Suavemente, Kahlan abrió la puerta. Richard estaba despierto y sentado frente al fuego. Cuando la puerta se cerró, el inquietante sonido de los tambores y las boldas que llegaba del centro de la aldea se hizo menos intenso. De pie junto a él, Kahlan inclinó la cabeza del joven contra una pierna y le pasó los dedos por el pelo.
— ¿Cómo va ese dolor de cabeza?
— Mejor. El descanso y la última bebida que me preparó Nissel me han ayudado. Tengo que salir ya, ¿verdad? —preguntó, sin alzar los ojos hacia la mujer.
Kahlan se sentó en el suelo a su lado y le frotó la espalda.
— Sí. Ya es la hora. ¿Estás seguro de que quieres comer la carne ahora que sabes de qué es?
— Tengo que hacerlo.
— Pero es carne. ¿Podrás comer carne?
— Si quiero que se celebre la reunión, tendré que hacerlo. La tradición lo exige. Comeré carne.
— Richard, esta reunión me da muy mala espina. No estoy segura de que debas seguir adelante. Quizás hay otra manera. El Hombre Pájaro también teme por ti. Tal vez no deberías hacerlo.
— Debo hacerlo.
— ¿Por qué?
— Porque todo esto es culpa mía —contestó el joven, mirando fijamente las llamas—. Soy el responsable de que el velo se haya desgarrado. Eso dijo Shota; que era culpa mía.
— No. Fue Rahl el Oscuro quien de algún modo lo provocó.
— Yo también soy un Rahl —susurró.
Kahlan le echó un vistazo, pero él le hurtó la mirada.
— ¿Así que el hijo hereda los crímenes del padre?
— No creo en ese dicho —repuso Richard, con un asomo de sonrisa—, pero hay algo de verdad en él. ¿Recuerdas lo que dijo Shota? —preguntó, mirándola a los ojos—. Que sólo yo podría reparar el velo. Tal vez es porque Rahl el Oscuro lo rasgó a través de la magia del Destino y de mi intervención.
La luz de las llamas parpadeaba en los ojos de Richard.
— ¿Y por eso crees que, puesto que un Rahl lo rasgó, otro Rahl tiene que cerrarlo?
— Es posible. Eso explicaría por qué sólo yo puedo cerrarlo. Quizá no sea ésta la razón, pero no se me ocurre ninguna otra. Me alegro de casarme con una mujer tan lista —añadió, sonriendo.
Kahlan sonrió a su vez. Se sentía feliz al verlo sonreír.
— Bueno, pues esa mujer tan lista no comprende esa razón.
— Puedo estar equivocado, pero es una posibilidad que debo tener en cuenta.
— Entonces, ¿por qué seguir adelante con la reunión?
Los ojos de Richard se iluminaron, excitados, mientras le dirigía una juvenil sonrisa.
— Porque he resuelto nuestro dilema. Ya sé qué vamos a hacer. —El joven se volvió hacia Kahlan y cruzó las piernas—. Mañana por la noche celebraremos la reunión y averiguaremos lo que podamos. Luego, a la mañana siguiente… —Richard agarró el colmillo del dragón y se lo mostró, sonriendo aún más—. A la mañana siguiente llamaré a Escarlata. Así es como viajaremos a Aydindril para reunirnos con Zedd; volando. De este modo, los dolores de cabeza no me impedirán realizar un largo viaje por tierra. Escarlata vuela con ayuda de la magia, lo que le permite cubrir enormes distancias en muy poco tiempo.
»Nos iremos antes de que las Hermanas puedan detenernos, y les costará mucho tiempo seguirnos. Así, por el momento, no tendré que rechazar ninguna oferta más. Me reuniré con Zedd, y él sabrá qué hacer para acabar con los dolores de cabeza. Después de la reunión llamaré a Escarlata. Probablemente le costará gran parte del día llegar hasta aquí. —Richard se inclinó hacia ella y le dio un rápido beso—. Mientras la esperamos, nos casaremos.
— ¿Casarnos? —El corazón le dio un brinco en el pecho.
— Sí, casarnos. Todo el mismo día: pasado mañana. Haremos todo eso y nos marcharemos antes del anochecer.
— Oh, Richard… me encantaría. Hagámoslo ahora mismo. Llama a Escarlata. Así, podríamos casarnos por la mañana, cuando llegue. Sé que la gente barro se daría prisa por nosotros. Zedd nos dirá qué hacer, y tú no tendrás que correr el riesgo de celebrar una reunión.
Pero Richard meneó la cabeza.
— Debo asistir a esa reunión. Shota dijo que sólo yo podía cerrar el velo, no Zedd. ¿Y si Zedd no tiene ni idea de cómo hacerlo? Más de una vez nos ha confesado que apenas sabe nada acerca del inframundo. En realidad, nadie sabe nada sobre el mundo de los muertos.
»Pero los espíritus de los antepasados, sí. Tengo que averiguar todo lo que pueda. No podemos perder tiempo acudiendo a Zedd para que después resulte que está tan a oscuras como nosotros. Primero, debo averiguar lo que pueda. Según Shota, sólo yo puedo reparar el velo. Tal vez sea porque soy el Buscador. Debo hacer mi trabajo y encontrar las respuestas. Aunque para mí no signifiquen nada, pueden ser importantes para Zedd y sabrá qué hacer, sabrá qué puedo hacer.
— ¿Y si llegamos a Aydindril antes que Zedd? Si Escarlata nos lleva en un día, es posible que Zedd todavía no haya llegado.
— Aunque no haya llegado, sabemos que se dirige a Aydindril y lo encontraremos. Zedd verá a Escarlata.
Kahlan lo observó un instante.
— Estás totalmente decidido, ¿verdad?
— Si hay alguien capaz de hacerme dudar, ésa eres tú. ¿Se te ocurre algo mejor?
Finalmente, la mujer negó con la cabeza.
— Ojalá, pero no. Lo único que no me gusta de tu plan es la reunión con los espíritus.
Una ligera sonrisa suavizó el rostro de Richard.
— Me muero de ganas por verte con el vestido de boda que Weselan te está haciendo. ¿Crees que lo tendrá acabado tan pronto? Podríamos pasar nuestra noche de bodas en Aydindril, en tu hogar.
— Claro que lo tendrá acabado. —Kahlan no pudo reprimir una sonrisa—. Y no tiene por qué ser un gran banquete de boda. De todos modos, con los preparativos de la reunión no queda tiempo para organizar un banquete. El Hombre Pájaro estará igualmente encantado de casarnos sin banquete. —Mirándolo con timidez, añadió—: En Aydindril tendremos una cama de verdad. Una cama muy grande y cómoda.
Richard enlazó la cintura de la mujer con un brazo, la atrajo hacia sí y posó en sus labios un suave beso. Kahlan deseó que nunca acabara. Pero Richard la apartó con delicadeza y miró hacia otro lado.
— ¿Richard… y lo que dijo Shota acerca de un hijo tuyo y mío?
— No sería la primera vez que Shota se equivoca. E, incluso, lo que predijo con certeza, no ocurrió exactamente como esperábamos. No pienso renunciar a ti sólo porque ella lo diga. ¿Recuerdas ese proverbio que me dijiste una vez?: «Nunca dejes que una mujer hermosa elija el camino por ti cuando tiene un hombre a la vista». Además, primero podremos hablar con Zedd. Si de algo sabe es de Confesoras y del don.
— Parece que tienes respuesta para todo. ¿Cómo te has vuelto tan inteligente?
Kahlan le acarició el pecho. Richard volvió a atraerla y la besó, esta vez con más pasión.
— Pienso encontrar una respuesta a todo lo que trate de alejarme de ti y de esa cama tan grande y cómoda. Iría incluso al inframundo y lucharía contra el Custodio para estar contigo.
Kahlan se acurrucó contra su hombro. Parecía una eternidad desde que la conociera en la Tierra Occidental cuando la perseguía una cuadrilla. Parecía haber transcurrido toda una vida desde entonces y no unos pocos meses. Juntos habían pasado por tantas cosas… Kahlan estaba agotada de estar asustada, de que la persiguieran y trataran de darle caza. Todo acababa de terminar y ya empezaba de nuevo; no era justo.
La mujer hizo un esfuerzo por no caer en el desánimo. No era ése el modo correcto de mirar las cosas; estaba pensando en el problema y no en la solución. Se forzó a analizar el nuevo problema por él mismo, sin pensar en todo lo ocurrido en el pasado.
— Tal vez esta vez no será tan duro. Quizá podemos hacer lo que dices, averiguar lo que debemos hacer y solucionar este lío. Será mejor que salgamos —añadió, después de darle un beso en el cuello—. Nos están esperando. Además, si me quedo aquí contigo más tiempo, no podré esperar hasta estar los dos en mi enorme y cómoda cama de Aydindril.
Abandonaron la quietud de la casa de los espíritus y recorrieron con las manos entrelazadas los oscuros callejones entre las casas. Kahlan se sentía segura dándole la mano a Richard. Desde el día que se conocieron, y Richard le había ofrecido la mano para ayudarla a ponerse de pie, le gustaba sentir su mano en la de él. Nadie antes le había cogido la mano; todo el mundo tenía miedo a las Confesoras. Kahlan deseaba que todo eso acabara para poder estar juntos y vivir en paz. Entonces podrían cogerse de las manos siempre que quisieran y ya no tendrían que huir.
El sonido de la gente, el baile, las conversaciones y el alboroto de los niños fueron creciendo en intensidad hasta que, por fin, llegaron a la zona iluminada por las hogueras. Los músicos, subidos a plataformas abiertas con los tejados de hierba, se balanceaban mientras pasaban una especie de lengüetas arriba y abajo de las ondulaciones talladas de las boldas, produciendo inquietantes y evocadores sones que se propagaban por la llana pradera que rodeaba la aldea. Los tamborileros golpeaban los parches de los tambores a una velocidad vertiginosa, creando frenéticos ritmos que resonaban en la aldea. Otros respondían a ellos o se unían. Los bailarines, disfrazados, danzaban en círculos, deteniéndose y girando todos a una, brincando y pateando el suelo con los pies, escenificando historias para deleite de niños y adultos que se agolpaban alrededor. De las hogueras emanaba un humo dulzón así como maravillosos aromas.
En el centro del campo ardían y crepitaban grandes fogatas que les calentaron un lado del rostro al pasar junto a ellas. Los hombres exhibían con orgullo sus mejores pieles, mientras que las mujeres iban ataviadas con sus vestidos más vistosos. Todos ellos se habían alisado el pelo para la ocasión con lodo húmedo. Las jóvenes llevaban bandejas de junco con pan de tava, pimientos asados, cebollas, judías, calabaza, pepino y remolacha, cuencos con carnes estofadas, pescado y pollo así como fuentes con jabalí y carne de venado desde las hogueras en las que se cocinaba hasta la gente congregada en los diversos cobertizos. Toda la aldea estaba de celebración para dar la bienvenida a los espíritus de los antepasados.
Al verlos llegar, Savidlin se levantó y les dio la bienvenida a la plataforma de los ancianos. Tenía un aspecto muy digno con la piel de coyote oficial sobre los hombros. El Hombre Pájaro y los demás ancianos los saludaron con sonrisas e inclinaciones de cabeza. Tan pronto como se hubieron sentado en el suelo con las piernas cruzadas, unas muchachas les colocaron delante bandejas de junco y fuentes llenas de comida. Ambos cogieron pedazos de pan, los enrollaron alrededor de los pimientos y recordaron llevárselos a la boca usando sólo la mano derecha. Un muchacho les llevó tazas de cerámica y una jarra de agua ligeramente sazonada con especias.
Cuando se dio por satisfecho de verlos cómodamente instalados, el Hombre Pájaro hizo una seña con la cabeza a un grupo de mujeres que esperaba en el cobertizo de al lado. Kahlan sabía qué significaba. Esas mujeres eran cocineras especiales, las únicas a las que les era permitido preparar las especialidades del banquete. Los ojos de Richard siguieron a la mujer que se acercaba a ellos con una bandeja de junco sobre la que había carne seca dispuesta de modo circular. Nada en él dejaba traslucir sus sentimientos.
Si no comía carne, no habría reunión. Y no era una carne cualquiera. Sin embargo, Kahlan sabía que Richard estaba decidido, y que comería.
La mujer ofreció la bandeja al Hombre Pájaro y, después, a los demás ancianos manteniendo la cabeza gacha. Después de que todos cogieron un pedazo, ofreció a las esposas de los ancianos. Unas pocas aceptaron. A continuación, le tocó el turno a Richard. El joven miró fijamente la carne un momento, tras lo cual alargó un brazo y cogió uno de los pedazos más grandes. Lo sostuvo entre los dedos, mirándolo, mientras Kahlan declinaba y la mujer se alejaba.
— Sabemos que te resulta difícil, pero es necesario que adquieras la sabiduría de nuestros enemigos —dijo el Hombre Pájaro a Richard.
El joven tomó un trozo grande entre los dientes.
— La tradición lo exige —dijo. Masticó y tragó la carne sin mostrar emoción alguna, con la mirada perdida—. ¿Quién era?
El Hombre Pájaro se quedó mirándolo un momento antes de responder:
— El hombre que tú mataste.
— Comprendo.
El joven dio otro mordisco a la carne. Había elegido un trozo grande y se lo estaba comiendo todo para demostrarles que estaba decidido a que se celebrara la reunión, que, pese a la advertencia de los espíritus, nada le impediría seguir adelante. Mientras masticaba y tragaba cada bocado con un sorbo de agua, contemplaba a los bailarines. La plataforma de los ancianos era como un remanso de paz entre el bullicio y la actividad.
De pronto, dejó de masticar, abrió mucho los ojos y se sentó muy erguido. Volvió con brusquedad la cabeza hacia los ancianos y les preguntó:
— ¿Dónde está Chandalen?
Los ancianos, después de estudiar su rostro un momento, se miraron entre sí.
— ¿Dónde está Chandalen? —repitió Richard, poniéndose en pie de un salto.
— Por ahí, en alguna parte —contestó el Hombre Pájaro.
— ¡Buscadlo! ¡Ahora! ¡Traedlo aquí!
El Hombre Pájaro envió a uno de los cazadores a buscar a Chandalen. Sin decir palabra, bajó de un salto la plataforma y se encaminó al cobertizo donde se cocinaba. Localizó a la mujer con la fuente de carne y cogió un trozo.
— ¿Tienes alguna idea de qué está pasando? —preguntó Kahlan al Hombre Pájaro.
Éste asintió con solemnidad.
— La carne de nuestro enemigo le ha dado una visión. A veces ocurre. Ésta es la razón de esta tradición: para conocer qué alberga el corazón de nuestros enemigos.
Richard regresó y esperó paseando de un lado a otro frente a la plataforma de los ancianos.
— ¿Richard, qué ocurre? ¿Qué ves?
El joven se detuvo. Mostraba una expresión agitada.
— Problemas —se limitó a decir, y siguió andando. Kahlan le preguntó qué tipo de problemas, pero él ni siquiera pareció oír la pregunta.
Al fin, el cazador volvió con Chandalen y sus hombres.
— ¿Qué puede querer de mí Richard el del genio pronto?
— Come esto y dime qué ves —repuso Richard, tendiéndole la tira de carne.
Chandalen clavó la mirada en los ojos de Richard mientras comía la tira de carne seca. El joven volvió a caminar impaciente de arriba abajo, mientras cortaba otro pedazo con los dientes y lo masticaba.
Por fin no pudo esperar más.
— ¿Y bien? ¿Qué ves?
— Un enemigo —contestó Chandalen, receloso.
Richard suspiró, exasperado.
— ¿Quién era ese hombre? ¿Cuál era su pueblo?
— Era un bantak, del este.
— ¡Bantak! —Kahlan se puso en pie de un brinco y bajó la plataforma para colocarse junto a Richard—. Los bantak son un pueblo pacífico. Nunca atacarían a nadie. No es su costumbre.
— Era un bantak —repitió Chandalen—. Llevaba pintura negra en los ojos y nos atacó. Al menos, eso es lo que sostiene Richard el del genio pronto —agregó el cazador, mirando a Richard.
— Se acercan —masculló Richard, caminando de nuevo arriba y abajo. Entonces se detuvo y agarró a Chandalen por los hombros—. ¡Se acercan! ¡Piensan atacar a la gente barro!
— Los bantak no son luchadores. Como la Madre Confesora dice, es un pueblo pacífico que cultiva la tierra y cría cabras y ovejas —replicó Chandalen—. El que nos atacó debía de estar mal de la cabeza. Los bantak saben que la gente barro son más fuertes, y nunca osarían atacarnos.
Richard apenas escuchó la traducción.
— Reúne a tus hombres y busca más. Tenemos que detenerlos.
— Te repito que no tenemos nada que temer de los bantak. No nos atacarán.
Richard estaba a punto de explotar.
— ¡Chandalen, eres el encargado de proteger a nuestra gente! ¡Te estoy diciendo que hay una amenaza! ¡Debes hacerme caso! Escúchame, ¿no te parece un poco raro que un solo hombre atacara a todo un grupo? —Richard se pasó las manos por el pelo, tratando de calmarse—. ¿Tú, que eres tan valiente, atacarías solo a tantos hombres a campo abierto? ¿Tú sólo con una lanza y ellos con arcos?
Chandalen se limitó a mirarlo fijamente. El Hombre Pájaro y los demás ancianos bajaron de la plataforma y fueron a colocarse junto a Chandalen, frente a Richard.
— Dinos lo que nuestro enemigo te ha revelado. Dinos qué has visto.
— Este hombre… —Richard sostuvo ante el rostro del Hombre Pájaro el trozo de carne—. Este hombre era el hijo de su chamán.
Los ancianos cuchichearon entre sí, inquietos. El Hombre Pájaro no apartó los ojos de Richard.
— ¿Estás seguro de lo que dices? Matar al hijo de un chamán, incluso en defensa propia, es una grave ofensa. Sería como si alguien matara a mi vástago, caso de tenerlo. Podría desencadenar una guerra —afirmó, enarcando una ceja.
Richard asintió precipitadamente.
— Lo sé. Y ésta era su intención. Por alguna razón, creyeron que la gente barro se había convertido en una amenaza para ellos y, para asegurarse, enviaron al hijo de su chamán. Si lo matábamos, sería la prueba de nuestras intenciones hostiles. Esperaban ver clavada su cabeza en una pica para comprobar si estaban en lo cierto. Si no regresaba, y ellos encontraban la cabeza, nos atacarían.
»Por alguna razón, este hombre albergaba mucha amargura —prosiguió Richard, agitando la tira de carne frente a los rostros de los ancianos—. Quería que empezara una guerra. Nos atacó sabiendo que lo mataríamos, lo cual desencadenaría una guerra y su pueblo podría exterminar a la gente barro. ¿Es que no lo veis? Los sonidos del banquete se propagan por la pradera, y ellos los oirán. Sabrán que no estamos preparados para defendernos, que estamos distraídos. ¡Se están acercando!
Todos los ancianos recularon ligeramente.
— Richard el del genio pronto ha tenido una visión de nuestro enemigo —dijo el Hombre Pájaro a Chandalen—. Que cada uno de tus hombres reúna a diez más. No podemos permitir que los bantak hagan daño a nuestra gente. Debes detenerlos antes de que lleguen a la aldea.
Chandalen lanzó un rápido vistazo a Richard, tras lo cual su mirada se posó de nuevo en el Hombre Pájaro.
— Ya veremos si esa visión es cierta. Conduciré a mis hombres al este. Si realmente se acercan, los detendremos.
— ¡No! —gritó Richard—. ¡Vendrán del norte!
— ¿Del norte? Los bantak viven en el este, no en el norte. Vendrán del este —afirmó muy convencido Chandalen.
— Ellos esperan que defendáis el este. Creen que la gente barro quiere matarlos; lo esperan. Os rodearán y atacarán desde el norte.
Chandalen se cruzó de brazos.
— Los bantak no son guerreros y no conocen tales tácticas. Si piensan atacarnos, como tú dices, vendrán derechos hacia nosotros. Tú mismo has dicho que oirán el banquete y sabrán que no estamos en guardia. No tienen motivo alguno para dar un gran rodeo y lanzar el asalto desde el norte. Con ello sólo conseguirían demorar el ataque sin razón.
— Te repito que se acercan por el norte —afirmó Richard.
— ¿Es parte de la visión? ¿Lo viste al comer la carne? —quiso saber el Hombre Pájaro.
Richard lanzó un suspiro y bajó la mirada.
— No. No lo vi en la visión, pero sé que es cierto. No sé cómo, pero lo sé. Se acercan por el norte.
— Tal vez deberías dividir las fuerzas. Que algunos hombres vayan hacia el este y otros hacia el norte —sugirió el Hombre Pájaro a Chandalen.
— No. Si la visión es cierta, necesitaremos a todos nuestros hombres. Un solo ataque por sorpresa con todos nuestros hombres y, con suerte, pondremos fin a la amenaza. Si son bastantes, como Richard cree, podrían vencer a una fuerza reducida de gente barro y atacar la aldea antes de que logremos expulsarlos de nuestra tierra. Matarían a muchas mujeres y niños. Podrían destruir la aldea. Es demasiado arriesgado.
— Chandalen, uno de los nuestros ha tenido una visión —repuso el Hombre Pájaro—. Tu misión es proteger a nuestra gente. Puesto que la visión no mostraba por dónde atacará el enemigo, dejo en tus manos la decisión de cuál es el mejor modo de protegernos. Tú eres el guerrero más inteligente entre nosotros. Confío en tu buen juicio de guerrero. Pero más te vale que te bases en tu experiencia en la lucha y no en tus sentimientos personales.
— Mi opinión es que los bantak atacarán desde el este —repuso Chandalen sin inmutarse—. Si es que realmente vienen —añadió, mirando a Richard.
El joven posó una mano sobre el brazo de Chandalen.
— Chandalen, por favor, escúchame —le dijo, con voz baja e inquieta—. Sé que no te gusto, y tal vez con razón. Es posible que tengas razón al pensar que no he traído más que problemas a nuestra gente. Pero te aseguro que ahora se acerca uno y viene del norte. Por favor, te lo suplico, créeme. La vida de nuestra gente depende de ello. Ódiame si quieres, pero no permitas que nadie muera debido a tu odio.
»Toma, te doy mi espada —agregó, desenvainando la Espada de la Verdad y ofreciéndosela por la empuñadura—. Ve al norte. Si me equivoco y vienen del este, te doy permiso para que me mates con ella.
Chandalen contempló la espada y, luego, la faz de Richard. Sus labios esbozaron una leve sonrisa.
— No caeré en tu engaño. No permitiré que destruyan a nuestra gente sólo por la oportunidad de matarte. Prefiero que vivas entre nosotros antes que correr el riesgo de que mi gente muera. Iré al este. —Dicho esto, dio media vuelta y empezó a gritar órdenes a sus hombres.
Mientras miraba cómo se alejaba, Richard volvió a guardar la Espada de la Verdad en su vaina.
— Es un idiota —sentenció Kahlan.
— No. Sólo hace lo que cree que es mejor. Desea más proteger a su gente que matarme a mí. Si tuviera que elegir a alguien para que luchara a mi lado, lo elegiría a él por mucho que me odie. Soy yo el estúpido por no conseguir que vea la verdad. Tendré que ir yo al norte y detenerlos.
— Todavía quedan hombres aquí —dijo Kahlan, mirando alrededor—. Reuniremos a todos los que podamos y…
Pero Richard la interrumpió, negando con la cabeza.
— No. No hay suficientes. Además, necesitamos a cualquier hombre capaz de sostener un arco o una lanza para que defienda la aldea, por si fracaso. Los ancianos deben seguir con el banquete; es preciso que se celebre la reunión. Eso es lo más importante. Iré solo. Soy el Buscador. Quizá pueda detenerlos. Quizás escuchen a un hombre solo, si ven que no soy amenaza para ellos.
— Como quieras. Espérame aquí. Enseguida vuelvo.
— ¿Qué vas a hacer?
— Voy a ponerme el vestido de Confesora.
— ¡Tú te quedas!
— Debo ir. Tú no hablas su idioma.
— Kahlan, no quiero que…
— ¡Richard! —La mujer lo agarró por la camisa—. ¡Soy la Madre Confesora! ¡No permitiré que empiece una guerra delante de mis narices sin hacer nada! ¡Espérame aquí!
Le soltó la camisa y se marchó hecha una furia. La Madre Confesora no aguardaba respuesta a sus órdenes, sino que esperaba que fuesen obedecidas. De repente lamentó haberle gritado a Richard, pero estaba furiosa con Chandalen por no hacerles caso.
Su furia incluía también a los bantak. Las veces que había estado en su aldea le habían parecido gente pacífica. Fuesen cuales fuesen sus razones, mientras ella estuviera allí no habría guerra alguna. La labor de la Madre Confesora era detener guerras, no quedarse de brazos cruzados viendo cómo éstas se desencadenaban. Ésa era su responsabilidad, su trabajo, no el de Richard.
En la oscuridad de la casa de Savidlin y Weselan, mientras fuera el ruido no cesaba, se puso su vestido de Confesora. Todas las Confesoras llevaban vestidos del mismo corte; largo, sencillo, con escote cuadrado, suave como el satén y sin ningún tipo de adornos. Todos eran negros menos el de la Madre Confesora, que era blanco. Era como un manto de poder. Cuando se lo ponía, ya no era Kahlan Amnell, sino la Madre Confesora, un símbolo del poder de la verdad. Ahora que todas las demás Confesoras habían muerto, la carga de defender la Tierra Central y de proteger a los más débiles recaía enteramente sobre sus hombros.
Se sentía distinta ahora al llevar ese vestido. Antes era lo normal, pero, desde que había conocido a Richard, le parecía una responsabilidad más pesada. Antes, siempre se había sentido sola en el desempeño de su misión, pero ahora, gracias a Richard, se sentía más conectada con la gente de la Tierra Central, una más de ellos y, por lo tanto, más responsable de protegerlos. Ahora sabía qué significaba amar a alguien y temer por ese alguien. Mientras siguiera siendo la Madre Confesora, no iba a permitir que se iniciara una guerra. Después de coger las pesadas capas, regresó al banquete recorriendo los oscuros callejones.
Los ancianos seguían de pie frente a la plataforma, justo donde los había dejado. Richard la esperaba. Kahlan le lanzó su capa y se dirigió a los ancianos:
— Mañana por la noche se celebrará la reunión. Los preparativos deben continuar. Regresaremos a tiempo. Weselan, deseamos casarnos al día siguiente. Siento que no haya más tiempo para organizarlo, pero debemos partir en cuanto acabe la ceremonia. Debemos ir a Aydindril para detener la amenaza que pesa sobre la gente barro y todo el mundo.
Weselan sonrió.
— Tu vestido estará listo. Ojalá pudiéramos ofreceros una gran fiesta, pero lo comprendemos.
— Si Chandalen se equivoca… —dijo el Hombre Pájaro, poniéndole una mano en el hombro—. Id con cuidado. Los bantak son gente pacífica, pero tal vez las cosas han cambiado. Decidles que no les deseamos mal alguno. No queremos luchar contra ellos.
Kahlan asintió y se puso la capa sobre los hombros, mientras decía:
— Vámonos.