Apartado 3: La conspiración

La voz de un macho dijo:

—¿Cómo diablos vas a sobornar a un delfín?

Y una voz distinta, más profunda, más educada, contestó:

—Déjamelo a mí.

—¿Qué le darás? ¿Diez latas de sardinas?

—Éste es especial. Peculiar incluso. Muy erudito. Aun así nos haremos con él.

No sabían que podía oírles. Nadaba junto a la superficie, en un tanque de descanso, entre mis turnos de servicio. Nuestro oído es muy agudo, y ambos estaban a mi alcance. Inmediatamente comprendí que allí había algo raro, pero mantuve mi posición, simulando no haberme enterado de nada.

—¡Ismael! —llamó un hombre—. ¿Eres tú, Ismael?

Subí a la superficie y me acerqué al borde del tanque. Había tres machos humanos allí. Uno de ellos era un técnico de la estación. A los otros dos no los había visto nunca. Ambos llevaban el cuerpo cubierto desde los pies a la garganta, lo que inmediatamente ponía de manifiesto que se trataba de extraños al establecimiento. Aquel técnico me resultaba despreciable, pues era uno de los que hacían observaciones groseras sobre las glándulas mamarias de Lisabeth. Ahora habló:

—Mírenle, caballeros. ¡Agotado en lo mejor de su vida! ¡Víctima de la explotación humana! —Se dirigió a mí—: Ismael, estos caballeros pertenecen a la Liga para la Prevención de la Crueldad contra las Especies Inteligentes. ¿Has oído hablar de ella?

—No —respondí.

—Intentan poner fin a la explotación de los delfines. Al uso criminal en el trabajo de la otra única especie inteligente de nuestro planeta. Quieren ayudarte.

—No soy un esclavo. Recibo una compensación por mi trabajo.

—¡Unos cuantos pescados podridos! —exclamó el hombre totalmente vestido situado a la izquierda del técnico—. ¡Te explotan, Ismael! ¡Te dan un trabajo sucio y peligroso y no te pagan en lo que vales!

Su compañero dijo:

—Hay que acabar con ello. Queremos dar al mundo la noticia de que la época de los delfines esclavizados ha terminado. Ayúdanos, Ismael. ¡Ayúdanos a ayudarte!

No necesito decir que me sentía hostil a los propósitos que expresaban. Un delfín menos sutil que yo tal vez lo hubiera revelado en seguida, estropeando así su plan. Pero yo dije astutamente:

—¿Qué quieren que haga?

—Embozar la entrada de la cañería —respondió el técnico rápidamente.

A pesar de mí mismo, gruñí de cólera y sorpresa.

—¿Traicionar un deber sagrado? ¿Cómo podría hacerlo?

—Es por tu bien, Ismael. Verás el plan: tú y tu grupo estropeáis las válvulas, y la planta de agua deja de funcionar. Toda la isla se ve dominada por el pánico. Grupos de mantenimiento, formados por humanos, bajan a ver qué ha ocurrido, pero en cuanto limpian las válvulas, vosotros volvéis y las atascáis de nuevo. Hay que traer aprovisionamiento de agua de emergencia a St. Croix. Eso llamará la atención del público hacia el hecho de que esta isla depende del trabajo de los delfines… ¡Delfines explotados y mal pagados! Y durante esa crisis, nosotros nos encargamos de contar vuestra historia al mundo. Todos los seres humanos gritarán al conocer el modo ultrajante en que se os trata.

Evité decir que yo no me sentía ultrajado en absoluto. En cambio, contesté con astucia.

—Podría haber cierto peligro para mí.

—¡Tonterías!

—Me preguntarán por qué no he limpiado las válvulas. Es responsabilidad mía. Habrá problemas.

Durante un rato, discutimos el punto. Luego, dijo el técnico:

—Mira, Ismael, sabemos que hay algunos riesgos. Pero estamos dispuestos a ofrecerte una paga extra si te encargas del trabajo.

—¿Cómo por ejemplo?

—Cintas de información. Te conseguiremos todo cuanto quieras saber. Sé que te interesas por la literatura. Teatro, poesía, novela, todas esas cosas. Te daremos toda la literatura que desees, a manos llenas, si nos ayudas.

Tuve que admirar su sagacidad. Sabían motivarme.

—Trato hecho —dije.

—Dinos qué prefieres leer.

—Cualquier cosa sobre el amor.

¿Amor?

—Amor. Entre hombre y mujer. Tráiganme poemas de amor. Historias de amantes famosos. Descripciones del acto sexual. Quiero entender todas esas cosas.

—Quiere el Kama Sutra —dijo el de la izquierda.

—Entonces le traeremos el Kama Sutra —accedió el de la derecha.

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