Capítulo 4

Conor rodeó el bloque un par de veces para asegurarme que no estaban vigilándolo. No esperaba que nadie estuviera controlando la casa de la patrona, pero nunca estaba de más asegurarse. Además, quería asegurarse de que nadie estaba vigilando el piso de Olivia. Había visto un coche oscuro con ventanas ahumadas cerca, por lo que tomó nota para poder llamar a Danny y pedirle que lo comprobara.

Aparcó el Mustang de Dylan en la siguiente bocacalle y luego se mantuvo pegado a las sombras de las casas. Miró por encima del hombro una vez más antes de llamar al timbre. Como tantas otras casas de aquella zona, la enorme casa, que en el pasado había pertenecido a una sola familia, estaba dividida en varios apartamentos.

La cortina de encaje que había sobre la ventana se agitó un poco y luego se abrió la puerta de par en par. Se encontró cara a cara con una mujer mayor, de pelo canoso y vestida con un arrugado vestido.

– Ya iba siendo hora -musitó.

– ¿Es usted la señora Callaban? -preguntó Conor. La mujer asintió-. He venido a recoger a Tommy.

Ella le hizo un gesto para que pasara. Los dos se vieron en un pequeño recibidor, en el que Conor tuvo que apretarse contra la pared para que la mujer pudiera pasar.

– Estoy encantada de poder librarme de él. No da nada más que problemas. Se pasa despierto toda la noche, duerme todo el día y no deja de comer. Y el ruido está a punto de volverme loca.

Olivia debía haberse sentido desesperada para haber dejado a su hijo con tal arpía. Se alegraba de poder reunir a la madre con su hijo y, aunque proteger a ambos sería más trabajo, merecía la pena.

– ¿Dónde está?

– Está encima de mi cama, en mi dormitorio.

– Le agradecería mucho si pudiera recoger sus cosas. No tengo mucho tiempo.

– Debería hacer que fuera usted quien lo sacara de ahí. Tiene muy mal genio. Te araña todo lo que puede y más. Espere aquí -le ordenó.

Mientras Conor esperaba, se asomó por las cortinas de encaje, sin comprender lo que la mujer le había dicho. Prefería no dar a los vecinos nada de qué hablar. Si podía meter al niño en el coche sin que lo viera nadie, mejor que mejor.

Unos momentos más tarde, oyó unos gritos y luego una serie de gruñidos que parecían más propios de un animal que de un ser humano. Cuando estaba a punto de entrar en el dormitorio para ver qué pasaba, la puerta volvió a abrirse.

– Que te vaya bien -dijo ella, colocándole una caja de cartón entre los brazos. Entonces, trató de cerrar la puerta de nuevo, pero Conor se lo impidió, haciendo cuña con el pie.

– Espere un momento. ¿Dónde está Tommy?

– En esa caja.

– ¿En la caja? -preguntó Conor, colocando la caja cuidadosamente sobre el suelo. Entonces, se asomó por uno de los agujeros y pudo escuchar un profundo gruñido que salía del interior. Antes de que pudiera apartar la mano, una garra salió rápidamente por un agujero y le arañó. Conor gimió, sacudiendo la mano-. ¿Que Tommy es un gato?

– Sí -dijo la señora Callaban-. ¿Qué creía que era? ¿Uno de esos caniches franceses?

Conor no se molestó en responder. En aquellos momentos, tenía suficiente con tratar de controlar su genio. Aquello era ridículo… Estaba furioso, tanto, que apretó los dientes con fuerza. Sin embargo, decidió guardar su ira para cuando se encontrara con Olivia Farrell.

– ¿Tiene cosas? Es decir, juguetes, comida o cosas por el estilo.

– Está todo en la caja. No le toque la cola -le advirtió-, o tendrá que buscar los trozos de su mano en el techo.

Con eso, lo empujó y cerró la puerta, dejando a Conor apretujado en el pequeño recibidor, con solo una fina capa de cartón entre él y aquella fiera. Entonces, se giró y abrió la puerta de la calle.

– Vas a pagar por esto, Olivia Farrell. Mientras se dirigía al coche con el gato, este hizo un valiente intento por escapar. Aunque Conor sentía la tentación de abrir la tapa de la caja y dejar que el animal se escapara, después de todas las molestias que se había tomado no estaba dispuesta a hacerlo. Después de todo, el gato era una prueba, prueba que Olivia Farrell le había mentido y, de paso, había puesto su vida en peligro.

Uno de los hombres de Keenan podría haberlo reconocido y haberle disparado. Tal vez podrían haberlo seguido al motel, para así ocuparse también de Olivia. Conor comprobó la calle otra vez y se metió rápidamente en el coche, dejando la caja en el asiento del pasajero.

No dejó de vigilar por el retrovisor mientras hacía una serie de giros completamente ilógicos hasta que se aseguró de que no lo seguían. Entonces, se puso a repasar mentalmente la conversación que iba a tener con Olivia.

Aunque quería regañarla hasta conseguir que se disculpara, Conor se sentía aliviado en secreto. No tenía un hijo. Sin un hijo, no había nada que se interpusiera entre ellos. No había estado seguro de lo que pensar cuando había mencionado por primera vez a Tommy, pero había sentido una ligera envidia de que su corazón pudiera pertenecerle a otra persona.

¿Por qué envidia? Había tratado de convencerse de que lo que sentía por ella era algo simplemente profesional. Después de todo, lo que mejor se le había dado desde niño era proteger a los demás, Sin embargo, no podía ignorar la atracción que existía entre ellos, los repentinos deseos de tocarla y besarla.

Había oído historias de policías que se enamoraban de mujeres a las que tenían que proteger y siempre había pensado que un hombre tenía que estar loco para arriesgar su profesión por una mujer. De hecho, ya sabía cómo ocurría. Se sentía tan asustada y necesitaba que su primer instinto era protegerla… Algunas veces, no había mejor modo de demostrarlo que con un beso o una caricia.

Conor contuvo el aliento. Ya sabía cómo eran las reglas y los castigos por implicarse sentimentalmente con un testigo. Si lo descubrieran, sería el final de su carrera. Volvería a trabajar haciendo rondas o, peor aún, lo expulsarían del Cuerpo. Y todo por una mujer. Recordó las palabras de su padre. «Lo único que puede derribar a un Quinn es una mujer.

– Mantén las distancias con ella -murmuró.

A pesar de todo, mientras iba conduciendo, no pudo evitar preguntarse si Olivia Farrell merecía el riesgo. Tal vez lo afectaba tanto porque era muy diferente de las otras chicas con las que salía habitualmente. Olivia era sofisticada y refinada, elegante… el tipo de mujer que parecía completamente inalcanzable.

Solo había habido una mujer en su vida que se le hubiera escapado. Se había sentido destrozado cuando su madre se había marchado, pero seguía considerándola un dechado de virtudes. Se parecía mucho a Olivia. Era hermosa, delicada… Aunque habían sido muy pobres, la mesa siempre había estado bien puesta y se había tomado muchas molestias con su apariencia.

La aventura del deseo

De hecho, siempre se había preguntado porque se habría casado con su padre. Eran como el caviar y las sardinas. Sin embargo, entrelazado con aquellas imágenes, estaba el rostro de Olivia. Aquella vez, no lo apartó de su mente, sino que dejó que lo empapara, corno la lluvia sobre el cristal. A partir de aquel momento, aquello sería lo único que se permitiría: un pensamiento impuro sobre ella pero muy ocasional.

Para cuando estaba a punto de llegar al motel, la ira y la rabia habían desaparecido. No dejaba de pensar en Olivia. De repente, un repentino ruido lo distrajo de sus pensamientos. Miró por el retrovisor, preparándose mentalmente para un disparo, pero entonces se dio cuenta de que el revuelo provenía del interior del coche.

Miró la caja que contenía el gato y vio que estaba abierta y vacía.

– Maldita sea -murmuró.

Aquello era como un ciclón. Había pelo por todas partes. Tommy había empezado a dar vueltas por el coche, saltando del asiento trasero al delantero y viceversa. Conor trató de agarrarlo, pero el gato era demasiado rápido y sus garras demasiado afiladas. Arañó a Conor en la mejilla y en la barbilla en una de sus vueltas y en la otra le alcanzó en la mano.

– ¡Basta ya! ¡Ya he tenido más que suficiente! -exclamó. Se detuvo en el arcén y se preparó para enfrentarse al diablo-, ¡No pienso dejar que un felino se haga dueño de este coche!

Cuando el gato pasó la siguiente vez a su lado, Conor apretó los dientes y agarró al animal. Como pudo, volvió a meterlo en la caja, pero no antes de sufrir otra tanda de arañazos.

– Debería haberme limitado a abrir la ventanilla -musitó, mientras volvía a arrancar el coche, sin apartar la vista de la caja.

Para cuando llegó al aparcamiento del motel, la mayoría de sus arañazos sangraban profusamente, pero era su orgullo lo que más había sufrido. Le daba vergüenza que, después de haber detenido a terribles delincuentes y a hombres sin piedad, lo hubiera derrotado un gato.

Conor agarró la caja y se dirigió hacia la puerta de la habitación.

– Espero que por lo menos esté agradecida -musitó-. Que por lo menos esté agradecida…

No pensaba sentirse satisfecho con menos de un beso, un beso largo profundo y húmedo. Brendan apareció de entre las sombras y lo saludó con la mano.

– ¿Dónde está el niño? -le preguntó-. ¿Y qué te ha pasado?

– No había niño -respondió Conor, tocándose la mejilla para descubrir que la tenía llena de sangre.

– ¿Quieres decir que lo tienen esos hombres?

– Tommy es un gato -replicó, mostrándole la caja-. Échale un vistazo. Es salvaje.

Brendan extendió un dedo por uno de los agujeros y recibió un buen gruñido y un arañazo.

– ¡Vaya! ¿Qué le has hecho al pobre?

– ¿Que qué le he hecho? ¡Mira lo que me ha hecho él a mí!

Brendan se echó a reír y golpeó a su hermano cariñosamente en la espalda.

– Primero una hermosa mujer, luego un gato… Sabía que, cuando finalmente te enamoraras, lo harías bien, Conor. Buena suerte. Estoy seguro de que la vas a necesitar.

Conor se quedó de pie un momento mientras contemplaba cómo Brendan volvía a desaparecer en la oscuridad. Entonces, respiró profundamente y se sacó la llave de la habitación del bolsillo.

– Contrólate, muchacho -se dijo-. Y vigila tu lengua. Solo te quedan diez días con esa mujer y es mejor que hagas que sean lo más llevaderos posible.

Cuando entró en la habitación, la encontró vacía. El miedo se apoderó de él, impidiéndole respirar. Tiró la caja encima de la cama, sin prestar atención alguna a las protestas que surgieron del interior. ¿Habría conseguido Keenan pasar sin que Brendan lo viera? ¿O había Olivia salido sin que nadie la viera? Cuando fue a comprobar la ventana, se oyó el ruido de la ducha.

Con una suave maldición. Conor se dirigió a la puerta del cuarto de baño y pegó una oreja a la puerta. Al principio, sintió la tentación de abrirla para asegurarse de que ella se encontraba bien, pero cuando la oyó cantando, decidió esperar hasta que ella saliera por sí misma.

Se sentó en la cama, al lado de la caja, para esperar. Dentro de la caja, se oyó un profundo gruñido y luego silencio. Conor dio un golpe encima de la caja.

– Tú y yo vamos a poner algo en claro – murmuró-. Yo soy el que está a cargo aquí, o me escuchas o te veo comiendo tripas de pescado en un muelle del puerto. ¿Está claro?

Al asomarse a uno de los agujeros, vio una nariz rosada. Estuvo a punto de darle un golpe, pero se contuvo.

Unos minutos más tarde, Olivia salió del cuarto de baño, con una toalla encima de la cabeza, cubriéndole los ojos. Llevaba otra alrededor del cuerpo, sujeta entre los pechos. Conor contuvo el aliento, sin saber lo que hacer. La decencia le decía que anunciara su presencia, antes de que, accidentalmente, se quitara las dos toallas. Tal vez debiera darse la vuelta y mirar hacia la pared…

El momento de tomar la decisión pasó en cuanto se quitó la toalla y echó la cabeza hacia atrás. Cuando lo vio sentado en el borde de la cama, se quedó atónita. Conor esperó, preguntándose lo ofendida que ella se sentiría. Después de todo, solo iba a cubierta por una toalla y no hacía mucho que se conocían. Él se puso de pie lentamente, sin apartar la mirada de la de ella.

Sin embargo, en vez de la esperada indignación, su rostro reflejó un profundo alivio. Dejó escapar un pequeño grito y se lanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos y abrazándolo fieramente. Al principio, Conor no sabía qué hacer. Entonces, hizo lo único que se le ocurrió. Le rodeó la cintura con los brazos y la besó.

Olivia se había sentido tan aliviada, que no se paró a pensar en las consecuencias de besar a Conor. Echarse en sus brazos había sido la cosa más natural del mundo. Estaba vivo, había regresado sano y salvo y la culpa que había sentido por mandarle por el gato podría ser olvidada.

Olivia no estaba segura de quién había terminado el beso, aunque ninguno de los dos parecía muy ansioso por hacerlo. Cuando ella finalmente levantó la mirada, se encontró que los ojos de Conor estaban llenos de deseo. Entonces, notó la sangre que le cubría la mejilla.

– Estás herido…

– No es nada -susurró él, inclinándose sobre ella como si quisiera volver a besarla. Sin embargo, Olivia se escapó de entre sus brazos. La preocupación que sentía por sus heridas era más importante que el deseo.

– Siéntate -le ordenó Olivia, obligándolo a sentarse en el borde de la cama.

Entonces, fue corriendo al cuarto de baño y regresó con un trapo húmedo. Se arrodilló en la cama al lado de él y examinó sus heridas. ¡Se lo merecía! Lo había enviado por su gato y había estado a punto de recibir una bala en la cara.

– Lo siento -murmuró-. Fui muy egoísta. Sabía que pensabas que Tommy era un niño. Llevo sintiéndome culpable desde que te marchaste. Nunca quise que te ocurriera esto. ¿Fue Keenan?

– No exactamente.

– ¿Uno de sus hombres, entonces?

– No. Fue tu gato.

– ¿Que Tommy te hizo esto? -preguntó, incorporándose un poco.

– Sí. Y si me vuelves a hacer esto, te colocaré un par de zapatos de cemento y te tiraré al puerto de Boston yo mismo.

– ¿Me perdonas?

– Deberías haberme dicho que Tommy era tu gato. Podría haber ido mejor preparado. Ha desgarrado toda la tapicería del coche de Dylan. Además, yo aspiré tanto pelo que creo que voy a echar una bola dentro de un par de horas -bromeó él-. Y si vas a sacarlo de la caja, es mejor que lo mantengas alejado de mí.

Entre risas, Olivia se inclinó sobre la caja y empezó a llamar al gato. El animal maulló un poco hasta que Olivia retiró las pestañas de la caja. Como una bala, el gato, de pelaje naranja, saltó encima de la cama. Ella lo tomó entre sus brazos y apretó la cara contra la piel del animal, sorprendida de lo mucho que se alegraba de verla.

– ¿Te has portado mal con el tío Conor?

– Debería acusarlo de ataque a un oficial de policía.

Olivia dejó al gato en el suelo y le acarició la tripa antes de volverse a Conor. Al ver cómo la miraba, sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Notó que había algo mucho más peligroso que su ira latiendo entre ellos. Entonces, se puso a rebuscar en su bolsa de maquillaje y sacó un pequeño frasco de un líquido antiséptico.

– Esperaba que me fueras a arrancar la cabeza -Olivia dijo, mientras echaba un poco de líquido en el trapo.

– Créeme si te digo que lo pensé. Conor hizo un gesto de dolor cuando ella le aplicó el líquido en la mejilla. Olivia se inclinó sobre él y le sopló suavemente en la mejilla para aliviarlo.

– Ya está…

Él se volvió lentamente para mirarla. Sus miradas se entrelazaron durante un largo momento. Olivia no podía respirar. De repente, fue consciente de que solo iba cubierta con una toalla, que podía desaparecer con un simple gesto de los dedos de Conor. Otro temblor sacudió su piel. Sin poder evitarlo, miró fijamente los labios de él, duros y bien esculpidos.

Aquella mirada fue como una silenciosa invitación que él aceptó. Se inclinó y le tocó suavemente los labios. Aquella era la primera vez que la besaba solo por el gusto de besarla. Las veces anteriores había sido por impulso. Aquel beso fue lento y medido, deliberado. Conor se tomó su tiempo con ella, saboreándola y tentándola hasta que ella, poco a poco, se abrió a él.

A medida que sus labios fueron separándose, cualquier intento de resistencia se esfumó también. Olivia sabía que no estaba bien, ni por lo que la profesión de Conor dictaba ni por sus propias reglas. Él era un policía y ella una testigo. Hacía muy poco que se conocían. Aunque aquel beso no iba a costarle nada a ella, a Conor podría costarle su empleo.

Sin embargo, en aquellos momentos no podía pensar en nada. Conor lentamente la había colocado encima de la cama. Su boca se iba deslizando hacia la curva del cuello, trazando un cálido camino hasta el hombro. Olivia cerró los ojos y suspiró. Las sensaciones que le creaba la boca de él le hacían vibrar de la cabeza a los pies.

Hacía tanto tiempo desde que un hombre la había tocado, que no podía soportar que se terminara ni tampoco podía negar la atracción que sentía por Conor. Tal vez era una reacción típica entre la mujer vulnerable y el protector policía, pero la necesidad que ella sentía era fuerte y real.

Conor no se parecía a ningún hombre de los que había conocido. En un secreto rincón de su corazón, anhelaba poder conocerlo más íntimamente. Era valiente y volátil, divertido y vulnerable, silencioso y fuerte. Todas aquellas cualidades formaban un fascinante rompecabezas. ¿Que había debajo de aquel exterior de acero? ¿Qué le hacía vibrar? Un hombre con tanta pasión por su trabajo, debía ser igual de apasionado en otros aspectos. Pasarían juntos diez días y Olivia sabía que le resultaría imposible contener su curiosidad ni su deseo.

– ¿Por qué eres tan suave? -murmuró él contra su piel.

– ¿Y por qué eres tú tan fuerte? -replicó ella, enredándole los dedos en el pelo.

Conor levantó la mirada y ella lo leyó en sus ojos; como si el sonido de su voz hubiera hecho que, de repente, se diera cuenta de lo que estaban a punto de hacer. La mandíbula se le tensó y, entonces, maldijo suavemente y se levantó de la cama.

– Creo que es mejor que te vistas… El arrepentimiento se notaba claramente en su voz, pero, ¿era por lo que ya habían hecho o por lo que no podían hacer? Olivia se ajustó la toalla y se sentó en la cama, tratando de mantener la compostura. De repente, la toalla le pareció demasiado pequeña.

– Creo que no deberíamos volver a hacerlo -dijo ella, forzando una sonrisa.

– No sería recomendable. Creo que va contra todas las reglas del departamento de policía.

– ¿Y si no hubiera reglas?

– Soy policía y trato con hechos, no con hipótesis. ¿Qué te parece si voy por algo de comer? Tú puedes terminar… bueno, lo que tengas que terminar.

Olivia asintió y se metió rápidamente en el cuarto de baño. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Todavía tenía el pulso acelerado y un rubor le cubría todo el cuerpo. Se miró al espejo y suspiró.

¿Qué golpe de suerte, o de desgracia, era el culpable de todo aquello? ¿Por qué había tenido que asociarse con Kevin Ford? ¿Por qué había tenido que entrar en el despacho en el mismo momento en que su socio estaba reunido con Red Keenan? ¿Y por qué el detective al que se le había asignado su protección era Conor Quinn?

– Solías ser una chica con suerte. Y ahora te persigue la desgracia -le dijo a la imagen que se reflejaba en el espejo.

Se quitó la toalla y recogió la ropa, que estaba en el suelo. Sin embargo, no quería volver a ponérsela. Llevaba lo mismo desde que se habían escapado de Cape Cod.

– Ni siquiera tengo una muda limpia de ropa interior.

Olivia se puso los vaqueros sin las braguitas y luego se puso la camisola y el jersey. Después del incidente de Tommy, no estaba segura de la credibilidad que tenía con Conor. Seguramente la historia de su falta de ropa interior no caería demasiado bien.

Se peinó el cabello húmedo mientras consideraba la mejor táctica. Entonces, se acordó de Tommy. Necesitaría comida, arena, una bandeja y tal vez unos juguetes. Una visita al mercado más cercano solucionaría todo aquello y, además, le proporcionaría ropa limpia y objetos de aseo, como pasta de dientes y desodorante.

Lentamente, abrió la puerta del cuarto de baño, pero el sonido de la voz de Conor la detuvo. Entonces, se dio cuenta de que estaba hablando por teléfono con su comisaría.

– Está bien -decía-. ¿Qué le pasó al oficial que estaba de guardia delante de la casa de Cape Cod? Se suponía que tenía que estar vigilando la carretera y luego se marchó. ¿Que fue a tomarse un café y a comprar unos donuts? -añadió, tras una pausa-. Escucha, quiero que Cariyie o Sampson se hagan cargo de este caso. De hecho, envíalos a los dos. No vayas por los canales habituales. Sigo creyendo que Keenan podría tener a alguien dentro del departamento… No puedo. No, no saldría bien. Es difícil. Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí. Sí. Ya sabes lo que pasa… No puedo ocuparme de ella. De acuerdo. Media hora. Estupendo.

Olivia cerró lentamente la puerta y se sentó en el borde de la bañera. ¿La dejaba a cargo de otra persona? ¿Así? Se mordió el labio inferior cuando este le empezó a temblar. Ella confiaba en Conor. Era el único que podía protegerla de Red Keenan. ¡No quería que la dejara!

Luchó contra la necesidad de salir del cuarto de baño y decirle exactamente lo que pensaba de él, pero entonces recordó de nuevo las palabras que él había pronunciado. «Ella ha desarrollado ciertos sentimientos por mí… No saldría bien… No puedo ocuparme de ella…»

– ¿Que no puede ocuparse de mí?

Había creído que todo lo que había ocurrido entre ellos había sido por un deseo mutuo. ¿Es que había interpretado mal la situación? ¿Solo estaba soportándola hasta que pudiera pasarla a uno de sus compañeros? ¡Qué humillante!

– Tengo que salir de aquí -murmuró-. No puedo volver a enfrentarme a él.

La ventana parecía demasiado pequeña para poder pasar por ella. Tal vez si se encerraba en el cuarto de baño hasta que llegaran los otros policías, no tendría que volver a hablar con él. Sin embargo, no podía esperar. ¡En lo único en lo que podía pensar era en escapar!

Conor miró la puerta del cuarto de baño y luego consultó la hora. Olivia llevaba allí metida más de quince minutos, tiempo suficiente para que a él le hubiera dado tiempo a ir al supermercado más cercano y comprar un par de bocadillos y una bolsa de arena para gatos. ¿Cuánto tiempo tardaba en arreglarse? Si hubiera crecido con una mujer en la casa, tal vez lo sabría, pero le parecía que quince minutos era más que suficiente.

Se puso de pie y se acercó a la puerta. Al comprobar que no se oía nada, llamó.

– ¿Olivia? ¿Qué estás haciendo? ¿Has terminado ya? He ido a por algo de comer -dijo, esperando que ella contestara. Al no recibir respuesta, volvió a llamar. Trató de abrir, pero se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave-. ¡Olivia! ¡Abre la puerta! ¡Maldita sea, Olivia, abre la puerta o la echo abajo! – añadió. No recibió respuesta alguna-. Si estás cerca de la puerta, es mejor que te apartes.

Con una firme patada le bastó para hacer saltar el pequeño pestillo. Entró rápidamente, esperando encontrársela en la bañera, pero lo único que vio fue un par de largas piernas asomando por la pequeña ventana que había en el cuarto.

– ¿Qué diablos estás haciendo? ¡No puedes salir por esa ventana! ¡Es demasiado pequeña!

Conor la agarró por las piernas y tiró de ella. Sin embargo, Olivia le respondió con una fuerte patada. El tacón lo golpeó en la nariz.

– ¡Déjame en paz! -exclamó ella, desde el otro lado de la ventana.

Conor se frotó la nariz. Se había llevado buenos golpes en toda su carrera como policía, pero aquel caso lo estaba matando.

– No serás capaz de salir por ahí. Estás atascada.

– ¿Es que crees que no lo sé?

– Entonces, quédate quieta y déjame que te saque -respondió, agarrándola por las piernas con firmeza, para que ella no pudiera golpearlo de nuevo-. Ahora, levanta los brazos.

Con un buen tirón, Olivia volvió a estar en el cuarto de baño.

Los dos cayeron al suelo. Entonces, ella se apartó rápidamente de él.

– ¿En qué estabas pensando? -preguntó Conor.

– Evidentemente, estaba pensando que estaba mucho más delgada de lo que realmente estoy. Recuérdame que no coma patatas fritas.

– ¿Dónde pensabas ir?

– De compras.

– ¿De compras?

– ¡Sí! Si tienes que saberlo, necesito ropa interior limpia. Salimos tan precipitadamente de la casa de Cape Cod, que no tuve tiempo de agarrar mis cosas. Llevo la misma ropa interior desde hace dos días.

– ¿Alguien anda por ahí fuera y lo único que te preocupa es conseguir ropa interior limpia?

Olivia asintió. Conor la observó, atónito. Aquello era algo que no entendía de las mujeres. Aquella obsesión por la ropa interior, el encaje, la seda… La ropa interior era solo ropa interior. Nadie la veía, entonces, ¿qué importaba?

– ¿Por qué no lo pediste?

– Porque a ti no te importa lo que yo quiera o lo que necesite.

– ¿Que no me importa? ¿Quién arriesgó la vida para ir por tu maldito gato?

– Si realmente te importa, ¿por qué vas a dejar de protegerme? ¿Por qué has llamado a otro policía para que venga a cuidar de mí?

Conor se quedó inmóvil al comprobar que ella había escuchado la conversación telefónica y había oído las mentiras que había dicho. De repente, sus razones para escapar por la ventana resultaron mucho más evidentes. Había herido sus sentimientos, la había humillado tanto, que no podía soportar estar en la misma habitación que él.

– Lo siento. Es que…

– Lo sé. Te lo pongo muy difícil. No puedes ocuparte de mí. Has descrito la situación como si yo me estuviera tirando constantemente encima de ti. Pensé que la atracción era mutua.

– Lo era… Lo es. Por eso debo marcharme. Olivia se giró hacia él, arrodillándose en el suelo a su lado, con una expresión ansiosa en el rostro.

– ¿Y si te prometiera que no voy a volver a besarte? ¿Te quedarías entonces?

– No eres tú, Olivia, sino yo -murmuró, acariciándole suavemente la mejilla con las yemas de los dedos-. No puedo prometer que no volveré a besarte… ni a tocarte. Y si no puedo prometerlo, no soy el mejor hombre para protegerte. Necesito tener la cabeza sobre los hombros para hacerlo o, si no, los dos estaremos en peligro.

– Yo confío en ti. No quiero a nadie más.

– Los dos hombres que han enviado son buenos. Los conozco a los dos y no les dejaría quedarse contigo si no estuviera seguro de que iban a protegerte muy bien. Sin embargo, quiero que me prometas que no volverás a salir por ninguna ventana y que no les enviarás por más mascotas.

– No quiero que te vayas… -susurró ella, bajando la cara

– ¿Me lo prometes? -insistió él, obligándola a mirarlo.

De mala gana, Olivia asintió, pero Conor no se conformó con eso. Cedió a sus impulsos y se inclinó sobre ella para besarla suavemente. Un último beso. ¿Qué mal había en ello? Sin embargo, si había pensado que con ello le bastaría, se había equivocado. En el momento en que los labios de ella se abrieron bajo los suyos, se perdió en la calidez de su boca. Un bajo gemido rugió en su garganta y la tomó con pasión entre sus brazos.

El sabor de su boca era como una droga, tan adictiva que Conor habría sido capaz de todo para volver a saborearla una vez más. Nunca antes había sentido la obsesiva atracción que experimentaba por Olivia. Su cerebro se nublaba con el fresco aroma de su cabello y las cálidas sensaciones que le proporcionaba la lengua.

Necesitó de toda su fuerza de voluntad para apartarse de ella. La miró fijamente y observó cómo abría por fin los ojos.

– Quiero que sepas que mentí en todo lo que dije por teléfono. Besarte no me resulta difícil. Es no hacerlo lo que me cuesta.

Esbozó una trémula sonrisa, pero esta desapareció rápidamente cuando alguien llamó a la puerta. Miró a Conor con desesperación y él sonrió.

– Te prometo que todo irá bien. Él se puso de pie y extendió una mano para ayudarla a que hiciera lo mismo. Avanzó hacia la puerta, con la mano de Olivia todavía en la suya. Quería sentirla todo el tiempo que fuera posible. Cuando, aquella noche, estuviera solo en su apartamento, podría recordar la delicadeza de sus dedos y la dulzura de su voz. Podría recordar todos los segundos que había pasado con ella.

Con mucho cuidado, apartó la cortina y vio a Don Cariyie. Entonces, llevó a Olivia a la cama, sobre la que Tommy se había tumbado sobre una de las almohadas.

– Espera aquí. Solo tardaré un minuto Conor salió al exterior y cerró la puerta tras él.

– ¿Cuál es el plan? -le preguntó a Cariyie.

– Tengo un lugar para ella en Framingham. Sampson está esperando en el coche. Bueno, ¿qué es lo que le pasa? ¿Siente debilidad por los policías o es una de esas mujeres que se sienten atraídas por todo lo que lleve pantalones?

La furia que sintió fue tan intensa, que Conor no pudo pensar antes de actuar. Con un rápido movimiento, inmovilizó a Cariyie contra la puerta.

– Si intentas algo con ella, aunque sea mirarla de perfil, te meteré la mano en la boca y te volveré del revés. ¿Me oyes?

– Sí, claro -susurró Cariyie-. Vaya, Quinn, ¿qué diablos te pasa? Tú eres el que pidió que te sustituyera.

– Recuerda lo que te acabo de decir. Es una dama. Trátala en consecuencia -concluyó Conor, soltando a su amigo.

Tras aquel intercambio, volvió a abrir la puerta, entrando acompañado de Cariyie. Olivia seguía tumbada en la cama, triste y vulnerable, abrazando a su gato.

– El detective Cariyie te va a llevar a un lugar seguro. Si necesitas algo… aunque sea ropa interior, pídeselo. ¿De acuerdo?

Entonces, agarró el abrigo de ella, que estaba sobre la cama y lo sujetó para que Olivia pudiera ponérselo. A continuación, ella le dio un beso a Tommy y lo metió en la caja.

– ¿Un gato? -preguntó Cariyie-. No nos podemos llevar un gato.

– Pero yo…

– Yo me lo quedaré. Estará conmigo hasta que tú puedas ir a recogerlo después del juicio -dijo Conor.

Aunque odiaba al animal, sabía que poder devolvérselo a su dueña le daría una nueva oportunidad de ver a Olivia. Cuando todo aquello hubiera terminado y ella ya no fuera una testigo ni él el policía encargado de protegerla. Pasar unas pocas semanas con Tommy El Terrorífico era un precio muy pequeño.

– ¿De verdad?

– Claro. Para cuando vengas a recogerlo, ya seremos los dos buenos amigos.

– Gracias -murmuró ella, dándole un beso en la mejilla. Entonces, agarró su bolso y se marchó.

Conor la siguió, y, tras mirar por última vez a su alrededor, salió detrás de ella y Cariyie con la caja bajo el brazo.

Antes de que se diera cuenta, la madera de la puerta se astilló a la altura de su cabeza. Al mirar al aparcamiento, vio el destello de otro disparo, que destrozó el cartel del hotel. Sin soltar la caja, agarró a Olivia y la tiró al suelo, cayendo delante del Mustang de Dylan.

– Quédate aquí -susurró él, entregándole a Olivia la caja-. Y no levantes la cabeza.

Conor sacó su pistola y miró a su alrededor. Cariyie estaba agachado tras otro coche, disparando. Desde otro lugar del aparcamiento, Sampson había sacado su pistola y estaba apuntando. Conor volvió junto a Olivia y agarró la caja.

– Vamos a meternos en el coche -le dijo-. Saca al gato de la caja y agárralo con fuerza. Es mejor que te lo metas debajo del abrigo. Tenemos que actuar con rapidez.

Olivia hizo lo que él le había pedido y los dos se dirigieron hacia la puerta del copiloto del coche. Conor la abrió e hizo que ella se metiera. Luego, volvió hacia el lado del conductor, que estaba en la línea de fuego y, tras gritarle a Cariyie que lo cubriera, trató de subirse. Casi lo había conseguido cuando sintió un agudo dolor en el costado, como si alguien le hubiera metido un hierro al rojo entre las costillas. El dolor le cortó la respiración.

«No te rindas ahora. Tienes que sacarla de aquí», se dijo.

A pesar del dolor, consiguió cerrar la puerta y arrancar el coche. Metió la marcha atrás y salió hacia la carretera. Afortunadamente, Cariyie y Sampson consiguieron retener a los hombres de Keenan tras reventarles las ruedas del coche negro que había aparcado a la entrada del aparcamiento.

Cuando se hubieron alejado, él la miró. Tenía los ojos cerrados y los labios se movían en silencio, como si estuviera rezando. El gato la miraba con adoración, encantado de estar entre sus brazos.

– Lo hemos conseguido -dijo él.

– ¿Cómo nos han encontrado? -preguntó ella, incorporándose poco a poco en el asiento.

– Es alguien del departamento. Supongo que ahora estamos solos…

Conor empezó a sentir náuseas, pero luchó para guardar la consciencia. No quería sacar el coche de la carretera, por lo que se detuvo en el arcén. A la luz de una farola, vio la sangre que le cubría la mano.

– Creo que es mejor que conduzcas tú – murmuró Conor, agotado por el esfuerzo.

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Muévete -dijo él.

Salió del coche, pero necesitó toda su fuerza para poder rodear el coche sin caerse. Sentía las piernas como goma y, de repente, se puso a temblar sin razón alguna. Cuando volvió a meterse en el coche, el dolor era insoportable.

– ¿Dónde vamos?

– Tenemos que volver a Hull -replicó Conor-. Con Brendan y el barco. ¿Te acuerdas de cómo llegar allí?

– Creo que sí. ¿Te encuentras bien? Parece que vayas a vomitar.

– Estoy bien -mintió él-. Solo ve allí. Cuando ella arrancó el motor, Conor cerró los ojos, seguro de que ella podría llevarlo al barco, a la seguridad. Se sentía muy cansado. Por mucho que trataba de abrir los ojos, no podía hacerlo. La oscuridad lo envolvió completamente.

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