Capítulo 3

SADIK escuchaba a medias mientras el ministro de economía de El Bahar le ponía al día sobre su propuesta de crear una fuerza aérea conjunta para los dos países. En circunstancias normales Sadik estaría calculando mentalmente el precio de dicha operación y haciendo docenas de preguntas.

Pero aquéllas no eran circunstancias normales.

No podía dejar de pensar en Cleo. Le había hechizado la mente del mismo modo que los fantasmas encantaban los castillos. Se movía, aparecía, desaparecía durante unos instantes y volvía a aparecer cuando menos lo esperaba.

La deseaba. El tiempo que habían permanecido separados no había servido para mitigar su pasión ni para olvidarla. Estaba más hermosa todavía de como la recordaba… y más tentadora. Su cuerpo lujurioso, sus ojos azules, su cabello rubio… No había una parte de ella que no deseara. Besarla había sido un error. Le había dado oportunidad de saborear el paraíso perdido y al que deseaba desesperadamente regresar.

Quería hacer el amor con ella. Quería explorar cada curva, cada rincón. Quería saborearla y acariciarla, volverla loca, obligarla a rendirse para poder volver a tomarla una y otra vez.

– ¿Está usted de acuerdo, Alteza?

Sadik miró fijamente al ministro, que estaba sentado delante de él. No tenía ni la menor idea de qué estaban hablando. Sintió una oleada de rabia. ¿Cómo se atrevía Cleo a invadir su mente y mantenerlo alejado de sus obligaciones? Amaba su trabajo con una pasión que no había sentido nunca por una mujer. No había motivo para que estuviera distraído. En su momento volvería a tener a Cleo. Mientras tanto se olvidaría de ella.

– Lo lamento, señor ministro -dijo con sequedad-. ¿Le importaría repetirme la pregunta?


Cleo se detuvo un instante a la entrada del salón de baile. Tenía el estómago sorprendentemente tranquilo teniendo en cuenta lo nerviosa que ella estaba. Casi doscientas personas bebían cócteles y charlaban. La suma de la ropa y las joyas que llevaban todos sería seguramente suficiente para acabar con la deuda exterior de un país pequeño. Cleo le echó un vistazo a su vestido nuevo, regalo de Zara. Su hermana había invitado a los dueños de un par de boutiques para que llevaran sus diseños y le había pedido a Cleo que escogiera un guardarropa nuevo.

Cuatro meses atrás era Zara la que se había sentido extraña aceptando la ropa que le regalaba su recién encontrado padre. Cleo había considerado entonces el tiempo que pasaron en Bahania como una aventura. Pero ahora comprendía y compartía el recelo de su hermana. ¿Acaso estar esperando un hijo de Sadik era lo que le provocaba la diferencia?

Mientras caminaba hacia la barra Cleo pensó que aquél era un pensamiento absurdo. Su vestido de noche azul con bordados se movía al andar. Los zapatos dorados de tacón alto le daban un par de centímetros más, pero lo que más le gustaba del conjunto era su aire suelto. Le realzaba las curvas sin marcárselas. Por el momento nadie se había percatado de su vientre abultado y quería que las cosas continuaran así.

– Una soda -dijo cuando el camarero alzó la vista.

Tomó el vaso que le ofreció y se giró para echarle un vistazo al salón. Así que aquélla era la «Beautiful People», pensó mientras le daba un sorbo a su bebida. Desde luego estaban fuera de su alcance.

– Me temo que cada vez que te veo estás más hermosa.

Aquella voz de terciopelo le provocó un escalofrío. No tenía que darse la vuelta para saber a quién pertenecía.

– Creía que los príncipes no le temían a nada -dijo mirando a la izquierda.

Sadik se había colocado a su lado. Estaba espectacular con aquel esmoquin negro. Le recordaba a la primera vez que lo vio. En aquella ocasión le bastó mirarlo para perder la mayor parte de su sentido común, por no decir un buen trozo de corazón.

Sadik le tomó la mano que tenía libre, se la llevó a los labios y la besó en los nudillos. Era un gesto de cortesía que pertenecía a otra época y a otro lugar. Pero maldito fuera aquel hombre. Funcionaba de todos modos. Cleo se derritió.

– ¿Y qué tal todo, Sadik? -preguntó decidida a actuar con completa normalidad-. ¿Cómo va la Bolsa?

– Bien.

No se molestó en preguntarle cuántos miles de millones de dólares había ganado aquel día. Cleo sabía que había triplicado la fortuna de la familia en menos de seis años. Teniendo en cuenta la inestabilidad económica mundial, aquello rozaba el milagro.

– ¿Estás contento con esta boda? -preguntó sin ocurrírsele otra cosa que decir.

– Mi nueva hermana parece feliz con la elección del novio. Y Rafe es un buen hombre. Creo que hacen buena pareja.

– Supongo que para ella será un alivio contar con tu bendición. Sé que eso le ha quitado el sueño muchas noches.

– Sigues desafiándome -aseguró él entornando los ojos-. ¿Por qué juegas a un juego que no puedes ganar?

– Ya no tengo ningún interés en jugar contigo. Y respecto a lo de ganar… No me resultó demasiado interesante la última vez que gané.

– El vencedor fui yo -aseguró Sadik.

Él también lo había sido, sin duda. La había seducido en un abrir y cerrar de ojos y la había dejado con ganas de más. Pero desde luego Cleo no pensaba admitirlo.

– Da igual. Lo cierto es que no me acuerdo.

Sadik le puso la mano en el hombro y comenzó a acariciarle un lado del cuello. Si hubiera sido un gato, habría empezado a ronronear.

– Tu boca miente, pero veo la verdad en tus ojos. La pasión que había entre nosotros sigue vigente. Tus intentos de resistirte sólo conseguirán aumentarla.

– Tú te las arreglaste para olvidarte de mí durante los cuatro meses que he estado fuera, Sadik. El hecho de que ahora me prestes atención significa simplemente que he aparecido en tu radar. Es una reacción muy poco excitante. Y además no me interesa.

Tenía muchas más cosas que decir, pero en ese momento le salvó la campana. Literalmente. El chef golpeó un gong para anunciar que la cena estaba servida. Cleo aprovechó la oportunidad para huir de Sadik antes de que pudiera atraparla.

¿Por qué le habría soltado todas aquellas cosas? Sería suficiente con que él tuviera una única neurona para que se diera cuenta de que estaba herida por haberla dejado marchar y no haber intentado ponerse en contacto con ella. Y por lo que Cleo sabía Sadik tenía bastantes más neuronas que la media. No quería que pensara que él le importaba. En realidad no quería que pensara en ella y punto. Ya ejercía sobre ella suficiente poder sexual como para que encima utilizara sus frágiles emociones en su contra.

Cleo entró en el comedor principal y tuvo un momento de pánico al pensar que tal vez los hubieran sentado juntos. Había muchas mesas largas repartidas por toda la estancia. Ella encontró su nombre en la lista y suspiró aliviada al llegar a su sitio. Tenía a un lado a Rafe, lo que significaba que Zara estaría cerca. A la izquierda había un hombre que no conocía, pero que resultó ser lo suficientemente amable como para saludarla y retirarle la silla para que se sentara.

Cleo se tomó un instante para mirar a su alrededor. Durante su primera estancia en palacio había inspeccionado varias de las habitaciones públicas. Aquel comedor en particular estaba destinado a las celebraciones familiares. Los tapices que engalanaban las paredes databan del siglo XV y mostraban las imágenes de los exploradores que se habían abierto paso hasta Bahania. Había una estatua de mármol en cada una de las cuatro esquinas. Al fondo de la estancia se levantaba la tarima que daba cabida a una pequeña orquesta. La luz provenía de varios candelabros de cristal.

Todo allí brillaba, sobre todo los vestidos de las señoras. Cleo alzó la cabeza. Tal vez Sadik no estuviera sentado a su lado, pero lo tenía enfrente. La mesa era lo suficientemente grande como para que no tuviera que cruzar palabra, pero eso no importaba. Le bastaba con saber que estaba allí. Y que la observaba. Cleo se giró deliberadamente a hablar con su compañero de mesa.

– ¿Y qué asuntos le traen por Bahania, caballero?

– Soy el embajador americano -respondió el hombre con gesto sorprendido.

Cleo sintió deseos de esconderse debajo de la mesa. Tenía las mejillas ardiendo.

– Lo siento, no lo sabía. Lo cierto es que no vivo en Bahania y…

– Tendría que haberme presentado -la interrumpió el embajador para atajar su incomodidad-. Di por hecho que su hermana, la princesa Zara, le habría hablado de mí.

– Lo cierto es que Zara y yo hemos hablado básicamente de la boda. Ya sabe, cosas de chicas.

– Tengo tres hijas, así que entiendo perfectamente a qué se refiere.

Mientras servían la cena Cleo charló amigablemente con Jonathan, que así se llamaba el embajador. Le explicó que su esposa había regresado momentáneamente a los Estados Unidos para matricular a su hija mayor en la universidad y visitar a la familia.

Durante toda la conversación Cleo hizo lo posible por ignorar la mirada fija de Sadik. El príncipe era lo suficientemente educado como para conversar con las dos mujeres que tenía a cada lado, pero Cleo apostaba a que apenas escuchaba lo que le decían. Estaba demasiado ocupado mirándola a ella.

Cuando retiraron los platos del postre los camareros trajeron bandejas con botellas abiertas de champán. Sirvieron el espumoso y el rey Hassan hizo un brindis por su hija.

Cleo se unió al aplauso y llegado el momento se llevó la copa a los labios con mucho cuidado de no beber el contenido. Sentía una amalgama de emociones contradictorias. Por un lado se sentía profundamente feliz por su hermana. Zara se merecía todo lo mejor. Pero la certeza de que las cosas entre ellas no volverían a ser iguales le provocaba un vacío interior.

El Rey dio por concluida la cena invitando a todo el mundo a bailar en la pista. Cleo se levantó de la silla y escuchó los primeros acordes de la música. Pero sentía el estómago súbitamente revuelto y lo único que quería era salir corriendo hacia su habitación. Pero la cazaron cuando estaba a punto de alcanzar la puerta.

– El embajador americano está felizmente casado.

– Punto número uno: deja de aparecer siempre sin previo aviso. Es muy molesto -aseguró Cleo girándose hacia Sadik-. Punto número dos: lo sé todo sobre la esposa de Jonathan y sus hijas. Hemos pasado un rato muy agradable charlando, así que no te atrevas a convertirlo en algo sucio.

Los ojos oscuros de Sadik tenían una expresión indescifrable. Apretó ligeramente la mandíbula. Cleo temió durante un instante que la agarrara y se la colgara del hombro. Una parte de ella estaba deseando caer en la cama con él, por muy alto que fuera el precio que tuviera que pagar. Afortunadamente Sadik se limitó a guiarla hacia la pista y tomarla entre sus brazos para bailar.

Se movieron en silencio. Cleo se relajó con el ritmo de la música. Tal vez fuera una locura, pero estar con Sadik era como volver a casa.

A pesar de la diferencia de altura bailaban bien juntos. Ella se anticipaba con facilidad a sus movimientos. El calor que emanaba el cuerpo del Príncipe la hacía sentirse segura.

«Segura», pensó con tristeza. Aquél era un concepto extraño. Al lado de Sadik podría experimentar muchas cosas, pero la seguridad no era desde luego una de ellas.

– Deberías buscarte una morena alta y delgada y dejarme a mí en paz -gruñó Cleo.

– Y tú deberías callarte. Estás estropeando nuestro momento juntos.

– ¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Compartir un momento?

– Sí. Y tú lo estás disfrutando. Además, la única mujer a la que deseo eres tú.

Aquellas palabras le entraron directamente en el corazón, deshaciendo los muros que protegían su sentido común. Cleo sabía que estaba hablando únicamente de sexo, pero no pudo evitar pensar… desear… esperar… algo más. Sadik la tenía sujeta lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo. Ella dio el medio paso adelante que faltaba para acurrucarse entre sus brazos. La única respuesta del Príncipe fue suspirar suavemente.

Cleo cerró los ojos para tratar de conjurar el dolor que le provocaba pensar en el pasado. Si se hubiera tratado sólo de sexo habría sacado fuerzas de flaqueza para resistirse. Pero Sadik y ella habían compartido mucho más. Después de una o dos horas, tras quedarse ambos satisfechos, habían hablado. Primero de asuntos intrascendentes, aunque más tarde habían compartido detalles de su pasado. Cleo lo había escuchado hablar de su infancia solitaria en un mundo de riqueza y privilegios, ignorado por sus padres y criado primero por una niñera y luego por un tutor. Ella le había contado cómo había transcurrido su vida con su madre y su hermana adoptiva.

Cleo creyó firmemente que había conseguido atravesar la coraza de la arrogancia y había llegado hasta el hombre que había debajo. Se convenció a sí misma de que era importante para él. Y se había equivocado en ambas cosas.

– Ven conmigo esta noche -le susurró Sadik al oído-. Podemos redescubrir juntos el paraíso.

Cleo estuvo a punto de caer en la tentación. Saber que él la deseaba le daba alas para dejarse llevar. Estar cerca de Sadik la hacía olvidar las cosas importantes. Se tomó unos segundos para tratar de convencerse de que no pasaba nada por ser débil, pero enseguida recordó lo que estaba en juego.

Hizo todo lo posible por parecer aburrida cuando levantó los ojos para mirarlo.

– Me siento muy halagada, pero será mejor que no. Eres un tipo estupendo, Sadik, de verdad, pero es que he conocido a alguien. Empezamos a salir juntos poco después de que yo regresara a Spokane.

– ¿Hay otro hombre en tu vida? -preguntó Sadik alzando las cejas -. ¿Cómo se llama?

A Cleo se le quedó la mente completamente en blanco. Tenía que pensar en un nombre. En cualquiera.

– Rick. Es fontanero -aseguró sin pestañear-. Es un hombre maravilloso. Fue amor a primera vista, en cuanto nos conocimos. De verdad. Allí, justo delante del fregadero de mi cocina – dijo abriendo mucho los ojos para dar sensación de sinceridad.

– Tu hermana no me ha mencionado nada de ningún Rick -murmuró el Príncipe con gesto de no parecer convencido.

– No le he contado nada. Zara está tan metida en el asunto de la boda y todo lo demás que no quería distraerla – aseguró Cleo tragando saliva.

No se le daba nada bien mentir. Tal vez tendría que haber practicado un poco más.

– ¿Y vas en serio con ese tal Rick?

– Eh… estamos prácticamente comprometidos.

Sadik inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Cleo sintió deseos de clavarle uno de sus afiladísimos tacones en la espinilla.

– No le veo la gracia -musitó entre dientes-. Tú me deseas. Existe la posibilidad de que haya otro hombre en el planeta al que le pase lo mismo.

Sadik dejó de reírse y la atrajo hacia sí con fuerza.

– No dudo de tus encantos, Cleo, sino de tu historia. Eres muy deseable y seguro que tendrás muchos admiradores, pero no has podido estar con ningún otro hombre después de mí.

Hablaba con tal exceso de confianza en sí mismo que ella sintió deseos de darle una bofetada.

– Estoy empezando a enfadarme -aseguró apartándose de él-. Tienes una opinión muy elevada de tu persona. Sinceramente, esta conversación me aburre.

Al menos estaban en el borde de la pista de baile, pensó Cleo agradecida mientras se marchaba. Sadik no la siguió, pero tampoco tenía que hacerse muchas cábalas sobre a dónde iría. Su única elección era su habitación. Por enésima vez aquel día, Cleo sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Como si no fuera suficiente con estar continuamente vomitando. Aquella situación era muy injusta.

Y lo peor de todo era que Sadik tenía razón. De ninguna manera hubiera podido estar con otro hombre después de estar con él.

Pero el Príncipe sólo quería llamar su atención como si se tratara de una especie de juego. Quería llevársela a la cama, no meterla en su vida. Cleo odiaba aquello. Pero tampoco quería pensar mucho en qué era lo que ella deseaba porque tenía el presentimiento de que la verdad la aterrorizaría. Desear la luna era dar el primer paso para que a una se le rompiera el corazón. El problema era que Cleo podía sentir como levantaba el zapato para dar aquel primer paso.

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