El río sigue su curso

Las oscuras aguas del tiempo se arremolinaron en torno a la túnica del archimago, arrastrándolo hacia el futuro junto a sus acompañantes.

En medio de una lluvia de fuego, la montaña ígnea cayó sobre Istar para zambullirla en las entrañas de la tierra. Las aguas del océano, apiadadas de tanta desolación, se apresuraron a unirse y, así, llenaron el vacío. El Templo, donde el Príncipe de los Sacerdotes aguardaba aún que los dioses le otorgaran sus demandas, desapareció de la faz de Krynn, y los elfos marinos que se aventuraron a alojarse en el recién creado Mar Sangriento contemplaron atónitos el antiguo enclave del santuario. No había allí sino un insondable pozo de negrura. Las corrientes que lo circundaban eran tan túrbidas, tan gélidas, que ni siquiera aquellas criaturas acostumbradas a vivir en las profundidades osaban acercarse.

Fueron muchos, sin embargo, quienes envidiaron a los habitantes de Istar. A ellos, al menos, la muerte les había sobrevenido de manera repentina.

En efecto, los sobrevivientes de la destrucción del continente de Ansalon sucumbieron al destino en su aspecto más aterrador: hambre, enfermedades, asesinatos… la guerra.

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