos acceso por medio de contratos a las comunas agrícolas. Estoy seguro que habrá visto usted que casi el noventa por ciento de los espacios libres de este continente es usado para la producción de alimentos; y existen también las granjas marinas. Oh, estamos llenos de comida en este planeta, y desde que hemos dejado de desperdiciar espacio construyendo horizontalmente hemos ganado gran cantidad de tierras cultivables.

—¿Pero no se hallan así a merced de las comunas productoras de alimentos?

—¿Acaso los habitantes de las ciudades no han estado siempre a merced de los agricultores? —pregunta Mattern—. Parece como si usted contemplara la vida en la Tierra como un asunto de colmillos y garras. Actualmente la ecología de nuestro planeta está perfectamente engranada. Nosotros somos vitales para los campesinos: su único mercado, y su única fuente de productos manufacturados. Ellos son vitales para nosotros: nuestra única fuente de alimentos. Indispensabilidades recíprocas, ¿no? Y el sistema funciona. Podríamos mantener varios miles de millones de gente suplementaria. Algún día, dios bendiga, lo haremos.

El descensor, finalizada su carrera a lo largo y a través del edificio, se detiene suavemente en su alvéolo en la parte más baja del mismo. Mattern siente el opresivo peso de toda la enorme monurb sobre él, y se sorprende vagamente por la intensidad de su inquietud; intenta no evidenciar su turbación.

—Los cimientos de la estructura —dice— se hallan cuatrocientos metros más abajo. Ahora estamos en el último nivel inferior. Aquí es donde producimos nuestra energía. —Atraviesan un pasadizo y penetran en una inmensa sala de generadores, cuarenta metros del techo al suelo, con las inmensas turbinas de brillante color verde girando—-. La mayor parte de nuestra energía la obtenemos —señala hacia arriba— a través de la combustión de los desechos sólidos prensados. Quemamos todo lo que no necesitamos, y vendemos los residuos como fertilizantes. Tenemos también generadores auxiliares que trabajan utilizando el calor corporal acumulado.

—Precisamente me estaba preguntando esto —murmura Gortman—. Que hacían ustedes con el calor.

—Obviamente —dice Mattern con voz alegre—, ochocientas mil personas viviendo en un ambiente cerrado producen un inmenso excedente térmico. Parte de este calor es radiado directamente al exterior del edificio a través de aletas refrigeradoras. Parte es aspirado hasta aquí abajo y usado para hacer girar los generadores. En invierno, por supuesto, lo bombeamos previamente a través del edificio para mantener la temperatura. El resto del exceso de calor es usado en la purificación del agua y en otras cosas similares.

Durante un tiempo permanecen observando los detalles del sistema eléctrico. Luego Mattern muestra el camino hacia la planta de recuperación y reprocesado. Varios centenares de escolares están visitándola; silenciosamente, los dos hombres se unen a la visita.

—¿Veis? —está diciendo la maestra—, por aquí llega la orina — señala unas enormes tuberías de plástico—. Pasa a través de la caldera de destilación, y el agua pura sale por ahí… seguidme… Recordad el cuadro sinóptico, con el agua yendo a un lado mientras por el otro son recuperados los productos químicos que luego serán vendidos a las comunas agrícolas…

Mattern y su huésped inspeccionan la planta de fertilizantes, donde tiene lugar la reconversión de las materias fecales. Gortman hace numerosas preguntas. Parece enormemente interesado. Mattern está contento; los detalles prácticos de la vida de la monurb le parecen a él muy significativos, pero temía que un extranjero procedente de Venus, de un lugar donde los hombres viven en casas individuales y se pasean a cielo abierto, pudiera ver la monurb como algo repugnante u odioso.

Siguen su visita. Mattern habla de aire acondicionado, del sistema de descensores y ascensores, y de otros temas de interés.

—Es realmente maravilloso —dice Gortman—. Nunca hubiera imaginado cómo podía sobrevivir un pequeño plantea con setenta y cinco mil millones de habitantes, pero ustedes han hecho posible esta… esta…

—¿Utopía? —sugiere Mattern.

—Sí, eso es exactamente lo que quería decir —afirma Gortman.

La producción de energía y la recuperación de los desechos no son realmente las especialidades de Mattern. Conoce como trabajan, pero tan sólo porque le apasiona todo lo que se refiere al funcionamiento de la Monurb. Su auténtico campo de estudios es la sociocomputación, y es por eso precisamente por lo que se le ha pedido que muestre al visitante cómo está organizada la estructura social del gigantesco edificio. Ahora están subiendo a los niveles residenciales.

—Esto es Reykjavik —anuncia Mattern—. Su población está compuesta principalmente por el personal de mantenimiento. Intentamos tanto como podemos evitar la estratificación por status, pero cada ciudad posee su población dominante: ingenieros , universitarios, artistas, ya sabe. Mi Shanghai es eminentemente académica. Cada profesión es exclusivista. —Atraviesan el vestíbulo. Mattern se siente extraño en aquel nivel inferior, y habla sin cesar para ocultar su nerviosismo. Describe cómo cada ciudad en el interior de la monurb desarrolla su argot característico, su forma de vestir su folklore y sus héroes.

—¿Hay mucho contacto entre las ciudades? —pregunta Gortman.

—Intentamos fomentar el contacto. Competiciones deportivas, intercambios de estudiantes, reuniones mixtas regulares. Dentro de unos límites razonables, por supuesto. La gente de los niveles de clase obrera tiene poco contacto con la de los niveles universitarios. Esto no satisfaría a nadie, ¿no? Pero hemos conseguido alcanzar un razonable intercambio entre las ciudades de un nivel intelectual equivalente. Creemos que eso vivifica.

—¿No cree que ayudaría a ese proceso de intercambios el fomentar las rondas nocturnas entre las ciudades?

Mattern frunce el ceño.

—Preferimos mantenemos en el seno de nuestros grupos más próximos para eso. Las relaciones sexuales ocasionales con gente de otras ciudades son una señal de vileza.

—Ya entiendo.

Entran en una amplia estancia.—Esto es un dormitorio para recién casados —dice Mattern—. Existen cada cinco o seis niveles. Cuando los adolescentes forman pareja, abandonan sus hogares familiares y vienen a vivir aquí. Una vez tienen su primer hijo les es asignado un hogar personal.

Asombrado, Gortman pregunta:

—Pero, ¿cómo se las arreglan ustedes para alojarlos a todos? Imagino que todas las estancias del edificio están ocupadas, y no es posible que se produzcan más fallecimientos que nacimientos, así que, ¿cómo…?

—Los fallecimientos crean vacantes, por supuesto. Si el compañero o compañera de alguien muere y sus hijos ya son adultos, este alguien se traslada a un dormitorio para adultos, y así crea una nueva unidad para el establecimiento de otra familia. Pero tiene usted razón al decir que la mayor parte de nuestra gente joven no encuentra acomodo en el edificio, sobre todo teniendo en cuenta que se crea un dos por ciento de nuevas familias al año, y las defunciones son muy inferiores a esto. Pero se construyen nuevas monurbs, y tan pronto como están terminadas el exceso de recién casados de los dormitorios es enviado a ellas. Por sorteo. Es duro dejar un entorno conocido e ir a un nuevo lugar, dicen los elegidos, pero hay compensaciones para aquellos que forman el primer grupo de habitantes de un nuevo edificio. Uno adquiere su status automáticamente. Y así nos hallamos en constante expansión, enviando a nuestros jóvenes a otros lugares, creando nuevas combinaciones de unidades sociales… algo enormemente fascinante, ¿no cree? ¿Ha leído usted mi artículo «Metamorfosis estructural en la Población de las Monurbs»?

—Me temo que no he tenido este placer —responde Gortman—. Me encantaría leerlo. —Echa una mirada a su alrededor. Una docena de parejas están copulando en una plataforma cercana—. Parecen tan jóvenes —dice.

—La pubertad llega pronto entre nosotros. Las chicas se casan generalmente a los doce años, los chicos a los trece. El primer hijo suele llegar al año, dios bendiga.

—¿Y nadie intenta controlar su fertilidad?

¿Controlar la fertilidad? —Mattern se muestra sorprendido ante tamaña obscenidad. Algunas parejas dejan de copular y levantan los ojos, asombrados. Alguien deja escapar una risita—. Le ruego que no vuelva a usar de nuevo esa expresión —dice Mattern—. Particularmente si hay niños cerca. Nosotros… esto… no pensamos nunca en términos de control.—Pero…

—Nosotros mantenemos que la vida es sagrada. Crear nueva vida es una bendición. Uno de nuestros deberes ante dios es reproducirnos. — Mattern sonríe, temiendo haber sonado demasiado duro—. Ser humano es enfrentarse a las dificultades con el ejercicio de la inteligencia, ¿no? Y una de las dificultades es la multiplicación de los habitantes en un mundo que ha sabido vencer las enfermedades y eliminar las guerras. Podríamos limitar los nacimientos, supongo, pero eso sería una pobre, mezquina, antihumana escapatoria. En su lugar, nos hemos enfrentado a la superpoblación y hemos triunfado, ¿no cree? Y continuamos así, multiplicándonos gozosamente, con nuestra población creciendo a un ritmo de tres mil millones por año, y proporcionamos sitio para todos, y alimentos para todos. Unos pocos mueren, y muchos otros nacen, y nuestro planeta se llena, y dios es bendecido, y la vida es próspera y hermosa, y como puede usted ver todos somos felices. Hemos madurado más allá de la necesidad infantil de levantar barreras de aislamiento entre hombre y hombre. ¿Para qué salir afuera? ¿Para qué añorar los bosques y desiertos? La Monurb 116 contiene suficientes universos para nosotros. Las predicciones de los profetas del desastre se han revelado falsas. ¿Puede usted acaso negar que somos felices aquí? Venga conmigo. Vamos a visitar ahora una escuela.

La escuela elegida por Mattern se halla en un distrito de clase trabajadora de Praga, en la planta 108. Cree que interesará especialmente a Gortman, puesto que la población de Praga detenta el índice reproductivo más alto de toda la Monada Urbana 116, y allí no son raras las familias de doce o quince miembros. Mientras se acercan a la entrada de la escuela, Mattern y Gortman oyen las agudas vocecillas cantando las bendiciones de dios. Mattern se une a los cantantes; es un himno que él mismo había cantando cuando tenía su edad y soñaba en la gran familia que tendría algún día.

Y ahora planta la bendita semilla

Que florecerá en el seno de Mami;

Y ahora llega un pequeño hermanito…

Entonces se produce una desagradable e inesperada interrupción. Una mujer se precipita por el corredor hacia Mattern y Gortman. Es joven, va desaliñada, lleva tan sólo una tenue túnica gris; su cabello está alborotado; se halla en avanzado estado de gestación.

—¡Socorro! —grita agudamente—. ¡Mi esposo se ha vuelto neuro! —Se arroja, temblorosa, en brazos de Gortman. El visitante la mira desconcertado.

Tras ella aparece corriendo un hombre de una veintena de años, pálido, con los ojos inyectados en sangre. Lleva consigo una antorcha de fabricación casera; su extremidad está roja por el calor.

—¡Maldita ramera! —gruñe—. ¡Siempre niños! ¡Ya van siete, y ahora el que nace ocho, y yo voy a volverme loco!

Mattern se siente aterrado. Aparta a la mujer de brazos de Gortman y empuja al consternado hombre hacia la puerta de la escuela.

—Dígales que hay un neuro aquí afuera —le dice—. ¡Pida ayuda, aprisa! —está furioso de que Gortman sea testigo de una escena tan atípica, e intenta apartarlo de allí por todos los medios.

La estremecida mujer se escuda detrás de Mattern. Éste intenta hablar calmadamente.

—Sea razonable, joven —le dice al hombre—. Usted y su mujer han vivido siempre en una monurb, ¿no? Saben que el procrear es un acto bendito. ¿Por qué, repentinamente, repudia usted los principios según los cuales…?

—¡Váyase al infierno antes de que lo ase a usted también!

El hombre agita la antorcha, acercándola al rostro de Mattern. Éste nota el calor y retrocede. El hombre aprovecha el gesto para esquivarlo y abalanzarse hacia la mujer. Ésta se echa hacia atrás, pero su estado la entorpece, y la antorcha alcanza sus ropas. Una porción de blanca y distendida carne queda al descubierto, mientras el tejido arde y se funde con una brillante aureola a su alrededor. La mujer se aprieta el prominente vientre en un gesto de protección y cae al suelo, gritando. El hombre rechaza a Mattern y se prepara para golpear de nuevo. Mattern intenta sujetar su brazo. Logra desviar la antorcha hacia el suelo, que se chamusca. El hombre, maldiciendo, suelta su arma y se lanza contra Mattern, golpeándolo con los puños.

—¡Socorro! —grita Mattern—. ¡Ayúdenme!

Varias docenas de escolares surgen al corredor. Tienen de ocho a once años de edad. Siguen cantando su himno mientras se precipitan hacia ellos. Empujan al asaltante de Mattern, arrastrándolo hacia ellos. Rápidamente, suavemente, lo cubren con sus cuerpos. Apenas puede distinguírsele bajo la vibrante y golpeante masa. Más docenas surgen de la escuela y acuden a reunirse con sus compañeros. Suena una sirena. Luego un silbato. La amplificada voz del maestro ruge:

—¡Ha llegado la policía! ¡Todo el mundo afuera!

Cuatro hombres con uniforme hacen su aparición. Observan la escena. La mujer atacada yace en el suelo, gimiendo y acariciándose la quemadura en su vientre. El hombre está inconsciente; su rostro aparece ensangrentado, uno de sus ojos ha sido reventado.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunta uno de los policías—. ¿Quién es usted?

—Charles Mattern, sociocomputador, nivel 799, Shanghai. Este hombre es un neuro. Ha atacado a su esposa encinta con la antorcha. Ha intentado atacarme a mí.

Los policías levantan al hombre sobre sus pies. Permanece vacilante entre elles, aturdido, maltrecho. El jefe de los policías habla resonantemente, remarcando las palabras.

—Considerándolo culpable de un atroz ataque a una mujer en evidente estado de gestación, de peligrosas tendencias antisociales, de amenazar la armonía y la estabilidad, y en virtud de la autoridad de que he sido investido, pronuncio sentencia de aniquilación, que será ejecutada inmediatamente. ¡A las tolvas con ese bastardo, muchachos! —Se llevan al neuro. Aparecen varios médicos, que se inclinan solícitamente sobre la mujer herida. Los chicos, entonando de nuevo su alegre canción, regresan a su clase. Nicanor Gortman observa a su alrededor, aturdido e impresionado. Mattern lo toma del brazo y susurra furiosamente:

—De acuerdo, esas cosas ocurren algunas veces. No lo niego. ¡Pero había una posibilidad entre cien mil de que ocurriera ante sus ojos! ¡No ocurren habitualmente!

Entran en la clase.

El sol estaba poniéndose. La fachada occidental de la monada urbana vecina está teñida de rojo. Nicanor Gortman se halla sentado para cenar con los miembros de la familia Mattern. Los chicos, con sus voces mezclándose en un caótico parloteo, cuentan su día en la escuela. Las noticias de la tarde aparecen en la pantalla; el locutor menciona el infortunado incidente de la planta 108.

—La madre no ha sido herida gravemente —informa—, y no existe ningún peligro para el niño. La sentencia contra el asaltante ha sido dictada al momento, y una amenaza para la seguridad de nuestro monurb ha sido eliminada inmediatamente.

—Dios bendiga —murmura Principessa.

Tras la cena, Mattern pide al terminal de datos copias de sus artículos técnicos más recientes, y se los entrega a Gortman para que pueda leerlos con tranquilidad. Gortman le da vigorosamente las gracias.

—Parece cansado —dice Mattern.

—Ha sido un día duro. Y fecundo.

—Sí. Hemos cubierto bastante terreno, ¿no cree?

Mattern también está cansado. Han visitado casi tres docenas de niveles; le ha mostrado a Gortman reuniones del consejo municipal, clínicas de fertilidad, servicios religiosos, despachos de negocios, todo ello dentro del primer día. Mañana habrá aún mucho más que ver. La Monada Urbana 116 es una comunidad variada y compleja. Y también feliz, se dice firmemente a sí mismo Mattern. Tenemos algún que otro pequeño incidente de tanto en tanto, pero somos felices.

Los chicos, uno tras otro, se van a la cama, besando encantadoramente a Papi y a Mami y deseándole buenas noches al visitante y corriendo a través de la estancia como adorables duendecillos desnudos hacia sus camitas. Las luces descienden automáticamente de intensidad. Mattern se siente ligeramente deprimido; el desagradable incidente de la planta 108 ha empañado lo que podía haber sido de otro modo un excelente día. Pero piensa que ha cumplido del mejor modo posible con su tarea; gracias a él, Gortman ha ido más allá de las superficialidades y ha podido observar la innata armonía y serenidad de la vida en la monurb. Y ahora le gustaría que su huésped experimentara por sí mismo una de las técnicas más útiles para minimizar los conflictos interpersonales que tan destructivos pueden ser para su tipo de sociedad. Mattern se levanta.

—Es hora de la ronda nocturna —dice—. Me voy. Le dejo aquí… con Principessa. —Imagina que su visitante sabrá apreciar algo de intimidad.

Gortman le mira, incómodo.

—Adelante —dice Mattern—. Diviértase. Aquí la gente no le niega un poco de placer a la gente. Eliminamos todo tipo de egoísmo. Por favor. Todo lo que tengo es suyo. ¿No es así, Principessa?

—Por supuesto, querido —dice ella.

Mattern sale de la estancia, atraviesa rápidamente el corredor entra en el descensor y baja hasta la planta 770 De pronto oye unos gritos airados y se detiene, temiendo encontrarse envuelto de nuevo en otro episodio desagradable, pero nadie aparece. Sigue andando. Pasa la puerta negra de acceso a una tolva y se estremece ligeramente, y no puede evitar el pensar en el hombre joven con la antorcha de fabricación casera y en lo que le ha ocurrido. Y entonces, sin desearlo, el rostro de su hermano surge en su memoria, su hermano que terminó también en una tolva semejante a aquélla, Jeffrey, un año más joven que él. Jeffrey el quejica, el introvertido, Jeffrey el egoísta, Jeffrey el inadaptado, Jeffrey que había merecido terminar en las tolvas. Por un instante, Mattern se siente enfermo y aturdido. Vacila, y se sujeta nerviosamente al pomo de una puerta para no caer.

La puerta se abre. Nunca antes ha realizado ninguna ronda nocturna por esa planta. Cinco niños duermen en sus camitas, y en la plataforma de descanso hay un hombre y una mujer, más jóvenes que él, durmiendo abrazados. Mattern se quita las ropas y se tiende al lado de la mujer. Acaricia su cadera, luego su pequeño seno frío. Ella abre sus ojos, y él dice:

—Hola. Charles Mattern, 799.

—Gina Burke —dice ella—. Mi esposo Lenny.

Lenny se despierta. Mira a Mattern, hace una inclinación de cabeza, se gira del otro lado y vuelve a dormirse. Mattern besa ligeramente a Gina Burke en los labios. Ella le abre los brazos. Se estremece ligeramente y gime cuando él la estrecha con fuerza. Dios bendiga piensa Mattern. Ha sido un buen y feliz día en 2381, y éste es un perfecto final.

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