CAPÍTULO 07

– ¡Yo estaba completamente quieto. Has sido tú la que has empezado a moverte!

Nora corrió por la acera, con Stuart pisándole los talones y se metió en el asiento delantero del coche de Ellie. Una vez allí, se agachó para que Pete no pudiera verla bajo ningún concepto. Solo unos segundos antes, estaba a punto de entrar en casa ele Pete Beckett por la ventana del baño… pero se había dado cuenta de que Pete estaba en medio del baño, completamente desnudo.

– ¿Qué es lo que ha ido mal? -preguntó Ellie.

– ¡Nora ha intentado entrar por la ventana del baño! -contestó Stuart mientras se metía en el coche. -Yo pensaba que íbamos a llamar al timbre, pero me ha arrastrado hasta la parte trasera de la casa y me ha hecho levantarla hasta la ventana.

Nora tragó saliva, intentando calmar sus nervios. Debería haber ido sola. Pero ella no tenía coche y necesitaba a Ellie al volante y los hombros de Stuart.

– ¿Para eso he tenido que levantarme a las siete de la mañana? ¿Para que pudieras jugar a la visita sorpresa? -preguntó Ellie, indignada.

Stuart estiró los brazos y bostezó.

– Debería estar prohibido que alguien saliera a esta hora de casa sin tomar antes un café. Nora pesa mucho más de lo que parece. Necesito una taza de café y un bizcocho de almendras para recuperar fuerzas.

– Lo menos que podía haber hecho por nosotros era traernos algo de almorzar.

No habían parado de quejarse desde que se habían metido en el coche. Y después del primer intento fracasado, a Nora le habría encantado mandarlos a ambos a casa y ocuparse ella misma de su problema. Pero, desgraciadamente, los necesitaba más que nunca.

– Os invitaré a todo el café que seáis capaces de beber en cuanto hayamos terminado.

– Yo pensaba que ya habíamos terminado – respondió Stuart. -¿Por qué no has entrado por la ventana?

– ¡Porque él estaba allí! -repuso Nora.

– ¿Y no era eso de lo que se trataba? -preguntó Ellie. -Si él no estuviera allí, difícilmente podrías haberle dado una sorpresa.

– ¿Quién es él? -preguntó Stuart.

Nora sacó su teléfono móvil.

– He llamado y no me han contestado. ¡Se suponía que no tenía que estar allí! -metió el teléfono nuevamente en el bolso. -¡Debía de estar en la ducha cuando he llamado!

– ¿Quieres decir que has intentado entrar en el apartamento de Pete Beckett sin que él lo supiera? -preguntó Ellie.

– ¿Este es el apartamento de Beckett? -preguntó Stuart con el ceño fruncido.

Ellie asintió.

– La dejé aquí ayer por la noche -contestó, volviéndose hacia Stuart. -Se suponía que tenía que poner su plan en acción, pero se niega a hablar de ello. Yo creo que ha vuelto a acostarse con él.

Stuart se inclinó hacia adelante y escrutó el perfil de Nora.

– Sí, tiene esa mirada.

– ¿Queréis dejar de hablar de mí como si yo no estuviera delante? -les reprochó Nora.

– Cariño, ya que tú no hablas, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? -replicó Stuart.

– Chsss, mira, está allí -el trío se volvió hacia la puerta de Pete. En la distancia, Nora apenas podía distinguir sus facciones, pero eso no evitó que sintiera una nueva oleada de emoción. Aparentemente al menos, Pete no parecía haber sufrido ningún tipo de efecto negativo al levantarse solo tras una noche de pasión.

Lo vio bajar casi corriendo los escalones y pasarse las manos por el pelo todavía húmedo. Cuando llegó a la acera, miró hacia la calle en la que estaba aparcado el coche de Ellie. De la garganta de Nora escapó un pequeño grito.

– ¡Agachaos! Nos ha visto.

Al cabo de unos minutos, Ellie se irguió.

– Mira, ahora está saliendo del garaje.

Esperaron los tres en silencio, convencidos de que lo más lógico sería que girara hacia el este, hacia la ciudad. Y cuando vieron que lo hacía, los tres suspiraron aliviados.

– ¿A qué distancia quieres que lo siga? -preguntó Ellie, poniendo el coche en marcha.

– No quiero que lo sigas, quiero meterme en su casa. Vamos, Stuart, necesito que vuelvas a subirme. Ellie, si ves venir a alguien por la calle, toca el claxon y finge que has venido a buscar a alguien para ir al trabajo.

– Antes de que lo intentes otra vez, creo que Stuart se merece una explicación -repuso Ellie.

– Exacto -añadió Stuart, -¿por qué quieres entrar a escondidas en casa de Pete Beckett?

– No tengo otro remedio, no tengo llave de su casa.

Ellie chasqueó la lengua.

– Eso no es una respuesta.

Nora suspiró.

– De acuerdo, me he dejado una cosa dentro… Algo que tengo que recuperar antes de qué él lo encuentre.

Stuart se recostó en el asiento y sacudió la cabeza.

– No pienso ayudarte a entrar por esa ventana hasta que no me digas exactamente qué es lo que pretendes robar.

¡Un motín! Nora debería haber sabido que no podía confiar en sus dos amigos.

– Me he dejado dentro una peluca -dijo por fin. -Me quedé dormida y se me debió caer. Y salí de la casa con tanta prisa, que no me di cuenta de que no la llevaba hasta que llegué a la parada del autobús. Si Pete encuentra esa peluca, no sé lo que va a pensar.

– Así que has vuelto a acostarte con él -aseguró Ellie.

– ¡Sí! -contestó Nora. -No he podido evitarlo. Y estoy segura de que ahora te regodearás de que mi plan para deshacerme de él no haya funcionado. Intenté librarme de él diciéndole que quería un compromiso y él me pidió que me casara con él.

– ¿Qué? -gritaron Ellie y Stuart al unísono.

– Estoy segura de que solo era una táctica para acostarse conmigo. Pete Beckett no tiene intención de casarse con nadie, ¡y menos con esa mujer! -abrió la puerta. -En cuanto recupere la peluca, todo esto habrá terminado. No pienso volver a acercarme a Pete Beckett y olvidaré que me he acostado con él.

– No comprendo cómo has conseguido convertir una aventura de una noche en un completo desastre.

Nora se mordió el labio. Ella estaba empezando a hacerse la misma pregunta. A esas alturas, estaba ya convencida de que la decisión de volver a verlo otra vez había sido una pura estupidez. Pero en lo que a Pete Beckett se refería, era incapaz de pensar con cordura.

– Esto será el final de todo -le dijo a su amiga. -Lo prometo -se dirigió hacia Stuart y lo animó con una sonrisa antes de que los dos volvieran a salir del coche. Corrieron hasta el estrecho callejón que separaba la casa de Pete Beckett de la de su vecino y Nora observó aliviada que la puerta del baño estaba todavía abierta.

– Súbeme -le ordenó. -Pero esta vez empújame un poco más alto -Stuart entrelazó los dedos. Ella colocó el pie sobre sus manos y casi inmediatamente se sintió elevarse en el aire. Prácticamente al instante, estaba viendo el interior del baño de Pete.

– Un poco más -susurró. -Solo un poco más -y en cuestión de segundos, había metido ya medio cuerpo por la ventana del baño. Pero tanto Stuart como ella, habían calculado mal la anchura de la ventana y de las caderas de Nora. A esta le resultaba imposible intentar meter la pierna a través de la apertura, de manera que no le iba a quedar más remedio que caer de cabeza sobre la pila de la ropa sucia.

– ¿Te importaría decirme lo que estás haciendo? -le preguntó Stuart.

– Ya casi estoy dentro. Unos centímetros más y…

Sintió que la agarraban del tobillo y tiraban de ella en dirección contraria.

– ¡Stuart, para, ya casi estoy! -extendió los codos, aferrándose al interior de la ventana para impedir que la bajara. Pero Stuart empujaba cada vez más fuerte. Al final, ya no pudo resistirlo más, estiró los brazos y se deslizó hacia abajo, cayendo encima de él.

Con un sonoro juramento, Nora se apartó el pelo de los ojos y fulminó con la mirada al hombre que tenía debajo de ella. Pero no era Stuart el tipo sobre el que estaba sentada, sino un policía de San Francisco.

Nora se levantó al instante.

– Oh -le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse. -Oh, Dios mío, lo siento, pensaba que era… -no, eso no lo debía hacer. No podía implicar a Stuart y a Ellie en aquel desastre. Se arriesgó a mirar al otro lado de la calle y comprobó aliviada que el coche de Ellie ya no estaba.

Nora tomó la gorra del policía del suelo y la sacudió frenéticamente, intentando que recuperara su forma.

– Ya sé que esto tiene muy mala pinta, pero conozco a la persona que vive aquí.

– ¿Ah, sí? -preguntó el policía, indiferente a sus sonrisas de disculpa.

Nora miró la placa que llevaba el policía sobre el bolsillo de la camisa.

– Señor McNally -le tendió la mano nerviosa, -es un placer conocerlo -el policía miró la mano que le tendía y a continuación fijó en Nora una mirada que podría haber partido el granito. -Me parece que no se puede considerar que sea un allanamiento de morada si se conoce al propietario. Además, yo solo quería entrar para poder recuperar algo que es mío.

– ¿Ah, sí?

– Quiero decir… no puede sospechar que haya intentado infringir la ley. Al fin y al cabo yo soy… -las palabras murieron en su garganta. ¿Prudence Trueheart? Sopesó los posibles beneficios de revelarle al policía su identidad, pero no podía involucrar a Prudence Trueheart en un delito.

McNally sacó una libreta de su bolsillo.

– ¿Nombre?

– Ah… Nora Pierce.

– ¿Y qué era lo que pretendía robar?

Nora se preguntó si aquel sería el momento adecuado para pedir un abogado. ¿Su respuesta podría ser considerada una confesión? Pero estaba segura de que, si conseguía explicarse con claridad, el policía la comprendería.

– Mi peluca. Una peluca oscura, de pelo largo. Es muy bonita.

– Y cuando encontrara la peluca, ¿tras qué otra cosa iría? ¿Dinero? Joyas? ¿Un ordenador? ¿O quizá un televisor?

– Claro que no. ¿Qué sentido tiene que traiga aquí mi televisor para luego llevármelo? En primer lugar, pesa demasiado y además, él ya tiene televisión -Nora tomó aire. -Si me deja entrar y recuperar mi peluca, le prometo que me iré inmediatamente de aquí.

– Creo que será mejor que me acompañe a la comisaría -el policía sacó sus esposas del bolsillo trasero. -Si me acompaña, no tendremos que usar esto.

– Dios mío -musitó Nora aterrada, -la prensa… Esto saldrá en todos los periódicos -agarró a McNally de la manga. -No puedo ser arrestada, perdería mi trabajo…

– Eso debería haberlo pensado antes de subirse a esa ventana, señora.


Pete se reclinó en la silla y colocó los pies encima del escritorio. Le tiró una pelota de béisbol a Sam y la recogió cuando Sam se la tiró.

– Todo ocurrió tan rápidamente -musitó. -En un minuto, estaba en la puerta de mi casa, con aquella peluca, y al siguiente, estábamos los dos desnudos y en la cama. Cuando me he despertado, la peluca era todo lo que quedaba de ella. Se fue a escondidas en medio de la noche, aunque por lo menos esta vez ha esperado a que me quedara dormido.

Sam se inclinó hacia adelante y tomó la peluca.

– Ellie trajo esta misma peluca a casa la otra noche. Siempre me ha gustado Xana, así que pensó… Bueno, la verdad es que lo pasamos bien -sonrió de oreja a oreja. -¿Entonces debo suponer que ya se han aclarado las cosas entre vosotros?

– Esta vez el juego ha terminado -respondió Pete, -aunque en unas condiciones un tanto extrañas. Antes de volver a acostarnos, ella quería un compromiso. Ya sabes, conocer a sus padres, citas en exclusiva y comenzar a pensar en el matrimonio.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le pedí que se casara conmigo.

– ¿Le pediste a Prudence Trueheart que fuera tu esposa?

– A Nora Pierce -le corrigió. -Se lo pedí a Nora Pierce.

– Pero solo estabas bromeando, ¿verdad?

– Formaba parte del juego, o al menos así lo imaginé yo. Pero cuanto más pienso en ello, más consciente soy de que quiero que esa mujer forme parte de mi vida. Permanentemente. Y si hace falta participar en estúpidos juegos y dejarse engañar por esas pelucas, estoy dispuesto a hacerlo.

– ¿Por qué se ponía esa peluca?

– No lo sé, cuando la vea, pienso preguntárselo -se levantó, se asomó a la puerta y miró hacia el despacho de Nora. -Va a llegar tarde -comentó, antes de volver a sentarse.

– Quizá esté sexualmente reprimida -aventuró Sam. -Ya sabes, no puede hacerlo si no lleva esa peluca puesta…

– Créeme, no lo está -repuso Pete sin vacilar. -Y aunque lo estuviera, no me importaría. La quiero tal como es.

Permanecieron en silencio durante un buen rato. Aunque no era la primera vez que lo decía, Pete acababa de darse cuenta del impacto de aquella declaración: se había enamorado de Nora Pierce.

– Sé que parece una tontería -continuó diciendo. -Apenas nos conocemos. Y teniendo en cuenta mi reputación, ya sé que…

– No es ninguna tontería -repuso Sam. -En cuanto conocí a Ellie, supe que quería casarme con ella. Es algo que a veces ocurre.

– ¿Y si Nora no siente lo mismo? -preguntó Pete. -Nunca he sido rechazado por una mujer. -¿Nunca?

– No que yo recuerde.

Ambos consideraron en silencio las implicaciones de la historia de Pete con las mujeres. Pero el silencio fue roto por la brusca irrupción de Ellie en el despacho. Sam se levantó de un salto y la miró preocupado.

Ellie alzó la mano y comenzó a hablar apenas sin respiración.

– No podía esperar al ascensor… He tenido que subir por las escaleras… Nora estaba por la ventana cuando ha venido un policía.

Pete se levantó de un salto y cruzó el despacho.

– ¿Qué le ha pasado a Nora? ¿Ha tenido un accidente?

– Una accidente no: la han detenido.

– ¿Qué han detenido a Nora? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Ellie tragó saliva, intentó contener las lágrimas y asintió.

– La han atrapado cuando estaba entrando por la ventana de tu baño. La han detenido por allanamiento de morada.

– ¿Te ha llamado por teléfono? -preguntó Sam.

– No, yo estaba allí. La he llevado en coche. Y Stuart estaba ayudándola a meterse por la ventana. Cuando hemos visto al policía, nos hemos ido. La hemos dejado… -volvió a tomar aire, -colgando.

– ¿Y por qué quería meterse en mi casa? – preguntó Pete.

– Ella quería… Tenía que conseguir-se interrumpió, frunció el ceño y se llevó la mano al pecho, intentando no perder la compostura. -Me niego a contestar nada que pueda incriminar a mi amiga.

Pete tomó la peluca y se la mostró a Ellie.

– ¿Era esto lo que buscaba?

Ellie asintió, mordiéndose el labio.

– ¿Y para qué tenía que entrar? Podía haberme llamado para que se la trajera a la oficina.

– ¿Entonces sabes que es suya? -preguntó Ellie.

– Por supuesto. ¿Por qué no iba a saberlo? Se la dejó anoche en mi casa.

– ¿Y lo has sabido durante todo este tiempo?

– Tendría que haber sido ciego, sordo y completamente estúpido para no saberlo.

– ¡Oh, esto es realmente terrible! -gimió Ellie.

– Todo formaba parte del juego -comentó Pete. -Ella fingía ser una desconocida y yo fingía no conocerla.

– El problema es que Nora estaba jugando con unas reglas diferentes. Ella tenía la impresión de que tú no sabías quién era, y piensa que tú estás enamorado de esa otra mujer.

– Estoy enamorado de ella -dijo Pete. -De las dos.

Ellie sonrió.

– Oh -suspiró. -Es tan romántico… Pete tomó la chaqueta que había dejado colgada en el pomo de la puerta.

– Será mejor que vaya a rescatarla. Supongo que la habrán llevado a la comisaría central -antes de salir, se detuvo en el marco de la puerta. -¿De verdad pensaba que no la había reconocido? -sacudió la cabeza. -Vaya, esto promete ser verdaderamente interesante.


– ¿Qué estoy haciendo aquí? -Nora se dejó caer en un frío banco de metal y fijó la mirada en el suelo.

– ¿Es la primera vez que te encierran, cariño?

Nora asintió a la mujer que estaba sentada a su lado en la celda; una de las muchas que ocupaba aquel pequeño espacio. Al igual que las demás, llevaba la ropa interior al descubierto.

– Ha sido un malentendido.

Su compañera de celda sonrió compasiva.

– Hombres. No podemos vivir con ellos y tampoco sin ellos.

Nora alzó la mirada, ansiosa por corregirla.

– Oh, no, yo no… bueno, quiero decir que yo no… Ya sabes.

– Querida, ninguna de nosotras lo somos. Todas somos víctimas de equivocaciones. Pero déjame darte un pequeño consejo: cuando ellos te pregunten por el dinero, tú diles que estás haciendo una colecta benéfica.

Nora sonrió y volvió a bajar la mirada. Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que iba a pasar un día encerrada en una celda junto a unas cuantas prostitutas, se hubiera echado a reír. Pero lo que pretendía ser una simple aventura de una noche, había terminado convirtiéndose en una detención. Y todo por culpa de Pete, por ser tan dulce, tan atractivo y tan irresistible.

– Hombres -repitió Nora, con un suspiro.

– ¿Cómo te llamas, cariño? Yo soy Dulce Cherry, pero mi nombre real es Carol Ann Parker. Soy de Tulsa -miró a Nora un momento. -¿Estás segura de que esta es la primera vez? Tu cara me resulta familiar. ¿Has trabajado alguna vez en el Tenderloin?

– Oh, no. Yo no, bueno, yo no… ya sabes.

Carol Ann le palmeó cariñosamente la mano.

– Ninguna de nosotras lo somos. Y con una cara como la tuya, cariño, seguro que alguien termina creyéndote -se interrumpió y frunció el ceño. -¿Sabes? Yo nunca olvido una cara. No serás policía, ¿verdad?

– Estoy segura de que no nos conocemos – insistió Nora.

Se hizo un largo silencio entre ellas.

– Espera un segundo -repuso Carol Ann con expresión radiante. -Ya sé de qué te conozco. Eres Prudence Trueheart. ¡Eh, chicas, mirad a quién tenemos aquí! ¡Es Prudence Trueheart!

Nora palideció y sacudió la cabeza con vehemencia.

– No, no soy yo. Solo me parezco.

– ¡Prudence Trueheart! -gritó otra. -Te leo todos los días.

– Tu columna me encanta -añadió una tercera. -Pero estás más guapa así que en la foto.

– ¿Te inventas esas cartas, o son de gente real?

Antes de que hubiera podido volver a protestar, todas las detenidas de la celda estaban a su alrededor, parloteando encantadas.

– Chss -Nora les pidió silencio. -Soy Prudence, es cierto, pero estoy aquí con otra identidad. Así que no podéis decirle a nadie que he estado a aquí o me descubriríais.

– ¿Entonces vas a escribir una columna especial sobre las trabajadoras del sexo? -preguntó Carol Ann. -Todas nostras tenemos historias muy interesantes que contar. Como Lily, que estuvo con un banquero de Duluth al que le gustaba que le cubrieran el cuerpo de…

En ese momento, una funcionaría se asomó a la celda y susurró entre dientes:

– Nora Pierce.

Nora se levantó de un salto.

– Sí, esa soy yo -corrió hacia la puerta. -Estoy lista para irme. ¿Puedo salir ya? Por favor, dígame que puedo irme.

La funcionaría abrió la puerta y se echó a un lado. Nora se volvió y descubrió a sus compañeras de cautiverio despidiéndola con entusiasmo. Tras dirigirles una sonrisa, Nora salió corriendo. La funcionaría la condujo hacia una puerta con una interrogación en la puerta.

– Espere aquí dentro -le ordenó.

En la habitación había únicamente una mesa y tres sillas. Una de las paredes estaba cubierta por un espejo y Nora asumió que alguien estaba observándola al otro lado, de modo que, rápidamente, se sentó, cruzó las manos y adoptó un gesto contrito.

Observaba el reloj que había encima de la puerta, contando cada minuto. Pasaron catorce y aquella expresión contrita amenazaba con provocarle una parálisis facial. Para su alivio, la puerta se abrió en el minuto diecisiete. Nora se volvió, dispuesta a demostrar su inocencia. Abrió la boca para a comenzar a disculparse, pero la cerró de golpe.

– ¿Qué…? Oh, no, ¿qué estás haciendo tú aquí?

En tres grandes zancadas, Pete cruzó la habitación. Nora se levantó con piernas temblorosas. Él rodeó la mesa, le enmarcó el rostro con las manos y la besó. Nora debería haberse mostrado sorprendida u ofendida. Pero al ver a Pete se había sentido tan aliviada… Y besarlo era tan maravilloso.

– ¿Estás bien? -musitó Pete contra sus labios. -Caramba, Nora, ¿en qué estabas pensando?

Nora tragó saliva e intentó mantener sus hormonas bajo control.

– ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?

– Me lo dijo Ellie. Vino llorando a la oficina. Estaba terriblemente preocupada.

– ¿Y qué es lo que te dijo exactamente?

Pete se metió en la mano en el bolsillo de la chaqueta.

– Dijo que querías entrar en mi casa para recuperar esto -sacó la peluca y la colocó encima de la mesa.

Nora abrió los ojos como platos. Si le hubiera tirado un pescado podrido en el regazo no se habría sentido más mortificada. Pete sabía que la peluca era suya. Y si sabía que la peluca era suya, sabía también que… Oh, Dios, ¡lo sabía todo! Intentó hablar, pero no era capaz de pronunciar palabra.

– Te la dejaste en la cama -le explicó Pete. -La he llevado a la oficina. Si estabas tan preocupada por ella, podrías haberme llamado para pedírmela.

– Tú… ¿tú lo sabías? -preguntó Nora con un hilo de voz. Pete sonrió.

– Claro que lo sabía -la miró fijamente. -Ellie dice que pensabas que no lo sabía. Nora, lo sabía desde que te vi sentada en el Vic. Y di por sentado que tú pensabas que lo sabía. Creía que todo formaba parte del juego.

A Nora le daba vueltas la cabeza por el impacto de aquella revelación. ¡Lo había sabido durante todo el tiempo! La primera vez que la había besado, la primera vez que había hecho el amor con ella. Cada una de sus palabras, de sus caricias, habían ido expresamente dirigidas a ella. Pete no había hecho el amor con una mujer misteriosa: había hecho el amor con Nora Pierce.

– Nos hemos acostado dos veces…

– Lo sé, y ha sido maravilloso.

– No lo comprendes -continuó diciendo Nora, sacudiendo la cabeza. -Te acostaste conmigo, no con ella. No con una desconocida a la que encontraste en un bar, sino conmigo. ¿Cómo has podido acostarte conmigo?

Pete la miró confundido.

– Tú también estabas allí. Creo que está bastante claro cómo ocurrió todo.

– ¡Pero se suponía que tú no tenías que saber que era yo! ¿Por qué no dijiste nada?

– El disfraz, el sexo entre desconocidos. Era todo tan excitante… Además, era tu juego. Se suponía que eras tú la que tenía que decirme cuando había terminado.

Nora gimió y enterró el rostro entre las manos.

– No pretendía que las cosas fueran tan lejos -susurró, y alzó la mirada. -Se suponía que solo tenía que ser una aventura de una noche. Solo quería coquetear un poco, pero entonces… -tomó aire. -Esto no tenía que haber sucedido. Todo ha sido una locura, un error. Por Dios, ¡soy Prudence Trueheart! Debería haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo. Lo siento, Pete, yo no soy esa mujer. No soy la mujer a la que quieres.

Pete la estrechó entre sus brazos.

– Eres exactamente lo que quiero. Y lo que necesito.

– No. Yo solo estaba fingiendo -sin la peluca y el maquillaje, jamás habría podido olvidarse de sus inhibiciones y haberse entregado a la pasión. -Yo… creo que deberías irte.

– No voy a ir a ninguna parte, Nora.

– Trabajamos juntos, sería un error que esto continuara.

Pete no contestó, se volvió y comenzó a pasear nervioso por la habitación.

– No -repitió. -No vas a acabar con lo nuestro solo porque trabajemos juntos -se volvió hacia ella. -¿Cómo diablos podías creer que no lo sabía? -cruzó la habitación y tomó sus manos. -El juego ha terminado, ¿y qué? Eso no cambia lo que siento por ti.

– Tú no me quieres a mí, Pete, la quieres a ella.

– No hay ninguna diferencia, Nora, ya no. Tú eres ella. Sois la misma persona. Tú deseas esto tanto como yo.

– No lo comprendes, yo no soy excitante, ni misteriosa, ni apasionada -lo miró a los ojos con expresión desafiante y vulnerable a la vez. -Yo soy Prudence Trueheart, una mujer sencilla y vulgar. Y algún día te darás cuenta de que lo que hemos compartido es solo una ilusión, una fantasía.

– Las fantasías pueden llegar a hacerse realidad. La nuestra ya lo ha hecho.

Nora miró nerviosa hacia la puerta.

– Será mejor que te vayas. Pronto tendrán que interrogarme.

Pete sacudió la cabeza.

– No te van a interrogar. Le he explicado todo al policía que te detuvo y me ha dicho que puedes irte a casa. Aunque será mejor que salgamos por la puerta trasera. Cuando he llegado, había algunos periodistas fuera.

– No estaría bien que me vieran contigo – respondió inmediatamente Nora. -Se consideraría poco profesional que hubiera algo entre nosotros.

– ¡Maldita sea Nora! No voy a renunciar a ti solo porque trabajemos juntos. Esa es la excusa más pobre que he oído en toda mi vida. Diablos, mira a Sam y a Ellie.

– Yo no soy Ellie. Y, desde luego, tú no eres Sam.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Sam quiere a Ellie exactamente por lo que es. Y tú, sin embargo, quieres una fantasía, buscas el misterio de una mujer desconocida. Si continuamos, dentro de una semana ya te habrás aburrido.

– Podemos probar-la desafió Pete.

– No -replicó Nora. -No quiero confiar en ti. Y no puedo confiar en mí cuando estoy cerca de ti. Creo que… creo que lo mejor será que nos mantengamos lejos el uno del otro. Necesito tiempo para pensar, para deshacer todo este lío.

Pete suspiró.

– De acuerdo. Tómate algún tiempo. Pero eso no va a cambiar lo que sientes. Sé que me deseas tanto como yo -tomó la chaqueta de Nora y se la colocó por los hombros. -Vamos, te llevaré a casa. Quizá después de una noche de sueño veas las cosas de manera diferente.

– Esto ha sido un error que he cometido yo -respondió ella, mientras terminaba de ponerse la chaqueta- y lo solucionaré sola también. Así que volveré por mis propios medios a mi casa.

Pete la tomó por los hombros y la obligó a volverse hacia él.

– ¡Estoy cansado de que te refieras a los momentos que hemos pasado juntos como un error!

– El sexo no es amor -le espetó Nora. -Se lo digo constantemente a mis lectoras. Y tú deberías saberlo mejor que nadie. ¿O acaso amas a todas las mujeres con las que te acuestas? – Nora inclinó la cabeza. -Vete, Y déjame sola.

Pete permaneció en silencio durante lo que a Nora le pareció una eternidad. A continuación, se volvió lentamente y se dirigió hacia la puerta. Nora estuvo a punto de gritar su nombre, pero luchó con fuerza para contener aquel impulso. Era demasiado fácil olvidar todo lo que Pete era y representaba…

¿Cómo podía haber dejado que la pasión y el deseo dominaran al sentido común? Nora no había hecho nada para proteger su corazón. Su intuición le decía que terminara, que Pete podía hacerla sufrir. Pero él no le había hecho ningún daño, había sido ella la responsable de su propio sufrimiento.

Aun así, ni siquiera a través del dolor y el remordimiento, podía dejar de desearlo, de amarlo. Día tras día, había aconsejado a sus lectoras que se mantuvieran fieles a ellas mismas. Y ella había hecho exactamente lo contrario: convertirse en otra mujer para poder seducir a un hombre.

– Yo no soy ella -repitió, mientras la puerta se cerraba detrás de Pete. -Y nunca lo seré.

Esperó algunos minutos antes de abandonar aquella sala. Mientras caminaba por la comisaría, nadie pareció advertir su presencia. Si hubiera sido una delincuente, le habría resultado fácil escapar. Cuando llegó a la puerta, la empujó para salir y, desde luego, no estaba en absoluto preparada para el recibimiento con el que se encontró.

Aparecieron frente a ella decenas de micrófonos y flashes. Muy cerca de ella, giró una cámara de televisión. Nora pestañeó, intentando ver a través de las luces que cegaban sus ojos. En un primer momento, pensó que la presencia de los periodistas se debía a otra persona. Pero entonces le lanzaron la primera pregunta:

– Señora Pierce, ¿qué buscaba en el apartamento de Pete Beckett?

– Eh, Prudence, ¿es cierto que Beckett y tú tenéis un romance secreto?

– ¡Nora! ¿Te acusan de allanamiento de morada?

Nora alzó las manos para proteger su rostro de las cámaras e intentó abrirse camino entre la multitud. Pero los periodistas no la dejaban moverse. Empezó a gritar, asustada y frustrada, frenética por escapar.

De pronto apareció Pete, le rodeó los hombros con el brazo y la llevó hasta la otra acera. Los periodistas empezaron a seguirlos, pero Pete la agarró de la mano y corrió hacia su Mustang. En cuanto Nora estuvo dentro, cerró de un portazo y se sentó al volante.

– Lo siento -dijo mientras ponía el coche en marcha. -Había visto a los periodistas del Chronicle, pero no me imaginé que estaban esperándote a ti.

– Gracias… por salvarme -musitó Nora. Pete alargó el brazo y le apartó un mechón de pelo de la frente.

– Sé que no tienes ningún motivo para creerme, especialmente considerando mi dudosa reputación con las mujeres. Tienes razón, no he amado a ninguna de las mujeres con las que me he acostado. Hasta que te conocí a ti -suspiró. -Tengo que ser sincero, Nora. Si tuviera oportunidad, no habría querido que las cosas fueran diferentes. Hemos empezado de una forma poco convencional, ¿y qué? Eso no significa que todo lo que ahora siga tenga que ser igual.

Nora se aferró a la manilla de la puerta.

– Tengo que irme. Iré andando desde aquí.

Pete le tomó la mano.

– Por favor, yo… -se llevó la mano a los labios. -Escucha, es posible que este no sea ni el momento ni el lugar más adecuado. Y quizá ni siquiera me creas, pero es cierto -tomó aire-; estoy enamorado de ti, Nora. No sé cómo ni por qué ha sucedido tan rápidamente, pero ha ocurrido. Cuando he visto a todos esos periodistas rodeándote, en lo único en lo que he pensado ha sido en ponerte a salvo. Quiero estar siempre a tu lado, cuidarte y hacerte feliz…

– Pete, yo…

– En realidad no me importa lo que sientas por mí -continuó. -Bueno, quizá sí, pero eso no cambia lo que siento yo por ti. Lo creas o no, te amo: amo a la mujer que tengo a mi lado, y también a la de la peluca negra. Y a Prudence Trueheart. Para mí, las tres son las mismas. Las tres juntas son la mujer que necesito.

Nora sintió que las lágrimas comenzaban a rodar por sus ojos. Quería creerle, quería rendir se a sus sentimientos, pero ya no era capaz cié fiarse siquiera de sí misma. Necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para ver las cosas con cierta perspectiva.

– Yo… tengo que irme, de verdad.

Y sin más, abrió la puerta del coche y se marchó corriendo por la acera. Mientras se alejaba llorando, pensaba en las veces que había advertido a sus lectoras de las trágicas consecuencias de una noche de placer. En las esperanzas rotas y en las duras recriminaciones. Jamás había sospechado que podía verse inmersa en medio de un drama como aquel. Pero lo estaba. Y aquella experiencia la había convertido en un amasijo de dudas e inseguridades, la había hecho incapaz de distinguir el deseo de los verdaderos sentimientos. ¿De verdad amaba a Pete, o simplemente lo deseaba? ¿Cómo podría llegar a creer que Pete Beckett la amaba?

Y lo más importante, ¿cómo podría soportarlo cuando él finalmente comprendiera que en realidad no la quería?

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