Capítulo XII. EL CONSEJO DE ASTRONÁUTICA


El Consejo de Astronáutica, al igual que el de Economía, cerebro del planeta, poseía un edificio aparte para sus sesiones científicas. Se estimaba que el acondicionamiento y el ornato especiales del local debían disponer bien a los congregados para la solución de los problemas del Cosmos, contribuyendo así al rápido tránsito de los asuntos terrestres a los siderales.

Chara Nandi, que no había estado nunca en la gran sala del Consejo, entró con emoción, acompañada de Evda Nal, en aquel extraño recinto, cuya bóveda parabólica y anfiteatro elíptico le daban una forma oval. Una clara luz rosáceo-violada, que parecía emitida por otro astro, inundada la sala. Todas las líneas de los muros, del techo y de las gradas iban a unirse al fondo de la enorme estancia, como si aquel fuese su punto de convergencia natural. Allí, sobre un estrado, había unas pantallas para las proyecciones, una tribuna y unos asientos destinados a los miembros del Consejo que presidían la sesión.

Los paneles de las paredes, de color oro mate, estaban cruzados por una fila de mapas en relieve. A la derecha, se extendían los de los planetas del sistema solar; a la izquierda, los de los planetas de las estrellas próximas, estudiados por las expediciones del Consejo. Más arriba, bajo el telón azul de la bóveda, se alineaban los esquemas, trazados con colores luminosos, de los sistemas estelares habitados, recibidos de los mundos vecinos por el Gran Circuito.

A Chara le llamó la atención un cuadro, oscurecido por el tiempo y restaurado, sin duda, más de una vez, que se encontraba sobre la tribuna, en el muro del fondo. Un cielo morado ocupaba toda la parte superior del inmenso lienzo. La pequeña hoz de una luna ajena lanzaba su luz blanquecina y muerta sobre la popa, alzada impotente hacia el cielo, de una vieja astronave que se destacaba con rudeza sobre la púrpura del crepúsculo.

Erizábanse en hileras unas azules plantas deformes, secas y duras, que parecían metálicas. Y un hombre con ligera escafandra de protección caminaba a duras penas hundiendo los pies en la profunda arena. Miraba atrás, a la nave destrozada y a los cuerpos, sacados de ella, de sus compañeros perecidos. Los cristales de su máscara tan sólo reflejaban los purpúreos resplandores del sol poniente; pero el pintor, con ignoto artificio, había sabido expresar en ellos la infinita desesperación de la soledad en un mundo extraño. A la derecha, por un montículo, reptaba algo vivo, informe y repugnante.

Al pie del cuadro, su título — «Solo» — era tan lacónico como expresivo.

Cautivada por el lienzo, Chara no advirtió al pronto el arte y el ingenio con que el arquitecto había proyectado la sala: las gradas estaban dispuestas en abanico y de manera que se podía llegar a cada asiento por galerías disimuladas bajo el anfiteatro.

Cada una de las filas estaba aislada de la vecina, superior o inferior. Apenas se hubo sentado junto a Evda, Chara reparó en el estilo antiguo de los sillones, pupitres y barreras, de madera natural, gris perla, de África. Ahora nadie habría gastado tanto trabajo en hacer todo aquello, que se podía fundir y pulir en unos minutos. Tal vez por ese respeto a la antigüedad propio de las gentes, a Chara le pareció la madera más íntima y viva que el plástico. Y con ternura, acarició el curvado brazo del sillón, en tanto examinaba la sala.

Como de ordinario, se había congregado mucha gente, aunque potentes teletransmisores habrían de difundir por todo el planeta cuanto ocurriese en la sala. Mir Om, secretario del Consejo, dio como de costumbre una breve información de las novedades acaecidas desde la última sesión. Entre los centenares de personas que se encontraban allí presentes no se veía un solo rostro distraído o desatento. La profunda atención a todo constituía el rasgo característico de las gentes de la época del Circuito.

Sin embargo, Chara, que continuaba observando la sala, no oyó el primer comunicado, pues leía en aquel momento las sentencias de célebres sabios inscritas bajo los mapas de los planetas. Le gustó en particular un llamamiento, al pie de Júpiter, en el que se exhortaba a ser sensibles a los fenómenos de la Naturaleza: «Fijaos en que, por doquier, nos rodean hechos incomprensibles; se nos meten por los ojos, gritan en nuestros oídos, pero nosotros permanecemos ciegos y sordos a los grandes descubrimientos que encierran bajo sus confusos contornos.» En otro sitio, campeaba la siguiente inscripción:

«No debemos limitarnos a alzar el velo de lo desconocido; sólo después de un trabajo tenaz, de retrocesos y desviaciones, empezamos a captar el verdadero sentido de las cosas y a percibir las nuevas e inmensas perspectivas que se abren ante nosotros. No eludáis nunca lo que a primera vista parece inútil, inexplicable.» Un movimiento en la tribuna, y en la sala se atenuó la luz. La voz serena y fuerte del secretario del Consejo tembló de emoción.

— Vais a ver ahora lo que hace poco parecía completamente imposible: una fotografía de nuestra Galaxia, tomada desde fuera de ella. Hace más de ciento cincuenta mil años, es decir, un minuto y medio de tiempo galáctico, los habitantes del sistema planetario… — siguió una serie de cifras que no decían nada a Chara —… de la constelación del Centauro se dirigieron a los moradores de la Gran Nube de Magallanes, único sistema estelar extragaláctico cercano a nosotros y en el que sabemos hay mundos pensantes, capaces de comunicar con nuestra Galaxia por el Circuito. Todavía no podemos determinar la situación exacta de ese sistema planetario de Magallanes, pero también hemos recibido su emisión: una fotografía de nuestra Galaxia. ¡Ahí la tenéis!

En la inmensa pantalla apareció la lejana claridad argentada de una ancha acumulación de estrellas que se estrechaba por sus extremos. Las profundas tinieblas del espacio llenaban los bordes de la pantalla. La misma negrura colmaba los intervalos entre las espiras, de astilladas puntas. Un pálido nimbo rodeaba el anillo de cúmulos globulares de los más antiguos sistemas astrales de nuestro Universo. Los llanos campos estelares alternaban con nubes y franjas de negra materia enfriada. La fotografía había sido tomada desde un ángulo incómodo, cuando la Galaxia se presentaba muy oblicuamente y, por añadidura, de manera que el núcleo central apenas sobresalía como una ígnea masa convexa, en medio de una estrecha lentejuela. Para tener una idea más completa de nuestro sistema estelar, haría falta sin duda pedir informes a galaxias más lejanas, situadas a mayor altura, siguiendo la latitud galáctica. Pero ninguna de ellas había dado señales de vida racional desde que existía el Gran Circuito.

Aquellos moradores de la Tierra no apartaban los ojos de la pantalla. Por primera vez, el hombre podía ver su Universo sideral desde un espacio infinitamente lejano.

A Chara le pareció que todo el planeta contemplaba anhelante su Galaxia en millones de televisores de los seis continentes y los océanos, donde sólo había esparcidos islotes de vida y trabajo humanos.

— Han terminado las novedades que ha recibido nuestro observatorio, por el Gran Circuito, y que no eran aún del dominio mundial — dijo de nuevo el secretario —. Pasemos ahora a los proyectos que deben ser sometidos a amplia discusión.

— La propuesta de Yuta Gay de crear una atmósfera artificial respirable en Marte, extrayendo gases ligeros de las profundidades de las rocas por medio de aparatos automáticos, se ha considerado merecedora de atención, por estar basada en serios cálculos. Se obtendrá aire suficiente para la respiración y el aislamiento térmico de nuestros poblados, los cuales ya no precisarán invernáculos. Hace muchos años, a raíz del descubrimiento de océanos de petróleo y de montañas de hidrocarburos sólidos en Venus, se pusieron en marcha instalaciones para la creación de una atmósfera artificial bajo enormes campanas de materias plásticas transparentes. Esas instalaciones permitieron cultivar plantas y construir fábricas que facilitaban a la humanidad toda clase de productos de la química orgánica, en cantidades colosales.

El secretario apartó sus notas, grabadas en una placa metálica, y sonrió afectuoso. Por el extremo de las gradas cercano a la tribuna, había aparecido Mven Mas, grave y severo el semblante, con traje rojo oscuro y solemne ademán. En señal de respeto a la asamblea, alzó sobre su cabeza las manos juntas y se sentó.

Acto seguido, el secretario abandonó la tribuna, cediéndosela a una mujer joven de cortos cabellos dorados, con una expresión de asombro en sus verdes ojos. El presidente del Consejo, Grom Orm, se puso a su lado.

— De ordinario, nosotros mismos solemos hacer públicas las nuevas propuestas. Pero hoy vais a oír, de labios de la propia autora, Iva Dzhan, el resultado de sus investigaciones, ya casi terminadas, que os dará materia para reflexionar.

La mujer de los ojos verdes empezó a hablar tímidamente, con apagada voz. Comenzó citando el hecho, conocido de todos, de que la flora de los continentes meridionales se distinguía por el color azulenco de las hojas, matiz característico de las antiguas variedades de plantas terrestres. Según había demostrado el estudio de la vegetación de otros planetas, el follaje azul era propio de otras atmósferas más transparentes que la nuestra o surgía bajo radiaciones astrales ultravioletas más duras que las del Sol.

— Nuestro Sol — siguió diciendo Iva —, constante en su radiación roja e inestable en la azul y la ultravioleta, experimentó hace cerca de dos millones de años un brusco cambio de esta última que se prolongó largo tiempo.

«Entonces aparecieron las plantas azulencas, los pájaros y animales que vivían en lugares no abrigados se tornaron negros e igual tinte tomaron los huevos de las aves que anidaban en sitios no protegidos por la sombra. Por aquel tiempo, la modificación del régimen electromagnético del sistema solar hizo inestable nuestro planeta respecto a su eje de rotación. Hacía ya mucho que existían proyectos de verter los mares en las depresiones continentales para alterar el equilibrio existente y cambiar la posición del globo terráqueo con relación a su eje. Esto ocurrió cuando los astrónomos se basaban exclusivamente en la mecánica elemental de la gravitación sin tener en cuenta en absoluto el equilibrio electromagnético del sistema, mucho más variable que aquélla.

Nosotros debemos iniciar la solución del problema partiendo precisamente de este aspecto, lo que resulta más fácil, más barato y rápido. Recordemos que en los comienzos de la astronáutica la creación de una gravitación artificial exigía tan gran gasto de energía, que era prácticamente irrealizable. Ahora, después del descubrimiento de la disociación de las fuerzas mesónicas, nuestras naves están dotadas de sencillos y seguros aparatos de gravitación artificial. Del mismo modo, la experiencia de Ren Boz señala un camino indirecto para un efectivo y rápido cambio del régimen de rotación de la Tierra…

Iva Dzhan calló. Un grupo de seis hombres, héroes de la expedición a Plutón, que estaban sentados juntos en el centro de la sala, pusiéronse en pie y le expresaron su aprobación tendiéndole las manos unidas. Las mejillas de la joven se encendieron un segundo antes que la pantalla, donde se perfilaron los fantasmales contornos de unas figuras estereométricas.

— Sé que la cuestión es susceptible de ampliación. Hoy podemos pensar ya en modificar hasta las órbitas de los planetas, en aproximar Plutón al Sol para resucitar a este planeta de una estrella ajena, en un tiempo habitado. Pero ahora yo me refiero solamente a un desplazamiento de la Tierra con relación a su eje, a fin de mejorar las condiciones climatológicas del hemisferio continental. La experiencia de Ren Boz ha demostrado que es posible la inversión del campo gravitatorio en su segundo aspecto: el campo electromagnético, con la subsiguiente polarización vectorial en estas direcciones…

Las figuras de la pantalla se alargaron y dieron vueltas. Iva Dzhan prosiguió:

— Entonces la rotación del planeta carecerá de estabilidad y la Tierra podrá ser vuelta, colocándola en la posición conveniente para un esclarecimiento por los rayos solares más prolongado y ventajoso.

Bajo la pantalla, por un largo cristal, iban pasando los parámetros calculados de antemano por las máquinas, y cuantos eran capaces de comprender aquellos símbolos se convencían de que el proyecto de Iva Dzhan no carecía, al menos, de fundamento.

Iva Dzhan detuvo el movimiento de las figuras y los signos y, luego de hacer una inclinación de cabeza, abandonó la tribuna. Sus oyentes cruzaron miradas y cuchichearon animadamente. Tras cambiar un gesto con Grom Orm, apenas perceptible, el joven jefe de la expedición a Plutón subió a la tribuna.

— Es indudable que la experiencia de Ren Boz dará lugar a una reacción en cadena: se sucederán descubrimientos capitales. Para mí es como un guía que nos conduce a lejanías de la ciencia inaccesibles hasta el presente. Así ocurrió con la teoría de los quantos, primer escalón del conocimiento del repagulum o transición mutua, seguido del descubrimiento de las antipartículas y de los anticampos. Después vino el cálculo repagular, que constituyó una victoria sobre el principio de la indeterminación formulado por el antiguo matemático Heisenberg. Y por último, Ren Boz ha dado el paso siguiente hacia el análisis del sistema campo-espacio, llegando a la noción de la antigravitación y el antiespacio o espacio cero, según la ley del repagulum. ¡Todas las teorías no reconocidas han acabado por ser el fundamento de la ciencia! En nombre del grupo de exploradores de Plutón, propongo que se someta la cuestión a examen de la opinión pública mundial.

El viraje del planeta con relación a su eje disminuirá el gasto de energía para el caldeamiento de las regiones de los polos, reducirá aún más los frentes polares y enriquecerá el caudal de agua de los continentes.

— ¿Está la cuestión lo suficientemente clara para someterla a votación? — preguntó Grom Orm.

En afirmativa respuesta, se encendieron multitud de luces verdes.

— Entonces, ¡empecemos! — dijo el presidente metiendo la mano bajo el pupitre de su sillón.

Allí se encontraban tres botones de señales de una máquina de calcular. El de la derecha significaba «sí»; el de en medio, «no», y el de la izquierda, «me abstengo». Cada miembro del Consejo envió también a la máquina su señal, inadvertible para los demás.

Igualmente oprimieron los botones Evda Nal y Chara. Otra máquina contaba los votos para controlar la justeza de la decisión del Consejo.

Al cabo de unos segundos, aparecieron en las pantallas de proyección unos grandes signos luminosos: se había aceptado que la cuestión fuese discutida por todo el planeta.

El propio Grom Orm subió a la tribuna.

— Por una razón que me permito guardar en secreto hasta el fin del asunto, debemos examinar ahora la conducta del exdirector de las estaciones exteriores, Mven Mas, y luego, decidir la cuestión de la 38ª expedición astral. ¿Me otorga su confianza el Consejo, presuponiendo fundados mis motivos?

Las luces verdes fueron la contestación unánime.

— ¿Conocen todos con detalle lo ocurrido?

De nuevo surgió una luminosa cascada verde.

— Esto abrevia el asunto. Ruego a Mven Mas, exdirector de las estaciones exteriores del Consejo, que exponga las razones de su acción, que ha tenido tan funestas consecuencias. El físico Ren Boz no está repuesto todavía de las lesiones recibidas, y por ello no ha sido citado como testigo. Él no está sujeto a responsabilidad.

El presidente advirtió una luz roja junto al sillón de Evda Nal.

— ¡Atención, miembros del Consejo! Evda Nal quiere añadir algo con respecto a Ren Boz.

— Quiero intervenir en nombre de él.

— ¿Por qué motivo?

— ¡Le amo!

— Hablará usted después de Mven Mas.

Evda Nal apagó la luz roja y se sentó.

En la tribuna apareció Mven Mas. Tranquilo e implacable consigo mismo, el africano habló de los resultados que se esperaban de la experiencia y de su sorprendente visión, cuya realidad no podía ser demostrada. La premura con que se realizó el experimento, debida a la clandestinidad de sus acciones, les impidió idear aparatos especiales de grabación, y confiaron en las máquinas mnemotécnicas ordinarias, cuyos receptores quedaron destruidos en el primer momento. También fue un error la realización de la experiencia en el sputnik 57. Debían haber enganchado a éste una vieja planetonave e instalar en ella los aparatos de orientación del vector. De todo aquello era culpable él mismo, Mven Mas. Ren Boz se ocupaba de la instalación, pero la realización del experimento en el Cosmos era de competencia del director do las estaciones exteriores.

Chara se retorció las manos: los argumentos acusatorios de Mven Mas le parecían de peso.

— ¿Sabían los observadores del sputnik perecido la posibilidad de la catástrofe? — preguntó Grom Orm.

— Sí, habían sido advertidos, pero accedieron gustosos.

— No me extraña — replicó sombrío Grom Orm —, pues miles de jóvenes participan en los peligrosos experimentos que todos los años tienen lugar en nuestro planeta. A veces, perecen… Y otros nuevos van, con el mismo valor, a la guerra contra lo desconocido.

Pero usted, al prevenir a los jóvenes, no ignoraba la posibilidad de tal desenlace. Y sin embargo, efectuó la arriesgada experiencia…

Mven Mas agachó en silencio la cabeza.

Chara, que no apartaba los ojos de él, ahogó un penoso suspiro al sentir en el hombro la mano de Evda Nal.

— Manifieste las causas que le impulsaron a hacerlo — dijo el presidente del Consejo, después de una pausa.

El africano volvió a hablar, esta vez con apasionada emoción. Dijo que, desde su juventud, millones de tumbas de gentes anónimas, vencidas por el tiempo inexorable, le llamaban con mudo reproche. Ardía en incontenibles deseos de dar, por vez primera en toda la historia de la humanidad y de muchos mundos vecinos, un paso hacia la victoria sobre el espacio y el tiempo, de poner el primer jalón en aquel grandioso camino al que se habrían lanzado con igual afán centenares de miles de hombres de preclaras mentes. Él no se consideraba con derecho a demorar la experiencia — tal vez por un siglo — solamente para no poner en peligro a unos cuantos hombres y eludir él mismo la responsabilidad.

Hablaba Mven Mas, y el corazón de Chara latía con más fuerza, orgulloso de su elegido. La culpa del africano no parecía ya tan grave.

Él volvió a su sitio y quedó allí, a la vista de todos, esperando la decisión.

Evda Nal entregó la cinta magnetofónica del discurso de Ren Boz. La voz débil y entrecortada del físico expandióse por toda la sala, aumentada por los amplificadores.

Disculpaba a Mven Mas. Al director de las estaciones exteriores, que no conocía toda la complejidad de la cuestión, no le quedaba otra salida que confiar en él, en Ren Boz, el cual le había convencido de la seguridad del éxito. Pero el físico tampoco se consideraba culpable. «Cada año — decía — se hacen experimentos de menor importancia, que a veces terminan de un modo trágico. La ciencia, lucha por la dicha de la humanidad, también exige víctimas, como cualquier otra lucha. Los cobardes, que se preocupan mucho de resguardar su persona, no gozan nunca la plenitud ni la alegría de la vida, y los hombres de ciencia que hacen lo propio no realizan jamás grandes progresos…» Para terminar, Ren Boz hacía un breve análisis de la experiencia y de sus propios errores y expresaba su convencimiento en el futuro éxito. Con estas palabras acababa la grabación.

— Ren Boz no ha dicho nada acerca de sus observaciones durante la experiencia — manifestó Grom Orm, alzando la cabeza y dirigiéndose a Evda Nal —. ¿No quería usted hablar en su nombre?

— Preveía la objeción, y por eso pedí la palabra — repuso Evda —. Unos segundos después de que fuesen conectadas las centrales F, Ren Boz perdió el conocimiento, y ya no vio nada más. Cuando estaba a punto de desvanecerse, advirtió solamente y retuvo en la memoria las indicaciones de los aparatos, que atestiguaban la presencia del espacio cero. Aquí está la grabación de lo retenido en su memoria.

En la pantalla aparecieron varias cifras, que se apresuraron a copiar multitud de personas.

— Permitidme agregar algo más en nombre de la Academia de las Penas y de las Alegrías — siguió diciendo —. La encuesta popular, a raíz de la catástrofe, da los siguientes resultados…

Columnas de ocho cifras se alinearon en la pantalla, clasificándose ellas solas en las respectivas casillas de «condenación», «absolución», «dudas sobre el método científico» y «acusación de precipitación». Pero, indudablemente, el balance era favorable a Mven Mas y Ren Boz. Los sombríos rostros de los congregados se iluminaron radiantes.

En el extremo opuesto de la sala encendióse una luz roja, y Grom Orm concedió la palabra a Pur Hiss, astrónomo de la 37a expedición astral. Éste empezó a hablar con fogosidad y en voz muy alta, agitando torpemente los largos brazos y sacando la abultada nuez.

— Un grupo de compañeros astrónomos y yo censuramos a Mven Mas. Su acción, el haber realizado la experiencia sin el permiso del Consejo, ¡despierta la sospecha de que no procedió con tanto desinterés como pretenden hacernos ver aquí los que han hablado!

Chara, llena de indignación, iba a levantarse del asiento, y sólo se contuvo bajo la mirada fría de Evda Nal.

Pur Hiss calló.

— Sus acusaciones son graves, pero infundadas — replicó Mven Mas, con la venia del presidente —. Puntualice qué entiende usted por interés.

— La esperanza de gloria imperecedera, si la experiencia alcanzaba pleno éxito. Ahí está el fondo egoísta de su acción. Y por cobardía, su temor a que no le permitiesen hacer la experiencia. Por eso, precisamente, actuó con premura y en secreto.

Mven Mas esbozó una ancha sonrisa, encogióse de hombros, abriendo los brazos con infantil ademán, y se sentó sin responder. Pur Hiss resplandeció triunfante.

Evda Nal volvió a pedir la palabra.

— Las manifestaciones de Pur Hiss son precipitadas y demasiado malévolas para contribuir a resolver una cuestión seria. Sus puntos de vista sobre los motivos de las acciones nos retrotraen a los tiempos de los Siglos Sombríos. Sólo gentes de un pasado lejano podían hablar así de una gloria imperecedera. Como no encontraban alegría ni plenitud en su vida presente ni se sentían parte integrante de toda la humanidad creadora, temblaban ante la inevitabilidad de la muerte y se aferraban a la menor esperanza de perpetuación.

«El sabio astrónomo Pur Hiss no comprende que únicamente perduran en la memoria de la humanidad los hombres cuyos pensamientos, anhelos y realizaciones continúan actuando, pero en cuanto su actuación cesa, se los olvida y desaparecen. Con frecuencia, resucitan del olvido, como muchos sabios o artistas de la antigüedad, cuando sus obras vuelven a hacerse imprescindibles y reanudan su acción en la sociedad… ¡Sobre todo, en una sociedad como la actual, integrada por muchos miles de millones de seres humanos!

Hace mucho tiempo que yo no había tropezado con una concepción tan primitiva de la inmortalidad y de la gloria y me asombra encontrarla en un cosmonauta.

Evda Nal, erguida en toda su talla, se volvió hacia Pur Hiss, que se encogió en su sillón, iluminado por multitud de luces rojas.

— Dejemos a un lado los absurdos — continuó Evda — y examinemos la conducta de Mven Mas y de Ren Boz tomando como criterio fundamental la dicha de la humanidad.

Antes, los hombres no sabían apreciar debidamente el verdadero valor de sus obras ni contraponerlo al lado contrario, negativo, que indefectiblemente tiene cada acción y cada empresa. Nosotros nos liberamos hace tiempo de ese defecto y podemos hablar solamente de la verdadera significación de los actos.

«Y lo mismo ahora que antes, algunas personas tantean nuevos caminos, porque sólo después de una singular disposición del cerebro adquirida tras muy larga preparación, es posible discernir la nueva dirección que se oculta en hechos contradictorios. Pero ahora, apenas se perfila un nuevo camino, decenas de miles de personas se ponen a estudiarlo, y el alud de los descubrimientos se precipita en el infinito aumentando como la bola de nieve. Mven Mas y Ren Boz han emprendido el camino más inexplorado. Aunque yo no poseo suficientes conocimientos de la materia, para mí es evidente lo prematuro de la experiencia. En esto consiste la culpa de ambos y su responsabilidad en cuanto a los enormes daños materiales y la pérdida de cuatro vidas humanas. Con arreglo a las leyes de la Tierra, estamos en presencia de un delito, pero este delito no ha sido cometido con fines personajes y, por consiguiente, no merece el más severo castigo.

Evda Nal volvió lentamente a su sitio. Grom. Orm no encontró a nadie más que quisiese hacer uso de la palabra. Los miembros del Consejo pidieron al presidente que formulara sus conclusiones. La figura nervuda y esbelta de Grom Orm se inclinó sobre la tribuna y su mirada aguda penetró hasta el fondo de la sala.

— Las circunstancias para formar un juicio definitivo no son complejas. En cuanto a Ren Boz, yo le excluyo de toda clase de responsabilidad. ¿Qué hombre de ciencia no habría aprovechado las posibilidades que se le ofrecían, especialmente estando seguro del éxito? El terrible fracaso de la experiencia servirá de lección. Sin embargo, es también indudable el beneficio que ha reportado. Éste compensa en parte los daños materiales, ya que el experimento contribuirá ahora a resolver multitud de cuestiones, acerca de las cuales sólo se empezaba a pensar en la Academia de los Límites del Saber.

«Nosotros resolvemos los problemas de la utilización de las fuerzas productivas en gran escala, dejando a un lado las tendencias acomodaticias, poco utilitarias, de la vieja economía. Sin embargo, incluso en nuestros días, hay gentes que no comprenden a menudo el momento apropiado para el éxito, y ello se debe a que olvidan la inmutabilidad de las leyes de la evolución. Se imaginan que la estructura debe elevarse indefinidamente. La sabiduría del dirigente consiste en advertir a su debido tiempo el escalón superior en el momento dado, para detenerse y esperar o cambiar de camino. Tal dirigente, para un puesto de tanta responsabilidad como el suyo, no podía ser Mven Mas.

La elección del Consejo ha resultado equivocada. El Consejo tiene en este aspecto tanta responsabilidad como el elegido. Y en primer término, yo soy culpable, ya que la iniciativa de designar a Mven Mas, perteneciente a dos miembros del Consejo, fue apoyada por mí.

«Propongo al Consejo que se absuelva a Mven Mas en cuanto a los motivos personales de su acción, pero que se le prohíba desempeñar cargos en organizaciones dirigentes de nuestro planeta. Yo también debo ser separado del cargo de presidente del Consejo y enviado a reconstruir el satélite, para reparar así las consecuencias de mi imprudente elección.

Grom Orm abarcó con la mirada a la sala, leyendo en muchos rostros una pena sincera. Pero las gentes de la época del Circuito no trataban de disuadir a nadie, respetando las decisiones de cada uno y confiando en su justeza.

Mir Om consultó a los miembros del Consejo, y la máquina de calcular anunció los resultados de la votación. Las conclusiones de Grom Orm habían sido aceptadas sin objeciones, pero a condición de que continuase presidiendo la sesión y no abandonara su puesto hasta el fin de la misma.

El acató el fallo, sin que se alterase un solo músculo de aquel rostro rebosante de tesonera voluntad.

— Debo explicar ahora mi ruego de que se demorase la discusión referente a la expedición astral — prosiguió, sereno, el presidente —. El feliz desenlace del asunto era evidente, y yo creo que el Control del Honor y del Derecho estará de acuerdo con nosotros. Pero ahora ya puedo pedirle a Mven Mas que ocupe su sitio en el Consejo. Sus conocimientos son imprescindibles para una solución acertada de la importantísima cuestión, sobre todo teniendo en cuenta que el miembro del Consejo Erg Noor no podrá asistir a la discusión de hoy.

Mven Mas se dirigió hacia los sillones del Consejo. Las luces verdes aprobatorias se encendían centelleantes a su paso, marcándole el camino.

Deslizáronse silenciosos los mapas de los planetas cediendo su sitio a unas sombrías tablas negras, en las que las multicolores lucecillas de las estrellas estaban unidas por el trazo azul de los itinerarios previstos para el siglo. El presidente del Consejo se transfiguró al instante. Desapareció su fría impasibilidad, las grisáceas mejillas se tiñeron de leve arrebol, los ojos de acero se ensombrecieron. Grom Orm apareció en la tribuna.

— Cada expedición astral es un sueño acariciado largo tiempo, una nueva esperanza alimentada muchos años, un nuevo peldaño en la escalera de la gran ascensión. Por otra parte, es también el trabajo de millones de personas, labor que ha de tener por fuerza repercusión y producir un gran efecto científico o económico; de lo contrario, se detendría nuestro avance y la conquista de la naturaleza. Por ello discutimos, reflexionamos y calculamos tan cuidadosamente, antes de lanzar una nueva astronave a los espacios intersiderales.

«Nuestro deber nos obligó a dedicar la 37a expedición al Gran Circuito. Por ello, estudiamos con mayor minuciosidad aún el proyecto de la 38a expedición. Pero en el último año han ocurrido algunos acontecimientos que han cambiado la situación y nos obligan a revisar el itinerario y loe fines de dicha expedición, aprobados por las sesiones anteriores del Consejo y ratificados por la opinión pública del planeta. La invención de métodos de tratamiento de las aleaciones, bajo una alta presión y a la temperatura de cero absoluto, ha mejorado la solidez de los cascos de las astronaves. El perfeccionamiento de los motores de anamesón, que los ha hecho más económicos, permite ahora efectuar vuelos a más larga distancia con una sola nave cósmica. Las astronaves Aella y Tintazhél, destinadas a la 38ª expedición, resultan ya anticuadas en comparación con el Cisne, ingenio esférico, de tipo vertical, dotado de cuatro quillas de estabilidad, que acaba de ser construido. Por consiguiente, somos ya capaces de emprender vuelos más lejanos.

«Erg Noor, que ha regresado en la Tantra, de la 37ª expedición, nos ha comunicado el descubrimiento de una estrella negra de la clase T, en uno de cuyos planetas fue hallada una astronave de estructura desconocida. Los intentos de penetrar en su interior estuvieron a punto de costar la vida a todos los expedicionarios; no obstante, se consiguió obtener un trozo de metal del casco. Se trata de una sustancia desconocida para nosotros, aunque semejante al decimocuarto isótopo de la plata, descubierto en los planetas de una estrella, extraordinariamente cálida, de la clase O8 y que se conoce de antiguo con el nombre de Zeta de la Carena. La forma de la astronave — un disco biconvexo de superficie espiral — ha sido estudiada por la Academia de los Límites del Saber.

«Yuni Ant ha revisado todas las grabaciones mnemotécnicas de las informaciones transmitidas por el Circuito durante los cuatrocientos años que estamos enlazados con el mismo. La construcción de este tipo de astronaves es irrealizable en la Tierra, dada la dirección actual de nuestra ciencia y el nivel de nuestros conocimientos. También es desconocida en los mundos de la Galaxia con los que intercambiamos informaciones.

«Una astronave discoidal de tan colosales dimensiones tiene que ser sin duda un huésped llegado de planetas infinitamente lejanos, tal vez de mundos ultragalácticos. Ha podido vagar millones de años antes de tomar tierra en ese planeta de la estrella de hierro, en la periferia desierta de nuestra Vía Láctea. Huelga aclarar la importancia que tendrá su estudio por una expedición especial enviada a la estrella T.

Grom Orm conectó la pantalla hemisférica, y la sala desapareció. Ante los espectadores empezaron a desfilar lentamente las grabaciones de las máquinas mnemotécnicas.

— Ésta es una información recibida recientemente del planeta ZR519, no menciono las coordenadas para no ser prolijo, sobre su expedición al sistema de la estrella Achernar.

La disposición de las estrellas parecía extraña, y el ojo más experto no habría podido reconocer en ellas astros estudiados hacía mucho tiempo. Veíanse extensiones de gas luminiscente, nubes oscuras y, por último, grandes planetas enfriados que reflejaban la luz de un astro de asombroso fulgor.

Achernar, de un diámetro sólo tres veces y media mayor que el del Sol, alumbraba como doscientos ochenta soles y era una estrella azul, de indescriptible brillo, perteneciente a la clase espectral B 5. Después de hacer la grabación, la nave cósmica se había alejado. Debieron de transcurrir decenas de años en viaje… Otro astro, un lucero verde de la clase S, surgió en la pantalla. Se agrandaba y su luz se hacía más intensa a medida que aquella astronave de un mundo ajeno se iba acercando a ella. Mven Mas pensó que su verde fulgor sería mucho más bello a través de una atmósfera. Y como en respuesta a su pensamiento, apareció en la pantalla la superficie de un nuevo planeta.

Las fotografías habían sido tomadas con intervalos, y por ellas no se advertía la aproximación al planeta. Ante los espectadores alzóse de pronto un país de altas montañas envueltas en todos los matices imaginables de luz verde: las sombras verdinegras de profundas quebradas y escarpadas vertientes, el verde azulado y el verde liláceo de las rocas y de los iluminados valles, el aguamarina de la nieve en las cumbres y en las mesetas, el amarillo verdoso de los sectores calcinados por el ardiente astro…

Riachuelos de malaquita corrían abajo hacia los invisibles lagos y mares que se ocultaban tras las cordilleras.

Más allá, cubierta de redondas colinas, extendíase una llanura hasta el mismo mar, que parecía de lejos una reluciente plancha de hierro verde. Árboles azules erguían su revuelto y espeso follaje, engalanábanse los calveros con franjas purpúreas y brillantes manchones de desconocidos arbustos y hierbas. Y de la hondura del cielo amatista brotaban, en poderoso torrente, haces de rayos de oro verdoso. Los habitantes de la Tierra permanecían inmóviles, pasmados. Mven Mas buceaba en su insondable memoria para determinar exactamente la situación del astro verde.

«Achernar, la Alfa de Erídano, a gran altura en el cielo austral, cerca del Tucán.

Distancia: 21 parsecs… El regreso de la astronave con esa misma tripulación es imposible», se sucedían rápidos los agudos pensamientos.

La pantalla se apagó, y pareció raro el aspecto de aquella sala recoleta, acondicionada para las meditaciones y asambleas de los moradores de la Tierra.

— Esa estrella verde — resonaron de nuevo las palabras del presidente —, cuyas rayas espectrales denotan abundancia de circonio, es un poco mayor que nuestro Sol — y Grom Orm enumeró las coordenadas del astro rico en circonio.

«Su sistema — continuó — comprende dos planetas gemelos que giran el uno frente al otro, a una distancia de la estrella correspondiente a la energía que recibe del Sol la Tierra.

«El espesor de la atmósfera, su composición y la cantidad de agua coinciden con las condiciones terrestres. Tales son los datos preliminares de la expedición del planeta ZR519. Estas informaciones atestiguan la ausencia de vida superior en los planetas gemelos. La vida superior, pensante, transforma la naturaleza hasta tal punto, que su existencia se advierte incluso con una observación superficial efectuada desde una astronave en vuelo a gran altura. Es de suponer que esa vida no haya podido desarrollarse allí o que todavía no haya empezado a hacerlo. Y ello es una excepcional suerte. Pues si hubiera allí vida superior, el mundo de la estrella verde estaría cerrado para nosotros. Hace más de tres siglos, el año 72 de la época del Circuito, nuestros antepasados iniciaron ya el estudio de la cuestión de poblar los planetas donde existiera vida superior pensante, aunque no hubiese alcanzado el nivel de nuestra civilización.

Entonces se decidió que toda irrupción en semejantes planetas conduciría inevitablemente a actos de violencia, a causa de la profunda incomprensión.

«Nosotros sabemos ahora cuan grande es la diversidad de los mundos de nuestra Galaxia: estrellas azules, verdes, amarillas, blancas, rojas, anaranjadas; todas ellas contienen hidrógeno y helio, mas, por la diferente composición de sus núcleos y envolturas, se denominan carbónicas, ciánicas, de titanio, de circonio; se diferencian por el carácter de sus radiaciones y por sus temperaturas, elevadas o bajas, así como por los elementos que integran su atmósfera y sus núcleos. Encontramos los planetas más diversos, que difieren unos de otros tanto por sus volúmenes, la densidad, la composición y el espesor de sus respectivas atmósferas e hidrosferas, como por su distancia al astro y condiciones de rotación. Sabemos además otra cosa: que nuestro planeta, con su superficie cubierta de agua en el 70 % y su proximidad al Sol, que vierte sobre ella un poderoso torrente de energía, constituye una base excepcional de una pujante vida, rica en biomasa y abundante en transformaciones continuas.

«Por ello la vida se ha desarrollado en nuestra Tierra más de prisa que en otros mundos donde estaba encadenada por la falta de agua y de energía solar o por una litosfera reducida. Y más rápidamente que en planetas demasiado ricos en agua. Hemos visto, en transmisiones por el Circuito, la evolución de la vida en planetas muy inundados, de una vida que trepaba desesperadamente por los tallos de las plantas que emergían de las eternas aguas.

— En nuestro planeta, rico en agua, la superficie continental es también relativamente pequeña para la acumulación de energía solar por las plantas alimenticias, por la madera o, simplemente, por instalaciones termoeléctricas.

«En períodos antiquísimos de la historia del globo terráqueo, la vida se desarrollaba con más lentitud en los pantanos de las tierras bajas del período paleozoico que en los altos continentes del neozoico, cuando se luchaba no sólo por el alimento, sino por el agua.

«Sabemos que para una vida exuberante, llena de pujanza, se requiere una correlación determinada, lo más conveniente posible, entre las aguas y las tierras y que nuestro planeta está cerca de ese coeficiente óptimo. Tales planetas no son muchos en el Cosmos, pero cada uno de ellos constituye un valiosísimo tesoro para nuestra humanidad, como nuevo terreno donde establecerse y proseguir su perfeccionamiento.

«Hace ya mucho que la humanidad dejó de temer la superpoblación, que asustara en un tiempo a nuestros antepasados. E incesantemente, tendemos afanosos hacia el Cosmos, ensanchando cada vez más la zona para la instalación de las gentes, pues ello es también avance, ley inevitable del progreso. Las dificultades para asimilar planetas muy distintos de la Tierra por sus condiciones físicas eran tan grandes, que hizo nacer en el pasado la idea de establecer a los hombres en el Cosmos mediante enormes ingenios, semejantes a sputniks, pero mucho mayores. Vosotros no ignoráis que uno de tales islotes artificiales fue construido en vísperas de la época del Circuito. Me refiero al Nadir, situado a dieciocho millones de kilómetros de la Tierra. Allí vive todavía una pequeña colonia… Pero la ineptitud de aquellos angostos receptáculos, demasiado pequeños para la vida humana, era tan evidente, que ahora sorprende la ingenuidad de nuestros antepasados, pese a la audacia de su proyecto en el aspecto técnico.

«Los planetas gemelos de la estrella verde circónica son muy semejantes al nuestro.

No son aptos o presentan grandes dificultades de adaptación para los febles habitantes del planeta ZR519 que los han descubierto. Por ello se han apresurado a transmitirnos estas informaciones, como hacemos nosotros con nuestros descubrimientos. La estrella verde se encuentra a una distancia de la Tierra que no ha salvado ninguna de nuestras astronaves. Alcanzando sus planetas, nos adentramos lejos en el Cosmos. Y nos adentraremos no encerrados en el reducido mundillo de un ingenio artificial, sino sobre la firme base de unos grandes planetas lo bastante espaciosos para organizar una vida cómoda y una potente técnica. Ésta es la causa de que me haya extendido en detalles acerca de los planetas de la estrella verde, recabando vuestra atención sobre ellos. Los considero de excepcional importancia a los efectos de las investigaciones. La distancia de setenta años-luz es accesible para una astronave del tipo del Cisne, ¡y tal vez proceda enviar la 38a expedición precisamente a Achernar!

Grorn Orm calló y, después de dar vuelta a una manija que había en el pupitre de la tribuna, volvió a su sitio.

En el lugar que ocupara hacía un momento el presidente del Consejo, alzóse ante los espectadores una pequeña pantalla, en la que apareció, de medio cuerpo, la maciza y atlética figura de Dar Veter, que muchos conocían bien. El ex director de las estaciones exteriores, acogido por las silenciosas aclamaciones de las luces verdes, sonrió al auditorio.

— Dar Veter se encuentra actualmente en el desierto radiactivo de Arizona — explicó Grom Orm —, desde donde se lanzan cohetes a una altura de cincuenta y siete kilómetros para reconstruir el sputnik. Quiere deciros su opinión como miembro del Consejo.

— Propongo la solución más sencilla — expandióse una voz alegre, a la que el aparato transmisor portátil daba sonoridad metálica —. Que no se envíe una expedición, ¡sino tres!

Los miembros del Consejo y el público quedaron pasmados de sorpresa. Dar Veter, que no era orador, no recurrió a una pausa efectista.

— El primitivo plan de envío de las dos astronaves de la 38ª expedición a la estrella triple EE7723…

Al instante, Mven Mas se imaginó aquella estrella triple, denominada de antiguo la Omicron 2 de Erídano. Situado a menos de cinco parsecs del Sol, aquel sistema — compuesto de una estrella amarilla, otra azul y otra roja — poseía dos planetas carentes de vida, pero no era tal circunstancia lo que hacía interesante la investigación. La estrella azul de aquel sistema era una enana blanca. Teniendo un volumen igual al de un gran planeta, su masa equivalía, sin embargo, a la mitad de la del Sol. El peso específico medio de la materia de aquella estrella era dos mil quinientas veces superior a la densidad del metal terrestre más pesado: el iridio. La atracción, los campos electromagnéticos, los procesos de formación de elementos químicos pesados en ella eran de enorme interés e importancia para su estudio directo desde la menor distancia posible. Máxime teniendo en cuenta que la décima expedición astral, enviada antaño a Sirio, había tenido tiempo de advertir de un peligro antes de su perecimiento. Sirio, estrella doble azul, vecina del Sol, comprendía también una enana blanca más grande y menos cálida que la Omicron 2 de Erídano B y 25.000 veces más densa que el agua. No había sido posible llegar a aquella cercana estrella, debido a los enormes torrentes de meteoritos que se entrecruzaban y la ceñían, estando demasiado dispersos para que pudiera determinarse con exactitud la extensión de los peligrosos fragmentos. Entonces, hacía trescientos quince años, se había proyectado una expedición a la Omicron 2 de Erídano.

— …tiene ahora, después de la experiencia de Mven Mas y Ren Boz — decía en aquel momento Dar Veter —, tan gran importancia, que no se debe renunciar a él.

«Sin embargo, el estudio de la lejana astronave procedente de un mundo ajeno, descubierta por la 37a expedición, puede proporcionarnos datos que superarán en mucho los resultados de las primeras indagaciones.

«Es permisible, en este caso, menospreciar las anteriores normas de seguridad, enviando las astronaves por separado: la Aella, a la Omicron de Erídano, y la Tintashel, a la estrella T. Ambas son navíos cósmicos de primera clase, como la Tantra, que ha sabido hacer frente ella sola a terribles dificultades.

— ¡Eso es romanticismo! — gritó despectivo Pur Hiss, pero al momento encogióse al notar la desaprobación de los espectadores.

— ¡Sí, romanticismo auténtico! — exclamó alegre Dar Veter —. El romanticismo es un lujo de la naturaleza, pero también ¡necesario en una sociedad bien organizada! El exceso de vigor físico y espiritual engendra más rápidamente en cada ser humano el ansia de lo nuevo, de los cambios frecuentes. Se empieza a considerar de otro modo los fenómenos, a procurar ver en la vida algo más que el monótono correr de los días y a reclamarle a ésta una mayor dosis de pruebas e impresiones.

«Veo en (la sala a Evda Nal — prosiguió Dar Veter —. Ella les confirmará que el romanticismo no es solamente psicología, ¡es también fisiología! Vuelvo a nuestro tema:

hay que enviar ahora la nueva astronave Cisne a Achernar, a la estrella verde, porque hasta dentro de ciento setenta años no conocerá nuestro planeta los resultados. Grom Orm tiene completa razón al decir que la exploración de planetas semejantes al nuestro y la creación de una base para el avance en el Cosmos es nuestro deber con respecto a las generaciones venideras.

— Pero sólo hay preparadas reservas de anamesón para dos naves — objetó el secretario, Mir Om —. Se necesitarán diez años para, sin detrimento de la economía, aprovisionar a la otra astronave que emprenda el vuelo. Y debo recordarles que la reconstrucción del sputnik ocupará muchas fuerzas productivas…

— Ya tengo previsto eso — repuso Dar Veter —, y propongo que si el Consejo de Economía lo considera posible, nos dirijamos a la población del planeta. Que cada uno demore por un año sus viajes y excursiones de recreo, que se desconecten los televisores de nuestros acuarios en el fondo del océano, que se deje de traer piedras preciosas y plantas raras de Venus y Marte, que se paren las fábricas de vestidos y adornos lujosos.

El Consejo de Economía sabrá determinar mejor que yo lo que hay que detener provisionalmente para dedicar a la producción de anamesón la energía ahorrada. ¿Quién de nosotros se negará a reducir sus necesidades, por un solo año, para ofrecer a nuestros hijos el gran presente de dos nuevos planetas caldeados por los vivificadores rayos de un Sol verde, grato a nuestros ojos terrestres?

Dar Veter tendió los brazos en un llamamiento a toda la Tierra, sabiendo que miles de millones de ojos le observaban en las pantallas de los televisores, hizo una inclinación de cabeza y desapareció dejando tras él un resplandor azulado, centelleante. Allí, en el desierto de Arizona, un fragor sordo hacía retemblar el terreno de vez en cuando, indicando que un cohete más partía con su carga para trasponer la bóveda celeste. Y en la sala del Consejo todos los congregados se pusieron en pie y alzaron la mano izquierda, lo que significaba su plena e incondicional conformidad con la intervención.

El presidente del Consejo se dirigió a Evda Nal.

— ¿Querría decirnos su opinión, en el aspecto de la felicidad humana, nuestro huésped y representante de la Academia de las Penas y de las Alegrías?

Evda Nal volvió a la tribuna.

— La psique humana, por su constitución, no se presta a las excitaciones prolongadas o muchas veces repetidas. Ello es una defensa contra el rápido desgaste del sistema nervioso. Nuestros lejanos antepasados estuvieron a punto de hacer perecer a la humanidad al no tener en cuenta que el ser humano, debido a su contextura fisiológica, exige un frecuente descanso. En cambio nosotros, asustados de ese peligro, cuidábamos antes con exceso de la psique, sin comprender que el medio fundamental de reponerse y descansar de las impresiones es el trabajo. Es necesario no sólo cambiar de género de ocupación, sino alternar regularmente el trabajo y el descanso. Cuanto más duro sea aquél, tanto más largo debe ser éste, y entonces, a mayores dificultades, mayores alegrías, que absorben al hombre plenamente, por entero.

«Se puede decir que la felicidad es la continua alternación del trabajo y del descanso, de las dificultades y de los placeres. La longevidad ha ensanchado el mundo del ser humano, y éste tiende afanoso hacia el Cosmos. ¡La verdadera felicidad está en la lucha por lo nuevo! De ello se infiere que el envío de una astronave a Achernar proporcionará a la humanidad más alegría inmediata que las otras dos expediciones, pues los planetas del sol verde donarán un mundo nuevo a nuestros sentimientos, mientras que el estudio de los fenómenos físicos del Cosmos, con toda su importancia, no es percibido de momento más que por la razón. La Academia de las Penas y de las Alegrías, con vistas a aumentar la dicha humana, optaría seguramente por la expedición Achernar, pero si las tres son factibles, ¡no se puede desear nada mejor!

El auditorio, entusiasmado, recompensó a la psicóloga con un alud de luces verdes.

Levantóse Grom Orm.

— La cuestión está clara, y la decisión del Consejo también. Por ello, mi intervención será sin duda la última. Pediremos a la humanidad que reduzca sus necesidades en el año 409 de la Era del Circuito. Dar Veter no ha hablado del hallazgo, por unos historiadores, de un gigantesco caballo de la Era del Mundo Desunido. Esos centenares de toneladas de oro puro se pueden dedicar a la producción de anamesón y acumular pronto las reservas para el tercer vuelo. ¡Por primera vez en la historia de la Tierra, enviaremos simultáneamente expediciones a tres sistemas estelares e intentaremos, también por vez primera, alcanzar mundos que se encuentran a una distancia de setenta años-luz!

El presidente levantó la sesión, después de rogar a los miembros del Consejo que se quedasen en la sala. Había que redactar con urgencia las solicitudes al Consejo de Economía y a la Academia de las Grandes Cifras y de la Predicción del Futuro a fin de conocer las posibles contingencias en el largo recorrido hasta Achernar.

Chara, cansada, arrastrando los pies, siguió a Evda y se asombró de que las pálidas mejillas de la famosa psicóloga conservasen su lozanía habitual. La muchacha ardía en deseos de quedarse sola para disfrutar en apacible calma su gozo por la rehabilitación de Mven Mas. ¡Magnífico día! Cierto que el africano no había sido coronado de laureles como ella esperaba en sus más íntimos sueños. Por mucho tiempo, tal vez para siempre, se le apartaba de una labor grande, trascendental… Pero ¿acaso no le habían dejado en el seno de la sociedad? ¿No estaba abierto ante ambos, para recorrerlo juntos, el ancho y no llano camino de las investigaciones, del trabajo y del amor?

Evda Nal obligó a la muchacha a ir con ella a la más cercana Casa de la Alimentación.

Chara estuvo tan largo rato mirando la tablilla del menú, que Evda decidió tomar la iniciativa. Comunicó por el micrófono del aparato automático las cifras de los platos elegidos y el número de la mesa. Apenas se sentaron al ovalado velador de dos plazas, abriose una escotilla en el centro del mismo por la que apareció un container con todo lo encargado. Evda Nal tendió a Chara una copa llena de una opalina bebida estimulante, denominada Lió, bebió con fruición un vaso de agua fresca y limitóse a tomar un pastel de castañas, nueces y plátanos con nata. Cuando Chara hubo comido un sabroso picadillo de rapís, aves que habían sustituido a las de corral y a la volatería, su amiga la dejó en libertad. Evda Nal siguió con la mirada a Chara, mientras la muchacha, con una gracia sorprendente incluso en la época del Circuito, bajaba presurosa por la escalinata entre estatuas de metal negro y bellos reverberos de caprichosos soportes.

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