Capítulo 8

SADIK observó en los ojos de Cleo la batalla que estaba librando en su interior. Estaba al mismo tiempo agradecida y furiosa. Agradecida porque él hubiera acatado su pasado sin juzgarla y furiosa porque siguiera insistiendo en casarse con ella. En ocasiones las mujeres podían resultar de lo más fastidiosas y complicadas, pero otras veces eran de lo más simple.

– ¿Creías que ibas a asustarme con tanta facilidad? -preguntó acariciándole la palma de la mano.

Cleo tenía la piel suave y cálida. El simple hecho de tocarla lo excitaba. Sadik pensó en las largas y gloriosas noches de pasión que los esperaban cuando se casaran.

– No estás entendiendo nada -gruñó ella.

– Ilústrame entonces.

– ¡No estoy hecha para ser princesa! -gritó Cleo-. ¿Cómo puedes seguir queriendo casarte conmigo después de lo que te he contado? No tengo ni la educación ni el bagaje necesarios.

– No eres una yegua. No es necesario que presentes ningún pedigrí. Y la educación se demuestra en cómo te comportas, en lo que piensas y en lo que dices.

– Ya, seguro. Me metí en tu cama al instante. No es un comportamiento muy recomendable.

– Yo te seduje -aseguró Sadik con mucha calma.

– Maldita sea, Sadik, escúchame -le espetó ella soltándose de la mano-. Tú no me sedujiste. Antes hubo otros hombres. No llegué a ti como una virgen inocente. Cuando era adolescente tuve una vida sexual muy activa. Confundí el sexo con el amor porque estaba muy sola. Iba en busca de cariño y calor y sólo encontraba un billete de ida a ninguna parte. Lo descubrí hace algunos años y juré que no mantendría más relaciones sexuales hasta estar segura de sentir algo por mi pareja.

Lo que significaba que sentía algo por él. Sadik lo había sospechado, pero le gustaba confirmarlo. Y en cuanto a su pasado…

– Ya sabía que no eras virgen. Yo tampoco lo era. Y también tengo un pasado. Para demostrarte que el nuestro será un matrimonio feliz no juzgaré nada de tu vida anterior. Ahora que estamos juntos me serás fiel.

Cleo se giró para darle la espalda y se cubrió la cara con las manos.

– Eres imposible -murmuró-. No puedo soportarlo más.

Sadik rodeó la cama y le apartó las manos del rostro.

– Ya te he dicho que no voy a juzgarte por tu pasado. He escuchado la historia de tu infancia y lo único que has conseguido es que te admire. He descubierto que estás esperando un hijo mío y te he pedido en matrimonio. Dime qué es lo que estoy haciendo tan mal.

Cleo abrió la boca, pero no pudo hablar. Sadik la observó, satisfecho de haberla dejado por fin sin palabras. No tenía ningún argumento para contrarrestar los suyos, por lo tanto se casarían.

Lo cierto era que le molestaba que se hubiera resistido tanto. Todas las mujeres del mundo estarían orgullosas de haber sido elegidas como su prometida, y sin embargo, Cleo actuaba como si le hubiera pedido que se cortara el brazo.

– La vida en palacio no es tan dura -le recordó Sadik-. No echarás nada de menos. Tendrás cerca a tu hermana y te permitiré visitarla tanto como quieras.

El Príncipe vaciló un instante antes de continuar. No quería hacer tantas concesiones. De todas maneras, pensó, cuando naciera el niño, Cleo no estaría tan dispuesta a viajar hasta la Ciudad de los Ladrones.

– Podrás comprar en las tiendas más caras del mundo. Tendrás joyas impresionantes y serás la anfitriona de magníficas fiestas.

– ¿De verdad piensas que puedes comprarme? -preguntó Cleo alzando la cabeza y mirándolo fijamente.

Muchas mujeres podrían ser controladas con los privilegios de la riqueza, pero Sadik sospechaba que Cleo no era una de ellas.

– Serás princesa -le recordó-. Miembro de la familia real de Bahania.

– Siempre deseé formar parte de una familia -susurró ella casi para sus adentros-. Pero te olvidas de lo más importante -aseguró incorporándose.

– ¿De qué se trata?

– La fantasía de ser rica no cambia el hecho de que me casaría con un hombre al que no le importo. Haces esto por el bebé y no es así como yo pensaba iniciar mi vida matrimonial.

– ¿Qué quieres de mí? -preguntó Sadik genuinamente sorprendido.

– Quiero que me digas que no es sólo por el niño.

– Por supuesto que hay algo más. Si te encontrara repugnante seguiría pidiéndote que te casaras conmigo para que mi hijo no fuera un bastardo, pero me aseguraría de que comprendieras que se trataba de un acuerdo temporal. En un año o dos nos divorciaríamos.

Sadik echó los hombros hacia atrás. Ahora le tocaba a él el turno de enfadarse.

– No es eso lo que estoy sugiriendo. Te ofrezco un matrimonio de verdad con todos los compromisos que eso entraña.

– No me creo ni una palabra -aseguró ella mirándolo con sus ojos azules.

A Sadik le gustaban los desafíos. Se acercó un poco más e inclinó la cabeza para besarla en la boca.

– Puedo demostrártelo -murmuró súbitamente excitado, dispuesto a hacer el amor con ella.

Siempre ocurría lo mismo cuando estaban juntos, pensó para sus adentros.

Pero en lugar de responder apasionadamente Cleo le apretó con firmeza el hombro obligándolo a dar un paso atrás. Entonces salió de la cama y se encaminó al cuarto de baño.

– No me casaré con alguien que no me ama -anunció en voz alta.

Entró al baño y cerró de un portazo. Sadik escuchó el inconfundible sonido del pestillo.

El Príncipe miró alternativamente de la cama a la puerta. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué hablaba Cleo de amor? Sacudió la cabeza y salió del dormitorio.

– Mujeres -gruñó-. No vale la pena tomarse tantas molestias por ellas.


Cleo se pasó toda la mañana recorriendo arriba y abajo el salón de su suite. Imaginó que al menos aquello le vendría bien al bebé, aunque no se podía decir lo mismo de la preocupación.

Cada vez que recordaba lo que le había dicho a Sadik le entraban ganas de morirse se vergüenza. Al pensar en las últimas palabras que había pronunciado se le acaloraban las mejillas y le sudaban las manos. Peor todavía: Ni siquiera ella misma sabía lo que ocultaba su propio corazón hasta que dijo aquello.

«No me casaré con alguien que no me ama».

Aquella frase se le repetía una y otra vez en la cabeza. No había querido decir eso, ni siquiera había querido pensarlo, ni tampoco había querido que fuera cierto.

Sólo había una razón que explicara por qué le importaba tanto conseguir el afecto de Sadik. No era una cuestión de orgullo ni de búsqueda de la felicidad. Era una cuestión de corazón.

Lo amaba.

Cleo no era consciente de cuándo ni dónde había cometido la estupidez de enamorarse de alguien sentimentalmente inaccesible, un príncipe de sangre real que, por cierto, seguía enamorado de su novia fallecida.

¿En qué demonios había estado pensando? Cleo se detuvo en medio del salón y aspiró con fuerza el aire. No había pensado en nada. Se había dedicado a soñar y a desear, y había sido una estúpida.

Ahora estaba envuelta en una situación que no podía controlar. Lucharía contra aquella boda mientras pudiera, pero, ¿y si perdía la batalla? ¿Y si finalmente tuviera que casarse con Sadik? Pasaría el resto de su vida enamorada de alguien que no le correspondía. Era la peor de sus pesadillas hecha realidad.

Cleo se acercó hasta el sofá, se sentó, y cruzó los brazos sobre el pecho como si quisiera protegerse a sí misma. La única esperanza que brillaba en su horizonte era que Sadik era demasiado egocéntrico como para darse cuenta de lo que significaba aquella declaración. Probablemente pensaría que estaba demandando amor del modo en que lo haría una mujer egoísta. No se le ocurría pensar que ella misma ya estaba enamorada de él.

Era un consuelo pequeño, pensó, pero se agarraría a él porque era todo lo que tenía.

Alguien llamó a la puerta de su suite. Cleo estiró los hombros y se preparó mentalmente para otro altercado.

– Adelante -gritó.

Se abrió la puerta pero no era su aspirante a novio el que entró. En su lugar lo hizo una Sabrina muy confusa.

La hija pequeña del Rey estaba tan elegante como siempre vestida con unos pantalones negros y camisa blanca. Llevaba el pelo recogido en una coleta.

– Pensé que Kardal y tú regresabais hoy a casa -dijo Cleo poniéndose en pie.

Igual que la mayoría de los invitados a la boda, Sabrina y su marido habían pasado la noche en palacio.

– Kardal ya ha partido hacia la Ciudad de los Ladrones, pero yo me he quedado un poco más. Sadik vino a verme cuando estaba haciendo las maletas -explicó la joven bajando la vista hacia el vientre de Cleo.

Cleo sintió deseos de cubrirse. Parecía como si en la última semana hubiera doblado de peso. El vestido que llevaba puesto había sido suelto en su momento, pero ahora le apretaba el vientre, dejando todavía más en evidencia su condición. Nunca se hubiera vestido así fuera de la suite, pero como no esperaba visitas se lo había puesto aquella mañana nada más salir de la ducha.

– Supongo que esto lo dice todo -reconoció llevándose la mano al vientre.

Sabrina asintió con la cabeza.

– Cuando Sadik me contó lo de la boda tengo que reconocer que me quedé muy sorprendida. Sabía que había algo entre vosotros, pero no imaginé que fuera algo tan serio. Entonces, cuando mencionó al bebé caí en la cuenta de que…

– ¿Cómo?

Cleo sabía que interrumpir a una princesa sería considerado seguramente como una falta grave de educación, pero no fue capaz de contenerse.

– ¿Ha dicho que vamos a casarnos?

– Sí, por eso estoy aquí -aseguró Sabrina-. Para ayudarte con la boda. Sadik dice que tenemos que darnos prisa. ¿De cuánto estás? -preguntó mirando de nuevo el vientre de Cleo.

– De cinco meses -respondió rodeando el sofá para acercarse a la joven-. Mira: te agradezco que hayas venido, pero tengo que decirte que no va a haber ninguna boda. Ni ahora ni nunca. Así que si quieres volver a tu casa con tu marido te sugiero que lo hagas.

– Esto es peor de lo que yo pensaba -aseguró Sabrina sacudiendo la cabeza-. Sentémonos y empecemos desde el principio. Está claro que aquí hay algo más de lo que me ha contado Sadik -reflexionó tomando a Cleo del brazo y guiándola hacia el sofá.

– Seguro que sí -murmuró Cleo.

Al dejarse caer sobre los cojines Cleo se dio cuenta de que la sorpresa de Sabrina significaba que el Rey no le había contado a todo el mundo lo de su embarazo. Sólo a unos pocos escogidos: Zara y…

Cleo tragó saliva. Y Sadik, pensó sin respiración. Si el Rey se lo había contado a él tenía que ser por alguna buena razón. Lo que significaba que sabía quién era el padre de su hijo. Lo que significaba que la situación se complicaba todavía más.

– De acuerdo -dijo Sabrina sentándose a su lado-. Es obvio que Sadik y tú tuvisteis una relación cuando estuviste aquí cinco meses atrás. Si estás embarazada significa que entre vosotros saltaron chispas.

– Más que eso -reconoció Cleo-. Todavía saltan, pero ésa no es la cuestión. Mírame -dijo abriendo los brazos con las palmas hacia arriba-. Ni siquiera me acerco a la idea de una princesa. No conozco nada de vuestro país ni de vuestras costumbres. Soy un desastre para el protocolo. Tal vez Zara no supiera tampoco muchas cosas, pero ha resultado ser una excelente y maravillosa princesa. Yo en cambio soy una niña de la calle que a duras penas logró terminar el instituto. Créeme: no soy alguien a quien os gustaría tener en palacio.

– Estás siendo un poco dura contigo misma – aseguró Sabrina sonriendo -. Eres una mujer muy hermosa. Zara y yo nos hemos pasado horas y horas odiándote por tus curvas. También eres buena amiga y por lo que me han contado, una hermana estupenda. ¿Por qué no ibas a encajar aquí?

– Sadik y yo seríamos desgraciados juntos – aseguró Cleo intentando otra estrategia-. No tenemos nada en común.

– Tenéis lo suficiente como para concebir un hijo.

– La pasión desaparece.

– ¿Y qué me dices del amor? Eso dura.

– El no me ama -aseguró Cleo con tristeza.

Le agradeció a Sabrina que no le preguntara lo que era obvio, que ella sí lo amaba a él.

– Supongo que mi hermano no sabe en este momento lo que siente -aseguró la joven-. Las cosas cambian con el tiempo.

Cieo quería pensar que aquello era verdad. ¿Llegaría Sadik a amarla con el tiempo? ¿Era aquélla una esperanza suficiente como para construir sobre ella un matrimonio?

– Sencillamente, creo que no puedo casarme con él.

– Cleo, mi hermano me ha pedido que te ayude a organizar la boda -aseguró Sabrina con expresión seria-. Y lo haré encantada. Pero si no quieres casarte con él no te quedan muchas opciones. Estamos hablando del hijo de un miembro de la familia real.

– Estoy familiarizada con las leyes de Bahania – aseguró Cleo poniéndose tensa-. Pero también sé que se pueden hacer excepciones.

– Lo sé -respondió Sabrina recuperando la sonrisa-. Yo soy la prueba viviente de ello. Pero aunque mi padre estuvo de acuerdo con que yo me educara fuera del país no tienes ninguna garantía de que te permita llevarte lejos a su primer nieto. Yo que tú no contaría entre mis planes con marcharme.

– Lo sé -reconoció Cleo sintiendo que mirara donde mirara se sentía prisionera-. No puedo enfrentarme a esto ahora. Al final tal vez acabe casándome con Sadik contra mi voluntad, pero voy a luchar todo lo que pueda.

– Me parece bien -aseguró Sabrina dándole un abrazo antes de ponerse en pie-. Voy a regresar a casa. Cuando estés dispuesta a preparar la boda llámame. Lo dejaré todo y vendré.

Sabrina se dirigió hacia la puerta. Cuando abrió el picaporte se giró un instante para mirarla.

– Ya sé que no soy Zara, pero si necesitas hablar con alguien me encantaría que contaras conmigo.

– Te lo agradezco mucho. Gracias.

Sabrina se marchó. Cleo se tumbó en el sofá. Una de las ventajas de casarse con Sadik era que tanto Zara como Sabrina se convertirían en sus parientes legales. Serían sus cuñadas.

Aquello era suficiente para hacerla cambiar de parecer.


Poco después de las tres de la tarde de aquel mismo día Cleo recibió una llamada de teléfono diciéndole que la estaba esperando un representante de la embajada de EEUU.

No sabía qué significaba aquello, pero en lugar de discutir por teléfono con la secretaria se cambió rápidamente de ropa y encaminó sus pasos hacia la parte delantera de palacio.

Allí le indicaron una espaciosa sala de visitas con varios sofás de cuero colocados alrededor de una mesa de café.

Un hombre alto de unos cincuenta y tantos años la estaba esperando. Iba vestido con un traje de chaqueta azul marino y llevaba un maletín de piel de aspecto caro. Cuando la oyó entrar, se giró y le tendió la mano con una sonrisa.

– Señorita Wilson, soy Franklin Kudrow, agregado de la embajada de EEUU.

Cleo estaba cansada por haberse pasado la noche llorando. Le sonrió lo más sinceramente que pudo y luego le dijo lo que de verdad pensaba.

– El cargo impresiona, pero no tengo la más remota idea de quién es usted ni por qué está aquí.

– Claro. Por supuesto -respondió el hombre indicándole con un gesto los sofás.

Cleo tomó asiento en uno de ellos y el señor Kudrow hizo lo propio en el que estaba enfrente.

– ¿Le gustaría beber algo? -le preguntó al diplomático recordando que debía ser educada.

– No, gracias -respondió el hombre dejando el maletín en el suelo-. Señorita Wilson, yo…

– Cleo -lo interrumpió ella-. Llámeme simplemente Cleo.

El hombre asintió con la cabeza.

– Cleo, desde palacio nos han notificado su próxima boda con el príncipe Sadik.

El funcionario siguió hablando, pero Cleo había dejado de escucharlo. ¿Su boda con el príncipe Sadik?

Sintió cómo la rabia se apoderaba de ella. Como Sadik no podía convencerla con los métodos tradicionales iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para manipularla desde todos los frentes. Era un experto en manejarse entre los engañosos mercados financieros. Seguro que estaba convencido de que ella sería igual de fácil.

Cleo se dio cuenta de que el señor Kudrow estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no mirarla a la tripa. Su discreción sería con toda probabilidad una de las razones por las que había conseguido ingresar en el Departamento de Estado.

– ¿Quién le ha dicho que voy a casarme con Sadik?

El señor Kudrow pareció quedarse muy sorprendido por la interrupción. Se inclinó hacia delante y colocó el maletín sobre la mesa. Lo abrió y sacó un papel de su interior.

– Hemos recibido un comunicado de prensa.

Cleo agarró el papel y lo examinó. Allí, bajo el sello real de Bahania se anunciaba el próximo enlace del príncipe Sadik con Cleo Wilson, ciudadana americana.

No podía creérselo. ¿De verdad pensaba que actuando por detrás y haciendo público su compromiso conseguiría obligarla a casarse con él?

– Estamos muy contentos -dijo el señor Kudrow-. Su matrimonio con el Príncipe contribuirá a fomentar las relaciones de nuestro país con la familia real y desde luego nos beneficiará desde el punto de vista comercial. Tal vez podría usted mencionarle al rey Hassan la excelente calidad de los aviones de combate estadounidenses…

– Comprendo lo que quiere decir -aseguró Cleo poniéndose en pie y obligando al diplomático a hacer lo mismo-. Soy consciente de que mi matrimonio beneficiaría a mucha gente pero le voy a adelantar una primicia, señor Kudrow. No he aceptado la proposición del Príncipe, así que yo de usted no empezaría a encargar aviones todavía. Muchas gracias por la visita.

Cleo hizo un gesto de despedida con la cabeza, se dio la vuelta y salió de la habitación. Estaba furiosa. No, «furiosa» era una palabra que se quedaba corta para describir cómo se sentía. Estaba rabiosa. Si hubiera tenido un martillo en la mano se lo habría lanzado a Sadik a la cabeza. ¿Cómo se atrevía a manipularla de aquella manera?

Comenzó a andar en dirección al centro de palacio, decidida a enfrentarse con él y decirle a las claras lo que pensaba. Por desgracia Sadik estaba en la sección de negocios y Cleo nunca había estado allí.

Tras un par de intentos fallidos se encontró en medio de una docena de ordenadores y faxes. Imaginó que ya debería andar cerca. Se cruzó entonces con un asistente y le preguntó por el despacho del Príncipe.

Dos minutos más tarde lo tenía delante. Sadik estaba sentado en su escritorio mirando fijamente la pantalla del ordenador. Cuando Cleo entró ni siquiera tuvo la deferencia de mostrarse sorprendido. Se limitó a ponerse en pie y sonreír con satisfacción.

– Cleo, qué alegría que hayas venido a verme.

– No te atrevas a charlar conmigo como si no hubiera ocurrido nada -respondió ella entornando los ojos y colocando de un golpe el comunicado de prensa encima de su escritorio-. Tal vez para la familia real seas muy poderoso y muy rico, pero para mí no eres más que un perro mentiroso. ¿Qué significa esto?

– Creo que está muy claro -respondió Sadik ignorando sus insultos y mirando el papel.

– Sí, desde luego que lo está. Como no has conseguido que acepte por las buenas has pensado que me casaría contigo por las malas. Pues bien, no lo has conseguido. No vas a manipularme. No me importa que seas el príncipe Sadik. Soy una persona y tengo mis derechos.

Sadik le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento. Cleo no quería darle la satisfacción de aceptar, pero estaba tan enfadada que le temblaba todo el cuerpo. Sentía como si le fueran a fallar las piernas, y si se caía no daría la imagen de seguridad que buscaba.

Se dejó caer en un sillón de cuero. Él hizo lo propio en su silla y colocó las manos sobre el escritorio.

– Estás haciendo un mundo de esto -dijo con voz pausada-, ¿Para qué negar lo inevitable? Nos vamos a casar.

– No, no lo haremos. No quiero casarme contigo. No tengo ningún interés en…

Sadik la interrumpió negando con un movimiento de cabeza.

– Puedes protestar todo lo que quieras, pero no puedes escapar de la verdad. Estás esperando un hijo mío, Cleo. Un príncipe real. Tus únicas opciones son casarte conmigo o tener el niño y abandonar Bahania sin él.

– No puedes hacerme eso -respondió ella sintiendo de pronto cómo se le secaba la boca-. No eres un monstruo. No me apartarías de mi hijo.

Sadik se puso de pie y rodeó la mesa de su escritorio.

– No tengo intención de separarte de nuestro hijo -aseguró tomando asiento en la silla que estaba al lado de Cleo-. Ya te he dicho que quiero que nos casemos y formemos una familia. Eres tú la que se empeña en poner las cosas difíciles.

Cleo sintió que le dolía el pecho y le costaba trabajo respirar. No podía creer que aquello estuviera sucediendo.

Tenía que razonar con él, hacerle ver que lo que pretendía era una locura.

– Tú quieres actuar por conveniencia -le soltó sin poder evitarlo-. Quieres hacer lo que crees correcto, pero no quieres amarme.

Aquellas palabras se esparcieron por la habitación como si fueran niebla. Sadik se puso rígido unos instantes antes de reclinarse en la silla.

– ¿Crees que es necesario amar?

El Príncipe hizo aquella pregunta como por casualidad, pero Cleo hubiera podido jurar que había una nota de pánico en su voz. El corazón le dio un vuelco.

– Sí. No quiero una unión vacía.

– ¿No te basta con que te haya ofrecido el mundo?

Cleo no quería el mundo: lo quería a él. Sólo a él. Lo amaba, pero estaba claro que él no la correspondía.

– Sadik…

El Príncipe se puso en pie y caminó hacia la ventana. Una vez allí se colocó de espaldas a Cleo.

– Yo te hablaré del amor. Te diré que no aporta nada y que sólo sirve para provocar dolor.

Ella sabía que estaba equivocado, pero le resultaba imposible pronunciar palabra. Se hizo el silencio en la habitación. Entonces Sadik respiró con fuerza.

– Mi compromiso con Kamra estaba pactado. La vi unas cuantas veces y no puse ninguna objeción a aquella unión. Era atractiva y de buena familia. Su carácter tranquilo me daba paz. La habían educado para ser la esposa de un hombre importante y por tanto no conocía muy bien el mundo.

Aquellas palabras eran para Cleo como puñales que se le clavaban en el corazón. Ella no podía ser más distinta a aquella maravillosa Kamra. Pero dejó que Sadik siguiera hablando. Quería escuchar toda la historia.

– Como era tan joven y tan inexperta se acordó que nuestro compromiso durara un año. Durante aquellos meses pasamos mucho tiempo juntos. Llegué a admirarla y a tomarle cariño. A la larga me enamoré de ella.

Cleo sintió deseos de taparse los oídos y gritar para no seguir escuchando. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero luchó por contenerlas.

– Nos peleamos no recuerdo muy bien por qué -continuó Sadik metiéndose las manos en los bolsillos traseros del pantalón-. Faltaban apenas tres semanas para la boda y ella iba a ir a París con su madre. Tenían que hacer unas compras de última hora. Kamra se marchó llorando.

Sadik se detuvo unos instantes antes de continuar.

– Al cabo de un rato decidí ir detrás de ella. Llamé para retrasar el vuelo y me dirigí al aeropuerto en coche. De camino vi un accidente. Ya había llegado la ambulancia. Disminuí la velocidad y al pasar al lado reconocí el coche. Su madre se hizo sólo unas heridas leves, pero Kamra murió.

El Príncipe se giró para mirar a Cleo. Tenía los ojos brillantes y la boca apretada.

– Mi corazón murió en aquel instante con Kamra. Nunca volveré a amar.

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