Poul Anderson La gran cruzada

El capitán levantó los ojos y la lámpara del despacho dibujó en su rostro relieves de luz y de sombra. Se abría una ventana a. la noche de verano de un mundo extraño.

—¿Y bien? —preguntó.

—He podido traducirlo, señor —respondió el sociotécnico—. He tenido que extrapolar hacia atrás a partir de los lenguajes modernos, lo que me ha llevado mucho tiempo. Pero he podido enterarme de lo necesario para poder hablar a esas… criaturas.

—Muy bien —gruñó el capitán—. Quizá podamos descubrir de qué se trataba. ¡Infierno y condenación! Esperaba encontrarme con prácticamente cualquier cosa, ¡pero con esto…!

—Comprendo sus sentimientos, señor. Yo mismo he tenido problemas para creer el relato original, pese a, todas las pruebas materiales que tenía a la vista.

—Lo leeré inmediatamente. No hay descanso para los condenados.

El capitán le despidió con un gesto de la cabeza y el sociotécnico salió del camarote.

El capitán se quedó inmóvil durante un momento, con los ojos fijos en el manuscrito, pero sin verlo. El libro original que habían descubierto tenía una antigüedad impresionante; estaba escrito en sinuosos caracteres sobre vitela, protegida por firmes cubiertas. Aquella traducción no era más que un manuscrito prosaicamente escrito a máquina. Al capitán le daba miedo volver las páginas, por lo que pudiera encontrar. Más de mil años antes ocurrió allí mismo una formidable catástrofe, cuyos ecos aún podían escucharse. El capitán se sentía muy solo y pequeño. Qué lejos estaba la Tierra…

Y sin embargo…

Empezó a leer.

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