Gracie se preguntó si se arrepentiría de camino a casa. La noche era oscura y el coche estaba sumido en un absoluto silencio. La única comunicación que existía entre ellos era que Riley le había dado la mano y le acariciaba el reverso muy suavemente con el pulgar.
Su cuerpo era una extraña combinación de tensión y relajación. Mientras que el pensamiento de dos haciendo el amor la hacía temblar, se sentía a vez completamente tranquila. Era como si la decisión se hubiera tomado hacía un millar de años como si ella simplemente estuviera cumpliendo con su destino.
– ¿Quieres quedarte en mi casa? -le preguntó Riley, a medida que se acercaban a la gran mansión-. Podrías dejar tu coche en el garaje.
– Me parece bien.
Riley condujo el vehículo hasta las puertas del garaje y apretó el botón del control remoto. Mientras las puertas se abrían, Gracie se bajó del coche y se dirigió al lugar en el que estaba aparcado el suyo.
Cinco minutos más tarde, los dos coches estaban aparcados juntos mientras Gracie lo seguía hasta la enorme cocina. Sólo con ver aquel enorme espacio, Gracie sintió que el corazón empezaba a latirle con más fuerza.
– ¡Qué envidia me da! -suspiró.
– ¿Te apetece algo de comer? -preguntó él, mientras se dirigía al frigorífico.
Gracie lo siguió.
– ¿Tienes comida?
– Tengo las sobras de una comida preparada respondió Riley, sacando una botella de champaña-. ¿Ves algo que te guste? -añadió al ver que ella trataba de mirar por encima de su hombro.
Sin embargo, Gracie no pudo apartarlos ojos del champán el tiempo suficiente como para hacer una selección de menús.
– ¿Tenías esa botella refrescando para una de tus mujeres de usar y tirar o…?
Riley le enredó la mano que tenía libre en el cabello, tiró de ella y la besó. El gesto fue rápido, apasionado y lleno de promesas.
– La compré ayer.
– ¿Quieres decir después de que…?
– Sí. Después de que hiciéramos el amor. Compré esta botella de champán especialmente para ti.
Gracie se sintió emocionada. Ningún hombre había comprado jamás champán paca ella. Y mucho menos una botella de Dom Perignon.
Rápidamente, cerró la puerta del frigorífico con in movimiento de cadera.
– No tengo mucha hambre. De comida…
– Bien -replicó él con una sonrisa.
Riley se acercó a un armario y sacó dos copas. Entonces, le indicó la puerta con un movimiento le cabeza.
– ¿Vamos?
– Por supuesto.
Gracie lo siguió hasta la escalera. No había visto nunca aquella parte de la casa. Al llegar al segundo piso, Riley la condujo hasta una puerta que había al fondo del pasillo y la abrió.
Gracie no estaba segura de qué esperar. No sabía si Riley habría elegido el dormitorio de su tío o habría escogido otro espacio. Al mirar a su alrededor, vio que él se había decantado por un espacio neutral, lo que parecía una habitación de invitados con una enorme cama, dos mesillas de noche y una cómoda. La luz del pasillo iluminaba una alfombra que parecía ser de color crema.
Riley dejó la botella de champán en la cómoda y se dispuso a abrirla. Segundos más tarde, estaba sirviendo las dos copas.
– Jamás he tomado antes un champán tan bueno -dijo Gracie, tomando la copa que él le daba para darle un sorbo.
Las burbujas le rebotaban en la lengua, produciéndole un agradable cosquilleo. El sabor era ligero delicioso, casi dulce y adictivo.
– ¿Te gusta?
– Mucho. Desgraciadamente, no puedo incluirlo en mi presupuesto.
– Puedes reservarlo para ocasiones especiales -dijo Riley.
Entonces, dejó su copa encima del vestidor y se acercó a ella.
Al ver que él se acercaba, Gracie dejó su copa en la mesilla de noche justo antes de que él la tomara entre sus brazos.
La primera vez que habían hecho el amor, había sido de un modo casi frenético. Gracie lo había deseado con una desesperación que no le había permitido hacer mucho más que sentir. Aquella vez, tuvo tiempo de pensar y de experimentar a la vez. Trató de prestar atención a cada detalle para poder revivirlo más tarde.
Notó que incluso cuando él la besaba, lo hacía de un modo suave y seductor, que prometía mucho más. Le colocó una mano en la cadera y la otra se la enredó en el cabello. Gracie notó que lo había hecho antes. Parecía gustarle mucho tocarle el cabello.
Cuando Riley profundizó el beso, suave y delicadamente, Gracie sintió que los músculos del estómago se le contraían y que los pechos empezaban a tensársele. Estaba gozando plenamente con la pasión y la fuerza de Riley.
El le exploró la boca, tocándosela, rodeándosela constantemente. Cuando Riley se apartó de ella, fue Gracie la que se lanzó. Quería conocer cada parte de él. Sabía a champán y olía a océano, a noche y a deseo.
Cuando Riley movió la boca para poder besarle la mandíbula, ella inclinó la cabeza en la dirección opuesta para facilitarle el acceso. Fue bajando poco a poco por el cuello, mordisqueándoselo. La piel de Gracie se hizo increíblemente sensible y los senos se le hincharon aún más, de modo que ella notó los pezones erguidos y dispuestos. Deseaba que Riley le arrancara la ropa y la poseyera allí mismo, aunque también quería que él avanzara lentamente para que el momento no terminara nunca.
La indecisión se apoderó de ella. Riley le estaba lamiendo el lóbulo de la oreja, la piel del cuello y entonces se dirigió directamente hacia los senos.
Sin pensar, Gracie empezó a desabrocharse la camisa y se la quitó. Entonces, Riley se inclinó sobre ella mientras Gracie trataba desesperadamente de desabrocharse el broche del sujetador. Estuvo a punto de arrancárselo en su desesperación por ofrecérsele.
Por fin, el sujetador terminó en el suelo, encima de la camisa. Sin embargo, en vez de seguir acariciándola, Riley se incorporó.
– Eres tan hermosa -le dijo, mirándola a los ojos-. Me haces desear cosas…
– Bien.
Gracie no estaba interesada en hablar en aquel momento. Prefería la acción antes que la conversación. Desgraciadamente, Riley no pareció leerle el pensamiento. Tomó su copa y dio un largo trago. Entonces, volvió a dejarla, se inclinó sobre ella y empezó a besarle un pezón.
La combinación del calor de los labios de Riley, del fresco champán y de las burbujas era indescriptible. Le agarró por los hombros para no desmoronarse sobre el suelo. Cuando la lengua empezó a extender las burbujas sobre la piel, gimió de placer. Riley se lo tragó y luego volvió a tomar la copa.
– Tengo que ocuparme del otro pecho -dijo con una sonrisa-. Me parece lo justo.
– Claro -susurró ella, muriéndose de ganas por volver a experimentar aquellas sensaciones.
Riley volvió a repetir la misma acción con el otro pecho. Cuando se lo tragó, le lamió la piel y se la chupó hasta que ella sintió que los huesos se le desmenuzaban y que el cuerpo se le volvía líquido.
Riley se incorporó y la estrechó contra su cuerpo. Entonces, le besó la boca. Gracie no se hartaba de él. Le parecía que jamás podría estar lo suficientemente cerca, tocarle lo suficiente o sentir lo suficiente. Había tantas sensaciones, tantas promesas entre ellos. Gracie quería la oportunidad de que los dos gozaran plenamente.
Cuando él le tocó el botón de los vaqueros, ella hizo lo mismo con la camisa. Consiguieron desabrocharle el uno al otro. Entonces, Riley se despojó de la camisa y ella de los vaqueros. Gracie se bajó las bragúitas mientras él se ocupaba del resto de su ropa. Cuando los dos estuvieron desnudos, se dirigieron automáticamente hacia la cama.
Riley la besó por todas partes. Mientras ella se tumbaba de espaldas, él la fue besando y mordisqueando por todas partes, desde las orejas hasta las puntas de los dedos de los pies. Algunas veces, tomaba primero un sorbo de champán para que Gracie volviera a experimentar la erótica combinación de frío y calor, de suavidad y burbujas.
De vuelta hacia arriba, él le mordisqueó el tobillo antes de lamerle la pierna hasta la rodilla. Gracie se echó a reír. A continuación, Riley siguió subiendo, hasta llegar al muslo. Con las manos le masajeaba los músculos. Los pulgares, se iban acercando cada vez más al calor que le emanaba de entre las piernas. Riley no dejaba de observarla mientras la tocaba, con los ojos llenos de deseo y una sonrisa en los labios.
Gracie lo miraba con deleite, recorriendo con los ojos los anchos hombros, la amplitud del torso, el vello oscuro sobre el vientre… Estaba listo para ella, tanto que Gracie se moría de ganas por acoplarlo en su interior.
Entonces, él se inclinó sobre ella. Gracie sintió su aliento en su más íntima feminidad. Separó las piernas y cerró los ojos con anticipación. Inmediatamente, notó la suave caricia de la boca y los lentos lametazos de la lengua. Después, le introdujo un dedo y empezó a metérselo y sacárselo muy lentamente.
La combinación de sensaciones le hizo gemir de placer. Sabía que le iba a gustar lo que él le hiciera, pero no hasta aquel extremo. Casi no podía ni respirar.
Los músculos se le tensaron y tuvo que clavar los talones en la cama. Se sintió muy cerca del orgasmo, tanto que no sabía cuánto iba a poder contenerse. Cuando Riley la acariciaba, parecía saber exactamente cómo hacerlo. Aquel dedo implacable seguía entrando y saliendo, torturándola y prometiéndole cosas aún mejores.
Le rodeó el punto más sensible con la lengua y luego se lo lamió. Empezó a soplarle, lo que la hizo temblar. Entonces empezó a chupada de tal modo que el orgasmo se hizo tan inevitable como la marea que habían contemplado aquella tarde. Riley empezó a moverse más rápidamente. El dedo y la lengua. La tensión fue aumentando hasta que no le quedó más remedio que dejarse llevar. Se aferró a las sábanas, levantó la barbilla y gritó de gozo. Las oleadas de placer se apoderaron de ella una detrás de la otra. Riley siguió acariciándola; moviéndose dentro y fuera de ella. Por fin, la necesidad se calmó por completo. Él se apartó y le besó el muslo antes de ponerse de rodillas. Gracie abrió los ojos y sonrió.
– Fabuloso.
– Me alegro de que te haya gustado.
Gracie golpeó el colchón con la mano y esperó hasta que Riley se hubo tumbado a su lado antes de ponerse de pie para ir a por la botella que había encima de la cómoda.
Riley se contentó con disfrutar del espectáculo de las hermosas curvas del cuerpo de Gracie: Por detrás era magnifica. Por delante, una diosa.
Cuando ella regresó a la cama, le mostró la botella.
– ¿Te importa si no utilizo la copa?
– Como tú quieras.
Se arrodilló a su lado y tomó un sorbo de champaña. Después de dejarla en la mesilla de noche, se inclinó sobre él y le apretó los labios contra el vientre. Riley gruñó de placer al sentir el contacto de los cálidos labios y la fresca y burbujeante sensación del champán.
– Me gusta esto
– A mí también.
Gracie volvió a tomar la botella y dio otro trago. Aquella vez, se tomó su tiempo, por lo que Riley se imaginó lo que iba a ocurrir. Sin embargo, nada podría haberle preparado para la sensación que experimentó cuando ella se le colocó entre las piernas, le agarró el miembro con firmeza y se lo metió en la boca.
A Riley se le olvidó por completo respirar cuando experimentó el contacto de los labios, el goteo del champán y la suave caricia de la melena de Gracie sobre los muslos. Ella se concentró en lamerlo completamente.
– Gracie, no…
– Claro que puedo -susurró ella, tras levantar a cabeza y tragarse el champán.
– Sí, claro, pero te suplico que no lo hagas.
– De acuerdo. ¿Qué es lo que prefieres?
– Entrar dentro de tu cuerpo.
– Está bien, si insistes…
– Sí.
Riley abrió un cajón de la mesilla de noche y sacó un preservativo.
– ¿Quieres seguir teniendo el control o prefieres que te posea yo?
– Creo que me gustaría que me poseyeras tú.
– Considéralo hecho.
Se puso el condón y. esperó a que Gracie se tumbara. Entonces, la tomó entre sus brazos y la besó. Ella sabía ligeramente a champán, pero principalmente a sí misma. Empezó a acariciarla por todas partes, desde los pezones hasta la entrepierna. Estaba muy húmeda y empezó a gemir de placer cuando él le deslizó los dedos entre las piernas. Como Gracie separó las piernas inmediatamente, Riley no pudo contenerse y se hundió en ella. Gracie se tensó y lo abrazó con fuerza. Él la penetró todo lo profundamente que pudo, perdiéndose en aquel húmedo calor. Riley se apartó de ella y volvió a entrar en ella. Sin dejar de besarla, empezó el rítmico baile que estaba destinado a empujarlos a ambos a un abismo de placer. Gracie le rodeó con las piernas y le colocó las manos en el trasero para empujarlo aún más dentro. Riley empezó a moverse cada vez más rápido, más fuerte, hundiéndose una y otra vez en ella hasta que sintió que Gracie explotaba debajo de él. Ella rompió el beso y trató de tomar aire. Entonces, gritó su nombre. Aprovechando las contracciones que le atenazaban el cuerpo, Riley se dejó llevar temblando, mientras el cuerpo de Gracie exprimía cada gota de placer de su cuerpo.
Más tarde, los dos estaban tumbados, acurrucados bajo las sábanas. Riley le hundió los dedos entre el cabello y le besó la frente.
– Es muy tarde -dijo-. ¿Quieres dormir aquí?
– No me pareces el tipo de los que duermen con sus amantes.
– Estoy haciendo una excepción.
– Sería muy agradable -afirmó ella, cerrando los ojos-, pero despiértame temprano para que me pueda marchar antes de que los vecinos se despierten.
– Creía que no te gustaba madrugar.
– Así es, pero no quiero empeorar la situación para ti.
– No importa. No tienes que levantarte, temprano por mí.
– Está bien.
Gracie hablaba muy lentamente, como si casi no pudiera mantenerse despierta.
– Duérmete.
– Mmm…
Riley extendió la mano y apagó la luz. Entonces, los arropó muy bien a ambos y se quedó mirando el techo.
Gracie tenía razón. Él no era la clase de hombre de los que duermen con sus conquistas. Considerando todo lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos, incluido el hecho de que Gracie podría estar embarazada, debería haber salido huyendo. Resultaba extraño que ni siquiera deseara hacerlo. Deseaba quedarse justamente donde estaba. Allí con ella.
Sin dejar de acariciarle la espalda, se enredó los dedos en las puntas de su cabello. ¿Había pasado antes la noche con una mujer? ¿Había permitido que alguna de ellas se quedara en su casa? Decidió que no había ocurrido desde el breve matrimonio con Pam.
¿Por qué en aquellos momentos? ¿Por qué con Gracie? No tenía ninguna respuesta. Tal vez ni siquiera deseaba encontrarlas.
Gracie se despertó como siempre, lenta y con la gran apreciación de haber dormido bien. Se estiró y se encontró en una cama poco familiar. Se sentó en el colchón y, tras apartarse el cabello del rostro, vio una nota sobre la almohada.
Tenia una reunión muy temprano y no quería despertarte. Hay café en la cocina. Sírvete tú misma. Anoche fue maravilloso. Gracias
Tocó suavemente el papel, como si haciéndolo pudiera tocar al hombre que lo había escrito. En realidad, no era así y encontró que la nota era un sustituto muy pobre de la realidad. Se tumbó de costado y miró el lado de la cama en el que él había estado durmiendo
– ¿Y ahora qué? -susurró, acariciando suavemente las sábanas.
¿Qué iba a ocurrir en lo sucesivo? ¿Quién era aquel hombre que tan diestramente sabía acariciarle el corazón y el alma? Se le tensó el estómago. Por una vez, la tensión no tenía nada que ver con el ácido ni con el pensamiento de que podría estar embarazada. Se trataba más bien de los sentimientos que estaba empezando a tener por Riley
– No puedo… No puedo enamorarme de él. Riley era su pasado. La razón de las humillaciones que había sufrido a lo largo de los años. Empezar una relación con él sería…
Cerró los ojos y escuchó la voz de su madre diciéndole que todo el mundo se reía de ella. No estaba dispuesta a pasar de nuevo por tanto sufrimiento. Ni siquiera cuando…
– Un momento -dijo en voz alta: Se volvió a sentar en la cama y miró hacía la pared opuesta-. Ésta es mi vida, no la de mi madre. Ni la de nadie. Es mía. Decido yo.
Y la decisión era seguir adelante. No tenía ni idea de lo que Riley sentía por ella, pero la decisión era firme. Si había alguna posibilidad, quería aprovecharla y si no, debía saber a qué atenerse. Si al final terminaba con el corazón roto, sería mucho mejor que pasarse el resto de su vida preguntándose o lamentándose.
Cuarenta y cinco minutos después, tras darse una ducha y vestirse, Gracie se marchó -con la intención de pasarse por el despacho de Jill. Había recibido ocho mensajes de su amiga y quería asegurarle que estaba bien y tal vez incluso contarle lo que estaba ocurriendo. Dado que el alcalde había contado detalles de su vida privada a todo el mundo, le parecía una tontería ocultarle cosas a su mejor amiga.
De repente, se dio cuenta de que estaba muy cerca de la casa de su madre. Tal vez debería pasarse a verla para recibir su dosis diaria de duras palabras. Después de eso, le diría que, a pesar de que la amaba y agradecía sus consejos, tenía que tomar sus propias decisiones y que, en aquellos momentos, dicha decisión tenía que ver con la relación con Riley. Tal vez era un error, pero sería su error. Si su familia no podía apoyarla, haría todo lo posible por comprender.
Cuando aparcó el coche delante de la casa familiar, vio que el coche de Vivian estaba delante del garaje. “Genial”, pensó Gracie. Dos por el precio de una.
Levantó la mano para llamar a la puerta y, entonces, se dio cuenta de que ésta estaba abierta. La empujó suavemente y dijo:
– Hola, soy yo-. Nada.
– ¿Mamá? ¿Vivian?
Oyó un ruido procedente de la parte posterior de la casa y se dirigió en aquella dirección. Entonces, oyó voces.
– No me puedo creer que vayas a hacer esto -decía su madre con voz más que enojada-. ¿Qué es lo que te pasa?
– Nada. No sé por qué estás tan disgustada -replicó Vivian.
– Estoy disgustada porque esta boda está costando miles y miles de dólares.
– Yo me voy a pagar mi vestido.
– Un vestido que cuesta más de tres mil dólares. Hasta ahora, tu contribución es de doscientos. Cielo, quiero que seas feliz y que tengas la, boda de tus sueños, pero no puedes cancelarla constantemente,
– Lo sé; pero es que Tom se portó muy mal anoche. Creo que no puedo estar con él.
– Muy bien. Si quieres cancelar la boda, hazlo, pero que esta vez sea para siempre. No pienso seguir así. Tal y como están las cosas me voy a quedar sin cinco mil dólares, y eso es sólo en depósitos. No tengo ese dinero. He tenido que pedir una hipoteca sobre la casa para poder pagarlo. Puedo devolver el resto, pero ¿de dónde voy a sacar esos cinco mil que he perdido? No me importaba cuando era para tu boda, pero no quiero desperdiciar el dinero sólo porque tú no eres capaz de decidirte.
Gracie dio un paso atrás. No quería seguir escuchando. ¿Por qué demonios había tenido su madre que pedir una hipoteca para pagar una boda? Era la locura, especialmente cuando Vivían no parecía estar segura de lo que quería. Por lo que parecía, la boda iba a costar más de veinticinco mil dólares. Prácticamente se podía pagar la universidad una persona con ese dinero.
– ¡Mamá, no! -empezó a gritar Vivían-. Lo siento. Sé que estoy poniendo las cosas muy difíciles. No quiero que tengas que perder el dinero y se que la boda es demasiado cara. Trabajaré más. Lo haré. Iré a hablar con Tom. Lo solucionaremos todo. No anules la boda, por favor.
– Está bien, pero no quiero más tonterias. Hay demasiado en juego.
Gracie se dio la vuelta y, sin hacer ruido, se marchó de la casa. No quería entrometerse en aquella conversación privada entre madre e hija y demás, no estaba de acuerdo con lo que estaban haciendo.
Mientras iba de camino a ver a Jill, no hacía más que recordar la conversación que había estado escuchando. Una vez más se sintió muy triste por estar al margen de todo. La cercanía que una vez había sentido con su madre y sus hermanas había desaparecido para siempre, lo que significaba que estaba completamente sola.
Riley se sorprendió disfrutando de su jornada en el banco. Después de la noche que había pasado con Gracie, le resultaba fácil ignorar las miradas y los susurros de sus empleados. Que hablaran. Él sabía que, al final, terminaría ganando la batalla.
Sin embargo, Zeke no estaba de acuerdo.
– Estamos metidos en un buen lío -dijo-. Tendré las nuevas cifras esta misma tarde, pero no van a ser tan buenas. Todo el mundo te adoraba por estar con Gracie, pero te odiarán con la misma insistencia por haberla tratado mal.
– Eso no es cierto.
– Pues eso parece.
– Mira, mi vida privada…
– Maldita sea, Riley. Si tenías.que desahogarte un poco, podrías haberlo hecho en otro condado.
Riley se levantó antes de que Zeke pudiera terminar la frase. Se inclinó por encima del escritorio y agarró a Zeke por la pechera.
– No hables así de ella -le espetó.
Zeke asintió y se apartó de él. Riley lo soltó. El primero tragó saliva y se arregló la corbata.
Bien… De acuerdo. Necesitamos las cifras -susurró, mirando a Riley con expresión de cautela-. ¿Vas a seguir viéndola?
– Sí.
– Gracie es fantástica. Mi cuñada. Siempre me ha caído muy bien, pero ya sabes que la afirmación de Yardley va a costarte muchos votos. No sabemos cuántos.
– Nos enfrentaremos a ello.
– Claro. Idearé una nueva estrategia. Déjame pensarla un par de días.
En aquel momento, Diane llamó a la puerta.
– Siento interrumpir, pero usted me dijo que le informara en cuanto su padre regresara. Está aquí.
A Riley ni siquiera lo sorprendió.
– Muy bien. Déjame terminar aquí primero.
– Tu padre. Genial. Tal vez podríamos utilizarlo en la campaña -comentó Zeke.
– No.
– Simplemente estoy diciendo que te podría hacer parecer más accesible.
– No.
Zeke abrió la boca y luego la cerró.
– Muy bien. Me pondré en contacto contigo esta tarde. Entonces, ya tendré los resultados de las encuestas y una nueva estrategia.
– Bien.
Zeke recogió sus cosas y se marchó. Segundos más tarde, el padre de Riley entró en el despacho.
– Buenos días, hijo -dijo, alegremente-. ¿Cómo estás?
– Bien -respondió Riley. Vio que su padre llevaba el mismo traje, aunque se había cambiado la camisa por otra igual de raída-. ¿Cuánto quieres? -le preguntó, antes de que su padre pudiera volver a hablar.
– He estado pensando en un par de franquicias que parecen ir muy bien. Algunas de esas tiendas de bocadillos realmente ganan mucho dinero…
– Te he preguntado cuánto quieres -le espetó Riley, interrumpiéndolo antes de que pudiera seguir hablando.
– ¿Qué te parecen unos doscientos mil?
Riley abrió el cajón del escritorio y sacó su chequera. Escribió la cantidad sin pestañear.
– Te lo agradezco mucho, hijo. Tu generosidad significa mucho para mí.
Riley le entregó el cheque.
– La próxima vez, no te molestes en venir. Limítate a enviarme una carta.
Se miraron durante unos instantes y entonces, su padre asintió.
– Si eso es lo que prefieres…
– Sí.
– ¿No quieres saber cómo te he encontrado?
– No.
– Muy bien. Oh, ¿cómo está tu madre? ¿Es feliz?
En aquel momento, Riley sintió deseos de darle un buen puñetazo. Se contuvo.
– Está bien. Gracias por preguntar -contestó, mirando hacia la puerta-. Ahora, tengo una reunión.
– Por supuesto. Gracias por el dinero.
El hombre que había sido su padre durante las primeros diez años de su vida se marchó. Riley tenía la esperanza de no volver a verlo, aunque estaba seguro de que recibiría bastantes cartas pidiéndole más dinero para sueños fallidos.
Cuando volvió a quedarse a solas, apretó el botón del interfono.
– ¿Sí? -dijo Diane.
– Quiero donar el dinero para el ala infantil del hospital -le anunció-. A nombre de mi madre. Se produjo una breve pausa. Riley se imaginó a su imperturbable secretaria completamente boquiabierta.
– Los llamaré inmediatamente.
– Bien.
Riley dio la vuelta en su silla para mirar el retrato su tío. Seguía odiándolo y jamás cedería en sus deseos de venganza. Sin embargo, por primera vez su vida, Riley comprendió lo que habría sentido al ser un hombre que tenía dinero suficiente para resolver los problemas de todo el mundo.
Gracie dio la vuelta al molde con un rápido momento para poder sacar el pastel.
– Impresionante -dijo Pam-. Yo ni siquiera puedo sacar con facilidad las magdalenas de los moldes. Termino utilizando un cuchillo, con lo que siempre tienen los bordes rotos.
– Es sólo práctica -comentó Gracie, mirando con orgullo el pastel.
– ¿Cuántos pisos va a tienen éste? -quiso saber Pam.
– Cinco.
Pam se inclinó sobre la encimera y olió el postre
– No sé lo que les pones en la mezcla, pero tus pasteles siempre huelen estupendamente
– Gracias.
– Y has preparado cientos de flores -dijo Pam, señalando las bandejas de adornos.
– Sí. Ahora viene lo más difícil -comentó, consultando al mismo tiempo el reloj-. ¡Vaya! -exclamó-. Tengo que darme prisa. El padre del novio va a venir a recogerlo dentro de seis horas. Es un fastidio que todo el mundo se case en fin de mana.
En aquel momento, su teléfono móvil empezó a sonar. Inmediatamente el cuerpo se le puso en estado de alerta. Cada vez que sonaba, no hacía más que preguntarse si sería Riley. Tras mirar rápidamente a la pantalla, comprobó que no reconocía el número.
– ¿Sí?
– ¿Gracie Landon?
– Sí.
– Hola, me llamo Neda Jackson. Trabajo como freelance para varias revistas de novias y me han encargado que haga un artículo sobre usted. Quieren que tome fotografías de su trabajo. También haremos una entrevista. Esperan que el artículo cubra un total de seis páginas.
– Yo… Estoy muy emocionada -dijo Gracie casi sin palabras.
– Yo también -replicó Neda-. Sin embargo, no tenemos mucho tiempo. ¿Qué le parece a principios de la semana que viene?
– Genial. Estoy haciendo dos pasteles en estos momentos. ¿Está usted en Los Ángeles?
– Sí.
– Estupendo. Le pondré en contacto con las novias y veré si puede usted hacer las fotos este fin de semana.
– Perfecto.
Neda le dio a Gracie su número de teléfono y confirmó la hora de la reunión. Cuando colgaron, Gracie empezó a gritar de alegría y a dar vueltas por la cocina.
– Deduzco que eran buenas noticias -dijo Pam, riendo.
– Mejor que buenas. En lo que se refiere a mi trayectoria profesional, esto puede ser el empujón definitivo.