Richard iba hacia el puente de piedra sumido en sus reflexiones. Se había pasado varios días enclaustrado en su habitación, pensando. Seguía recibiendo las lecciones de las Hermanas, pero apenas se esforzaba; ahora tenía miedo de tocar su han.
Warren se pasaba día y noche en las criptas, comprobando lo que Richard le había dicho sobre sí mismo y buscando más información. Tenía que haber parte de verdad en lo que la Prelada le había dicho, ¿por qué si no el Custodio no había atravesado aún el velo, si podía?
Necesitaba dar un paseo. Sentía como si la cabeza le fuera a estallar. Quería alejarse un rato del palacio.
De pronto Pasha apareció a su lado.
— Te he estado buscando —dijo a modo de saludo.
— ¿Por qué? —Richard siguió caminando con la mirada al frente.
— Quería estar contigo.
— Bueno, yo voy a dar un paseo por el campo.
Pasha se encogió de hombros.
— No me importa caminar. ¿Puedo acompañarte?
Richard la miró. La joven llevaba un fino vestido granate con el escote en pico. El día era bastante fresco. Al menos llevaba también una capa color violeta que parecía abrigar bastante. La joven se adornaba con unos grandes pendientes de oro en forma de aro así como con un cinturón con medallones dorados a juego con los del escote. Se veía muy seductora, aunque no era la ropa más adecuada para una excursión.
— ¿Llevas puestos esos inútiles escarpines?
Pasha estiró un pie para mostrarle sus botas de piel labrada.
— Me las he hecho hacer especialmente para poder acompañarte en tus salidas —le explicó.
«Hechas especialmente», gruñó para sí Richard. Recordó lo herida que se había sentido Pasha cuando le criticó el vestido azul. No quería herir sus sentimientos diciéndole que no. Ella solamente trataba de agradarle. Tal vez la compañía de una cara sonriente le alegraría.
— Muy bien, puedes venir conmigo, pero no esperes que te dé conversación.
Pasha sonrió y le cogió del brazo.
— Me encantará caminar en silencio.
Al menos, con Pasha colgada de su brazo fueron menos las mujeres que lo abordaron al cruzar la ciudad. Las pocas que osaban hacerlo se ganaban una fulminante mirada de la novicia y, quienes insistían, se ganaban algo peor; una descarga de han. El invisible pellizco las hacía gritar y desaparecer.
Ahora Richard comprendía por qué las Hermanas educaban magos. Trataban de conseguir uno con don para la Magia de Suma y de Resta. Y ya lo tenían.
Ascendieron en silencio las colinas bañadas por la dorada luz del sol de la tarde. Richard se sintió mucho mejor al aire libre, sobre las rocosas colinas desde las que se divisaba la ciudad. Aunque no fuese más que una ilusión, se sentía libre. De pronto deseó estar solo. Llevaba muchos días sin ver a Gratch y probablemente el gar estaría desesperado.
No sabía qué hacer. No sabía si todo lo que le había dicho la Prelada era cierto y tampoco sabía qué temía más, que fuera verdad o que fuera mentira.
Pasha le apretó el brazo de un modo que lo arrancó bruscamente de sus elucubraciones y lo hizo detenerse. La joven miró con nerviosismo a su alrededor. Por el modo en que respiraba, por la boca y entrecortadamente, Richard se dio cuenta de que estaba asustada.
— ¿Qué pasa? —susurró.
Pasha escrutó con la mirada las peñas vecinas.
— Richard, hay algo ahí. Por favor, volvamos.
Richard desenvainó la espada. Su característico sonido metálico resonó en el aire de la tarde. Él no presentía ningún peligro, pero era obvio que el han de Pasha percibía algo que la asustaba.
La joven lanzó un pequeño grito. Richard giró sobre sus talones. Gratch asomaba la cabeza por encima de una roca. Pasha reculó.
— No pasa nada, Pasha. No te hará ningún daño.
Gratch esbozó una vacilante sonrisa que dejó al descubierto los colmillos, al tiempo que se alzaba en toda su imponente estatura.
— ¡Mátalo! —gritó Pasha—. ¡Es un monstruo! ¡Mátalo!
— Pasha, cálmate. No te hará ningún daño.
Pero la joven seguía retrocediendo. Gratch miraba alternativamente a uno y a otro, sin saber qué hacer. Richard cayó en la cuenta de que Pasha podría usar su han en contra del gar, por lo que se interpuso entre ambos.
— ¡Richard! ¡Muévete! ¡Tenemos que matarlo! ¡Es un monstruo!
— No, Pasha, lo conozco. No te hará nada…
Pero la joven dio media vuelta y echó a correr con la capa violeta ondeándole a la espalda. Richard gruñó mientras observaba cómo brincaba de una roca a la siguiente, descendiendo la colina. Entonces miró a Gratch, enfadado.
— Pero ¡qué pasa contigo! Tenías que asustarla, ¿no? ¿Cómo se te ocurre mostrarte a alguien?
Gratch inclinó las orejas, hundió los hombros y se puso a gemir. Cuando las alas empezaron a temblarle, Richard se acercó a él.
— Bueno, ahora ya es demasiado tarde para lamentaciones. Ven y dame un abrazo. —Gratch clavó los ojos en el suelo—. Vamos, no pasa nada.
Richard rodeó con los brazos a la enorme criatura peluda. Al fin Gratch respondió; rodeó a Richard con los brazos y las alas y expresó su alegría con un gorgoteo. Un momento después, lo tumbó y empezó a luchar con él. El humano le hizo cosquillas en las costillas y peleó hasta que Gratch se rió, totalmente encantado.
Una vez se hubieron calmado, Gratch metió el extremo de una garra en el bolsillo en el que Richard guardaba el mechón de Kahlan. Entonces lo miró con esos ojos de párpados caídos tan grandes como mangos de hacha. Al fin el joven imaginó qué quería decirle.
— No. No es la misma mujer. Es otra distinta.
Gratch hizo un gesto de extrañeza. No lo entendía. Pero Richard no tenía ganas de explicarle que el mechón de pelo que siempre miraba no era de Pasha. A instancias del gar, en vez de eso Richard peleó otro rato con él.
Atardecía ya cuando regresó al palacio. Pensaba buscar a Pasha y explicarle que Gratch era amigo suyo y no una bestia peligrosa. Pero antes de que pudiera ir muy lejos la hermana Verna lo encontró.
— ¿Alimentaste al bebé de gar que encontramos en el bosque, el mismo que te ordené que mataras? ¿Dejaste que esa bestia nos siguiera?
Richard se quedó mirándola fijamente.
— Era una criatura indefensa, Hermana. No podía matar una cría que no representaba ningún peligro. Desde entonces nos hemos hecho amigos.
Murmurando algo entre dientes, la mujer se pasó una mano por la cara.
— Por absurdo que suene eso, supongo que lo entiendo; necesitabas camaradería, y no de mí precisamente.
— Hermana Verna…
— Pero ¿por qué dejaste que Pasha lo viera?
— No lo hice. El gar asomó la cabeza. Yo no sabía que estaba allí. Antes de que me diera cuenta Pasha ya lo había visto.
La Hermana lanzó un suspiro de exasperación.
— La gente de por aquí teme a las bestias y las mata. Pasha llegó gritando que había visto a un monstruo en las colinas.
— Ya se lo explicaré. Les haré comprender que…
— ¡Richard! ¡Escúchame! —El joven retrocedió un paso y esperó en silencio que la Hermana prosiguiera—. Las Hermanas creen que las «mascotas» son un estorbo en la educación de los muchachos. Creen que les dedican sentimientos que deberían ir dirigidos a ellas. Yo pienso que es estúpido, pero eso no viene al caso.
— ¿Y cuál es el caso? ¿Crees que tratarán de impedirme que vuelva a ver al gar?
— No, Richard —replicó la Hermana, poniéndole una mano sobre el brazo en gesto de impaciencia—. Las demás Hermanas creen que es una bestia malvada que podría volverse en tu contra. En estos mismos momentos están formando una partida de caza. Van a matarlo, por tu bien.
Richard se quedó mirando la expresión de inquietud de Verna solamente un segundo antes de echar a correr. Cruzó como un rayo el puente y luego la ciudad. La gente se lo quedaba mirando boquiabierta. El joven saltaba por encima de las carretillas que no se apartaban a tiempo y volcó un tenderete en el que se vendían amuletos. Sin hacer caso de las imprecaciones que le dirigían, siguió corriendo.
Sentía los latidos del corazón resonar en los oídos mientras ascendía la colina. Varias veces tropezó con zanjas o rocas, pero rápidamente se puso en pie, trató de recuperar el aliento y siguió adelante. En la oscuridad, salvaba las quebradas saltando de roca en roca.
En la cresta de una colina de cima redondeada, cerca del lugar en el que habían encontrado a Gratch ese mismo día, Richard gritó su nombre con todas sus fuerzas, deteniéndose sólo para recuperar el aliento. Con los puños apretados a ambos lados, inclinó la cabeza hacia atrás y gritó el nombre de Gratch. Su voz reverberó en las colinas vecinas, pero la única respuesta fue el silencio.
Exhausto, cayó de hinojos. Pronto llegarían. Las Hermanas usarían su han para localizar al gar. Gratch no sabría qué se proponían e, incluso si decidía mantener distancias, la magia lo encontraría y lo mataría. Las Hermanas podían abatirlo cuando estaba en el aire o prenderle fuego.
— ¡Graaaaatch! ¡Graaaatch!
Una oscura figura tapó algunas estrellas. El gar aterrizó con un ruido sordo e inmediatamente plegó las alas. Entonces ladeó la cabeza y emitió un borboteo.
Richard lo cogió por el pelaje.
— ¡Gratch! Escúchame. Tienes que irte. Ya no puedes quedarte aquí. Van a venir a matarte. Tienes que marcharte.
Gratch lanzó un interrogador gemido que fue haciéndose más agudo mientras levantaba las orejas. Trató de rodear con sus brazos a Richard. Pero éste le empujó.
— ¡Vete! ¡Me entiendes, sé perfectamente que me entiendes! ¡Vamos, quiero que te marches! ¡Van a tratar de matarte! ¡Vete y no vuelvas nunca!
Las orejas de Gratch se encogieron e inclinó la cabeza al otro lado. Richard le golpeó el pecho con un puño y luego señaló en dirección norte.
— ¡Vete! —Richard extendió los brazos y volvió a señalar—. ¡Quiero que te marches y no vuelvas nunca!
Gratch trató nuevamente de abrazarlo y Richard volvió a empujarlo. El gar tenía las orejas pegadas a la cabeza.
— Grrrratch quierrrrg Raaaach aaarg.
Nada deseaba más Richard que estrechar a su amigo y decirle que él también le quería. Pero no podía. Estaba allí para tratar de salvarle la vida.
— ¡Pues yo no te quiero! ¡Vete y no vuelvas nunca!
Gratch miró hacia la colina que Pasha había descendido a todo correr y luego miró a Richard. Los ojos verdes del gar estaban anegados en lágrimas. Trató por última vez de acercarse a su amigo.
Pero Richard volvió a alejarlo de sí. Gratch se quedó allí plantado, con los brazos abiertos. La primera vez que Richard había abrazado al peludo gar, éste solamente era una cría. Desde entonces había crecido mucho, al igual que su amistad y su amor.
Gratch era el único amigo de Richard, pero solamente él podía salvarlo. Si Richard realmente lo amaba, tenía que herirlo.
— ¡Márchate! ¡No quiero verte nunca más! ¡No eres más que un estúpido saco de pelo! ¡Largo! ¡Si realmente me quieres, haz lo que te digo y márchate!
Richard quería seguir gritando, pero tenía un nudo en la garganta que ahogaba sus palabras. Retrocedió unos pasos. Gratch pareció marchitarse en el frío aire de la noche. Nuevamente abrió los brazos con un lastimero y desesperado quejido. Lloraba de un modo que rompía el corazón.
Richard reculó otro paso. Gratch avanzó hacia él. Richard cogió del suelo una piedra y se la lanzó al gar. La piedra rebotó contra su enorme pecho.
— ¡Vete! —gritó, y le arrojó otra piedra—. ¡No quiero verte nunca más!
De los verdes ojos del gar brotaban lágrimas que corrían por sus arrugadas mejillas.
— Grrrratch quierrrrg Raaaach aaarg.
— ¡Si realmente me quieres, márchate!
Gratch contempló de nuevo la colina por la que Pasha se había ido, dio media vuelta, extendió las alas y, después de echar un último vistazo por encima del hombro, dio un salto en el aire y emprendió el vuelo.
Cuando ya no distinguía la forma oscura del gar recortada contra las estrellas ni oía el batir de sus alas, Richard se dejó caer al suelo. Había perdido a su único amigo allí.
— Yo también te quiero, Gratch. Queridos espíritus —sollozó—, ¿por qué me hacéis esto? Gratch era todo lo que tenía. Os odio. Os odio a todos.
A medio camino de vuelta, lo comprendió. Se quedó inmóvil, con la boca abierta. En la quietud de la noche asió con temblorosos dedos el mechón de pelo de Kahlan.
No muy lejos parpadeaban las luces de la ciudad y los tejados brillaban a la luz de la luna. Hasta él llegaban los distantes sonidos de la ciudad.
«Si realmente me amas, lo harás», le había dicho Kahlan. Era lo mismo que él había dicho a Gratch. De pronto lo entendió todo. La impresión lo dejó sin respiración.
Kahlan no quería deshacerse de él, sino que pretendía salvarle la vida. Había hecho por él lo mismo que él acababa de hacer por Gratch.
El dolor por haber dudado de ella lo impulsó a hincarse de rodillas. Debía de haberle roto el corazón. ¿Cómo podía haber dudado de ella?
El collar. Tenía tanto miedo del collar, que había estado ciego. Kahlan lo amaba. No quería verse libre de él, sino solamente salvarle la vida.
Kahlan lo amaba.
Richard abrió los brazos y miró hacia el cielo, al tiempo que gritaba:
— ¡Kahlan me quiere!
De rodillas contempló el mechón de pelo que Kahlan le había dado para recordarle su amor. Nunca en toda su vida se había sentido tan profundamente aliviado como en esos momentos. El mundo volvía a tener sentido.
En su mente confluían emociones encontradas. Por una parte se sentía muy abatido por haber tenido que alejar a Gratch de su lado y porque el gar pensara que Richard ya no lo quería, pero al mismo tiempo no cabía en sí de gozo al saber que Kahlan lo amaba.
Al fin el gozo acabó por imponerse. Decidió que, un día, Gratch entendería que había sido necesario alejarlo. Un día, se libraría del collar, buscaría a Gratch y haría las paces con él. E incluso si nunca lograba encontrarlo, el gar estaría mucho mejor viviendo como tal, cazando y buscando a otros de su especie. Tendría que buscar el camino de la felicidad, como Richard.
Nada deseaba más en este mundo que abrazar a Kahlan, estrecharla con fuerza y decirle lo mucho que la quería, pero era imposible. Seguía siendo un cautivo de las Hermanas. No obstante, estudiaría, aprendería y se libraría del collar. Luego regresaría junto a Kahlan. No le cabía duda de que Kahlan lo estaría esperando, pues le había dicho que siempre lo amaría.
En los aledaños de la ciudad se cruzó con la partida de búsqueda de las Hermanas. Pese a que les informó que ya no tenían por qué molestarse, que la bestia se había ido, ellas no le creyeron y continuaron camino hacia las colinas. A Richard no le importaba. Gratch se había marchado. Su amigo estaba a salvo.
En Tanimura compró una gargantilla de oro a un vendedor ambulante. Tal vez no fuese oro auténtico, pero no importaba; era preciosa. Richard recorrió el resto del camino hasta el palacio al trote.
Pasha lo esperaba paseándose arriba y abajo por el corredor, frente a sus habitaciones.
— ¡Richard! ¡Oh Richard!, estaba tan asustada… Sé que debes estar furioso conmigo pero con el tiempo comprenderás que…
— No estoy enfadado —la atajó un risueño Richard—. De hecho, te he comprado un regalo para darte las gracias.
Pasha esbozó una sonrisa de sorpresa y coquetería al recibir la gargantilla.
— ¿Para mí? ¿Por qué?
— Porque, gracias a ti, me he dado cuenta de que ella me ama y de que siempre me ha amado. He sido un estúpido al estar tan ciego. Tú me has ayudado a abrir los ojos.
La muchacha lo contempló con gélida mirada.
— Pero ahora estás aquí, Richard. Con el tiempo la olvidarás y te darás cuenta de que soy la mujer que necesitas.
Richard le sonrió alegremente.
— Pasha, lo siento. No tengo nada contra ti. Eres una mujer muy hermosa. Con el tiempo encontrarás a tu hombre. Puedes elegir a cualquiera, o casi. Todos están locos por ti. Tal vez si viviera cien años… Pero de otro modo es imposible.
Pasha recuperó la sonrisa.
— Pues esperaré.
Richard le besó la coronilla antes de entrar en su habitación. Estaba tan excitado que dudaba poder conciliar el sueño, pero la caminata y la carrera lo habían dejado agotado. Antes de dormirse, sus últimos pensamientos fueron para Kahlan. Se la imaginó junto a él, con esa especial sonrisa suya, sus ojos verdes y su radiante y larga melena. Por primera vez en meses, durmió bien.
En los días que siguieron Richard se sentía flotar. Todo el mundo presenciaba con perplejidad tal exhibición de buen humor y, si bien al principio albergaban un cierto recelo, acabaron por contagiarse. Algunas Hermanas reían tontamente cuando les decía que se veían tan bonitas como un día de verano.
Asimismo apremió a sus maestras a que redoblaran sus esfuerzos para ayudarlo a tocar su han y prolongaba las lecciones más allá de lo habitual. Las hermanas Tovi y Cecilia no cabían en sí de entusiasmo, Merissa y Nicci le dedicaban leves sonrisas de agrado, Armina se mostraba prudentemente complacida y Liliana estaba encantada. Richard quería librarse del collar pero sabía que, hasta que no aprendiera todo lo que las Hermanas querían, lo seguiría llevando.
Después de bastantes días sin ver a Warren, bajó a las criptas para comprobar cómo avanzaba su investigación. La hermana Becky se había ausentado para vomitar y la otra Hermana rió tontamente cuando Richard le guiñó un ojo.
Warren tuvo una grata sorpresa al verlo. Sus últimos descubrimientos lo habían llenado de júbilo y ardía en deseos de comunicárselos a Richard. Cuando la puerta de una de las cámaras traseras se cerró con un chirrido, empezó a abrir los volúmenes colocados en una mesa.
— Lo que me dijiste me ha ayudado mucho. Mira esto. —Warren señaló unas palabras que Richard no entendió—. Es justo como me dijiste. El hecho de que la piedra de Lágrimas se encuentre en este mundo no libera necesariamente al Custodio.
— ¿Y qué importancia tiene entonces?
— Bueno, es como si en la puerta de su celda hubiera varias cerraduras y la piedra abre una de ellas, pero no todas. Existen distintos modos de ayudarlo con diferentes objetos mágicos, pero la piedra de Lágrimas en concreto solamente le sirve si la usa alguien de este mundo con el don tanto para la Magia de Suma como de Resta. Alguien que solamente posea Magia de Suma puede hacer daño y rasgar aún más el velo, pero no liberar al Custodio.
»Creo —añadió con ojos brillantes—, que siempre y cuando tengamos cuidado, estamos seguros aunque esa piedra negra se halle en este mundo.
— No es negra. Yo nunca te he dicho que fuese negra. Solamente te he descrito su forma y su tamaño.
Warren se llevó un dedo al labio inferior.
— ¿No es negra? ¿De qué color es entonces?
— Ámbar.
Warren se golpeó el pecho con las manos al tiempo que lanzaba un suspiro de alivio.
— ¡Gracias al Creador! —exclamó Warren con un entusiasmo nada propio de él—. ¡Es la mejor noticia que he oído en mucho tiempo! Si es ámbar, significa que ha sido tocada por las lágrimas de un mago. Eso repugna al Custodio. Es como carne putrefacta para nosotros. ¡Sus agentes no la tocarán!
Richard sonrió. Seguro que era obra de Zedd. Era por eso por lo que sentía que Zedd lo atraía hacia la piedra. Eso, unido al descubrimiento acerca de Kahlan, fue demasiado; no podía seguir callándose la felicidad que lo embargaba.
— Warren, tengo otra buena noticia: estoy enamorado y voy a casarme.
Al oírlo Warren lanzó un grito de alegría, pero enseguida su sonrisa se marchitó.
— No será Pasha, ¿verdad? Si lo es, no pasa nada, lo entenderé. Hacéis una bonita pa…
Richard le rozó un hombro y lo tranquilizó.
— No es Pasha. Ya te hablaré de ella otro día. Es la Madre Confesora. Perdona, no quería interrumpirte. ¿Qué me dices de los otros objetos?
— Bueno. —Warren empujó hacia él otro libro por encima de la mesa—. Hay algunas referencias, muy pocas, al hueso redondo del que me hablaste y al skrin. Se menciona en una profecía bifurcada que tiene que ver con el solsticio de invierno que se producirá dentro de pocas semanas. Se trata de una complicada mezcla de bifurcaciones y referencias cruzadas. Hace muy poco que averiguamos que la profecía sobre una mujer y su pueblo depende directamente de una bifurcación verdadera…
Cada vez que Warren empezaba a hablarle de profecías bifurcadas y coyunturas, Richard perdía el hilo. Lo único que entendió de la parrafada fue solsticio de invierno.
— ¿Qué tiene que ver el solsticio de invierno?
Warren alzó la vista.
— Es el día más corto del año. El día más corto y la noche más larga. ¿Ves qué quiero decir?
— No. ¿Qué tiene eso que ver con el skrin?
— Es la noche más larga del año, es decir la que tiene más horas de oscuridad. Verás, hay épocas en las que el Custodio puede ejercer mayor influencia en este mundo y otras que menos. Él habita en un mundo de oscuridad y en la noche más larga del año es cuando el velo es más débil y él puede hacer más daño.
— Entonces dentro de unas pocas semanas, en el solsticio de invierno, estaremos en peligro.
Warren enarcó las cejas, regocijado.
— Sí. Pero me has proporcionado la información necesaria para resolver una profecía próxima, que se añade a lo que ya sabemos sobre cuál es la bifurcación verdadera. Verás, este solsticio de invierno se relaciona con una profecía sobre el peligro que se cierne sobre el mundo de los vivos.
»Para que sea una profecía verdadera, el Custodio necesita la conjunción de una serie de elementos, por ejemplo una puerta abierta, pero para eso precisa un agente en este mundo. —Warren se inclinó hacia adelante. Estaba encantado— y ese agente necesita el skrin. Si tiene el hueso de skrin del que me has hablado, puede invocar al guardián y destruirlo. Y si ese guardián es destruido, el Custodio podrá atravesar la puerta.
— Warren, eso suena bastante aterrador.
Pero el joven alzó una mano para quitarle importancia.
— No, no. Muchas profecías suenan ominosas, como ésta, pero muy pocas veces se dan todas las condiciones y la mayoría de ellas resultan ser falsas bifurcaciones. Los libros están llenas de bifurcaciones falsas, porque…
— Warren, ve al grano.
— Oh, sí. Bueno, verás, tú mismo me has dicho que una amiga tuya tiene el hueso capaz de invocar al skrin. Y el Custodio necesita un agente y no lo tiene. Sin el hueso de skrin y, teniendo en cuenta que la bifurcación que se avecina será superada correctamente, o eso creemos, resultará que la profecía sobre el solsticio es otra bifurcación falsa, por lo que estamos a salvo.
Richard sintió un leve cosquilleo de aprensión, pero la desbordante confianza de Warren era contagiosa. Dio al joven aprendiz de mago una palmada en la espalda, mientras le decía:
— Buen trabajo, Warren. Ahora podré dedicarme por completo a aprender a usar mi han.
Warren sonrió radiante.
— Gracias, Richard. Estoy muy contento de que hayas podido ayudarme. He hecho unos progresos que antes de conocerte me hubieran parecido increíbles.
Sin dejar de sonreír, Richard meneó la cabeza en gesto de asombro.
— Warren, nunca había conocido a nadie tan inteligente y, no obstante, tan joven como tú.
Warren se echó a reír como si fuera lo más gracioso que hubiera oído en toda su vida.
— ¿Qué es tan divertido?
— Tu broma —contestó Warren, enjugándose las lágrimas.
— ¿A qué broma te refieres?
Las francas carcajadas de Warren se convirtieron en una simple risita de inquietud.
— Esa de llamarme joven. Ha sido muy divertido.
Richard mantuvo una educada sonrisa para inquirir:
— ¿Y qué hay de divertido en eso?
Ahora la risa de Warren se tornó simple sonrisa.
— Es que tengo ciento cincuenta y siete años.
Richard notó que la carne le picaba.
— Ahora eres tú quien bromea. Estás de broma, ¿no? Warren, dime que es una broma.
El buen humor de su amigo se había evaporado.
— Richard… seguro que lo sabes, ¿verdad? Seguro que te lo han dicho. Estaba convencido de que ya lo sabías.
Richard apartó con un brazo los libros, acercó la silla a la mesa y preguntó:
— ¿Decirme qué, Warren? Vamos, no puedes decirme algo así y luego guardar silencio. Somos amigos. Dímelo.
Warren carraspeó, se pasó la lengua por los labios y se inclinó hacia adelante.
— Richard, lo siento. Creí que ya lo sabías, o te lo hubiera dicho hace mucho tiempo. Te juro que lo habría hecho.
— ¡Decirme qué!
— La magia. Es la magia del Palacio de los Profetas. Posee elementos de Suma y de Resta vinculados a los otros mundos. Eso hace que aquí el tiempo se mueva de un modo distinto.
— Warren —preguntó Richard con voz ronca—, ¿quieres decir que nos afecta a todos? ¿A todos los que llevamos el collar?
— No… a todo el mundo en palacio. También a las Hermanas. Este lugar está encantado. Mientras viven en palacio las Hermanas envejecen igual que nosotros. A causa de ese hechizo envejecemos más lentamente, percibimos de otro modo el paso del tiempo.
— ¿Qué quiere decir «de otro modo»?
— El hechizo frena nuestro proceso de envejecimiento. Por cada año que nosotros envejecemos, los de fuera envejecen entre quince y veinte años.
Richard sentía que la cabeza le daba vueltas.
— Warren, eso no puede ser cierto. Es imposible. —El joven buscaba desesperadamente una prueba—. Pasha. Pasha no puede tener más de…
— Richard, conozco a Pasha desde hace más de cien años.
Richard apartó la silla y se puso en pie. Entonces se pasó los dedos por el pelo.
— Es absurdo —declaró—. Tiene que ser algún tipo de… ¿Por qué debería ser así?
Warren lo cogió por un brazo y lo obligó a sentarse. Entonces acercó su silla a la del Buscador y le habló con el mismo tono de voz suave y preocupada que uno utilizaría para comunicar una noticia calamitosa.
— Cuesta mucho tiempo entrenar a un mago. Fuera, en el mundo exterior, pasaron más de veinte años antes de que aprendiera a tocar mi han. Pero aquí dentro no fueron más de dos. Si la magia de palacio no frenara nuestro proceso de envejecimiento, todos nos moriríamos de viejos antes de ser siquiera capaces de encender una lámpara con nuestro han.
»No sé de ningún mago que haya tardado menos de doscientos años en aprender. Por término general, el entrenamiento dura casi trescientos años y a veces casi cuatrocientos.
»Los magos que crearon este palacio lo sabían, por lo que vincularon la magia que reina en él a los mundos del más allá, donde el tiempo no existe. No sé cómo funciona exactamente, pero lo hace.
A Richard le temblaban las manos.
— Pero… tengo que librarme de este collar. Tengo que volver junto a Kahlan. No puedo esperar tanto. Warren, ayúdame, no puedo esperar tanto tiempo.
Warren clavó la vista en el suelo.
— Lo siento, Richard. Yo no sé cómo se quita el rada’han, ni cómo atravesar la barrera que nos mantiene aquí. Comprendo cómo te sientes. Ese mismo sentimiento es el que me ha impulsado a pasar aquí en las criptas los últimos cincuenta años. A otros parece que no les afecta y se alegran, incluso, porque les da más tiempo para pasarlo con mujeres.
— No puedo creerlo —declaró Richard, poniéndose lentamente en pie.
Warren alzó el rostro hacia él.
— Richard, por favor, perdóname por habértelo dicho. Siento haber sido yo quien te haya causado tanto dolor. Tú siempre has sido…
Richard lo acalló poniéndole una mano en el hombro.
— No es culpa tuya, Warren. Tú sólo me has dicho la verdad. —Su voz sonaba como si hablara desde lo más hondo de un pozo—. Gracias por ser sincero, amigo mío.
Mientras salía, arrastrando los pies, lo único en lo que podía pensar era en que todos sus sueños se morían. Si no conseguía quitarse ese collar todo estaría perdido.
Las hermanas Ulicia y Finella lo recibieron de pie, en actitud alerta, pero al ver la expresión de su rostro retrocedieron tal como lo habían hecho los guardias. Ante la puerta que custodiaban se alzó un brillante escudo. Richard lo atravesó sin detenerse. La puerta se abrió violentamente sin que tuviera necesidad de tocarla, y parte del marco se astilló. Por alguna razón, ni se le había ocurrido usar el tirador.
La Prelada estaba sentada con las manos cruzadas tras la pesada mesa de madera de nogal. Sus solemnes ojos lo observaban. Richard se apretó contra la mesa. Se lo veía muy alto, allí de pie.
— Lamento decir que no me alegra volver a verte tan pronto, Richard —dijo la Prelada en tono sombrío.
— ¿Por qué no me lo dijo la hermana Verna? —preguntó Richard con voz crispada.
— Porque yo se lo ordené.
— ¿Y por qué no me lo dijiste tú?
— Porque quería que primero aprendieras cosas importantes sobre ti mismo, para comprender mejor lo que significas. La carga de un mago y también de una Prelada.
Richard cayó de hinojos delante del escritorio.
— Ann —susurró—, por favor, ayúdame. Tengo que volver junto a ella. Hace mucho que nos separamos. Por favor, Ann, ayúdame, quítame este collar.
La Prelada cerró los ojos un largo instante. Cuando volvió a abrirlos, expresaban un profundo pesar.
— No te he mentido, Richard. Nosotras no podemos quitártelo hasta que tú aprendas lo suficiente para ayudarnos. Y eso llevará tiempo.
— Por favor, Ann, ayúdame. ¿Hay algún otro modo?
Sin apartar los ojos del joven, la Prelada negó lentamente con la cabeza.
— No, Richard. Con el tiempo aprenderás a aceptarlo. Todos los hacen. Para los demás es más fácil, porque al llegar aquí son niños aún y no lo comprenden. Les cuesta darse cuenta de lo que significa. Nunca habíamos tenido que decírselo a un adulto, como tú, que comprende lo que eso implica.
Richard no lograba pensar con claridad. Se sentía como si se hundiera en un oscuro sueño.
— Pero perderemos tanto tiempo que podríamos haber compartido… Será vieja. Todos a quienes conozco serán viejos.
Ann se alisó el cabello y desvió la mirada.
— Richard, cuando acabe tu entrenamiento y puedas marcharte los tataranietos de todas las personas que conoces se habrán muerto ya de viejos y llevarán enterrados más de cien años.
Richard la miró parpadeando, tratando de asimilar el número de generaciones que eso suponía, pero los números se le confundían en la mente. De pronto recordó la advertencia de Shota sobre una trampa en el tiempo. Estaba atrapado.
Las Hermanas le habían despojado absolutamente de todo. Había perdido todo lo que amaba. Nunca volvería a ver a Zedd, ni a Chase, ni a nadie que conociera. Nunca volvería a abrazar a Kahlan. Nunca podría decirle que la quería y que entendía el sacrificio que había hecho por él.