Capítulo 5

– ¡Por supuesto que no estaba borracha! -aseguró papá cuando se lo conté al día siguiente-. Por el amor de Dios, Danny, dime cuándo has visto, en toda tu vida, a tu madre borracha. ¿Sabes siquiera qué significa estar borracho?

– Es como están siempre los amigos de Pete cuando se quedan a dormir.

– Hum… -repuso papá, gruñendo al quitarse las gafas tras leer las instrucciones en un paquete de espaguetis-. Bueno, en eso tienes razón. Pero deberías conocer mejor a tu madre. Fue un accidente. Eso es todo. La policía lo sabe. Los padres del niño también. Hasta tu madre lo sabe.

– Entonces ¿por qué está tan afectada?

– Porque, aunque no fuera culpa suya, sigue sintiéndose responsable. Lo entiendes, ¿verdad? Mira, volvía a casa después de ir de compras; conducía por Parker Grove. Una testigo lo vio todo. Dijo que tu madre ni siquiera iba rápido, pero que el niñito, Andy, salió a toda pastilla de una casa y se dispuso a cruzar la calzada sin mirar ni a derecha ni a izquierda. A mamá le habría sido imposible detenerse a tiempo. Ni siquiera sabemos muy bien qué hacía allí ese niño. Tampoco era su casa. Él vive cuatro puertas más allá y al otro lado de la calle.

– Quizá se había perdido -sugerí.

– Bueno, lo averiguaremos a su debido tiempo, no te preocupes.

– ¿Va a morirse?

Papá negó con la cabeza.

– ¿Por qué no sales fuera? La cena no estará hasta dentro de una hora.

Suspiré hondo y me fui al jardín. Mi bici estaba donde la había dejado, apoyada contra la valla que separaba nuestra casa de la de Luke Kennedy. Monté de un salto en el sillín, y fue entonces cuando la vi por primera vez. Estaba mirándome desde la acera de enfrente, de pie junto a un árbol. El cabello rojizo le llegaba a los hombros y llevaba unos vaqueros con un gran estampado de margaritas blancas en una rodilla. Era más o menos de mi edad, pero no la conocía, de manera que no iba a mi colegio.

Aunque no reduje la velocidad, la miré fijamente al pasar, preguntándome por qué me estaría observando, antes de llegar a la esquina y desaparecer de la vista.


***

Se me pinchó una rueda cuando estaba por ahí y como no llevaba nada para arreglarla, tuve que ir a pie empujando la bici durante el camino de vuelta a casa. Siempre regresaba por el atajo a través de la urbanización, pero ese día seguí una ruta distinta. Recorrí Parker Grove, la vía por la que conducía mi madre cuando el niño se le había echado encima.

Era una calle como la nuestra, con muchos árboles delante de las casas. No sabía cuál era la de Andy, pero mientras avanzaba empujando la bici, un coche se detuvo en una entrada y una mujer cruzó la calle corriendo hasta él.

– ¡Michael, Samantha! -gritó, llamando a la pareja que estaba bajando del coche-. ¿Cómo se encuentra Andy? ¿Se sabe algo más?

– Está… bueno, al menos no ha empeorado -contestó en voz baja la mujer que se llamaba Samantha-. Los médicos aseguran que eso es una buena señal. Siempre dicen que las primeras cuarenta y ocho horas son críticas, ¿no?

– Entonces, que no esté peor ya es algo -repuso la otra-. Seguro que no tardará en despertar.

– Si al menos nos respondiera de algún modo… -añadió entonces Samantha, sacudiendo la cabeza con frustración-. Le hablamos sin parar. Le ponemos las canciones que le gustan. Esta mañana hemos instalado un vídeo para pasarle unos dibujos animados que suele ver, y se los hemos puesto una y otra vez, pero nada. Es como si…

Se interrumpió y se echó a llorar. Hice girar unas cuantas veces la rueda de mi bici y descubrí un fragmento de cristal clavado en el neumático. En realidad no estaba buscando el pinchazo, pero de todas formas lo había encontrado. Lo arranqué con cuidado y la rueda empezó a sisear, lo que me hizo pensar que debería haberlo dejado donde estaba hasta llegar a casa.

– ¿Y cómo lo está llevando Sarah? -quiso saber la mujer.

Oí a la madre de Andy sorberse la nariz como si tuviera un tremendo resfriado. Siempre que yo hacía esa clase de ruido, mamá me decía que usara un pañuelo y que no fuera tan asqueroso.

– No lo sé -contestó Samantha-. Está muy callada. No quiere hablar de lo sucedido con ninguno de los dos. La verdad, jamás la había visto distanciarse tanto. -Entonces guardó silencio. Cuando levanté la vista advertí que las dos mujeres, de pie al fondo del sendero, me miraban fijamente-. ¿Estás bien? -preguntó la madre de Andy.

– Sí, muy bien.

– ¿Qué haces ahí?

Carraspeé, tratando de parecer lo más inocente posible.

– Se me ha pinchado una rueda de la bici -contesté incorporándome-. Quería encontrar el pinchazo. -Siguieron mirándome cuando apoyé las manos en el manillar y empecé a empujar la bicicleta-. Tendré que llevarla a casa para arreglarlo.

Ninguna de las dos respondió, pero me observaron alejarme; tardé un par de minutos en llegar al final de la calle, y durante ese tiempo sentí sus miradas fijas en mi espalda. Normalmente me habría ido pedaleando lo más rápido posible, pero con la rueda pinchada no podía.

Por fin volví la esquina, aunque aún me costó unos veinte minutos llegar a mi casa. Ella estaba esperándome. La niña pelirroja. Sentada al final de la calle con la espalda contra un árbol, supe que me aguardaba a mí. No se me ocurrió por qué. Aunque no recordaba haberla visto antes de ese día, de algún modo comprendí que quería hablar conmigo.

Fui más despacio al acercarme, entonces ella se volvió y me miró; luego se levantó sacudiéndose la parte de atrás de los vaqueros. Miré hacia otro lado y me pregunté si aún estaría observándome cuando me girara otra vez, y así fue. No solía hablar con chicas porque siempre me miraban como si acabara de salir arrastrándome de debajo de una roca. Sin embargo, supe que tenía que pararme a hablar con aquélla en concreto. No había forma de evitarlo.

– Hola -saludé cuando estaba más o menos a un metro de ella, deteniéndome con la bici entre los dos.

– ¿Eres Danny?

– Sí.

– Lo sabía. Te he visto antes.

– Estabas esperando delante de mi casa. ¿Querías vigilarme?

Ella abrió la boca corno para contradecirme, pero entonces se encogió de hombros como si en realidad no le importara.

– Sí, eso hacía.

Y en ese instante, de pronto supe quién era exactamente.

– Eres Sarah, ¿verdad? La hermana de Andy.

Asintió con la cabeza. No pude evitar pensar que me había quedado un buen rato espiando a su familia mientras ella se pasaba casi el día entero espiando a la mía. Y sólo en ese momento, cuando la tarde estaba acabando, habíamos llegado a hablarnos. Como si fuéramos agentes secretos que, hartos ya de todo, deciden confesar.

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