Ahora los vemos en el rellano. El comisario le hace seña al agente, éste oprime el botón del timbre. Silencio total al otro lado. El agente piensa, A que se ha ido a pasar el día en el campo, a que yo tenía razón. Nueva seña, nuevo toque. Pocos segundos después se oye a alguien, un hombre, preguntar desde dentro, Quién es. El comisario miró a su subordinado inmediato, y éste, ahuecando la voz, soltó la palabra, Policía, Un momento, por favor, dijo el hombre, tengo que vestirme. Pasaron cuatro minutos. El comisario hizo la misma seña, el agente volvió a pulsar el timbre, esta vez sin levantar el dedo. Un momento, un momento, por favor, abro ahora mismo, me acababa de levantar, las últimas palabras ya fueron dichas con la puerta abierta por un hombre vestido con pantalones y camisa, también en zapatillas, Hoy es el día de las zapatillas, pensó el agente. El hombre no parecía atemorizado, tenía en la cara la expresión de quien ve llegar por fin a los visitantes que esperaba, si alguna sorpresa se notaba era la de que fuesen tantos. El inspector le preguntó el nombre, él lo dijo y añadió, Quieren pasar, perdonen el desorden de la casa, no pensaba que llegarían tan temprano, es más, estaba convencido de que me llamarían a declarar y resulta que han venido ustedes, supongo que es por la carta, Sí, por la carta, confirmó sin más el inspector, Pasen, pasen. El agente fue el primero, en algunos casos la jerarquía procede al contrario, luego el inspector, después el comisario, cerrando el cortejo. El hombre avanzó chancleteando por el pasillo, Síganme, vengan por aquí, abrió una puerta que daba a una pequeña sala de estar, dijo, Siéntense, por favor, si me lo permiten voy a calzarme unos zapatos, estas no son maneras de recibir visitas, No somos precisamente lo que se suele llamar visitas, corrigió el inspector, Claro, es un modo de hablar, Vaya a calzarse los zapatos y no tarde, tenemos prisa, No, no tenemos prisa, no tenemos ninguna prisa, negó el comisario que todavía no había dicho palabra. El hombre lo miró, ahora sí, con un leve aire de temor, como si el tono con que el comisario hablaba estuviese fuera de lo que había sido concertado, y no encontró nada mejor que decir, Le aseguro que puede contar con mi entera colaboración, señor, Comisario, señor comisario, dijo el agente, Señor comisario, repitió el hombre, y usted, Soy sólo agente, no se preocupe. El hombre se volvió hacia el tercer miembro del grupo sustituyendo la pregunta por un interrogativo arqueo de cejas, pero la respuesta llegó del comisario, Este señor es inspector y mi inmediato, y añadió, Ahora vaya a ponerse los zapatos, estamos esperándole. El hombre salió. No se oye a otra persona, esto tiene el aire de que está solo en casa, cuchicheó el agente, Lo más seguro es que la mujer se haya ido a pasar el día al campo, bromeó el inspector. El comisario hizo un gesto para que se callaran, Yo haré las primeras preguntas, indicó bajando la voz. El hombre entró, al sentarse dijo, Permítanme, como si no estuviera en su casa, y luego, Aquí me tienen, estoy a su disposición. El comisario asintió con benevolencia, después comenzó, Su carta, o mejor dicho, sus tres cartas, porque fueron tres, Pensé que así era más seguro, alguna podía perderse, explicó el hombre, No me interrumpa, responda a las preguntas cuando las haga, Sí señor comisario, Sus cartas, repito, fueron leídas con mucho interés por los destinatarios, especialmente el punto que dice que cierta mujer no identificada cometió un asesinato hace cuatro años. No había ninguna pregunta en la frase, era simplemente una reiteración de lo que había dicho antes, por eso el hombre se quedo en silencio. Tenía en el rostro una expresión de confusión, de desconcierto, no acababa de entender por qué el comisario no iba directamente al meollo de la cuestión en vez de perder tiempo con un episodio que sólo para oscurecer las sombras de un retrato de por sí inquietante fue evocado. El comisario fingió no darse cuenta, Cuéntenos lo que sabe de ese crimen, pidió. El hombre contuvo el impulso de recordarle al señor comisario que lo más importante de la carta no era eso, que el episodio del asesinato, comparado con la situación del país, era lo de menos, pero no, no lo haría, la prudencia mandaba que siguiese la música que lo invitaban a bailar, más adelante, con certeza, cambiarían el disco, Sé que ella mató a un hombre, lo vio, estaba allí, preguntó el comisario, No señor comisario fue ella misma quien lo confesó, Ah sí, A mí y a otras personas, Supongo que conoce el significado técnico de la palabra confesión, Más o menos, señor comisario, Más o menos no es suficiente, lo conoce o no lo conoce, En ese sentido que dice no lo conozco, Confesión significa declaración de los propios yerros o culpas, pero también puede significar reconocimiento de culpa o acusación, por parte del acusado, ante la autoridad o la justicia, cree que estas definiciones se ajustan rigurosamente al caso, Rigurosamente, no, señor comisario, Muy bien, siga, Mi mujer estaba allí, mi mujer fue testigo de la muerte del hombre, Qué es allí, Allí es el antiguo manicomio en el que nos aislaron para la cuarentena, Supongo que su mujer también estaba ciega, Como ya le he dicho la única persona que no perdió la visión fue ella, Ella, quién, La mujer que mató, Ah, Estábamos en una de las salas que hacía de dormitorio colectivo, El crimen fue cometido ahí, No señor comisario, en otra sala, Entonces ninguna de las personas que ocupaban la suya se encontraba presente en el lugar del crimen, Sólo las mujeres, Por qué sólo las mujeres, Es difícil de explicar, señor comisario, No se preocupe, tenemos tiempo, Hubo unos cuantos ciegos que tomaron el poder e impusieron el terror, El terror, Sí señor comisario, el terror, Y eso cómo fue, Se apoderaron de la comida, si queríamos comer teníamos que pagar, Y exigían mujeres como pago, Sí señor comisario, Entonces la tal mujer mató al hombre, Sí señor comisario, Lo mató, cómo, Con unas tijeras, Quién era ese hombre, Era el que mandaba en los otros ciegos, Una mujer valiente, no hay duda, Sí señor comisario, Ahora explíquenos por qué la ha denunciado, Yo no la he denunciado, si hablé del asunto es porque venía a propósito, No lo entiendo, Lo que quería decir en mí carta es que quien hizo una cosa puede estar haciendo otra. El comisario no preguntó qué otra cosa era ésa, se limitó a mirar a aquel a quien había llamado su inmediato, invitándolo a proseguir con el interrogatorio. El inspector tardó algunos segundos, Puede llamar a su mujer, preguntó, nos gustaría hablar con ella, Mi mujer no está, Cuándo volverá, No volverá, estamos divorciados, Desde hace cuánto tiempo, Tres años, Tiene algún inconveniente en decirnos por qué se divorciaron, Motivos personales, Claro que tendrían que ser personales, Motivos íntimos, Como en todos los divorcios. El hombre miró los insondables rostros que tenía delante y comprendió que no lo dejarían en paz mientras no les dijera lo que querían. Carraspeó limpiándose la garganta, cruzó y descruzó las piernas, Soy una persona de principios, comenzó, Estamos seguros de eso, saltó el agente sin poder contenerse, es decir, estoy seguro de eso, he tenido el privilegio de acceder a su carta. El comisario y el inspector sonrieron, el golpe era merecido. El hombre miró al agente con extrañeza, como si no esperara un ataque por ese flanco y, bajando los ojos, continuó, Tuvo que ver con los tales ciegos, no pude soportar que mi mujer hubiera tenido que ponerse debajo de aquellos bandidos, durante un año aguanté la vergüenza como pude, pero al final se me hizo insoportable, me separé, me divorcié, Por curiosidad, me pareció oírle que los otros ciegos clamaban mujeres como pago de la comida, dijo el inspector, Así era, Supongo, por tanto, que sus principios no le permitirían tocar el alimento que su mujer le trajo después de haberse puesto debajo de aquellos bandidos, por usar su enérgica expresión. El hombre bajó la cabeza y no respondió. Comprendo su discreción, dijo el inspector, de hecho se trata de un asunto íntimo, de un asunto demasiado íntimo para ser pregonado ante desconocidos, perdone, lejos de mí la idea de herir su sensibilidad. El hombre miró al comisario como pidiéndole socorro, por lo menos que le sustituyesen la tortura de la tenaza por el castigo del torniquete. El comisario le dio ese gusto, usó el garrote, En su carta hacía mención a un grupo de siete personas, Sí señor comisario, Quiénes eran, Además de la mujer y de su marido, Qué mujer, La que no se quedó ciega, La que les guiaba, Sí señor comisario, La que para vengar a sus compañeras mató al jefe de los bandidos con unas tijeras, Sí señor comisario, Prosiga, El marido era oftalmólogo, Ya lo sabemos, También había una prostituta, Fue ella quien dijo que era prostituta, No que recuerde, señor comisario, Cómo supo entonces que se trataba de una prostituta, Por sus modos, sus modos no engañaban, Ah, sí, los modos nunca mienten, continúe, Estaba también un viejo que era ciego de un ojo y usaba una venda negra, y que después se fue a vivir con ella, Con ella, con quién, Con la prostituta, Y fueron felices, Eso no lo sé, Algo deberá saber, Durante el año que seguimos en contacto me parece que sí. El comisario contó con los dedos, Todavía me falta uno, dijo, Es verdad, un niño estrábico que se había perdido de su familia en medio de la confusión, Y se conocieron todos en el dormitorio colectivo que les tocó, No señor comisario, ya nos habíamos visto antes, Dónde, En la consulta del médico adonde mi ex mujer me llevó cuando me quedé ciego, creo que fui la primera persona que perdió la vista, Y contagió a los otros, a toda la ciudad, incluyendo a estas sus visitas de hoy, No tuve la culpa, señor comisario, Conoce los nombres de esas personas, Sí señor comisario, De todas, Menos el del niño, que si lo supe alguna vez ya no me acuerdo, Pero recuerda el de los otros, Sí señor comisario, Y las direcciones, Si no han cambiado de casa en estos tres años, Claro, si no han cambiado de casa en estos tres años. El comisario pasó la mirada por la pequeña habitación, se detuvo en el televisor como si de él esperase una inspiración, luego dijo, Agente, dele su cuaderno de notas a este señor y déjele su bolígrafo para que escriba los nombres y las direcciones de las personas de quienes tan amablemente acaba de hablarnos, menos la del niño estrábico que de todos modos no valdría la pena. Las manos del hombre temblaban cuando recibió el bolígrafo y el cuaderno, siguieron temblando mientras escribía, a sí mismo se iba diciendo que no tenía motivo para sentirse asustado, que los policías estaban aquí porque de alguna manera él los había mandado venir, lo que no conseguía comprender era por qué no hablaban de los votos en blanco, de la insurrección, de la conspiración contra el estado, del verdadero y único motivo por el que había escrito la carta. Debido al temblor de las manos las palabras se leían mal, Puedo usar otra hoja, preguntó, Las que quiera, respondió el agente. La caligrafía comenzó a salir más firme, la letra ya no le avergonzaba. En tanto el agente recogía el bolígrafo y le entregaba el cuaderno de notas al comisario, el hombre se preguntaba con qué gesto, con qué palabra podría atraerse, aunque fuera en el último instante la simpatía de los policías, su benevolencia, su complicidad. De repente recordó, Tengo una foto, exclamó, sí, creo que la tengo, Qué foto, preguntó el inspector, Una del grupo, sacada después de que recuperáramos la vista, mi mujer no se la llevó, dijo que conseguiría otra copia, que me quedase con ella para que no perdiera la memoria, Ésas fueron sus palabras, preguntó el inspector, pero el hombre no respondió, ya estaba de pie, iba a salir de la habitación, entonces el comisario ordenó, Agente, acompañe a este señor, si tiene dificultades en localizar la fotografía, trate de encontrarla usted, no vuelva sin ella. Tardaron unos minutos. Aquí está, dijo el hombre. El comisario se acercó a una ventana para ver mejor. En fila, al lado unos de otros, se agrupaban los seis adultos, en parejas. A la derecha estaba el dueño de la casa, perfectamente reconocible, y la ex mujer, a la izquierda, sin sombra de duda, el viejo de la venda negra y la prostituta, en medio, por exclusión de partes, unos que sólo podrían ser la mujer del médico y el marido. Delante, en cuclillas como un jugador de fútbol, el niño estrábico. Junto a la mujer del médico un gran perro que miraba hacia delante. El comisario le hizo un gesto al hombre para que se aproximara, Es esta, preguntó, señalando, Sí, señor comisario, es ella, Y el perro, Si quiere, puedo contarle la historia, señor comisario, No vale la pena, ella me la contará. El comisario salió el primero, después el inspector, después el agente. El hombre que había escrito la carta se quedó viéndolos bajar las escaleras. El edificio no tiene ascensor ni se espera que lo pueda tener algún día.


Los tres policías dieron una vuelta en coche por la ciudad haciendo tiempo hasta la hora del almuerzo. No comerían juntos. Dejaron el coche cerca de una zona de restaurantes y se dispersaron, cada uno a lo suyo, para volver a encontrarse noventa minutos exactos después en una plaza un poco retirada, donde el comisario, esta vez al volante, recogería a sus subordinados. Evidentemente, nadie sabe por aquí quienes son, además, ninguno lleva en la cabeza una P mayúscula, pero el sentido común y la prudencia aconsejan que no paseen en grupo por el centro de una ciudad por muchos motivos enemiga. Es cierto que ahí van tres hombres, y más adelante otros tres, pero una rápida ojeada bastará para percibir que se trata de gente normal, perteneciente a la vulgar especie de los transeúntes, personas corrientes, al abrigo de cualquier sospecha, tanto la de ser representantes de la ley como la de ser perseguidos por ella. Durante el paseo en coche el comisario quiso conocer las impresiones que los dos subordinados sacaron de la conversación con el hombre de la carta, precisando, sin embargo, que no estaba interesado en oír juicios morales, Que él es un canalla de marca mayor, ya lo sabemos, luego no vale la pena perder tiempo buscando otros calificativos. El inspector tomó la palabra para decir que había apreciado, sobre todo, la manera de orientar el interrogatorio del comisario, omitiendo con superior habilidad cualquier referencia a la malévola insinuación contenida en la carta, la de que la mujer del médico, dada su excepcional situación personal cuando la ceguera de hace cuatro años, podría ser la causa o de algún modo estar implicada en la acción conspiradora que condujo a la capital al voto en blanco. Fue notorio, dijo, el desconcierto del tipo, él esperaba que el asunto principal, si no único, de la diligencia de la policía fuera ése, y al final le salió el tiro por la culata. Casi daba pena verlo, terminó. El agente estuvo de acuerdo con la percepción del inspector, destacando, además, lo estupendo que había sido para el desmoronamiento de las defensas del interrogado la alternancia de las preguntas, ora el comisario, ora el inspector. Hizo una pausa y, en voz baja, añadió, Señor comisario, es mi deber informarle de que usé la pistola cuando me mandó que fuera con el hombre, La usaste, cómo, preguntó el comisario, Se la metí entre las costillas, probablemente todavía tiene la marca del cañón, Y por qué, Pensé que iba a tardar mucho tiempo en encontrar la fotografía, que el tipo se aprovecharía de la pausa para inventar algún truco que entorpeciera la investigación, algo que le forzase a usted a alterar la línea del interrogatorio en el sentido que a él le conviniera más, Y ahora qué quieres que haga, que te ponga una medalla en el pecho, preguntó el comisario, en tono sarcástico, Se ganó tiempo, señor comisario, la fotografía apareció en un instante, Y yo estoy a punto de hacerte desaparecer a ti, Pido disculpas, señor comisario, Vamos a ver si no me olvido de avisarte cuando te haya disculpado, Sí señor comisario, Una pregunta, A sus órdenes, señor comisario, Le quitaste el seguro al arma, No señor comisario, no se lo quité, Te olvidaste de quitárselo, No señor comisario, lo juro, la pistola era sólo para asustar al tipo, Y conseguiste asustarlo, Sí señor comisario, Por lo visto voy a tener que darte esa medalla, y ahora haz el favor de no ponerte nervioso, no atropelles a esa vieja ni te saltes el semáforo, si hay algo que no quiero es tener que dar explicaciones a un policía, No hay policía en la ciudad, señor comisario, la retiraron cuando se declaró el estado de sitio, dijo el inspector, Ah, ahora comprendo, ya me estaba extrañando tanta tranquilidad. Pasaban al lado de un jardín donde se veían niños jugando. El comisario miró con un aire que parecía distraído, ausente, pero el suspiro que súbitamente le salió del pecho puso en evidencia que debía de estar pensando en otros tiempos y en otros lugares. Después de almorzar, dijo, me llevan a la base, Sí señor comisario, dijo el agente, Tiene alguna orden que darnos, preguntó el inspector, Paseen, vayan a pie por la ciudad, entren en cafés y en tiendas, abran los ojos y los oídos, y regresen a la hora de cenar, esta noche no saldremos, supongo que habrá latas de reserva en la cocina, Sí señor comisario, dijo el agente, Y tomen nota de que mañana trabajaremos por separado, el audaz conductor de nuestro coche, el policía de la pistola, hablará con la ex mujer del hombre de la carta, el que va en el asiento de la muerte visitará al viejo de la venda negra y a su prostituta, yo me reservo a la mujer del médico y al marido, en cuanto a la táctica, seguiremos fielmente la que hemos usado hoy, ninguna mención al asunto del voto en blanco, nada de caer en debates políticos, dirijan las preguntas hacia las circunstancias en que se cometió el crimen, a la personalidad de su supuesta autora, háganlos hablar del grupo, de cómo se constituyó, si ya se conocían antes, qué relaciones mantuvieron después de recuperar la vista, qué relaciones tienen hoy, es probable que sean amigos y quieran protegerse unos a otros, pero pueden cometer errores si no se han puesto de acuerdo sobre lo que deben decir y sobre lo que les conviene callar, nuestra tarea es ayudarlos a cometer esos errores, y, como la perorata ya se ha alargado demasiado, apunten en la memoria lo más importante, que nuestra aparición, mañana por la mañana, en las casas de esas personas, se realizará exactamente a las diez y media, no digo que se pongan a sincronizar los relojes porque eso sólo pasa en las películas de acción, pero tenemos que evitar que los sospechosos puedan comunicarse, avisarse unos a otros, y ahora vamos a comer, ah, cuando regresen a la base entren por el garaje, el lunes me informaré de si el portero es de confianza. Una hora y cuarenta y cinco minutos más tarde el comisario recogía a los ayudantes que lo esperaban en la plaza, para luego irlos dejando, sucesivamente, primero al agente, después al inspector, en barrios diferentes, donde intentarían cumplir las órdenes recibidas, es decir, pasear, entrar en cafés y en tiendas, abrir los ojos y los oídos, en resumen, olfatear el crimen. Regresarán a la base para la anunciada cena de latas y dormir, y cuando el comisario les pregunte qué novedades traen, confesaran que ni una sola de muestra, que los habitantes de esta ciudad no serán sin duda menos habladores que los de cualquier otra, pero no hablan acerca de lo que más importa oír. Tengan esperanza, dirá, la prueba de que existe una conspiración reside precisamente en el hecho de que no se hable de ella, el silencio, en este caso, no contradice, confirma. La frase no era suya, sino del ministro del interior, con quien, después de entrar en la providencial, s.a., sostuvo una rápida conversación por teléfono, la cual, aunque la vía era segura, satisfizo todos los preceptos de la ley del secretismo oficial básico. He aquí el resumen del diálogo, Buenas tardes, habla papagayo de mar, Buenas tardes, papagayo de mar, respondió albatros, Primer contacto con la fauna avícola local, recepción sin hostilidad, interrogatorio eficaz con la participación de gavioto y gaviota, buenos resultados obtenidos, Sustanciales, papagayo de mar, Muy sustanciales, albatros, conseguimos excelente fotografía de la bandada de pájaros, mañana comenzaremos el reconocimiento de las especies, Felicidades, papagayo de mar, Gracias, albatros, Oiga papagayo de mar, A la escucha, albatros, No se deje engañar por ocasionales silencios, papagayo de mar, si las aves están calladas, no quiere decir que no se encuentren en los nidos, el tiempo calmo esconde la tempestad, no lo contrario, sucede lo mismo con las conspiraciones de los seres humanos, el hecho de que no se hable de ellas no prueba que no existan, ha comprendido, papagayo de mar, Sí, albatros, he comprendido perfectamente, Que va hacer mañana, papagayo de mar, Atacaré al águila pescadora, Quién es el águila pescadora, papagayo de mar, acláreme, La única que existe en toda la costa, albatros, que se sepa no hay otra, Ah, sí, ya lo veo, Deme órdenes, albatros, Cumpla rigurosamente las que le di antes de partir, papagayo de mar, Serán rigurosamente cumplidas, albatros. Después de asegurarse de que los micrófonos estaban desconectados, el comisario masculló un desahogo, Qué payasada ridícula, oh dioses de la policía y del espionaje, yo papagayo de mar, él albatros, sólo falta que comencemos a comunicarnos por medio de gañidos y graznidos, tempestad, por lo menos, ya tenemos. Cuando los subordinados llegaron, cansados de tanto patear la ciudad, les preguntó si traían novedades y ellos respondieron que no, que habían puesto todos sus cuidados en ver y en escuchar, pero desgraciadamente con nulos resultados, Esta gente habla como si no tuviera nada que esconder, dijeron. Fue entonces cuando el comisario, sin citar la fuente, pronunció la frase del ministro del interior de las conspiraciones y de los modos de ocultarlas.

A la mañana siguiente, tras desayunar, comprobaron en el mapa de la ciudad la localización de las calles que les interesaban. La más próxima al edificio donde se encuentra instalada la providencial, s.a., es la de la ex mujer del hombre de la carta, en tiempos designado por el nombre de primer ciego, en la intermedia viven la mujer del médico con el marido, y la más distante es la del viejo de la venda negra y la prostituta. Ojalá estén todos en casa. Como el día anterior, bajaron al garaje en el ascensor, verdaderamente, para clandestinos ésta no es la mejor maniobra, porque si es cierto que hasta ahora lograron escapar al fisgoneo del portero, Quiénes serán estos pájaros que no los he visto nunca por aquí, se preguntaría, al del encargado del garaje no escaparon, luego veremos si con consecuencias. Esta vez conducirá el inspector, que va más lejos. El agente le preguntó al comisario si tenía alguna instrucción especial que darle y como respuesta que las instrucciones para él eran todas generales, ninguna especial, Sólo espero que no hagas burradas y dejes el arma tranquila en la pistolera, No soy de los que amenazan a mujeres con una pistola, señor comisario, Después me lo contarás, y que no se te olvide, está prohibido llamar a la puerta antes de las diez y media, Sí señor comisario, Date una vuelta, toma un café si encuentras dónde, compra el periódico, mira los escaparates, supongo que no habrás olvidado las lecciones elementales que te dieron en la escuela de policía, No señor comisario, Muy bien, tu calle es ésta, salta, Y dónde vamos a encontrarnos cuando hayamos acabado el servicio, preguntó el agente, supongo que necesitamos fijar un punto de encuentro, es un problema que sólo haya una llave de la providencial, si yo, por ejemplo, fuera el primero en terminar el interrogatorio, no podría retirarme a la base, Ni yo, dijo el inspector, Eso es lo que pasa por no habernos dotado de teléfonos móviles, insistió el agente, seguro de su razón y confiando en que la belleza de la mañana dispusiese al superior a la benevolencia. El comisario le dio la razón, Por ahora nos apañaremos con la plata de la casa, en caso de que la investigación lo necesite, requeriré otros medios, en cuanto a las llaves, si el ministerio autoriza el gasto, mañana cada uno de ustedes tendrá la suya, Y si no lo autoriza, Encontraré la manera, Y en qué quedamos sobre la cuestión del punto de encuentro, preguntó el inspector, Por lo que ya sabemos de esta historia, todo indica que mi diligencia será la más entretenida, luego vengan a mi encuentro, tomen nota de la dirección, veremos el efecto que causa en el ánimo de las personas interrogadas la aparición inesperada de dos policías más, Excelente idea, comisario, dijo el inspector. El agente se contentó con un movimiento afirmativo de cabeza, dado que no podría expresar en voz alta lo que pensaba, es decir, que el mérito de la idea le pertenecía, bien es verdad que de un modo muy indirecto y por camino desviado. Tomó nota de la dirección en su cuaderno de investigador, y se bajó. El inspector puso en marcha el coche al tiempo que decía, Él se esfuerza, pobrecillo, esa justicia se la debemos, recuerdo que al principio yo era como él, tan ansioso estaba de acertar en algo que sólo hacía disparates, incluso me he llegado a preguntar cómo me ascendieron a inspector, Y yo a lo que soy hoy, También, comisario, también querido amigo, la masa de policía es la misma para todos, el resto es cuestión de más o menos suerte, De suerte y de saber, El saber, por sí mismo, no siempre es suficiente, mientras que con suerte y tiempo se alcanza casi todo, pero no me pregunte en qué consiste la suerte porque no sabría responderle, sí he observado que, muchas veces, con tener amigos en los lugares adecuados o alguna factura que cobrar se alcanza lo que se quiere, No todos nacen para ascender a comisarios, Pues no, además una policía hecha toda de comisarios no funcionaría, Ni un ejército hecho todo de generales. Entraron en la calle del médico oftalmólogo. Déjeme aquí, pidió el comisario, caminaré los metros que faltan, Le deseo suerte, comisario, Y yo a ti, Ojalá este asunto se resuelva rápidamente, le confieso que me siento como si estuviera perdido en medio de un campo minado, Hombre, ten calma, no hay ningún motivo de preocupación, mira estas calles, el sosiego de la ciudad, su tranquilidad, Eso es justamente lo que me inquieta, comisario, una ciudad como ésta, sin autoridades, sin gobierno, sin vigilancia, sin policía, y a nadie parece importarle, aquí hay algo muy misterioso que no consigo entender, Para entender nos han hecho venir, tenemos el saber y espero que el resto no nos falte, La suerte, Sí, la suerte, Buena suerte entonces, comisario, Buena suerte, inspector, y si esa fulana a la que llaman prostituta te lanza la flecha de una mirada seductora o te deja ver parte de sus muslos, haz como que no entiendes, concéntrate en los intereses de la investigación, piensa en la eminente dignidad de la corporación a que servimos, Estará allí seguramente el viejo de la venda negra, y los viejos, según he oído de gente bien informada, son terribles, dijo el inspector. El comisario sonrió, A mí, la vejez ya se me acerca, vamos a ver si me concede tiempo suficiente para ser terrible. Después miró el reloj, Ya con las diez y cuarto, espero que consiga llegar a tiempo a su destino, Si usted y el agente cumplen el horario no tiene importancia que yo llegue con retraso, dijo el inspector. El comisario se despidió, Hasta luego, salió del coche, y, apenas puso el pie en el suelo, como si tuviera allí mismo concertado un encuentro con su propia estupidez, comprendió que no tenía ningún sentido fijar rigurosamente la hora en que deberían llamar a la puerta de los sospechosos, puesto que ellos, con un policía en casa, no tendrían ni la ocasión ni la sangre fría de telefonear a los amigos avisándoles del presumible peligro, suponiendo para colmo, que fuesen astutos, tan excepcionalmente astutos, que se les ocurriera la idea de que por el hecho de estar siendo ellos objeto de atención policial sus amigos también iban a serlo, Además, pensaba irritado el comisario, está claro, es obvio que ésas no serán las únicas relaciones que tengan, y, siendo así, a cuántos tendrían que telefonear cada uno de ellos, a cuántos, a cuántos. Ya no se limitaba a pensar en silencio, murmuraba acusaciones, improperios, insultos, Que alguien me diga cómo este imbécil ha conseguido llegar a comisario, que alguien me diga cómo precisamente a este imbécil le ha confiado el gobierno la responsabilidad de una investigación de la que tal vez pueda depender la suerte del país, que alguien me diga de dónde este imbécil se ha sacado la estúpida a orden dada a sus subordinados, ojalá no estén en este momento riéndose de mí, el agente no creo, pero el inspector es listo, es muy listo, aunque a primera vista no se hace notar, o sabe disimular, lo que, claro está, lo hace doblemente peligroso, no hay duda, tengo que usar con él más cuidado, tratarlo con atención, impedir que esto circule, otros se han visto en situaciones semejantes y con resultados catastróficos, no sé quién fue el que dijo que el ridículo de un instante puede arruinar la carrera de una vida. La implacable autoflagelación le hizo bien al comisario. Viéndolo pisado, rebajado a ras de suelo, la fría reflexión tomó la palabra para demostrarle que la orden no había sido descabellada, muy por el contrarío, Imagínate que no hubieras dada esas instrucciones, que el inspector y el agente se presentaran a las horas que les apetecieran, uno por la mañana, otro por la tarde, sería necesario que tú fueses imbécil del todo, rematadamente imbécil, para no prever lo que inevitablemente sucedería, las personas interrogadas por la mañana se apresurarían a avisar a las que lo iban a ser por la tarde, y cuando este investigador de la tarde llamara a la puerta de los sospechosos que le habían sido destinados se encontraría con la barrera de una línea de defensa que tal vez no tuviera manera de derribar, por tanto, comisario eres, comisario seguirás siendo, no sólo con el derecho de quien sabe más del oficio, también con la suerte de tenerme a mí aquí, fría reflexión, para poner las cosas en su sitio, comenzando por el inspector, a quien ya no tendrás que tratar con paños calientes, como era tu intención, por cierto, bastante cobarde, si no te ofende que lo diga. El comisario no se ofendió. Con todo este ir y venir, este pensar y repensar, se retrasó en el cumplimiento de su propia orden, ya eran las once menos quince minutos cuando levantó la mano para oprimir el botón del timbre. El ascensor lo condujo al cuarto piso, la puerta es ésta.

El comisario esperaba que le preguntasen desde dentro Quién es, pero la puerta se abrió simplemente y apareció una mujer diciendo, Qué desea. El comisario se llevó la mano al bolsillo y mostró el carnet de identificación, Policía, dijo, Y qué pretende la policía de las personas que viven en esta casa, preguntó la mujer, Que respondan a algunas preguntas, Sobre qué asunto, No creo que el rellano de una escalera sea el lugar más apropiado para dar inicio a un interrogatorio, De modo que se trata de un interrogatorio, preguntó la mujer, Señora, aunque yo sólo tuviera dos preguntas que hacerle, eso ya sería un interrogatorio, Veo que valora la precisión lingüística, Sobre todo en las respuestas que dan, Ésa sí que es una buena respuesta, No era difícil, me la ha servido en bandeja, Le serviré otras, si viene buscando alguna verdad, Buscar la verdad es el objetivo fundamental de cualquier policía, Me alegra oírselo decir con ese énfasis, y ahora pase, mi marido ha bajado a comprar los periódicos, no tardará, Si lo cree más conveniente, espero fuera, Qué ocurrencia, entre, entre, en qué mejores manos que las de la policía podría alguien sentirse seguro, preguntó la mujer. El comisario entró, la mujer iba delante y le abrió la puerta de una acogedora sala de estar, donde se percibía una atmósfera amigable y vivida, Quiere sentarse, señor comisario, dijo, y preguntó, Puedo ofrecerle una taza de café, muchas gracias, no aceptamos nada cuando estamos de servicio, Claro, así comienzan siempre las grandes corrupciones, un café hoy, un café mañana, al tercero ya está todo perdido, Es un principio nuestro, señora, Voy a pedirle que me satisfaga una pequeña curiosidad, Qué curiosidad, Dice que es policía, me ha enseñado el carnet que lo acredita como comisario, pero, según mis noticias, la policía se retiró de la capital hace unas cuantas semanas, dejándonos entregados a las garras de la violencia y el crimen que campean por todas partes, debo entender ahora por su presencia aquí que nuestra policía ha regresado al hogar, No señora, no hemos regresado al hogar, si me permite usar su expresión, seguimos al otro lado de la línea divisoria, Fuertes deben de ser los motivos que le han obligado a cruzar la frontera, Sí, muy fuertes, Las preguntas que trae tienen que ver, naturalmente, con esos motivos, Naturalmente, Luego debo esperara que sean hechas, Así es. Tres minutos después se oyó abrir la puerta. La mujer salió de la sala y le dijo a la persona que acababa de entrar, Tenemos visita, un comisario de policía, nada más y nada menos, Y desde cuándo se interesan los comisarios de policía por personas inocentes. Las últimas palabras ya fueron pronunciadas dentro de la sala, el médico se había adelantado a la mujer e interrogaba así al comisario, que respondió, levantándose del sillón en que estaba sentado, No hay personas inocentes, cuando no se es culpable de un crimen, se es culpable de una falta, siempre es así, Y nosotros, de qué crimen o de qué falta somos culpables o acusados, No tenga prisa, doctor, comencemos por acomodarnos temer, además de ser una asesina, forma parte de la diabólica maniobra que mantiene humillado al estado de derecho, con la cabeza baja y de rodillas. No se sabe quién, en el departamento oficial de códigos cifrados, decidió contemplar al comisario con el grotesco alias de papagayo de mar, sin duda era un enemigo personal, porque el apodo más justo y merecido sería el de alekhine, el gran maestro de ajedrez por desgracia ya fuera del número de los vivos. La duda de minutos antes se disipó como humo y una sólida certeza ocupó su lugar. Obsérvese con qué sublime arte combinatoria va a ejecutar los lances que lo conducirán, por lo menos así lo cree, al jaque mate final. Sonriendo con delicadeza, dijo, Aceptaría ahora el café que tuvo la amabilidad de ofrecerme, Le recuerdo que los policías no aceptan nada cuando están de servicio, respondió, consciente del juego, la mujer del médico, Los comisarios están autorizados a infringir las reglas siempre que lo consideren conveniente, Quiere decir útil a los intereses de la investigación, También se puede expresar de esa manera, Y no tiene miedo que el café que le voy a traer sea un paso en el camino de la corrupción, Recuerdo haberle oído que eso sólo ocurre con el tercer café, No, lo que le dije es que con el tercer café queda consumado de una vez por todas el proceso corruptor, el primero abre la puerta, el segundo la sostiene para que el aspirante a la corrupción entre sin tropezar, el tercero la cierra definitivamente, Gracias por el aviso, que recibo como un consejo, me quedaré entonces en el primer café, Que le será servido de forma inmediata, dijo la mujer, y salió de la sala. El comisario miró el reloj. Tiene prisa, preguntó con intención el médico, No doctor, no tengo prisa, sólo me cercioraba de si no habría venido a perjudicarles el almuerzo, Para almorzar aún es demasiado pronto, Y también me preguntaba cuánto tiempo tardaré en obtener las respuestas que pretendo, Ya sabe las respuestas que pretende, o pretende que las preguntas sean respondidas, preguntó el médico, y añadió, Es que no es lo mismo, Tiene tazón, no es lo mismo, durante la breve conversación que he mantenido a solas con su mujer, ella tuvo ocasión de comprobar que estimo la precisión en el lenguaje, veo que también es su caso, En mi profesión no es infrecuente que los errores de diagnóstico sean consecuencia de imprecisiones de lenguaje, Lo estoy tratando de doctor, pero no me ha preguntado cómo supe que usted es médico, Porque me parece tiempo perdido preguntarle a un policía cómo sabe lo que sabe o lo que afirma saber, Bien respondido, sí señor, a dios tampoco nadie le pregunta cómo se hizo omnisciente, omnipresente y omnipotente, No me diga que los policías son dios, Somos apenas sus modestos representantes en la tierra, doctor, Creía que lo eran las iglesias y los sacerdotes. Las iglesias y los sacerdotes son sólo la segunda línea.

La mujer entró con el café, tres tazas en una bandeja, algunas pastas. Parece que en este mundo todo tiene que repetirse, pensó el comisario, mientras el paladar revivía los sabores del desayuno en la providencial, s.a., Tomaré sólo café, dijo, muchas gracias. Cuando posó la taza en la bandeja, volvió a agradecer, y añadió con una sonrisa de complicidad, Excelente café, señora, tal vez tenga, que reconsiderar la decisión de no tomar el segundo. El médico y la mujer ya habían terminado. Ninguno tocó las pastas. El comisario extrajo del bolsillo interior de la chaqueta su bloc de notas, preparó la pluma, y dejó que la voz le saliera en un tono neutro, sin expresión, como si no le interesara realmente la respuesta, Qué explicación podría darme, señora, del hecho de no haberse quedado ciega hace cuatro años, cuando la epidemia. El médico y la mujer cruzaron las miradas sorprendidos, y ella preguntó, Cómo sabe que no cegué hace cuatro años, Ahora mismo, dijo el comisario, su marido, con mucha inteligencia, ha considerado que es una pérdida de tiempo preguntarle a un policía cómo sabe lo que sabe o lo que afirma saber, Yo no soy mi marido, Y yo no tengo que desvelar, ni a usted ni a él, los secretos de mi oficio, sé que no perdió la vista, y eso me basta. El médico hizo un gesto como para intervenir, pero la mujer le puso la mano en el brazo, Muy bien, ahora dígame, supongo que esto no es un secreto, en qué puede interesarle a la policía que yo haya estado ciega o no hace cuatro años, Si hubiese cegado como todo el mundo cegó, si hubiese cegado como yo mismo cegué, puede tener absoluta seguridad de que no me encontraría aquí en este momento, Fue un crimen que no me quedara ciega, preguntó ella, No haber cegado ni fue ni podría ser crimen, aunque ya que me obliga a decirlo, haya cometido un crimen gracias precisamente a no estar ciega, Un crimen, Un asesinato, La mujer miró al marido como si estuviera pidiéndole un consejo, luego se volvió bruscamente hacia el comisario y dijo, Sí, es verdad, maté a un hombre. No prosiguió, mantuvo fija la mirada, a la espera. El comisario simuló que tomaba nota en el cuaderno, pero lo que pretendía era ganar tiempo, pensar en la jugada siguiente. Si la reacción de la mujer lo había desconcertado, no fue tanto porque hubiera confesado el asesinato, sino por el silencio que mantuvo a continuación, como si sobre ese asunto ya no hubiera nada más que decir. Y verdaderamente, pensó, no es el crimen lo que me interesa. Supongo que dispone de una buena razón que darme, aventuró, Sobre qué, preguntó la mujer, Sobre el crimen, No fue un crimen, Qué fue entonces, Un acto de justicia, Para aplicar justicia están los tribunales, No podía ir con una denuncia a la policía, como usted acaba de decir, en ese momento todos estábamos ciegos, Excepto usted, Sí, excepto yo, A quién mató, A un violador, a un ser repugnante, Me está diciendo que mató a quien la estaba violando, No a mí, a una compañera, Ciega, Sí, ciega, Y el hombre también estaba ciego, Sí, Cómo lo mató, Con unas tijeras, Se las clavó en el corazón, No, en el cuello, La miro y no le veo cara de asesina, No soy una asesina, Mató a un hombre, No era un hombre, era un chinche. El comisario tomó otra nota y se dirigió al médico, Y usted dónde se encontraba mientras su mujer se entretenía matando al chinche, En otra sala del antiguo manicomio donde nos habían metido cuando todavía pensaban que aislando a los primeros ciegos que aparecieron se impediría la propagación de la propagación de la ceguera, Creo saber que usted es oftalmólogo, Sí, tuve el privilegio, por llamarlo de alguna manera, de atender en mi consulta a la primera persona que se quedó ciega, Un hombre, o una mujer, Un hombre, Y fue a parar al mismo dormitorio colectivo, a la misma sala, Sí, como algunas otras personas que se encontraban en la consulta, Le pareció bien que su mujer hubiera asesinado al violador, Me pareció necesario, Por qué, No haría esa pregunta si hubiera estado allí, Es posible, pero no estaba, por eso vuelvo a preguntarle por qué le pareció necesario que su mujer matara al chinche, es decir, al violador de la compañera, Alguien tenía que hacerlo, y ella era la única que podía ver, Sólo porque el chinche era un violador, No sólo él, todos los que estaban en la misma sala exigían mujeres a cambio de comida, él era el jefe, Su mujer también fue violada, Sí, Antes o después que la compañera, Antes. El comisario tomó una nota más en el cuaderno, después preguntó, A su entender como oftalmólogo, qué explicación puede haber para el hecho de que su mujer no se quedara ciega, A mi entender como oftalmólogo, respondo que no hay ninguna explicación, Tiene una mujer muy singular, doctor, Así es, pero no solamente por esa razón, Qué les sucedió después a las personas que habían sido internadas en tal antiguo manicomio, Hubo un incendio, la mayor parte de ellas murieron carbonizadas o aplastadas por los derrumbes, Cómo sabe que hubo derrumbes, Muy simple, los oímos cuando ya estábamos fuera, Y usted y su mujer, cómo se salvaron, Conseguimos escapar a tiempo, Tuvieron suerte, Sí, ella nos guió, A quiénes se refiere cuando dice nos. A mí y a otras personas, las que habían coincidido en la consulta, Quiénes eran, El primer ciego, ese al que me referí antes, y la mujer, una chica que padecía conjuntivitis, un hombre de edad que tenía una catarata, un niño estrábico acompañado por su madre, A todos ésos su mujer los ayudó a escapar del incendio, A todos menos a la madre del niño, ésa no estaba en el manicomio, se había perdido del hijo y sólo volvió a encontrarlo semanas después de que recuperáramos la visión, Quién se ocupó del niño durante ese tiempo intermedio, Nosotros, Su mujer y usted, Sí, ella podía ver, los demás ayudábamos lo mejor que podíamos, Quiere decir que vivieron juntos, en comunidad, teniendo a su mujer como guía, Como guía y como proveedora, Realmente tuvieron suerte, repitió el comisario, Así se le puede llamar, Mantuvieron relaciones con las personas del grupo después de que la situación se hubiera normalizado, Sí, como es lógico, Y aún las mantienen, Con la excepción del primer ciego, sí, Por qué esa excepción, No era una persona simpática, En qué sentido, En todos, Eso es demasiado vago, Admito que lo sea, Y no quiere concretar, Hable con él y fórmese su propio juicio, Sabe dónde viven, Quiénes, El primer ciego y su mujer, Se separaron, se divorciaron, Tienen relaciones con ella, Con ella, sí, Pero no con él, Con él, no, Por qué, Ya se lo he dicho, no es una persona simpática. El comisario volvió al cuaderno de notas y escribió su propio nombre para que no pareciera que no había aprovechado nada de tan extenso interrogatorio, Iba a pasar al lance siguiente, el más problemático el más arriesgado del juego. Levantó la cabeza, miró a la mujer del médico, abrió la boca para hablar, pero ella se le anticipó, Usted es comisario de policía, vino, se identificó como tal y ha estado haciéndonos toda especie de preguntas, pero, dejando a un lado la cuestión del asesinato premeditado que cometí y que confesé, pero del cual no hay testigos, unos porque murieron, todos porque estaban ciegos, eso sin contar con que a nadie le importa hoy saber lo que pasó hace cuatro años en una situación de caos absoluto, cuando todas las leyes eran letra muerta, pero nosotros todavía estamos esperando que nos diga qué le ha traído aquí, creo que ha llegado la hora de poner las cartas sobre la mesa, déjese de rodeos y vaya derecho al asunto que realmente le interesa a quien lo ha mandado a esta casa. Hasta este momento el comisario tenía muy claro en su cabeza el objetivo de la misión que le fue encargada por el ministro del interior, nada menos que averiguar si existía alguna relación entre el fenómeno del voto en blanco y la mujer que tenía delante, pero su interpelación, seca y directa, lo dejó desarmado y, peor aún, con la súbita conciencia del tremendo ridículo en que caería si le preguntase, con los ojos bajos porque no tendría valor para mirarla cara a cara, Por casualidad no será usted la organizadora, la responsable, la jefa del movimiento subversivo que ha puesto al sistema democrático en una situación de peligro que quizá no sea exagerado llamar mortal. Qué movimiento subversivo, querría ella saber, El del voto en blanco, Está diciéndome que el voto en blanco es subversivo, volvería ella a preguntar, Si es en cantidades excesivas, sí señor, Y dónde está eso escrito, en la constitución, en la ley electoral, en los diez mandamientos, en el código de circulación, en los frascos de jarabe, insistiría ella, Escrito, escrito, no está, pero cualquier persona entiende que se trata de una simple cuestión de jerarquía de valores y de sentido común, primero están los votos explícitos, después vienen los blancos, después los nulos, finalmente las abstenciones, está clarísimo que la democracia correría peligro si una de estas categorías secundarias sobrepasara a la principal, si los votos están ahí es para que hagamos de ellos un uso prudente, Y yo soy la culpable de lo sucedido, Es lo que estoy tratando de averiguar, Y cómo he conseguido inducir a la mayoría de la población de la capital a votar en blanco, metiendo panfletos por debajo de las puertas, por medio de rezos y conjuros a medianoche, lanzando un producto químico en el abastecimiento de agua, prometiéndole el primer premio de la lotería a cada persona o gastando en comprar votos lo que mi marido gana en la consulta, Usted conservó la visión cuando todos estábamos ciegos y todavía no ha sido capaz o se niega a explicarme por qué, Y eso me convierte ahora en culpable de conspiración contra la democracia mundial, Es lo que trato de averiguar, Pues entonces vaya a averiguarlo y cuando llegue al final de la investigación vuelva aquí a contármelo, hasta entonces no oirá de mi boca ni una palabra más. Y era esto, por encima de todo, lo que el comisario no quería, se preparaba para decir que no tenía más preguntas que hacer en este momento, pero que mañana volvería para continuar el interrogatorio, cuando el timbre de la puerta sonó. El médico se levantó y fue a ver quién llamaba. Regresó a la salita acompañado del inspector, Este señor dice que es inspector de policía y que usted le había dado orden de que viniera aquí, Efectivamente así es, dijo el comisario, pero el trabajo, por hoy, está terminado, seguiremos mañana a la misma hora, Le recuerdo lo que nos dijo al agente y a mí se atrevió el inspector, pero el comisario interrumpió, Lo que haya dicho o no dicho no interesa ahora, Y mañana, vendremos los tres, Inspector, la pregunta es impertinente, tomo mis decisiones siempre en el lugar adecuado y en la ocasión adecuada, a su debido tiempo lo sabrá, respondió irritado el comisario. Se dirigió a la mujer del médico y dijo, Mañana, tal como usted ha reclamado, no perderé tiempo en circunloquios, iré derecho al asunto, y lo que tengo que preguntarle no le va a parecer más extraordinario que a mí el hecho de que no perdiera la vista durante la epidemia general de ceguera blanca de hace cuatro años, yo me quedé ciego, el inspector se quedó ciego, su marido se quedó ciego, usted no, veremos si en este caso se confirma el antiguo refrán Quien hizo un cesto hizo ciento, De cestos se trata entonces, señor comisario, preguntó en tono irónico la mujer del médico, De cientos, señora, de cientos, respondió el comisario al mismo tiempo que se retiraba, aliviado porque la adversaria le había fornecido la respuesta para una salida más o menos airosa. Tenía un leve dolor de cabeza.


No almorzaron juntos. Fiel a su táctica de dispersión controlada, el comisario les recordó al inspector y al agente, antes de separarse, que no deberían repetir los restaurantes del día anterior y de la misma manera que lo haría si fuese subordinado de sí mismo, cumplió disciplinadamente la orden dada. También con espíritu de sacrificio porque el restaurante que eligió, de las tres estrellas que la carta prometía, sólo le puso una en el plato. Esta vez no se marcó un punto de encuentro, sino dos, el primero era para el agente, en el segundo esperaba el inspector. Comprendieron en seguida que el superior no estaba para conversaciones, probablemente no le fue bien con el médico y su mujer. Y como ellos, a su vez, no traían de las diligencias ejecutadas resultados aprovechables, la reunión para intercambio y examen de las informaciones en la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, no se presentaba como un mar de rosas. A esta tensión profesional se le unió la insólita y preocupante pregunta que les hizo el encargado del garaje cuando entraron con el coche, Ustedes, de dónde son. Es cierto que el comisario, honra le sea hecha y también gracias a su experiencia en el oficio, no perdió los estribos, Somos de la providencial, respondió secamente, y a continuación, con más sequedad aún, Vamos a estacionar donde debemos, en el espacio que pertenece a la empresa, por tanto su pregunta, aparte de impertinente, es de mala educación, Tal vez sea impertinente y de mala educación, pero yo, a ustedes, no recuerdo haberlos visto antes por aquí, Es que, respondió el comisario, además de ser maleducado, tiene mala memoria, a mis colegas, que son nuevos en la empresa, es la primera vez que los ve, pero yo ya he estado aquí, y ahora apártese porque el conductor es un poco nervioso y puede atropellarlo sin querer. Aparcaron el coche y subieron en el ascensor. Sin pensar en la posible imprudencia que cometía, el agente quiso explicar que de nervioso no tenía nada, que en los exámenes para entrar en la policía fue clasificado como altamente tranquilo, pero el comisario, con un gesto brusco, lo redujo al silencio. Y ahora, ya bajo el resguardo de las reforzadas paredes y de los insonorizados techos y suelos de la providencial, s.a., lo fulmina sin piedad, Ni siquiera le pasó por la cabeza, pedazo de idiota, que puede haber micrófonos instalados en el ascensor, Señor comisario, estoy desolado, realmente no se me ocurrió, balbuceó el pobre, Mañana no sale de aquí, se queda a guardar el local y aprovecha el tiempo para escribir quinientas veces Soy un idiota, Señor comisario, por favor, Deje, no haga caso, ya sé que estoy exagerando, pero el tipo del garaje me ha soliviantado, tanto evitar la puerta de entrada para no llamar la atención y ahora nos sale este quisquilloso, Quizá mereciera la pena hacerle llegar un aviso de los nuestros, como se hizo con el portero, sugirió el inspector, Sería contraproducente, lo que necesitamos es que nadie se fije en nosotros, Recelo que ya es un poco tarde para eso, comisario, si los servicios tuviesen otro local en la ciudad, lo mejor sería que nos trasladáramos, Tener, tienen, pero, por lo que sé, no están operativos, Podríamos intentarlo, No, no hay tiempo y, además, al ministerio no le gustaría nada la idea, esta cuestión tiene que resolverse con toda rapidez, con la máxima urgencia, Me permite que le hable francamente, comisario, preguntó el inspector, Dime, Me temo que nos han metido en un callejón sin salida, o peor, en un avispero envenenado, Qué te hace pensar así, No lo sé explicar, pero la verdad es que me siento como si estuviera sobre un barril de pólvora y con la mecha encendida, tengo la impresión de que esto va a explotar de un momento a otro. Al comisario le parecía estar oyendo sus propios pensamientos, pero el puesto que ocupaba y la responsabilidad de la misión no le permitían tergiversaciones en el recto camino del deber, No soy de tu opinión, dijo, y con estas pocas palabras dio el asunto por concluido.

Ahora estaban sentados a la mesa donde desayunaron esa mañana, con los cuadernos de notas abiertos, preparados para el brainstorm. Comienza tú, ordenó el comisario al agente, Así que entré, dijo él, comprendí que nadie había avisado a la mujer, Claro que no, no podían, acordamos llegar todos a las diez y media, Yo me retrasé un poco, eran las diez y treinta y siete cuando llamé a la puerta, confesó el agente, Eso no tiene importancia, sigue, no perdamos tiempo, Me dejó pasar, me preguntó si quería un café, le respondí que sí, no le di importancia, era como si estuviese de visita, entonces le dije que me habían encargado investigar lo que sucedió hace cuatro años en el manicomio, pero pensé que era mejor no tocar de entrada la cuestión del ciego asesinado, por eso desvié el asunto hacia las circunstancias en que se produjo el incendio, a ella le extrañó que cuatro años más tarde volviéramos a lo que todo el mundo quería olvidar, yo le dije que la idea, ahora, era registrar el mayor número posible de datos porque las semanas en que aquello sucedió no podían estar en blanco en la historia del país, pero ella de tonta no tiene nada, en seguida me llamó la atención sobre la incongruencia, incongruencia fue la palabra que usó, de que sea precisamente en la situación en que nos encontramos, con la ciudad aislada y bajo estado de sitio por culpa del voto en blanco, que a alguien se le haya ocurrido averiguar lo que sucedió durante la epidemia de ceguera blanca, tengo que reconocer, señor comisario, que me quedé bloqueado en el primer momento, sin saber qué responder, ahí conseguí inventar una explicación, que la investigación fue decidida antes de que sucediese lo del voto en blanco, pero que se retrasó por problemas burocráticos y sólo ahora ha sido posible iniciarla, entonces ella dijo que de las causas del incendio nada sabía, se debería a algo casual que incluso podría haber ocurrido antes, entonces le pregunté cómo consiguió salvarse, y ahí ella se puso a hablar de la mujer del médico elogiándola de todas las maneras, una persona extraordinaria como nunca ha conocido otra en su vida, fuera de lo común en todo, tengo la seguridad de que de no haber sido por ella, no estaría aquí hablando con usted, nos salvó a todos, y no sólo nos salvó, hizo más, nos protegió, nos alimentó, cuidó de nosotros, entonces yo le pregunté que a quiénes se refería con aquel pronombre personal, y ella mencionó una por una, a todas las personas de las que ya tenemos conocimiento, y al final dijo que también estaba en el grupo el que era su marido, pero que sobre él no quería hablar porque se divorciaron hace tres años, y eso fue todo lo que salió de la conversación, señor comisario, la impresión que me llevé es que la mujer del médico debe de ser algo así como una especie de heroína, un alma grande. El comisario hizo corno que no entendió las últimas palabras. Fingiéndose desatento no tendría que reprender al agente por haber clasificado de heroína y alma grande a una mujer que se encuentra bajo sospecha de estar implicada en el peor de los crímenes que, en las actuales circunstancias, se pueden cometer contra la patria. Se sentía cansado. Y con voz sorda, apagada, pidió al inspector el relato de lo que pasó en casa de la prostituta y del viejo de la venda negra, Si fue prostituta, no me parece que lo siga siendo, Por qué, preguntó el comisario, No tiene ni los modos, ni los gestos, ni las palabras, ni el estilo, Pareces saber mucho de prostitutas, No lo crea, comisario, apenas lo trivial, alguna experiencia directa, sobre todo muchas ideas preconcebidas, Sigue, Me recibieron correctamente, pero no me ofrecieron café, Están casados, Por lo menos tenían alianza en el dedo, Y el viejo, qué te ha parecido, Es viejo, y con eso queda todo dicho, Ahí es donde te equivocas, de los viejos está todo por decir, lo que sucede es que no se les pregunta nada y entonces se callan, Pues éste no se calla, Mejor para él, continúa, Comencé hablando del incendio, como hizo el colega, pero en seguida comprendí que por ese camino no llegaba a ninguna parte, así que decidí pasar al ataque frontal, le hablé de una carta recibida en la policía en que se describen ciertos actos delictivos cometidos en el manicomio antes del incendio, como, por ejemplo, un asesinato, y les pregunté si sabían algo sobre el asunto, entonces ella me dijo que sí, que sabía, que nadie lo podría saber mejor, puesto que había sido ella la asesina, Y dijo cuál fue el arma del crimen, preguntó el comisario, Sí, unas tijeras, Clavadas en el corazón, No comisario, en el cuello, Y qué más, Tengo que confesar que me dejó completamente desconcertado, Lo supongo, De repente pasamos a tener dos autoras para el mismo crimen, Continúa, Lo que viene ahora es un cuadro pavoroso, El fuego, No comisario, ella comenzó a describir crudamente, casi con ferocidad, lo que les pasaba a las mujeres violadas en la sala de los ciegos, Y él, qué hacía mientras la mujer describía todo eso, Me miraba de frente, con fijeza, con su único ojo, como si estuviera viéndome por dentro, Ilusión tuya, No comisario, a partir de ahora ya sé que un ojo ve mejor que dos porque, no teniendo otro para que lo ayude, tiene que hacer él todo el trabajo, Quizá por eso se dice que en el país de los ciegos quien tiene un ojo es rey, Quizá, comisario, Sigue, continúa, Cuando ella se calló, tomó él la palabra para decir que no se creía que el motivo de mi visita, fue ésta la expresión que usó, consistiese en averiguar las causas de un incendio del que ya nada restaba o clarificar las circunstancias que rodearon un asesinato que no podría ser probado, y que, si no tenía nada más que añadir que valiese la pena, hiciera el favor de retirarme, Y tú, Invoqué mi autoridad de policía, que estaba allí cumpliendo una misión y que llegaría al final costase lo que costase, Y él, Respondió que en ese caso yo sería el único agente de la autoridad de servicio en la capital, puesto que los cuerpos policiales desaparecieron hace no sé cuántas semanas, y que por tanto me agradecía mucho que me preocupara de la seguridad de la pareja y, esperaba, que de alguien más, porque no podía creerse que se hubiese enviado a un policía aposta sólo por las dos personas que tenía delante, Y luego, La situación se hizo muy difícil, yo no podía llegar más lejos, la única forma que encontré para cubrir la retirada fue que se prepararan para un careo, dado que, de acuerdo con las informaciones de que disponíamos, absolutamente fidedignas, no había sido ella quien asesinó al jefe de la sala de los ciegos delincuentes, sino otra persona, una mujer que ya ha sido identificada, Y ellos, cómo reaccionaron, En el primer momento me pareció que llegué a asustarlos, pero el viejo se recompuso inmediatamente y dijo que allí, en su casa, o dondequiera que fuese, se harían acompañar de un abogado que supiera más de leyes que la policía, Crees realmente que les metiste miedo, preguntó el comisario, Me parece que sí, pero seguridad absoluta no puedo tener, Miedo es posible que hayan tenido, en cualquier caso no por ellos, Por quién, entonces, comisario, Por la verdadera asesina, por la mujer del médico, Pero la prostituta, No sé si tenemos derecho a seguirla llamando así, Pero la mujer del viejo de la venda negra afirmó que fue ella quien asesinó, bien es verdad que la carta del otro tipo no la denuncia a ella, sino a la mujer del médico, Que, de hecho, es la verdadera autora del crimen, ella misma me lo confesó y confirmó. A esas alturas de la conversación era lógico que el inspector y el agente esperaran que el superior, puesto que ya había entrado en la materia de sus investigaciones personales, les hiciese un relato más o menos completo de lo que consiguió saber tras la diligencia, pero el comisario se limitó a decir que regresaría a casa de los sospechosos al día siguiente para interrogarlos y que después de eso decidiría los próximos pasos. Y nosotros, qué servicio tenemos para mañana, preguntó el inspector, Operaciones de seguimiento, nada más que operaciones de seguimiento, tú te ocupas de la ex mujer del tipo que escribió la carta, no tendrás problemas, ella no te conoce. Y yo, dijo el agente, automáticamente y por exclusión de partes, me ocupo del viejo y de la prostituta, Salvo que puedas probar que realmente lo sea, el uso de la palabra prostituta queda excluido de nuestras conversaciones, Sí señor comisario, E incluso si lo fuera, te buscas otra manera de referirte a ella, Sí señor comisario, usaré el nombre, Los nombres están en mi cuaderno de notas, ya no están en el tuyo, Usted me dirá cómo se llama y así se acaba con lo de prostituta, No te lo digo, por ahora se trata de información reservada, Su nombre o los de todos, preguntó el agente, Los de todos, Entonces así no sé cómo tengo que llamarla, Puedes llamarla, por ejemplo, la chica de las gafas oscuras, Pero ella no lleva gafas oscuras, eso lo puedo jurar, Todo el mundo usa gafas oscuras por lo menos una vez en la vida, respondió el comisario levantándose. Encogido de espaldas, se dirigió al dormitorio y cerró la puerta. Apuesto a que va a comunicarse con el ministro, dijo el inspector, Qué le pasa, preguntó el agente, Se siente como nosotros, desconcertado, Parece que no cree en lo que está haciendo, Y tú, crees, Yo cumplo órdenes, pero él es el jefe, no puede darnos señales de desorientación, luego las consecuencias las sufrimos nosotros, cuando la ola golpea en la roca, quien paga siempre es el mejillón, Tengo muchas dudas sobre la propiedad de esa frase, Por qué, Porque me parece que los mejillones están contentísimos cuando les llega el agua, No sé, nunca he oído reírse a los mejillones, Pues no sólo se ríen, dan carcajadas, lo que pasa es que el ruido de las olas impide oírlas, hay que acercar bien el oído, Nada de eso es verdad, le estas tomando el pelo a un agente de segunda, Es una forma inofensiva de pasar el tiempo, no te enfades, Creo que hay otra mejor, Cuál, Dormir, estoy cansado, me voy a acostar, El comisario puede necesitarte, Para que vaya otra vez a darme con la cabeza en la pared, no creo, Tienes razón dijo el inspector, sigo tu ejemplo, también voy a descansar un poco, pero dejo aquí una nota diciendo que nos llame si necesita algo, Me parece bien.

El comisario se quitó los zapatos y se tumbó sobre la cama. Estaba boca arriba, con las manos cruzadas bajo la nuca, y miraba al techo como si esperara que de allí le viniese algún consejo o, si a tanto no llegaba, al menos eso que solemos llamar una opinión sin compromiso. Tal vez por estar insonorizado, y por tanto sordo, el techo no tuvo nada que decirle, además, como pasaba la mayor parte del tiempo a solas, ya casi había perdido, en la práctica, el don de la palabra. El comisario revivía la conversación mantenida con la mujer del médico y con el marido, el rostro de uno, el rostro del otro, el perro que se levantó resoplando cuando lo vio entrar y que se volvió a echar a la voz de la dueña, un candil de latón con tres picos que le recordaba uno igual que tenían sus padres y que desapareció sin que nadie supiera cómo, mezclaba estos recuerdos con lo que acababa de escuchar de la boca del inspector y del agente y se preguntaba a sí mismo qué mierda estaba haciendo allí. Había atravesado la frontera al más puro estilo de un héroe de película, convencido de que venía a rescatar la patria de un peligro mortal, en nombre de ese convencimiento dio a los subordinados órdenes disparatadas que ellos le hicieron el favor de tolerar, intentó sostener en pie un periclitante montaje de sospechas que se le venía abajo cada minuto que pasaba, y ahora se preguntaba, sorprendido por una indefinida angustia que le oprimía el diafragma, qué información más o menos merecedora de crédito podría, el, papagayo de mar, inventar para transmitirle a un albatros que, a estas horas, ya debería estar preguntándose impaciente por qué tardaban tanto las noticias. Qué le voy a decir, se preguntó, que se confirman las sospechas sobre el águila pescadora, que el marido y los otros forman parte de una conspiración, él preguntará quiénes son esos otros, y yo le diré que hay un viejo con una venda negra a quien le sentaría bien el nombre cifrado de pez lobo, y una chica de gafas oscuras a quien podríamos llamar pez gato, y la ex mujer del tipo que escribió la carta, y ésa se llamaría pez aguja, en caso de que esté de acuerdo, albatros. El comisario ya se había levantado, ahora hablaba por el teléfono rojo, decía, Sí, albatros, estos a los que acabo de referirme no son, efectivamente, peces gordos, tuvieron la suerte de encontrarse al águila pescadora, que los protegió, Y esa águila pescadora, qué le ha parecido, papagayo de mar, Me ha parecido una mujer decente, normal, inteligente, y si todo lo que los otros dicen de ella es verdad, albatros, y yo me inclino a pensar que sí, entonces se trata de una mujer fuera de absolutamente fuera de lo común, Tan fuera de lo común que fue capaz de matar a un hombre a tijeretazos, papagayo de mar, Según los testigos, se trataba de un abominable violador, de un ser repugnante en todos los aspectos, albatros, No se deje engañar, papagayo de mar, para mí está claro que esa gente se ha puesto de acuerdo para presentar una versión única de los acontecimientos en caso de que algún día fuera interrogada, han tenido cuatro años para concertar un plan, tal como veo las cosas, a partir de los datos que me da y de mis propias deducciones e intuiciones, apuesto lo que quiera a que estos cinco constituyen una célula organizada, probablemente, incluso, la cabeza de la tenia de la que hablamos hace tiempo, Ni mis colaboradores ni yo hemos sacado esa impresión, albatros, Pues no le va a quedar otro remedio, papagayo de mar, que empezar a tenerla, Necesitamos pruebas, sin pruebas no podemos hacer nada, albatros, Encuéntrenlas, papagayo de mar, procedan a una búsqueda rigurosa en las casas, Pero nosotros sólo podemos registrar con autorización de un juez, albatros, Le recuerdo que la capital se encuentra en estado de sitio y que todos los derechos y garantías de sus habitantes han sido suspendidos, papagayo de mar, Y qué hacemos si no encontramos pruebas, albatros, Me niego a admitir que no las encuentre, papagayo de mar, para comisario me parece usted muy ingenuo, desde que me conozco como ministro del interior, las pruebas inexistentes, al final estaban allí, Lo que me está pidiendo no es fácil ni agradable, albatros, No pido, ordeno, papagayo de mar, Sí, albatros, en todo caso le pido autorización para hacerle notar que no estamos ante un crimen evidente, no hay pruebas de que la persona que se decidió considerar sospechosa lo sea en realidad, los contactos establecidos, los interrogatorios realizados, apuntan, muy al contrario, a la inocencia de esa persona, La fotografía que se hace de un detenido, papagayo de mar, es siempre la de un presunto inocente, después se acaba sabiendo que el criminal ya estaba ahí, Puedo hacerle una pregunta, albatros, Hágala que yo responderé, papagayo de mar, siempre he sido bueno dando respuestas, Qué sucederá si no se encuentran pruebas de culpabilidad, Lo mismo que sucedería si no se encontrasen pruebas de inocencia, Cómo debo entender eso, albatros, Que hay casos en que la sentencia ya está escrita antes del crimen, Siendo así, si entiendo bien adónde quiere llegar, le ruego que me retire de la misión, albatros, Será retirado, papagayo de mar, pero no ahora ni a petición propia, será retirado cuando este caso se cierre, y este caso sólo se cerrará gracias a su meritorio esfuerzo y al de sus ayudantes, óigame bien, le doy cinco días, anótelo, cinco días, ni uno más, para que me entregue a toda la célula atada de pies y manos, a su águila pescadora y al marido, que no

ha llegado a tener nombre, pobrecillo, y a los tres pececitos que han aparecido ahora, el lobo, el gato y la aguja, quiero aplastarlos con una carga de pruebas de culpabilidad imposibles de negar, contrariar o refutar, es esto lo que quiero, papagayo de mar, Haré lo que pueda, albatros, Hará exactamente lo que le acabo de decir, sin embargo, para que no se quede con mala impresión sobre mi persona, y siendo yo, como de hecho soy, un ser razonable, comprendo que necesite alguna ayuda para llevar su trabajo a buen término, Me va a mandar otro inspector, albatros, No, papagayo de mar, mi ayuda será de otra naturaleza, pero tan eficaz o más todavía, es como si le enviara a toda la policía que está bajo mis órdenes, No lo entiendo, albatros, Será el primero en comprender cuando suene el gong, El gong, El gong del último asalto, papagayo de mar. La comunicación fue cortada.

El comisario salió del dormitorio cuando el reloj marcaba las seis y veinte. Leyó el recado que el inspector había dejado sobre la mesa y escribió debajo, Tengo que resolver un asunto, espérenme. Bajó al garaje, entró en el coche, lo puso en marcha y se dirigió hacia la rampa de salida. Ahí se detuvo y le hizo señal al encargado para que se aproximara. Todavía resentido por el intercambio de palabras y el mal trato recibido del inquilino de la providencial, s.a., el hombre, receloso, se acercó a la ventanilla del coche y usó la fórmula habitual, Ocurre algo, Antes estuve un tanto violento con usted, No importa, estamos acostumbrados a todo, No era mi intención ofenderle, Ni había razón para eso, señor, Comisario, soy comisario de policía, aquí tiene mi placa, Disculpe, señor comisario, no podía saberlo, y los otros señores, El más joven es agente, el otro es inspector, Lo tendré en cuenta, señor comisario, y le garantizo que no le molestaré más, pero era con la mejor de las intenciones, Hemos estado aquí realizando trabajos de investigación, pero terminamos el servicio, ahora somos personas como las demás, es como si estuviéramos de vacaciones, aunque, para su tranquilidad, le aconsejo la máxima discreción, recuerde que por el hecho de estar de vacaciones un policía no deja de ser policía, lo lleva, por decirlo así, en la masa de la sangre, Lo entiendo muy bien, señor comisario, pero, siendo así, y si me permite la franqueza, hubiera sido preferible que no me dijera nada, ojos que no ven, corazón que no siente, quien no sabe es como quien no ve, Necesitaba desahogarme con alguien, y usted era la persona que tenía más a mano. El coche ya comenzaba a subir la rampa, pero el comisario todavía tenía algo más que recomendar, Conserve la boca cerrada, no vaya a ser que tenga que arrepentirme de lo que le he dicho. Se habría arrepentido ciertamente si hubiera vuelto atrás, pues encontraría al encargado hablando por teléfono con aires de misterio, tal vez contándole a su mujer que acababa de conocer a un comisario de policía, tal vez informando al portero de quiénes eran los tres hombres de traje oscuro que subían directamente desde el garaje al piso donde se encuentra la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, tal vez esto, tal vez aquello, lo más probable es que de esta llamada telefónica nunca se sepa la verdad. Pocos metros adelante el comisario detuvo el coche junto a una acera, sacó del bolsillo exterior de la chaqueta el cuaderno de notas, lo hojeó hasta llegar a la página donde el autor de la carta delatora escribiera los nombres y las direcciones de los antiguos compañeros, después consultó el callejero y el mapa, y vio que el domicilio que le quedaba más cerca era el de la ex mujer del denunciante. Tomó nota también del recorrido que debería seguir para llegar a la casa del viejo de la venda negra y de la chica de gafas oscuras. Sonrió al recordar la confusión del agente cuando le dijo que este nombre le sentaría a la perfección a la mujer del viejo de la venda negra, Pero ella no llevaba gafas oscuras, respondió desconcertado el pobre agente de segunda clase. No he sido leal, pensó el comisario, debería haberle mostrado la fotografía del grupo, la chica deja caer el brazo derecho a lo largo del cuerpo y sostiene en la mano unas gafas oscuras, elemental querido watson, sí, pero para eso es necesario tener ojos de comisario. Puso el coche en marcha. Un impulso le había obligado a salir de la providencial, s.a., un impulso le hizo decir al encargado del garaje quién era, un impulso lo está conduciendo ahora a casa de la divorciada, un impulso lo llevará a casa del viejo de la venda negra y un impulso lo conduciría después a casa de la mujer del médico si no les hubiese dicho, a ella y al marido, que volvería mañana, a la misma hora para seguir el interrogatorio. Qué interrogatorio, pensó, decirle, por ejemplo, usted señora es sospechosa de ser la organizadora, la responsable, la dirigente máxima del movimiento subversivo que ha puesto en grave peligro el sistema democrático, me refiero al movimiento del voto en blanco, no se haga de nuevas, y no pierda tiempo preguntándome si tengo pruebas de lo que afirmo, usted es quien tiene que demostrarme su inocencia, puesto que las pruebas, esté segura de eso, aparecerán cuando sean necesarias, es sólo cuestión de inventar una o dos que sean irrefutables, y aunque no lo puedan ser completamente, las pruebas circunstanciales, incluso remotas, nos bastarían, como sucede con el hecho incomprensible de que no se quedara ciega hace cuatro años cuando todo el mundo en la ciudad andaba por ahí tropezando y dándose con la nariz en las farolas de la calle, y antes de que me responda que una cosa no tiene nada que ver con la otra, yo le digo que quien hizo un cesto hará ciento, por lo menos es ésta, aunque expresada en otros términos, la opinión de mi ministro, que yo tengo obligación de acatar aunque me duela el corazón, que a un comisario no le duele el corazón, dice, señora, eso es lo que usted cree, usted puede saber mucho de comisarios, pero le garantizo que de éste no sabe nada, es cierto que no vine aquí con el honesto propósito de aclarar la verdad, es cierto que de usted se puede decir que ha sido condenada antes de ser juzgada, pero este papagayo de mar, que es como me llama mi ministro, tiene un dolor en el corazón y no sabe cómo librarse de él, acepte mi consejo, confiese, confiese incluso no teniendo culpa, el gobierno dirá al pueblo que fue víctima de un caso de hipnosis colectiva jamás antes visto, que usted es un genio en esas artes, probablemente hasta le hará gracia a la gente y la vida volverá a los carriles de siempre, usted pasa unos años en prisión, sus amigos también irán si nosotros queremos, y mientras tanto, ya sabe, se reforma la ley electoral, se acaba con los votos en blanco o bien se distribuyen equitativamente entre todos los partidos como votos expresos, de manera que el porcentaje no sufra alteración, el porcentaje, señora, es lo que cuenta, en cuanto a los electores que se abstuvieron y no presentaron certificado médico una buena idea sería publicar sus nombres en los periódicos de la misma manera que en la antigüedad los criminales eran exhibidos en la plaza pública, atados a la picota, si le hablo así es porque me cae bien, y para que vea hasta qué punto llega mi simpatía, sólo le diré que la mayor felicidad de mi vida, hace cuatro años, suponiendo que no hubiera perdido a parte de la familia en aquella tragedia, como por desgracia la perdí, habría sido ir en el grupo que usted protegía, en aquel momento todavía no era comisario, era un inspector ciego, nada más que un inspector ciego que después de recuperar la vista posaría en la foto con aquellos a quienes usted salvó del incendio, y su perro no me habría gruñido cuando me vio entrar, y si todo esto y mucho más hubiese sucedido yo podría declarar bajo palabra de honor ante el ministro del interior que él está equivocado, que una experiencia como aquélla y cuatro años de amistad son más que suficientes para conocer bien a una persona, y al final, mire, entré en su casa como un enemigo y ahora no sé cómo salir, si yo solo para confesarle al ministro que he fracasado en la misión, si acompañado para conducirla a la cárcel. Los últimos pensamientos ya no fueron del comisario, ahora más preocupado en encontrar un sitio donde aparcar el coche que en anticipar decisiones sobre el destino de un sospechoso y sobre el suyo propio. Consultó nuevamente el cuaderno de notas y llamó al timbre del piso donde vive la ex mujer del hombre que escribió la carta. Llamó una vez y otra, pero la puerta no se abrió. Alargaba la mano para hacer una nueva tentativa cuando vio que se abría la ventana del entresuelo y que aparecía la cabeza emperifollada de bigudíes de una mujer mayor, vestida con una bata de andar por casa, A quién busca, preguntó, Busco a la señora que vive en el primero derecha, respondió el comisario, No está, por casualidad la he visto salir, Sabe cuándo volverá, No tengo ni idea, si quiere dejarle algún recado me lo puede decir, se ofreció la mujer, Muchas gracias, no merece la pena, volveré otro día. No imaginaba el comisario que la mujer de los rulos en la cabeza se iba a quedar pensando que, por lo visto, a la vecina divorciada del primero derecha le ha dado ahora por recibir visitas de hombres, el que vino esta mañana, y este que ya tiene edad suficiente para ser su padre. El comisario echó una ojeada al mapa abierto en el asiento de al lado, puso el coche en marcha y se dirigió al segundo objetivo. Esta vez no aparecieron vecinas en la ventana. La puerta de la escalera estaba abierta, por eso pudo subir directamente al segundo piso, es aquí donde viven el viejo de la venda negra y la chica de las gafas oscuras, qué extraña pareja, se comprende que el desamparo de la ceguera los haya aproximado, pero han pasado cuatro años, y si para una mujer joven cuatro años no son nada para un viejo cuentan el doble. Y siguen juntos, pensó el comisario. Pulsó el timbre y esperó. Nadie atendía. Acercó el oído a la puerta y escuchó. Silencio al otro lado. Llamó una vez más por rutina, no porque esperara que alguien respondiera. Bajó la escalera, entró en el coche y murmuró, Sé donde están. Si tuviera el teléfono directo en el automóvil y llamase al ministro diciéndole adónde iba, estaba seguro de que le respondería más o menos esto, Bravo, papagayo de mar, así se trabaja, pille a esos tíos con las manos en la masa, pero tenga cuidado, sería mejor que llevara refuerzos, un hombre contra cinco facinerosos dispuestos a todo vence sólo en las películas, además usted no sabe karate, no es de su tiempo, Quédese tranquilo, albatros, no sé karate, pero sé lo que hago, Entre pistola en mano, aterrorícelos, que se caguen de miedo, Sí, albatros, Yo ya voy a empezar con los trámites de su condecoración, No tenga prisa, albatros, ni siquiera sabemos si saldré vivo de esta empresa, Venga ya, son habas contadas, papagayo de mar, deposito en usted toda mi confianza, sabía de sobra qué hacia cuando lo designé para esta misión, Sí, albatros.

Las farolas de las calles se encendieron, el crepúsculo ya se viene deslizando por la rampa del cielo, dentro de poco principiará la noche. El comisario llamó al timbre, no hay por qué sorprenderse, la mayor parte de las veces los policías llaman al timbre, no siempre derrumban las puertas. La mujer del médico apareció, No lo esperaba hasta mañana, señor comisario, ahora no puedo atenderlo, dijo, tenemos visita, Sé quiénes son sus visitas, no las conozco personalmente, pero sé quiénes son, No creo que sea razón suficiente para dejarlo pasar, Por favor, Mis amigos no tienen nada que ver con el asunto que le ha traído aquí, Ni siquiera usted sabe qué asunto me ha traído aquí, y ya es hora de que lo sepa, Entre.


Circula por ahí la idea de que la conciencia de un comisario de policía es por lo general, en profesión y principio, bastante acomodaticia, por no decir resignada, para con el incontrovertible hecho, teórica y prácticamente comprobado, de que lo que tiene que ser, tiene que ser y, además, tiene la fuerza que necesita. Puede suceder sin embargo, aunque, en honor a la verdad, no sea de lo más frecuente, que uno de esos diligentes funcionarios públicos, por casualidades de la vida y cuando nada lo haría suponer, se encuentre entre la espada y la pared, es decir, entre lo que tenía que ser y lo que no debería ser. Para el comisario de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, ese día ha llegado. No estuvo más de media hora en casa de la mujer del médico, pero ese tiempo bastó para revelar al estupefacto grupo allí reunido los tenebrosos fondos de su misión. Dijo que haría todo cuanto estuviera a su alcance para desviar de esa casa y de esas personas las más que inquietantes atenciones de sus superiores, pero que no garantizaba que pudiera conseguirlo, dijo que se le había otorgado el corto plazo de cinco días para cerrar la investigación y que sabía de antemano que sólo aceptarían un veredicto de culpabilidad, y dijo más, dirigiéndose a la mujer del médico, La persona que quieren transformar en chivo expiatorio, con perdón de la obvia impropiedad de la expresión, es usted, y también, por el mismo precio, posiblemente, a su marido, en cuanto al resto no creo que corran un peligro real, su crimen, señora, no fue asesinar a aquel hombre, su gran crimen fue no haberse quedado ciega cuando todos éramos ciegos, lo incomprensible puede ser despreciado, pero nunca lo será si se encuentra una manera de usarlo como pretexto. Son las tres de la madrugada y el comisario da vueltas en la cama, sin lograr conciliar el sueño. Mentalmente hace planes para el día siguiente, los repasa obsesivamente y vuelve al principio, decirles al inspector y al agente que él, como estaba previsto, iría a casa del medico para proseguir el interrogatorio de la mujer, recordarles el trabajo que les había encargado, el de seguir a los otros miembros del grupo, pero nada de eso tiene ya sentido en el punto en que están las cosas, ahora lo necesario es obstaculizar, entretener los acontecimientos, inventar para la investigación progresos y retrocesos que al mismo tiempo alimenten y dificulten, sin que se note demasiado, los planes del ministro, esperar a ver, en fin, en qué consiste la ayuda que él ha prometido. Eran casi las tres y media cuando el teléfono rojo sonó. El comisario se levantó de un salto, metió los pies en las zapatillas con el distintivo de la corporación y, soñoliento, llegó hasta la mesa donde estaba el aparato. Antes de sentarse levantó el auricular y preguntó, Quién es, Aquí albatros, fue la respuesta del otro lado, Buenas noches, albatros, aquí papagayo de mar, Tengo instrucciones para usted, papagayo de mar, tome nota, A sus órdenes, albatros, Hoy, a las nueve de la mañana, no de la noche, habrá una persona esperándole en el puesto seis-norte de la frontera, el ejército ha sido avisado, no tendrá ningún problema, Debo entender que esa persona viene a sustituirme, albatros, No hay motivo para tal, papagayo de mar, la actuación ha estado bien conducida y espero que siga así hasta el final del caso, Gracias, albatros, y sus órdenes son, Como le he dicho, a las nueve de la mañana estará esperándole una persona en el puesto seis-norte de la frontera, Sí, albatros, ya he tomado nota, Le entregará a esa persona la fotografía que me mencionó, la del grupo en que aparece la sospechosa principal, también le entregará la lista de nombres y direcciones que tiene en su poder. El comisario sintió un súbito frío en la espalda, Pero esa foto todavía es necesaria en la investigación, aventuró, No creo que lo sea tanto como dice, papagayo de mar, incluso supongo que no la necesita, puesto que, usted mismo o sus subordinados, han establecido contacto directo con todos los componentes de la cuadrilla, Querrá decir del grupo, albatros, Un cuadrilla es un grupo, Sí, albatros, pero no todos los grupos son cuadrillas, No lo sabía tan preocupado con la corrección de definiciones, veo que hace buen uso del diccionario, papagayo de mar, Perdone que le haya corregido, albatros, todavía estoy un poco amodorrado, Dormía, No, albatros, estaba pensando en lo que tenía que hacer mañana, Pues ahora ya lo sabe, la persona que le estará esperando en el puesto seis-norte es un hombre más o menos de su edad y llevará una corbata azul con pintas blancas, supongo que no habrá muchas iguales en un puesto militar de fronteras, Lo conozco, albatros, No lo conoce, no pertenece al servicio, Ah, Responderá a su consigna con la frase Oh no, el tiempo siempre falta, Y la mía, cuál es, El tiempo siempre llega, Muy bien, albatros, sus órdenes serán cumplidas, a las nueve estaré en la frontera para ese encuentro, Ahora vuelva a la cama y duerma el resto de la noche, papagayo de mar, yo voy a hacer lo mismo, he estado trabajando hasta ahora, Puedo hacerle una pregunta, albatros, Hágala, pero no se alargue demasiado, La fotografía tiene algo que ver con la ayuda que me ha prometido, Felicidades por la perspicacia, papagayo de mar, realmente no se le puede esconder nada, Luego tiene algo que ver, Sí, tiene algo que ver, pero no esperará que le diga de qué manera, perdería el efecto sorpresa, Incluso siendo yo el responsable directo de las investigaciones, Exactamente, Quiere eso decir que no tiene confianza en mí, albatros, Dibuje un cuadrado en el suelo, papagayo de mar, y colóquese dentro, en el espacio delimitado por los lados del cuadrado confío en usted, pero fuera sólo confío en mí, su investigación es el cuadrado, conténtese con el uno y con la otra, Sí, albatros, Duerma bien, papagayo de mar, recibirá noticias mías antes de que la semana acabe, Aquí estaré esperándolas, albatros, Buenas noches, papagayo de mar, Buenas noches, albatros. A pesar de los convencionales votos del ministro, lo poco de noche que restaba no le sirvió de nada al comisario. El sueño no llegaba, los pasillos y las puertas del cerebro estaban cerradas, dentro, rey y señor absoluto, gobernaba el insomnio. Para qué me ha pedido la foto, se preguntaba una y otra vez, qué ha querido decir con la amenaza de que tendré noticias suyas antes de que la semana termine, las palabras, una por una, no eran de amenaza, pero el tono, sí, el tono era amenazador, si un comisario, después de haberse pasado la vida interrogando a gente, acaba aprendiendo a distinguir en el enmarañado laberinto de las sílabas el camino que le conduce a la salida, también es capaz de detectar las zonas de penumbra que cada palabra produce y lleva tras de si cada vez que es pronunciada. Dígase en voz alta la frase Antes de que la semana acabe tendrá noticias mías, y se verá qué fácil es inocularle una gota de insidioso temor, el olor pútrido del miedo, la autoritaria vibración del fantasma del padre. El comisario prefería pensar cosas tan tranquilizadoras como éstas, Pero yo no tengo ningún motivo para sentir miedo, hago mi trabajo, cumplo las órdenes que recibo, sin embargo, en el fondo de su conciencia, sabía que no era así, que no estaba cumpliendo esas órdenes porque no creía que la mujer del médico, por el hecho de no haber perdido la visión hace cuatro años, fuera ahora culpable de que hubiera votado en blanco el ochenta y tres por ciento del censo electoral de la capital, como si la primera singularidad la convirtiera automáticamente en responsable de la segunda. Tampoco él se lo cree, pensó, a él sólo le interesa un objetivo cualquiera adonde apuntar, si le falla éste buscará otro, y otro, y otro, y tantos cuantos sean necesarios hasta que acabe acertando o hasta que las personas a quienes pretenda convencer de sus méritos se muestren indiferentes, por la reiteración, ante lo que pasa a su alrededor. Tanto en un caso como en otro habrá ganado la partida. Gracias a la ganzúa de las divagaciones el sueño consiguió abrir una puerta, escabullirse por un pasillo, y acto seguido poner al comisario a soñar que el ministro del interior le había pedido la fotografía para clavar una aguja en los ojos de la mujer del médico, al mismo tiempo que salmodiaba un conjuro de bruja hechicera, Ciega no fuiste, ciega serás, blanco tuviste, negro verás, con este pico te pico, por delante y por detrás. Angustiado, bañado en sudor, sintiendo que el corazón se le salía, el comisario se despertó con los gritos de la mujer del médico y las carcajadas del ministro, Qué sueño más horrible, balbuceó mientras encendía la luz, qué cosas monstruosas genera nuestro cerebro. El reloj marcaba las siete y media. Calculó el tiempo que necesitaría para llegar al puesto militar seis-norte y a punto estuvo de agradecerle a la pesadilla la atención de haberle despertado. Se levantó a duras penas, la cabeza le pesaba como plomo, las piernas más que la cabeza y, andando mal, se arrastró hasta el cuarto de baño. Salió de allí veinte minutos después un poco revitalizado por la ducha, afeitado, dispuesto para el trabajo. Se puso una camisa limpia, se acabó de vestir, Él lleva corbata azul con pintas blancas, pensó, y entró en la cocina para calentarse una taza del café que sobró la víspera. El inspector y el agente debían de estar durmiendo, por lo menos no había rastro de ellos. Masticó con poco apetito una pasta, todavía mordisqueó otra, después regresó al cuarto de baño para lavarse los dientes. Entró en el dormitorio, guardó en un sobre de tamaño medio la fotografía y la lista de nombres y direcciones, ésta después de haberla copiado en otro papel, y cuando regresó a la sala oyó ruidos en la parte de la casa donde los subordinados dormían. No los esperó ni llamó a su puerta. Escribió rápidamente, He tenido que salir más temprano, me llevo el coche, hagan el seguimiento que les mandé, concéntrense en las mujeres, la del hombre de la venda negra y la ex del tipo de la carta, almuercen si pueden, estaré aquí hacia el final de la tarde, espero resultados. Órdenes claras, informaciones precisas, si así pudiera ser todo en la dura vida de este comisario. Salió de la providencial, s.a., bajó al garaje. El encargado ya estaba allí, le dio los buenos días y los recibió, al mismo tiempo que se preguntaba si el hombre dormiría en su garita, Parece que no hay horario de trabajo en este garaje. Eran casi las ocho y media, Tengo tiempo, pensó, en menos de media hora habré llegado, además no debo ser el primero, albatros fue muy explícito, muy claro, el hombre estará esperándome a las nueve, luego puedo aparecer un minuto después o dos, o tres, al mediodía si me apetece. Sabía que no era así, que simplemente no debía llegar antes que el hombre con quien iba a encontrarse, quizá sea porque los soldados de guardia en el puesto seis-norte se pongan nerviosos viendo gente parada en este lado de la línea de separación, pensó mientras aceleraba para subir la rampa. Mañana de lunes, pero el tráfico es escaso, el comisario no debe tardar ni veinte minutos en llegar al puesto seis-norte. Y dónde diablos está el puesto seis-norte, se preguntó de repente en voz alta. En el norte está, evidentemente, pero el seis, dónde se ha metido el puto seis. El ministro dijo seis-norte con la mayor, naturalidad del mundo, como si se tratara de un ilustre monumento de la capital o de la estación de metro destruida por la bomba, lugares selectos de la urbe que todo el mundo tiene obligación de conocer, y a él, estúpidamente, no se le ocurrió preguntar, Y eso dónde cae, albatros. En un momento la cantidad de arena del depósito superior de la ampolleta se hizo mucho menor de lo que antes era, los granos minúsculos se precipitaban velozmente hacia la abertura, cada uno queriendo salir más deprisa que los compañeros, el tiempo es igualito que las personas, hay ocasiones en que le cuesta arrastrar las piernas, pero otras veces corre como un gamo y salta como un cabrito, lo que, si nos fijamos bien, no es decir mucho, ya que la onza, o guepardo, es el más veloz de los animales y a nadie se le ha pasado jamás por la cabeza decir que otra persona Corre y salta como una onza, tal vez porque la primera comparación venga de los tiempos prestigiosos de la baja edad media, cuando los caballeros iban de montería y todavía no habían visto correr a un guepardo ni tenían noticia de su existencia. Los lenguajes son conservadores, van siempre con los archivos a cuestas y detestan las actualizaciones. El comisario aparcó el coche de cualquier manera, ahora tenía el mapa de la ciudad desdoblado sobre el volante y, ansioso, buscaba el lugar del puesto seis-norte en la periferia septentrional de la capital. Sería relativamente fácil situarlo si la ciudad, salvo la excepción en forma de rombo o losange, estuviera inscrita en un paralelogramo, como, en el frío decir de albatros, se encuentra circunscrito el espacio de la confianza que le merece, pero el contorno de la ciudad es irregular, y en los extremos, hacia un lado y hacia otro, no se sabe si aquello es todavía norte o es ya oriente o poniente. El comisario mira el reloj y se siente asustado como un agente de segunda clase que espera una reprimenda de su superior. No voy a llegar a tiempo, es imposible. Hace un esfuerzo por serenarse y razonar. Lo lógico, Pero desde cuándo lo lógico rige las decisiones humanas, ordenaría que los puestos hubieran sido enumerados a partir del extremo occidental del sector norte, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, el recurso a la ampolleta, evidentemente, en estos casos, no sirve. Tal vez el raciocinio esté errado, Pero desde cuándo el raciocinio rige las decisiones humanas, aunque no sea fácil responder a la pregunta, mejor es tener un remo que ninguno, además está escrito que barco varado no hace viaje, por tanto el comisario marcó una cruz donde supuso que debería estar el seis y arrancó. Siendo el tráfico escaso y no viéndose la sombra de un policía en las calles, la tentación de saltar cuantos semáforos rojos se encontrara por delante era fuerte y el comisario no la resistió. No corría, volaba, apenas levantaba el pie del acelerador, si frenaba era derrapando, como veía hacer a los acróbatas del volante que en las películas de persecuciones de coches obligan a los espectadores más nerviosos a dar golpecitos en sus butacas. Nunca el comisario había conducido de esa manera, nunca de esa manera volverá a conducir. Cuando, ya pasadas las nueve, llegó al puesto seis-norte, el soldado que se acercó a ver lo que quería el agitado conductor le dijo que aquél era el puesto cinco-norte. El comisario soltó una maldición, iba a dar la vuelta, pero enmendó a tiempo el gesto precipitado y preguntó hacia qué lado estaba el seis. El soldado señaló la dirección del nacer del sol y, para que no quedaran dudas, emitió un breve sonido, Por allí. Felizmente, una calle más o menos paralela a la línea de frontera se abría en aquella dirección, eran unos tres kilómetros, el camino está libre, aquí ni semáforos hay, el coche aceleró, frenó, tomó una curva arrebatada digna de primer premio, paró casi tocando la línea amarilla que cruzaba la carretera, ahí está, ahí está el puesto número seis-norte. Junto a la barrera, a unos treinta metros, esperaba un hombre de mediana edad, Al final resulta que es más joven que yo, pensó el comisario. Tomó el sobre y salió del coche. No se veía a ningún militar, estarían cumpliendo las órdenes de mantenerse recogidos o mirando a otro lado mientras durara la ceremonia de reconocimiento y entrega. El comisario avanzó. Llevaba el sobre en la mano y pensaba, No debo justificar el retraso, si yo digo Hola, buenos días, perdone el retraso, tuve un problema con el mapa, imagínese que albatros se olvidó de informarme dónde quedaba el puesto seis-norte, no es necesario ser muy inteligente para comprender que esta extensa y mal hilvanada frase el otro la podría entender como una señal falsa, con lo que, una de dos, o el hombre llama a los militares para que detengan al embustero provocador, o saca la pistola y allí mismo, abajo el voto en blanco, abajo la sedición, mueran los traidores, haría sumarísima justicia. El comisario llegó hasta la barrera. El hombre lo miró sin moverse. Tenía el dedo pulgar de la mano izquierda enganchado en la correa, la mano derecha dentro del bolsillo de la gabardina, todo demasiado natural para ser auténtico. Viene armado, lleva pistola, pensó el comisario, y dijo, El tiempo siempre llega. El hombre no sonrió, no pestañeó, dijo, Oh no, el tiempo siempre falta, y entonces el comisario le entregó el sobre, tal vez ahora se diesen los buenos días el uno al otro, tal vez conversen unos minutos sobre la agradable mañana de lunes que hace, pero el otro se limitó a decir, Muy bien, ahora puede retirarse, yo me encargaré de hacer llegar esto a su destino. El comisario entró en el coche, dio marcha atrás y arrancó rumbo a la ciudad. Amargado, con un sentimiento de total frustración, intentaba consolarse imaginando que habría sido una buena jugada entregar el sobre vacío y quedarse a la espera de los resultados. Despidiendo rayos de ira y truenos de furia, el ministro llamaría inmediatamente pidiendo explicaciones y él juraría por todos los santos de la corte celestial, incluyendo los que en la tierra todavía esperan canonización, que el sobre contenía la fotografía y la lista de nombres y direcciones, tal como le fue ordenado, Mi responsabilidad, albatros, cesó en el momento en que su mensajero, después de dejar la pistola que empuñaba, sí, me di cuenta de que llevaba una pistola, sacó la mano derecha del bolsillo de la gabardina para recibir el sobre, Pero el sobre estaba vacío, lo abrí yo, gritaría el ministro, Eso ya no me incumbe, albatros, respondería con la serenidad de quien está en perfecta paz con su conciencia, Lo que usted quiere, ya lo sé, volvería a gritar el ministro, lo que usted quiere es que yo no toque ni con un dedo el pelo de su protegida, No es mi protegida, es una persona inocente del crimen de que la acusan, albatros, No me llame albatros, albatros era su padre, albatros era su madre, yo soy el ministro del interior, Si el ministro del interior ha dejado de ser albatros, el comisario de policía también ha dejado de ser papagayo de mar, Lo más seguro es que papagayo de mar vaya a dejar de ser comisario, Todo puede suceder, Sí, mándeme hoy otra fotografía, oye lo que le digo, No tengo, Pero va a tenerla, e incluso más de una si fuera necesario, Cómo, Muy fácil, yendo a donde están, a casa de su protegida y a las otras dos casas, no querrá usted tratar de convencerme de que la fotografía desaparecida era ejemplar único. El comisario movió la cabeza, Él no es idiota, hubiera sido inútil entregarle el sobre vacío. Estaba casi en el centro de la ciudad donde la animación era naturalmente mayor, aunque sin ruidos, sin exageraciones. Se veía que las personas que encontraba por el camino soportaban preocupaciones, pero, al mismo tiempo, también parecían tranquilas. El comisario hacía poco caso de la obvia contradicción, el hecho de no poder explicar con palabras lo que percibía no significaba que no lo sintiese, que no lo percibiese por el sentir. Ese hombre y esa mujer que van ahí, por ejemplo, se ve que se gustan, que se quieren bien, que se aman, se ve que son felices, ahora mismo están sonriendo, y, con todo, no sólo están preocupados, sino que además, apetece decirlo así, tienen la tranquila y clara conciencia de eso. También se ve que el comisario está preocupado, quizá sus motivos, sería apenas una contradicción más, lo han impedido a entrar en esta cafetería para tomar un desayuno auténtico, que lo distraiga y le haga olvidar el café recalentado y la pasta dura y reseca de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, ahora ha pedido un zumo de naranja natural, tostadas y un café con leche en serio, En el cielo esté quien os inventó, murmuró mirando las tostadas cuando el camarero se las puso delante, cubiertas con una servilleta para que no se enfriaran, a la antigua usanza. Pidió un periódico, las noticias de la primera página eran todas internacionales, de interés local nada, excepto una declaración del ministro de asuntos exteriores comunicando que el gobierno se preparaba para consultar a diferentes organismos internacionales sobre la anómala situación de la antigua capital, comenzando por la organización de naciones unidas y acabando en el tribunal de la haya, pasando por la unión europea, por la organización de cooperación y desarrollo económico, por la organización de países exportadores de petróleo, por el tratado del atlántico norte, por el banco mundial, por el fondo monetario internacional, por la organización mundial de comercio, por la organización mundial de la energía atómica, por la organización mundial del trabajo, por la organización meteorológica mundial y por algunos organismos más, secundarios o todavía en fase de estudio, por tanto no mencionados. Albatros no debe de estar nada satisfecho, parece que le quieren quitar el chocolate de la boca, pensó el comisario. Levantó la vista del periódico como quien necesita súbitamente ver más lejos y se dijo que tal vez esta noticia fuese la causa de la inesperada e instantánea exigencia de la fotografía, Nunca ha sido persona que permita que se le adelantaran, alguna jugada estará tramando, y lo más probable es que sea de las sucias o sucísimas, murmuró. Después pensó que tenía todo el día por delante, podía hacer lo que quisiera. Les señaló trabajo, inútil trabajo iba a ser, al inspector y al agente, que a esta hora estarían escondidos en el vano de una puerta o detrás de un árbol, de guardia a la espera de quien saliera primero, sin duda el agente preferiría que fuese la chica de las gafas oscuras, el inspector, porque no había otra persona, tendría que contentarse con la ex mujer del fulano de la carta. Al agente lo peor que le podría suceder sería que apareciera el viejo de la venda negra, no tanto por lo que pueden estar pensando, seguir a una mujer joven es evidentemente más atractivo que ir detrás de un viejo, sino porque estos tipos que tienen un solo ojo ven el doble, no tienen otro que los distraiga o se empeñe en ver otra cosa, algo parecido ya habíamos dicho antes, pero las verdades hay que repetirlas muchas veces para que no caigan, pobres de ellas, en el olvido. Y yo qué hago, se preguntó el comisario. Llamó al camarero, a quien le devolvió el periódico, pagó la cuenta y salió. Cuando se sentaba ante el volante lanzó una ojeada al reloj, Diez y media, pensó, buena hora, exactamente la que fijé para el segundo interrogatorio. Había pensado que la hora era buena, pero no sabía decir por qué ni para qué. Podría, si quisiera, volver a la providencial, s.a., descansar hasta la hora del almuerzo, tal vez dormir un poco, compensar el sueño perdido durante la maldita noche que tuvo que padecer, el penoso diálogo con el ministro, la pesadilla, los gritos de la mujer del médico cuando albatros le pinchaba los ojos, pero la idea de encerrarse entre aquellas paredes soturnas le pareció repugnante, no tenía nada que hacer allí, y mucho menos ocuparse de pasar revista al depósito de armas y municiones, como pensó cuando llegaron y que era, con la firmeza de la letra escrita, su obligación de comisario. La mañana todavía conservaba algo de la luminosidad del amanecer, el aire era fresco, es el mejor tiempo posible para dar un paseo a pie. Salió del coche y comenzó a caminar. Llegó hasta el final de la calle, giró a la izquierda y se encontró en una plaza, la atravesó, anduvo por otra calle y llegó a otra plaza, recordaba haber estado allí cuatro años antes, ciego en medio de ciegos, escuchando oradores que también estaban ciegos, los últimos ecos que aún restaran serían, si se pudiesen oír, los de los mítines políticos más recientes que en estos lugares se habían realizado, el del pdd en la primera plaza, el del pdm en la segunda, en cuanto al pdi, como si ése fuese su destino histórico, no tuvo más remedio que contentarse con un descampado casi fuera de las puertas. El comisario anduvo y anduvo y de súbito, sin entender cómo, se encontró en la calle donde viven el médico y la mujer, aunque su pensamiento no fue, Es la calle donde él vive. Aflojó el paso, siguió adelante por el lado opuesto y estaba tal vez a unos veinte metros, cuando la puerta del edificio se abrió y la mujer del médico salió con el perro. Con un movimiento instantáneo el comisario se volvió de espaldas, se aproximó a un escaparate y se puso a mirar, a la espera, por si ella venía hacia este lado y la veía reflejada en el cristal. No vino. Cautelosamente, el comisario miró hacia la dirección contraria, la mujer del médico ya se alejaba, el perro sin correa caminaba a su lado. Entonces el comisario pensó que la debería seguir, que no se le caerían los anillos si hiciese lo que a esta hora hacen el inspector y el agente, que si ellos se pateaban la ciudad detrás de sospechosos, él tenía la obligación de hacer lo mismo por muy comisario que sea, dios sabrá adónde va ahora esa mujer, probablemente lleva el perro para disimular, o a lo mejor el collar del animal sirve para transportar mensajes, dichosos tiempos aquellos en que los perros san bernardo llevaban colgados del cuello barrilitos de coñac y con ese poco cuántas vidas que se creían perdidas fueron salvadas en las nieves de los alpes. La persecución del sospechoso, si así le quisiéramos llamar, no fue muy allá. En un lugar recoleto del barrio, como una aldea olvidada en el interior de la ciudad, había un jardín un tanto abandonado con grandes árboles de sombra, alamedas de sablón y arriates de flores, bancos rústicos pintados de verde, una fuente en el centro donde una escultura representando una figura femenina inclinaba sobre el agua un cántaro vacío. La mujer del médico se sentó, abrió el bolso que llevaba y saco de dentro un libro. Mientras no lo abriese y comenzase a leer, el perro no se movería de allí. Ella levantó los ojos de la página y ordenó, Vete, y él se fue corriendo, fue a donde tenía que ir, a ese lugar donde, como antes con eufemismo se decía, nadie podía ir por él. El comisario miraba desde lejos, recordaba su pregunta de después de] desayuno, Y yo qué hago. Durante unos cinco minutos esperó a cubierto entre la vegetación, fue una suerte que el perro no viniera hacía este lado, sería capaz de reconocerlo y hacer algo más que gruñirle. La mujer del médico no esperaba a nadie, simplemente había sacado al perro a la calle, como tantas personas. El comisario caminó derecho hacia ella haciendo crujir el sablón y se detuvo a pocos pasos. Lentamente, como si le costara separarse de la lectura, la mujer del médico irguió la cabeza y miró. En el primer instante no pareció reconocerle, seguramente porque no esperaba verlo allí, después dijo, Estuvimos esperándolo, como no venía y el perro estaba impaciente por salir lo he bajado a la calle, mi marido está en casa, podrá atenderlo mientras yo llego, esto en caso de que no tenga mucha prisa, No tengo ninguna prisa, Entonces vaya andando, que yo ya voy, será sólo el tiempo que el perro necesite, él no tiene la culpa de que las personas hayan votado en blanco, Si no le importa, ya que la ocasión ayuda, preferiría hablar con usted aquí, sin testigos, Pero yo, si no estoy equivocada, creo que este interrogatorio, por seguir llamándolo así, debería ser con mi marido, como el primero, No se trata de un interrogatorio, el cuaderno de notas no saldrá de mi bolsillo, tampoco tengo ninguna grabadora escondida, además le confieso que mi memoria ya no es lo que era, olvida fácilmente, sobre todo cuando no le digo que registre lo que oye, No sabía que la memoria oyera, Es el segundo oído, el de fuera sólo sirve para conducir el sonido hacia dentro, Entonces qué quiere, Ya se lo he dicho, me gustaría hablar con usted, Sobre qué, Sobre lo que está pasando en esta ciudad, Señor comisario, le estoy muy agradecida por que ayer tarde viniera a mi casa a contarnos, también a mis amigos, que hay personas en el gobierno muy interesadas en el fenómeno de la mujer del médico que hace cuatro años no se quedó ciega y ahora, por lo visto, es la organizadora de una conspiración contra el estado, pero, con toda franqueza, salvo que tenga algo más que decirme sobre el asunto, no creo que merezca la pena ninguna otra conversación entre nosotros, El ministro del interior me ha exigido que le hiciera llegar la fotografía en que usted está con su marido y con sus amigos, esta mañana he estado en un puesto de la frontera para entregarla, 0 sea, que sí tenía algo nuevo que contar, en todo caso no necesitaba tomarse la molestia de seguirme, podía ir directamente a mi casa, ya conoce el camino, No la he seguido, no he estado escondido detrás de un árbol o fingiendo que leía el periódico esperando que saliese de casa para controlar sus movimientos, como ahora están haciendo con sus amigos, probablemente, el inspector y el agente que participan en la investigación, mandé que los siguiesen para mantenerlos ocupados, nada más, Quiere decir que está aquí gracias a una coincidencia, Exactamente, por casualidad pasaba por la calle y la vi salir, Es difícil creer que fuera la simple y pura casualidad quien lo trajera a la calle donde vivo, Llámelo como quiera, De todos modos, se trata, si prefiere que lo diga así, de una feliz casualidad, si no fuese por ella yo no sabría que la foto se encuentra en manos de su ministro, Se lo diría en otra ocasión, Y para qué la quiere, si no es demasiada curiosidad por mi parte, No lo sé, no me lo ha dicho, pero estoy seguro de que para nada bueno, De modo que no venía hoy a hacerme el segundo interrogatorio, preguntó la mujer del médico, Ni hoy, ni mañana, ni nunca, si dependiera de mi voluntad, sé lo que necesito saber de esta historia, Tendrá que explicarse mejor, siéntese, no se quede de pie como esa señora del cántaro vacío. El perro apareció de repente, salió dando saltos y ladrando de entre unos arbustos y corrió hacia el comisario, que instintivamente retrocedió dos pasos, No tenga miedo, dijo la mujer del médico sosteniendo al animal por la correa, no le va a morder, Cómo sabe que recelo de los perros, No soy bruja, le observé cuando estuvo en mi casa, Tanto se nota, Se nota lo suficiente, tranquilo, la última palabra era para el perro, que había dejado de ladrar y ahora producía en la garganta un sonido ronco y continuo, un gañido todavía más inquietante, de órgano mal afinado en las notas graves. Es mejor que se siente para que él comprenda que no me quiere hacer daño. El comisario se sentó con todas las precauciones, guardando la distancia, Se llama Tranquilo, No, se llama Constante, pero para nosotros y para nuestros amigos es el perro de las lágrimas, le pusimos el nombre de Constante porque era más corto, Por qué perro de las lágrimas, Porque hace cuatro años yo lloraba y este animal se acercó y me lamió la cara, En el tiempo de la ceguera blanca, Sí, en el tiempo de la ceguera blanca, este que aquí ve es el segundo prodigio de aquellos miserables días, primero la mujer que no se quedó ciega cuando parece que tenía esa obligación, después un perro compasivo que fue a beberle las lágrimas, Sucedió realmente, o estoy soñando, Lo que soñamos también sucede realmente, señor comisario, Ojalá que no todo, Tiene algún motivo especial para decir eso, No, es sólo hablar por hablar. El comisario mentía, la frase completa que no permitió que saliese de la boca habría sido otra, Ojalá que albatros no te agujeree los ojos. El perro se aproximó hasta casi tocar con el hocico las rodillas del comisario. Lo miraba y sus ojos decían, No te voy a hacer daño, no tengas miedo, ella tampoco lo tuvo aquel día. Entonces el comisario alargó la mano despacio y le tocó la cabeza. Le apetecía llorar, dejar que las lágrimas le corrieran por la cara, tal vez el prodigio se repitiera. La mujer del médico guardó el libro en el bolso y dijo, Vamos, Adónde, preguntó el comisario, Almorzará con nosotros si no tiene nada más importante que hacer, Está segura, De qué, De querer sentarme a su mesa, Sí, estoy segura, Y no tiene miedo de que la esté engañando, Con esas lágrimas en los ojos, no.


Cuando el comisario llegó a la providencial, s.a., pasadas las siete de la tarde, encontró a sus subordinados esperándole. No parecían satisfechos. Qué tal el día, qué novedades traen, les preguntó en tono animado, jovial, simulando un interés que, como nosotros sabemos mejor que nadie, no podía sentir, En cuanto al día, mal, en cuanto a las novedades, peor aún, respondió el inspector, Más provechoso hubiera sido que nos quedáramos en la cama durmiendo, dijo el agente, Explíquense, Jamás en mi vida he participado en una investigación tan disparatada, comenzó el inspector. El comisario podría haber manifestado su acuerdo, Y no sabes de la misa la mitad, pero prefirió guardar silencio. El inspector siguió, Eran las diez cuando llegué a la calle de la ex mujer del tipo que escribió la carta, Perdón, de la mujer, se apresuró a corregir el agente, no es correcto decir ex mujer en este caso, Por qué, Porque decir ex mujer significaría que la mujer había dejado de serlo, Y no es eso lo que ha sucedido, preguntó el inspector, No, la mujer sigue siendo mujer, ha dejado de ser esposa, Bueno, entonces digo que a las diez llegué a la calle de la ex esposa del tipo de la carta, Precisamente, Esposa suena ridículo y pretencioso, cuando presentas a tu mujer, seguro que no dices aquí está mi esposa. El comisario cortó la discusión, Guarden eso para otro momento, vamos a lo que importa, Lo que importa, prosiguió el inspector, es que estuve allí hasta casi mediodía, y ella sin salir de casa, lo que no era de extrañar, la organización de la ciudad está trastornada, hay empresas que han cerrado o que trabajan media jornada, personas que no necesitan levantarse temprano, Ya me gustaría a mi, dijo el agente, Pero salió o no salió, preguntó el comisario comenzando a impacientarse, Salió a las doce y cuarto, precisamente, Dices precisamente por alguna razón particular, No, comisario, miré el reloj como es lógico y es lo que vi, doce y cuarto, Continúa, Siempre con un ojo en los taxis que pasaban, por si se le ocurría entrar en uno y me dejaba en medio de la calle con cara de tonto, la seguí, pero pronto comprendí que a donde quería ir, iría a pie, Y adónde fue, Ahora se va a reír, comisario, Lo dudo, Caminó más de media hora a paso rápido, nada fácil de acompañar, como si fuese un ejercicio, y de repente, sin esperármelo, me encontré en la calle donde vive el viejo de la venda negra y la tal tipa de las gafas oscuras, la prostituta, No es prostituta, inspector, Si no lo es, lo fue, da lo mismo, Da lo mismo en tu cabeza, no en la mía, y como es conmigo con quien estás hablando y yo soy tu superior, utiliza las palabras de modo que pueda entenderte, Entonces digo ex prostituta, Di la mujer del viejo de la venda negra como acabas de decir de la mujer del tipo de la carta, como ves estoy usando tu argumentación, Sí señor, Te encontraste en la calle, y después qué sucedió, Ella entró en la casa donde viven los otros, y allí se quedó, Y tú qué hacías, le preguntó el comisario al agente, Estaba escondido, cuando ella entró fui en busca del inspector para concertar la estrategia, Y entonces, Decidimos trabajar juntos mientras fuera posible, dijo el inspector, y ajustamos de qué modo actuaríamos si tuviéramos que separarnos otra vez, Y después, Como llegó la hora de la comida, aprovecharnos la pausa, Fueron a almorzar, No, comisario, como él había comprado dos bocadillos, me dio uno, fue nuestro almuerzo. El comisario sonrió finalmente, Mereces una medalla, le dijo al agente que, ya en confianza, se atrevió a responder, Algunos la habrán ganado por menos, señor comisario, No puedes ni imaginarte cuánta razón tienes, Entonces póngame en la lista. Rieron los tres, pero por poco tiempo, la cara del comisario volvió a nublarse, Qué sucedió después, preguntó, Eran las dos y media cuando todos salieron, supongo que almorzaron en casa, dijo el inspector, en seguida nos pusimos en alerta porque no sabíamos si el viejo tiene coche, pero si lo tiene, no lo usó, quizá esté ahorrando gasolina, nos pusimos a seguirlos, si era trabajo fácil para uno, imagínese para dos, Y dónde acabó eso, Acabó en un cine, fueron al cine, Comprobaron si había otra puerta por donde pudiesen haber salido sin que se dieran cuenta, Había una, pero estaba cerrada, en todo caso por precaución le dije al agente que vigilara durante media hora, Por allí no salió nadie, confirmó el agente. El comisario se sentía cansado de la comedia, Y el resto, resúmanme el resto, ordenó con voz tensa. El inspector lo miró con sorpresa, El resto, comisario, es nada, salieron juntos cuando terminó la película, tomaron un taxi, nosotros tomamos otro, le dimos al conductor la orden clásica Policía, siga a ese coche, fue un recorrido normal, la mujer del tipo de la carta se bajó la primera, Dónde, En la calle donde vive, ya le dijimos, comisario, que no traíamos novedades, después el taxi dejó a los otros en casa, Y ustedes, qué hicieron, Yo me había quedado en la primera calle, dijo el agente, Yo me quedé en la segunda, dijo el inspector, Y después, Después nada, ninguno de ellos volvió a salir, todavía estuve casi una hora, al final tomé un taxi, pasé por la otra calle para recoger a éste y regresamos aquí juntos, acabábamos de llegar, Un esfuerzo inútil, por tanto, dijo el comisario, Así parece, dijo el inspector, pero lo más curioso es que esta historia no había comenzado nada mal, el interrogatorio al tipo de la carta, por ejemplo, valió la pena, incluso llegó a ser divertido, el pobre diablo que no sabía dónde se había metido acabó con el rabo entre las piernas, pero después, no sé cómo, nos atascamos, quiero decir, nos atascamos nosotros, usted debe saber algo más, puesto que interrogó dos veces a los sospechosos directos, Quiénes son los sospechosos directos, preguntó el comisario, La mujer del médico en primer lugar, y después el marido, para mi está claro, si comparten la cama, también compartirán la culpa, Qué culpa, Usted lo sabe tan bien como yo, Imaginemos que no lo sé, explícamelo tú, La culpa de la situación en que nos encontramos, Qué situación, Los votos en blanco, la ciudad en estado de sitio, la bomba en la estación de metro, Crees sinceramente en lo que estás diciendo, preguntó el comisario, Para eso hemos venido, para investigar y capturar al culpable, Es decir, a la mujer del médico, Sí, señor comisario, para mí las órdenes del ministro del interior a ese respecto fueron bastante explícitas, El ministro del interior no dijo que la mujer del médico fuera culpable, Comisario, yo no soy más que un simple inspector de policía que quizá no llegue nunca a comisario, pero aprendí con la experiencia del oficio que las medias palabras existen para decir lo que las enteras no pueden, Apoyaré tu ascenso a comisario en cuanto surja una plaza pero, hasta entonces, la verdad me exige que te informe de que, para la mujer del médico, la palabra que sirve, y no media, sino entera, es la de inocente. El inspector miró al agente de refilón pidiéndole auxilio, pero el otro tenía en la cara la expresión absorta de quien acaba de ser hipnotizado, que es lo mismo que no poder contar con él. Cautelosamente, el inspector preguntó, Está insinuando que nos vamos a ir de aquí con las manos vacías, También podemos irnos con las manos en los bolsillos, si prefieres esta expresión, Y así nos vamos a presentar ante el ministro, Si no hay culpable, no lo podemos inventar, Me gustaría que me dijera si esta frase es suya, o del ministro, No creo que sea del ministro, desde luego no recuerdo habérsela oído, Yo no la he oído jamás desde que estoy en la policía, comisario y con esto me callo, no abro más la boca. El comisario se levantó, miró el reloj y dijo, Vayan a cenar a un restaurante, prácticamente no han almorzado, tendrán hambre, pero no se olviden de traer la factura para que la firme, Y usted, preguntó el agente, Yo he comido bien, y si el apetito aprieta siempre está el recurso del té y las pastas para entretener el hambre. El inspector dijo, Mi estima por usted, comisario, me obliga a decirle que estoy muy preocupado con su persona, Por qué, Nosotros somos subalternos, no nos puede suceder nada peor que una amonestación, pero usted es responsable del éxito de esta diligencia y parece que está decidido a declarar que ha fracasado, Crees que decir que un acusado es inocente es fracasar en una diligencia, Sí, si la diligencia fue diseñada para convertir en culpable a un inocente, Hace poco afirmabas a pies juntillas que la mujer del médico era culpable, ahora estás a punto de jurar sobre los evangelios que es inocente, Tal vez lo jurase sobre los evangelios, pero nunca en presencia del ministro del interior, Lo comprendo, tienes una familia, una carrera, una vida, Así es, comisario, a eso también se le puede añadir, si quiere, mi cobardía, También soy humano, no me permitiría llegar tan lejos, sólo te aconsejo que tomes desde ahora en adelante al agente bajo tu protección, tengo el presentimiento de que vais a necesitar mucho el uno del otro. El inspector y el agente dijeron, Bueno, comisario, hasta luego, el comisario respondió, Que aproveche, no tengáis prisa. La puerta se cerró.

El comisario fue a la cocina a beber agua, después entró en el dormitorio. La cama estaba hecha, en el suelo los calcetines usados, uno aquí, otro allí, la camisa sucia tirada de cualquier manera sobre una silla, y eso sin hablar del cuarto de baño, esta cuestión de la limpieza la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros tendrá que resolverla más pronto o más tarde, si es o no compatible con el natural sigilo que rodea a un servicio secreto colocar a disposición de los agentes que se instalan aquí una asistenta que sea, al mismo tiempo, ecónoma, cocinera y cuerpo de casa. El comisario estiró la sábana y la colcha, dio dos golpes en la almohada, enrolló la camisa y los calcetines y los metió en un cajón, el aspecto desolador del dormitorio mejoró un poco, pero, evidentemente, cualquier mano femenina lo habría hecho mejor. Miró el reloj, la hora era buena, el resultado ya se sabría. Se sentó, encendió la lámpara de la mesa y marcó el número. Al cuarto toque atendieron, Diga, Habla papagayo de mar, Aquí albatros, diga, Quiero dar el parte de las operaciones del día, albatros, Espero que tenga resultados satisfactorios que comunicar, papagayo de mar, Depende de lo que se considere satisfactorio, albatros, No tengo tiempo ni paciencia para matizaciones, papagayo de mar, vaya derecho a lo que importa, Permítame antes que le pregunte, albatros, si el encargo llegó a su destino, Qué encargo, El encargo de las nueve de la mañana, puesto seis-norte, Ah, sí, llegó en perfecto estado, me será muy útil, a su debido tiempo sabrá cuánto, papagayo de mar, ahora cuénteme lo que han hecho hoy, No hay mucho que decir, albatros, unas operaciones de seguimiento y un interrogatorio, Vamos por partes, papagayo de mar, qué resultado tuvieron las vigilancias, Ninguno, prácticamente, albatros, Por qué, Esos a quienes llamábamos sospechosos de segunda línea tuvieron, en todas las ocasiones, un comportamiento del todo normal, albatros, Y el interrogatorio de los sospechosos de primera línea que, según creo recordar, estaba a su cargo, papagayo de mar, En honor a la verdad, Qué me dice, En honor a la verdad, albatros, Y a propósito de qué viene eso ahora, papagayo de mar, Es una manera como otra cualquiera de comenzar la frase, albatros, Entonces haga el favor de dejar de honrar la verdad y dígame, simplemente, si ya está en condiciones de afirmar, sin más rodeos ni circunloquios, que la mujer del médico, cuyo retrato tengo ante mí, es culpable, Se confesó culpable de un asesinato, albatros, Sabe de sobra que, por muchas razones, incluyendo la falta del cuerpo del delito, no es eso lo que nos interesa, Sí, albatros, Entonces vaya directo al asunto y respóndame si puede afirmar que la mujer del médico tiene responsabilidad en el movimiento organizado del voto en blanco, que incluso ella es la cabeza de toda la organización, No, albatros, no lo puedo afirmar, Por qué, papagayo de mar, Porque ningún policía del mundo, y yo me considero el último de todos ellos, albatros, encontraría el menor indicio que le permitiese fundamentar una acusación así, Parece olvidarse de que habíamos acordado que plantearía las pruebas necesarias, papagayo de mar, Y qué prueba tendrían que ser en un caso así, albatros, si se permite la pregunta, Eso no es de mi incumbencia, eso lo dejé a su criterio, papagayo de mar, cuando todavía tenía confianza en que era capaz de llevar su misión a buen término, Llegar a la conclusión de que un sospechoso es inocente del crimen que se le imputa me parece el mejor término para una misión policial, albatros, se lo digo con todo respeto, A partir de este momento doy por terminada la farsa de los nombres en clave, yo soy el ministro del interior y usted es un comisario de policía, Sí señor ministro, Para ver si nos entendemos de una vez, voy a formular de manera diferente la pregunta que le acabo de hacer, Sí señor ministro, Está dispuesto, al margen de su convicción personal, a afirmar que la mujer del médico es culpable, responda sí o no, No señor ministro, Ha medido las consecuencias de lo que acaba de decir, Sí señor ministro, Muy bien, entonces tome nota de las decisiones que acabo de adoptar, Estoy oyendo, señor ministro, Les dirá al inspector y al agente que tienen orden de regresar mañana por la mañana, que a las nueve deberán estar en el puesto seis-norte de la frontera donde les estará esperando la persona que los acompañará hasta aquí, un hombre más o menos de su edad con una corbata azul con pintas blancas, que se traigan el coche que han utilizado para los traslados y que ya no es necesario, Sí señor ministro, En cuanto a usted, En cuanto a mí, señor ministro, Se mantendrá en la capital hasta recibir nuevas órdenes, que ciertamente no tardarán, Y la investigación, Usted mismo ha dicho que no hay nada que investigar, que la persona sospechosa es inocente, Ésa es, de hecho, mi convicción, señor ministro, Entonces su caso está resuelto, no podrá quejarse, Y qué hago mientras esté aquí, Nada, no haga nada, pasee, distráigase, vaya al cine, al teatro, visite museos, si le gusta, invite a cenar a sus nuevas amistades, el ministerio paga, No comprendo, señor ministro, Los cinco días que le di para la investigación todavía no han terminado, quizá desde ahora hasta entonces se le encienda una luz diferente en la cabeza, No creo, señor ministro, Aun así, cinco días son cinco días, y yo soy un hombre de palabra, Sí señor ministro, Buenas noches, duerma bien, comisario, Buenas noches, señor ministro.

El comisario colgó el teléfono. Se levantó de la silla y fue al cuarto de baño. Necesitaba ver la cara del hombre al que acababan de despedir sumariamente. La palabra no había sido dicha, pero se podía destapar, letra por letra, en todas, incluso en aquellas que le deseaban un buen sueño. No estaba sorprendido, conocía de sobra a su ministro del interior y sabía que iba a pagar por no haber acatado las instrucciones recibidas, las expresas, pero sobre todo las sobreentendidas, éstas finalmente tan claras como las otras, pero le sorprendió, eso sí, la serenidad de la cara que veía en el espejo, una cara de donde las arrugas parecían haber desaparecido, una cara donde los ojos se mostraban límpidos y luminosos, la cara de un hombre de cincuenta y siete años, de profesión comisario de policía, que de pasar la prueba de fuego y ha salido de ella como de un baño lustral. Era una buena idea, tomar un baño. Se desnudó y se metió debajo de la ducha. Dejó correr el agua tranquilamente, no tenía por qué preocuparse, el ministerio pagaría la cuenta, después se enjabonó lentamente, y otra vez el agua corrió para llevarse del cuerpo el resto de la suciedad, entonces la memoria puso su espalda para transportarlo hasta cuatro años atrás, cuando todos eran ciegos y vagaban inmundos y hambrientos por la ciudad, dispuestos a todo por un resto de pan duro cubierto de moho, por cualquier cosa que pudiera ser digerida, al menos masticada para engañar el hambre con sus pobres jugos, se imaginó a la mujer del médico guiando por las calles, bajo la lluvia, a su pequeño rebaño de desgraciados, seis ovejas perdidas, seis pájaros caídos del nido, seis gatitos ciegos recién nacidos, tal vez en uno de esos días, en una calle cualquiera, tropezó con ellos, tal vez por miedo lo hubieran repelido, tal vez por miedo los hubiese repelido él, era el tiempo del sálvese quien pueda, roba antes de que te roben a ti, pega antes de que a ti te peguen, tu peor enemigo, según la ley de los ciegos, es siempre aquel que está más cerca de ti, Pero no necesitamos estar ciegos para no saber adónde vamos, pensó. El agua caliente le caía rumorosa sobre la cabeza y los hombros, resbalaba por su cuerpo y, limpia, desaparecía gorgoteando por el sumidero. Salió de la ducha, se secó con la toalla de baño marcada con el blasón de la policía, recogió la ropa que había dejado colgada en la percha y regresó al dormitorio. Se puso ropa interior limpia, la última que le quedaba, el traje tendría que ser el mismo, para una misión de apenas cinco días no necesitaba más. Miró el reloj, eran casi las nueve. Fue a la cocina, calentó agua para el té, introdujo dentro el lúgubre saquito de papel y esperó los minutos que las instrucciones de uso recomiendan. Las pastas parecían hechas de granito con azúcar. Las mordía con fuerza, reduciéndolas a trozos fáciles de masticar, después lentamente los deshacía. Bebía el té a pequeños sorbos, él prefería el verde, pero tenía que contentarse con éste, negro y casi sin sabor de tan viejo y pasado, ya eran demasiados los lujos que la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, condescendía en facultar a sus huéspedes de paso. Las palabras del ministro le resonaban sarcásticas en los oídos, Los cinco días que le di para la investigación todavía no han terminado, hasta entonces pasee, distráigase, vaya al cine, el ministerio paga, y se preguntaba qué sucedería después, lo harían regresar a la central, alegando incapacidad para el servicio activo lo sentarían ante una mesa para ordenar papeles, un comisario rebajado a la condición de chupatintas, ése sería su destino, o lo jubilaban compulsivamente y se olvidaban de él hasta que volvieran a pronunciar su nombre cuando muriera y tuviera que ser tachado del registro de personal. Acabó de comer, tiró el saquito de papel húmedo y frío al cubo de la basura, lavó la taza y, con el cuchillo en la mano, recogió las migas que quedaban en la mesa. Actuaba con concentración para mantener los pensamientos a distancia, para dejarlos pasar sólo de uno en uno, después de haberles preguntado qué llevaban dentro, es que con los pensamientos todo cuidado es poco, algunos se nos presentan con un aire de inocencia hipócrita y luego, pero ya demasiado tarde, manifiestan lo malvados que son. Miró otra vez el reloj, las diez menos cuarto, cómo pasa el tiempo. De la cocina fue a la sala, se sentó en un sofá y esperó. Se despertó con el ruido de la cerradura. El inspector y el agente regresaban, se veía que ambos llegaban bien comidos y bien bebidos, aunque sin ninguna recriminable exageración. Dieron las buenas noches, después el inspector, en nombre de los dos, se disculpó por haber llegado un poco tarde. El comisario miró el reloj, pasaban de las once, No es tarde, dijo, lo que sucede es que mañana se van a tener que levantar más temprano de lo que probablemente pensaban, Tenemos otro servicio, preguntó el inspector, colocando un paquete sobre la mesa, Si así se puede llamar. El comisario hizo una pausa, volvió a mirar el reloj y prosiguió, A las nueve de la mañana tendréis que estar en el puesto militar seis-norte con todos vuestros efectos personales, Para qué, preguntó el agente, Habéis sido apartados del servicio de investigación que nos trajo aquí, Es una decisión suya, comisario, preguntó el inspector con expresión seria, Es una decisión del ministro, Por qué, No me lo ha dicho, pero no os preocupéis, estoy seguro de que no tienen nada contra vosotros, os harán cantidad de preguntas, pero ya sabréis cómo responder, Quiere eso decir que usted no viene con nosotros, preguntó el agente, Sí, yo me quedo, Va a seguir usted solo con la investigación, La investigación está cerrada, Sin resultados concretos, Ni concretos ni abstractos, Entonces no entiendo por qué no nos acompaña, dijo el inspector, Orden del ministro, permaneceré aquí hasta terminar el plazo de cinco días que él marcó, por tanto hasta el jueves, Y después, Quizá os lo diga cuando interrogue, Interrogar sobre qué, Sobre cómo ha transcurrido la investigación, sobre cómo la he conducido, Pero si nos acaba de decir que la investigación ha sido cerrada, Sí, pero también es posible que prosiga por otros caminos, aunque no conmigo, No entiendo nada, dijo el agente. El comisario se levantó, entró en el dormitorio y regresó con un mapa que desplegó sobre la mesa, para lo que tuvo que apartar el paquete a un lado. El puesto seis-norte está aquí, dijo poniendo un dedo encima, no se equivoquen, les estará esperando un hombre que el ministro dice que tiene más o menos mi edad, pero es bastante más joven, lo identificarán por la corbata que lleva, azul con pintas blancas, cuando ayer me encontré con él fue necesario que intercambiáramos santo y seña, esta vez supongo que no es necesario, por lo menos el ministro no me ha dicho nada sobre eso, No comprendo, dijo el inspector, Pues está claro, ayudó el agente, vamos al puesto seis-norte, Lo que no comprendo no es eso, lo que no comprendo es por qué nosotros nos vamos y el comisario se queda, El ministro tendrá sus razones, Los ministros las tienen siempre, Y nunca las explican. El comisario intervino, No os canséis discutiendo, la mejor actitud es la de no pedir explicaciones y, en el improbable caso de que las den, dudar de ellas, casi siempre son mentira. Dobló el mapa cuidadosamente y, como si se le acabara de ocurrir, dijo, Os lleváis el coche, También se va a quedar sin coche, preguntó el inspector, En la ciudad no faltan autobuses y taxis, además caminar es bueno para la salud, Cada vez entiendo menos, No hay nada que entender, querido inspector, recibo órdenes y las cumplo, y vosotros os tenéis que limitar a hacer lo mismo, análisis y consideraciones no alteran ni un milímetro esta realidad. El inspector empujó el paquete hacia delante, Traíamos esto, dijo, Qué hay dentro, Lo que nos dejaron aquí para desayunar es tan malo que decidimos comprar unos bollos diferentes, tiernos, un poco de queso, mantequilla de la buena, fiambre y pan de molde, Pues os lo lleváis, o lo dejáis, dijo el comisario sonriendo, Mañana, si está de acuerdo, desayunaremos juntos y lo que sobre se queda, sonrió también el inspector. Todos habían sonreído, el agente acompañando a los otros, y ahora estaban serios los tres y no sabían qué decir. Por fin el comisario se despidió, Me voy a acostar, dormí mal la noche pasada, el día ha sido agitado, comenzó con eso del puesto seis-norte, Eso qué, comisario, preguntó el inspector, no sabemos nada del puesto seis-norte, Sí, no os informé, no tuve ocasión, por orden del ministro fui a entregarle la fotografía del grupo al hombre de la corbata azul con pintas blancas, el mismo con el que os encontraréis mañana, Y para qué quiere el ministro la fotografía, Usando sus propias palabras, a su tiempo lo sabremos, Me huele a chamusquina. El comisario asintió con la cabeza, como quien concuerda, y siguió, Después quiso la casualidad que me encontrara en la calle a la mujer del médico, almorcé con ellos en su casa y para rematar tuve una conversación con el ministro, A pesar de toda la estima que sentimos por usted, dijo el inspector, hay una cosa que jamás le perdonaremos, hablo en nombre de los dos porque ya lo habíamos comentado antes, De qué se trata, No ha querido nunca que fuésemos a casa de esa mujer, Tú llegaste a entrar, Sí, para ser inmediatamente despachado, Es verdad, reconoció el comisario, Por qué, Porque tuve miedo, Miedo de qué, no somos ningunas fieras, Miedo de que la obsesión de descubrir a un culpable a toda costa os impidiese ver realmente a la persona que teníais delante, Tan poca confianza le merecemos, señor comisario, No se trata de una cuestión de confianza, de tenerla o no tenerla, era más bien como si hubiera descubierto un tesoro y quisiera guardarlo para mí solo, no, qué ocurrencia, no se trata de una cuestión de sentimientos, no es lo que probablemente estáis pensando, es que llegué a tener miedo por la seguridad de la mujer, pensé que cuantas menos personas la interrogásemos, más segura estaría, Con palabras más simples y dando menos vueltas a la lengua, con perdón por el atrevimiento, dijo el agente, no ha tenido. confianza en nosotros, Sí, es cierto, lo confieso, me ha faltado confianza, No necesita pedir que le perdonemos, dijo el inspector, de antemano está disculpado, sobre todo porque es posible que tenga razón en sus temores, es posible que lo hubiéramos estropeado todo, habríamos entrado como un par de elefantes en una cacharrería. El comisario abrió el paquete, sacó dos rebanadas de pan de molde, metió entre ellas dos lonchas de fiambre y sonrió justificándose, Confieso que tengo hambre, sólo he tomado un té y casi me he partido los dientes con esas malditas pastas. El agente fue a la cocina y trajo una lata de cerveza y un vaso, Aquí tiene, señor comisario, así el pan pasará mejor. El comisario se sentó a masticar deleitándose con el sándwich de fiambre, se bebió la cerveza como si se lavara el alma y cuando terminó, dijo, Ahora sí, voy a acostarme, dormid bien, gracias por la cena. Se encaminó hasta la puerta que daba al dormitorio, ahí se detuvo y se volvió, Os voy a echar de menos. Hizo una pausa y añadió, No os olvidéis de lo que os dije antes de cenar, A qué se refiere, comisario, preguntó el inspector, Que tengo el presentimiento de que vais a necesitaros el uno al otro, no os dejéis engañar con hablas mansas ni con promesas de ascenso rápido en la carrera, el responsable del resultado de la investigación soy yo y nadie más, no me traicionaréis cuando digáis la verdad, pero negaros a repetir mentiras en nombre de una verdad que no sea la vuestra, Sí señor comisario, prometió el inspector, Que os ayudéis mutuamente, dijo el comisario, y después, Es todo lo que os puedo desear, y todo cuanto os pido.


El comisario no quiso aprovecharse de la pródiga munificencia del ministro del interior. No fue a buscarse distracción a teatros o cines, no visitó museos, cuando salía de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, era sólo para almorzar y cenar y, después de pagar la cuenta, siempre dejaba las facturas sobre la mesa con la propina. No volvió a casa del médico ni al jardín donde hizo las paces con el perro de las lágrimas, Constante es su nombre oficial, y donde, ojos en los ojos, espíritu con espíritu, departió con su dueña sobre culpa e inocencia. Tampoco fue a espiar las idas y venidas de la chica de las gafas oscuras y del viejo de la venda negra, o a la divorciada del que fuera el primer ciego. En cuanto a éste, autor de la repugnante carta de denuncia y hacedor de desgracias, no tenía la menor duda, cruzaría de acera si me lo encontrara, pensó. El resto del tiempo, horas y horas seguidas, mañana, tarde y noche, lo pasaba sentado al lado del teléfono, esperando, e incluso cuando dormía, el oído velaba. Estaba seguro de que el ministro acabaría llamando por teléfono, de lo contrario no se entendería por qué quiso agotar, hasta los últimos minutos, o, con más propiedad significativa, hasta las últimas heces, los cinco días de plazo marcados para la investigación. Lo más lógico hubiera sido que le ordenaran regresar al servicio para allí ajustar las cuentas pendientes, jubilación apremiante o destitución, pero la experiencia le había demostrado que lo lógico era demasiado simple para la sinuosa mente del ministro del interior. Recordaba las palabras del inspector, vulgares, pero expresivas, Me huele a chamusquina, dijo él cuando le habló de la fotografía que tuvo que entregar al hombre de la corbata azul con pintas blancas en el puesto militar seis-norte, y pensaba que lo esencial de esta cuestión debería encontrarse realmente ahí, en la fotografía, pese a que no era capaz de imaginar de qué manera ni para qué. En esta espera lenta que tenía sus límites a la vista, que no sería, como es habitual decir cuando se quiere enriquecer la expresión, interminable, y con estos pensamientos, que muchas veces no eran nada más que una continuada e irreprimible somnolencia de la que la conciencia medio vigilante lo arrancaba de vez en cuando con sobresalto, pasaron los tres días que faltaban para que se completara el plazo, martes, miércoles, jueves, tres hojas de calendario a las que les costaba desprenderse de la costura de la medianoche y que después se quedaban como pegadas a los dedos, transformadas en una masa pegajosa e informe de tiempo, en una pared blanda que se le resistía y al mismo tiempo lo aspiraba. Finalmente el miércoles, a las once y media de la noche, el ministro del interior telefoneó. No saludó, no dio las buenas noches, no le preguntó al comisario cómo se encontraba de salud, cómo se las componía con la soledad, no le dijo si ya había interrogado al inspector y al agente, juntos o separados, en amena conversación o con severas amenazas, sólo sugirió como de paso, como si no viniera a propósito, Supongo que le interesará leer los periódicos de mañana, Los leo todos los días, señor ministro, Le felicito, es un hombre informado, de cualquier manera le recomiendo vivamente que no deje de leer los de mañana, le van a gustar, Así lo haré, señor ministro, Y vea también el informativo de televisión, no se lo pierda por nada del mundo, No tenemos televisión en la providencial, s.a., señor ministro, Es una pena, sin embargo me parece bien, para que no se le distraiga el cerebro de los arduos problemas de investigación que tiene encargados, en todo caso le recuerdo que podrá verlo en casa de cualquiera de sus recientes amigos, propóngales que se reúna todo el grupo y disfruten con el espectáculo. El comisario no respondió. Podría haberle preguntado cuál sería su situación disciplinaria a partir del día siguiente, pero prefirió callarse, si era verdad que su suerte estaba en manos del ministro, que fuese él quien pronunciara la sentencia, además tenía la certeza de que recibiría una frase seca como respuesta, del tipo No tenga prisa, mañana lo sabrá. En este momento el comisario tuvo conciencia de que el silencio estaba durando más de lo que se puede considerar natural en un diálogo telefónico, donde las pausas o descansos entre las frases son, por lo general, breves o brevísimos. No había reaccionado ante la malintencionada sugerencia del ministro del interior y daba la impresión de que no le hubiera molestado. Dijo cautelosamente, Señor ministro. Los impulsos eléctricos condujeron las dos palabras a lo largo de la línea, pero del otro lado no llegó señal de vida. Albatros había cortado. El comisario colgó el teléfono y salió del dormitorio. Fue a la cocina, se bebió un vaso de agua, no era la primera vez que se daba cuenta de que hablar con el ministro del interior le causaba una sed casi angustiosa, era como si durante el tiempo de la conversación se hubiera estado quemando por dentro y ahora acudiese a apagar su propio incendio. Se sentó en el sofá de la sala, pero no se quedó mucho tiempo, el casi letargo en que viviera estos tres días había desaparecido, se esfumó con la primera palabra del ministro, ahora las cosas, esa vaguedad a que solemos dar el genérico y perezoso nombre de cosas cuando necesitaríamos demasiado tiempo y ocuparía demasiado espacio explicarlas o simplemente enunciarlas, iban precipitándose y no se detendrían hasta el final, qué final, cuándo, cómo, dónde. De algo estaba seguro, no era necesario llamarse maigret, poirot o sherlock holmes para saber qué iban a publicar los periódicos al día siguiente. Su espera había acabado, el ministro del interior no le volvería a telefonear, la orden que hubiese dado llegaría a través de un secretario o directamente del comando de la policía, cinco días y cinco noches, no más, fueron suficientes para pasar de comisario encargado de una difícil investigación a juguete roto que se tira a la basura. Entonces pensó que tenía una obligación que cumplir. Buscó el nombre en la guía de teléfonos, confrontó mentalmente la dirección y marcó el número. Le respondió la mujer del médico, Diga, Buenas noches, soy yo, el comisario, perdone que llame a esta hora de la noche, No tiene importancia, nunca nos vamos a la cama temprano, Recuerda que le dije, cuando hablamos en el jardín, que el ministro del interior me había exigido la foto de su grupo, Sí, lo recuerdo, Pues tengo razones para pensar que esa fotografía va a ser publicada mañana en los periódicos y mostrada en televisión, No le pregunto por qué, aunque recuerdo que me dijo que el ministro no la querría para nada bueno, Sí, de todos modos no esperaba que la utilizara de esta forma, Y qué pretenderá, Mañana veremos lo que dicen los periódicos además de publicar la fotografía, pero supongo que la van a estigmatizar ante la opinión pública, Por no haberme quedado ciega hace cuatro años, Bien sabe que para el ministro es altamente sospechoso que no cegara cuando todo el mundo estaba perdiendo la visión, ahora ese hecho resulta más que suficiente, desde ese punto de vista, para considerarla responsable, en todo o en parte, de lo que está sucediendo, Se refiere al voto en blanco, Sí, al voto en blanco, Es absurdo, es completamente absurdo, He aprendido en este oficio que los que mandan no sólo no se detienen ante lo que nosotros llamamos absurdos, sino que se sirven de ellos para entorpecer la consciencia y aniquilar la razón, Qué le parece que debemos hacer, Desaparezcan, escóndanse, pero nunca en casa de sus amigos, ahí no estarán seguros, no tardarán en ponerlos bajo vigilancia, si es que no lo están ya, Tiene razón, pero, sea como sea, nunca nos permitiríamos poner en riesgo la seguridad de una persona que decidiera acogernos, ahora mismo, por ejemplo, estoy pensando si no habrá hecho mal en llamarnos por teléfono, No se preocupe, esta línea es segura, no hay muchas en el país tan seguras como ésta, Señor comisario, Dígame, Hay una pregunta que me gustaría hacerle, aunque no sé si me atrevo, Pregunte, no lo dude, Por qué hace esto por nosotros, por qué nos ayuda, Simplemente por una pequeña frase que encontré en un libro, hace muchos años, y de la que me había olvidado, pero que ha regresado a mi memoria en estos días, Qué frase, Nacemos, y en ese momento es como si hubiéramos firmado un pacto para toda la vida, pero puede llegar el día en que nos preguntemos Quién ha firmado esto por mí, Realmente son unas hermosas palabras, de esas que hacen pensar, cómo se llama el libro, Confieso, con vergüenza, que soy incapaz de recordarlo, Déjelo, aunque no pueda recordar nada más, ni siquiera el título, Ni siquiera el nombre del autor, Esas palabras que, probablemente, tal como se le presentaron, nadie las había dicho antes, esas palabras han tenido la fortuna de no perderse unas de las otras, han tenido quien las reuniera, quién sabe si este mundo no sería un poco más decente si supiéramos cómo juntar unas cuantas palabras que andan por ahí sueltas, Dudo de que alguna vez las pobres abandonadas se encuentren, También yo, pero soñar es barato, no cuesta dinero, Vamos a ver lo que dicen mañana los periódicos, Vamos a ver, estoy preparada para lo peor, Traiga lo que traiga el futuro inmediato, piense en lo que le he dicho, escóndanse, desaparezcan, Hablaré con mi marido, Ojalá él la convenza, Buenas noches, y gracias por todo, No hay nada que agradecer, Tenga cuidado. Después de colgar el teléfono, el comisario se preguntó si no habría sido una estupidez afirmar, como si fuese cosa suya, que la línea era segura, que en todo el país no existían muchas tan seguras como ésta. Se encogió de hombros y murmuró, Qué más da, nada es seguro, nadie está seguro.

No durmió bien, soñó con una nube de palabras que huían y se dispersaban mientras él las iba persiguiendo con una red de atrapar mariposas y les rogaba Deteneos, por favor, no os mováis, esperadme. Entonces, de repente, las palabras se detuvieron y se juntaron, se amontonaron unas sobre otras como un enjambre de abejas a la espera de una colmena donde dejarse caer, y él, con una exclamación de alegría, lanzó la red. Había atrapado un periódico. Fue un sueño malo, pero peor sería si albatros hubiera regresado para picotear los ojos de la mujer del médico. Se despertó temprano. Se arregló sumariamente y bajó. Ya no pasaba por el garaje, por la puerta de los caballeros, ahora salía por el portal común, el de los peatones, saludaba al portero con un gesto de cabeza cuando lo veía dentro de su nicho, le decía una palabra si lo encontraba fuera, más, no era necesario, de algún modo estaba allí de prestado, él, no el portero. Las farolas de las calles todavía estaban encendidas, las tiendas tardarían más de dos horas en abrir. Buscó y encontró un quiosco de prensa, de los grandes, de los que reciben todos los periódicos, y ahí se quedó a la espera. Felizmente no llovía. Las farolas se apagaron dejando la ciudad inmersa durante unos momentos en una última y breve oscuridad, en seguida disipada cuando los ojos se acomodaron a la mudanza y la azulada claridad de la primera mañana bajó a las calles. La furgoneta de reparto llegó, descargó los paquetes y siguió su ruta. El quiosquero comenzó a abrirlos y a ordenar los periódicos según la cantidad de ejemplares recibidos, de izquierda a derecha, de mayor a menor. El comisario se aproximó, dio los buenos días, dijo, Deme uno de cada. Mientras el quiosquero los introducía en una bolsa de plástico, echó una mirada a las primeras páginas expuestas en fila, con excepción de los dos últimos, todos los demás traían la fotografía en primera bajo enormes titulares. La mañana comenzaba bien para el quiosco, un cliente curioso y con posibles, y el resto del día, ya lo adelantamos, no iba a ser diferente, todos los periódicos se van a vender, con la excepción de los dos montoncitos de la derecha, de donde no saldrán nada más que los habituales. El comisario ya no estaba allí, salió corriendo para tomar un taxi que apareció por la esquina próxima, y ahora, nerviosamente, tras dar la dirección de la providencial, s.a., y pedir disculpas por la brevedad del trayecto, sacaba los diarios de la bolsa, los desdoblaba, además de la fotografía del grupo, con una flecha que señalaba a la mujer del médico, al lado, dentro de un círculo, se mostraba una ampliación de su cara. Y los títulos eran, en negro y rojo, Descubierto finalmente el rostro de la conspiración, Esta mujer no cegó hace cuatro años, Resuelto el enigma del voto en blanco, La investigación policial da los primeros frutos. La todavía escasa luz y la trepidación del coche sobre el empedrado de la calzada no permitían la lectura de la letra pequeña. En menos de cinco minutos el taxi paraba ante la puerta del edificio. El comisario pagó, dejó la vuelta en la mano del taxista y entró rápidamente. Como un soplo pasó ante el portero sin dirigirle la palabra, se metió en el ascensor, el nerviosismo casi le hace mover los pies de impaciencia, vamos, vamos, pero la máquina, que llevaba toda la vida subiendo y bajando gente, oyendo conversaciones, monólogos inacabados, fragmentos de canciones mal tatareadas, algún incontenible suspiro, algún perturbador murmullo, hacía como que no iba con ella, tanto tiempo para subir, tanto tiempo para bajar, como el destino, si tiene mucha prisa, vaya por la escalera. El comisario metió por fin la llave en la puerta de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, encendió la luz y se precipitó hacia la mesa donde extendiera el mapa de la ciudad y donde tomó el último desayuno con sus auxiliares ausentes. Le temblaban las manos. Forzándose a ir despacio, a no saltarse líneas, yendo palabra por palabra, leyó una tras otra las noticias de los cuatro periódicos que publicaban la fotografía. Con pequeños arreglos de estilo, con ligeras diferencias de vocabulario, la información e igual en todos y sobre ella podría calcularse una especie de media aritmética que se ajustaría a la perfección a la fuente original, elaborada por los asesores de escritura del ministro del interior. La prosa primitiva rezaría más o menos así, Cuando pensábamos que el gobierno había dejado entregado a la acción del tiempo, a ese tiempo que todo lo desgasta y todo lo reduce, el trabajo de circunscribir y secar el tumor maligno inopinadamente nacido en la capital del país bajo la abstrusa y aberrante forma de una votación en blanco que, como nuestros lectores conocen, sobrepasó ampliamente la de todos los partidos políticos democráticos juntos, he aquí que llega a nuestra redacción la más inesperada y grata de las noticias. El genio investigador y la persistencia del instinto policial, sustanciados en las personas de un comisario, de un inspector y de un agente de segundo grado, cuyos nombres, por razones de seguridad, no estamos autorizados a revelar, lograron sacar a la luz lo que es, con alta probabilidad, la cabeza de la tenia cuyos anillos ha mantenido paralizada, atrofiándola peligrosamente, la conciencia cívica de la mayoría de los habitantes de esta ciudad en edad de votar. Cierta mujer, casada con un médico oftalmólogo y que, asombro entre los asombros, fue, según testigos dignos de suficiente crédito, la única persona que hace cuatro años escapó a la terrible epidemia que hizo de nuestra patria un país de ciegos, esa mujer está considerada por la policía como la presunta culpable de la nueva ceguera, esta vez felizmente limitada al ámbito de la capital, que ha introducido en la vida política y en nuestro sistema democrático el más peligroso germen de perversión y corrupción. Sólo un cerebro diabólico, como el que tuvieron en el pasado los mayores criminales de la humanidad, podría haber concebido lo que, según fuente fidedigna, mereció de su excelencia el señor presidente de la república el expresivo calificativo de torpedo disparado bajo la línea de flotación contra la majestuosa nave de la democracia. Así es. Si llega a probarse, sin el más ligero resquicio de duda, como todo indica, que la tal mujer del médico es culpable, los ciudadanos respetuosos del orden y del derecho tendrán que exigir que el máximo rigor de la justicia caiga sobre su cabeza. Y véase cómo son las cosas. Esta mujer, que, dada la singularidad de su caso de hace cuatro años, podría constituir un importantísimo elemento de estudio para nuestra comunidad científica, y que, como tal sería merecedora de un lugar relevante en el historial clínico de la especialidad de oftalmología, está ahora sujeta a la execración pública como enemiga de su patria y de su pueblo. Sin duda se puede afirmar que más le habría valido quedarse ciega.

La última frase, claramente amenazadora, sonaba ya como una condena, lo mismo que si se hubiera escrito Más le valía no haber nacido. El primer impulso del comisario fue telefonear a la mujer del médico, preguntarle si ya había leído los periódicos, reconfortarla en lo poco que fuera posible, pero lo retuvo la idea de que las probabilidades de que el teléfono de ella estuviera intervenido pasaban a ser, de la noche a la mañana, del cien por cien. En cuanto a los teléfonos de la providencial, s.a., el rojo o el gris, de ésos no valía la pena hablar, están directamente conectados a la red privada del estado. Hojeó los otros dos periódicos, no traían ni una palabra sobre el asunto. Qué debo hacer ahora, se preguntó en voz alta. Volvió a la noticia, la releyó, encontró extraño que no se identificara a las personas que aparecían en la imagen, especialmente a la mujer del médico y al marido. Fue entonces cuando se percató del pie de foto, redactado en estos términos, La sospechosa está señalada con una flecha. Al parecer, aunque este dato no haya sido todavía totalmente confirmado, la mujer del médico mantuvo al grupo bajo su protección durante la epidemia de ceguera. Según fuentes oficiales la identificación completa de estas personas se encuentra en fase adelantada y deberá hacerse pública mañana. El comisario murmuró, Deben de estar indagando dónde vive el niño, como si eso les sirviese de algo. Después, reflexionando, A primera vista la publicación de la fotografía, sin venir acompañada de otras medidas, no parece tener ningún sentido, Puesto que da a todos ellos, como yo mismo les aconsejé, una ocasión para desaparecer del paisaje, pero el ministro adora el espectáculo, una caza del hombre bien llevada le dará más peso político, más influencia en el gobierno y en el partido, en cuanto a las otras medidas, lo más probable es que las casas de esa gente estén siendo vigiladas durante las veinticuatro horas del día, el ministerio ha tenido tiempo suficiente para infiltrar agentes en la ciudad y montar los respectivos dispositivos. Pero nada de esto, por muy cierto que sea, me responde a la pregunta Qué debo hacer ahora. Podía, telefonear al ministro del interior con el pretexto de saber, ya que estamos en jueves, qué decisión se había tomado sobre su situación disciplinaria, pero sería inútil, estaba seguro de que el ministro no lo atendería, un secretario cualquiera le diría que se pusiese en contacto con el comandante de la policía, los tiempos de compadreo entre albatros y papagayo de mar se terminaron, señor comisario. Qué hago entonces, volvió a preguntarse, quedarme aquí pudriéndome hasta que alguien se acuerde de mí y mande retirar el cadáver, intentar salir de la ciudad cuando es más que seguro que se hayan dado órdenes rigurosas en todos los puestos de frontera para no dejarme pasar, qué hago. Miró nuevamente la fotografía, el médico y la mujer en el centro, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra a la izquierda, el tipo de la carta y la mujer a la derecha, el niño estrábico de rodillas como un jugador de fútbol, el perro sentado a los pies de la dueña. Releyó el pie de foto, La identificación completa deberá hacerse pública mañana, deberá hacerse pública mañana, mañana, mañana. En ese momento una súbita decisión se apoderó de él, aunque en el momento siguiente la cautela argumentaba que sería una locura rematada, Prudente, decía, es no despertar al dragón que duerme, estúpido es acercarse a él cuando está despierto. El comisario se levantó de la silla, dio dos vueltas a la sala, volvió a la mesa donde estaban los periódicos, miró otra vez la cabeza de la mujer del médico dentro de una circunferencia blanca que ya era como una horca, a esta hora media ciudad lee los periódicos y la otra media se sienta delante de la televisión para oír lo que dice el locutor del primer informativo o escucha la voz de la radio avisando que el nombre de la mujer se hará público mañana, y no sólo el nombre, también la dirección, para que toda la ciudad quede sabiendo dónde anida la maldad. Entonces el comisario fue a por la máquina de escribir y se la trajo a esta mesa. Cerró los diarios, los apartó hacia un lado y se sentó a trabajar. El papel de que se servía tenía el membrete de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, y podría, no mañana, aunque sí pasado mañana, ser presentado por la acusación del estado como prueba de su segunda culpabilidad, es decir, utilizar para uso privado material de la administración pública, con las circunstancias agravantes de la naturaleza reservada de ese material y de las características conspiradoras de su utilización. Lo que el comisario estaba escribiendo era nada más y nada menos que un relato pormenorizado de los acontecimientos de los últimos cinco días, desde la madrugada del sábado, cuando con sus dos auxiliares atravesó clandestinamente el bloqueo de la capital, hasta el día de hoy, hasta este momento en que le escribo. Como es obvio, la providencial, s.a., está pertrechada de fotocopiadora, pero al comisario no le parece de buena educación entregarle a alguien una carta original y a una segunda persona una simple y descalificada copia, por mucho que las modernas técnicas de reprografía nos aseguren que ni los ojos de un halcón notarían la diferencia entre una y otra. El comisario pertenece a la generación más antigua de las que todavía comen pan en este mundo, conserva por eso un resto de respeto por las formas, lo que significa que, terminada la primera carta, comenzó, atentamente, a copiarla en una nueva hoja de papel. Copia va a ser, sin duda, pero no de la misma manera. Terminado el trabajo, dobló e introdujo cada carta en su sobre, igualmente timbrado, los cerró y escribió las direcciones respectivas. Es cierto que las va a entregar en mano, pero sus destinatarios comprenderán, nada más que por la discreta elegancia del gesto, que las cartas que les están llegando de la firma providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, tratan de asuntos importantes y merecedores de toda la atención informativa.

Ahora el comisario va a salir otra vez. Se guardó las dos cartas en los bolsillos interiores de la chaqueta, se puso la gabardina, aunque el tiempo está de lo más apacible que se puede desear para estas alturas del año, según se puede comprobar abriendo la ventana y viendo las espaciadas y lentas nubes blancas que pasan allá arriba. Es posible que otra fuerte razón le haya pesado, la gabardina, sobre todo en la modalidad trinchera, con cinturón, es una especie de señal distintiva de los detectives de la era clásica, por lo menos desde que raymond chandler creó la figura de marlowe, hasta tal punto de que si se ve pasar a un sujeto que lleva bajadas las alas del sombrero y subidas las solapas de la gabardina se puede jurar de inmediato que por ahí va humphrey bogart lanzando su mirada penetrante entre la fimbria de la solapa y la fimbria del sombrero, ciencia esta al alcance de cualquier lector de novelas policiacas, apartado muerte. Este comisario no usa sombrero, lleva la cabeza descubierta, así lo ha determinado el uso de una modernidad que aborrece lo pintoresco y, como se suele decir, tira a matar antes de preguntar si todavía estás vivo. Ya ha bajado en el ascensor, ya ha pasado ante el portero que le hizo un gesto desde su nicho, y ahora está en la calle para cumplir los tres objetivos de la mañana, a saber, tomarse el tardío desayuno, pasar por la calle donde vive la mujer del médico y llevar las cartas a sus destinos. El primero lo resuelve en esta cafetería, un café con leche, unas tostadas con mantequilla, no tan blandas y untuosas como la las del otro día, pero no hay que extrañarse, la vida es así, unas cosas se ganan, otras se pierden, y para las tostadas con mantequilla ya quedan pocos cultivadores, tanto en lo que respecta a la preparación como al consumo. Perdonadas le sean estas banalísimas consideraciones gastronómicas a un hombre que lleva una bomba en el bolsillo. Ya ha terminado, ya ha pagado, ahora camina con pasos enérgicos hacia el segundo objetivo. Tardó casi veinte minutos en llegar. Ablandó el paso cuando entró en la calle, adoptó el aire de quien va de paseo, sabe que si hay policías vigilando lo más probable es que lo reconozcan, pero eso no le importa. Si alguno de éstos llega a informar de que ha visto a su jefe directo, y si ése pasa la información al superior inmediato, y éste al director de la policía, y éste al ministro del interior, es más que sabido que albatros graznará con su tono de voz más cortante, No merece la pena que me cuenten lo que ya sé, díganme lo que necesito saber, qué está tramando ese comisario de mala muerte. La calle está más concurrida que de costumbre. Hay pequeños grupos frente al edificio donde vive la mujer del médico, son personas del barrio que, movidas por un fisgoneo en ciertos casos inocente, aunque de mal augurio en otros, se acercaron, periódico en mano, al lugar donde habita la acusada, a quien más o menos conocen de vista o de ocasional trato, dándose la inevitable coincidencia de que en los ojos de algunas de esas personas ha empleado su saber el marido oftalmólogo. El comisario ya ha localizado a los vigías, uno de ellos se ha unido a uno de los grupos más numerosos, el otro, apoyado con simulada indolencia en la pared, lee una revista de deportes como si para él no existiera, en el mundo de las letras, nada más importante. Que esté leyendo una revista y no un periódico tiene fácil explicación, una revista, siendo protección suficiente, roba mucho menos espacio al campo visual del vigilante y se guarda sin problemas en el bolsillo si de repente es necesario seguir a alguien. Los policías saben estas cosas, se las enseñan desde pequeñitos. Ora bien, sucede que estos de aquí no están al corriente de las tormentosas relaciones entre el comisario que se acerca y el ministerio de que dependen, por eso piensan que él también forma parte de la operación y pretende comprobar si todo marcha de acuerdo con los planes. No es de extrañar. Aunque en ciertos niveles corporativos ya se haya comenzado a murmurar que el ministro no está satisfecho con el trabajo del comisario, y la prueba es que ha mandado regresar a los ayudantes, dejándolo a él en barbecho, otros dicen stand-by, la murmuración todavía no ha llegado a las capas inferiores a las que pertenecen estos agentes. Hay que aclarar, antes de que se olvide, que los susodichos murmuradores no tienen ninguna idea precisa acerca del trabajo del comisario en la capital, lo que demuestra que el inspector y el agente, allá donde se encuentren, han mantenido la boca cerrada. Lo interesante, aunque nada divertido, fue ver cómo los policías se aproximaban al comisario con aire conspirador para decirle en voz baja por la comisura de la boca, Sin novedad. El comisario asintió con la cabeza, miró las ventanas del cuarto piso y se apartó, pensando, Mañana, cuando los nombres y las direcciones se hayan publicado, habrá aquí mucha más gente. Vio Pasar un taxi libre y lo llamó. Entró, dio los buenos días y, sacándose los sobres del bolsillo, le leyó las direcciones al taxista y le preguntó, Cuál queda más cerca, La segunda, Lléveme entonces allí, por favor. En el asiento de al lado del conductor había un periódico doblado, el que sobre la noticia, con letras de sangre, llevaba el impactante título de Descubierto finalmente el rostro de la conspiración. El comisario tuvo la tentación de preguntarle al taxista cuál era su opinión sobre la sensacional noticia publicada en los periódicos de hoy, pero desistió de la idea con miedo a que un tono de voz inquisitorio en exceso delatase su oficio, A esto se llama, pensó, padecer una excesiva conciencia de la propia deformación profesional. Fue el conductor quien entró en materia, No sé lo que usted piensa, pero esta historia de la mujer que dicen que no se quedó ciega me parece una trola de marca mayor inventada para vender periódicos, si yo me quedé ciego, si todos nos quedamos ciegos, cómo esa mujer siguió viendo, es una patraña que no cabe en ninguna cabeza, Y dicen que ella es la causante del voto en blanco, Ésa es otra, una mujer es una mujer, no se mete en esas cosas, todavía si fuese un hombre, vaya que vaya, podría ser, pero una mujer, pffff, veremos cómo termina todo esto, Cuando a la historia se le acabe el jugo, inventarán otra, es lo que pasa siempre, usted no sabe lo que se aprende agarrado a este volante, y todavía le digo una cosa más, Diga, diga, Al contrario de lo que la gente cree, el espejo retrovisor no sirve sólo para controlar los coches que vienen detrás, también sirve para ver el alma de los pasajeros, apuesto a que nunca lo había pensado, Me deja asombrado, realmente no lo había pensado nunca, Pues es como se lo digo, este volante enseña mucho. Después de semejante revelación el comisario creyó más prudente dejar el dialogo. Sólo cuando el taxista paró el coche y dijo, Aquí estamos, se animó a preguntar si eso del espejo retrovisor y del alma se aplicaba a todos los vehículos y a todos los conductores, pero el taxista fue perentorio, Sólo en los taxis, señor mío, sólo en los taxis.

El comisario entró en el edificio, se dirigió al mostrador de recepción y dijo, Buenos días, represento a la firma la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, desearía hablar con el director, Si el asunto es de seguros, creo que sería preferible que hablara con un administrador, En principio, si, tiene razón, pero lo que me trae aquí no es de naturaleza técnica, de manera que sería mejor que hablara con el director, El director no está, supongo que llegará a media tarde, Con quién le parece entonces que debo hablar, cuál es la persona más indicada, Creo que con el redactor jefe, Siendo así, haga el favor de anunciarme, recuerde, la firma providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, Me dice su nombre, Providencial bastará, Ah, comprendo, la firma tiene su nombre, Exactamente. El recepcionista hizo la llamada, explicó el caso y dijo, tras haber colgado el teléfono, Ya vienen a buscarlo, señor Providencial. Pocos minutos después apareció una mujer, Soy la secretaria del redactor jefe, quiere hacer el favor de acompañarme. La siguió por un pasillo, iba calmo, tranquilo, pero, de súbito, sin preverlo, la consciencia del temerario paso que estaba a punto de dar le cortó la respiración como si hubiese sido golpeado de lleno en el diafragma. Todavía podía dar marcha atrás, mascullar una disculpa cualquiera, qué fastidio, he olvidado un documento importante si el que no seré capaz de hablar con el redactor jefe, pero no era verdad, el documento estaba en el bolsillo interior de la chaqueta, el vino está servido, comisario, ahora no te queda más remedio que bebértelo. La secretaria lo hizo pasar a una salita modestamente amueblada, unos sillones usados traídos a este lugar para terminar en razonable paz su larga vida, sobre una mesa unos cuantos periódicos, una estantería con libros mal colocados, Puede sentarse, el redactor jefe le pide por favor que espere un poco, en este momento está ocupado, Muy bien, dijo el comisario, esperaré. Era su segunda oportunidad. Si saliese de allí, si deshiciera el camino que lo ha traído hasta esta trampa, quedaría a salvo, como si habiendo visto su propia alma en un espejo retrovisor encuentra que ésta es una insensata, que las almas no pueden andar por ahí arrastrando a lo personas hacia los mayores desastres, por el contrario deben apartarlas de los peligros y comportarse bien, porque las almas, si salen del cuerpo, casi siempre están perdidas, no saben adónde ir, no sólo detrás del volante de un taxi se aprenden estas cosas. El comisario no salió, había llegado el tiempo de que el vino servido, etcétera, etcétera. El redactor jefe entró, Perdone que le haya hecho esperar tanto, pero tenía un asunto entre manos y no podía interrumpirlo, No tiene que disculparse, soy yo quien le agradece que me reciba, Dígame entonces, señor Providencial, en qué puedo serle útil, aunque me parece, por lo que me ha sido dicho, que el asunto tiene que ver con la administración. El comisario se llevó la mano al bolsillo y sacó el primer sobre, Le agradecería que leyera la carta que contiene, Ahora, preguntó el redactor jefe, Sí, por favor, pero antes es mi deber informarle de que no me llamo Providencial, Pero su nombre, Cuando haya leído comprenderá. El redactor jefe rasgó el sobre, desdobló el folio, y comenzó a leer. Suspendió la lectura en las primeras líneas, miró perplejo al hombre que tenía delante, como preguntándole si no era más sensato dejarlo ahí. El comisario hizo un gesto de que continuara. Hasta el final el redactor jefe no levantó más la cabeza, muy al contrario, parecía que se iba hundiendo en cada palabra, que no podría regresar a la superficie con la misma cara de redactor jefe después de haber visto las pavorosas criaturas que habitan la profundidad abisal. Era un hombre trastornado el que finalmente miró al comisario y dijo, Disculpe la rudeza de la pregunta, quién es usted, Mi nombre está en la firma de la carta, Sí, ya lo veo, aquí hay un nombre, pero un nombre es nada más que una palabra, no explica quién es la persona, Preferiría no tener que decírselo, pero comprendo perfectamente que necesite saberlo, En ese caso, dígame, No mientras no me dé su palabra de que la carta será publicada, En ausencia del director no estoy autorizado a asumir ese compromiso, En recepción me han dicho que vendrá por la tarde, Así es, alrededor de las cuatro, Entonces regresaré a esa hora, sin embargo mi obligación es avisarlo desde ya que traigo una carta igual a ésta que entregaré a su destinatario en el caso de que el asunto no interese aquí, Una carta dirigida a otro periódico, supongo, Sí, pero no a ninguno de los que han publicado la fotografía, Comprendo, de todos modos no puede tener la seguridad de que ese otro periódico esté dispuesto a aceptar los riesgos que inevitablemente resultarán de la divulgación de los hechos que describe, No tengo ninguna seguridad, en esta situación apuesto a dos caballos y me arriesgo a perder con ambos, Va a arriesgar mucho más en caso de ganar, Como ustedes, si deciden publicarla. El comisario se levanto, Vendré a las cuatro y cuarto, Aquí tiene su carta, no habiendo todavía acuerdo entre nosotros no puedo ni debo quedarme con ella, Gracias por haberme evitado pedírsela. El redactor jefe se sirvió del teléfono de la salita para llamar a la secretaria, Acompañe a este señor a la salida, dijo, y tome nota de que regresará a las cuatro y cuarto, lo recibirá y lo acompañará al despacho del director, Sí señor. El comisario dijo, Entonces, hasta luego, el otro respondió, Hasta luego, estrechándose las manos. La secretaria abrió la puerta para dejar pasar al comisario, Me sigue, señor Providencial, dijo, y ya en el pasillo, Si me permite la observación, es la primera vez en mi vida que me encuentro a una persona con ese apellido, ni siquiera sabía que existiera, Ahora ya lo sabe, Debe de ser bonito llamarse Providencial, Por qué, Por eso mismo, por ser Providencial, ésa es la mejor respuesta. Ya estaban en la recepción, Estaré aquí a la hora acordada, dijo la secretaria, Gracias, Hasta luego, señor Providencial, Hasta luego.

El comisario miró el reloj, aún no era la una de la tarde, demasiado pronto para almorzar, aparte de que no tenía apetito, el café y las tostadas con mantequilla todavía se hacían recordar en el estómago. Tomó un taxi y pidió que le llevara al jardín donde el lunes se encontró con la mujer del médico, que una primera idea no tiene que ser seguida al pie de la letra por siempre jamás. No pensaba volver al jardín, pero aquí lo tenemos. Después seguiría a pie como un comisario de policía que anda tranquilamente haciendo su ronda, verá la afluencia de gentío en la calle y tal vez intercambie unas cuantas impresiones profesionales con los dos vigilantes. Atravesó el jardín, se detuvo un momento para mirar la estatua de la mujer con el cántaro vacío, Me dejaron aquí, parecía decir ella, y hoy no sirvo nada más que para contemplar estas aguas muertas, hubo una época, cuando la piedra de que estoy hecha aún era blanca, en que un manantial fluía día y noche de este cántaro, nunca me dijeron de dónde procedía tanta agua, yo sólo estaba aquí para inclinar el cántaro, ahora ni una gota escurre de él, y tampoco nadie ha venido a decirme por qué se acabó. El comisario murmuró, Es como la vida, hija mía, comienza no se sabe para qué, termina no se sabe por qué. Se mojó las puntas de los dedos de la mano derecha y se los llevó a la boca. No pensó que el gesto pudiera tener ningún significado, sin embargo, alguien que estuviera en el otro lado observando lo que hacía podría jurar que había besado aquella agua que ni limpia estaba, verde de limosidades, con cieno en el fondo del estanque, impura como la vida. El reloj no avanzaba mucho, tenía tiempo para sentarse en una de estas sombras, pero no lo hizo. Repitió el camino recorrido con la mujer del médico, entró en la calle, el espectáculo era distinto, ahora apenas se podía avanzar, ya no son pequeños grupos sino una masa que impide el tráfico de automóviles, parece que todos los vecinos de las proximidades han salido de sus casas para presenciar alguna anunciada aparición. El comisario reunió a los dos agentes en el portal de un edificio y les preguntó si se había producido alguna novedad en su ausencia. Dijeron que no, que nadie había salido, que las ventanas estuvieron siempre cerradas, y contaron que dos personas desconocidas, un hombre y una mujer, llamaron al cuarto piso para preguntar si los de la casa necesitaban algo, pero desde arriba les respondieron que no y les agradecieron la amabilidad. Nada más, preguntó el comisario, Que nosotros sepamos, nada más, respondió uno de los agentes, el informe va a ser fácil de escribir. Lo dijo a tiempo, cortó las alas de la imaginación del comisario, ya extendidas llevándolo escaleras arriba, llamando a la puerta, anunciándose, Soy yo y entrando, narrando los últimos acontecimientos, las cartas que había escrito, la conversación con el redactor jefe del periódico, y después la mujer del médico le diría Almuerce con nosotros, y él almorzaría, y el mundo estaría en paz. Sí, en paz, y los agentes escribirían en el informe, Estuvo con nosotros un comisario que subió al cuarto piso y bajó una hora después, no nos dijo nada de lo que pasó arriba, pero nos quedamos con la impresión de que volvía almorzado. El comisario se fue a comer a otro sitio, poco y sin ninguna atención al plato que le pusieron delante, a las tres se encontraba otra vez en el jardín mirando la estatua de la mujer con el cántaro inclinado como quien aún espera el milagro de la renovación de las aguas. Pasaban de las tres y media cuando se levantó del banco donde estuvo sentado y se fue a pie al periódico. Tenía tiempo, no necesitaba utilizar un taxi en el que, incluso sin querer, no podría evitar mirarse en el espejo retrovisor, lo que sabía de su alma le bastaba y cualquier otra imagen que el espejo le devolviera no estaba seguro de que le gustara del todo. No eran las cuatro y cuarto cuando entró en el periódico. La secretaria estaba en la recepción, El director le espera, dijo. No añadió las palabras señor Providencial, tal vez le hubieran dicho que el nombre no era ése y se sentía ofendida por la estafa en que de buena fe había caído. Pasaron por el pasillo de antes, pero esta vez giraron por la esquina del fondo, la segunda puerta a la derecha tenía una pequeña placa que decía Dirección. La secretaria llamó discretamente, desde dentro respondieron Adelante. Ella entró primero y sostuvo la puerta para que el comisario pasase. Gracias, ahora no la necesitamos, dijo el redactor jefe a la secretaria, que inmediatamente salió. Le agradezco que haya accedido a hablar conmigo, señor director, comenzó el comisario, Con toda franqueza confesarle que veo las mayores dificultades para una divulgación eficaz del caso que el redactor jefe me ha resumido, de cualquier manera, innecesario parece decirlo, tendré mucho gusto en conocer el documento completo, Aquí está, señor director, dijo el comisario entregándole el sobre, Sentémonos dijo el director, y denme dos minutos, por favor. La lectura no le hizo doblegar tanto la cabeza como sucediera con el redactor jefe, pero sin duda era un hombre confuso y preocupado cuando levantó la vista, Quién es usted, preguntó, ignorando que el redactor jefe había hecho la misma pregunta, Si el periódico acepta hacer público el escrito, sabrán quién soy, si no acepta, recuperaré la carta y me iré sin una palabra más, salvo para agradecerles el tiempo que han perdido conmigo, Le he informado a mi director de que usted tiene una carta igual para entregar en otro periódico, dijo el redactor jefe, Exactamente, respondió el comisario, la tengo aquí, y será entregada hoy mismo si no llegamos a un acuerdo, es absolutamente necesario que esto se publique mañana, Por qué, Porque mañana tal vez consigamos llegar a tiempo de evitar que se cometa una injusticia, Se refiere a la mujer del médico, Sí señor director, se pretende, de la manera que sea, hacer de ella el chivo expiatorio de la situación política en que el país se encuentra, Pero eso es un disparate, No me lo diga a mí, dígaselo al gobierno, dígaselo al ministerio del interior, dígaselo a sus colegas que escriben lo que les ordenan. El director intercambio una mirada con el redactor jefe y dijo, Como debe de suponer, es imposible publicar su declaración tal como se encuentra redactada, con todos estos pormenores, Por qué, No se olvide de que estamos viviendo en estado de sitio, la censura tiene los ojos puestos sobre la prensa, en particular en un diario como el nuestro, Publicar esto equivaldría a ver cerrado el periódico el mismo día, dijo el redactor jefe, Entonces no hay nada que hacer, preguntó el comisario, Podemos intentarlo, pero no sé si dará resultado, Cómo, volvió a preguntar el comisario. Después de un nuevo y rápido intercambio de miradas con el redactor jefe, el director dijo, Es el momento de que nos diga de una vez quién es usted, hay un nombre en la carta, es cierto, pero puede ser falso, usted puede, simplemente, ser un provocador mandado aquí por la policía para ponernos a prueba y comprometernos, no estoy diciendo que eso sea lo que pase, fíjese bien, lo que quiero dejar claro es que no hay ninguna manera de seguir adelante con esta conversación si no se identifica ahora mismo. El comisario metió la mano en el bolsillo, sacó la cartera, Aquí tiene, dijo, y entregó al director su carnet de comisario de policía. La expresión de la cara del director paso instantáneamente de la reserva a la estupefacción, Qué, usted es comisario de policía, preguntó, Comisario de policía, repitió pasmado el redactor jefe a quien el director le pasó el documento, Sí, fue la serena respuesta, y ahora creo que ya podemos seguir adelante con nuestra conversación, Si me permite la curiosidad, preguntó el director, qué le ha inducido a dar un paso así, Razones personales, Dígame al menos una para que me convenza de que no estoy soñando, Cuando nacemos, cuando entramos en este mundo, es como si firmásemos un pacto para toda la vida, pero puede suceder que un día tengamos que preguntarnos Quién ha firmado esto por mí, yo me lo he preguntado y la respuesta es este papel, Es consciente de lo que puede llegar a sucederle, Sí, he tenido tiempo para pensar en eso. Hubo un silencio, que el comisario rompió, Dijeron que se podía intentar, Habíamos pensado un pequeño truco, dijo el director, e hizo un gesto al redactor jefe para que continuase, La idea, dijo éste, sería publicar, en términos obviamente diferentes, sin retóricas de mal gusto, lo que ha salido hoy, y en la parte final entremeter la información que nos ha traído, no es fácil, en todo caso no es imposible, es una cuestión de habilidad y suerte, Se trataría de apostar por la distracción o incluso por la pereza del funcionario de la censura, añadió el director, rezar para que piense que puesto que ya conoce la noticia no merece la pena llegar hasta el final, Cuántas posibilidades tendríamos a nuestro favor, preguntó el comisario, Hablando francamente, no muchas, reconoció el redactor jefe, tendremos que contentarnos con escasas posibilidades, Y si el ministerio del interior quiere saber cuál es la fuente de la información, En ese caso comenzaremos acogiéndonos al secreto profesional, aunque eso nos va a servir de poco en esta situación de estado de sitio, Y si insisten, y si amenazan, Entonces, por mucho que nos cueste, no habrá otro remedio que revelarla, evidentemente seremos sancionados, pero la carga más pesada de las consecuencias caerá sobre su cabeza, dijo el director, Muy bien, respondió el comisario, ahora que ya todos sabemos con lo que contamos, sigamos adelante, y si rezar sirve de algo, yo rezaré para que los lectores no hagan lo mismo que esperamos que haga el censor, es decir, que lean la noticia hasta el final, Amén dijeron a coro el director y el redactor jefe.

Pasaba un poco de las cinco cuando el comisario salió. Podría haber aprovechado el taxi que en ese exacto momento dejaba a una persona en la puerta del periódico, pero prefirió caminar. Curiosamente, se sentía leve, sereno, como si le hubieran extraído de un órgano vital el cuerpo extraño que poco a poco lo estaba carcomiendo, la espina en la garganta, el clavo en el estómago, el veneno en el hígado. Mañana todas las cartas de la baraja estarán sobre la mesa, el juego del escondite terminará, porque no cabía la menor duda de que el ministro, en caso de que la noticia saliera a la luz, e, incluso sin salir, alguien se la comunique, sabrá contra quién apuntar inmediatamente el dedo acusador. La imaginación parecía dispuesta a ir más allá, hasta llegó a dar un primer paso inquietante, pero el comisario la sostuvo por el cuello, Hoy es hoy, señora mía, mañana ya veremos, dijo. Había decidido volver a la providencial, s.a., pero sintió que de repente las piernas le pesaban, los nervios flojos eran como un elástico que hubiese permanecido en tensión demasiado tiempo, una urgente necesidad de cerrar los ojos y de dormir le reclamó. Tomo el primer taxi que aparezca, pensó. Todavía tuvo que andar bastante, los taxis pasaban ocupados, uno ni siquiera oyó que lo llamaban, y finalmente, cuando ya apenas conseguía arrastrar los pies, una chalupa de socorro recogió al náufrago a punto de ahogarse. El ascensor lo izó caritativamente hasta el piso catorce, la puerta se dejó abrir sin resistencia, el sofá lo recibió como a un amigo, en pocos minutos el comisario, a pierna suelta, dormía como un tronco, o con el sueño de los justos, como también solía decirse en el tiempo en que se creía que pudieran existir. Reconfortado en el maternal regazo de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, cuyo sosiego hacia justicia a los nombres y atributos que le habían sido conferidos, el comisario durmió una buena hora, al cabo de la cual se despertó, así lo parecía, con nuevos bríos. Al desperezarse sintió en el bolsillo interior de la chaqueta el segundo sobre, el que no llegó a ser entregado, Tal vez haya cometido un error apostando todo a un único caballo, pensó, pero rápidamente comprendió que le habría sido imposible mantener dos veces la misma conversación, ir de un periódico a otro contando la misma historia y, al repetirla, desgastándole veracidad, Lo que está hecho, hecho está, pensó, no adelanto nada dándole vueltas. Entró en el dormitorio y vio brillar la luz intermitente del contestador de llamadas. Alguien había telefoneado y dejado un mensaje. Pulsó el botón, primero salió la voz de la telefonista, después la del director de la policía, Tome nota de que mañana, a las nueve, repito, a las nueve, no a las nueve y veintiuna, le estarán esperando en el puesto seis-norte el inspector y el agente de segundo grado que trabajaron con usted, debo decirle que, además de que su misión ha caducado por incapacidad técnica y científica del respectivo responsable, su presencia en la capital ha pasado a ser considerada inconveniente, tanto por el ministro del interior como por mí, añado también que el inspector y el agente están oficialmente encargados de traerlo ante mi presencia, pudiendo detenerle si se resiste. El comisario se quedó mirando el contestador, y después, lentamente, como quien se está despidiendo de alguien que ya va lejos, extendió la mano y accionó el botón de borrar. Luego entró en la cocina, se sacó el sobre del bolsillo, lo empapó de alcohol y, doblándolo en forma de V invertida dentro del fregadero, le prendió fuego. Un chorro de agua se llevó las cenizas cañería abajo. Hecho esto, regresó a la sala, encendió todas las luces y se dedicó a la lectura pausada de los periódicos, prestando especial atención al que, o a quien, de alguna manera, había dejado entregado su destino. Llegada la hora, miró en el frigorífico por si se pudiera preparar algo parecido a una cena, pero desistió, lo escaso no era sinónimo de frescura ni de calidad, Deberían poner aquí un frigorífico nuevo, pensó, éste ya ha dado lo que tenía que dar. Salió, cenó rápidamente en el primer restaurante que encontró en el camino y regresó a la providencial, s.a. Tenía que levantarse temprano al día siguiente.


El comisario estaba despierto cuando sonó el teléfono. No se levantó para responder, sabía que sería alguien de la dirección de la policía recordándole la orden de presentarse a las nueve, atención, no a las nueve y veintiuna, en el puesto militar seis-norte. Lo más seguro es que no vuelvan a telefonear y se comprende fácilmente el porqué, en su vida profesional, y quién sabe si también en la vida particular, los policías hacen gran consumo del proceso mental a que llamamos deducción, también conocido como inferencia lógica del raciocinio, Si no responde, dirán, es porque ya viene de camino. Cuánto se equivocaban. Es cierto que el comisario está levantado, es cierto que ha entrado en el cuarto de baño para los necesarios alivios y aseos del cuerpo, es cierto que se ha vestido y va a salir, pero no para llamar al primer taxi que se encuentre y decirle al conductor que le mira expectante por el espejo retrovisor, Lléveme al puesto seis-norte, Puesto seis-norte, perdone, pero no sé dónde está eso, será una calle nueva, Es un puesto militar, si tiene ahí un mapa, se lo señalo. No, este diálogo no sucederá jamás, ni ahora ni nunca, lo que el comisario va a hacer es comprar los periódicos, con esa idea se fue anoche pronto a la cama, no para descansar lo que necesitaba y llegar al encuentro en el puesto seis-norte. Las farolas de la calle todavía están encendidas, el quiosquero acaba de subir las persianas, comienza a colocar las revistas de la semana, y cuando termina este trabajo, como una señal, las farolas se apagan y la furgoneta de reparto aparece. El comisario se aproxima mientras el quiosquero dispone los periódicos según el orden que ya conocemos pero, esta vez, de uno de los de menor venta se ven casi tantos ejemplares como los que habitualmente tienen los de mayor tirada. Al comisario se le antoja buen augurio, aunque esta agradable sensación de esperanza sufrió un choque violento, los titulares de los primeros periódicos de la fila eran siniestros, inquietantes, esta vez todos en rojo intenso, Asesina, Esta mujer mató, Otro crimen de la mujer sospechosa, Un asesinato hace cuatro años. En el otro extremo, el periódico donde el comisario estuvo ayer preguntaba, Qué más nos falta por saber. El título era ambiguo, podía significar esto, aquello y también sus contrarios, pero el comisario prefirió verlo como una pequeña linterna colocada en el valle de las sombras para guiarle los atribulados pasos. Démelos todos, dijo. El quiosquero sonrió al mismo tiempo que pensaba que, por lo visto, había ganado un buen cliente para el futuro y le entregó una bolsa de plástico con todos los periódicos dentro. El comisario miró alrededor en busca de taxi, en vano esperó casi cinco minutos, por fin se decidió a ir andando hasta la providencial, s.a., ya sabemos que no está lejos de aquí, pero la carga es pesada, nada menos que una bolsa de plástico abarrotada de palabras, más fácil sería llevar el mundo a las espaldas. Quiso la suerte que, habiéndose metido por una calle estrecha con la intención de atajar camino, se le deparase un modesto café a la antigua usanza, de esos que abren temprano porque el dueño no tiene nada más que hacer y donde los clientes entran para cerciorarse de que las cosas, allí, siguen en los lugares de siempre y el sabor del bollo de arroz emana de la eternidad. Eligió una mesa, pidió un café con leche, preguntó si hacían tostadas, con mantequilla, claro, margarina ni olerla. Vino el café con leche, y era sólo pasable, pero las tostadas llegaron directamente de las manos del alquimista que si no descubrió la piedra filosofal fue porque no consiguió traspasar la fase de la putrefacción. Ya había abierto el periódico que más le interesaba, lo hizo apenas se acababa de sentar, y una ojeada le bastó para percatarse de que el ardid resultó, el censor se dejó engañar por la confirmación de lo que ya conocía, sin pasarle por la cabeza que hay que tener mucho cuidado con lo que se cree saber, porque por detrás se oculta una cadena interminable de incógnitas, la última de ellas, probablemente, sin solución. De cualquier modo, no merecía la pena hacerse ilusiones, el periódico no iba a estar durante todo el día en los quioscos, podía imaginarse al ministro del interior bramando poseso de furia y gritando, Retiren esa mierda inmediatamente, a ver si averiguan quién dio esas informaciones, la última parte de la frase acudió al discurso por arrastramiento automático, de sobra sabía él que sólo de una persona podrían haber partido esta filtración y esta traición. Fue entonces cuando el comisario decidió hacer la ronda de los quioscos hasta donde las fuerzas le alcanzaran para observar si el periódico se estaba vendiendo mucho o poco, para ver las caras de las personas que lo compraban y si directamente iban a la noticia o si se entretenían en futilidades. Echó un vistazo rápido a los cuatro periódicos grandes, groseramente elemental, aunque eficaz, el trabajo de intoxicación del público proseguía, dos y dos son cuatro, y siempre serán cuatro, si ayer hiciste aquello, hoy harás esto, y quien tenga el descaro de dudar de que una cosa lleve forzosamente a la otra está en contra de la legalidad y del orden. Agradecido, pagó su cuenta y salió. Comenzó por el quiosco donde compró los periódicos y tuvo la satisfacción de ver que la pila que le interesaba ya era mucho más baja. Interesante, no, preguntó al quiosquero, está vendiéndose mucho, Parece que alguna radio ha hablado de un articulo que trae, Una mano lava la otra y las dos lavan el rostro, dijo misteriosamente el comisario, Tiene razón, respondió el quiosquero, sin ver la relación. Para no perder tiempo buscando quioscos se informaba en cada uno dónde quedaba el más próximo, tal vez gracias a su aspecto respetable siempre le respondían, aunque claramente se veía que a cada empleado le habría gustado preguntarle Qué tiene el otro que yo no tenga aquí. Pasaron horas, ya el inspector y el agente, en el puesto seis-norte, se cansaron de esperar y pidieron instrucciones a la dirección de la policía, ya el director habló con el ministro, ya el ministro dio conocimiento de la situación al jefe del gobierno, ya el jefe del gobierno le respondió, El problema no es mío, es suyo, revuélvalo. Entonces aconteció lo inevitable, llegando al décimo quiosco el comisario no encontró el periódico. Lo pidió haciendo como que iba a comprarlo, pero el quiosquero le dijo, Ha llegado tarde, hace menos de cinco minutos que se los han llevado. Se los llevaron, por qué, Están retirándolos de todas partes, Retirándolos, Es otra manera de decir que han secuestrado la edición, Y por qué, qué traía el periódico para que lo secuestraran, Era algo relacionado con la mujer de la conspiración, mire en ésos, ahora parece que mató a un hombre, No podría conseguirme un periódico, me haría un gran favor, No tengo, pero incluso teniendo no se lo vendería, Por qué, Quién me dice a mi que usted no es un policía que va por ahí viendo si caemos en la trampa, Tiene toda la razón, cosas peores se han visto en este mundo, dijo el comisario y se alejó. No quería encerrarse en la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, para escuchar la llamada de la mañana y probablemente algunas otras que exigirían saber dónde rayos se había metido, por qué motivo no respondía al teléfono, por qué no cumplió la orden que le habían dado de estar a las nueve en el puesto seis-norte, pero la verdad es que no tenía adónde ir, ante la casa de la mujer del médico habría ahora un mar de personas gritando, unos a favor, otros en contra, lo más seguro es que la mayoría estén a favor, los otros son minoría, no querrán arriesgarse a ser vejados o algo peor. Tampoco podría ir al periódico que publicó la noticia, si no hay policías de civil en la entrada, estarán muy cerca, ni siquiera puede telefonear porque tiene la certeza de que las comunicaciones estarán intervenidas, y al pensar esto comprendió, por fin, que también la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, estará vigilada, que los hoteles estarán alertados, que no hay en la ciudad una sola alma que lo pueda acoger, aunque quisiera. Adivina que el periódico ha recibido la visita de la policía, adivina que el director ha sido forzado, por las buenas o por las malas, a identificar a la persona que facilitó las informaciones subversivas publicadas, quizá haya tenido la debilidad de mostrar la carta con el sello de la providencial, s.a., firmada de puño y letra por el comisario en fuga. Se sentía cansado, arrastraba los pies, tenía el cuerpo bañado en sudor, pese a que el calor no fuera para tanto. No podía andar todo el día por estas calles haciendo tiempo sin saber para qué, de súbito sintió un deseo enorme de ir al jardín de la mujer del cántaro inclinado, sentarse en el borde de la fuente, acariciar el agua verde con las puntas de los dedos y llevárselos a la boca. Y después, qué haré después, preguntó. Después, nada, volver al laberinto de las calles, desorientarse, perderse y volver atrás, caminar, caminar, comer sin apetito, sólo para poder sostener el cuerpo, entrar en un cine dos horas, distraerse viendo las aventuras de una expedición a marte en aquel tiempo en que aún existían los hombrecillos verdes, y salir pestañeando ante la brillante luz de la tarde, pensar en entrar en otro cine y gastar otras dos horas navegando veinte mil leguas en el submarino del capitán nemo, y luego desistir de la idea porque algo extraño ha sucedido en la ciudad, estos hombres y estas mujeres que van distribuyendo pequeños papeles que los transeúntes se detienen para leer y después se guardan en los bolsillos, ahora mismo acaban de entregarle uno al comisario, es la fotocopia del artículo del periódico secuestrado, ese que lleva el titular Qué más nos falta por saber, ese que cuenta entre líneas la verdadera historia de los cinco días, entonces el comisario no consigue reprimirse, y allí mismo, como un niño, rompe a llorar convulsivamente, una mujer de su edad se le acerca y le pregunta si se siente mal, si necesita ayuda, y él sólo puede gesticular que no, que está bien, que no se preocupe, muchas gracias, y, como el azar a veces hace bien las cosas, alguien desde un piso alto de este edificio lanza un puñado de papeles, y otro, y otro, y aquí abajo, la gente levanta los brazos para alcanzarlos, y los papeles vuelan como palomas y uno descansa un momento en el hombro del comisario y luego se desliza hasta el suelo. Resulta que no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden que sí señor, y de la mejor que hay. Estos felices sucesos dieron nueva alma al comisario, como por arte de magia, de la blanca, no de la negra, le desapareció la fatiga, es otro hombre este que avanza por las calles, es otra la cabeza que va pensando, viendo claro lo que antes era oscuro, enmendando conclusiones que antes parecían de hierro y ahora se deshacen entre los dedos que las palpan y ponderan, por ejemplo, no es nada probable que la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros, siendo como es una base reservada, haya sido sometida a vigilancia, colocar allí policías al acecho podría hacer que se levantaran sospechas sobre la importancia del local, lo que, por otro lado, tampoco sería tan grave, trasladando la providencial, s.a., a otro lugar, el asunto quedaba resuelto. Esta nueva y negativa conclusión volvió a lanzar densas sombras de tempestad sobre el ánimo del comisario, pero la conclusión siguiente, aunque no tranquilizadora en todos los aspectos, le sirvió, al menos, para solventar el grave problema de habitación o, dicho de otra manera, la duda de saber dónde dormiría esta noche. El caso se explica en pocas palabras. Que el ministerio del interior o la dirección de la policía hayan visto con justificado desagrado cómo su funcionario cortó los contactos de forma unilateral no quiere decir que les hayan dejado de interesar sus andanzas y su paradero habitual y, por tanto, en caso de imperiosa necesidad, cómo poder encontrarlo. Si el comisario decidiera perderse en esta ciudad, si se escondiera en algún antro tenebroso como hacen los forajidos y los fugitivos, sería el mayor de los esfuerzos dar con él, sobre todo si hubiera llegado a establecer una red de complicidades con los medios de la subversión, operación que, por otro lado, dada su complejidad, no se monta en media docena de días, que tantos son los que hemos pasado aquí. De modo que nada de vigilancia en las dos entradas de la providencial, s.a., dejar, por el contrario, el camino libre para que la querencia natural, que no es sólo cosa de toros, haga regresar al lobo a su cubil, al papagayo de mar a su agujero de la roca. Cama conocida y acogedora podrá tener el comisario, suponiendo que no vengan a despertarlo a medianoche, abierta la puerta con sutiles ganzúas y rendido él ante la amenaza de tres pistolas que le apuntan. Es bien cierto que, como algunas veces ya habremos dicho, hay ocasiones tan nefastas en la vida que si a un lado llueve, al otro hace viento, así en esta situación se encuentra el comisario, obligado a escoger entre pasar una mala noche debajo de un árbol del jardín, a la vista de la mujer del cántaro, como un vagabundo, o confortablemente consolado por las mantas ya usadas y por las sábanas arrugadas de la providencial, s.a., seguros amp; reaseguros. Al final la explicación no fue tan sucinta como habíamos prometido arriba, sin embargo, y esperamos que se comprenda, no podíamos abandonar sin la debida ponderación ninguna de las variables en juego, menudeando con imparcialidad los diversos y contradictorios factores de seguridad y de riesgo, para terminar concluyendo lo que desde el principio ya sabíamos, que no vale la pena correr a bagdad tratando de evitar la cita que teníamos marcada en samarra. Puesto todo en la balanza y desistiendo de emplear más tiempo en aferir los pesos hasta el último miligramo, hasta la última posibilidad, hasta la última hipótesis, el comisario tomó un taxi para la providencial, s.a., esto era ya al final de la tarde, cuando las sombras refrescan el sendero de enfrente y el sonido del agua cayendo en las fuentes cobra aliento y se torna súbitamente perceptible para sorpresa de quien pasa. No se veía ni un papel abandonado en las calles. A pesar de todo, se nota que el comisario va un tanto aprensivo y verdaderamente no le faltan motivos. Que su propio razonamiento y el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo sobre las mañas policiales lo hayan inducido a pensar que ningún peligro le estará acechando en la providencial, s.a., o lo asaltará durante la noche, no significa que la ciudad de samarra no esté donde está. Esta reflexión indujo al comisario a llevarse la mano a la pistola y pensar, Por si acaso, aprovecho la subida en el ascensor para quitarle el seguro. El taxi se detuvo, Llegamos, dijo el conductor, y en ese instante el comisario vio, pegada al parabrisas, una fotocopia del artículo. A pesar del miedo, sus angustias y sus temores habían merecido la pena. El portal del edificio estaba desierto, el portero ausente, el escenario era perfecto para el crimen perfecto, la puñalada directa en el corazón, el golpe sordo del cuerpo cayendo sobre el pavimento, la puerta que se cierra, el automóvil con matriculas falsas que se aproxima y parte llevándose al asesino, no hay nada más simple que matar y ser muerto. El ascensor estaba abajo, no necesitó llamarlo. Ahora sube, va a dejar la carga en el piso catorce, dentro una serie de inconfundibles chasquidos dice que un arma está dispuesta para disparar. En el pasillo no se ve ni un alma, a esta hora las oficinas ya están todas cerradas. La llave se deslizó suavemente en la cerradura, casi sin ruido la puerta se dejó abrir. El comisario la empujó con la espalda, encendió la luz, ahora va a recorrer todas las dependencias, abrir los armarios donde puede caber una persona, mirar debajo de las camas, apartar las cortinas. Nadie. Se sintió vagamente ridículo, un fierabrás de pistola en puño apuntando a la nada, pero el que se asegura, dicen, muere de viejo, deben de saberlo en esta providencial, s.a., siendo como es de seguros y de reaseguros. En el dormitorio la luz del contestador está encendida, indica que hay dos llamadas, una tal vez sea del inspector pidiéndole que tenga cuidado, otra será de un secretario de albatros, o las dos son del director de la policía, desesperado por la traición de un hombre de confianza y preocupado por su propio futuro, aunque la responsabilidad de la elección no le pertenezca. El comisario se puso ante sí el papel con los nombres y direcciones del grupo, al que había añadido el número de teléfono del médico, y marcó. Nadie le respondió. Volvió a marcar. Marcó una tercera vez, pero ahora como si fuera una señal, dejó que sonaran tres toques y colgó. Marcó por cuarta vez y por fin respondieron, Diga, dijo secamente la mujer del médico, Soy yo, el comisario, Ah, buenas noches, hemos esperado su llamada. Qué tal están, Nada bien, en veinticuatro horas han conseguido hacer de mi una especie de enemigo público número uno, Lamento la parte que tuve en que eso haya sucedido, No ha sido usted quien escribió lo que ha aparecido en los periódicos, Hasta eso no he llegado, Quizá lo que ha publicado hoy uno de ellos y los miles de copias que se han repartido ayuden a aclarar este asunto, Ojalá, No parece muy esperanzado, Tengo esperanzas, claro, pero necesitan tiempo, la situación no se resolverá de un momento a otro, No podemos seguir viviendo así, encerrados en esta casa, estamos como en la cárcel, He hecho cuanto estaba a mi alcance, es lo que le puedo decir, No va a volver por aquí, La misión que tenía encomendada ha terminado, tengo orden de regresar, Espero que volvamos a vernos alguna vez, y en días más felices, si los hubiera, Por lo visto se han perdido por el camino, Quiénes, Los días felices, Me va a dejar más desanimada de lo que ya estaba, Hay personas que continúan de pie incluso cuando son derrumbadas, y usted es una de ellas, Pues en estos momentos bien que agradecería que me ayudaran a levantarme, Lamento no estar en situación de poderle dar esa ayuda, Creo que ha ayudado mucho más de lo que quiere que se sepa, Eso es sólo una impresión suya, recuerde que está hablando con un policía, No lo he olvidado, pero es cierto que he dejado de considerarlo como tal, Gracias por esas palabras, ahora sólo me queda despedirme hasta cualquier día de éstos, Hasta cualquier día, Cuídese, Lo mismo le digo, Buenas noches, Buenas noches. El comisario colgó el teléfono. Tenía ante sí una larga noche y ninguna manera de pasarla a no ser durmiendo, si el insomnio no decide entrar en su cama. Mañana, probablemente, vendrán a buscarlo. No se presentó en el puesto seis-norte como le habían ordenado, por eso vendrán a buscarlo. Quizá dijera esto mismo una de las llamadas que ha borrado, quizá le avisaban de que los enviados llegarán aquí a las siete de la mañana y que cualquier intento de resistencia sólo empeorará de forma irremediable el mal ya hecho. Y, claro, no necesitan ganzúas para entrar porque traerán la llave. El comisario devanea. Tiene al alcance de la mano un arsenal de armas dispuestas para disparar, podrá resistir hasta el último cartucho, o, bueno, por lo menos, hasta la primera bomba de gas lacrimógeno que le suelten dentro de la fortaleza. El comisario devanea. Se ha sentado en la cama, después se deja caer, cierra los ojos e implora que el sueño no tarde, Ya sé que la noche no ha comenzado, piensa, que todavía queda claridad en el cielo, pero quiero dormir como parece que duerme la piedra, sin los engaños del sueño, encerrado para siempre en un bloque de piedra negra, al menos, por favor, si otra cosa no puede ser, hasta mañana, cuando vengan a despertarme a las siete. El sueño oyó la desolada invocación, vino corriendo y se quedó unos instantes, después se retiró para que el comisario se desnudara y se metiese en la cama, pero luego volvió, presto, para quedarse toda la noche a su lado, ahuyentando los sueños bien lejos, hasta la tierra de los fantasmas, allí donde, uniéndose el fuego y el agua, nacen y se multiplican.

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