Capítulo 6

Ese día, Sarah y yo quedamos en encontrarnos en el parque el sábado siguiente. Me senté en un banco cerca de la fuente y me puse a leer David Copperfield. Quería que se fijara en que me gustaba esa clase de libros. Al cabo de unos minutos, la vi entrar por las puertas que había frente a mí. Sonreí y la saludé con la mano. Me sorprendió lo contento que me puse al verla.

– No estaba muy segura de si vendrías -comentó cuando se hubo sentado-. Pensé que igual cambiabas de opinión y no acudías.

– No -respondí, negando con la cabeza-. Lo prometí, ¿no?

– Creí que llegaría tarde. Mi madre iba al hospital a ver a Andy y quería que la acompañara; cuando le dije que no podía, se enfadó conmigo.

– ¿Vas a menudo?

– Todos los días. Y algunos, dos veces. ¿Tienes hermanos?

– Sí, uno mayor. Pete. Ya ha cumplido los dieciocho y va a la universidad en Edimburgo. Se suponía que volvería a casa a pasar las vacaciones de verano. Me lo prometió, pero luego cambió de idea y se fue de viaje por Europa.

Sarah asintió con la cabeza.

– Andy también es mi único hermano -dijo.

Quise preguntarle cómo era Andy, pero no supe expresarlo. Aunque yo no tenía ninguna culpa de que estuviese en el hospital, de algún modo me sentía responsable.

– ¿Se pondrá mejor?

– No lo sabemos -contestó-. Sólo podemos confiar en que despierte pronto.

– Seguro que sí.

– ¿Cómo lo sabes?

– Pues porque lo sé.

No pareció gustarle mucho mi respuesta, e incluso me dio la impresión de que se enfurruñaba un poco, así que me mordí el labio y decidí que haría mejor en pensar más las cosas antes de decirlas. No parecía la clase de chica que hablara por hablar.

– ¿Cómo supiste quién era? -me preguntó al cabo de unos minutos-. Me refiero a cuando aparecí ante tu casa. Enseguida lo adivinaste.

– No lo sé. Tan sólo pensé que encajaba. ¿Por qué viniste?

– Por curiosidad, sólo por eso. En realidad era a tu madre a quien buscaba. Quería saber qué aspecto tenía. Y entonces te vi. Estos últimos días han sido horribles.

Se inclinó y se llevó las manos a la cara. Me preocupó que fuera a echarse a llorar, porque entonces yo no habría sabido cómo reaccionar. No iba a rodearla con el brazo, eso por nada del mundo. Y mucho menos allí, donde toda la gente podía vernos. Pero cuando volvió a levantar el rostro, se limitó a mirarme y negar con la cabeza.

– De todas formas, no es culpa de tu madre. Eso es lo que vuelve tan terrible el asunto. Es culpa mía. Pero no puedo contárselo a nadie. Y no sé qué hacer para solucionarlo.

La miré extrañado, sin acabar de entender qué quería decirme. Estaba a punto de preguntárselo, cuando vi que tres personas recorrían el sendero hacia nosotros. Se me encogió un poco el estómago, pero era demasiado tarde para alejarse: se trataba de Luke, su madre y Benjamin Benson.

– Danny -dijo la señora Kennedy, y miró a Sarah un instante, como si se sorprendiera de verme allí sentado con una chica, como si fuera lo último que habría esperado.

Aunque había crecido varios centímetros en los últimos tres meses, nadie excepto yo mismo lo había notado.

– Hola -saludé tratando de no mirar a Luke, que tenía los ojos clavados en Sarah-. Sólo he salido a dar un paseo.

– Pues no vas a pasear mucho quedándote sentado -bromeó alegremente el señor Benson-. Un montón de ejercicio, eso es lo que necesita un chico de tu edad. Bueno, y un buen desayuno todas las mañanas. Y también un baño de agua helada una vez al año, tanto si te hace falta como si no.

Fruncí el ceño. ¿Por qué tenía que mostrarse siempre tan gracioso? Seguramente lo hacía para impresionar a la señora Kennedy.

– ¿No vas a presentarnos a tu amiga? -preguntó la madre de Luke, y me quedé mirándola sin saber qué responder.

No quería contarle la verdad por si hablaba con mis padres y me metía en líos. Aunque no estaba muy seguro de qué estaba haciendo mal, tenía la sensación de que había algo en aquel asunto que no les haría ni pizca de gracia.

– No somos amigos -se apresuró a contestar Sarah-. Estaba sentada aquí, eso es todo.

– Oh, perdonad -repuso la señora Kennedy-. Se os veía tan cómodos que casi no me atrevía a interrumpiros.

– Yo más bien diría que tratabas de ligar con ella -comentó el señor Benson-. Eh, no pongas esa cara avergonzada, Danny. Todos hemos de empezar algún día.

– Me dijiste que tenías cosas que hacer -intervino Luke, señalándome con el dedo-. Y que por eso no podías venir hoy a mi casa.

– Bueno, he de irme -dijo Sarah de pronto, levantándose.

La miré; no quería que se marchara. Lo único que deseaba era que Luke, su madre y el señor Benson prosiguieran su camino, que dejaran de tratar de parecer divertidos y hacerme pasar vergüenza. Quería hablar a solas con Sarah y que me contara por qué el accidente no había sido culpa de mamá y por qué se creía ella responsable.

– Espera… -empecé.

– Vamos por las bicis -me interrumpió Luke-. Iremos a algún sitio. -Y añadió-: Los dos solos.

– Adiós -se despidió Sarah, echando a andar.

– Espera -repetí, pero ella negó con la cabeza.

– No tienes que irte por nosotros -intervino la señora Kennedy, que ahora parecía arrepentida de haberse parado a hablarnos.

– ¡Adiós! -exclamó Luke dirigiéndose a Sarah-. Nos vemos en otra ocasión, o no.

Sarah se detuvo y lo miró un momento antes de alejarse. Luke frunció el ceño, no muy seguro de cómo tomarse una mirada como aquélla.

– Lo siento, amigo -se excusó el señor Benson-. Me parece que la hemos espantado.

Esa noche estuve fuera hasta más tarde de lo habitual, y cuando llegué a casa me encontré a mi padre sentado en la sala de estar viendo la televisión. Cuando entréconsultò el reloj y pareció un poco sorprendido de que llegara con tanto retraso.

– Danny, son casi las diez.

– Ya lo sé.

– ¿Qué hacías dando vueltas por ahí a estas horas?

Me encogí de hombros y me senté.

– Lo siento -dije-. He perdido la noción del tiempo.

– En realidad, yo también -repuso bajando el tono-. Ni siquiera me había dado cuenta, o habría empezado a preocuparme por ti.

– ¿Dónde está mamá?

– No habéis coincidido por muy poco. Se fue a dormir temprano.

– ¿Se ha pasado en la cama el día entero? -pregunté, enfadado-. ¡Cuando salí esta tarde ya estaba acostada!

– Danny, se levantó poco después de que te fueras. Cenamos juntos y luego estuvimos viendo la tele. Si hubieses llegado pronto a casa, como se suponía que era tu obligación, la habrías visto y podrías haber charlado con ella. Y por cierto, ya puestos, me gustaría que hablaras un poco más con tu madre.

Asentí mientras pensaba en irme a la cama, pero antes de que pudiese subir mi padre de pronto soltó una risita y me dijo:

– Ah, por cierto. Hoy hablé con tu abuela. Ella y el abuelo vendrán a visitarnos la semana que viene. Por tu cumpleaños. Celebraremos una pequeña fiesta.

– ¿Una fiesta? ¿Estás seguro?

– Bueno, sólo con la familia, nadie más -se apresuró a precisar-. Tu madre y yo, y los abuelos. Si quieres también podemos decirles a los Kennedy que vengan.

– No sé si me apetece una fiesta.

– «Fiesta» no es la palabra adecuada -explicó negando con la cabeza-. Será una cena, simplemente. En familia, el jueves que viene. Al fin y al cabo, cenar hay que cenar. ¡No pongas esa cara de circunstancias! Lo pasaremos bien.

Me encogí de hombros. En realidad no estaba pensando en eso, sino preguntándome cuándo volvería a ver a Sarah, si es que volvía a verla, y si averiguaría por qué creía que todo había sido culpa suya y no de mi madre. Decidí que, si me enteraba, quizá podría contárselo a mamá y así ella no estaría ya tan afectada, y las cosas podrían volver a ser como antes.

De algún modo, supe que tenía que descubrir el secreto de Sarah.


Загрузка...