AQUELLA noche Cleo se sentía sorprendentemente contenta. De hacho estaba deseando ver a Sadik y cuando él entró en la suite corrió a su encuentro para saludarlo.
– He tenido un día maravilloso -aseguró con alegría-. Al principio pensé que iba a ser espantoso porque estaba lloviendo y no soy precisamente una fan de la lluvia. Además no tenía nada que hacer, pero al final las cosas han salido bien. ¿Qué tal tú?
En lugar de contestar, Sadik se limitó a mirarla fijamente. Cleo bajó la vista para comprobar si tenía alguna mancha en su vestido premamá.
– ¿Qué pasa? -preguntó sintiéndose súbitamente insegura.
Estaban a menos de un metro de distancia y desde el día anterior eran oficialmente marido y mujer. ¿Acaso esperaba Sadik que lo abrazara y le diera un beso? Después de todo, preguntarle qué tal había pasado el día era también un comportamiento propio de una esposa.
– No pareces triste -dijo finalmente Sadik.
– No lo estoy.
– Siempre te había visto apesadumbrada desde que me enteré que estabas embarazada. Creía que se te había olvidado incluso cómo se sonreía.
Cleo no sabía si estaba bromeando o hablaba en serio. Suspiró.
– Sé que he estado un poco difícil últimamente. No era mi intención. Es sólo que…
Cleo vaciló un instante. ¿Acaso había alguna manera de explicar cómo le habían robado la vida? Y teniendo en cuenta que Sadik era el ladrón y que todavía no había mostrado el más mínimo sentimiento de culpabilidad, Cleo pensaba que no estaría dispuesto a ver las cosas desde su punto de vista.
– ¿Tienes hambre? -preguntó entonces el Príncipe pasándole el brazo por los hombros y guiándola hacia el sofá-. Marie me ha dicho que has pedido la cena en la suite. ¿Quieres que la sirvan ya?
– Puedo esperar.
Cleo se sentó a su lado. Todavía no podía creerse que estuvieran casados de verdad. Así que aquélla era su primera conversación como marido y mujer después de un día de trabajo… ¿Debería ofrecerse a traerle las zapatillas de estar por casa?
– ¿Marie se ha limitado a informarte de mi decisión o quería comprobar si tú estabas de acuerdo? No estoy tratando de crear problemas en nuestra primera noche -se apresuró a aclarar Cleo levantando la mano-. Sólo intento comprender cuál es mi situación.
– Tenía que hablar con ella de otro asunto – aseguró Sadik con normalidad-. Entonces le pregunté si había hablado contigo y ella me dijo que sí. He sido muy injusto contigo, Cleo -dijo de pronto poniéndose serio.
Ella sintió como si la hubieran golpeado sin previo aviso en la cabeza. Le vinieron a la mente miles de respuestas, algunas de ellas incluso graciosas, pero ya que Sadik acababa de reconocer que había hecho algo mal lo mejor que podía hacer era escucharlo con atención.
– ¡Ah! ¿A qué te refieres? -preguntó como quien no quiere la cosa fingiendo estar muy interesada en un hilo que se le había escapado del vestido.
– No hemos hablado de la luna de miel.
Cleo no había tenido tiempo para tratar de imaginar cuál sería la respuesta de Sadik, pero tenía serias dudas de que se le hubiera ocurrido en algún momento que fuera aquélla.
¿Luna de miel? A Cleo le pareció que era un detalle muy dulce por su parte haber pensado en ello.
– No pasa nada. El embarazo está bastante avanzado y supongo que no podré viajar.
– En eso tienes razón. Pero tenía que haber pensado en la imagen que daríamos.
La delicada burbuja de felicidad de Cleo estalló haciendo un ruido casi perceptible.
– Estupendo. Así que no te interesa ir de viaje conmigo. Lo que te importa es qué dirán los vecinos.
– Yo no he dicho eso.
– Eso es exactamente lo que has dicho y creo que es muy mezquino por tu parte. Toda esta historia de la boda ha sido idea tuya y si ahora no estás contento al único al que puedes culpar es a ti.
Sadik suspiró como si estuviera sufriendo mucho y la atrajo hacia sí. Daba igual lo bien que se sentía entre sus brazos, daba igual el calor que desprendía su cuerpo pegado al suyo. Cleo se negó a sentirse ni relajada ni impresionada.
– De acuerdo -reconoció Sadik-. No me he expresado correctamente. No quiero provocar ningún cotilleo que al final acabaría perjudicándote a ti. Además te diré que me gustaría salir de viaje contigo. Pero tu preocupación por la salud de nuestro hijo te honra. Tal vez cuando haya nacido podremos ir de luna de miel.
Cleo emitió una especie de sonido gutural que no quería decir ni que sí ni que no. No quería que Sadik pensara que podía salirse con la suya así de fácil.
– Hablando de médicos -dijo para cambiar de tema-, mañana tengo una cita con uno de ellos. Y lo he arreglado todo para que envíen mi historial médico.
Sadik la soltó inmediatamente y se dirigió hacia el teléfono.
– ¿A qué hora tienes la cita?
– Alas once.
– Bien.
El Príncipe marcó cuatro números y luego esperó. Cuando contestaron al otro lado de la línea se identificó y le pidió a su secretaria que cancelara sus compromisos desde las diez y media hasta la una.
– No tienes por qué hacerlo -dijo Cleo cuando él colgó el teléfono-. Soy perfectamente capaz de ir sola.
– No lo dudo, pero me gustaría hablar con el médico. Me interesan todos los aspectos de tu embarazo, de tu salud y de la salud de nuestro hijo – aseguró Sadik dirigiéndose de nuevo hacia el sofá-. Y hay algo más de lo que tenemos que hablar. En un principio yo me encargué personalmente de todo. Pero lo he pensado mejor. Tu carácter no es tan complaciente como a mí me gustaría.
– Si estás intentando decirme que soy muy obstinada no es ninguna novedad. Y si no, no sé de qué estás hablando.
– Ahora eres una princesa, Cleo -contestó Sadik-. Y mi esposa -añadió suavizando inconscientemente la expresión-. Todo lo tuyo me parece hermoso y deseable.
– Lo sé -murmuró ella-. Tengo que admitir que ésa es tu mayor virtud.
– Es hora de que te vistas de acuerdo con tu situación -dijo el Príncipe con una sonrisa.
Sus palabras no le impresionaron ni le dolieron. Sabía desde hacía tiempo que tenía que ir pensando en cambiar su modo de vestir. El hecho de estar embarazada podría complicar su paso de mero mortal a princesa moderna, pero eso no cambiaba las cosas.
– Así que según me cuentas hay tiendas especializadas en vestir a princesas embarazadas…
– Sí.
– ¿Quién lo habría imaginado?
– Le diré a mi secretaria que te proporcione el nombre y el número de teléfono por si prefieres concertar una cita personal con ellos. Por supuesto, el director de la boutique vendrá a palacio.
– Por supuesto.
Cleo se puso en pie y se acercó a la ventana. No había llovido por la tarde, pero después de la puesta de sol la lluvia había regresado de nuevo.
– Es muy emocionante -aseguró sin darse la vuelta-. Me refiero al hecho de tener ropa nueva y vestir con diseños de alta costura.
– No pareces muy contenta -dijo Sadik observándola de cerca.
Cleo se encogió de hombros.
– Recuerdo la primera vez que estuve aquí con Zara. Nos prestaron unos vestidos fabulosos para asistir a una cena de estado. Para mí era un juego, pero ella no lo veía bajo ese punto de vista. Supongo que la diferencia estaba en que yo iba a regresar a casa y ella no. Para Zara la situación era muy real.
– ¿Es ahora real para ti?
Cleo asintió ligeramente con la cabeza.
– Estoy muy agradecida y todo eso, pero yo nunca planeé ser una princesa.
– Has sobrevivido al primer día. Por cierto, no me has contado en qué has ocupado tu tiempo. Creo recordar que has dicho que habías tenido un día maravilloso. Dime cuál ha sido la razón.
Cleo vaciló un instante. No estaba muy segura de querer compartir su nuevo descubrimiento con Sadik. ¿Y si pensaba que no debía hacerlo? Pero se recordó a sí misma que no le importaba su opinión. Tal vez no estuviera tan preparada como le hubiera gustado, pero estaba dispuesta a trabajar duro.
– He ido a la universidad -dijo mirando al suelo en lugar de a los ojos de Sadik-. El Rey me sugirió que diera una vuelta por la ciudad y en el itinerario estaba incluido el campus.
El entusiasmo de Cleo fue creciendo a medida que recordaba los altos edificios de estilo moderno. En cada rincón que miraba había encontrado un tesoro: pequeños jardines situados entre los patios, fuentes, bancos para sentarse y estudiar…
– Di una vuelta por fuera y luego entré. La biblioteca es impresionante. Un hombre muy amable me hizo de guía y me enseñó manuscritos de más de mil años de antigüedad. También me…
Sadik se puso en pie y la miró fijamente.
– ¿Fuiste tú sola a la ciudad en coche, entraste en la universidad y hablaste con un hombre que no es miembro de esta familia?
No había ninguna duda de que estaba enfadado. Cleo se puso en jarras y lo miró fijamente.
– En primer lugar no estaba sola. Me llevó un chófer. Una persona escogida por el Rey, así que más te vale no seguir por ese camino. En segundo lugar, hablé con el encargado principal de la biblioteca. Hablas como si me hubiera dedicado a bailar desnuda por los pasillos de una cárcel.
– Eres mi esposa -anunció Sadik como si eso lo explicara todo.
Cleo no podía creérselo. Había pensado que tal vez Sadik se burlara de ella por intentar sacarse un título, pero ni siquiera habían llegado a aquel punto de la conversación. Él se había quedado enfurruñado con la idea de que hubiera hablado con un hombre desconocido.
– Necesitas entrar en el mundo de este siglo -le dijo a su marido, como otras veces le había repetido-. Tengo una noticia que darte: los tiempos del harén se han terminado. No puedes tener a las mujeres encerradas. Nos hemos ganado el derecho a movernos de aquí para allá. Y además – concluyó llevándose la palma de la mano a la frente y suspirando exageradamente-, incluso podemos pensar por nosotras mismas.
– Cleo, no le veo la gracia -aseguró él frunciendo el ceño.
– Seguro que no. Pero tengo otra noticia más para ti. No me importa tu opinión a este respecto. Porque mi visita a la biblioteca ha sido sólo el principio. Acostúmbrate a la idea, Alteza. Tal vez esté casada contigo y vaya a ser la madre de tu hijo dentro de unos meses, pero no estoy dispuesta a quedarme encerrada en este palacio. Tengo pensado salir de aquí y hacer algo con mi vida.
A juzgar por la expresión de Sadik parecía que Cleo le hubiera golpeado la cara con un pescado húmedo.
– ¿A qué te refieres exactamente? -preguntó pronunciando cada palabra como si estuviera dando órdenes en el servicio militar.
– Voy a empezar a ir a clase. Quiero conseguir un título universitario -aseguró inclinándose hacia él-. No intentes impedírmelo, Sadik. Soy más obstinada de lo que puedes ni siquiera imaginarte.
Estaba claro que lo había pillado completamente fuera de juego. Sadik no dijo nada, no habló. Se limitó a mirarla fijamente. Finalmente sacudió la cabeza y se giró.
– Te lo prohíbo.
– Al menos podías intentar no ser tan predecible -dijo Cleo a sus espaldas-. Prohibido o no, pienso hacerlo de todas maneras.
Sadik se giró rápidamente hacia ella y la miró con expresión furiosa.
– Eres mi esposa y pronto serás la madre de mi hijo. Eso es suficiente para cualquier mujer.
– Para mí no lo es. Si pensabas que te habías casado con una mujer complaciente sin ningún pensamiento propio en su vacía cabeza no podías estar más equivocado. Puede que seas mi marido, pero no eres mi amo ni mi señor. Te sugiero que lo asumas.
Sadik no supo qué decir. No le sorprendía la actitud de Cleo. Había sido una mujer difícil desde el principio. Lo que lo había sorprendido era su descripción de una mujer con la cabeza vacía sin una opinión propia. Era injusto, pero había pensado instintivamente en Kamra.
Sadik se puso tenso. No quería tener pensamientos tan poco respetuosos respecto a ella. Había sido la perfección absoluta, siempre de acuerdo con él, siempre buscando su aprobación sin cuestionar jamás sus opiniones.
Una vocecita traidora que tenía dentro de la cabeza le susurró que con el tiempo la devoción de Kamra habría resultado cansina. Al menos Cleo sería siempre un desafío.
Sadik apretó los puños. El no quería que lo desafiaran. Su prometida había sido la más perfecta de las mujeres. Perderla había supuesto la desgracia más grande de su vida. No tenía ningún derecho a ponerlo en duda ahora.
– Hablaré con el decano de la universidad – le dijo a Cleo-. Cuando lo haya hecho dejarás de asistir a clase.
– No, no hablarás con él -aseguró su mujer con suavidad aunque estuviera echando fuego por los ojos-. Porque eso significaría admitir que tienes un problema con tu mujer y ambos sabemos que no quieres hacerlo. Tendrás que controlarme tú mismo, Sadik. Y como eso no va a ocurrir tendrás que conformarte.
Él podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Cleo. Llevaba el cabello rubio y corto peinado con sus habituales picos. No se trataba de un estilo clásico, pero en ella quedaba delicioso. Sadik la miró a los ojos, grandes y azul marino y luego desvió la mirada hacia la boca. Incluso en aquel momento, cuando lo desafiaba, la deseaba. Tal vez le hubiera entregado el corazón a Kamra, pero deseaba a Cleo más de lo que había deseado nunca a ninguna mujer. Con una certeza que no estaba dispuesto a admitir, Sadik supo que la desearía hasta el último día de su vida.
La agarró del brazo y la atrajo hacia sí. Antes de que Cleo pudiera protestar y apartarse posó los labios sobre los suyos y la besó con urgencia.
Sadik tenía el factor sorpresa de su parte. Ella se suavizó al instante entre sus brazos, incapaz de resistirse a la pasión que había entre ellos. Le echó los brazos al cuello y apretó el cuerpo contra el suyo. Sadik sintió sus pechos llenos aplastándose contra su torso y su vientre redondeado rozándole el estómago. El cuerpo de Cleo había cambiado en las últimas semanas. A medida que el embarazo progresaba podía ver las diferencias casi diariamente. Recordó que aquella misma mañana le había acariciado el vientre mientras hablaba con su hijo.
Pero en lugar de recordar las palabras que le había dicho o los movimientos de su hijo, de lo único que fue capaz de acordarse fue del dulce aroma de su piel y de su suavidad.
La deseaba.
Por su parte, Cleo se perdió en la sensación de tener la boca de Sadik sobre la suya. Aquel hombre sabía cómo besar. Dedicaba toda su atención al acto de hacer el amor y amaba lentamente y con una intensidad que la satisfacía más allá de cualquier cosa.
Incluso algo tan sencillo como un beso cobraba más significado cuando era él quien besaba. Le exploraba los labios con la lengua, lamiéndole las comisuras. Antes de que abriera la boca para admitirlo en ella o, más humillante todavía, para suplicarle que la besara más apasionadamente, Sadik le mordisqueó el labio inferior. Los leves mordisquitos de amor la hicieron estremecerse de deseo.
Las manos del Príncipe, largas y fuertes, le recorrían la espalda de arriba abajo como si la estuviera redescubriendo. Cleo era consciente de que estaba en su quinto mes de embarazo, pero no le avergonzaba que la viera desnuda. Sadik tenía muchos defectos, pero que no valorara su cuerpo no estaba entre ellos. Si ella pudiera…
Cleo lo apartó de sí y lo miró fijamente.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -le inquirió.
– Iba a empezar a besarte en el cuello -respondió él con tranquilidad, como si estuvieran hablando de ir a ver una película después de cenar-. Luego tenía pensado lamerte el interior de la oreja y morderte el lóbulo. Y después quería empezar a quitarte la ropa.
Las palabras de Sadik crearon en su mente una imagen perfectamente nítida. Una imagen que la obligó a tragar saliva y le nubló la cabeza de tal manera que le resultaba difícil recordar por qué se suponía que tenía que estar enfadada.
– No vas a distraerme de mi propósito -aseguró con menos fuerza de la que le hubiera gustado.
Pero era imposible generar rabia cuando todo su cuerpo estaba en proceso de derretirse ante las caricias de aquel hombre.
– ¿Qué propósito es ése? -preguntó Sadik.
Cleo tardó un segundo en recordarlo.
– No vas a seducirme para que me olvide de que quiero conseguir un título universitario. Es un error por tu parte tratar de privarme de una educación.
– No estoy intentado distraerte -aseguró él atrayéndola de nuevo hacia sí-. Te estoy seduciendo para que podamos consumar nuestra relación. Ya va siendo hora.
– ¿Y qué pasa con mi…?
Sadik la silenció con un beso.
– Luego -murmuró con los labios sobres los suyos-. Luego.
A Cleo se le pasó fugazmente por la cabeza que debería protestar. Pero entonces Sadik se dispuso a continuar con el plan que le había contado y ella imaginó que podrían pelearse en cualquier otro momento. En aquel instante no estaría tan mal dejarse llevar por sus insistentes atenciones.
Sadik se inclinó y la besó desde el escote hasta debajo justo de la mandíbula. Luego le lamió el interior de la oreja. Ella se estremeció y exhaló un suspiro. Mientras su cuerpo se calentaba y se preparaba para el inevitable acto de amor que vendría después, pensó que su matrimonio con Sadik tenía sus compensaciones. La parte física de su unión sería siempre placentera.
Pero él nunca la amaría.
Aquel pensamiento surgió de la nada. Cleo lo apartó de sí con firmeza. No quería pensar en ello precisamente en aquellos momentos. Porque si pensaba que nunca llegaría a importarle a su marido tanto como le había importado su anterior prometida, el dolor ahuyentaría por completo el placer del momento. Cleo sentía como si hubiera estado sola durante mucho tiempo. Sadik le ofrecía calor y un techo seguro. ¿Era tan malo dejarse llevar?
Las manos del Príncipe deslizándose desde su espalda hasta los pechos fueron respuesta suficiente. Lo deseaba. Se sentía torpe y pesada, pero sabía que ninguna de las dos cosas le importaba a Sadik. Por alguna razón que no alcanzaba a comprender él la veía como un ser maravilloso.
Los dientes de Sadik se cerraron sobre su lóbulo al mismo tiempo que le cubría con las manos los pechos. Desde que estaba embarazada aquella parte de su cuerpo se había vuelto exquisitamente sensible. Sus pezones se irguieron nada más sentir su contacto.
– Si te hago daño dímelo -susurró él mordisqueándole la oreja-. He leído que durante el embarazo hay mujeres cuyos pechos se vuelven tan sensibles que les duelen con sólo tocarlos.
A ella le latían los pechos, pero no del modo en que él decía. Si no se los seguía acariciando se moriría.
– Estoy perfectamente -consiguió decir a duras penas, ya que el deseo era tan intenso que le costaba trabajo hablar-. Hace un par de semanas que he dejado de estar tan sensible.
– Así que no pasa nada si…
– No -aseguró ella acaloradamente.
Incapaz de contenerse, colocó las manos encima de las suyas para urgirlo a seguir. Sadik le recorrió los pezones erectos con los pulgares. Ella gimió al sentir por todo el cuerpo una oleada de placer.
Se perdió en la sensación de notar sus dedos acariciándola y apretándola suavemente. El fuego se apoderó de todo su ser, navegando desde el centro de su cuerpo hasta acomodarse entre las piernas. Ya estaba húmeda. Podía sentir que estaba preparada y los dulces latidos que expresaban su necesidad de alivio.
Sadik la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí. La besó apasionadamente, deslizando la lengua entre sus labios y rozando la de ella. Se embistieron el uno al otro, invadiéndose, jugando, bailando, necesitándose. Cleo se abrazó a él. Deseaba todo lo que pudiera ofrecerle. Sadik tenía la habilidad de llevarla siempre al límite de la cordura en el terreno sexual. Aquella noche ella necesitaba olvidarse del mundo real y perderse en la pasión que compartían.
Apenas fue consciente de que el Príncipe la estaba llevando al dormitorio. Una vez dentro cerró la puerta y dejó de besarla el tiempo suficiente para tenderla sobre la cama. Con la facilidad de un hombre confiado en sus habilidades, se colocó detrás de ella y le bajó la cremallera del vestido.
El vestido se le deslizó por los brazos, pero Cleo se lo sujetó a la altura de la cintura. De pronto era consciente de los cambios que había experimentado su cuerpo.
– Estoy embarazada -le dijo sin poder evitar que las mejillas se le sonrojaran.
– Lo sé -respondió él con una mueca-. Soy yo el responsable de tu estado.
Entonces su sonrisa se desvaneció. La rodeó con sus brazos y le agarró una de las manos. Ese movimiento permitió que Cleo siguiera sujetándose el vestido a la altura del vientre y experimentara al mismo tiempo la sensación de sus besos calientes en la palma de la mano.
– Es mi semilla la causante de tu redondez – susurró contra su piel-. Observo cómo cambias y cada día me siento más fascinado por tu belleza femenina.
Sadik le soltó la mano y se puso de rodillas en el suelo frente a ella. La ayudó a quitarse las sandalias y tiró suavemente del vestido hasta que ella lo soltó. La tela cayó a sus pies.
Cleo se había negado a dejar de utilizar sus braguitas habituales, pero en lugar de ponérselas en las caderas se veía obligada a llevarlas debajo del estómago. Se sentía ridícula en ropa interior con aquel vientre prominente, pero a su marido no parecía importarle. Le besó la piel tirante y le lamió el ombligo. La tumbó delicadamente sobre la cama y se arrodilló entre sus piernas. La ayudó a quitarse el sujetador y luego le sacó las braguitas.
Cuando estuvo desnuda comenzó un baile sensual y lento específicamente pensado para volverla loca. Le lamió los pechos hasta que Cleo tembló de deseo. Con la punta de la lengua bailó alrededor de sus pezones, obligándola a retorcerse. Cuando la respiración de Cleo se volvió más caliente y agitada, se deslizó más abajo. Le recorrió el estómago con las yemas de los dedos, trazando con ellos senderos que no tenían más propósito que hacerla suya. Fue descendiendo más y más cada vez, pero sin llegar a rozar aquel rincón de su cuerpo que deseaba más que ningún otro su cercanía.
Sadik se apartó un instante y salió de la cama para quitarse la chaqueta del traje, los zapatos, los calcetines, la corbata y la camisa. Se quedó sólo con los pantalones y los calzoncillos y regresó a la cama, pero se quedó a los pies. Cleo sabía que no tenía de qué preocuparse. Enseguida volvería a dedicarle sus atenciones por completo. Ella tendría su orgasmo, probablemente varios de ellos. Sadik creía en el trabajo bien hecho.
No la decepcionó. El Príncipe se inclinó sobre ella y le levantó ligeramente la pierna para poder besarla en la cara interior del tobillo. Desde allí continuó camino hacia la rodilla. La parte más interna de su feminidad tembló de deseo. Quería que la acariciara allí, que la llevara al paraíso una y otra vez.
– No pongas en duda tu belleza -dijo Sadik con voz ronca y grave.
Sin soltarle el tobillo le llevó el pie hacia la prueba de su excitación. El arco del pie de Cleo descansó sobre la dureza de su deseo. Cuando ella comenzó a moverlo el Príncipe cerró los ojos un instante y gimió.
– Eso, más tarde -prometió.
Ella sonrió.
– ¿Te he confesado alguna vez que una de mis fantasías sexuales es hacerte perder el control?
Sadik abrió los ojos de golpe. Una expresión deliciosa le cruzó el rostro de lado a lado.
– Cuéntame detalles de tu fantasía.
Cleo se encogió de hombros, fingiendo indiferencia ante la pregunta.
– No se trata de nada especial. Sólo tú y yo juntos haciendo el amor.
– Sigue -le pidió él con los ojos brillantes.
Cleo se dio cuenta de que le había soltado el pie y se estaba abriendo camino entre sus piernas.
– Los dos estamos desnudos -continuó diciendo ella al tiempo que la mano de Sadik acariciaba su zona más caliente.
– ¿Y?
– Y yo empiezo a acariciarte.
Al pronunciar aquellas palabras, Cleo se puso rígida un instante al sentir dos dedos en su interior. El dedo pulgar de Sadik acariciaba al mismo tiempo el punto sensible creado únicamente para el placer femenino. Lo recorrió con movimientos lentos y circulares.
– ¿Por dónde iba? -preguntó Cleo tragando saliva.
– Me estabas hablando de caricias.
Si la intención de Sadik era aportar refuerzos para hablar de fantasías sexuales desde luego estaba haciendo un buen trabajo, pensó Cleo, tratando a duras penas de concentrarse. Estaba haciendo magia entre sus piernas, entrando y saliendo de ellas sin dejar de acariciarla con el pulgar. Tantas atenciones juntas la hicieron ponerse tensa pensando en el orgasmo. Podía sentir cómo aumentaba la presión y el…
– ¿Cleo?
– ¿Cómo? Oh, lo siento -se disculpó sacudiendo la cabeza-. Yo… yo te acaricio con la mano y luego con la boca.
– Me gusta que me hagas eso.
– Lo sé.
Cleo aguantó la respiración al ver que Sadik aumentaba la velocidad. Dentro y fuera, una y otra vez, representando el acto amoroso que tendría lugar después.
– ¿Y cuándo pierdo yo el control? -preguntó él.
– Me obligas a detenerme -respondió Cleo, incapaz casi de terminar la frase-. Me agarras del pelo y me llevas la cabeza hacia atrás. Luego te sumerges en mí.
El Príncipe no se detuvo, pero ella vio cómo fruncía el ceño.
– Es una fantasía, Sadik.
– Yo nunca te tiraría del pelo.
A pesar de la tensión que sentía crecer en su interior, Cleo sonrió.
– No se trata de eso.
– Oh, sé muy bien de qué se trata.
Sadik dejó de acariciarla. Ella estuvo a punto de gritar en señal de protesta, pero antes de que pudiera decir una sola palabra él buscó la cremallera de sus pantalones. Se los bajó y se quitó la ropa interior. Su excitación quedó al aire. Había algo oscuro y animal en su mirada.
– Tu fantasía es que yo no puedo esperar – dijo apretándose contra ella-. Que te encuentro tan irresistible que me olvido de mí mismo y mando a la porra los buenos modales.
Sadik introdujo los dedos entre ellos. Mientras la cubría se movía sobre el punto más sensible de su cuerpo. La combinación resultaba insoportable por lo deliciosa.
– No puedo esperar -dijo mirándola a los ojos-. Voy a tomarte ahora mismo.
Cleo no estaba segura de si aquello tenía algo que ver con su fantasía o con el hecho de que escuchársela contar lo había excitado. Pero no le importaba. Ella misma estaba totalmente fuera de control. La combinación de sus dedos y de su fuerte erección dentro de ella era más de lo que podía soportar. La presión creció hasta que no hubo manera de evitar la explosión.
Las contracciones comenzaron poco a poco. Cleo arqueó la espalda y gritó su nombre. El orgasmo se apoderó de su cuerpo, creciendo más y más mientras Sadik entraba en ella una y otra vez. La pregunta de si Sadik sería capaz o no de contenerse había quedado completamente respondida. Le resultaba imposible. No podía hacerlo si la tocaba. Cleo se sentía completamente abierta, no sólo de cuerpo sino también de corazón. Cuando el Príncipe la hizo suya, la había hecho suya completamente, aunque estaba decidida a no hacérselo saber jamás.
Sadik se estremeció y luego se quedó muy quieto. Cleo lo sintió mientras buscaba su propio camino hacia el paraíso. Lo que no sabía era qué haría cuando él encontrara el camino de regreso.