Capítulo 5

La mano de Becca Johnson temblaba mientras firmaba los documentos.

– Tengo miedo -admitió con una sonrisa.

– ¿Deseas cambiar de opinión?

– ¿Está bromeando? -le preguntó Becca, mirándola muy sorprendida-. Gracias a usted, tengo la oportunidad de abrir un negocio en mi casa. Es lo que siempre he deseado hacer. Desde el divorcio, casi no he podido salir adelante económicamente… -añadió. La sonrisa se le heló en el rostro- ¿Se suponía que debía decirle eso?

Riley hizo todo lo posible para transmitirle tranquilidad

– Hemos realizado un estudio muy exhaustivo de tu crédito y de tus ingresos. Dudo que, en este sentido, tengas secretos para nosotros.

Becca Johnson era una mujer divorciada de unos treinta años, con dos hijos, que estaba interesada en abrir una pequeña guardería en su casa. Había acudido al banco para que le dieran un préstamo. La decisión final sobre el préstamo había sido de Riley y había decidido concederle el préstamo, a pesar de lo mucho que la mujer tenía en su contra.

Cuando terminaron de firmar los papeles, la mujer le dio las gracias efusivamente a Riley y se marchó. Inmediatamente después, Diane entró en el despacho.

– Aquí tienes los papeles del préstamo de Becca Johnson -dijo, entregándole el archivo-. Encárgate de que todo se prepara hoy mismo y de que el dinero se deposite en su cuenta a primera hora de la mañana.

La secretaria tomó los papeles, pero no se marchó.

– ¿Deseas algo más? -le preguntó Riley.

– Así es -respondió la secretaria, mirándolo con frialdad-. Sus proyecciones trimestrales no están muy detalladas.

– ¿Se trata de una crítica?

– Es un hecho… Resulta gracioso cómo la señora Johnson cree que le acaban de dar la oportunidad de hacer realidad sus sueños. Si supiera que acaba de realizar un trato con el diablo…

– Y yo que creía que habíamos acordado que me llamarías por mi nombre de pila

– ¿Cuánto tiempo tiene esa mujer hasta que el mundo se le desmorone encima? -le espetó ella, sin cambiar un ápice su mirada de desaprobación-. ¿Un mes? ¿Va a cerrar usted el banco el día después de las elecciones o va a esperar hasta que certifique los resultados?

Diane lo había deducido todo. Riley se preguntó si la mujer encontraría alguna satisfacción al saber que tenía razón.

– Todos los préstamos deberán pagarse. Todos. ¿Sabe de cuántas casas estamos hablando? ¿De cuántos negocios? Usted podría destruir esta ciudad. ¿Es que no le importa? -añadió al ver que Riley no contestaba

– Nada en absoluto

– Eso es lo que me había parecido.

Diane se dio la vuelta y se marchó. Riley permaneció mirando la puerta cerrada. Se negaba a sentirse culpable por lo que iba a hacer. Si ganaba, el banco sería historia. Si no, la vida seguiría como antes. Se contrataría a otra persona para que se ocupara de todo.

Diane podría destruir sus oportunidades de ganar, pero no lo haría. Era de la vieja escuela. Lo que ocurría en el lugar de trabajo allí permanecía.

Cerró el programa en el que estaba trabajando y accedió a la base de datos. Después de escribir el nombre de Diane, comprobó los préstamos que ella tenía. Había uno sobre una casa. Sólo debía unos pocos miles de dólares. Aunque el banco cerrará, ella no se vería afectada. Entonces, ¿por qué se había disgustado tanto?

Quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Riley frunció el ceño. No podía ser Diane. Ella ya no llamaba.

– Entre.

La puerta se abrió y Gracie se asomó.

– Soy yo.

– Ya lo veo

– Tengo buenas y malas noticias. ¿Cuáles quieres primero?

– ¿Por qué no entras y me das las dos?

Gracie entró y cerró la puerta. Se acercó al escritorio y colocó una pequeña caja rosada encima. Entonces, sonrió.

– Te he hecho un pastel -dijo con un cierto rubor cubriéndole el rostro.

Llevaba el cabello suelto y un vestido de verano que enfatizaba sus curvas y que la hacía muy atractiva.

– Anoche no podía dormir después de trabajar en los adornos, por lo que decidí hornear un pastel. Está relleno de chocolate y por encima…

Gracie siguió hablando, explicándole que no había estado muy segura de qué diseño hacerle, pero Riley no podía prestarle atención. Por supuesto, su madre le había hecho pasteles para su cumpleaños, pero nada más. Desde entonces… Bueno, él no era la clase de hombre para el que las mujeres preparaban pasteles.

– ¿No vas a abrirlo para ver cómo es? -le preguntó ella con impaciencia

– Claro.

Abrió la caja y vio que el pastel estaba decorado con una mofeta muy sonriente. No pudo evitar esbozar una sonrisa.

– Vaya, estoy muy impresionado.

– Bien. A los chicos no os van las flores y no sé qué haces en tu tiempo libre, ni nada. Pensé que lo de la mofeta sería divertido. ¿Quieres probarla?

Mientras se lo preguntaba, se sentó en el sillón de cuero que había junto al escritorio y se metió la mano en el enorme bolso que llevaba. Sacó un cuchillo de aspecto muy fiero y unos platos de cartón.

– No me puedo creer que lleves un cuchillo en el bolso

– Claro que sí. Nunca sé cuándo voy a tener que probar una un pastel, al menos, yo no lo sé. Lo siento -añadió, tras rebuscar un poco más en el bolso-. No tengo tenedores.

– Me las arreglaré ¿Quieres un poco?

– Probaré un poco si te preocupa que te vaya a envenenar o algo así, pero si no, declino tu oferta. Anoche ya me tomé un montón de pan.

– Sólo tomaste un trozo.

– No has visto el tamaño de mis muslos.

De repente, Riley pensó que le gustaría. Y mucho. Tal vez el resto de su cuerpo… Era un territorio muy peligroso. Era mejor concentrarse en comer el pastel.

Se sirvió un trozo y notó que Gracie lo observaba ansiosamente, mientras daba un bocado. El pastel era suave y jugoso, con una agradable textura y un sabor que no era capaz de identificar. El relleno de chocolate era delicioso.

– Es excelente -admitió-. El mejor pastel que he probado nunca.

– Gracias -respondió ella, visiblemente relajada-. He trabajado muy duro para perfeccionar mi receta secreta, pero, de vez cuando, me gusta probarla en una persona neutral.

– ¿Crees que yo te diría la verdad si no me gustara tu pastel?

– ¿Y por qué te iba a preocupar herir mis sentimientos? Con nuestro pasado…

– Tienes razón -afirmó él, antes de tomar otro trozo-. Bueno, si el pastel eran las buenas noticias, ¿cuáles son las malas?

– Alexis -contestó Gracie-. Me llamó esta mañana para decirme que Zeke se había olvidado su maletín en casa, por lo que ella decidió ir a su despacho para dárselo. Entonces vio a Zeke teniendo lo que parecía una relación muy personal con… Prepárate.

– Lo estoy.

– Pam.

– ¿Pam, mi ex?

– La misma. ¿La has visto desde que has regresado a la ciudad?

– Sí, la he visto pero no he pasado tiempo con ella. ¿Te preocupa? -le preguntó con una sonrisa.

– Por supuesto que no. De eso hace ya catorce años. Tú puedes ver a quien te apetezca. No me molesta en absoluto.

Riley dudaba que, efectivamente, Gracie tuviera un interés personal en su vida privada. Sin embargo, la noche anterior en el coche los dos parecían haber estado muy interesados en que él la besara.

– El hecho de que Zeke se esté acostando con Pam no beneficia a nadie -dijo él-. Y mucho menos a Zeke.

– ¿Significa eso que vamos a volver a vigilarlo?

– Sí, pero esta vez nos vamos a centrar en Pam.

– Al menos, no va a estar lloviendo.

– Será más fácil seguirla, pero también más fácil que ella nos vea.

– ¿Otra vez a las seis y media?

– De acuerdo.

– Estaré lista -dijo Gracie, poniéndose de pie. Incluso me llevaré la cámara.

– No creo que sea una buena idea.

– Necesitamos pruebas.

– ¿No puedes conseguir una cámara más pequeña y digital?

– No estoy muy al día en la tecnología -cogió el cuchillo y lo limpió con una servilleta que se sacó del bolso. Después de guardarlo, se dirigió hacia la puerta.

– Hasta luego.

Y se marchó con un ligero movimiento de dedos, dejando a Riley con la sensación de haber sido visitado por una verdadera fuerza de la naturaleza. Segundos después, alguien volvió a llamar a la puerta. Por el modo de llamar, dedujo que era su secretaria.

– ¿Sí, Diane?

– Su reunión de la una en punto, señor.

– Esté pastel está delicioso -dijo, señalándoselo-. Deberías probarlo.

– No, gracias -replicó ella, levantando ligerala barbilla.

– Gracie me lo ha hecho. Gracie siente simpatía por mí.

La expresión de Diane se llenó de furia.

– Eso es parque no lo conoce, señor.


– Hay demasiados detalles -dijo la madre de Gracie, mientras colocaba las carpetas encima de la mesa- Vivian, cielo, vamos a tener que decidirnos sobre algunas cosas. Tenemos que tener elegido el menú para finales de semana.

Gracie estaba sentada en el sofá. Tomó una carpeta que estaba señalada como "Lista de Invitados" y la abrió.

– ¿Dónde vais a celebrarla? -preguntó.

– En el club de campo -respondió Vivian con una sonrisa-. Voy a tener una boda al aire libre, con montones de flores e invitados.

Gracie realizó un rápido cálculo mental, multiplicando el número de invitados con el coste de cada cubierto

– Vaya, las cosas deben de ir muy bien en la ferretería -murmuró, más para sí que para nadie más.

Su madre la oyó y le dedicó una mirada que Gracie no supo si significaba que no debían hablar de tales cosas o que su madre apreciaba su preocupación

– ¿A qué hora es la boda? -quiso saber Gracie.

– A las cuatro -contestó Alexis, que acababa de entrar con una bandeja con refrescos y galletas.

– Yo una vez trabajé en una boda en la que en vez de una comida formal, lo hicieron estilo cóctel Los camareros circulaban constantemente con bandejas y además, había varias mesas con más cosas para picar. La familia de la novia se ahorró mucho dinero.

– ¿Los cócteles no resultan también muy caros? -preguntó su madre.

– Pueden serlo, pero son más baratos que una comida. Además, la gente tiene más oportunidades de charlar con todo el mundo, lo que agradecen porque así no tienen que pasarse un par de horas con las mismas seis personas. Además, no se tienen que decorar las mesas ni las sillas.

Vivian entornó la mirada.

– Gracias por convertir mi boda en un saldo, Gracie. ¿Sabes? Otro modo en el que podríamos ahorrar dinero es hacer que todo el mundo se llevara un bocadillo. ¿No sería esto magnífico?

– Lo siento -dijo Gracie muy tensa-. Sólo estaba tratando de ayudar.

– Sí, bueno, pues no lo hagas. Faltan menos de cinco semanas para la boda y no pienso cambiar nada. Quiero una cena formal y elegante en la que todo el mundo esté sentado. Una orquesta y mucha música.

– A mí me parece que no estaría mal ahorrar algo de dinero -comentó Alexis, mirando con simpatía a Gracie.

– ¿Y por qué iba a tener que hacerlo? Zeke y tú os fugasteis y Gracie no se va a casar nunca. ¿Por que no se iban a gastar nuestros padres todo el dinero en mí?

– Eres una niña mimada -observó Alexis encogiéndose de hombros.

– Lo que tú digas -replicó Vivían

– Mira, me voy a pagar mi vestido de novia. ¿No es eso suficiente?

– Está bien -dijo su madre-. Agradezco mucho tu ayuda. Hablemos ahora de los vestidos. El tuyo ya está listo, ¿verdad?

– Sí. Tengo la primera prueba la semana que viene. ¡Es tan hermoso! -le dijo a Gracie-. Sin tirantes, con encaje y la cintura baja. Los vestidos de las damas de honor son parecidos. Más sencillos pero muy elegantes. Son negros con un reborde blanco. Me muero de ganas de que lo veas.

Vivian parecía haberse olvidado de lo ocurrido hacía cuarenta segundos, pero Gracie no. Las duras palabras aún le dolían. Tal vez el problema era que no sabía cuál era su papel allí. A pesar de ser la que más experiencia tenía con bodas, era la que sobraba. Si su presencia era un simple gesto de cortesía, debería aprender a mantener la boca cerrada. A pesar de todo, quería protestar por la afirmación que Vivian había hecho sobre que ella no se casaría. Sólo tenía veintiocho años y eso no significaba que el amor estuviera fuera de su vida para siempre. Efectivamente, no había nadie especial, pero eso podía cambiar.

– El vestido de Alexis tiene un echarpe a juego monísimo.

Aquel detalle fue la puñalada final.

– Es importante que la dama de honor principal resalte un poco -dijo Gracie, tras tomar un sorbo de su refresco.

– Exactamente -afirmó Vivian con una sonrisa

Alexis dijo algo sobre las flores, su madre sacó otra carpeta más y Gracie hizo todo lo posible por comportarse con normalidad.

No le importaba que Vivian le hubiera pedido a Alexis que estuviera a su lado. Las dos habían crecido juntas y era normal que estuvieran más unidas. Su mente le decía que, ténicamente era un miembro de aquella familia, ella sentía que no lo era en otros sentidos. Había estado catorce años allí. Las cosas habían cambiado mucho. Ella misma había cambiado. Aquél no era su mundo. A pesar de todo, le dolía mucho sentirse excluída.

– Pareces tener todo bajo control -dijo Gracie cuando finalizaron de hablar de las flores, y las mesas-. Yo me voy a marchar. Tengo que ponerme a trabajar.

– ¿Cuándo me vas a hacer algunos dibujos del pastel de boda? -le preguntó Vivían-. Lo quiero enorme. Realmente grande y espectacular con cada centímetro decorado.

Acababa de describir un pastel que no sólo costaría miles de dólares, sino que se tardaría semanas en terminar. Por supuesto, a Vivían no le preocupaba nada de eso.

– Te prepararé algo muy pronto -prometió.

– Te acompañaré a la puerta -dijo Alexis, levantándose también. La acompañó hasta, la puerta-. ¿Y bien? ¿Vais a tratar de descubrir lo que está pasando entre Zeke y Pamela?

– Sí. Riley y yo vamos a salir esta noche para ver qué ocurre.

– No la perdáis a ella cómo perdisteis a Zeke.

– Gracias por el consejo. A mí jamás se me habría ocurrido.

Salió de la casa y se dirigió al coche. Se sentía incómoda, como si algo le hubiera causado mal sabor de boca. La casa en la que había vivido tiempo atrás era tal y como la recordaba pero todo lo demás era diferente. Los cambios la entristecían profundamente.


Riley aparcó frente a la casa de Gracie y descubrió que ella ya lo estaba esperando. Efectivamente, aquella noche estaba completamente despejada, con gran cantidad de estrellas y una luna enorme para proporcionar luz.

Al verlo, Gracie saludó con la mano y se dirigió hacia el coche. Riley la observó atentamente notó que había algo diferente en ella. Algo que no lograba descifrar. No era la ropa, que era oscura como la de la noche anterior, ni el cabello, que llevaba recogido. Portaba su cámara.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Riley en cuanto abrió la puerta.

– Hola -respondió ella con una sonrisa bastante forzada.

– Te he hecho una pregunta.

– ¿Cómo? ¡Ah! ¿Te referías a qué me pasa a mí? Nada -dijo encogiéndose de hombros-. Estoy bien.

– ¿Estás segura? -insistió Riley.

– No quiero hablar al respecto -admitió ella por fin-. ¿Te sirve con eso?

– Por supuesto.

Riley arrancó el coche.

– Pasaremos por casa de Pam para ver si ella está allí. Si está, esperaremos para ver si sale. ¿Te parece bien?

– Sí. Alexis me ha recordado que no perdamos a Pam esta vez. Buen consejo, ¿no te parece?

Riley notó algo en su voz. Era un tono furioso, pero también triste. Prefirió no preguntar.

Quince minutos más tarde llegaron a la calle en que vivía Pam.

– Está en casa -dijo Riley, señalando las luces la ventana y el coche.

– ¿Sabes por qué está aquí? -le preguntó Gracie

– Vive aquí.

– No me refería a por qué está en Los Lobos. Habría dicho que hubiera preferido marcharse a gran ciudad.

– No tengo ni idea ni me importa.

Pam era pasado para él. Ella le había mentido para casarse con él y, tan pronto como Riley había descubierto la verdad, se había marchado

– Ni siquiera sé por qué me pidieron que asistiera a la reunión -comentó Gracie, sin dejar de mirar la casa-. Evidentemente, mis opiniones no cuentan para nada. No lo entiendo. Mi madre no puede estar ganando tanto dinero en la ferretería. Estoy segura de que la casa es suya, pero… Vivian se comporta como si el dinero no tuviera importancia.

– ¿De qué estás hablando exactamente?

– De nada. De mi hermana pequeña. Se va a casar dentro de unas pocas semanas. Por eso he vuelto. Me dijeron que querían mi ayuda, pero no es así. Vivian quiere que le haga el pastel de boda. Uno muy grande y muy decorado. Por supuesto que no me importa hacérselo, pero no tiene ni idea de lo qué me está pidiendo. Estamos hablando de cientos de horas. Además, lo de las damas de honor… Veo que quiere que Alexis esté a su lado, pero no yo.

El dolor que Gracie sentía pareció tomar una existencia tangible, dentro del coche.

– No te preocupes -dijo él sin saber por qué.

Cuando Gracie se giró para mirarlo, él vio que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. En aquellos momentos parecía tan frágil…

– Eso es lo que me digo constantemente, pero ahora sé que es mentira. Ya ni siquiera soy parte de la familia. Tengo que aceptarlo. No es culpa mía. Si no formo parte de nada, es porque mi madre me mandó fuera. Yo no quise marcharme.

– ¿Adónde te hizo marcharte?

– Después de aquel verano. Cuando tú descubriste que Pam no estaba embarazada, te marchaste, pero no fuiste el único. A mí también me hicieron marcharme.

– Ah, ya me acuerdo. Con unos parientes. A Iowa, ¿no?

– Sí, con mi tía -afirmó Gracie. Las comisuras de la boca se le curvaron de un modo que, durante un momento de locura, Riley quiso acercarse a ella y besárselas-. Me hicieron marcharme para que no te estropeara la boda, pero después no regresé a casa. Mi madre dijo que yo tenía problemas tal vez porque mi padre murió cuando yo cumplí doce años y tú te mudaste a la casa de al lado y me obsesioné contigo. Me dijo que no me podía quedar en Los Lobos, incluso después de que te hubieras marchado. La gente no me dejaría olvidar lo que había ocurrido y yo me merecía empezar de cero. Por eso me envió a vivir con mis tíos en Torrance. Yo no quería marcharme -añadió, parpadeando-. Me pareció que se me estaba castigando permanentemente. Sé que lo que te hice no estuvo bien. Estuve en tratamiento psicológico durante un tiempo. Mi psicóloga me ayudó a poner las cosas en perspectiva, pero, después de eso mi madre me dijo que no podía regresar. Por eso, decidí no volver más. Ahora que me han pedido que regrese pensé que lo hacían porque me echaban de menos, pero es sólo para trabajar en la boda. Es como perder a mi familia una vez más.

Riley tardó un segundo en darse cuenta de que Gracie estaba llorando. Sintió una mezcla de compasión e ira. Sabía muy bien cómo se sentía uno al tener que hacer algo que no deseaba. La única razón por la que se había casado con Pam hacía catorce años había sido porque su madre le había obligado a hacerlo. Sin embargo, sabía que aunque se hubiera negado, ella no le habría dado a espalda. Al menos durante mucho tiempo.

– Lo siento -susurró, sin saber qué decir.

Gracie se limitó a asentir porque no podía ni hablar. Él extendió la mano, pero, antes de que ella se la estrechara la tomó entre sus brazos. Al principio Gracie se resistió, pero luego se dejó abrazar. A Riley siempre le había parecido una mujer muy fuerte. Pero pudo comprobar que no era así.

El cuerpo de Gracie era tan cálido. Notó el dulce aroma de su cuerpo, mezclado con un ligero olor a vainilla.

– Lo siento -susurró ella-. En realidad no estoy tan destrozada.

– Te creo -afirmó él. Le frotó suavemente la espalda. Ella le rodeó la cintura con los brazos y lo miró con los ojos llenos de lágrimas. La necesidad que Riley sintió de besarla fue casi insoportable…

– Pam

– ¿Cómo?

– Pam. Acaba de meterse en su coche.

– Oh. ¡Oh! -exclamó Gracie, incorporándose-. Tenemos que seguirla.

– Ya estoy en ello.

Riley esperó hasta que Pam se hubo puesto en marcha para seguirla.

– Podría ir a cualquier parte -dijo Gracie-. Espero que no se dirija a la autopista. Ya ha oscurecido y podríamos perderla a ella también.

– No la perderemos. Pam jamás prestaba mucha atención cuando iba conduciendo. Dudo que eso haya cambiado.

Después de algunos minutos, Pam se detuvo en un pequeño motel que había cerca del mar. Riley aparcó al otro lado de la calle.

– ¿Por qué habrá venido aquí? -preguntó Gracie- Oh… ¿Crees que va a reunirse aquí con Zeke? ¿En un motel? Es tan sórdido… Además, ¿por qué no va él simplemente a su casa?

– Reconocerían el coche.

– Ah, claro. Y aquí nadie se fijaría en él.

– Tenemos que comprobarlo.

Los dos se bajaron del coche y se dirigieron al motel. Gracie llevaba la cámara en la mano. Avanzaban con cautela, moviéndose en las sombras. Cuando estuvieron cerca del edificio, comprobaran que Pam había salido del coche.

– Debe de haber entrado en una de las habitaciones -dijo Gracie-. Tenemos que descubrir en cual. Podríamos mirar simplemente por las ventanas. Muchas de ellas las tienen abiertas.

– Supongo que la de Pam será precisamente de las que estén entrecerradas.

– Tienes razón.

Antes de que pudieran tomar una decisión, las luces se apagaron de repente. La oscuridad se apoderó de ellos de un modo tan repentino que los desconcertó por completo.

– No te muevas -dijo Riley, buscando instintivamente la mano de Gracie- Tenemos que regresar al coche

Los dedos de ella se entrelazaron con los suyos. Riley notó la otra mano en la espalda.

– Guíame tú -susurró-. Yo voy detrás de ti…

A pesar de que sabía que debían salir de allí, Riley deseaba darse la vuelta, tomar a Gracie entre sus brazos y besarla hasta que ella perdiera el aliento. Si aquel apagón no le hubiera dado mala espina, habría cedido a sus impulsos.

– Está aquí -afirmó, mientras se dirigía instintivamente al coche.

Justo en aquel momento la noche explotó con un brillante fogonazo de luz. Riley levantó inconscientemente la mano para repeler un posible ataque pero, inmediatamente, se dio cuenta de que la persona había desaparecido. Oyó que alguien había echado a correr y un portazo. Todas las luces del complejo volvieron a encenderse al tiempo que un coche salía rápidamente del aparcamiento.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Gracie.

– Alguien acaba de hacernos una foto. Lo que me gustaría saber es quién habrá sido y por qué.

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