CAPÍTULO 04

Pete estaba a punto de perder las esperanzas cuando de pronto descubrió a Nora deslizándose por la oficina con unas gafas negras y una trenca de color beige. Si pensaba que de aquella forma iba a conseguir pasar desapercibida, estaba completamente equivocada. El atuendo habitual en la Zona Caliente eran unos vaqueros gastados, una vieja camiseta de fútbol y una gorra en la cabeza. Pero incluso en el caso de que hubiera aparecido informalmente vestida, no habría conseguido evitar que Pete se fijara en ella. Llevaba toda la mañana esperando su llegada y por su mente habían pasado todo tipo de pensamientos sobre ella.

La observó entrar precipitadamente en su despacho y cerrar la puerta tras ella con la boca convertida en una dura línea. El recuerdo de lo que habían compartido había estado presente en todos los sueños de Pete, que se había pasado la noche intentando reconciliar su impulsiva actuación con las sorprendentes reacciones de Nora.

Para entonces, había encontrado ya la respuesta a lo ocurrido.

Tocio había comenzado con la peligrosa costumbre de Nora de seducir a desconocidos. Evidentemente, Nora no podía ser tan ingenua como para ignorar los riesgos que con aquella actividad corría. Por Dios, ¡si ella misma escribía un consultorio sentimental! Pero quizá no tuviera tanta experiencia como él había supuesto. Los consejos de Nora rara vez tenían algo que ver con cuestiones de promiscuidad. Pete había notado que últimamente se ocupaba algo más del sexo, pero sospechaba que no era ella la que potenciaba aquella tendencia.

Debería advertirle cuidadosamente sobre su peligrosa conducta, evitando al tiempo su complicidad en el asunto y pasando por alto el hecho de que él había hecho exactamente aquello contra lo que le iba a advertir, ligar con una persona desconocida. Pero ella no era exactamente una desconocida para él. En cuanto él admitiera que conocía su identidad desde el principio, sus intenciones quedarían cuestionadas.

Pete se detuvo en la puerta del despacho con el ceño fruncido. Además, si sabía que era Nora la que se ocultaba tras aquel atrevido vestido, ¿cómo iba a explicar el que la hubiera seducido en el bar? ¿De verdad lo había hecho para protegerla?

La única forma de escapar sin despertar su cólera era actuar como si la noche anterior hubiera hecho el amor con una desconocida. Tendría que continuar aquella farsa y averiguar una forma de mantenerla alejada de los bares de solteros por las noches.

Un suave gemido escapó de sus labios. ¿Por qué demonios tenía que importarle lo que hiciera Nora en su tiempo libre? Aquella mujer no era responsabilidad suya. De hecho, apenas se conocían. Pero desde el momento en el que la había golpeado con una pelota de béisbol, sentía que había una especie de conexión entre ellos. Y después de lo que había ocurrido la noche anterior, no estaba dispuesto a compartirla con ningún otro hombre.

Pete alzó la mano para llamar, pero entonces decidió utilizar la táctica de la sorpresa. Empujó silenciosamente la puerta y descubrió a Nora, todavía envuelta en su abrigo y con las gafas de sol, metiendo papeles en su maletín y musitando algo para sí.

– Me preguntaba cuándo ibas a llegar -dijo sonriente.

Nora se sobresaltó, soltó un pequeño grito y los papeles que tenía en la mano acabaron en el suelo. Se agachó para recogerlos.

Pete rodeó el escritorio y se inclinó para ayudarla.

– ¿Te acostaste tarde anoche? Nora lo miró por encima del borde de las gafas.

– ¿Qué?

– Es casi la hora de comer y apareces con gafas de sol. Si no te conociera, diría que ayer saliste y bebiste demasiado -le quitó las gafas y la miró a los ojos. De sus profundidades irradiaban miríadas de sentimientos: miedo, aprensión y un incipiente deseo. -¿No estás preparada para enfrentarte al día esta mañana?

Nora se levantó nerviosa y metió los papeles en un portafolios.

– La verdad es que me estoy enfrentando al día bastante bien.

Pete se sentó en el escritorio.

– Entonces debiste pasártelo muy bien anoche.

Nora tomó aire y palideció notablemente. Durante unos minutos, se olvidó de soltarlo. Pete estaba a punto de darle un golpe en la espalda cuando ella dijo por fin:

– ¿Anoche?

– Sí, en tu cita. ¿No te acuerdas? El ojo morado… Me dijiste que tenías una cita.

– No, no me acuerdo -murmuró Nora. Esbozó una mueca y lo miró irritada. -¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Qué es lo que quieres y qué estás haciendo aquí?

Con un único propósito en mente, Pete alargó la mano y le acarició la mejilla herida.

– Quería saber cómo estabas -fue una caricia tan ligera como inocente. Pero su reacción fue inmediata y tan intensa, que Pete tuvo que luchar contra la urgencia de enmarcarle el rostro entre las manos y besarla para perderse en el dulce sabor de su boca. Quizá entonces Nora admitiera su engaño. -Hum, no parece que te lo pasaras muy bien.

– No sé de qué estás hablando.

Nora se encogió de hombros, pero Pete advertía que estaba teniendo problemas para mantener la compostura. La boca le temblaba ligeramente. ¿Tan terrible le parecería admitir que se atraían? ¿Se habría arrepentido de lo que habían hecho hasta el punto de querer olvidarlo?

Pete rió y bajó del escritorio. ¿O aquello formaría parte de su juego?, se preguntó. ¿Se suponía que iba a desearla más solo porque no reconocía lo que habían hecho la noche anterior?

Pete se sentó en una de las sillas del despacho y la miró intencionadamente. ¿O continuaría creyendo Nora que no la había reconocido con aquel disfraz?

– Bueno, al menos uno de nosotros lo pasó bien anoche.

Nora alzó inmediatamente la cabeza y pestañeo.

– ¿Saliste?

Pete asintió.

– Y conocí a la mujer más increíble del planeta.

– Yo… ¿Ah sí? -el color tiñó las mejillas de Nora. Rápidamente recompuso la compostura fingiendo indiferencia. -¿Y qué la hace tan… tan increíble?

– Es endiabladamente atractiva -respondió. Se inclinó hacia atrás en la silla y entrelazó las manos por detrás de la cabeza. Observó los ojos de Nora fijos en su pecho. Cuando advirtió que comenzaba a descender su mirada, se aclaró la garganta y Nora alzó los ojos avergonzada-.

Hermosa, inteligente, divertida e interesante. Nunca había conocido a nadie como ella.

– A lo mejor hasta ahora has estado citándote con mujeres que no eran de tu tipo -respondió Nora.

– Tenía unos ojos increíbles -Pete se inclinó hacia delante y se cruzó de brazos. -¿Sabes? Tus ojos son casi del mismo color. Pero no exactamente iguales -apenas podía mantenerse serio. Nora parecía sentirse ofendida por aquel ambiguo cumplido. -Y es más o menos de tu talla, aunque mucho más curvilínea -¿por qué no hundir un poco más el dedo en la llaga? -Y su boca, bueno, ella…

– Estoy segura de que no necesito tantos detalles. ¿No tienes trabajo que hacer? ¿O algún partido que jugar?

Una idea iba cobrando forma en la mente de Pete. Se trataba de una manera de retener a Nora para sí hasta que esta estuviera dispuesta a poner fin a su pequeño juego.

– El caso es que me vendría bien un consejo. A ti se te dan bien ese tipo de cosas, ¿no es cierto? Eres consejera sentimental.

– Yo escribo una columna sobre normas de etiqueta. Y estoy segura de que Pete Beckett no necesita consejo par sus citas.

– Pero tú eres la persona perfecta -insistió Pete. -Ya ves, me encuentro en una situación muy delicada. Normalmente, cuando conozco a una mujer, siento una atracción casi inmediata…

– De verdad no creo que…

– Y aunque intento tomarme las cosas con calma, a menudo ignoro al sentido común y… me meto de lleno en el juego -las últimas palabras las pronunció lenta y casi provocativamente, haciendo que Nora se sonrojara.

– De verdad, no hay nada que yo pueda…

– ¿Cuáles son las normas de etiqueta para una aventura de una noche? -preguntó precipitadamente.

Nora lo miró boquiabierta.

– ¿Qué?

– He pensado que tú probablemente lo sabrías -se interrumpió. -No quiero decir con ello que tú hayas tenido aventuras de una noche, pero… – Pete apenas podía controlar la sonrisa ante la expresión avergonzada de Nora. -No voy a entrar en detalles, pero nosotros, esta mujer maravillosa y yo, terminamos envueltos por la pasión y una cosa condujo a la otra y…

– Creo que no tengo por qué oír todas estas cosas -repuso Nora, tapándose los oídos con las manos.

– Pues yo creo que sí. ¿Cómo vas a aconsejarme si no conoces todos los detalles? Como te he dicho, este es un asunto delicado -se inclinó por encima del escritorio, le tomó la mano y comenzó a juguetear con sus dedos. El contacto fue electrificante y Pete se descubrió a sí mismo perdido en el recuerdo de los placeres que con aquellas manos había experimentado. -Y tú eres tan delicada -musitó, presionando su palma contra la de Nora.

Alzó la mirada y descubrió que la joven estaba mirándolo a los ojos con los labios ligeramente entreabiertos.

– Ya ves, se fue sin decirme siquiera su nombre.

Nora pestañeó y apartó rápidamente la mano.

– No entiendo qué puede importarte no saber su nombre.

– Bueno, normalmente no me importaría. Pero quiero volver a verla. Algo que no me había pasado nunca. Me he dado cuenta de que quizá tenga algunas… deficiencias en mi forma cíe acercarme a las mujeres. Y ya es hora de que les ponga solución.

– ¿Deficiencias? ¿Así es como las llamas?

– Estoy seguro de que te has enterado de mi reputación.

Nora asintió incómoda.

– Bueno, pues eso forma parte del pasado. Ya llevaba un año alejado de los bares y de las chicas fáciles. He decidido adoptar una forma más conservadora de acercarme a las mujeres. Quiero una mujer con clase, refinada. Una verdadera dama. Y la única forma de conseguir una verdadera dama es convertirme yo en un caballero. Y ese es el motivo por el que he venido a verte.

– ¿A mí? ¿Pretendes que te convierta en el príncipe encantado?

– ¿Quién mejor que tú? Lo primero que tengo que hacer es ocuparme del problema de presentarnos… después de lo ocurrido. ¿Cómo lo haría un caballero?

– Después de… -Nora tragó saliva compulsivamente. -Bueno, no puedes volver a verla otra vez. No sería adecuado. Si una dama no quiere decirle su nombre a un caballero, entonces creo que su intención está bastante clara. No tiene ningún interés en volver a verte.

– Esa opción no me vale -replicó Pete. -Porque yo sí quiero volver a verla -se frotó la barbilla pensativo. -Pero tengo que estar preparado. No estamos hablando de una mujer cualquiera, sino de una mujer con clase, con sofisticación. No puedo cometer errores.

– ¿Se acostó contigo la primera noche y dices que es una mujer con clase?

El arrepentimiento subyacía bajo aquellas palabras y Pete comprendía lo mucho que le habría costado a Nora admitir lo que estaba admitiendo; la remilgada Prudence había arrojado a un lado todas sus inhibiciones al primer contacto de sus manos sobre su cuerpo.

– Solo necesito averiguar la forma de volver al principio -continuó diciendo Pete- para empezar de nuevo. Con esta mujer yo podría… Bueno, podría ser algo serio. Pero necesito encontrarla de nuevo. He cometido un error y quiero solucionarlo. ¿Vas a ayudarme o no?

Nora se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Quieres que te dé un consejo? Pues bien, es este, Romeo: has utilizado la cama y ahora tendrás que ser tú el que lave las sábanas – abrió la puerta de par en par y lo invitó a salir con un gesto. -Tengo trabajo que hacer. Me gustaría que te fueras.

Pete se levantó, caminó lentamente hacia la puerta y se detuvo delante de ella, tan cerca como los buenos modales le permitían. Diablos, había hecho el amor con aquella mujer, era absurdo comenzar con formalidades.

– Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme -y sin más, salió y caminó hacia la Zona Caliente, decidido a no abandonar aquel juego. Quería que Nora regresara a sus brazos y a su cama. Y la única forma de hacerlo sería empezar a imponer sus propias reglas.

Unos segundos después, la puerta de Nora se cerró de un portazo, haciendo que la mayor parte de los redactores asomaran la cabeza por encima de sus cubículos y se miraran con curiosidad.

Pete sonrió y se encogió de hombros. -Creo que está empezando a gustarme.


Nora maldijo suavemente y comenzó a caminar por su despacho, retorciéndose los dedos hasta hacerse daño.

– Quiere verla otra vez. Oh, Dios mío, ¿qué voy a hacer? -gimió mientras apoyaba la cabeza contra la pared.

La mortificación se había apoderado de su cerebro y no conseguía pensar nada coherente. ¿Cómo iba a salir de aquel terrible lío? Si Pete volvía a verla, seguramente la reconocería y comprendería que había hecho el amor con Nora Pierce.

Los recuerdos de la noche anterior fluían sin tregua en su mente. Se había comportado como una mujer sin principios y Pete la había considerado como una mujer con clase. Pero incluso en medio de su vergüenza, no podía negar la pequeña emoción que sentía.

– Quiere verme otra vez -casi rió, llevándose la mano a la boca.

Desde que había pasado por delante del despacho de Pete, no había sido capaz de sacárselo de la cabeza, de recordar la sensación de sus manos y sus labios sobre su cuerpo o el exquisito orgasmo que había experimentando en lo más profundo de su ser. Nunca había sido una mujer especialmente apasionada, pero la noche anterior se había desprendido de todas sus inhibiciones como el que se deshace de un abrigo viejo.

– Esa no era yo -musitó, intentando desplazar la emoción con la lógica. ¡Tenía que dejar aquel desgraciado episodio en el pasado! ¿Pero cómo iba a hacerlo cuando Pete Beckett se presentaba en su despacho cuando le apetecía?

Era absurdo. ¿De verdad esperaría que lo ayudara a arrastrar a aquella mujer a su cama por segunda vez? Claro, quizá le apetecía disfrutar de otro par de noches de pasión, pero era imposible que un hombre como él cambiara de un día para otro. Para él lo único que realmente importaba era el sexo.

Nora apretó los puños, intentando dominar su frustración, y se quitó la trenca y las gafas. Se suponía que el juego tenía que haber terminado en el momento que había salido de su casa. ¡En ningún momento había imaginado que podría haber una segunda vuelta!

Al menos eso demostraba que estaba en lo cierto: Pete no sospechaba que era ella la mujer que se escondía bajo aquella peluca negra. Por lo que a él se refería, la mujer que lo había llevado más allá del éxtasis, era una mujer desconocida, una amante sin nombre.

Su mente regresó a las horas que habían pasado juntos y un lento escalofrío recorrió su espalda. Intentó mirar las cosas con objetividad. Se preguntaba si de verdad ella era tan excitante para que con una sola noche no fuera suficiente. O quizá había otras razones por las que parecía decidido a verla otra vez.

Mientras se frotaba la cabeza, acudió un inquietante pensamiento a su mente.

– Quizá sepa la verdad -musitó Nora, -y solo esté jugando conmigo -inmediatamente intentó descartar esa idea, pero por mucho que pretendiera ignorarla, era una posibilidad que se le planteaba constantemente y añadida al deseo y a la vergüenza se convertía en una sobrecarga para su ya saturada cabeza.

¿Cómo podría enderezar la situación? Ella estaba convencida de que pasar una sola noche con Pete sería algo sencillo: sexo y nada más; sin arrepentimientos y sin mirar atrás. Pero no habían pasado ni veinticuatro horas desde entonces y aquella noche se había convertido en una pesadilla.

– Es imposible que me encuentre -se dijo en voz alta. -Quemaré la peluca y el vestido y ya no habrá ninguna prueba -se volvió hacia el escritorio, tomó un montón de folios e intentó cuadrarlos. -No tengo nada de lo que preocuparme. Además, nadie sabe que estuve en el bar, salvo… -inmediatamente se quedó sin respiración. Voló hasta el teléfono y tuvo que marcar tres veces la extensión de Ellie antes de acertar con la secuencia numérica, pero no obtuvo respuesta. Ellie jamás lo contaría a nadie, ¿pero Sam? Si Sam sabía que había ido al Vic la noche anterior, Pete no tardaría en saberlo. Y si Pete se enteraba, su secreto dejaría de serlo inmediatamente.

Nora colgó el auricular, agarró su abrigo y corrió hacia la puerta. Pero cuando la abrió, descubrió que le estaba bloqueando el paso la última persona a la que esperaba ver en ese momento. Celeste Pierce permanecía frente a ella, con su perfectamente manicurada mano levantada para llamar a la puerta.

– ¡Mamá!

Celeste la besó a ambos lados de la cara, sin rozarle las mejillas siquiera, antes de pasar y sentarse en una de las sillas.

– Tu padre está muy enfadado -dijo mientras colocaba encima de la mesa un número reciente de El Herald.

Nora contempló la posibilidad de salir corriendo. El asunto de Ellie era mucho más importante que escuchar otro de los discursos de su madre.

– Mamá, esta mañana estoy muy ocupada. Te llamaré esta noche si…

– ¿Cómo se supone que vamos a manejar esto? Todos nuestros amigos saben que eres Prudence Trueheart. Todos leen tu columna y hasta ahora nos sentíamos orgullosos de ti. Pero últimamente estoy avergonzada. Es tan vulgar. Casi no me atrevo a dejarme ver por el Club.

– Mamá, ya sé que nos estamos alejando de las cuestiones de etiqueta, pero mi editor…

– Tu padre cree que deberías dejarlo. Sus abogados han examinado tu contrato y creen que puedes abandonar el trabajo. No deberías rebajarte a ese nivel, Nora. Sé lo mucho que valoras tu independencia, pero hasta que consigas otra cosa, puedes volver a casa.

Nora tomó a su madre de las manos y la instó a levantarse de la silla.

– Te agradezco mucho tu ofrecimiento, mamá. Y te prometo que pensaré en ello. Pero ahora mismo tengo que ponerme a trabajar- condujo a Celeste hasta la puerta y le dio un beso en la mejilla. -Gracias por haberte pasado por aquí. Siempre es un placer verte.

– ¿Has recibido ya mi invitación para la cena de recaudación de fondos para la ópera?

Nora asintió, y la empujó suavemente, urgiéndola a marcharse.

– La señora Alexandre me ha preguntado que si podía llevar a su hijo. Es cirujano, ¿sabes? Un cirujano de éxito, y está soltero. Creo que voy a sentarlo a tu lado.

– Iré con Stuart -repuso Nora, maniobrando para que su madre caminara hacia el ascensor.

Celeste suspiró.

– Stuart es un encanto y tiene un gusto incuestionable. ¿Pero qué sabes realmente de él? No sabes nada de su familia ni de su pasado – frunció el ceño y miró atentamente a Nora. -¿Estás bien, querida? Te veo un poco… sonrojada.

Nora se llevó las manos a las mejillas. ¿Continuaría siendo tan obvio? Agradeció que las puertas del ascensor se abrieran antes de que hubiera tenido tiempo de contestar. Se metió en el ascensor con Celeste, pulsó el botón de la planta baja y rápidamente salió.

– Adiós, mamá -dijo, mientras las puertas se cerraban.

Conociendo la propensión de Celeste a interferir en su vida, no podía evitar agradecer que el ascensor hubiera llegado tan rápidamente. ¿Cómo si no podría haberle explicado su conducta de la noche anterior? Esas no eran cosas propias de la dulce y sensata hija de Celeste Pierce.

Pero las había hecho. Aunque Pete y ella hubieran sido presuntos desconocidos, el deseo que se había encendido entre ellos había sido profundo e intenso. Nora lo había visto en los ojos de Pete. El corazón le dio un vuelco al recordarlo y se llevó la mano al pecho, intentando apartar aquella imagen de su mente. ¡Tenía que dejar de lado aquellos recuerdos!

En vez de esperar al ascensor, Nora decidió subir las escaleras. El departamento de ventas estaba en el décimo piso y para cuando llegó, le faltaba aire para respirar. Encontró a su amiga inclinada sobre el ordenador. La agarró del brazo, la condujo a su despacho y cerró la puerta tras ellas.

– ¿Le has contado a alguien lo de anoche?

Ellie le dirigió una mirada asesina.

– Cuando salí del baño, ya no estabas. Estuve a punto de llamar a la policía… Hasta que me di cuenta de que también Pete había desaparecido. Así que sumé dos y dos y comprendí que ibas a cometer una enorme estupidez -chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. -Te acostaste con él, ¿no?

Nora gimió. Primero Stuart, luego su madre y, por último, Ellie. ¿Llevaría tatuado en la frente lo que había hecho la noche anterior?

– No seas ridícula -musitó. No quería mentirle a Ellie, pero contar los detalles de lo ocurrido en voz alta lo convertiría en algo mucho más real. -Nosotros… no nos acostamos -le dijo. -Supongo que te alegrará saber que pasé la noche en mi cama. Sola…

– ¿No fue más lejos la cosa? ¿Quieres decir que salisteis del bar y Pete te llevó a casa?

– Bueno, antes paramos en su casa.

– ¿Pero no te acostaste con él?

– No exactamente. Técnicamente, no hubo ninguna cama de por medio.

Ellie arqueó las cejas con expresión de sorpresa y esperó al resto de la explicación. Como Nora se negaba a decir nada, se encogió de hombros y sugirió:

– Quizá debería preguntarle a Pete lo que ha pasado.

Nora se dejó caer en una silla, con expresión desolada.

– De acuerdo. Pero si te lo cuento todo, tienes que prometerme que no le dirás nada a Sam.

En cuanto Ellie asintió, las palabras empezaron a salir como un torrente de su boca y le hizo un rápido resumen de lo ocurrido sin detenerse siquiera para tomar aire.

– Así que eso es todo. No voy a decir una sola palabra más. Y en lo que a mí concierne, lo ocurrido ya pertenece al pasado -cerró los ojos, intentando recuperar la compostura, pero apenas podía tomar aire. -Así es y así será – abrió los ojos y miró a Ellie. -¿Le has contado algo a alguien sobre el bar o sobre Pete?

– No.

– ¿Ni siquiera a Sam?

– Bueno, tuve que decirle dónde íbamos. Y fue él el que me sugirió que fuéramos al Vic, ¿recuerdas? Me dijo que ese local siempre estaba lleno de tipos solteros.

Nora se levantó, agarró a Ellie por los hombros y la sacudió ligeramente.

– Tienes que hablar con Sam. Tienes que decirle que no le mencione nada a Pete. Que no le diga una sola palabra.

– Él nunca…

– Prométemelo, Ellie. No me importa lo que tengas que hacer, pero Pete no pude enterarse de que estuve en el Vic ayer por la noche. Lo descubriría todo.

– ¿Pero cómo no va a haberse enterado de que estuvo contigo? Ese hombre no es estúpido.

– No lo sé -musitó. -Pero me alegro de que no se enterara. Quizá estaba bebido, o a lo mejor la peluca me cambiaba demasiado. O quizá estaba tan ocupado mirando mi cuerpo que ni siquiera se fijó en mi cara.

– O quizá lo sabía y prefirió no decir nada – sugirió Ellie.

Nora se quedó completamente helada. Ya se le había ocurrido a ella aquella posibilidad, pero al oírsela sugerir a Ellie le parecía mucho más real.

– No creerás…

Ellie se encogió de hombros.

– No puedo formarme una opinión hasta que no conozca los detalles -deslizó el brazo por los hombros de su amiga y ambas volvieron a sentarse.

Nora comenzó entonces a hacerle un relato de la noche, omitiendo los detalles que todavía le hacían sonrojarse. Y para cuando terminó, volvía a estar convencida de que Pete Beckett había hecho el amor con una completa desconocida.

– Si sabía que era yo, Ellie, ¿por qué iba a pedirme ayuda?

– ¿Ayuda?

– Quiere ver a esa mujer otra vez y me ha pedido que yo…

– ¿Qué?

– Le gusto de verdad, quiero decir, ella le gusta. Cree que es atractiva y divertida. Y quiere que le convierta en un caballero, en la clase de hombre del que yo, es decir, ella, se enamoraría.

Ellie sacudió la cabeza.

– Entonces será mejor que le digas la verdad antes de todo este asunto te explote a ti en la cara. En lo relativo a las mujeres, Pete Beckett siempre consigue lo que quiere. Y si te quiere a ti, Nora, no se detendrá hasta que te consiga.

– ¡Pete Beckett no me quiere a mí! Si supiera que soy yo la mujer con la que estuvo anoche, saldría corriendo. Además, no voy a decírselo.

– ¿Por qué no? Has dicho que lo pasaste maravillosamente. Y es evidente que él también, puesto que quiere otra cita. ¿Dónde está el problema entonces?

– Ella era ella y yo soy yo. ¡Yo no soy una de esas mujeres que van solas a los bares y eligen un hombre con el que disfrutar de una increíble noche de sexo!

– Prudence no es de esa clase de mujeres. Pero tú no eres Prudence, ¿recuerdas? -una sonrisa curvó los labios de Ellie. -Si tú y Pete volvéis a salir, quizá os enamoréis y terminéis casándoos. Así podríamos ir los cuatro juntos de vacaciones y tener los hijos al mismo tiempo y…

– Lo engañé, Ellie, lo manipulé. A los hombres como él no les gusta sentirse engañados. Si alguna vez descubriera la verdad, se enfadaría terriblemente conmigo.

Se hizo entre ellas un largo silencio. Lo único que se escuchaba en el despacho era el zumbido del ordenador de Ellie. Las consecuencias de aquella noche de pasión parecían multiplicarse por segundos.

– Hay una forma de que nunca lo averigüe -dijo por fin Ellie, -de que nunca llegue a enterarse de que eras tú.

– ¿Cuál?

– El te ha pedido consejo, así que dáselo. No tienes por qué darle el consejo apropiado para volver a verla, ¿no es cierto?

Nora consideró aquella sugerencia. Podía funcionar. Podía ofrecerse a guiar a Pete, pero solo para conducirlo en la dirección contraria, para alejarlo de aquella misteriosa dama… para alejarlo de ella. Eso implicaría pasar algún tiempo con él, pero tenía que reconocer que la perspectiva no le parecía del todo desagradable.

– Podría hacerlo -musitó Nora. -Pero tú tendrás que hacer también tu parte. Tienes que mantener a Sam callado. Prométemelo.

Una sonrisa traviesa transformó la severa expresión ele Ellie.

– Lo mantendré callado con una condición: me prestarás la peluca. A Sam siempre le ha encantado Xana, la Princesa Guerrera, y si aparezco yo en el dormitorio con esa peluca, te garantizo que nada ni nadie podrá arrancarle ese secreto.

Nora asintió.

– Puedes quedarte con esa maldita peluca. No quiero volver a verla en mi vida. Quiero que toda esta experiencia se quede para siempre en el pasado.

Ellie la miró fijamente durante unos segundos y le tomó la mano.

– No se puede olvidar tan rápidamente, Nora. Una pasión como esa no es algo de lo que se disfrute todos los días. Por lo que me has contado, vosotros dos conectasteis y eso es algo que no se olvida por el mero hecho de querer hacerlo.

Nora tomó la mano de su amiga y asintió. Sabía que tenía razón. Jamás había vivido una pasión tan intensa como la que había compartido con Pete Beckett; todavía sentía su recuerdo grabado en la piel. ¿Pero cuánto tardaría Pete en olvidarla y lanzarse a una nueva conquista?

Sintió una punzada de arrepentimiento, pero inmediatamente decidió ignorar aquel dolor. Ella no había sido la primera mujer en la vida de Pete Beckett y desde luego no sería la última. Y haría mejor en recordárselo.


Pete no la había visto marcharse. De alguna manera, Nora había conseguido salir de su despacho sin que la viera, sin darle otra oportunidad de enderezar la situación. Maldijo en silencio y tomó la pelota de golf. Aquello era absurdo. Pete Beckett detrás de una mujer como si fuera un enamorado estúpido.

– Vamos, Pete, no tenemos todo el día.

Pete alzó la mirada. Los chicos de la Zona Caliente habían comenzado otra competición. De golf en aquella ocasión. Pete miró fijamente la pelota de plástico y a continuación la papelera que servía como primer hoyo. Apartó la imagen de Nora de su mente y dio su primer golpe. La pelota se elevó en un arco perfecto e iba destinada a caer limpiamente en el hoyo hasta que un obstáculo llamado Nora se interpuso en su camino.

Todo el mundo gritó:

– ¡Fore! -pero, evidentemente, Nora no comprendía el significado de aquella palabra. La pequeña pelota de plástico golpeó directamente su frente. En aquella ocasión, no gritó, abrió la boca en una silenciosa queja mientras fulminaba a Pete con la mirada.

– Me gustaría hablar contigo -dijo entre dientes. -En mi despacho. Ahora mismo -giró sobre sus talones y se alejó de la Zona Caliente acompañada de un coro de disculpas.

Para cuando se sentó, Pete estaba ya en el marco de la puerta, con una divertida sonrisa en el rostro.

– ¿Quieres que traiga el burrito?

– Siéntate -le ordenó Nora, frotándose la frente.

– ¿No vas a pedírmelo por favor?

Nora lo miró con los ojos entrecerrados, mientras Pete se sentaba.

– He estado pensando en tu petición de ayuda -le dijo. -Y he decidido que quizá pueda ofrecerte mi consejo. No ocurre muy a menudo que un hombre como tú quiera cambiar. Y cuando eso ocurre, me siento obligada a aplaudir el esfuerzo. Se lo debo a las mujeres.

– Gracias…, creo.

– Así que contestaré a tus preguntas y te aconsejaré, esperando que sigas mis consejos. Si no lo haces, entonces, romperemos el trato.

Pete asintió, mostrando su acuerdo.

– Lo que usted diga, señora Trueheart.

Nora se aclaró la garganta y lo miró directamente a los ojos.

– Mi primer consejo es que olvides a esa mujer. Es evidente que ella no quiere que la encuentres. Y por lo que sabes, podría estar casada.

– No está casada. Me dijo que no lo estaba.

– Puede haberte mentido.

– ¿Mentirme? ¿Solo para acostarse conmigo? No sé si a las mujeres les gustaría mucho esa observación por parte de Prudence Trueheart, la guardiana ele la feminidad y el honor.

Nora lo miró frustrada.

– ¿Vas a escuchar mi consejo o te vas a dedicar a hacer comentarios sarcásticos? -Te escucho.

– Te sugiero que encuentres a otra mujer en la que puedas estar interesado y comiences desde el principio, sin llevar toda la carga del dormitorio. Te enseñaré a comportarte como un auténtico caballero, a cortejarla, y comprobarás que no es tan difícil ser un tipo amable.

– Pero yo no quiero a otra mujer. Quiero a esa.

– ¿Y cómo vas a encontrarla? ¡Ni siquiera sabes cómo se llama?

– Volveré al bar y preguntaré por si alguien la conoce. Y si eso no funciona, contrataré un detective. Aunque en realidad no creo que sea necesario. Estoy seguro de que antes o después ella vendrá a buscarme.

Nora arqueó una ceja y lo miró con expresión incrédula.

– Lo dudo.

Pete sonrió de oreja a oreja.

– No sabes lo que compartimos. Ninguna mujer olvida una noche como esa. De hecho, apuesto a que vendrá a buscarme antes de que yo haya hecho un solo movimiento por encontrarla a ella.

Nora alzó la mano.

– Deja por un momento de lado tu superinflado ego y déjame aclararte una cosa: solo haré esto con la condición de que no intentes ponerte en contacto con esa mujer hasta que yo te diga que estás preparado. Si realmente quieres ser un caballero, tenemos mucho trabajo por delante. Eso nos llevará bastante tiempo.

Se levantó del escritorio y comenzó a sacar de su armario una selección de libros que a continuación dejó en el regazo de Pete.

– Emily Post, Letitia Baldridge y Amy Vanderbilt son las reinas de la buena conducta. Quiero que te leas estos libros con mucho cuidado y el lunes tendremos una conversación sobre todo lo que has aprendido.

Pete hojeó el libro de Emily Post y sacudió la cabeza.

– En realidad yo soy un hombre que prefiere las cosas prácticas.

– Sí, ya me lo has dicho.

– ¿Y no puedes enseñarme tú todo lo que tengo que saber?

– ¿Quieres recibir clases particulares? -pareció considerar su respuesta y al final suspiró resignada. -Supongo que podría…

– ¿Qué te parece esta noche después del trabajo?

– No puedo, esta noche tengo que escribir mi columna.

– ¿Entonces mañana?

– De acuerdo. Nos veremos a las doce en mi despacho. Y recuerda que un caballero siempre tiene que ser puntual.

Pete la miró a los ojos, pero no dijo nada. Una extraña mirada ocupaba el rostro de Nora, pero Pete no era capaz de descifrar el significado de aquella expresión. ¿Por qué no podría olvidarla, como al resto de las mujeres con las que había salido? ¿Por qué no podría dejarla de lado y continuar viviendo su vida?

Al final, le tendió la mano.

– ¿Entonces trato hecho?

Nora vaciló antes ele tomar su mano. En vez de estrechársela, como esperaba que Pete hiciera, este se la llevó a los labios y le dio un beso en la muñeca. Pete dejó que descansaran allí sus labios hasta que Nora apartó la mano.

– ¿Tú… tú crees que la razón por la que deseas tanto a esa mujer es que ella no te desee? -preguntó Nora.

A pesar de la suavidad con la que fueron pronunciadas aquellas palabras, a Pete le dolieron de tal manera que no fue capaz de responder de forma inteligente. Se negaba a creer que a Nora él no le importara. Había algo entre ellos, no podía haberse equivocado.

– Mañana al mediodía -fue toda su respuesta, giró sobre sus talones y salió.

Nada más cerrar la puerta tras él, vio a Sam Kiley en la puerta de su despacho.

– ¿Quieres decirme qué diablos está pasando entre vosotros? -lo interpeló Sam en cuanto pasó por delante de él.

– Nada -musitó Pete mientras dejaba los libros que Nora le había prestado encima de su escritorio.

Sam cerró la puerta del despacho, añadiendo así una nota de gravedad a su conversación. Pete y Sam eran amigos desde hacía mucho tiempo, pero el primero no estaba muy seguro de querer oír lo que su compañero le iba a decir.

– Ellie acaba de llamarme y me ha pedido que no te dijera que Nora y ella estuvieron en el Vic ayer por la noche.

– ¿Entonces por qué me lo estás diciendo? ¿No se supone que debes respetar los deseos de tu esposa?

– Conozco a Ellie. Y si está pasando algo entre Nora y tú, estoy seguro de que ella anda por medio, de modo que me encantaría saber en dónde me estoy metiendo.

– No estoy seguro -murmuró Pete, frotándose la frente. -¿Tú crees en el amor a primera vista?

Sam pestañeó. Era la última respuesta que se esperaba.

– Supongo que sí.

– ¿Te enamoraste de Ellie nada más verla?

– ¿A qué viene todo esto?

– Es posible que me haya enamorado.

– ¿Tú? ¿Y de quién?

– De ella. De Prudence Trueheart. De Nora Pierce. De la mujer de la peluca negra a la que seduje en mi apartamento.

– ¿Te has enamorado de tres mujeres? -No, solo de una. Las tres son la misma mujer.

– No te comprendo. Y la verdad es que tampoco estoy muy seguro de querer hacerlo.

– Yo mismo tengo problemas para aceptarlo. Ya ves, las mujeres siempre me han resultado fáciles. No del modo en el que estás pensando, sino porque siempre he sido capaz de averiguar lo que querían. Ayer, después de golpearle a Prudence Trueheart con la pelota de béisbol fui a ayudarla a curarse la herida. Pocos minutos después, invité a Nora a comer y ella rechazó mi invitación. Y ayer por la noche hice el amor con una desconocida, con la mujer más apasionada que he conocido en mi vida, y ahora no puedo dejar de pensar en ella.

– ¿Te has acostado con Prudence Trueheart? -preguntó Sam, incrédulo.

– No exactamente. ¿No te das cuenta? Era una mujer completamente diferente -Pete gimió, se levantó del escritorio y comenzó a pasearse nervioso por el despacho. -Está Nora, que es una mujer brillante, divertida y vulnerable. Y también está Prudence, que es la que más me confunde. Y después está esa otra mujer a la que le basta tocarme para volverme loco de deseo. Y las tres son la misma mujer. Y me estoy enamorando de cada una de ellas. Bueno, en realidad de Prudence no, porque es demasiado mojigata, pero sí de las otras dos.

– Ahora ya sí que estoy seguro de que no quiero meterme en esto -dijo Sam, levantándose de un salto y corriendo hacia la puerta. -Cuando te aclares, házmelo saber. Y si Ellie comienza a causarte problemas, solo tienes que decírmelo.

La puerta se cerró tras Sam, dejando a Pete considerando lo que acababa de decir. Era absurdo andarse con rodeos: se estaba enamorando de Nora Pierce. ¿Pero realmente sería amor lo que sentía o tendría ella razón? ¿Podía ocurrir que simplemente codiciara a una mujer a la que no podía tener?

Pete tomó una pelota de béisbol autografiada que tenía encima del escritorio. La lanzó y la recogió una y otra vez, intentando dejar de pensar en Nora. Pero nada conseguía alejar aquel deseo que le abrasaba las entrañas.

– Tranquilízate, Beckett -murmuró para sí. -Si te has enamorado tan rápidamente, entonces también podrás desenamorarte rápidamente.

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