El Dream Witch surcaba el mar tranquilo cortando las aguas con su afilada quilla como las cortaría un cuchillo. Por encima de la nave las estrellas brillaban plácidas en el cielo nocturno. Hacia el sureste en la constelación Escorpión, la Amares roja brillaba ardiente, Regulus se deslizó por la Hoz de Leo y cayó al mar, mientras que la azul Venus resplandecía a media altura. Reinaba el silencio excepto por el suave roce de las olas y la firme brisa que hinchaba las velas del barco. En la proa, el vigía tarareaba para sí, mientras que el timonel en la popa vigilaba su ruta pensando en su esposa, a quien llevaba dos anos sin ver.
En el camarote principal, Jared Dunham acariciaba el hermoso cuerpo de su mujer. Desnuda, yacía como una ninfa, con su piel tibia y sedosa vibrando bajo el hábil tacto de Jared.
Miranda gozaba con esta pasión. Lo apartó y se montó encima. Tomando su rostro entre las manos, fue besándole lentamente los párpados estremecidos y cerrados, la frente, los marcados pómulos, el hoyuelo de la barbilla. Enredó las finas manos en su pelo negro.
Incorporándose, empezó a acariciarlo, moviendo la mano despacio, con sensuales caricias al principio hasta que fue aumentando el tiempo y sintió que se endurecía bajo su tacto. Él la contemplaba con los ojos entornados y la vio sonreír triunfante. Pequeña zorra, pensó divertido, recordando la tímida novia de tres años antes. Ya iba siendo hora de que recordara quién era el amo.
Rápidamente pasó las manos bajo sus nalgas adorables y la acercó. Clavó los dedos en su espalda y la acarició con la lengua, moviéndose arriba y abajo hasta que la oyó gemir. Su sexo también se tensó a medida que crecía la excitación de Miranda y cuando creyó que ya no podía soportarlo más, él paró y la tumbó, le abrió las piernas para excitarla más frotando la cabeza de su virilidad contra la palpitante feminidad.
– ¡Canalla! -murmuró entre dientes, y él se echó a reír.
– Te amo, perra insoportable, pero si tratas de provocarme tendrás que aceptar las consecuencias.
Volvió a darle la vuelta y empezó a lamerle el cuello, después de apartar su cabello de oro pálido. Miranda se estremeció de gozo y empezó a gemir mientras él le besaba los hombros y siguiendo su espina dorsal terminaba en cada una de sus nalgas satinadas.
Se escabulló de debajo de él y lo tumbó. Entonces empezó su propio juego de lengua, dando vueltas y más vueltas alrededor de los pezones. De repente, empezó a seguir con la lengua la atractiva línea oscura hasta el oscuro vello del bajo vientre. Su cabeza bajó más y más, hasta que él la apartó:
– ¡Basta, bruja! No más juegos.
Miranda no tardó en encontrarse debajo de él. Poco a poco, Jared fue entrando, sintiéndola entregarse a medida que la penetraba más y más profundamente. Cuando ya no pudo llegar más lejos, permaneció inmóvil un instante. Luego sintió que se iniciaba el dulce ritmo entre los dos; ella alzaba las caderas, incitándolo.
– ¡Ah, pequeña fiera! -le susurró al oído-. Siempre tan impaciente. -Empezó su acometida fuerte y rápida.
Miranda se entregó por completo como nunca había hecho con nadie. Su pasión era como una cometa que cruzaba el oscuro firmamento, dejando un rastro de estrellas de oro que ardían con tanta luz como su amor. Al fin alcanzaron un clímax que los dejó exhaustos, pero a salvo en brazos uno de otro. Agotados, se durmieron con los dedos entrelazados.
Miranda despertó y oyó el maravilloso sonido de la respiración de su esposo. Estaba a salvo. Era amada. Estaba con Jared. Y al día siguiente llegarían a su hogar en Wyndsong.
Los Dunham y los Swynford habían permanecido en Swynford Hall durante cuatro días antes de que Miranda y Jared marcharan a Welland Beach, donde los esperaba el Dream Witch. Martin y Perky, así como el ayuda de cámara de Jared, Mitchum, habían decidido acompañarlos. Jared había prometido a los tres sirvientes que si no les gustaba América, se ocuparía de devolverles a Inglaterra al cabo de un año. Pero dudaba de que quisieran regresar.
Durante aquellos cuatro días, Miranda y Amanda habían pasado mucho tiempo juntas, reuniéndose con sus maridos sólo en las comidas y por la noche. Transcurriría mucho tiempo antes de que volvieran a encontrarse. Tenían mucho que decirse y les quedaba muy poco tiempo. En el último día de su estancia, Amanda había entrado corriendo en el comedor agitando un periódico.
– ¡No lo querrás creer, hermanita! Darius Edmund, el pretendiente de Belinda de Winter, se ha prometido a Georgeanne. ¿No os parece un final feliz?
Miranda sonrió a su hermana. Era una sonrisa grave, una sonrisa triste, porque le dolía su separación.
– ¡Oh, Mandy! -dijo burlona, como antes-. Siempre te han gustado los finales felices. -Sus maridos se sumaron a las risas.
A su lado, Jared se movió.
– ¿Estás despierta? -preguntó.
– Sí. Wyndsong está cerca, casi lo huelo. Me acuerdo de cuando volvimos de Inglaterra, hace cuatro años, y Mandy y yo nos levantamos temprano para ver aparecer la isla, pero papá estaba detrás de nosotras. Todo empezó con un día magnífico y ¡qué trágicamente terminó! Sin embargo, a veces me pregunto si tú y yo nos habríamos casado de no haber terminado de aquel modo.
– Fue lo que el primo Tom había estado pensando todo el tiempo-murmuró Jared.
– Sí, papá estaba siempre lleno de planes -suspiró-. Vistámonos y subamos a cubierta. ¡Quiero ver Wyndsong!
– Ya veo que tendré que subir contigo, para evitar que saltes por la borda en un esfuerzo por llegar antes que el barco.
Riendo se vistieron con sus elegantes ropas londinenses. Miranda se negó a recogerse el cabello. Su abrigo era de un tono verde jade, sumamente favorecedor, con adornos dorados.
– Confío en que no te importe que no me ponga estas prendas tan elegantes cuando estemos en casa. No me veo paseando por Wyndsong vestido de levita, con un nudo de corbata tan complicado como la Cascada Encantada. Me temo que Mitchum se quedará muy decepcionado conmigo.
– Tendremos que dar muchas fiestas, a fin de poder lucir nuestros trajes y hacer felices a Mitchum y Perky.
– Creí que no te gustaban las fiestas. Me parece recordar a una jovencita que aborrecía las fiestas.
– La jovencita se ha convertido en una mujer.
– Ya lo creo -asintió, rebosando admiración mientras la besaba. Subieron a cubierta, donde el vigía les dio los buenos días sonriendo.
– ¿Ves algo, Nathan? -preguntó Jared.
– Oh, ya estamos llegando, señor Jared. Dentro de unos minutos se levantará la niebla y cuando se dé cuenta estaremos en mitad de la bahía Gardiners.
– Ya te he dicho que podía olerlo -dijo Miranda burlona.
– ¡Mamá! ¡Papá! -El pequeño Tom llegó corriendo con su gato en brazos, seguido por Martín y Perky-. ¿Ya estamos en casa, mamá? ¿Estamos?
– Casi, cariño. -Miranda le sonrió y Jared alzó al niño y el gato que llevaba en brazos para que pudiera ver-. Sigue mirando, Tom-insistió Miranda-. La niebla se levantará dentro de unos minutos y verás nuestra casa. Ten paciencia.
Detrás de ellos el sol era como un arco iris de colores y el mar no se movía. De pronto se levantó una suave brisa y la niebla se fundió a su alrededor, mientras el viento arrastraba los jirones y se los llevaba lejos. El sol apareció, proyectando una luz dorada y malva, rosa y escarlata, sobre el agua. El cielo se volvió de un azul intenso. Ante ellos estaba el ganado, el olor tibio de la tierra. Por encima de sus cabezas una gaviota en busca de su comida giraba y bajaba.
Súbitamente toda la niebla fue arrastrada por el viento y ante ellos se alzó Wyndsong Island, surgiendo de las aguas de la bahía, verde y hermosa.
– ¡Mira, mamá! ¡Mira, papá! -gritaba entusiasmado el pequeño Tom. Y con su dedito señaló y pareció que se decía a sí mismo: «He llegado a casa. He llegado a casa.»
Miranda alargó la mano y la pasó por el brazo de Jared, que le sonrió por encima de la cabeza de Tom. Mientras contemplaba su hermoso rostro con arrobo, ella se volvió hacia la isla, recorriendo la costa, asegurándose de que todo estaba como lo recordaba. Así era. Había llegado a casa, a Wyndsong. Acarició suavemente la cabeza de Tom y con voz quebrada gritó:
– ¡Sí, mi amor, hemos llegado a casa!