HISTORIA Y ALCANCE DE LA HORA DEL DIABLO

El cuento "La hora del diablo" corresponde a un proyecto de los primeros tiempos: en un cuaderno de entonces el joven "portugués a la inglesa" -como él mismo se designó- planeaba un cuento titulado, en inglés, "Devil's voice"1.

A la misma obsesión parece corresponder el poema "Satan's Soliloquy", proyectado por esa misma personalidad literaria inglesa de Pessoa, un tal David Merrick, que se proponía realizar el cuento2.

Es curioso también comprobar que la presencia de Satán convive de tal forma con el joven Pessoa que, bajo el nombre de Jacob Satan, lo vemos expresar con Alexander Search -la personalidad literaria inglesa que suplantó a las predecesoras y cuyos proyectos y obras heredó-, y también con el propio Pessoa, otro personaje de esa imaginada pieza titulada "Ultimus Joculatorum"3.

Tal vez convenga recordar que, por ese entonces -entre los catorce y los diecisiete años- después de una estada de un año en Portugal, en que reanudó contacto no sólo con la lengua y la cultura portuguesas sino también con la familia del abuelo judío, oriunda de Algarve, el joven cuestionó violentamente la educación católica recibida y, hasta entonces, practicada4.

Este cuento viene a rebatir, de hecho, los varios mitos tejidos en torno de la figura del Diablo, muy particularmente el católico: se diría que Pessoa quiere demostrar que el Diablo no es tan malo como lo pinta la Iglesia de Roma, así por él apostrofada desde que, muy joven, se divorció de ella. Pero este Diablo viene también a refutar la triste figura que algunos poetas, a pesar de ser sus amigos, le han hecho hacer:


Desde el principio del mundo me insultan y me calumnian. Los mismos poetas -por naturaleza mis enemigos- que me defienden, no me han defendido bien. Uno -un inglés llamado Milton-me hizo perder, con compañeros míos, una batalla indefinida que nunca se libró. Otro -un alemán llamado Goethe- me dio un papel de alcahuete en una tragedia de aldea.


Pessoa -o el Diablo por él…- refuta en este texto la habitual concepción dicotómica del universo como campo de batalla entre el Bien y el Mal, entre Dios y el Diablo. Pero, de acuerdo con las filosofías orientales, Pessoa presenta al Diablo como la Luna del Sol que se hizo ser al Dios creador (porque, como recuerda el Diablo, también el creador fue creado). Dios y el Diablo serían así complementarios, como el día y la noche, lo convexo y lo cóncavo, el ir y el venir de la misma ola. Es el propio Diablo quien, en este cuento, lo afirma:


Las Iglesias me aborrecen. Los creyentes tiemblan ante mi nombre. Pero tengo, quieran que no, un papel en el mundo. […] Dios me creó para que yo lo imitara de noche. Él es el Sol, yo soy la Luna. Mi luz se cierne sobre todo cuanto es fútil o acabado, fuego fatuo, riberas de río, pantanos y sombras. […] Tal vez, en el fondo inmenso del abismo, el propio Dios me busque, para que yo lo complete, pero la maldición del Dios Mayor -el Saturno de Jehová- planea sobre él y sobre mí, nos separa, cuando debería unirnos, para que la vida y lo que deseamos de ella fueran una sola cosa.


Este Diablo aparece, por lo tanto, no como el opositor de Dios sino como su opuesto nocturno. No tiene, como Él, la función de crear, sino tan sólo la de hacer soñar. "Soy el Dios de la Imaginación, perdido porque no creo", agrega a cierta altura del fragmento citado. Pero reivindica su papel en una Unidad cualquiera diciéndose "la encarnación de la nada".

Este Diablo es un Dios triste del que María, una mujer a la que escogió para Madre de su hijo, se compadece. Es un Dios esquivo: "Señor absoluto del intersticio y del intermedio, de lo que en la vida no es vida". A pesar de ser él mismo el Deseo, sólo por interpósito gesto acaricia: "¿Qué hombre posó sobre tus senos aquella mano que fue mía? ¿Qué beso te dieron que fuese igual al mío?".

Repetidamente declara a María su "cansancio de todos los abismos" y revela un corazón hambriento de amor que envidia la condición humana y "tiene añoranzas imaginarias de la tierra donde nunca estuve".

Este Diablo tiene, por último, una voz interior, embustera como la Luna, que es su "cara vista en las aguas del caos", como declara. Es una presencia materna y envolvente como la noche, que, como dice, "acoge y consuela a los tristes y cansados de la vida". Y afirma aun: "Como la noche es mi reino, el sueño es mi dominio". (Y no podemos dejar de pensar en esa "Noche antiquísima" que Campos invoca en un conocido poema, regazo de agua y tinieblas a la que también Bernardo Soares pide muchas veces refugio.)

Y cuando la mujer, con los ojos humedecidos de lágrimas, confesó sentir por él una enorme pena, le pasó por el rostro "una expresión de angustia como nadie imaginaria que pudiera haber". Y, dejando caer "de pronto el brazo que enlazaba el de ella", desapareció, abandonándola en el lugar en que la había raptado, en la banal calle de su realidad cotidiana. Y exiliada para siempre de ese lejano país natal, el Sueño, del que se dice representante. "Sólo los sueños son siempre lo que son -afirma-. Es el lado de nosotros en que nacemos y en que somos siempre naturales y nuestros".

Este "Señor absoluto del intersticio y del intermedio" debía de tener una gran complicidad con el Poeta que contempló reunir su obra bajo el título genérico de "Ficciones del Interludio", al que también llamó "Intermedio". Y también refleja una nostalgia siempre presente en la obra de Pessoa: la de vivir sin ambiciones ni vértigos, como ese "animal humano" que Alberto Caeiro quería enseñarle a ser. Este Diablo, desde lo alto de su condición de inmortal, envidia a los hombres:


Tenéis la ventaja de ser hombres, y creo a veces, desde el fondo de mi cansancio de todos los abismos, que más vale la calma y la paz de una noche de la familia junto al hogar que toda esta metafísica de los misterios a que nosotros, los dioses y los ángeles, estamos condenados por sustancia. Cuando, a veces, me inclino sobre el mundo, veo a lo lejos, yéndose del puerto o volviendo a él, las velas de los barcos de los pescadores, y mi corazón siente añoranzas imaginarias de la tierra donde nunca estuve. Felices los que duermen, en su vida animal: un sistema peculiar de alma, velado de poesía e ilustrado por palabras.


Álvaro de Campos, en un poema en que invoca (más que evoca) a su maestro Alberto Caeiro, ya entonces fallecido, declara: "Me despertaste, pero el sentido de ser humano es dormir". Y lamenta haber sido por él "despertado", iniciado a una nueva dimensión en que le falta el aire: "¿Por qué me llamaste a lo alto de los montes / si yo, hijo de las ciudades del valle, no sabía respirar?". Y concluye: "¿Para qué me tornaste yo? ¡Me dejaste ser humano!".

Ser humano es caliente y dulce: "Es caliente tener padre y madre, hermanos y hermanas", dice Sakyamuni (Buda) en una pieza poco conocida5. Y las Veladoras del "drama extático" O Marinheiro (El marinero) fluctúan entre la doble solicitación del Cielo y de la Tierra. Una de ellas suspira: "Ser pequeño calienta".

Es tal vez para calentarse un poco junto al hogar de ser mortal que el Diablo quiere encarnarse en esa criatura de la Tierra ya camino a la vida hace tres meses en el seno de una mujer. Por eso la rapta de su trivialidad cotidiana y durante un "viaje extraño" le administra las enseñanzas que van, al fin y al cabo, dirigidas al hijo que lleva en el vientre y al que el Diablo quiere iniciar, es decir, consagrar poeta.

Los largos monólogos del Diablo, declaradamente dirigidos al Hijo y no a la Madre (que apenas hace, en forma espaciada, breves intervenciones), tienen en última instancia el alcance de una iniciación. Este Diablo, que se declara un Iniciado, es también un Iniciador. Y este cuento podrá leerse como el relato en prosa de ese "poema escrito casi en sueños" en que el Hijo del Diablo, que se tornó un poeta de genio, da noticia del viaje que decidió su nacimiento y su destino. Pero incluso deja de ser importante saber quién es el narrador de este cuento, porque todos los poetas aparecen como hijos del Diablo…

Es, de hecho, un viaje iniciático, éste, que comienza con una especie de rapto de lo real de que es no víctima sino elegida una mujer, María, una vulgar esposa, que, en los comienzos de una gravidez, va a un baile de máscaras donde encuentra a un extraño personaje vestido de rojo que la conduce a la casa; un personaje al que ella llama una vez Mefistófeles, otra Doctor Fausto, en los dos finales diferentes que Pessoa imaginó para la historia.

Al principio el narrador-dramaturgo nos deja entrever dos escenarios. Primero, el de una calle cualquiera (frente a una cerrajería, precisamente), en que viven una mujer cualquiera y su desdibujado marido, que sellan esa unión simple con vacíos rituales, como el beso "de la costumbre que nadie al darlo sabe si es costumbre si es beso". Pero este escenario va a abrirse a otro, ilimitado y fantástico, que ya no es un lugar donde se vive sino por donde se viaja, fuera del espacio y del tiempo: "Abajo, a una distancia más que imposible, había, como astros diseminados, grandes manchas de luz: ciudades, sin duda, de la Tierra".

De ese viaje-sueño desembarcó María en un punto que era puente entre esos dos planos y que el narrador describe como "una terminal de trenes", y el Hijo, como "un subterráneo". Ambas metáforas desembocan en la realidad: "exactamente aquí, al final de la calle", dice el Hijo, al contar su sueño. Y no puedo dejar de recordar a Campos, que, de sus constantes viajes allende la "prisión de la personalidad" -expresión esta de Bernardo Soares-, regresaba siempre "a la normalidad como a una terminal de línea"6.

En apariencia nada acontece durante este "viaje sin término real ni propósito útil": sólo los monólogos, rara vez dialogados, entre el Diablo y María. Para que no quede sombra de duda, él aclara: "No hablo contigo sino con tu hijo…". Es el Diablo el que en verdad fecunda, con el Verbo, el fruto de su vientre, que lo arranca de su condición de ser cualquiera y lo consagra poeta de genio. María apenas va a actuar, a semejanza de la Virgen Madre del mito católico, como "la maleta" que lo transportará al mundo (es ésta la expresión que Caeiro usa peyorativamente en el "Oitavo Poema do Guardador de Rebahnos" (El octavo poema del cuidador de rebaños).

Como "peregrinos del misterio y del conocimiento" nos son presentados los dos viandantes; la expresión es del Diablo que se prepara para iniciar al Hijo elegido en la faz oscura de la verdad aparente. No en la verdad absoluta, pues no está al alcance de los hombres, y es, como dice, "inalcanzable".

Este Iniciador es también un propiciador de vértigos. Para él, hombres y dioses no son más que peldaños de una escalera vertiginosa cuyos principio y fin pueden entreverse. "Dios es el Hombre de otro Dios mayor", dice Pessoa y piensa Fausto, protagonista del poema dramático homónimo a que Pessoa se aplicó a lo largo de la vida.

Este Diablo hace, por su parte, afirmaciones semejantes:


Los problemas que atormentan a los hombres son los mismos problemas que atormentan a los dioses. Lo que está abajo es como lo que está arriba, dijo Hermes Tres Veces Máximo, que, como todos los fundadores de religiones, se acordó de todo, menos de existir. Cuántas veces Dios me dijo, citando a Antero de Quental: "¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¿Y quién soy yo?".

Todo es símbolo y atraso, y nosotros, los que somos dioses, no tenemos más que un grado más alto en una Orden cuyos Superiores Incógnitos no sabemos quiénes son.


En una pieza desconocida, Sessão dos Deuses7 (Sesión de los dioses), Júpiter se dirige a los hombres en estos términos:


Soy dios supremo donde soy dios supremo, ni un palmo más allá. A mí me llaman padre de los dioses porque soy padre de los que son mis hijos; yo mismo, sin embargo, soy hijo, y tuvieron padres los que lo son míos. Nadie sabe si la falta de fin de todo es por andar siempre hacia adelante, hacia donde nunca se llega, o por andar siempre en círculo, hacia donde no hay adonde llegar.


Hombres y dioses serían así, según Júpiter, apenas puntos, diferentes etapas en una espiral sin fin. También el Diablo afirma a cierta altura de este cuento:


Son eras sobre eras, y tiempos tras tiempos, y no hay más que andar por la circunferencia de un círculo que tiene la verdad en el punto que está en el centro.


Inmediatamente antes en este monólogo suyo, el Diablo había introducido otro elemento en la escala-escalera vertiginosa dios-hombre-animal.


El hombre no difiere del animal sino en saber que no lo es. Es la primera luz, que no es más que tiniebla visible. Es el comienzo, porque ver la tiniebla es tener su luz. Es el fin, porque es saber, por la vista, que se nació ciego. Así el animal se torna hombre por la ignorancia que en él nace.


Y de nuevo nos acuden ecos de Fausto: "El saber es la inconsciencia de ignorar".

Por este recorrido, el dios que antecede al hombre tiene un paisaje apenas más amplio de su ignorancia. Es más amplia la circunferencia de su horizonte más allá del cual no conoce nada; sabe apenas un poco más que nada sabe.

No presume este Diablo de enseñar a encontrar la verdad, que es inalcanzable; sólo quiere habituar la mirada a saltar los obstáculos que habitualmente le interponen, para colocarlo ante el vértigo del abismo:


Todo es mucho más misterioso de lo que se juzga, y todo esto -Dios, el universo y yo- es apenas un rincón misterioso de la verdad inalcanzable.


La verdad es un punto situado en el centro de un círculo inabarcable; tal vez ése en que piensa Bernardo Soares cuando escribe: "Y yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino por una geometría del abismo"8.

En la "Oda triunfal" Campos escribe:


En la noria del terreno de mi casa

el burro camina alrededor, camina alrededor,

y el misterio del mundo es del tamaño de esto.

Pero esa circunferencia -para que la inalcanzable verdad sea aún más vertiginosa y huidiza- es una órbita dentro de otras órbitas, ilimitadamente.


Todo este universo, y todos los otros universos, con sus diversos creadores y sus diversos Satanes, más o menos perfectos y diestros, son vacíos dentro del vacío, nadas que giran, satélites, en la órbita inútil de ninguna cosa.


Las enseñanzas para administrar las cuales fue creado Alberto Caeiro, el Maestro, van en sentido contrario a las del Diablo, Maestro también, y, como él, un subversor. Es que Caeiro enseña a no mirar más allá de la curva del horizonte para no tener vértigos, a dormir la vida como "el animal humano" que él nos quiere enseñar a ser. "Felices los que duermen, en su vida animal", no deja de comentar el Diablo, en un momento de cansancio de su divina condición.

Como la verdad es inalcanzable, el Diablo se limita a presenciar, desde lo alto, su manifestación plural:


Aquí, en estas esferas superiores, de las cuales se creó y transformó el mundo, nosotros, para decirle la verdad, no percibimos nada. Me inclino a veces sobre la tierra vasta, echado a la orilla de mi meseta por encima de todo -la meseta de la Montaña de Heredom, como la he oído llamar- y cada vez que me inclino veo religiones nuevas, nuevas grandes iniciaciones, nuevas formas, todas contradictorias, de la verdad eterna, que ni Dios conoce.


El Diablo sabe que la verdad no puede ser revelada por ninguna de esas "nuevas religiones" porque esa "verdad eterna, que ni Dios conoce" no está especialmente en ninguna pero no deja de estar en todas. Ninguna la abarca, pero todas dan señal de ella. Por eso afirma:


Todas las religiones son verdaderas, por más opuestas que parezcan entre sí. Son símbolos diferentes de la misma realidad, son como la misma frase dicha en varias lenguas.


Ésta es, además, una convicción profunda de Pessoa, expresada en otro fragmento9 en su propio nombre.

La actitud del Diablo en relación con la verdad se aproxima a la de Pessoa: siendo ella el centro inalcanzable de las tales concéntricas circunferencias, ambos se contentan con presenciar su plural manifestación en el mundo de los hombres. Pessoa afirmó que, siendo la perfección absoluta -la Unidad- es imposible de alcanzar, tenía que contentarse con la perfección relativa que se manifiesta a través de la pluralidad. Por eso fue plural su manifestación como poeta:

Y porque son astillas

del ser, las cosas dispersas

rompo el alma en pedazos

y en personas diversas.

Y así se contentaba con presenciar, desde lo alto, como el Diablo, la dinámica del diálogo de sus propias contradicciones encarnadas por cada uno de esos seres en que se multiplicó. Y podría decirse de él, Poeta, lo que el Diablo dice de las religiones: que su verdadera voz no está particularmente en ninguno de los heterónimos sino en todos ellos, juntos y separados.

Ha sido mi preocupación mostrar que este cuento no es un caso separado de la obra de Pessoa. Por diferentes razones.

Ante todo, porque a través de él se manifiesta ese espíritu religioso que Pessoa asumió ser, pero siempre incapaz de instalarse en una verdad cualquiera que sólo admitía en su forma plural. Eso no le impedía, sin embargo, buscarla incesantemente.

Pessoa es un místico que quiere creer, pero descree por tentación y por principio. "Creer es morir; pensar es dudar", afirma. El espíritu religioso que es, lo lleva a querer creer, pero el pensador pone todo en duda. Ricardo Reis afirma, en prosa: "La religión es una metafísica recreativa"10. Y porque "cada uno de nosotros debe tener una metafísica propia, pues cada uno de nosotros es cada uno de nosotros"11, también la religión que le corresponde tiene que ser individual. Es el propio Pessoa quien lo dice, mediante la voz de una de sus personalidades literarias, Antonio Mora: "Para la metafísica es fácil pasar a la actitud religiosa. Muchas metafísicas no pasan de ser religiones individuales"12.

Todo el peligro radica en institucionalizar ya sea la religión, ya sea la filosofía. En una nota autobiográfica escrita en el año de su muerte, el 30 de marzo de 1935, se declara "cristiano gnóstico, y por lo tanto enteramente opuesto a todas las Iglesias organizadas, y sobre todo a la Iglesia de Roma". Mediante la pluma de Bernardo Soares, escribe en el Livro do Desassossego (Libro del desasosiego):


Y éste, que en un breve momento ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se difunde y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como vestidura que no ven, y los que creen en la religión pasan a ponérsela como máscara de la que se olvidan13.


El uso colectivo y rutinario de una religión o de una filosofía da a cada uno la distancia que debe mantener en relación con ese traje que le viste la desnudez y con esa máscara que le cubre el rostro. Él, Pessoa, usa la vestidura, pero no se olvida de ella, como algo obvio: la contempla y la comenta. Y cuando se pone la máscara la asume, pero no deja que le quede pegada a la cara.

Lo que impedía que Pessoa, con su espíritu de misión, cayera en actitudes dogmáticas fue siempre esa manera lúdica de hacer que su metafísica se mantuviera "recreativa" y su religión no pasara de lo "individual". Pessoa jugaba a creer, a través de sus ficciones, en los dioses: por eso el neopaganismo y su Maestro Caeiro… Oigamos lo que dice, mediante la pluma de Soares, en el Livro do Desassossego:


Quien tiene dioses no tiene tedio. El tedio es la falta de una mitología. A quien no tiene creencias hasta la duda le es imposible; ni siquiera el escepticismo tiene fuerzas para desconfiar. Sí, el tedio es eso; la pérdida, por parte del alma, de su capacidad de engañarse, la falta, en el pensamiento, de la escalera inexistente por donde él sube sólido a la verdad14.


Aunque más no fuera para combatir el tedio, Pessoa quiso ser, según sus propias palabras, "un creador de mitos". Por eso sus ficciones… que no dejan, por ello, de ser su expresión más profunda.

La ironía y la paradoja no son nunca, para Pessoa, prácticas superficiales. La paradoja es, para el Diablo de este cuento, la única forma de decir la verdad, esa verdad relativa que es permitida a los hombres por la otra, "la verdad eterna", esa que "ni Dios conoce", según dice.

– Soy naturalmente poeta porque soy la verdad hablando por error -afirma el Diablo. Como Lucifer, y de acuerdo con la etimología de los nombres, es su misión iluminar: "Corrompo pero ilumino", dice. Y precisa: "No soy, como dijo Goethe, el espíritu que niega sino el espíritu que contraría".

El Diablo sería así, como Caeiro -ambos maestros-, un subversor. El propio Pessoa se atribuye el papel de "indisciplinador de almas". Por eso se dijo también "un creador de anarquías".

La ironía es una de las armas de esa subversión. En este cuento, el Diablo asume ser un ironista:


Dato del principio del mundo, y desde entonces he sido siempre un ironista. Ahora bien, como debe de saber, todos los ironistas son inofensivos, excepto si quieren utilizar la ironía para insinuar alguna verdad. Pero yo nunca pretendí decir la verdad a nadie, en parte porque de nada sirve, y en parte porque no la conozco. Creo que mi hermano mayor, Dios todopoderoso, tampoco la sabe.


La ironía es la pirueta que le impide tomar demasiado en serio, cuando las aborda, estas cuestiones que orientaron -y desorientaron- su pensamiento durante toda su vida.

Como la totalidad de la obra de Pessoa, este texto tiene que ver con todos los géneros literarios sin ser el purasangre de ninguno. Tiene, con la mayor parte de ellos, la afinidad de ser una caminata en busca de la "verdad inalcanzable" por ese "peregrino del misterio y del conocimiento" que Pessoa fue siempre.

Fausto, el poema dramático que fue escribiendo a lo largo de su vida como quien se expresa en un diario, presenta, en relación con este texto, muchos rasgos familiares. En uno de los finales escritos para este cuento, el personaje de Fausto incluso aparece en lugar del Diablo. Ambos tienen, ante la existencia y su insondable misterio, la misma actitud. Ambos textos se reducen a un monólogo, ya que los interlocutores, en sus raras apariciones, no hacen más que dar pie al protagonista. Es curioso que, en ambos casos, ese interlocutor se llame María, una mujer carente de toda presencia ni individualidad, apenas representante del género femenino.

Ambos textos corresponden a dos de los más distantes proyectos del joven Pessoa, cuando todavía vivía en Durban. De ambos fue realizando fragmentos, a su manera, cada uno de los cuales corresponde a un momento de escritura, como un poema.

Podrá decirse que éste es el cuento de un poeta-filósofo con vocación dramática.

De sí mismo dijo que quien quisiera hallar la clave de su personalidad debía recordar que él era, ante todo, un poeta dramático, aun cuando sus textos no presenten los signos exteriores del género.

Desde su pubertad literaria se manifestó la actitud especulativa del filósofo que había en él, en textos firmados con su verdadero nombre o con el de Charles Robert Anon15.

Conviene no olvidar que, a pesar de ser conocido sobre todo como poeta, su actividad como prosista fue, en términos cuantitativos, superior a la del poeta, aunque gran parte de esa obra se encuentre inédita o publicada en forma aislada. Además de apuntes dispersos, de diferente tenor, hasta hoy sólo se han reunido y publicado como un todo los fragmentos del Livro do Desassossego, firmado por Bernardo Soares16, de las Notas para a recordação do meu mestre Caeiro (Notas para la recordación de mi maestro Caeiro), atribuidas a Álvaro de Campos17, y de algunas piezas de teatro18.

Pessoa fue, sin embargo, un esmerado narrador. Primero en inglés, viviendo todavía en Durban. En un cuaderno de apuntes donde anotaba proyectos y registraba sus composiciones, dejó el título, en inglés, "Devil's Voice", de lo que parece ser un cuento. A esta altura -entre 1903 y 1905- Pessoa fue desdoblándose en sucesivas personalidades literarias inglesas que iban suplantando a sus predecesoras y heredando sus proyectos. Así, la cadena de narradores: David Merrick, Charles Robert Anon, James Faber, Alexander Search19. En un conjunto de esos cuentos, titulado "Tales of a Madman", figura precisamente el que entonces se llamaba "La voz del Diablo": "The Devil's Voice".

Ya en Portugal, la personalidad literaria portuguesa entonces creada, Vicente Guedes, que también era cuentista20, emprendió la tarea de traducir los "Cuentos de un loco", así anunciados en sus proyectos.

Quedan por conocerse o reunirse las obras de otros prosistas narradores: no se sabe que Bernardo Soares habría sido autor de una novela titulada Marcos Alves21, que fue Pero Botelho (siempre la obsesión del Diablo…) quien contó de un detective llamado Doctor Abílio Quaresma22, que, a su vez, se puso a contar innúmeras historias "policiales", creando personalidades varias, como el Tio Porco… Ricardo Reis escribió, en verso, "somos cuentos contando cuentos", y su creador Fernando Pessoa dio forma humana a esa intuición suya… a la que el Diablo se aproxima cuando se refiere a la cadena interminable de dioses creadores.

Más habría aún que decir sobre la presencia obsesiva de Satán en la obra de Pessoa. Limitémonos a reparar en tres referencias en diferentes textos. En una de sus muchas reflexiones de tenor filosófico, afirma que, "en el orden de las cosas y de las almas, somos todos súbditos de aquel a quien San Pablo, alto iniciado, llamó el Príncipe de este Mundo"23. En un texto de las Notas para a recordação do meu mestre Caeiro, Álvaro de Campos, que firma el texto, dice del "propio Satán que no es sino Dios en su sombra deforme, lanzada por la luz de lo aparente"24. Y es curioso reparar en un fragmento firmado por Bernardo Soares para el Livro do Desassossego que remite no sólo a la figura del Diablo, presente en este cuento, sino también a María, la esposa que en apariencia guarda fidelidad al marido en un matrimonio común, en que la rutina mató el amor (idea que Pessoa desarrolla en otros textos), pero que no puede evitar las descaminadoras fantasías de su imaginación:


Todos los casados del mundo están mal casados, porque cada uno guarda consigo, en los secretos donde el alma es del Diablo, la imagen sutil del hombre deseado que no es aquél, la figura voluble de la mujer sublime, que aquélla no realizó25


Esta larga nota tuvo la preocupación de entender y dar a entender que este texto no es una curiosidad separada: corresponde, de hecho, a un tema que siempre habitó a Pessoa, y da testimonio de esa manera de ser del poeta-filósofo que admitidamente jugaba a creer en los dioses y a descreer de ellos. Es que sus ficciones fueron su realidad cotidiana, y esa realidad de "hacer de cuenta" fue para él más verdadera que la de la vida "abusivamente" real… y el adverbio es de él.

En este texto, como es habitual, Pessoa se expresa a través de fragmentos que corresponden, cada uno, a un momento de escritura e inspiración -como un poema- poco ligado al hilo narrativo que los articularía entre sí. Son éstas las cartas con que tenemos que jugar, piezas móviles de la baraja que, en su conjunto, constituyen.

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