Capítulo 6

– ¿Qué diablos estás haciendo?

Cuando Conor salió del camarote, dos de sus hermanos le estaban bloqueando la salida.

– ¿Qué queréis decir?

– Ella está en cubierta y creo que está llorando -dijo Dylan-. ¿Qué le has hecho?

– Nada. Solo estoy haciendo mi trabajo.

Esto es todo.

– La has seducido, ¿verdad? -afirmó Dylan-, te has acostado con una testigo…

– Yo no…

– Venga ya -intervino Brendan-. Solo hay que mirar el rostro de esa mujer para saber lo que pasó en mi camarote anoche. Y en mi cama. Tenía un aspecto pleno, satisfecho.

Y sabiendo tu falta de preparación en lo que se refiere a los asuntos del corazón, estoy seguro de que lo único que tengo que hacer es contar los preservativos que tengo en la mesilla para saber lo verdaderamente especial que fue la noche.

– De acuerdo -admitió Conor-. Tuvimos… cierta intimidad. No me digáis que nunca habéis perdido el control con una mujer.

– Yo no -dijo Dylan.

– Nunca -confesó Brendan.

– Bueno, pues ya os pasará algún día y entonces sabréis lo que es. No pude evitarlo. Me parecía… no era lo que tenía que hacer. Yo… me preocupo por ella -concluyó antes de rodearlos e ir a la cocina a tomar una taza de café-. Papá siempre nos previno contra las mujeres. Anoche no me importó nada de eso. Anoche quería olvidarme de sus palabras…

– Entonces, ¿qué piensas hacer ahora? – preguntó Dylan.

Conor agradeció el cambio de tema. Dado que había admitido su debilidad, no quería hablar más del tema. No estaba seguro de lo que había significado para él lo que había ocurrido la noche anterior, pero sabía que había cambiado algo muy dentro de él, que había abierto una puerta que siempre había mantenido cerrada…

– He llamado a mi compañero.

– Me refería a qué es lo que piensas hacer con Olivia. Si yo fuera tú, me disculparía enseguida y le daría las gracias a los astros por hacer que una mujer como ella entrara en mi vida.

– Bueno, pero yo no soy tú, Dylan. Danny nos ha encontrado un lugar en donde alojarnos.

– ¿ruedes confiar en él? -preguntó Brendan.

– Solo hace tres meses que lo trasladaron.

Ni siquiera el policía más corrupto lo consigue tan rápido. Su abuela acaba de mudarse a Florida y él tiene que venderle el piso. Sigue amueblado y me ha dicho que podemos quedarnos allí todo el tiempo que queramos.

– Es decir, que vas a jugar a las parejitas con Olivia hasta el día del juicio -comentó

Dylan.

– Estoy protegiéndola.

– Es una mujer estupenda, Conor -dijo

Brendan-. No querría verla sufrir más de lo que ya lo ha hecho… Y no estoy hablando de balas.

– Yo tampoco -murmuró Conor, preguntándose que tal vez ya le había hecho daño simplemente haciéndole el amor. Sabía que él no podía ofrecerle todo lo que ella necesitaba.

Sin embargo, muy pronto se verían libres para marcharse por caminos separados. La cuestión era si podrían hacerlo…

– Ahora todo me parece algo irreal -dijo él-. Los sentimientos se magnifican por las circunstancias. Ella no sabe lo que siente realmente. Para ella, soy un héroe. Creedme, si le dais tiempo, se dará cuenta de lo que soy realmente.

– ¿Y si cuando lo haga no se da la vuelta ni sale corriendo? -preguntó Dylan.

– ¿Te has parado a pensar alguna vez que ella podría ser la mujer de tu vida? -le sugirió Brendan.

– Tal vez, pero no quiero pensarlo ahora. En lo sucesivo, tengo que concentrarme en mi trabajo y en nada más.

– Espero que sepas darle una oportunidad -murmuró Brendan mientras subía las escaleras de cubierta.

Conor y Dylan subieron también y se encontraron a Olivia sentada, con las manos en el regazo. Se había recogido el pelo en una coleta y no llevaba maquillaje. Tanto a la luz del sol como a la de una lámpara, a Conor le parecía la mujer más hermosa que había visto jamás.

– Estoy lista -murmuró, poniéndose de pie.

Si tuviera opción, a Conor le habría gustado poder tomarla de la mano y llevársela al camarote para besarla y aliviar la tensión que se había creado entre ellos. Incluso tal vez pudieran quedarse en el barco… Al darse cuenta de lo que había pensado, Conor se maldijo. Ella ya estaba haciéndole que cuestionara sus decisiones.

– Le dije a Olivia que yo cuidaría de

Tommy -explicó Brendan-. Parece gustarle el barco y a mí me podría venir bien la compañía. Cuando todo haya vuelto a su cauce, podrá venir a recogerlo.

– Gracias -dijo Olivia, dándole un beso en la mejilla.

Fue solo un beso de gratitud, pero a Conor no le gustó. Conocía a Brendan demasiado bien y sabía que podría muy bien seducir a cualquier dama con su encanto, una habilidad de la que carecía.

– Sí, gracias -dijo él, agarrándola. Olivia se despidió luego de Dylan. Conor vio cómo su hermano le rodeaba la cintura con las manos para ayudarla a saltar al muelle. Luego, bajó tras ella para ayudar a Conor. Este prefirió apretar los dientes y bajar al muelle él solo, a pesar del fuerte dolor que sintió en el costado.

Los dos hermanos los acompañaron hasta el coche. Cuando llegaron al vehículo, Dylan le dio las llaves a su hermano y luego, galantemente, abrió la puerta para Olivia. Antes de cerrarla, se inclinó sobre ella y le susurró algo al oído. La joven se echó a reír y se despidió de él. Conor arrancó el coche y se alejó rápidamente del puerto. Mientras atravesaban la ciudad, ninguno de los dos dijo ni una sola palabra. Cuando se dirigían hacia la autopista, Conor se giró un poco para mirarla. Deseaba saber lo que Dylan le había dicho, pero era demasiado orgulloso como para preguntárselo. Olivia iba mirando al frente, con las manos en el regazo, como si estar sentada a su lado la incomodara mucho.

De repente, Conor vio un cartel que indicaba que había un supermercado. Sin pensarlo, se metió en el aparcamiento.

– ¿Dónde vamos?

– Ya lo verás -respondió él, con una sonrisa.

Tras aparcar cerca de la entrada, saltó del coche para abrirle la puerta, pero ella ya se había bajado. Conor la tomó de la mano y la llevó hacia la tienda. Tras tomar un carrito, la acompañó hasta el departamento de lencería. Entonces, se sacó la cartera y, tras extraer una tarjeta de crédito, se la dio a Olivia.

– ¿Para qué es eso?

– Para que te compres ropa interior. A cuenta del departamento de policía de Boston. Compra lo que quieras.

– ¿Ropa interior?

– Sé que estás acostumbrada a marcas de diseño, pero esto es lo único que puedo ofrecerte por ahora. Y compra cualquier otra cosa que necesites.

Tras lanzar un grito de alegría, Olivia lo abrazó con fuerza. Su enfado había desaparecido. Entonces, lo miró a los ojos durante un largo momento. Conor tuvo que contenerse para no besarla. Dejó a un lado los vivos recuerdos de los besos que habían compartido, pero al final no pudo resistirse y le robó uno más.

Inclinó la cabeza y la besó dulcemente, lo suficiente para satisfacer su anhelo. Entonces, Olivia se dio la vuelta y empezó a elegir entre los diferentes modelos. Al principio, Conor se limitó a observar, pero, cuando ella se fue al probador, se acercó a una sección de prendas negras. Tomó un par de braguitas, poco más que un poco de encaje y dos tiras de raso y las estudió durante un momento.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó una vendedora.

– No… Solo estaba esperando a alguien.

– No estará pensando robar esas braguitas, ¿verdad?

– Soy policía -replicó él, sacando su placa. Justo en aquel momento, Olivia salió del probador.

– Bueno, ya está -dijo ella, echando lo que había elegido al carrito-. ¿Podemos mirar unas camisetas y unos jerseys?

– Claro -respondió Conor, echando las braguitas negras disimuladamente al carrito. Entonces, sonrió a la vendedora-. Venga, vayámonos.

Recorrieron toda la tienda. Olivia se detuvo a mirar en casi todos los departamentos. Cuando llegaron a la sección de caballeros, ella eligió un par de camisas de franela y tres camisetas. Aunque no comentó nada, a Conor le agradaba que ella le hubiera elegido su ropa. Era un gesto familiar, íntimo.

– Antes de marcharnos, necesitamos comprar algunas cosas en la farmacia, como vendas, alcohol y esparadrapo -dijo él, cuando ya llevaban una hora en la tienda.

– Oh… Lo siento. Se me había olvidado por completo tu herida. Vamos.

De camino a la farmacia, pasaron por la sección de ropa interior masculina. Entonces, él recordó que no le vendrían más unos cuantos calzoncillos más. Seguía teniendo la esperanza de que Olivia volviera a verlo en ropa interior y no estaba seguro de cómo serían los que le había llevado Dylan. Rápidamente, agarró unos cuantos y los echó en el carrito.

Cuando llegaron a la caja, Olivia sacó todo lo que habían comprado y lo puso en la cinta. Cuando encontró las braguitas negras, las tomó y miró a Conor. Él sonrió y se encogió de hombros.

– ¿Cómo han llegado esas braguitas al carro?

Durante un momento, pensó que las iba a devolver, pero luego las colocó junto a las otras con una sonrisa en los labios. Conor suspiró, imaginándosela con ellas puestas.

Mientras salían de la tienda, él consideró las posibilidades que contenían aquellas compras. Aunque sabía que debería olvidarse de aquello, Conor no pudo evitar pensar lo que les ofrecería su siguiente noche juntos.

– Es un complejo para jubilados – murmuró Olivia, a la entrada del bloque de apartamentos en el que estaba el de la abuela de Danny-. No creo que vayamos a pasar desapercibidos aquí.

– Tal vez no, pero también es el último lugar en el que nos buscaría Red Keenan. Dudo que los inquilinos de este lugar tengan muchas conexiones con el mundo de la delincuencia. Y es gratuito. Así nadie podrá encontrarnos.

Olivia había aprendido a sospechar de todos. Se suponía que iban a estar seguros en el motel y Conor había resultado herido.

– ¿Estás seguro de que puedes confiar en tu compañero? ¿Y si le dice a alguien dónde estamos?

– No lo hará. Tal vez no tenga mucha experiencia, pero es un buen tipo -comentó Conor, mientras buscaban el edificio en el que se encontraba el apartamento y aparcaban. Antes de salir del coche, se volvió a mirarla-. Necesitamos una historia.

– ¿Con hadas y gnomos?

– No, una tapadera. Algo que contar a los que nos pregunten.

– Podríamos decir que hemos alquilado el apartamento mientras Danny lo vende. Así ayudamos a que su abuela disponga de un poco más de dinero.

– Muy bien. Nos convierte en personas agradables. Y creo que deberíamos decir que estamos casados.

– ¿Cómo?

– Tiene sentido. Seguramente aquí hay muchas personas que no aprueban las relaciones prematrimoniales… bueno, ya sabes qué relaciones. Una pareja que vivan juntos sin estar casados podría levantar muchos chismes.

– De acuerdo. Les diremos que somos recién casados. Que nos fugamos la semana pasada.

– ¿Que nos fugamos?

– No tenemos anillos.

– De acuerdo. Esto se te da muy bien…

– Tengo un buen maestro -replicó ella-. Por cierto, ¿cómo vamos a explicar la falta de equipaje?

– Nos van a mandar nuestras cosas desde… Seattle. Y va a llevar tiempo. Después, podemos decir que el camión que las traía tuvo un accidente y que se destruyeron todas.

Olivia asintió. Se alegraba de que aquella noche fueran a dormir en un lugar decente. Se imaginó un baño y una cómoda cama. Había dormido tan poco durante los últimos días, que lo único que quería era meterse entre las sábanas y descansar durante un par de días. Sin embargo, se le ocurrió alguna otra fantasía que podría incluir a Conor.

Cada vez que pensaba en que iban a estar a solas, se imaginaba haciéndolo en la ducha, en la cama e incluso en la encimera de la cocina. No podía evitar preguntarse qué le depararía la noche. Solo de pensarlo tembló de placer.

Ni Conor ni ella habían vuelto a hablar de lo que había ocurrido la noche anterior. Cada vez que lo miraba, esperaba ver un rastro del Conor que le había hecho el amor, pero parecía haber desaparecido. En su lugar, estaba el Conor cuyo único propósito era salvarla para que pudiera testificar.

Aquello le hizo pensar un poco más en lo que había pasado entre ellos. ¿Le había hecho el amor porque sentía algo por ella o solo porque quería tranquilizarla? Turbada por aquellos pensamientos, saltó de nuevo del coche antes de que él pudiera abrirle la puerta.

Tras subir las escaleras, encontraron la llave donde Danny les había dicho. Olivia entró en el piso enseguida, ansiosa de ver el lugar donde iban a pasar los siguientes nueve días. Era un apartamento muy pequeño, pero estaba muy ordenado. Vio que, sobre la alfombra del salón, había un par de bolsas de basura.

– Son nuestras cosas de la casa de la playa -dijo ella, tras examinarlas.

Aparte del salón había un pequeño comedor y una cocina americana, completamente equipada. Al final del pasillo, había un dormitorio y un pequeño cuarto de baño.

– Es muy bonito -concluyó ella-, mucho mejor que el motel…

– Aquí estaremos a salvo y eso es lo que cuenta.

Cuando volvían a la cocina, alguien llamó a la puerta. Era una anciana.

– Hola -dijo con cierta cautela.

– Hola -replicó Conor.

– Siento interrumpirlos, pero solo quería echar un vistazo al apartamento de Lila. Aquí vive Lila Wright. ¿Son ustedes amigos de Lila? Nos gusta cuidarnos los unos a los otros. Lila se ha mudado a Florida para vivir con su hermana y…

– Soy amigo del nieto de Lila -explicó él-. De Danny Wright. Él nos lo alquila hasta que pueda venderlo, ya sabe. Así ayudamos un poco a Lila. Me llamo Conor, Conor Smith y esta es Olivia Ear… Olivia Smith. Mi esposa.

– Acabamos de casarnos -dijo Olivia alegremente.

– Y estamos muy felizmente casados -apostilló Conor.

– Creo que seremos muy felices aquí – añadió ella.

La mujer los miró dubitativamente.

– Supongo que ya sabéis que esto es un complejo residencial para jubilados. Por aquí no hay mucha emoción, a menos que contemos las discusiones que surgen por los juegos de cartas…

– Bueno, yo siempre he sido muy maduro para mi edad -la interrumpió Conor-. Además, hemos venido aquí buscando tranquilidad. Ni música alta, ni fiestas. Somos personas muy reservadas.

– Yo vivo al otro lado de la escalera. Me llamo Sadie Lewis. Enhorabuena, querida – añadió, extendiendo una mano en dirección a Olivia.

– ¿Por qué?

– Por tu matrimonio. Los dos parecéis muy felices.

– Lo somos. Muy felices -comentó Conor-. Después de todo, somos recién casados.

– En ese caso, os dejaré solos -dijo Sadie, como si hubiera entendido el mensaje-. Si necesitáis algo, no dudéis en pedírmelo.

– Claro que no. Adiós -dijo Conor, antes de cerrar la puerta.

Enseguida, Olivia se acercó a él y le dio un golpe en el hombro.

– ¡Vaya! ¿Por qué andarse por las ramas? ¿Por qué no le has dicho directamente que queríamos hacer el amor ahora mismo y que le agradeceríamos mucho si se marchaba?

– Pensé que era el modo más rápido de librarse de ella. Parece algo cotilla y las personas así siempre se quedan tanto tiempo como uno se lo permita. ¿Qué? ¿Estás avergonzada? Solo estamos fingiendo…

– No, pero no quería que esa mujer pensara que…

– ¿Pensara que estamos locos el uno por el otro?

¿Por qué no mencionaba lo que habían compartido? Olivia se mordió el labio para no hacerle directamente aquella pregunta. Ya sabía que Conor no era el tipo de hombre que revelaba sus sentimientos más íntimos.

– Tengo que cambiarme la venda -dijo él por fin-. ¿Por qué no preparas una lista de la compra y salimos por algo para cenar?

Con eso, tomó lo que habían comprado en el supermercado y se metió en el cuarto de baño.

Después de examinar rápidamente la cocina, Olivia redactó rápidamente una lista de alimentos que necesitaban. Cuando había escrito lo necesario para los nueve días que iban a estar allí, Conor todavía no había salido del cuarto de baño.

– ¿Conor? ¿Te encuentras bien?

– Sí -respondió él, desde el otro lado de la puerta-. Bueno, no.

Olivia abrió la puerta y lo vio, sin camisa, tratando de ponerse una venda limpia.

– Necesito ayuda. No puedo yo solo. Olivia lo contempló durante un momento. A la dura luz de la lámpara parecía aún más impresionante que en el barco. Se le notaba cada músculo, cada tendón… Olivia habría querido tocarlo, pero el sentido común le dijo que lo que debía hacer era ayudarlo.

El cuarto de baño era tan pequeño, que se vio obligada a cerrar la puerta para tener suficiente espacio para trabajar,

– Levanta el brazo.

Cuando lo hizo, Olivia contempló por primera vez la herida. Era una línea muy enrojecida, unida por una larga hilera de puntos.

– Parece muy doloroso.

– En realidad, no lo es tanto. Lo he desinfectado con el alcohol y me he puesto un poco de esa crema antibiótica que me dio el médico. Solo me duele cuando me giro.

Olivia colocó hábilmente la venda y la sujetó con esparadrapo.

– Ya está…

El cuarto era tan pequeño, que no pudieron evitar tocarse. El cuerpo de él se frotó contra el de ella, cuyos pechos se apretaron contra el torso de Conor. De repente, se encontró entre sus brazos y, rápidamente, él le capturó la boca con un frenético beso. Sin embargo, justo cuando ella se estaba permitiendo gozar con el sabor de sus labios, Conor se apartó de ella igual de súbitamente, como si quisiera hacerle parecer que el beso no había ocurrido.

– No deberíamos hacer eso.

– ¿Por qué no? -preguntó ella, sin soltarse del cuello de Conor

– Simplemente no deberíamos. Lo complica todo.

– No tiene por qué ser así. Lo que compartamos aquí queda entre nosotros. Nadie más lo sabrá.

En los ojos de Conor, vio una batalla entre el sentido común y los placeres carnales. De repente, él se apartó de ella.

– Tengo que marcharme.

– ¿Adonde? -preguntó ella, sorprendida.

– Tengo cosas que hacer.

– Iré contigo.

– Estarás más segura aquí.

– ¿Es que no tienes miedo de que pueda escaparme?

– No. Ya sabes los peligros que hay fuera, pero, si quieres marcharte, no puedo impedírtelo. Sin embargo, me enfadaré mucho si regreso y veo que me hirieron por una mujer a la que le importa menos su vida que a mí.

– Sí. Estaré aquí cuando regreses -afirmó Olivia, sintiendo que sería una traición marcharse después de lo que él había hecho por ella-. No tienes que preocuparte.

Ella se quedó en el cuarto de baño y escuchó cómo se alejaba hacia la puerta. Durante unos minutos, había creído que comprendía a Conor Quinn, pero entonces, él había vuelto a crear murallas a su alrededor, decidido a mantener las distancias entre ellos. Sin embargo, sentía que no podía culparlo. Después de lo que sabía de su niñez, no le extrañaba que fuera muy cauteloso con las mujeres.

– Debería encontrarme un tipo normal – murmuró, mientras se sentaba en la bañera.

Sin embargo, no quería un hombre normal, sino uno peligroso. Si los últimos días habían demostrado algo era que estaba empezando a gustarle el peligro.

El oficial de guardia reconoció a Conor en el momento en el que entró. Se acercó al mostrador de la cárcel del condado de Suffolk y sacó su placa. Sin embargo, no firmó, saltándose los estrictos requerimientos para cuando se visitaba a un prisionero. Conor había contado con el código de silencio entre policías.

– Quinn -dijo el oficial.

– Mullaney -replicó Conor.

– No esperaba que te presentaras aquí. He oído que están a punto de cortarte la cabeza. Has secuestrado a una testigo.

– Solo estoy haciendo mi trabajo. Se supone que tengo que mantenerla con vida hasta el día del juicio, pero parece que alguien del departamento la quiere muerta.

– Supongo que debería olvidar que te he visto esta noche.

– Y, de paso, también puedes olvidarte de que llamaste a Kevin Ford a una de las salas de interrogatorios por error y que dio la casualidad de que yo estaba en esa sala cuando entró.

– Si se enteran de esto, tu carrera en la policía habrá terminado.

– Sigo siendo policía y él es uno de los chicos malos. Hasta que llame a su abogado, solo somos un par de amigos charlando sobre una amiga mutua.

– Si alguien pregunta, yo nunca te he visto. Asegúrate de que nadie más te vea. Sala siete.

El oficial llamó al agente que estaba de guardia y luego dejó que pasara Conor. Como había estado en aquella cárcel cientos de veces para interrogar a sospechosos, sabía cómo pasar desapercibido. Entró rápidamente en la sala de interrogatorios y, unos momentos más tarde, un oficial sin uniforme llevó a Kevin Ford.

Ford iba vestido con el uniforme de la cárcel, pero, a pesar de todo, parecía estar completamente fuera de lugar. Sus gafas le daban el aspecto de un profesor de Harvard.

– No pienso hablar sin mi abogado. Y no voy a testificar contra Keenan, así que es mejor que no pierda el tiempo.

– Sí. Estoy seguro de que tu calendario social está muy lleno. Nada de lo que digas va a salir de esta sala. Oficialmente, no estoy aquí y oficialmente, no estamos hablando.

– ¿Qué es lo que quiere? ¿Lo envía Keenan?

– ¿Keenan? Supongo que ya te ha enviado a sus polis para hablar contigo. ¿Te envió policías uniformados o detectives?

Ford no contestó, pero Conor lo leyó en sus ojos. Alguien del departamento había ido a hablar con él.

– Bueno, no tienes que responder. Si te hubiera enviado a los tipos de más rango, estarías todavía más implicado en este asunto, ¿Sabes lo que no entiendo? Que un tipo como tú, elegante, sofisticado, con buenos modales pueda haber implicado en esto a Olivia Farrell. Ella no ha hecho nada más que confiar en ti. Eras su amigo. Y ahora los hombres de Keenan quieren matarla. Testificará y su testimonio os meterá a los dos en la cárcel durante mucho tiempo. Sin embargo, ella se pasará el resto de su vida mirando por encima del hombro.

– Yo no quería implicarla -susurró Ford. Con aquella confesión, Conor vio la verdad. ¡Kevin Ford estaba enamorado de Olivia!

– Entonces, ¿por qué lo hiciste?

– Yo compré la tienda de Charles Street. La hipoteca me estaba matando. Hice algunas malas amistades y, de repente, estuve a punto de perderlo todo. Yo no podía defraudarla, así que cuando Keenan apareció en escena, acepté su oferta. Al principio, se suponía que sería un acuerdo por poco tiempo, pero cuando estuve metido, no pude zafarme.

– Has dicho que un policía vino a hablar contigo, ¿no? -dijo Conor. Ford asintió-. ¿Y si yo encontrara un modo de que pudieras testificar contra Keenan y lo metiéramos en la cárcel durante los próximos veinte años?

– No voy a testificar.

– ¿Y si no tuvieras que cumplir condena? Podría conseguirte eso.

– Mi abogado dice que tal vez no tenga que cumplir condena.

– Tu abogado es muy optimista. El testimonio de Olivia te meterá en la cárcel y me atrevo a decir que no eres la clase de hombre que se desenvuelve bien en la cárcel. Aunque solo sea unos pocos años, te pasarán factura.

– ¿Por qué se preocupa usted tanto por mí?

– No me preocupo por ti, sino por Olivia. Intercambiaron una larga mirada. Conor supo que se entendían a la perfección. Los dos se habían enamorado de la misma mujer y tenían el mismo instinto de protegerla.

– Si puede garantizarme que no tendré que ir a la cárcel, testificaré contra Keenan.

– No le digas a nadie que hemos hablado de esto, ni siquiera a tu abogado. Voy a enviarte un detective para que hable contigo. Se llama Danny Wright y trabaja para los policías íntegros. Él lo preparará todo. Puedes confiar en él.

Conor se dirigió a la puerta y golpeó con fuerza la ventana. El guardia le abrió la puerta. Rápidamente, Conor se digirió a la salida, sin detenerse para hablar con nadie. Cuando salió al exterior, repasó de nuevo su plan.

Hasta aquel momento, cuando miró a los ojos de Ford, no había sido capaz de reconocer lo que sentía por Olivia ni había creído que pudieran tener un futuro juntos, pero ya lo sabía con toda seguridad. Estaba enamorado de Olivia. Solo hacía tres días que la conocía y ya quería pasarse la vida a su lado.

Sin embargo, no todo era tan fácil como parecía. Aunque quisiera que Olivia estuviera a su lado, no sabía si tenía un futuro que ofrecerle. Ni siquiera sabía cómo iba a salir todo aquello. Aun cuando Ford accediera al trato, él seguía enfrentándose a acusaciones muy graves, tanto que podrían costarle su trabajo. Sin empleo, ¿cómo podría planear un futuro para ellos?

– ¡Quinn!

Conor se dio la vuelta. Danny Wright se acercaba por la acera. Conor esperó a su compañero y señaló la calle en la que había aparcado su coche.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Danny.

– He venido a visitar a Kevin Ford.

– ¿Que has hablado con Ford? ¡Dios santo, hombre! Mira, no quiero cuestionar tus métodos, pero todo el mundo está hablando en la comisaría. Primero, desapareces con una testigo, una mujer muy hermosa, y ahora te pones a interrogar a los acusados.

– ¿Cómo sabías que yo estaba aquí?

– Me llamó Mullaney. Me dijo que viniera a recoger mis cosas. Tardé un rato en comprender lo que me decía, pero me di cuenta de que tenías que ser tú.

– Bueno, puedes decirme todo lo que quieras, pero, en estos momentos, no te voy a escuchar. Tengo otras cosas en la cabeza. Mira, Keenan tiene un infiltrado en el departamento. Es así como nos encuentran siempre. Kevin Ford sabe quién es. Le dije que tú irías a visitarlo. Quiero que averigües todo lo que puedas y que luego lo lleves a asuntos internos. Quiero que le ofrezcan a Ford un trato por su declaración. Así Olivia no tendrá que testificar.

– Pero y si…

– Hazlo. Y ten mucho cuidado. Danny asintió. Conor le dio un manotazo en el hombro y sonrió.

– Eres un buen detective, Wright -concluyó, provocando una enorme sonrisa en su compañero.

Entonces, se metió rápidamente en su coche y se marchó. Mientras se alejaba de la cárcel, respiró profundamente.

– Esto tiene que funcionar -murmuró. Era el único medio de asegurarse de que Olivia vivía a salvo el resto de su vida. En aquellos momentos, aquello era lo único que le preocupaba. En cuando a lo de su futuro juntos, tendría que pensarlo en otra ocasión.

– Un paso cada vez -añadió, suavemente.

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