Hay muchas personas a las que tengo que dar las gracias por distintos motivos. A Antonia Kerrigan y Lola Gulias, que me convencieron de que ésta era la historia que tenía que escribir. A Fernando Marías, que leyó las primeras páginas y me espoleó para seguir adelante. A mi familia y a mis excepcionales amigos, que cuando llegó la hora del dolor construyeron en torno a mí un muro de cariño que evitó que me derrumbase. Y a Marcial, que es la persona a quien quisiera parecerme.
A todos ellos, mi gratitud sin límites y la certeza absoluta de que, sin su presencia en mi vida, no hubiese sido capaz de escribir esta novela.