– Lo siento pero no sabemos nada de Samson -informó Chase a Sloane. -Si se hubiera sabido algo, Rick habría llamado.
– Oh.
Raina Chandler observó a la hermosa joven que acababa de salir del cuarto de baño de su hijo. Al oír el comentario de Chase, se reflejó en su rostro una expresión de decepción, lo cual hizo que Raina se preguntara por su relación con el solitario y a menudo esquivo Samson.
– ¿Tú y Samson sois…?
Chase dio un paso adelante con actitud protectora. -No hagas preguntas, mamá -dijo, advirtiéndola con el tono de voz.
Al oír esas inesperadas palabras, Raina resolvió retirarse. Al menos por el momento. Todos sus hijos eran protectores por naturaleza, pero Chase sólo mostraba ese rasgo con Raina y, en los últimos tiempos, con sus cuñadas. El hecho de que intercediera por una mujer a la que acababa de conocer resultaba muy elocuente, y a Raina el corazón empezó a disparársele al pensar que le había tocado la lotería y que su único hijo soltero quizá se hubiera por fin enamorado.
De hecho, a juzgar por la expresión de Chase cuando había mirado a la chica, la lotería le había tocado a él.
– Creo que se imponen las presentaciones -respondió Raina cambiando de tema para satisfacer a su hijo.
Chase relajó los hombros, aliviado.
– Sloane, te presento a mi madre, Raina Chandler. Desgraciadamente, estaba a punto de marcharse. ¿Verdad que sí, mamá?
«Ah, o sea que quiere estar a solas con ella.» Aquella tarde, que había empezado con un susto por culpa de la explosión y que le había provocado verdaderas palpitaciones, había acabado tomando un rumbo agradablemente inesperado.
Antes de que Raina tuviera tiempo de saludar a Sloane como debía, Chase continuó:
– Y él es su amigo, además de ser el mejor médico del pueblo, Eric Fallón.
– Encantada de conocerle, doctor Fallón. -Sloane estrechó la mano del médico antes de dirigirse a Raina. -Y a usted, señora Chandler. -Con una sincera sonrisa estrechó la mano de Raina brevemente.
Mientras Sloane se apartaba un mechón de la mejilla, Raina se fijó en los rizos húmedos que le caían por los hombros, y en que alrededor de la cara tenía el pelo más corto. Durante unas milésimas de segundo tuvo la impresión de haberla visto con anterioridad. La chica le sonaba, pero no era capaz de identificarla.
– También es un placer para mí. -Raina observó los enormes ojos verdes de Sloane y percibió la inteligencia que había en ellos.
Bien. Chase necesitaba a una mujer capaz de mantener conversaciones interesantes a la hora del desayuno, algo más que «¿Qué tal me sienta esta sombra de ojos, querido?». Seguro que Sloane cumplía ese requisito.
Sloane miró a Raina y luego a Chase.
– No veo que se parezcan mucho -comentó.
– Eso es porque Chase se parece a su padre -explicó Raina con una sonrisa, agradecida de tener la oportunidad de recordar a su querido esposo.
– Mientras que Rick se parece a usted. -Sloane cruzó los brazos sobre el pecho y asintió, segura de su conclusión. -Bueno, independientemente de a quién se parezcan, tiene unos hijos muy guapos, señora Chandler.
– Gracias. ¿Es muy impertinente por mi parte decir que estoy de acuerdo? -Raina se echó a reír.
– Por supuesto que no. -Eric le rodeó los hombros con el brazo y ella agradeció la sensación de calidez y seguridad que le proporcionaba. -Raina no sería Raina si no ensalzara las virtudes de sus hijos. Sobre todo del último que le queda soltero -apuntó Eric con ironía.
– Tienes que reconocer que te conoce bien, mamá. -Chase arqueó una ceja, retándola a que le llevara la contraria.
– Oh, hay que ver. Menudos sois vosotros dos. Yo ya soy vieja y frágil.
Al oír eso, Chase y Eric soltaron una carcajada. Raina deseó que fuera broma, pero últimamente notaba que le faltaba el aliento al realizar actividades con las que solía disfrutar. Incluso había reducido sus momentos furtivos en la cinta de correr. Se preguntaba si era la forma que Dios tenía de informarle de que su farsa se estaba prolongando demasiado. Pero como se recuperaba en seguida después de descansar un poco, no le daba importancia al problema. Seguro que se le pasaría.
Los que la rodeaban seguían riendo y Eric le dio un fuerte apretón. Chase tenía razón. Eric la conocía demasiado bien. Estaba al corriente de su farsa y la desaprobaba con vehemencia, sin embargo, comprendía sus motivos y aceptaba a Raina sin reservas. Aunque Raina adoraba a Eric y le había dado un futuro, nunca había olvidado el pasado. ¿Cómo iba a hacerlo si John la había bendecido con tres hijos guapos y maravillosos?
Algo en lo que Sloane, obviamente, también se había fijado.
Pero Raina estaba convencida de que sólo tenía ojos para Chase. De hecho, no dejaba de mirarlo y, cada vez que lo hacía, la temperatura del ambiente subía un grado.
Oh, divina juventud. Raina reprimió una carcajada de felicidad.
– ¿Eres consciente de que halagando a mis hijos has encontrado la forma de cautivarme?
Chase lanzó una mirada airada a su madre.
– Mamá, déjala en paz. No está empleando ninguna artimaña contigo, sólo está siendo educada. -Colocó la mano en el pomo de la puerta. -Tienes que entender -le dijo a Sloane- que ha hecho todo lo posible por casar a sus tres hijos, y ahora que sólo quedo yo, ha perdido totalmente la vergüenza.
Sloane se rió.
– No pasa nada. Tu madre da por supuestas ciertas cosas. La primera es que me interesas. -Alzó un dedo. -Y la segunda es que, si me interesaras, necesitaría su aprobación. -Levantó un segundo dedo. -Creo que tiene razón en lo segundo. Toda mujer interesada en un hombre debe ganarse a su madre.
– Es una mujer lista -dijo Raina, a quien gustaba la franqueza de la joven.
– Lo que pasa es que en este caso sólo somos amigos, señora Chandler. -Sloane colocó una mano en el hombro de Raina. -Pero de todos modos me gustaría tener su aprobación.
Ladeó la cabeza en espera de una respuesta y, al ver el mentón de Sloane desde ese ángulo, Raina volvió a tener aquella sensación de familiaridad.
– Tienes mi aprobación. Sin lugar a dudas.
Sloane se sonrojó mientras la mirada de Chase se centraba en ella y no la retiraba. Oh, a Raina le gustaba la chica. Era exquisita y estaba claro que tenía cautivado a su hijo. Evidentemente, no se tragó que el interés de Sloane no fuera recíproco. Quería mostrarse tímida, lo cual resultaba totalmente apropiado a esas alturas tan tempranas del juego.
Si Raina no se equivocaba interpretando las señales, Sloane y Chase tenían posibilidades de acabar juntos. Y si así era, el final de los «problemas de corazón» de Raina estaba próximo. Podría ponerse el anillo de compromiso de Eric, guardado en la caja fuerte de un banco, casarse y bailar en su propia boda. Después de hacerlo en la boda de su hijo mayor, por supuesto.
Todavía no había pensado cómo se las iba a apañar para materializar su «milagrosa» recuperación, pero ya se le ocurriría algo. Se las había ingeniado para casar a sus otros dos hijos y, en cuanto Chase estuviera colocado, eso sería pan comido. Los otros dos no la habían perdonado del todo, pero era obvio que no se lo habían contado a Chase. Y ahora, dada la presencia de Sloane, Raina le sacaría el máximo partido a la situación el mayor tiempo posible.
– Tenemos que irnos -dijo Eric. -Tu madre tiene que descansar. -Apretó la mano de Raina, instándola en silencio a marcharse. Eric tendía a sacarla de esas situaciones y evitar que se entrometiera más.
Ella apreciaba su actitud y, como estaba más cansada de lo normal, asintió.
– Sí, me gustaría echarme un rato.
Chase entrecerró los ojos para observarla.
– ¿Te encuentras bien? Te veo un poco pálida y, teniendo en cuenta que sufres del corazón, no deberías estar dando vueltas por el pueblo.
– Estoy bien. -Cruzó los dedos mentalmente. Ni siquiera el leve dolor que sentía en los últimos tiempos reducía su sentimiento de culpa por mentir. La farsa era terrible, pero no podía negar que había ablandado a sus hijos respecto a las mujeres y a la idea de contraer matrimonio. Aunque al comienzo hubiera sido un ablandamiento casi imperceptible, había llevado a dos de ellos al altar.
Estaba claro que Chase tenía que ser el próximo.
Eric la miró e hizo una mueca con los labios.
– Chase tiene razón. Se te ve un poco agotada. -Miró a Chase. -No te preocupes, hijo. Cuidaré de tu madre.
Chase abrió la puerta de la calle.
– No me cabe la menor duda. No podría estar en mejores manos. -Dedicó una sonrisa a Eric.
– Hay que ver cómo habláis de mí, parece que ni siquiera estuviese delante -se quejó Raina.
– Ahora ya no lo estás -dijo Eric mientras la hacía cruzar el umbral y salir. -Adiós, Chase. Encantado de conocerte, Sloane.
Raina sólo tuvo tiempo de despedirse con la mano antes de que Chase cerrara la puerta y los dejara en la calle. Eric se reía tan fuerte que Raina pensó que iba a caerse al césped.
– Pues yo no le veo la gracia -dijo ella, sabiendo que estaba haciendo pucheritos como una niña pequeña.
– Te han dejado fuera, pero no te preocupes, Chase es mayorcito y sabe cuidarse solo. -Le dio una palmadita en la mano, pero Raina sabía que no la estaba aplacando, sino que intentaba aliviar su malestar. -Mientras tanto, yo me ocuparé de ti. ¿Te encuentras bien?
Raina se dio cuenta de que estaba preocupado, igual que Chase hacía un momento. Curiosa reacción para un hombre que estaba al corriente de su farsa, pensó. Se planteó contarle lo de sus recientes episodios de ahogo y leves dolores, pero su colega la doctora le había hecho un chequeo y todo había salido bien. No había motivos de preocupación así que ¿para qué mencionarlo?
Raina asintió a modo de respuesta.
– Estoy bien. -Pero estaría mucho mejor cuando supiera que Chase estaba asentado y feliz. -Sloane es una chica muy guapa. Pelirroja, y con esos rizos. No dejo de pensar que me recuerda a alguien, pero no acierto a saber a quién. -Y entonces cayó en la cuenta, los fragmentos que había ido rememorando se unieron en una sola imagen.
– ¿A quién? -preguntó Eric.
– ¿Te acuerdas de Jacqueline Ford, del instituto? -Ella y Eric habían nacido y vivido siempre en Yorkshire Falls.
Eric entrecerró los ojos esforzándose por recordar.
– ¿Una pelirroja guapa con el pelo muy rizado?
– Esa -dijo Raina entusiasmada. -Era muy reservada, porque sus padres eran muy esnobs, pero ella y yo éramos muy buenas amigas. Solíamos ir a la cabaña del árbol que tenía en el jardín cuando venía a pasar el verano, durante la época de universidad. Sigue estando ahí, en la finca de los McKeever.
Pero un caluroso día de verano, la familia de Jacqueline se mudó sin previo aviso. La casa se puso en venta y nadie volvió nunca, aparte del personal de servicio a recoger sus pertenencias. Jacqueline no siguió en contacto con Raina. De hecho, nunca regresó. Su muerte la convirtió en una especie de leyenda, aunque sólo fuera porque su padre era un senador que salía en las noticias, lo mismo que el hombre con el que se había casado, Michael Carlisle, que ahora se presentaba a la vicepresidencia. Raina había visto fragmentos de su rueda de prensa en las noticias de la noche.
No recordaba detalles de la familia de él, pero tampoco les había prestado demasiada atención. No con Eric sentado a su lado, acariciándole el cuello. Lo miró de reojo, sin olvidar ni un solo instante lo afortunada que era por tener una segunda oportunidad con un hombre maravilloso.
Jacqueline, cuya vida había sido segada de forma prematura, no había tenido esa oportunidad. Y hacía muchos años que Raina no se había acordado de su amiga. Ni siquiera al ver a Michael Carlisle en la tele, pues había transcurrido demasiado tiempo.
Pero había visto fogonazos de Jacqueline en la invitada de Chase. Lo suficiente como para alimentar su corazonada. Raina sujetó a Eric de la mano con más fuerza.
– Apostaría lo que fuera a que Sloane es hija de Jacqueline. De hecho, voy a entrar a…
– No, no vas a entrar. -Eric pocas veces se poma firme, pero sus ojos oscuros no dejaban lugar a dudas. Si eso, junto con su tono de voz severo, no bastaban para detenerla, la fuerza con que le sujetaba la mano sí lo conseguiría. -Ellos dos quieren estar solos. Aparte de eso, es obvio que Chase te ha echado.
– Nos ha echado -corrigió, luego se mordió la cara interna de la mejilla porque sabía perfectamente que Eric tenía razón. Raina era la única que había alargado su presencia allí.
Eric meneó la cabeza, aunque no consiguió evitar esbozar una sonrisa.
– ¿Qué voy a hacer contigo? -Se la acercó más y luego le dio un beso suave en la boca.
A Raina la embargó un delicioso cosquilleo e inhaló con fuerza. El olor del aire libre, la hierba cortada y el final del otoño se respiraban en el ambiente, y la hacían sentir exultante de felicidad. Justo cuando pensaba que la edad la vencería, había aparecido Eric, que la había hecho sentirse de nuevo joven, vibrante y viva.
– Lo que estás haciendo funciona de maravilla. -Le acarició la mejilla. -Y eres un encanto por aplazar el anuncio de nuestro compromiso hasta que Chase esté asentado.
– Acepté esperar a que Rick y Kendall estuvieran asentados, y ya lo están. Ahora lo único que espero es a que tus tres hijos estén en el pueblo a la vez.
– Román está en Washington, pero volverá pronto -le aseguró.
Eric frunció el cejo y se frotó la cara con la mano, un gesto que Raina reconocía y que denotaba cansancio. -Aun así…
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella, disgustada al verlo así. Eric gimió.
– Pues que no parece el mejor momento. Aunque Román y Charlotte estuvieran aquí, a Chase se le ve muy ocupado con los problemas de Sloane. Sea cual sea la relación de ésta con Samson, ahora que se le ha quemado la casa no es muy sensato empezar a planificar una boda.
Ella había pensado lo mismo, pero temía sacar el tema a colación. No quería que Eric pensara que buscaba excusas para dejar la relación como estaba.
Qué hombre más dulce, comprensivo y cariñoso.
– Te compensaré. -Raina le sujetó la cara entre las manos. -Sé que últimamente he sido muy intransigente pero cuando esto acabe, te prometo que todo el mundo se enterará y nos casaremos lo antes posible. -Le dio un beso en la mejilla e inhaló el olor masculino y almizclado de la loción para después del afeitado que siempre le despertaba los sentidos. -Qué afortunada soy de tenerte -murmuró.
– Y eso es lo que hace que todo valga la pena, Raina.
Ella lo miró a los ojos y sonrió.
– Ahora vámonos a casa y deja que cuide de ti, para variar. -Es lo que más deseo en el mundo. -La condujo hasta el coche, le abrió la puerta y esperó a que se sentara.
– ¿Sabes? -dijo Raina antes de que él se acomodara al volante, -has conseguido despistarme para que no molestase a Chase y a Sloane. Eric se rió.
– Pero no durante mucho tiempo, supongo. -Le guiñó un ojo y cerró la puerta de golpe.
Durante el trayecto, Eric la dejó tranquila con sus pensamientos, lo cual era bueno, porque la cabeza le daba vueltas pensando en recuerdos y posibilidades. ¿Quién era la chica que estaba con Chase?
El no le había proporcionado ninguna información relevante. De hecho, no había mencionado el apellido de Sloane al presentársela y Raina conocía a su hijo y sus modales demasiado bien como para considerarlo un descuido. Sloane podía perfectamente ser hija de Jacqueline. Pero ¿por qué estaba buscando a Samson? Raina no recordaba que se conocieran por aquel entonces.
Samson había sido un joven semisalvaje, con una vida familiar desdichada. Ahora era un lobo solitario que estaba más amargado cada año que pasaba. Si la hija de Jacqueline había ido a visitarlo, debía de existir alguna relación de la que Raina no estaba al corriente.
Y la joven se merecía que la advirtieran sobre el tipo de hombre con que se iba a encontrar.
En cuanto Chase se hubo librado de su madre, dirigió una mirada voraz hacia Sloane.
– Conque no te intereso, ¿eh? -Recorrió el suelo de madera noble.
Sloane se humedeció los labios resecos.
– Tenía el presentimiento de que te fijarías en esa frase. -Precisamente por eso la había soltado. Más que nada para convencerse de que aquel hombre agotado, desaliñado y todavía tiznado no le parecía sumamente atractivo. Aunque había sido en vano.
– Repítelo, pero esta vez mirándome a los ojos. -Se le acercó.
Ella retrocedió de forma instintiva, no porque lo temiera sino porque se temía a sí misma, y estaba convencida de que traicionaría sus instintos y sentido común en favor del deseo y las cálidas emociones que él le provocaba. Se paró cuando tocó la pared del fondo.
– Dilo. -El apoyó un brazo por encima de ella, al igual que en el ascensor, aquella primera noche. -Di que no te intereso. -¿Y luego? -preguntó ella para ganar tiempo. -Luego veremos si te creo.
Sloane tragó saliva. Tenía que salir de allí y encontrar a Samson. Supuso que tendría que empezar por el Crazy Eights. Pero antes tendría que dar esquinazo a Chase, porque estaba convencida de que no la dejaría ir allí sola. Lo cual significaba que tendría que rechazarlo de forma convincente, cuando cada centímetro de su piel le estaba diciendo a gritos cuánto lo deseaba.
Se apoyó en la pared para sostenerse en pie mientras contemplaba los ojos azules y sexys de Chase.
– No me interesas.
Para su sorpresa, él esbozó una sonrisa irónica.
– ¿Ah no?
– No. -Tema las palmas de las manos cada vez más húmedas, y sólo una enorme fuerza de voluntad le impedía que se las secara en la camiseta de él. Cualquier excusa para tocarlo servía; así podría agarrar el suave algodón y atraerlo hacia ella, hasta que el calor de sus cuerpos quemara la ropa que llevaban. Dejó escapar un suave gemido y las pupilas se le dilataron de deseo.
– No te intereso. -Chase empezó a acariciarle la sensible piel del cuello con el pulgar y se detuvo al notar su pulso acelerado. -¿Por eso has soltado ese gemido? ¿El mismo gemido que cuando me corrí en tu interior?
Sloane tomó aire, sobresaltada. Incluso sus palabras tenían un efecto erótico y casi hipnótico en ella. Un efecto que en esos momentos debía ignorar.
– ¿Qué pretendes? -preguntó, con la esperanza de romper el hechizo que él le había lanzado.
Chase se inclinó hacia adelante y le rozó los labios ligeramente con los suyos, un contacto suave que le hizo sentir punzadas de deseo en todo el cuerpo. Justo cuando esperaba que Chase profundizara más el beso, él levantó la cabeza y la miró.
– Acabaremos esto después de que me duche. -Esbozó una mueca conocida con la boca y ella se dio cuenta de que acababa de decirle lo que pretendía sin articular palabra. Ella lo deseaba, y negarlo era ridículo.
Su retirada hacia el dormitorio le dio el respiro que necesitaba. Le hacía falta espacio y tiempo para pensar.
Ella y Chase habían empezado la casa por el tejado. Primero se habían acostado, y ella ya sabía que aquel hombre tenía unas manos mágicas capaces de excitarla en un instante. Bastaba una mirada de él para que el cuerpo se le encendiera. Cielos, en ese mismo momento estaba muerta de deseo.
Sin embargo a ella no le iban los rollos de una noche, y no se habría acostado con Chase de no haber estado tan afectada por la revelación sobre su origen. Además, la primera vez que le había mirado a los ojos, había sentido algo especial. Y tras haber hecho el amor, ahora se sentía vinculada sentimentalmente a él de un modo inexplicable.
Su única esperanza de mantener la distancia habría sido que él hubiera resultado ser una persona que no le gustase ni a la que respetara. Repasó mentalmente lo que había descubierto hasta el momento: intentaba hacerse el duro, pero era obvio que sentía debilidad por su madre; había intervenido para salvar a Sloane, había pensado en protegerla la única noche que habían pasado juntos. Con todas esas cosas a su favor, ¿cómo no iba a gustarle?
Pero era periodista, se recordó Sloane. Quería empezar una nueva vida y buscaba la noticia que lo lanzara a la fama. De eso se había dado cuenta ella sólita. Y si ese hecho no bastaba para inclinar la balanza en contra de confiar en él o de enamorarse más de lo que ya lo estaba, su futuro sí. En cuanto solucionara el lío en que estaba metida, Sloane quería casarse y tener hijos, así como continuar su carrera profesional de diseñadora, que había dejado relegada. Pero Chase Chandler había dicho claramente que en las relaciones siempre usaba protección y que no quería hijos.
Palabras que ni siquiera ella era capaz de olvidar.
Samson la esperaba en algún lugar. Con la lista de inconvenientes sobre Chase en mente, y aprovechando que él se estaba duchando, salió por la puerta.
Mientras aparcaba delante del Crazy Eights, un salón de billar y bar poco recomendable de los barrios bajos de Harrington, el pueblo contiguo a Yorkshire Falls, Chase se planteó las opciones que tenía, y una de ellas era estrangular a Sloane. Con las brillantes luces de neón y las motocicletas aparcadas delante, el local no atraía a clientes distinguidos y no era lugar para una señorita, y mucho menos para la hija del senador Carlisle.
Al salir de la ducha y no encontrar más que silencio, se dio cuenta de que había huido y se maldijo por haber tenido semejante descuido. Había insistido demasiado en «ellos» y ella se había rebelado. Tenía un objetivo claro con respecto a Samson, y Chase tenía el presentimiento de que se había ido a buscarlo. Como no sabía por dónde empezar, había llamado a Izzy y a Norman, las únicas personas que sabía que habían estado en contacto con Sloane aparte de él, su hermano Rick, su madre y Eric.
Norman le había hablado del local preferido de Samson, algo de lo que Chase no estaba enterado. En cuanto entró en aquel antro e inhaló el olor a cerveza rancia, vio la enorme cantidad de humo acumulada v pasó junto a hombres tatuados y sus chicas moteras, deseó haber seguido ignorándolo.
Entrecerró los ojos para ver a través de la cortina de humo y la acumulación de gente, incluso más densa, buscando la camiseta blanca de Sloane entre aquel mar de cazadoras de cuero negras, o un atisbo de su pelo rojizo. Al final la encontró al fondo, junto con los habituales del lugar. Sloane estaba jugando al billar con un par de viejos que parecían estar enseñándole el juego. Al lado de la pinta que tenían los moteros del bar, aquellos hombres parecían bastante inofensivos, y Chase decidió observar antes de interrumpir.
Permitir que se relacionara con aquellos tipos sin inmiscuirse iba en contra de todos sus instintos; se agarró a la fría barandilla cromada para asegurarse de que no se movía. Se dijo que estaba allí porque le había prometido a Madeline que cuidaría de Sloane, pero sabía que era mentira. Se sentía posesivo y protector, y no sólo por la promesa que le había hecho a la madrastra, o por esos eróticos gemidos que Sloane emitía cuando la tocaba.
Aquella mujer tenía algo que activaba sus instintos masculinos más primarios. La deseaba, quería protegerla y necesitaba conocer sus secretos. No necesariamente en ese orden ni porque estuviera metiéndose en líos.
Sloane se dispuso a jugar y se inclinó sobre la mesa. Se le subió la camiseta dejando a la vista un trozo de espalda, aparte de un tentador atisbo de encaje que asomó por la cinturilla de talle bajo de sus vaqueros. Menos mal que los hombres mayores que le enseñaban eran demasiado viejos como para fijarse o para que les importara. Se los veía contentos de tener una nueva colega para jugar al billar y su feminidad no parecía importarles demasiado. Chase deseó poder decir lo mismo. Cielos, deseó que los moteros que rodeaban la mesa de billar para contemplarla pudieran decir lo mismo. Incluso vestida con ropa informal, destacaba entre todas las mujeres. Chase meneó la cabeza y apretó los dientes para sentir dolor y centrarse en algo que no fuera sacarla de allí para impedir que ningún otro hombre mirara lo que consideraba suyo. Idea cavernícola totalmente ajena a él.
Dios, pensó, pasándose la mano por delante de los ojos. No quería lidiar con esos sentimientos nuevos e inquietantes. Ni entonces ni nunca. Y teniendo en cuenta que tenía una misión que cumplir, es decir, vigilar a Sloane, no tenía por qué. Además, no averiguaría nada sobre el motivo de su presencia en Yorkshire Falls si montaba una escena y se la llevaba a rastras a casa. Como periodista, tenía que estar al acecho de la noticia que intentaba ocultar. Chase relegó todas las ideas posesivas sobre Sloane a los lugares más recónditos de su mente y se dispuso a seguir observando.
Sloane dio un golpe, uno difícil para cualquier novato, y entonces se dio cuenta de que no le hacían falta las lecciones que aquellos vejestorios, tan contentos, estaban dándole. En la sala se oyeron silbidos de aprobación. Chase se preguntó si se debían a su destreza en el juego del billar o a la forma en que la camiseta se le ceñía a los pechos, mientras los labios dorados del estampado adoptaban un tono púrpura bajo las luces de neón.
– Oye, Earl. Me parece que la chica aprende muy rápido. -El comentario y la carcajada subsiguiente procedían de los laterales.
El llamado Earl negó con la cabeza y echó los hombros hacia atrás, convencido de su habilidad.
– Lo que pasa es que soy el mejor maestro del lugar. -Se rió y Chase se dio cuenta de que le faltaba uno de los dientes delanteros.
– Eres un imbécil. Te ha dejado sin bolas que golpear. Ningún hombre debería jugar por dinero con una mujer ni permitir que te supere -intervino un hombre vestido de cuero negro con un pañuelo atado alrededor de la cabeza. -Samson es todo un experto en sacarles dinero a éstos. Y tú eres como él -le dijo a Sloane. -¿Cómo dices que lo conociste?
Chase se acercó, porque a él también le interesaba la respuesta.
– No he dicho nada. Pero ya que te interesa, es un viejo amigo de la familia. -Pero Sloane no miró a ese hombre ni le hizo el menor caso mientras se colocaba para golpear con el taco de nuevo. Esta vez falló una bola excesivamente fácil y, con un gesto, le indicó a Earl que era su turno.
El hombre metió la bola y las dos siguientes, por lo que acabó la partida. Sloane alzó las manos en señal de derrota.
– Tú ganas.
Earl profirió un grito y aceptó una palmada en la espalda de otro viejo con menos dientes que él. Mientras tanto, Sloane se introdujo la mano en el bolsillo y extrajo un puñado de billetes arrugados que lanzó sobre el tapete verde.
– Buena partida, Earl. Gracias por enseñarme. No le he tomado el pelo a nadie -dijo por encima del hombro.
– La señorita te está llamando idiota, Dice -intervino otro motero, riéndose de su amigo.
Chase hizo una mueca. Meterse con esos tíos no había sido una decisión acertada.
Pero el desdentado Earl se rió, satisfecho por el cumplido. Probablemente no le ocurriera muy a menudo. Chase debía reconocerle el mérito a Sloane, porque se comportaba como si estuviera en su salsa, tan cómoda ahí como con su padre senador. Le había impresionado su desparpajo, pero, aunque ella aún no fuera consciente, él sabía que el motero no iba a dejarla marchar así como así. Por una parte, le gustaba lo que veía, y por otra, lo había dejado en evidencia delante de sus amigos.
Sloane dejó el taco en el suelo y se apoyó en él, antes de dirigirse a Earl.
– ¿Dices que Samson probablemente venga por aquí el viernes por la noche? El asintió.
– Suele venir a eso de las ocho.
– Eso suponiendo que tenga pasta en el bolsillo -añadió alguien.
Todo lo cual sonaba típico de Samson, pensó Chase.
– Me aseguraré de que el viernes estés aquí para saludarle -dijo Dice, saliendo por fin de la penumbra, aunque no es que tuviera precisamente un aspecto digno de admirar. Llevaba la típica cazadora de cuero, tenía demasiado vello facial y lucía una enorme barriga cervecera. Era mucho más corpulento que Sloane y podía partirla en dos con una sola mano.
Chase gimió. Se había acabado su papel de observador. Se irguió y se acercó a la mesa con paso decidido.
– La señorita ya tiene plan para el viernes por la noche.
– ¿Ah, sí? -preguntó Sloane claramente sorprendida. Pero a juzgar por el destello de su mirada, no le desagradaba verlo.
Dice le quitó el taco de la mano y lo lanzó al otro lado de la sala.
– No parece que quiera estar contigo, guaperas. -Se acercó a Chase y ocupó un espacio enorme con su cuerpo. Sus amigos se apiñaron a su alrededor para demostrar que pensaban apoyar a su colega.
– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó Sloane en voz baja.
– Me parece que es mejor no perder el tiempo hablando o tu amiguito querrá reivindicar sus derechos.
– ¿Igual que tú reivindicas los tuyos? -Sloane bajó la mirada y vio el brazo con que le había rodeado los hombros en actitud posesiva. Había empezado a tiritar.
«Bien», pensó Chase. Por fin se había dado cuenta de que no podía ir así por la vida, y esa constatación, acompañada de temor, quizá la ayudara a evitar cometer otra estupidez.
– Estoy con él -dijo Sloane señalando a Chase pero hablando con Dice.
El cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho y asintió.
– Muy bien. -Hizo caso omiso de Sloane y repasó a Chase de arriba abajo. -Si la chica es tuya, me retiraré, pero teniendo en cuenta que la posesión del balón es lo que cuenta y yo la he encontrado aquí sola, necesitaré alguna prueba.
A Chase le parecía imposible que el tío ocupara más espacio, pero sin embargo lo logró, acercándose. Apestaba a cerveza y humo y a saber qué más.
– ¿Es de tu propiedad o no? -preguntó Dice.
Chase notó cómo Sloane tensaba los músculos.
– Que te lo diga ella, que sabe hablar.
Mierda.
Dice frunció el cejo.
– Cinco minutos tumbada debajo de mí y no tendrá fuerzas para hacerlo. -Seguía sin dirigirse directamente a Sloane y sólo hablaba con Chase, como si éste ostentara los derechos sobre la mente y el cuerpo de Sloane.
Los amigos de Dice se reían desde detrás de él, un sonido amenazador que garantizaba apoyo al motero si lo necesitaba.
Chase le clavó los dedos en los hombros y dijo:
– Normalmente la controlo y no es tan bocazas. Pero la tía se me ha escabullido mientras yo echaba un meo. Pero ahora que la he encontrado, no dudes que le daré una lección.
Dice asintió en señal de aprobación, pero Sloane se estremeció, ansiosa por meter baza. Chase se le acercó más y notó la fragancia del champú. Se excitó sin remedio a pesar de las circunstancias.
«¡Qué oportuno!», pensó, y contuvo una carcajada. De todos modos, tenía que reconocer que Sloane había aportado aventura a su vida en un momento en el que buscaba un cambio.
– Sé amable -le susurró de forma que sólo lo oyera ella- o no saldremos de aquí sin pelea. -Y él quería seguir manteniendo los huesos enteros.
– Vale -musitó ella, aunque Chase sabía que luego se lo haría pagar. Mientras tanto, estaba lo suficientemente agradecida por su intervención como para quedarse callada.
– Oigo un montón de cháchara y de excusas pero no he visto pruebas de la posesión. -Dice apoyó una mano en la mesa de billar. -Y, como he dicho, ésta es la norma que tenemos aquí. -Asintió hacia Chase. -Demuestra que es tuya, y yo y mis chicos os dejaremos el camino libre.
Chase echó un vistazo a Sloane, que lo miraba con los ojos bien abiertos porque no sabía qué venía a continuación. Si bien Chase no solía frecuentar ese tipo de antros, sabía perfectamente qué esperaba Dice. Separó la mano del hombro de Sloane para cogerla de la mano y luego le dio la vuelta para colocarla encima de la mesa de billar.
Chase apoyó las manos en el borde de madera lleno de marcas y la cubrió con su cuerpo. Olió su aroma y notó su calidez. Teman público, lo cual lo excitaba aún más. Por primera vez, ella parecía pequeña y asustada, e intentaba escabullirse en vez de acurrucarse contra él. Sin embargo no pensaba hacerle daño, nada más lejos de su intención. Iba a marcar su territorio y luego hacer que se sintiera segura, si es que ella consideraba que estar a solas con él era seguro. En esos momentos, estaba tan enfadado por el hecho de que ella se hubiera metido en aquel lío, que ni siquiera confiaba en sí mismo. Pero antes de preocuparse por si le entraban ganas de matarla, tenía que hacerla suya.
La miró de hito en hito y, cuando ella le devolvió la mirada, en seguida se dio cuenta de sus intenciones, porque el temor desapareció y cedió el paso a la confianza. Y, maldita sea, a un atisbo de excitación. Deseo. Lujuria.
– Un hombre tiene que portarse como un hombre -musitó Chase; entonces tomó aire y hundió la boca en la de ella.