Este libro ha sido un viaje personal tanto para Malone como para mí mismo: él encontró a su padre y yo me casé. No es que el matrimonio sea algo nuevo para mí, pero sin duda es una aventura. En cuanto a la geografía, la historia me llevó hasta Alemania (Aquisgrán y Baviera), los Pirineos franceses y Asheville, Carolina del Norte (la finca Biltmore Estate). Un montón de lugares fríos y nevados.
Es hora de separar la ficción de la realidad.
El submarino secreto NR-1 que aparece en el prólogo es real, como también lo son su historia y sus proezas. Tras casi cuarenta años de servicio, el NR-1 aún está en funcionamiento. El NR-1 A, por el contrario, es producto de mi fantasía. Existe muy poca información sobre el NR-1, pero yo recurrí al libro Dark waters, escrito por Lee Vyborny y Don Davis, un excepcional relato de primera mano acerca de cómo era ir a bordo de un submarino nuclear. El informe de la comisión de investigación sobre el hundimiento del NR-1 A (capítulo 5) se basa en informes reales relativos al hundimiento del Thresher yel del Scorpion.
El Zugspitze y Garmisch son descritos fielmente (capítulo 1), al igual que el Posthotel. El período vacacional en Baviera es fantástico. y los mercados navideños que se mencionan en los capítulos 13, 33 y 37 sin lugar a dudas forman parte de su atractivo. El monasterio de Ettal (capítulo 7) es así, a excepción de las habitaciones subterráneas.
Carlomagno es, naturalmente, un elemento central en la novela. El contexto histórico que aquí se narra es fidedigno (capítulo 36), como también lo es su firma (capítulo 10). Carlomagno sigue siendo una de las figuras más enigmáticas del mundo y todavía se lo conoce como el padre de Europa. La cuestión de si Otón III entró en la tumba de Carlomagno en el año 1000 de nuestra era es discutible. El relato que se incluye en el capítulo 10 se ha repetido en numerosas ocasiones, aunque es evidente que el extraño libro que encuentra Otón es cosa mía. También se dice que Carlomagno fue enterrado boca abajo en un sarcófago de mármol (capítulo 34), si bien nadie lo sabe a ciencia cierta.
La Vida de Carlomagno, de Eginardo, sigue considerándose una de las grandes obras de la época. El propio Eginardo era un erudito, y su relación con Carlomagno es exacta. No obstante su vínculo con los santos es fruto de mi imaginación. Los relatos de Eginardo de los capítulos 21 y 22 aluden vagamente a fragmentos del Libro de Enoc, un texto antiguo y enigmático.
Las operaciones «Salto de altura» y «Molino de viento» existieron realmente (capítulo 11), ambas fueron operaciones militares de envergadura. Gran parte de ellas continuó siendo material clasificado durante décadas, y a fecha de hoy las envuelve un velo de misterio.
El almirante Richard Byrd codirigió la «Salto de altura». Mis descripciones de los avances tecnológicos que Byrd llevó consigo al sur (capítulo 53) son precisas, al igual que el relato de su exhaustiva exploración del continente. Su diario secreto (capítulo 77) y sus supuestos hallazgos de piedras con inscripciones y antiguos volúmenes entran dentro del ámbito de la ficción. La expedición alemana a la Antártida de 1938 (capítulo 19) se llevó a cabo tal y como aquí se narra, incluido el lanzamiento de pequeñas esvásticas sobre la helada superficie. Tan sólo las proezas de Hermann Oberhauser son cosa mía.
Las extrañas páginas de los capítulos 12 y 81 son reproducciones pertenecientes al manuscrito Voynich, un libro que se conserva en la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale, y se considera el más misterioso del planeta. Nadie ha sido capaz de descifrar sus textos. El manuscrito Voynich. Un enigma sin resolver, de Gerry Kennedy y Rob Churchill, es un buen manual para acercarse a esta rareza. El símbolo que aparece por vez primera en el capítulo 10 -una monada- procede de dicho libro y es una representación arquetípica encontrada originalmente en un tratado del siglo XVI. El extraño blasón de la familia Oberhauser (capítulo 25) también se encuentra en el libro de Kennedy y Churchill y es el escudo de armas de la familia Voynich, que fue creado por el propio Voynich.
La verdadera explicación del término «ario» (capítulo 12) demuestra cómo algo tan inocuo puede pasar a ser tan letal. La Ahnenerbe ciertamente existió, y a lo largo de los últimos años los historiadores han empezado a poner de manifiesto tanto su caos pseudocientífico como sus atrocidades (capítulo 26). Una de las mejores fuentes a este respecto es El plan maestro, de Heathe Pringle. Las numerosas expediciones internacionales que realizó la Ahnenerbe, de las que se habla en el capítulo 31, son reales y fueron utilizadas para dar forma a su narrativa científica. La relación de Hermann Oberhauser con esta organización nace de mi pluma, pero los esfuerzos que realizó el alemán y la deshonra de que fue objeto remiten a las experiencias de personas reales.
El concepto de una primera civilización (capítulo 22) no es mío. Sobre esta idea giran numerosos libros, de los cuales La primera civilización, de Christopher Knight y Alan Butler, es excelente. Todos los argumentos aducidos por Christl Falk y Douglas Scofield a este respecto son de Knight y Butler. Su teoría no es tan descabellada, pero la reacción general a ella se parece al punto de vista que adoptó gran parte de la comunidad científica en lo tocante a la deriva continental (capítulo 84). Naturalmente la pregunta más obvia sigue sin respuesta: si dicha cultura existió, ¿por qué no hay restos de ella? Sin embargo, puede que los haya.
Las historias de Scofield en el capítulo 60 sobre un pueblo divino que se relacionó con culturas del mundo entero son verídicas, como también lo son los inexplicables artefactos que se hallaron y el relato de lo que le mostraron a Colón. Más sorprendentes incluso resultan la imagen y la inscripción del templo egipcio de Hator (capítulo 84), que claramente ofrecen algo extraordinario. No obstante, por desgracia, la observación de Scofield de que del 90 por ciento de los conocimientos del mundo nunca se sabrá nada posiblemente sea cierta, lo que significa que tal vez tan fascinante pregunta quede para siempre sin una respuesta definitiva.
Ubicar a esa primera civilización en la Antártida (capítulos 72, 85 y 86) fue idea mía, una idea a la que se suman los conocimientos y la limitada tecnología de dicho pueblo (capítulos 72 y 81). No he estado en la Antártida (un lugar que sin duda encabeza mi lista de sitios que hay que visitar), pero tanto su belleza como los peligros que entraña responden a relatos de primera mano. La base Halvorsen (capítulo 62) es inexistente, no así las ropas que visten Malone y el resto (capítulo 76). La política que rige el continente antártico (capítulo 76), con sus distintos tratados internacionales y sus excepcionales normas de cooperación, sigue siendo compleja. La zona que explora Malone (capítulo 84) se halla bajo el control de Noruega, y algunos textos indican que se prohíbe el acceso a ella por supuestos motivos de carácter medioambiental. Las experiencias submarinas de Ramsey son las de quienes se han sumergido en tan prístinas aguas. Los valles secos (capítulo 84) son reales, aunque por lo general se sitúan en la zona meridional del continente. Los efectos conservadores y destructores del frío absoluto en el cuerpo humano son verídicos (capítulos 90 y 91). Ice de Mariana Gosnell, es un relato excelente de estos fenómenos.
La catedral de Aquisgrán (capítulos 34, 36, 38 y 42) bien merece una visita. El Apocalipsis desempeñó un papel fundamental en su diseño, y el edificio es una de las escasas construcciones de la época de Carlomagno que sigue en pie. Claro está que la figura de los santos no forma parte de su historia.
La inscripción en latín que aparece en el interior de la capilla (capítulo 38) data de la época de Carlomagno, y su reproducción es exacta. Mientras contaba cada doce palabras descubrí que me salían sólo tres palabras, pues la última cuenta se detenía en la número once. Luego, por increíble que parezca, esas tres palabras formaron una locución reconocible: «Irradiación de Dios.»
El trono de Carlomagno tiene grabado en un lateral un tablero del juego del molino (capítulo 38). Cómo y por qué está allí es algo que se desconoce. El juego se jugaba ya en las épocas romana y carolingia, y se sigue jugando en la actualidad.
La búsqueda de Carlomagno, junto con las distintas pistas, incluido el testamento de Eginardo, es aportación mía. Ossau, Francia (capítulo 51), y la abadía (capítulo 54) son de mi invención, pero el personaje de Bertrand toma como modelo a un abad que vivió en la zona.
Aunque Fort Lee (capítulo 45) sí es real, no lo son el almacén y el compartimento refrigerado. Recientemente me compré un iPhone, de modo que Malone también había de tener uno. Con respecto a las singulares investigaciones realizadas por el gobierno estadounidense durante la guerra fría sobre fenómenos paranormales y extraterrestres (capítulo 26), existieron, yo sólo me limité a añadir una.
Biltmore Estate (capítulos 58, 59 y 66) es uno de mis lugares preferidos, sobre todo en Navidad. La mansión, el pueblo, el hotel y la propiedad son como aquí se describen. Claro está que la conferencia «Antiguos misterios desvelados» no se ha celebrado, pero sí se compone de distintas reuniones reales.
El mapa de Piri Reis y otros portulanos (capítulo 41) no sólo son reales, sino que suscitan infinidad de preguntas desconcertantes.
Sobre este tema cabe destacar el libro Mapas de los antiguos reyes del mar, de Charles Hapgood. El debate del meridiano cero sucedió tal y como se refiere en el capítulo 41, y la elección de Greenwich fue arbitraria. Sin embargo, si se utiliza la pirámide de Giza como longitud cero (capítulo 71) se obtienen fascinantes relaciones con lugares sagrados de todo el mundo. La yarda megalítica (capítulo 71) es otro interesante concepto que explica de manera racional unas semejanzas que los ingenieros señalaron hace tiempo en antiguas construcciones.
Sin embargo, todavía no se ha podido demostrar su existencia.
Esta historia plantea algunas posibilidades de interés, no de una Atlántida mítica de ingeniería surrealista y tecnología fantástica, sino centradas en la sencilla idea de que tal vez no fuésemos los primeros seres inteligentes. Quizá hubo otros, cuya existencia sencillamente se desconoce, cuya historia y destino se han perdido entre ese 90 por ciento de conocimientos antiguos que tal vez nunca podamos recuperar.
¿Descabellado? ¿Imposible?
¿Cuántas veces se han equivocado los supuestos expertos?
Es posible que Lao Tse, el gran filósofo chino que vivió hace dos mil setecientos años y sigue siendo uno de los pensadores más brillantes de la humanidad, estuviera en lo cierto cuando escribió:
Los antiguos maestros eran sagaces, misteriosos, profundos, receptivos. Sus conocimientos son insondables. Dado que son insondables, lo único que podemos hacer es describir su aspecto: observadores, como quienes vadean un río en invierno; vigilantes, como quienes son conscientes del peligro; corteses, como los invitados; dúctiles, como el hielo a punto de fundirse; sencillos, como la madera sin tallar.