Þóra caminaba en círculos por el aparcamiento en busca de una buena conexión para su móvil. Matthew la seguía extrañado.
– ¿Por qué no usas el teléfono de la habitación? -preguntó, tiritando para quitarse el frío. La mañana era bastante desapacible y Þóra no sabía muy bien si estaban en medio de un banco de niebla o simplemente había nubes bajas. Había intentado contactar con su hijo Gylfi la noche anterior sin conseguirlo, y quería comenzar el día sabiendo dónde estaban él y la caravana. El muchacho no tenía aún carné de conducir, aunque ya había hecho los cursos. Þóra estaba espantada pensando que podía haberles ocurrido algo. Los mensajes de su móvil habían eliminado de un plumazo el bienestar de que estaba disfrutando hasta entonces. Primero llegaron tres de Gylfi. En el primero, la informaba de su enfado al no poder irse a casa como habían acordado, en el segundo que se marchaba de casa de su padre, y el tercero decía solamente: Eye of the Tiger – me fui. A continuación, habían llegado varios mensajes de su ex, en los que explicaba que Gylfi era inaguantable e indisciplinado y que todo era culpa de ella. Þóra los borró. Gylfi era un estudiante bastante tranquilo y aplicado, y muy lejos de los defectos que le achacaba su padre. Pero era joven y a veces le resultaba difícil controlarse cuando se le obligaba a hacer algo que no le gustaba y, sobre todo, si tenía que asistir calladito a las espantosas canciones de su padre. Eye of the Tiger había sido, evidentemente, la gota que colmó el vaso. Þóra no recordaba que Gylfi se hubiera sentido nunca encantado de ir a casa de su padre. Fueran acompañados o no por la consola de juegos de Sóley y su Sing Star. Después del divorcio, Hannes había comenzado una relación con una mujer a la que le enloquecían los caballos, manía que él había empezado a compartir. Ni Gylfi ni Sóley compartían la afición, y además Gylfi les tenía miedo a los caballos, miedo que había mamado con la leche de su madre. Por eso, le fastidiaba siempre muchísimo ir con su padre, con la amenaza constante de un paseo a caballo en cualquier momento. Hannes era incapaz de comprenderlo, por mucho que Þóra se esforzó en explicárselo, y decía que «había que quitarle esa manía al chico».
Þóra suspiró y esperó respuesta. Estuvo pensando si llamar a los padres de la novia, en caso de que Gylfi no respondiese, pero no le apetecía nada. Evidentemente, Gylfi se la había llevado en su fuga con la caravana, porque a Þóra le había llegado también un mensaje de la madre de la chica, y lo último que quería era dar pie a sus explosiones de soberbia. Pero podía comprender perfectamente que la mujer estuviera furiosa, a ella misma no le habría hecho ninguna gracia si Sóley estuviera a punto de dar a luz a los dieciséis años, y anduviera en un todoterreno, con una caravana a remolque, en compañía de un novio poco mayor que ella. Agradeció que los padres de Sigga no supieran que Gylfi no tenía carné. Por fin respondieron, y la somnolienta voz de su hijo sonó al otro lado de la línea.
– ¿Sí?
– ¿Dónde estás? -bramó Þóra a pesar de que intentaba mantener la compostura.
– ¿Qué? ¿Yo? -preguntó Gylfi como un tonto.
– Sí, claro que tú. ¿Dónde estás?
Gylfi bostezó.
– En algún sitio cerca de Hveragerði, creo. Pasamos ayer por ahí.
Þóra echó sapos y culebras contra sí misma por no haberse aplicado más en viajar con sus hijos por el país. Sabía por experiencia propia que toda la región sur del país era, en la mente de su hijo, por Hvergarði, igual que toda la región norte era por Akureyri.
– ¿Estás en la caravana? -preguntó Þóra, que se apresuró a añadir-: ¿Y con quién estás?
– Ah, Sigga y yo-dijo Gylfi, que añadió arrastrando las palabras-: bueno, y Sóley.
– ¡Sóley! -gritó Þóra-. ¿Cómo se te ha podido pasar por la cabeza llevártela a ella? Ni siquiera tienes carné de conducir, y aunque lo tuvieras, mucho me temo que no estarías autorizado para llevar una caravana durante los primeros meses. ¿Cómo se te ocurre llevarte el coche con una novia embarazada y con tu hermana de seis años?
– Conducir no tiene ningún truco -respondió Gylfi con seguridad varonil-. Y para que lo sepas, Sóley está aquí porque se negó a decirme dónde guardas las llaves del todoterreno si no me la llevaba a ella también. Además, ya estaba más que harta de los alaridos de papá. La pobre ni siquiera podía jugar con su propia consola.
Þóra exhaló un profundo suspiro.
– Mira, Gylfi, cariño -dijo con toda la calma de que fue capaz-. No muevas la caravana ni un metro más. Esta tarde iré a buscaros. ¿Estáis en un camping?
– Ah, no -respondió Gylfi-. Creo que no. Estamos en un sitio en el que he parado.
– Comprendo -dijo Þóra. Cerró los ojos y sacudió la cabeza para quitarse de encima las ganas de chillar-. Entérate de dónde estás exactamente y dímelo. Envíame un SMS, porque la cobertura aquí es terrible. No sigas viaje. No querrás acabar herido en un accidente, tú o cualquier otra persona.
Una vez que Gylfi lo prometió, se despidieron. Þóra tenía que confiar en que la obedeciera. Por regla general, su hijo era obediente, pero si habían aparcado a un lado de la carretera o en lugar igual de inteligente acabarían por tener hambre o se verían obligados a desplazarse a algún sitio mejor. Se metió el móvil en el bolsillo y se volvió hacia Matthew.
– Repito lo que te dije anoche. No tengas hijos.
Þóra dio rápidos golpecitos en el borde de la mesa con la pluma que sostenía entre el pulgar y el índice.
– ¿Eso te ayuda a pensar? -preguntó Matthew-. Eso espero, al menos, porque yo no consigo hilar ni una sola idea hasta el final con ese golpeteo en los oídos.
Þóra dejó la pluma, se volvió hacia Matthew e hizo una mueca.
– Esto es importante. Estoy intentando mantener la concentración, pero mis hijos metidos en la caravana se me vienen una y otra vez a la cabeza. -Cerró los ojos y respiró hondo-. ¿Cómo se me pudo ocurrir comprar semejante monstruosidad?
– Porque en cuestiones de dinero eres tan previsora como un pececito dorado -dijo Matthew sonriéndole. Se encontraban en la habitación del hotel, Þóra a la mesa y Matthew sentado en la cama. Estaba apoyado contra la cabecera, disfrutando de la vida. Ella estaba sentada en una silla estilo new age elegida, sin ningún género de dudas, por su aspecto y no por su utilidad o su comodidad-. Ponte a escribir lo que ya sabes a ciencia cierta -le ordenó suavemente Matthew, acomodándose aún mejor-. Lo demás vendrá después.
Þóra empuñó la pluma y estuvo pensando un ratito. Se había empeñado en que Matthew y ella repasaran las circunstancias para preparar su reunión con Börkur y Elín, los hermanos que le habían vendido los terrenos a Jónas. Tenía la sensación de que no tendría ninguna otra oportunidad de interrogarlos a fondo, y quería tener las cosas bien claras.
– Vale -asintió, y empezó a escribir.
Cuando levantó la vista, había llenado tres hojas de tamaño DIN-4. Claro que había bastante espacio entre las líneas, así que no era un texto demasiado largo, pero había querido separar bien los detalles que recordaba. Se volvió hacia la cama, encantada consigo misma.
– Despierta -dijo en voz alta al comprobar que Matthew estaba echando una cabezadita.
Matthew se despertó con un respingo.
– Estaba despierto -dijo inmediatamente-. ¿Has acabado?
– Sí -afirmó Þóra, enarbolando sus papeles-. Por lo menos, de momento no recuerdo nada más.
– Cuéntame -pidió Matthew, adoptando una postura más erguida. Al dormirse había ido escurriéndose por la cabecera abajo.
– En primer lugar, están las apariciones del fantasma. He hablado con bastante gente y todos están de acuerdo en que el lugar está embrujado. Aunque la mayoría de la gente de la zona cree en esas cosas, me inclino a pensar que aquí está pasando algo, efectivamente…
Matthew la interrumpió.
– ¿Bromeas? -preguntó-. ¿Crees que la historia de los fantasmas tiene cabida en la realidad?
– No, claro que no-respondió Þóra molesta-. No me has dejado explicarme. Lo que iba a decir era que seguramente se trata de algo que tiene una explicación natural. Gran parte de los habitantes de la zona creen en lo sobrenatural y a lo mejor interpretan de esa forma algún fenómeno extraño: un fenómeno que seguramente se podría explicar de otra forma más racional. Creo que deberíamos intentar descubrirlo. Fantasmas en el jardín, gritos a medianoche, apariciones en las habitaciones.
– Pero fue precisamente en la de Jónas donde apareció el espíritu -dijo Matthew, para aportar más detalles-. Y aunque eso no afecte a lo principal, ¿cómo explicarías esos sucesos? -preguntó entonces-. ¿No será sencillamente cosa de extraterrestres?
– Ja, ja -se rió Þóra-. Lo que yo pensaba era que, a lo mejor, se trataba de Birna y Bergur haciendo el amor por ahí. La sexóloga dijo que practicaban el sexo duro. Quién sabe si soltaban unos gritos tremendos, y los fantasmas que se vieron fugazmente no eran más que ellos buscando lugares apropiados.
– Yo oí esos gritos, y no tenían nada que ver con relaciones sexuales de ningún tipo -dijo Matthew, ruborizándose un poco, porque sabía que Þóra estaba convencida de que habían sido simples imaginaciones suyas-. Además, cuando llegaron a mis oídos, Birna ya estaba muerta.
Þóra lo miró con gesto impenetrable.
– No sé qué decir, pero me permito dudar de que hayas oído nada. Más bien, sospecho que debes de haberlo soñado. -Vio que Matthew estaba a punto de poner algún reparo, y se apresuró a continuar-: Sea como fuere, estoy segura de que aparecerá alguna explicación plausible, y estoy decidida a encontrarla, porque es posible que tenga alguna relación con los crímenes.
– ¿No estarías arruinando al mismo tiempo el pleito de Jónas? Me refiero al del defecto oculto -preguntó Matthew-. Si explicas las apariciones, no habrá nada en lo que basar la reclamación de daños y perjuicios.
– No, naturalmente eso cambiaría todo de forma radical -respondió Þóra-. Pero, en cambio, creo que a Jónas, en realidad, lo que más le saca de quicio en este asunto es que el fantasma ejerce una influencia negativa sobre sus empleados, con las correspondientes consecuencias económicas. Si consigo explicar las apariciones y demostrar que en todo esto no hay nada sobrenatural, se habrá obtenido el resultado deseado. Los empleados recuperarán la tranquilidad y Jónas podrá dejar de preocuparse por las dimisiones y las exigencias de aumento de sueldo.
– Si te creen -señaló Matthew-. Aunque te escuchen, no está claro que te oigan.
Þóra dejó el papel que tenía en las manos, y agarró otro.
– No importa. Al menos, creo que eso lo clarificará todo. -Pasó los ojos por el texto y después levantó la vista-. Y lúego está el asesinato de Birna. En ese asunto hay una serie de cosas que tenemos que ver con más detalle.
– ¿Como qué? -preguntó Matthew-. ¿Ese peculiar cliente tuyo?
Þóra estuvo pensando si lanzarle a la cabeza el cenicero que había sobre la mesa, pero renunció a ello.
– Sí, desde luego. Entre otras cosas -respondió, conteniéndose-. Bien puede ser que esté más involucrado de lo que quiere reconocer. Por ejemplo, nunca me habló de su relación con Birna. No estaría nada mal saber algo más sobre sus relaciones y sobre su ruptura por culpa de una tercera persona.
– ¿Qué opinas sobre el mensaje que le enviaron a Birna desde el teléfono de Jónas? -preguntó Matthew-. ¿Crees que lo hicieron sin que él lo supiera?
Þóra se encogió de hombros.
– No lo sé, realmente no lo sé. Me cuesta mucho creer que Jónas haya asesinado a Birna, le enviase el mensaje o no. Naturalmente, no estará dispuesto a reconocer que ha sido él quien lo escribió, a la vista de lo sucedido. No tiene por qué haberse reunido con ella en ese lugar, aunque haya sido él quien le enviara el mensaje. Quizá sucedió algo que se lo impidió, sencillamente -reflexionó Þóra, que hizo una breve pausa-. De ser así, se podría pensar que Jónas mencionó ante el asesino la cita prevista, y que éste aprovechó la ocasión.
– ¿Quién pudo ser?
– Eso no lo sé, pero quizá pueda recordarlo Jónas -Þóra sacudió la cabeza-. No, qué va. No lo dirá a menos que se vea obligado a reconocer que fue él mismo quien envió el mensaje. No resultará nada fácil obligarle.
– La otra posibilidad es, naturalmente, que el asesino se apoderase del teléfono y enviara el mensaje como si fuera Jónas. Dijo que solía dejarse el móvil en la habitación -recordó Matthew-. Hubo bastantes personas que tuvieron ocasión de hacerlo. Huéspedes del hotel, empleados e incluso asistentes a la reunión espiritista. El problema de esta hipótesis es que la gente del hotel, al menos los que estaban en la reunión, no habrían tenido tiempo de ir hasta allá abajo andando o corriendo y matar a Birna. Es imposible si el crimen se produjo hacia las nueve, como indica la lista de mensajes.
– De acuerdo -dijo Þóra, volviendo a mirar su papel-. Pero también está el granjero, Bergur. Lo he puesto en la parte de abajo del papel, porque está implicado, no sólo por su relación con Birna sino también por ese hombre que encontraron muerto en sus caballerizas. -Miró a Matthew-. Me parece una casualidad muy extraña. Dos cadáveres en tres días, uno el de su amante, y el otro aparece en una de las dependencias de su granja. Me gustaría mucho conocer a ese hombre.
Matthew se limitó a levantar las cejas.
– ¿Has pensado en la mujer de Bergur? Ella tiene un motivo más que suficiente para querer librarse de Birna, ya que convirtió su matrimonio en una pura farsa.
Þóra asintió lentamente con la cabeza.
– Sí, sí que es verdad. Quizá deberíamos ir a visitarla. ¿Qué excusa podemos alegar?
– Podríamos ir con el pretexto de hacer una excursión a caballo -propuso Matthew sonriendo-. Supongo que estará encantada de prestar ese tipo de servicios.
Þóra devolvió la sonrisa.
– Eso podría funcionar si la mujer fuera ciega y tonta. Nadie creería que tú vas preparado para embadurnarte de estiércol. Lo mismo podrías ofrecerte a impartir clases de islandés. -Dirigió los ojos hacia los pantalones perfectamente planchados y la camisa blanca que Matthew llevaba puestos-. O tal vez podrías presentarte como misionero mormón. Ni siquiera tendrías que cambiarte de ropa.
Matthew hizo como si no oyera aquellas palabras.
– ¿Y decir la verdad, sencillamente? -prosiguió-. Reunirnos con ellos sobre esa base, aunque los dos por separado.
– ¿Y cuál es la verdad? ¿Que sospechamos de ella como culpable de un asesinato? -Þóra sacudió la cabeza-. No, gracias. Eso no sirve.
– La verdad tiene muchas caras -dijo Matthew-. Le dices simplemente que estás investigando las apariciones. Eso no es mentira.
Þóra meditó un instante.
– Pues es verdad. Además, es bastante posible que sepan algo sobre la historia de la granja y de la comarca. No es una idea tan disparatada.
– ¿Qué más has escrito? -preguntó Matthew-. ¿No habrás pensado solamente en esas tres personas?
Þóra leyó rápidamente el papel.
– No, qué va. El piragüista, Þröstur Laufeyjarson, me parece muy misterioso. -Miró a Matthew-. Tendremos que hablar con él.
Matthew se encogió de hombros.
– ¿Lo dices porque se escapó al vernos en la playa?
– Entre otras cosas, sí -respondió Þóra-. Y también los dos japoneses resultan un tanto extraños, pero seguramente son simples imaginaciones mías. -Bajó los ojos hacia el papel-. El camarero, Jökull, es también increíblemente negativo en lo tocante a Birna. -Deslizó la mirada por el texto-. Luego está el viejo político, Magnús. Está claro que oculta algo. Por ejemplo, ¿por qué no reconoció que preguntó por Birna al registrarse en el hotel?
– Estás bromeando -dijo Matthew-. Ese hombre es tan anciano que no sería capaz de matar ni a la planta de una maceta. Puede ser que tenga algo que ocultar, por qué no, pero yo no le veo enviando un SMS y luego bajando a gatas hasta la playa con la intención de matar a esa mujer. ¿Y por qué tienes la fijación de que se trata de un hombre? El asesino podría ser perfectamente una mujer.
– ¿Como quién? -preguntó Þóra-. ¿Vigdís, la de recepción? O la sexóloga beoda, Stefanía?
– Sí, precisamente -contestó Matthew-. O la mujer de Bergur, como señalé antes. Sólo estoy indicando que sabes demasiado poco para poder excluir a nadie.
Þóra suspiró.
– Lo sé. Lo siento. -Agarró la última de las hojas-. Y luego hay cosas que quizá no afecten para nada al asesinato de Birna pero que, sin embargo, merece la pena que las tengamos en cuenta.
– Suéltalas -dijo Matthew-. Esto empieza a resultar divertido.
– Deseo saber quién era Kristín -dijo Þóra-. Su nombre está en la agenda de Birna, de modo que es posible que tenga algo que ver con el crimen.
Matthew rió, pero se detuvo de inmediato al comprobar que Þóra le miraba con mala cara.
– Sigue.
– Otra cosa que quiero saber es dónde estaba el estudio de Birna. Estuve en su habitación del hotel, y aunque no soy arquitecta es evidente que no trabajaba allí, o si lo hacía era de forma muy limitada. Ni siquiera había ordenador, por ejemplo.
– ¿Le preguntaste a Jónas por ese detalle?
– Pues no. Sólo pensé en ello cuando estaba poniendo estas cosas por escrito. Pero lo haré, de eso puedes estar seguro. Y si alguien registró su habitación fue porque tenía que andar detrás de algo.
– En eso estoy de acuerdo -dijo Matthew-. Pero si su estudio está en Reikiavik, seguramente la policía lo habrá precintado.
– En realidad, estoy segura de que trabajaba en algún sitio aquí, a juzgar por algunas cosas que dijo Jónas, al menos -señaló Þóra, blandiendo la última hoja-. Y tengo más cosas -dijo mientras leía lo último que había anotado-: Me habría gustado saber dónde está enterrado Grímur. -Levantó la vista para mirar a Matthew-. Y me muero por saber qué le sucedió al joven de la silla de ruedas.
– Cielo santo -exclamó Matthew-. No empieces por ahí.
– Pues sí que lo haré, tengo que saberlo -dijo Þóra con determinación-. Aunque sólo sea porque el camarero se alteró terriblemente cuando mencioné al muchacho. Me pareció muy extraño. -Volvió a mirar el papel-. También tenemos que enterarnos de por qué le preguntó la policía a Jónas por zorros y alfileres y, naturalmente, lo que es ese R-E-R. Y también necesito saber dónde encaja, en todas estas cosas, el hombre muerto.
– Siempre es una ventaja saber lo que quieres -afirmó Matthew-. Algunos no llegan más que a eso.
Þóra no le escuchaba.
– También me gustaría saber un poco más sobre los nazis en Islandia -dijo mientras plegaba los papeles.
El suspiro de Matthew fue tan fuerte que Þóra tuvo la sensación de que le había dado un ataque de apendicitis.
– Nazis -repitió Matthew con cara de pocos amigos-. Tampoco podían faltar.
Þóra tuvo la sensación de haber retrocedido en el tiempo cincuenta años por lo menos. Estaba sentada en una sala repleta de muebles de madera barnizados.
– Digamos que Jónas está bastante disgustado por el hecho de que no mencionaran este asunto al realizar la compraventa -decía Þóra ligeramente recostada en el respaldo, haciendo crujir los muelles del viejo sofá. Era un armatoste, con asientos más profundos de lo habitual, de modo que cuando por fin consiguió encontrar el respaldo, se dio cuenta de que estaba estúpidamente echada hacia atrás, y se apresuró a incorporarse. Lo peor era que su estatura le habría permitido inclinarse hacia el respaldo del sofá sin que los pies se le quedaran colgando en el aire, pero ya importaba poco. Los dos hermanos, Börkur y Elín, la habían llamado aquella misma mañana para rogarle que fuera a su casa de Stykkishólmur. Þóra decidió aceptar en lugar de hacerles acudir al hotel. En realidad, acogió aquel cambio con satisfacción, pues estaba deseando salir del entorno del hotel, aunque sólo fuera para aclararse las ideas.
La alta casa era una de las más señoriales de la ciudad. Resultaba evidente que habían invertido en ella mucho dinero, y estaba bien conservada. Þóra pensó que probablemente se trataría de la casa del bisabuelo, el que se había enriquecido como armador de barcos de pesca y había conseguido sacarle todo el jugo posible a aquel negocio antes de la llegada de los tiempos de los arrastreros. Matthew se había quedado admirado por aquella casa de chapa de zinc. Estaba elegantemente pintada y el frontispicio, las paredes y los aleros, todos blancos, llamaban la atención. Había preferido quedarse fuera para que la conversación pudiera llevarse a cabo en islandés y para tener, además, ocasión de echar un vistazo a la ciudad. De modo que Þóra estaba sola, bajo la mirada escrutadora de Börkur y Elín, sentados frente a ella, con las manos sobre los imponentes brazos de sus sillones, en actitud autoritaria.
– Eso no son más que viejas habladurías. Jamás se me habría ocurrido pensar que tuvieran nada que ver con el presente. Sandeces. Es que no sé ni qué decir -exclamó secamente Börkur-. Y lo único que puedo pensar es si mencionarlo hubiera cambiado algo. -Prosiguió-: Ese hombre tenía unas ganas terribles de cerrar la compra. Ni siquiera mostró interés alguno por la licencia de pesca de salmón en el río, ni otras cosas que podían haberle sido útiles.
– Teniendo en cuenta la clase de actividad a la que se dedica, estoy segura de que a Jónas le habría parecido importante, de haberlo sabido -dijo Þóra con una sonrisa de cortesía-. Y mucho. Los salmones y otras cosas similares están en un segundo plano en este contexto, pero lo sobrenatural no.
Börkur resopló.
– ¿Y qué piensa hacer con esta estupidez? ¿Conseguir una rebaja en el precio de compra?
– Por ejemplo -respondió Þóra-. Esa sería una posibilidad.
– Jamás he oído una cosa semejante -dijo Börkur indignado-. ¿Deberíamos buscarnos un abogado? -Miró a su hermana, en cuyo rostro parecía haber una nube de tormenta.
Elín estaba sentada al lado de su hermano, sin hacer un solo gesto.
– Quizá debiéramos hablar del asunto un poco más. A ver si es posible encontrar alguna salida. -Se dirigió a Þóra-: ¿O no? ¿O a lo mejor Börkur tiene razón?
– Si yo pensara que la única solución es una rebaja o una compensación por daños y perjuicios, me habría limitado a enviarles una carta -respondió Þóra-. He venido para discutir el asunto y ver si podemos solucionarlo de alguna otra forma.
– Daños y perjuicios -refunfuñó Börkur-. Soy yo quien tendría que reclamar daños y perjuicios. Tendría que estar trabajando, en vez de estar aquí sentado hablando de estas estupideces.
– Venga, hombre -dijo su hermana Elín, molesta-. Tus empleados estarán contentos de librarse de ti durante un rato. A lo mejor hacen un fondo común para que no vuelvas.
El rostro de Börkur se puso rojo como la sangre, pero decidió no responder. En lugar de eso, volvió a dirigirse a Þóra.
– Tengo una propuesta -bramó-. Dígale a Jónas que nos reímos de esta estupidez suya y que todo el mundo hará lo mismo. Dudo mucho que haya un solo juez hoy en día que esté dispuesto a admitir un pleito por daños y perjuicios basado en apariciones fantasmales. -Jadeó durante un momento antes de continuar-: Tiene que ser bastante difícil encontrar abogados como usted, dispuestos a aceptar casos tan estúpidos como éste.
A Þóra no le hizo ninguna gracia que la consideraran una abogaducha de. tercera, pero decidió controlarse. Sabía por experiencia propia que quien pierde los estribos en una discusión, acaba derrotado.
– Naturalmente, ustedes son muy libres de decidir qué prefieren hacer -dijo imperturbable-. Pero me permito señalarles que a los jueces les pone muy nerviosos que la gente no haga un esfuerzo por solucionar sus asuntos antes de llegar hasta ellos. Los tribunales son el último recurso, no el primer escalón, para casos como éste.
Elín puso la mano sobre los dedos de su hermano, que apretaban con fuerza el tapete de la butaca.
– Entiendo -le dijo a Þóra sin mirar a su hermano-. Pero ¿de qué otra manera se puede solucionar? ¿Tiene usted alguna propuesta que hacernos al respecto? -Miró a su hermano y le sonrió con calma-. Estamos abiertos a todo.
– ¿Contratar un exorcista, quizá? -gruñó Börkur-. ¿No sería lo más práctico?
Þóra fingió no haberle oído, y se dirigió a Elín:
– Quizá una forma de empezar sería que me contasen, por ejemplo, si ustedes mismos vieron apariciones en el lugar.
– Sí, ¿por qué no? -respondió Elín, aflojando un poco la presión sobre los dedos de su hermano-. Porque a eso es muy fácil responder. Yo jamás he notado absolutamente nada extraño allí, aunque no haya vivido mucho tiempo en la casa. Nuestra madre creció en Kreppa con el abuelo Grímur. Nuestro tío abuelo Bjarni era el dueño de Kirkjustétt, donde se construyó el hotel, pero murió hace mucho. Si hubo historias asociadas a la propiedad, no hay muchas posibilidades de que nosotros llegáramos a oírlas.
– ¿Y usted? -preguntó Þóra a Börkur-. ¿Percibió alguna cosa u oyó hablar de algo relativo a apariciones en cualquiera de las granjas, o en la comarca?
Börkur sacudió la cabeza.
– Claro que no. Allí no hay nada que notar ni que oír. Yo no me pliego a hablar de semejantes estupideces. -Y añadió tormentoso-: Y además, yo he vivido allí menos aún que Elín.
Þóra se volvió de nuevo hacia la hermana.
– ¿Y cómo es posible que las granjas estén en tan buen estado de conservación? Yo no vi Kirkjustétt antes de que se construyera el hotel, pero estuvimos visitando Kreppa y puedo imaginar que la casa estará en un estado similar al que tenía Kirkjustétt.
– Sí, es cierto -respondió Elín con calma-. Nos ocupamos de que se atendiera al mantenimiento de las casas. -Movió en círculo una mano para llamar su atención al salón en el que se encontraban-. Esta casa pertenece a la familia desde que la construyó mi bisabuelo. La utilizamos como segunda residencia cuando venimos a la región. Es mucho más grande y no está tan aislada como las dos viejas granjas. Mi hermano y yo no visitamos este lugar con tanta frecuencia como para que resultara conveniente dividirla.
– Pero entonces, ¿por qué mantener las otras granjas? ¿No era un gasto superfluo? -preguntó Þóra.
– Bah-dijo Elín-. Para nuestra madre eran importantes cuando tenía salud y energía para ello. No quería deshacerse de nada, su intención era volverse al campo cuando envejeciera, y estaba empeñada en que todo siguiera como había estado siempre. Pero no pudo hacerlo, porque aquí no hay tantos servicios como en las ciudades para los ciudadanos de la tercera edad. -Levantó la cabeza con orgullo-. Pese a todo, conservamos las casas incluso después que nuestra madre enfermase, porque se nos ocurrió la idea de que, con el tiempo, los hijos de Börkur y los míos tuvieran cada uno su granja. Aunque mi hermano y yo no hemos tenido problema para compartir la casa, pensamos que tal vez más adelante nuestros hijos desearían poder venir aquí con sus familias.
– ¿Y por qué las vendieron, entonces? -preguntó Þóra-. Conservaron las granjas durante decenios para sus hijos, pero cuando éstos se hicieron adultos, decidieron deshacerse de ellas. -Añadió, para explicarse-: He conocido a su hija Bertha, y calculo que el resto de sus hijos tendrán edades similares.
Elín sonrió de forma calculada.
– Sí, así son las cosas. Yo sólo tengo una hija, pero Börkur tiene dos hijos. Ninguno de los dos ha mostrado interés alguno por Snæfellsnes, de modo que es inútil seguir conservándolo todo.
– Pero ¿y su hija Bertha? -preguntó Þóra-. La conocí aquí y he creído entender que viene bastante por la región.
En el rostro de Elín volvió a dibujarse la misma sonrisa fría.
– Bertha viene mucho por aquí, tiene razón. Pero Börkur y yo hemos acordado que yo le compraré su parte de esta casa, y no es necesario que mi hija y yo tengamos dos residencias en la comarca. En realidad, ya nos estamos deshaciendo de algunas cosillas.
– ¿Así que tienen más tierras en la península? -preguntó Þóra.
– Sí -respondió Börkur, muy satisfecho-. Sí que las tenemos.
Þóra frunció el entrecejo.
– ¿Pero entonces por qué le vendieron a Jónas sólo una parte? -preguntó extrañada. Siempre había pensado que lo último que se vende es lo que tiene valor sentimental para la familia.
– Jónas estaba buscando tierras con antiguas edificaciones -respondió Börkur, tan enfadado como antes-. Se quedó entusiasmado con esos terrenos en cuanto supo que no había una, sino dos granjas.
– Nos hizo una oferta muy buena, como sabe usted perfectamente -añadió Elín-. Había llegado el momento de tomar una decisión definitiva, y el resultado fue el que todos conocemos.
Þóra meditó si debía indagar más sobre las circunstancias de fondo de la venta. Todo aquello le resultaba bastante inverosímil, y su impresión se vio reforzada por la frialdad con que Elín le respondía. Por miedo a que la mujer se molestara por tantas preguntas sobre el mismo asunto, Þóra decidió cambiar de tema.
– ¿Conocen bien la historia de las dos granjas?
– ¿Bien? -exclamó Elín con tono de sorpresa-. Naturalmente que la conocemos, pero, por desgracia, yo soy pésima en genealogía e historia. -Levantó las manos y volvió las palmas hacia Börkur-. Y lo mismo puede decirse de mi hermano.
Börkur se limitó a erguirse y carraspear.
– Siempre he pensado dedicarme más a fondo a esos asuntos, pero estoy tan ocupado que nunca encuentro el tiempo para hacerlo.
– Pero tienen que haber oído historias a lo largo de los años; de su madre, por ejemplo -indagó Þóra-. ¿No recordarán algo concerniente a las granjas?
– Nuestra madre no hablaba mucho de su vida aquí -respondió Elín-. Se trasladó a Reikiavik con el abuelo cuando era todavía muy joven. -Elín bajó la vista hacia su regazo-. Su vida no fue precisamente un camino de rosas. La abuela Kristrún se murió cuando ella no era más que un bebé, y tenemos entendido que el abuelo Grímur no fue un padre, digamos, modélico. Tuvo que bregar con muchos problemas, nunca volvió a ser el mismo tras la muerte de la abuela. -Elín levantó los ojos y miró de nuevo a Þóra a la cara-. Pero, por desgracia, no le recuerdo, de modo que no puedo juzgar si era o no una mala persona.
Þóra torció el gesto.
– ¿Por qué habla así de él? ¿Le hizo algo malo a su madre?
– A su manera, sí -contestó Elín-. Se suicidó. Mamá tenía sólo diecinueve años, y lo único que sé es que nunca dejaría que un hijo mío descubriera que he muerto de esa forma. En mi opinión, no fue un buen padre, a pesar de todo lo demás que se pueda decir de él.
– No seas así -intervino bruscamente Börkur-. Sabes perfectamente que el buen hombre estaba enfermo. No puedes pretender que un hombre psicológicamente hundido vaya a cumplir hasta la última norma moral de la sociedad. Eso son puros y simples prejuicios, nada más.
Elín le miró con enfado, pero no le respondió. Se volvió hacia Þóra.
– Naturalmente, mi hermano ve las cosas de forma diferente. Yo quiero tanto a mi madre que no puedo evitar la ira al pensar en el daño que le hizo. -Echó un vistazo a su alrededor-. Estoy segura de que mamá tenía un enorme aprecio a las tierras de la península, pues mientras vivió aquí todo iba a pedir de boca. Pero, cuando se trasladaron a la capital, el abuelo enfermó. Ella quiso conservar en la memoria sus recuerdos de una infancia llena de felicidad.
– Comprendo -dijo Þóra-. Sería difícil. -Dirigió una sonrisa de simpatía a los dos hermanos, y continuó-: Estuve viendo la lápida de su abuela en el cementerio próximo al hotel, y su abuelo Grímur no parece estar enterrado a su lado. Si me permiten la pregunta, ¿a qué se debe?
Los labios de Elín se apretaron un poco.
– Mamá siempre dijo que había tomado esa decisión tras su muerte. Él nunca expresó deseo alguno sobre el lugar dónde quería ser sepultado, y ella tampoco tenía el menor deseo de que lo enterraran en la región. Yo diría que prefirió tenerlo cerca de ella, y por entonces vivían en Reikiavik.
Þóra pensó que era una explicación extraña. Se acomodó en el sofá.
– Y díganme, ¿saben algo sobre la historia de su tío abuelo Bjarni, que vivió originalmente en Kirkjustétt?
– Murió joven, de tuberculosis -respondió Börkur, contento de ser el primero en responder-. Perdió a su mujer también joven, de modo que la historia de los dos hermanos no deja de ser parecida.
– Ella también murió -dijo Þóra-… me refiero a su hija Guðný. De tuberculosis, ¿no?
– Sí. -Elín se apresuró a intervenir. A juzgar por su gesto, no le gustaba nada que su hermano le quitara la palabra-. Los dos enfermaron y se negaron a ir a la capital a recibir tratamiento al hospital. A saber si aquello hubiera podido cambiar las cosas. No sé prácticamente nada sobre la tuberculosis. Sé que nuestro abuelo les estuvo tratando lo mejor que pudo, porque era médico. Pero, desgraciadamente, no sirvió de nada.
Þóra se inclinó un poco hacia delante.
– Sé que les parecerá una pregunta muy incómoda, pero tengo que hacerla, de todos modos. -Hizo una breve pausa. Los hermanos se quedaron inmóviles, tensos-. He oído hablar de que en la granja hubo prácticas incestuosas, que Bjarni abusaba de su hija. ¿Puede ser cierto eso?
– No -replicó Elín con voz dura-. Todavía siguen con esa cuestión. Es una demostración de lo poco que había que hacer aquí en aquellos tiempos. La gente no tenía otra ocupación que inventarse chismes sobre las personas respetables que ya habían muerto y no podían defenderse de las habladurías. -Elín calló, con el rostro púrpura. Evidentemente, no era la primera vez que oía aquello.
– ¿Cómo puede estar tan segura? -preguntó Þóra con toda la cautela que pudo-. Quizá su madre no hablaba de ello por lo joven que era ella en aquella época y, como usted misma dijo, usted no conoció a su abuelo, de modo que difícilmente se lo habría podido contar él.
Elín miró fijamente a Þóra, con furia en los ojos.
– Oí a mi madre rechazar esa historia con tal determinación, que no me cabe la más mínima duda de que es un puro y simple infundio. -Apretó los labios-. Pero no veo el objeto de esta conversación. Si no tiene usted nada más inteligente que preguntarnos, creo que deberíamos concluir esta entrevista ahora mismo.
– Le pido mil disculpas -dijo Þóra, compungida-. No necesito seguir hablando de estas cosas. -Intentó desesperadamente sacar a colación cualquier otra cosa para evitar que la echaran sin más-. ¿Saben ustedes si los hermanos tuvieron algún desencuentro? -preguntó a toda prisa-. Tengo entendido que estuvieron años sin hablarse.
Elín estaba aún demasiado enfadada para responder, así que quien lo hizo fue Börkur.
– Fue cosa de sus esposas. Chocaron entre ellas y arrastraron a los dos hermanos. Creo que nadie sabe exactamente cuál fue el motivo de la disputa entre la abuela y su cuñada, pero fue suficientemente serio como para que no pudieran solucionarlo entre los hermanos, incluso después de la muerte de las dos mujeres. La familia es conocida por su intransigencia y su afán de venganza.
Elín intervino.
– Mamá me dijo que la abuela Kristrún perdió un niño, y que en su desesperación le echó la culpa de haberle matado a su cuñada Aðalheiður. Semejante acusación carecía del más mínimo fundamento, el niño enfermó y murió, ya está, pero el estado psíquico de la abuela empezaba ya a ser delicado en aquel entonces. Bjarni, el hermano del abuelo, se sintió enormemente ofendido al ver a su mujer acusada de semejante atrocidad, y tuvieron los dos un enfrentamiento tremendo, aunque creo que se habían reconciliado cuando murió Bjarni, pues tengo entendido que el abuelo se portó muy bien con él, y lo atendió durante su enfermedad, en una época en que nadie se atrevía a acercarse por miedo al contagio.
Þóra asintió.
– ¿Saben si hubo un incendio en alguna de las granjas? -preguntó; ante sus ojos veía el dibujo de una casa en llamas que habían encontrado en la mesa de la habitación infantil de Kreppa.
– ¿Un incendio? -dijeron los hermanos a coro. Elín sacudió la cabeza-. No, jamás he oído nada al respecto. Las granjas son las originales.
Þóra asintió.
– ¿Y les suena el nombre de Kristín en relación con las granjas?
– No había ninguna Kristín, que yo recuerde -dijo Börkur sin alterarse lo más mínimo con la pregunta-. Pero tiene que haber existido alguna Kristín en el vecindario. Sólo que no recuerdo haberla oído mencionar nunca. -Elín se contentó con sacudir la cabeza.
Þóra se esforzó todo cuanto pudo en la formulación de la siguiente pregunta, que preveía que sería la última.
– ¿Saben si alguno de los dos hermanos, o los dos, fueron miembros del Partido Nacional durante los años de la guerra?
– ¿El Partido Nacional? -repitió Börkur con el rostro enrojecido-. ¿Se refiere a los nazis?
– Sí -dijo Þóra.
– Esto ya es demasiado -dijo Elín, que golpeó las manos contra los brazos del sillón y se puso en pie-. Me niego a seguir perdiendo el tiempo con estas imbecilidades.
Þóra se levantó también.
– Para hablar de otra cosa, finalmente, supongo que habrán oído hablar de la mujer que asesinaron allí cerca justo antes del fin de semana. Ahora se ha cometido otro crimen. Todo parece indicar que ayer por la tarde. ¿Estaban ustedes de camino hacia aquí la noche en cuestión?
En el fondo, los dos hermanos eran exactamente iguales. El gesto de ira que se dibujó en ambos rostros casi al mismo tiempo puso de relieve su enorme parecido.
– La única respuesta educada que se me ocurre a esa pregunta tan ambigua es «no»: ninguno de nosotros tiene nada que ver con esos crímenes. Es mejor que se marche -dijo Elín con sequedad-. Fantasmas, incesto, nazis y asesinatos. No aguanto más majaderías.
Matthew se encontraba esperando en la calle delante de la casa, apoyado confortablemente sobre una farola, pero se enderezó cuando Þóra apareció en la puerta. Oyó un sonoro portazo cuando llegó a la escalera de la calle, lo que provocó que una amplia sonrisa se dibujara en los labios del alemán.
– ¿Preguntaste por el muchacho quemado? -dijo mientras caminaba hacia ella.
– No -contestó Þóra decepcionada-. Desgraciadamente no me dio tiempo.
La sonrisa de Matthew se hizo aún más amplia.
– No importa -dijo-. Ven. Tengo que enseñarte una cosa.
– ¿Qué es eso? -preguntó Þóra, dándose media vuelta delante del pequeño escaparate de la tienda. No le resultaba fácil comprender la sincera alegría de Matthew al enseñarle aquellos cachivaches dispuestos sobre las polvorientas y blancas estanterías de madera del escaparate-. Un montón de tazas viejas, ¿y qué?
– Mira -dijo él decepcionado, señalando un objeto pequeño que estaba entre la figurita de una perdiz nival y un florero con una Rósa pintada.
Þóra se acercó más al escaparate y pudo ver que se trataba de una medalla de plata con un casco y dos espadas. Por el lugar de la estantería en que se encontraba, Þóra apenas podía verla sin ponerse de puntillas.
– ¿Qué es eso? -preguntó.
– Es una condecoración alemana de la Segunda Guerra Mundial -explicó Matthew satisfecho de sí.
– ¿Y? -preguntó Þóra-. ¿Quieres comprarla?
Matthew se echó a reír.
– En realidad, no -dijo, señalando la puerta de la tienda-. Pero he visto pasar al vendedor y parece más viejo que los trastos que vende. Se me ocurrió que podríamos entrar y preguntarle sobre los nazis de Snæfellsnes. Seguramente él sabrá algo de cualquier cosa que le preguntemos. Esa condecoración nos proporcionará una excusa estupenda para hablar con él.
– Ajá -exclamó Þóra-. Ya voy comprendiendo.
Al entrar en la tienda, les recibió un sonoro timbrazo, procedente de una campanilla que había en la puerta. Þóra no comprendió para qué hacía falta un timbre, pues la tienda era tan pequeña que difícilmente pasaría desapercibida cualquier persona que entrara. No había un palmo de espacio que no estuviese repleto de cosas, con lo que el lugar parecía más pequeño todavía. Las atiborradas estanterías que cubrían todas las paredes casi llegaban al techo. Había una escalera apoyada sobre una de ellas. Los objetos estaban llenos de polvo, lo que no indicaba precisamente que el negocio fuera viento en popa. En la parte interior de la tienda estaba un anciano canoso detrás de una mesa igual de vieja, sobre la que se apoyaba una caja registradora tan antigua que Þóra dudó que cumpliera las normas del Ministerio de Hacienda. Después de echar un vistazo, se fueron aproximando al mostrador, pasando por el medio de toda clase de mueblecitos viejos que estaban amontonados por el suelo para aprovechar al máximo el reducido espacio.
– Buenos días -saludó Þóra, sonriendo al vendedor, cuando llegaron por fin hasta el mostrador sin romper nada milagrosamente.
– Buenas -respondió tranquilo el hombre, sin sonreír-. ¿En qué puedo ayudarles?
– Este amigo mío es de Alemania, y ha visto en el escaparate una insignia que le ha llamado la atención -respondió Þóra-. ¿Podríamos echarle un vistazo?
El anciano asintió y fue hasta el escaparate, abriéndose paso entre los trastos.
– Sí, esto lleva aquí mucho tiempo, se lo aseguro -dijo mientras alargaba un brazo para coger el objeto-. En realidad es una condecoración, no una insignia. -Se dio la vuelta con la plaquita de plata en la mano y la puso sobre el mostrador-. Una condecoración que se concedía a los heridos.
– Ah -exclamó Þóra levantando el objeto. La condecoración, como había podido ver, tenía grabado un casco y dos espadas, pero ahora se daba cuenta de que en el casco había una cruz gamada. La medalla estaba orlada con hojas de laurel-. ¿Así que se la concedían a los soldados que resultaban heridos en la guerra? Pues habrá muchas en circulación, supongo.
El anciano puso un gesto de reproche y Þóra se arrepintió de haberlo dicho. Sin duda, el hombre pensaría que estaba regateando. Le quitó la medalla.
– Sí que se concedieron muchas, es cierto. En el momento álgido de la guerra empezaron a honrar también a civiles heridos en los bombardeos. Pero ésta es especial, porque es de plata. De acuerdo con la gravedad de las heridas, había tres clases. Normal, plata y oro. La normal se solía conceder por heridas en el campo de batalla. Era la más corriente.
– ¿Qué clase de herida había que tener para conseguir la de plata? -preguntó Þóra.
– Había diversas heridas que proporcionaban la condecoración en plata, por ejemplo la pérdida de algún miembro. También por daños cerebrales leves. -El hombre levantó la medalla e hizo que la luz del sol cayera sobre ella-. Esta condecoración no es de las que más codiciaba la gente, se lo aseguro.
– ¿Y la de oro, entonces? -añadió Þóra-. Creo que prefiero no saber lo que había que sufrir para ganarse una de oro. -Sonrió al anciano-. Mi amigo está muy interesado en comprarla. -Señaló a Matthew con el dedo-. ¿Sabe algo sobre su origen?
El anciano sonrió.
– Desgraciadamente, no. La conseguí hace varios decenios con otras pertenencias procedentes del legado de un difunto. No iba acompañada de historia alguna sobre cómo llegó a él.
– Pensaba que quizá pudiera haber pertenecido a algún islandés -dijo Þóra-. Eso la haría aún más interesante.
– No tengo ni idea -explicó el anciano-. Puede ser, pero lo pongo en duda. Creo que sólo la recibían los alemanes, al menos si se trataba de civiles.
– ¿No hubo islandeses que lucharon junto a los alemanes? A lo mejor esta medalla se la dieron a uno de ellos -señaló Þóra, confiada en que aquello le diera pie a hablar de los nazis de Snæfellsnes.
– Creo que fueron muy, muy pocos. Un puñado de locos fue a la guerra junto a los alemanes en Noruega, e incluso en Dinamarca, pero creo que ninguno de ellos puso jamás un pie en el campo de batalla. -El hombre dejó la insignia sobre el mostrador-. No fueron héroes precisamente los que hicieron esas grandes hazañas en este país. Unos tontos de cuidado. Creo que les atraía sobre todo el uniforme.
– ¿Ah, sí? -dijo Þóra-. Tengo que reconocer que no sé prácticamente nada sobre lo que pasó en Islandia. ¿Acaso hubo un movimiento nazi en este país?
– Sí, sí que lo hubo -informó el anciano-. Eran los nacionales, sobre todo chicos jóvenes que se divertían desfilando con banderas y pegándose con los socialistas. Creo que estaban movidos, mucho más que por algún ideal, por puros sentimientos infantiles.
– ¿Ese movimiento estuvo extendido por aquí, en Snæfellsnes? -preguntó con cara de inocente.
El anciano se rascó la cabeza. Þóra se percató de que tenía el pelo bastante espeso para un hombre de su edad, aunque ya estuviera todo canoso.
– Afortunadamente, aquella locura nunca se asentó con fuerza en esta zona -dijo, mirando a Þóra con unos ojos incoloros y acuosos-. Hubo un hombre aquí, al sur de la península, que se impuso la misión de hacer proselitismo y reunir gente, pero enfermó antes de conseguir nada. Los jóvenes de esta región con los que intentó formar un grupo de nacionales perdieron el interés enseguida, en cuanto él dejó de intervenir directamente. Nunca se llegó a nada.
Þóra sintió ganas de gritar hurra, pero se contentó con decir, con tono de indiferencia:
– Sí, tiene razón. ¿No sería quizá Grímur Pórólfsson, granjero de Kreppa? -dijo, cruzando los dedos con la esperanza de acertar. Aquello explicaría los objetos nazis de la caja, si el individuo en cuestión había sido el abuelo de Börkur y Elín.
El anciano entornó los ojos y miró dubitativo a Þóra.
– Yo creía que usted no sabía nada de esto -dijo-. A la vista de lo que sabe, me parece que estoy haciendo el tonto.
– Bueno, sólo sé algo sobre esa familia -se apresuró a responder Þóra-. No sé nada sobre el movimiento nacional. -Se volvió hacia Matthew y le guiñó un ojo en tono cómplice que el hombre no vio-. ¿Bueno, qué, compramos la insignia?
– Condecoración. -La corrigió, sacando su cartera con reticencia-. ¿Cuánto cuesta?
El vendedor mencionó una cantidad que, a juzgar por el gesto de Matthew, no era ninguna ganga. Pero pagó sin decir nada y se dio la vuelta hacia Þóra mientras el hombre empaquetaba la condecoración, y le preguntó:
– ¿Cuándo es tu cumpleaños? Tengo un regalo para ti.
Þóra le sacó la lengua y se volvió entonces hacia el hombre para recoger la medalla empaquetada.
– Muchas gracias -dijo, y se dirigieron a la salida por una escalera que crujió bajo su peso. Cuando llegaron a la puerta, Þóra se volvió, decidida a hacer un último intento de sacarle el nombre del campesino. Pero no tuvo ni que abrir la boca.
El anciano seguía en su lugar, detrás del mostrador, sobre el que tenía apoyadas las manos. Miró fijamente a Þóra, con gesto impenetrable, pero habló antes de que surgiera la pregunta.
– Bjarni -dijo el anciano en voz alta y clara-. El hermano de Grímur. Bjarni Pórólfsson, que vivía en Kirkjustétt.
– No hay duda de que Bjarni fue un tipo simpatiquísimo -dijo Matthew, dejando la medalla sobre la mesa que les separaba-. Abusa de su hija y difunde el nazismo. -Dio la vuelta a la medalla para que el casco y las espadas apuntaran en dirección contraria a Þóra-. Creo que estarás realmente guapa con esto al cuello.
Þóra empujó la medalla a un lado.
– ¿Estás loco? -preguntó-. Nunca me pondría eso. Es un objeto maldito. Podría hacer creer que he sufrido daños cerebrales leves. -Agitó las manos hacia el plato que estaba delante de Matthew-. Come, no suelo invitar nunca a nadie. -Estaban en un pequeño restaurante, al que Þóra había invitado a Matthew como compensación por el dinero gastado en la compra-. Esto es por la medalla, recuerda.
Llenó de pasta su tenedor y se lo metió en la boca. Después de tragar, levantó la vista y dijo:
– Pues sigo sin tener clara la relación de todo esto con Birna. En realidad, estoy igual que antes.
– Tengo que decir que no se puede construir mucho sobre la foto de una cruz gamada.
– No, quizá no -respondió Þóra-. Pero tengo la sensación de que todo esto tiene importancia.
– A veces vale la pena hacer caso a las intuiciones -señaló Matthew-. Pero por desgracia no siempre es así. -Tomó un sorbo de agua con gas-. Lo mejor sería que pudieras proporcionar alguna base a tu intuición. Preferiblemente algo tangible.
Þóra jugueteaba en la pasta con el tenedor. Levantó los ojos con gesto alegre.
– ¿Sabes lo que tendría que hacer?
– Ummm, ¿dejar de darle vueltas a todas estas cosas y que la policía se encargue de la investigación?-respondió Matthew esperanzado.
– No -contestó Þóra-. Tendría que entrar en la red y sentarme más rato a leer el diario de Birna. No lo estudié demasiado a fondo porque tenía mala conciencia. Puede ser que haya pasado por alto alguna cosa. -Chocó su vaso de agua con gas con el de Matthew-. Brindo por ello.
Þóra estaba en la recepción delante de un ordenador que los huéspedes utilizaban para conectarse a Internet. Tenía un portátil en la habitación, que debía permitir la conexión inalámbrica a la red, pero después de diez intentos inútiles de conectarse, se rindió y arrastró consigo a Matthew. Señaló la pantalla.
– Éste tiene que ser. Grímur Pórólfsson nace el año 1890 en Stykkishólmur y muere el año 1957 en Reikiavik. -Había entrado en la página web de los registros de enterramientos de los cementerios de Reikiavik y allí había encontrado el nombre de Grímur. Hizo clic en el nombre y leyó en la pantalla-: Cementerio de Fossvogur. Parcela H-36-0077. -Miró triunfante a Matthew.
– No tengo ninguna intención de destruir tu felicidad, pero ¿qué sacamos de eso? -preguntó.
– Me guía la curiosidad de saber lo que pone en su lápida. Quién sabe si a su lado está enterrada Kristín. Desgraciadamente, no se puede buscar en los números de parcela, de modo que tengo que enviar a alguien a averiguarlo.
– ¿A quién? -preguntó Matthew-. Espero que no sea a los fugados de la caravana.
– No -respondió Þóra-. Al ángel de la guarda, Bella.
– Sí, Bella. Te estoy pidiendo que vayas al cementerio de Fossvogur y me busques una lápida. -Þóra suspiró en silencio y puso cara de desesperación para que la viera Matthew-. Sí, y que me digas lo que pone en la lápida y si hay enterrada alguna Kristín con él o a su lado. -Guardó silencio un momento mientras escuchaba las objeciones de la secretaria, pero enseguida acabó por interrumpirla-. Claro que me doy cuenta de que no puedes estar al mismo tiempo en la oficina y en el cementerio de Fossvogur. No te llevará mucho tiempo. Puedes desviar las llamadas a tu móvil, y antes de que te des cuenta estarás de vuelta en tu sillita. -Þóra tenía la mano en la frente mientras escuchaba-. Estupendo. Y dime lo que encuentras. -Colgó-. Puf ¿Por qué no podré tener tina secretaria normal, de las que se alegran de salir al aire libre de vez en cuando? Aunque sea para ir a un cementerio.
Matthew sonrió.
– Es una chica estupenda. Sólo tienes que darle una oportunidad. -Estaba tumbado en la cama y feliz con la creación y todas sus criaturas, Bella incluida. Gracias a ella, Þóra y él dispondrían de un tiempo para ellos mismos, pues de otro modo le habría tocado a él hacer la comprobación. Bella no respondió al teléfono cuando Þóra intentó localizarla por primera vez. Tampoco a la segunda ni a la tercera. Así que Þóra decidió darle media hora antes de realizar el cuarto intento.
Þóra tenía el albornoz puesto y estaba bebiendo café que había preparado en una diminuta cafetera que había en la habitación del hotel. Delante de ella, en una mesita auxiliar, estaba la agenda de Birna. Movió el dedo con energía sobre una de las páginas.
– Esto resulta un tanto extraño. -Miró a Matthew, que estaba adormilado debajo del edredón de la gran cama.
– ¿Estás asegurándote de que tus huellas dactilares queden bien visibles en la agenda, por si cae en manos de la policía? -preguntó somnoliento.
– No, escucha -dijo Þóra excitada-. En esta plana, debajo de la cruz gamada, ha estado apuntando cosas de las cajas que yo estuve mirando en el sótano. Reconozco las descripciones de algunos objetos que había en ellas. -Levantó el librito y le enseñó a Matthew las páginas en cuestión-. Mira, aquí hay una lista en la que apuntó los objetos que contenían. Quizá anotó lo que pensaba que podría utilizar, o las cosas que le interesaron por el motivo que fuera. Tiene que haber visto lo mismo que yo, incluyendo la bandera nazi. Aunque aquélla fue la primera caja que abrí, ella no tuvo por qué ir viéndolas en el mismo orden.
– ¿Y? -preguntó Matthew-. ¿Qué significa este espléndido descubrimiento que has hecho?
Þóra dejó la agenda.
– No lo sé -respondió, pasándola la página en la que estaba dibujada la cruz gamada-. Pero lo que está perfectamente claro es que tenía algo muy metido en la cabeza, a la vista del cuidado con que dibujó el símbolo y las veces que lo repasó. Mira. -Levantó la agenda y se la puso a Matthew delante de los ojos.
– Espera a cumplir los cuarenta -dijo él sentándose en la cama para ver mejor el librito. Entornó los ojos y luego volvió a recostarse en la almohada-. Sí, se esforzó mucho en ese dibujo, eso es totalmente cierto. ¿Qué escribió ahí, alrededor de él?
– Cosas diversas -dijo Þóra-. Parte no resulta legible porque ha hecho unos garabatos, pero veo que pone ¿¿Cruz gamada?? Y después ¿¿Y quién era ése?? Luego hay un número de teléfono, pero desgraciadamente no puedo leerlo bien, porque lo tachó.
– Quizá después de llamar -dijo Matthew.
– Cinco, ocho, algo más -leyó Þóra, con la nariz encima del libro. Se incorporó entonces y se dio una palmada con las manos en los muslos-. Espera, anoté los números de teléfono a los que llamó Birna desde el teléfono de su habitación. Podría intentar llamar. -Þóra sacó la lista del bolsillo. Se levantó y se dirigió al teléfono. Marcó el primer número y esperó mientras sonaban las llamadas. Finalmente contestaron ¡Banco BK, buenos días!, se oyó al otro lado de la línea. Þóra colgó-. De ahí no sacaríamos nada. -Le dijo a Matthew, y probó el número siguiente. Se llevó el dedo a los labios para indicarle que guardara silencio mientras llegaba la respuesta.
– Reykjalundur, buenos días -respondió una cálida voz femenina.
– Buenos días, mi nombre es Þóra.
– Hola, ¿en qué puedo ayudarla? -preguntó la mujer.
– Llamo porque estoy buscando información sobre Birna Halldórsdóttir, arquitecta. Tenía anotado este número, y me preguntaba si usted sabría algo o podría dirigirme a alguna otra persona. -Þóra se sintió un tanto descorazonada, porque seguramente así no conseguiría nada.
La mujer del otro lado pensó cuidadosamente el asunto.
– Desgraciadamente, no llevamos una lista de visitas de los residentes, ni tampoco de llamadas telefónicas. Tenemos un elevado número de enfermos, y no hay modo de acceder a toda esa información.
– Pero no tiene por qué ser un enfermo -señaló Þóra con una débil esperanza de que a quien Birna había intentado localizar fuera un empleado.
– Entonces me lo pone todavía más difícil -respondió la mujer-. Siento no poder ayudarla. Discúlpeme, pero tengo que atender otra llamada. Adiós.
– Reykjalundur -le dijo a Matthew, con un suspiro-. Un sanatorio. No hay forma de averiguar a quién llamó allí. -Volvió a levantar el teléfono-. Bueno, el tercer número, el último. Qué mal lo escribí. ¿Es esto un cinco, o un seis? -Levantó el auricular y marcó-. Cuatro, uno, uno… -Concluyó el número y esperó mientras sonaban las llamadas. Cuando se aproximaban a la decena, estuvo a punto de abandonar toda esperanza. En ese mismo instante, se escuchó una voz mecánica decir que la llamada se desviaba. Un solo timbrazo antes de que sonara la respuesta.
– Ayuntamiento, buenos días.
– Buenos días -dijo Þóra-. ¿Con quién hablo, por favor? ¿El ayuntamiento de Reikiavik?
– Sí -dijo la chica-. ¿Quería hablar con Baldvin? -preguntó entonces. Al ver que Þóra dudaba, la muchacha continuó-: Veo que ha marcado su número privado. Sus horas de atención telefónica son de cuatro a seis, todos los miércoles. Tendrá que volver a intentarlo. -Se despidió con amabilidad.
Þóra se volvió hacia Matthew.
– Era el número de teléfono del despacho de Baldvin Baldvinsson, en el ayuntamiento. Es concejal y parece ocupar un cargo de cierta importancia.
– ¿Y quién es ese Baldvin? -preguntó Matthew sin mucho interés.
– El nieto del viejo Magnús -respondió Þóra, echando mano a la agenda. Estudió el número tachado-. Es uno de los políticos más prometedores de la actualidad. Me permito dudar que Birna le haya llamado para discutir la transformación de la residencia de verano de su abuelo en una casa de reposo. Además estoy segura de que este número es uno de los que Birna anotó en la agenda. -Siguió hojeando el diario-. Recuerdo que en algún sitio encontré una dirección de Internet que podría ser la suya. -Pasó rápidamente las páginas de la agenda hasta encontrar una en la estaba escrito en el margen: baldvin.baldvinsson@reykjavik.is-. Aquí está. No puede tratarse de ningún otro.
– ¿Para qué crees que le querría? -preguntó Matthew.
– No lo sé, pero veo que tendremos que volver a charlar con el viejo -dijo Þóra. Volvió a la agenda y pasó las páginas rápidamente-. Realmente está repleto de descripciones importantes, ojalá consiguiera separar el trigo de la paja.
– ¿Puedes imaginarte lo feliz que estaría la policía de tener esa agenda? -preguntó Matthew-. A lo mejor ya tendrían al asesino entre rejas.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Þóra-. ¿Estás diciendo que la policía es más lista que yo?
– No, no -respondió Matthew-. Sólo que tú tienes menos gente a tu disposición y estás menos preparada para investigar estas cosas.
Þóra cogió la agenda y hojeó algunas páginas. No tenía respuesta posible a aquello y se limitó a elegir una plana al azar. Resultó ser la que mostraba la elección de solar para la construcción. ¿¿¿Qué es este punto??? ¿¿¿Planos antiguos??? A continuación, ponía: Tiene que haber planos – hablarlo con Jónas.
Þóra se levantó y se dirigió hacia la ventana. Desde allí miró el terreno que tanto interesaba a Birna, e intentó comprobar si sería posible distinguir algo extraño en aquel solar. Abrió la cortina totalmente y miró la verde extensión de hierba. El terreno era relativamente llano, y a Þóra le pareció espléndido para construir. Volvió a concentrarse en la página e intentó hacerse una idea de la situación del nuevo edificio. El solar estaba en el lado este de la parcela, suficientemente alejado como para no entorpecer la vista al mar de las habitaciones ya construidas.
– No hay nada especial en ese terreno -señaló, hablando para sí misma más que para Matthew-. Es un prado normal y corriente como el que hay en todas las granjas. No muy bien segado.
Entornó los ojos. Lo único que destacaba en aquella superficie de hierba que se mecía con el viento era una piedra gris.
– Vamos -le dijo a Matthew, lanzándose hacia el borde la cama-. Vístete enseguida. Tenemos que ir a ver una piedra.
– ¿Pretendes decirme que me has sacado de la cama para venir a ver esto? -dijo Matthew mirando a su alrededor. Estaban en medio de la alta hierba de la explanada que había detrás del hotel-. Esto es hierba -dijo, avanzando unos cuantos pasos.
– No estoy mirando la hierba -replicó Þóra, inclinándose sobre una piedra que destacaba en medio del campo-. Sino esto.
– Ah, entonces es muy distinto -bromeó Matthew, acercándose a Þóra y sacudiendo la cabeza-. Esto, Þóra, es una piedra gris -dijo, y añadió al momento-: no necesitas tocarla para confirmarlo.
– Sí, pero no es de aquí -dijo Þóra, que empezó a arrancar la hierba de la raíz de la roca. Tenía el aspecto de una imagen en miniatura del pico Toblerone… o una imagen ampliada de la chocolatina-. Mira a tu alrededor -señaló-. ¿Ves alguna otra piedra en la explanada?
– No -respondió Matthew tras echar un rápido vistazo en torno suyo-. Eso es lo más misterioso de todo -añadió, irónico.
– No, en serio -dijo Þóra levantando la vista y dejando su tarea un instante-. La gente tenía mucho cuidado en quitar las piedras de las explanadas en los viejos tiempos. ¿Por qué iban a dejar una piedra tan enorme en medio de la hierba?
– ¿Porque pesaba demasiado? -la interrumpió Matthew, inclinándose sobre ella-. ¿No será una de esas piedras debajo de las cuales viven los elfos?
Þóra sacudió la cabeza.
– No, esas piedras tienen que ser mucho mayores; rocas de verdad. -Se incorporó y se dirigió al otro lado de la piedra-. No soy ninguna especialista, pero me da la sensación de que este lado está pulido. Mira. -Matthew se asomó por encima de Þóra y vio que tenía razón. En el otro lado, la superficie era basta e irregular, pero allí la piedra parecía cortada o rota, y además estaba lisa y pulida. Þóra pasó la palma de la mano por la superficie.
– Vaya -exclamó, mirando excitada a Matthew-. Hay algo grabado. -Apartó la alta hierba y vieron unas letras medio desgastadas en mitad de la piedra.
– ¿Qué pone? -preguntó Matthew.
Þóra se inclinó y estudió la inscripción. Lo primero que pensó es que se trataba de una lápida, pero enseguida comprobó que la inscripción era un poema, no un nombre con sus fechas correspondientes. Murmuró:
La tona habría de cuidar,
familia crear debía
un esposo, mi destino
igual que el tuyo sería
– ¿Qué significa? -preguntó Matthew intrigado-. ¿Es algo especial?
Þóra se incorporó.
– Pues no lo sé -dijo-. Me parece que es un poema, pero no lo entiendo del todo. Hay una palabra que no sé lo que significa. -Þóra volvió a inclinarse sobre la piedra para cerciorarse de que había leído correctamente la palabra tona. Se incorporó y miró a Matthew-. ¿Sería esto lo que tanto molestaba a Birna de este lugar?
– ¿Esta piedra? -dijo Matthew riendo-. Me parece absurdo. Sería facilísimo quitarla, así que no veo de qué forma podría impedir las obras de construcción en este solar. -Volvió a pasar la vista por la explanada-. Éste es un prado de lo más normal, con una piedra. A lo mejor ese poema es de los dueños, que tenían en mucho aprecio su propia poesía. Tal vez había aquí un macizo de flores, o la tumba de algún animalito doméstico. ¿El poema tiene que ver con animales?
– No -dijo Þóra, que se puso en pie-. Tona. -Se quedó pensativa-. ¿A lo mejor la palabra toma de la agenda de Birna se refería, en realidad, a ésta?
– Pues no sé -replicó Matthew-. ¿Pero por qué no siegan el césped aquí? -preguntó de repente, mirando al suelo. La hierba era tan alta que no se veía sus zapatos.
– ¿Eh? -dijo Þóra-. ¿Por qué iban a hacerlo? Está muy bien así. Muy natural.
– Si miras la explanada del otro lado del hotel, allí la hierba está segada -indicó Matthew, señalando con el dedo en esa dirección.
– Tienes toda la razón -señaló un montoncito de tierra marrón a poca distancia de donde se encontraban-. ¿Qué es eso? -preguntó mientras se aproximaba.
– Tus pasmosos descubrimientos no concluyen nunca -se burló Matthew, mirando fijamente el montón de tierra a sus pies-. Has descubierto el mantillo.
– Ya sé que es mantillo -dijo Þóra-. La pregunta es ¿qué hace ahí, encima de la hierba?
Matthew miró a su alrededor.
– Parece que alguien ha estado excavando por el prado -dijo-. Hay más montones como éste por otros sitios.
– ¿Y eso? ¿Tendrá algo que ver con el edificio nuevo? -Se alejó-. Quizá Vigdís sepa algo al respecto, y por qué no siegan este lugar.
– De paso puedes preguntarle también si Birna trabajaba en algún otro sitio que no fuera su habitación -apuntó Matthew al echar a andar detrás de Þóra.
Þóra se dio la vuelta.
– ¿Ya empiezas a darte cuenta de que voy por buen camino? -preguntó s onriente.
Matthew le devolvió la sonrisa.
– Vas tan bien como un cojo bailando el vals.
Vigdís estaba sentada en su lugar habitual en la recepción, con las mejillas encendidas. Al principio, Þóra creyó que tenía fiebre. Además, tenía los ojos vidriosos y le temblaban los dedos. Para colmo, estaba tan fuera de sí que no se dio cuenta de su presencia hasta que recurrieron a un violento carraspeo para llamar su atención. Vigdís les miró por fin, con la boca abierta, apartó la mirada del auricular del teléfono que sostenía en la mano y lo colgó con violencia.
– ¡Jesús! -exclamó mientras se incorporaba en su silla.
– ¿Hay algún problema? -preguntó Þóra.
Vigdís la miró con los ojos desmesuradamente abiertos.
– No, qué va -respondió con asombro en la voz-. Todo está tan perfectamente que ni sé qué decir.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Þóra, preocupada-. ¿No habrán encontrado otro cadáver?
– No, en realidad, no -contestó Vigdís-. Sólo que acabo de enterarme de quién era el muerto de las cuadras. -El rojo de sus mejillas se hizo más intenso-. Eiríkur -anunció, sacudiendo la cabeza con gesto triste.
– ¿Eiríkur? -repitió Þóra en tono interrogante-. ¿Quién es?
– Era -corrigió Vigdís-. Ahora habrá que acostumbrarse a hablar de él en pasado. Dios mío, qué extraño. Primero Birna, ahora Eiríkur.
– ¿Pero quién es? -repitió Þóra, que se apresuró a corregirse ella sola-: Quién era, quiero decir.
– Era el lector de auras del hotel -respondió Vigdís-. Delgado, alto y medio calvo. -Suspiró.
Þóra le explicó la situación a Matthew. No tenía ni idea de cómo se decía «aura» en alemán, de modo que utilizó un gesto muy teatral que Matthew interpretó como anillo de rayos. Þóra dijo impaciente que luego le explicaría mejor a qué se dedicaba el muerto. Se volvió de nuevo hacia Vigdís.
– ¿Y cómo lo sabes? -preguntó-. ¿Alguien te llamó para decírtelo?
– Sí -replicó Vigdís, jadeante-. Su hermana. Encontraron un recibo de una tarjeta de crédito en un bolsillo, y así dieron con el nombre. Llamaron a su hermana y le pidieron que fuera a reconocer el cuerpo. Era la más cercana a él. Lo han llevado a Reikiavik. -Dejó escapar un hondo suspiro, como si aquello fuera lo peor de todo-. Su hermana estaba totalmente destrozada, dijo que le habían matado a coces.
– ¿Fue un caballo, entonces? -preguntó Þóra-. Cuando los policías hablaron con Jónas, no mencionaron cuál había sido la causa de la muerte.
– Eso no lo dijo. Me quedé tan muda que no fui capaz ni de preguntárselo -Vigdís miró a Þóra con cara de susto-. ¿Crees que será peligroso continuar aquí? ¿Qué es lo que está pasando?
– Cada uno tendrá que decidir por sí mismo -dijo, pero añadió enseguida, para animarla-: Pero no creo que por aquí ande suelto ningún asesino en serie, si te refieres a eso. Ni siquiera se sabe si ese hombre murió por un accidente o por alguna otra causa. Puede tratarse de una simple casualidad. -Þóra reflexionó un instante-. ¿Su hermana mencionó si había algo que le hubiera parecido sospechoso a la policía?
– No, no dijo nada. -Vigdís vaciló-. Aunque sí que mencionó algo. Por ejemplo, al despedirse me dijo que tuviera mucho cuidado. Era como si estuviera dando a entender que las cosas no estaban nada claras. -Vigdís puso cara interrogante-. ¿Pero quién iba a querer matar a Eiríkur? -preguntó-. No era el hombre más gracioso del mundo, pero tampoco era mala persona. Uf, pobre hombre. -Apretó los ojos, y Þóra lo interpretó como que se estaba esforzando por detener las lágrimas-. A lo mejor tenía que haberme portado mejor con él. Pero era tan raro, y tenía la manía de venírseme encima de improviso, cuando yo estaba adormilada.
Þóra no tenía ganas de seguir con juegos melodramáticos ni de perder el tiempo consolando a Vigdís.
– ¿Le gustaba montar a caballo?
– Qué va, no puedo ni imaginármelo -respondió Vigdís-. Estaba siempre tan pálido y macilento que me parece imposible que saliera al aire libre si no era para fumarse un pitillo. -Y añadió decidida-: él, de caballos, nada.
– ¿Y le gustaban los zorros? -preguntó Þóra, intentando no pensar en lo estúpida que sonaba aquella pregunta.
– ¿Los zorros? -preguntó Vigdís asombrada-. ¿Y eso?
– Nada, no es nada -dijo Þóra. Lanzó otra pregunta sobre zorros, ya que había empezado con el tema-. Su hermana no mencionó nada sobre zorros, ¿verdad?
– No -dijo Vigdís, mirando a Þóra de una forma tal que parecía haber empezado a poner en duda su equilibrio mental-. Ya te he dicho todo lo que me contó.
– ¿Crees que Eiríkur fue a la caballeriza por algún motivo en especial? -preguntó Þóra, decidida a no seguir preguntando por los zorros-. ¿Era amigo del dueño, Bergur?
Vigdís arqueó una de las cejas.
– No era amigo de Bergur -afirmó, añadiendo enseguida, con gesto de chismorreo-: En cambio, Birna… Birna y Bergur eran amigos… muy íntimos.
– Sí, eso he oído -dijo Þóra, que vio cómo se esfumaba la satisfacción de Vigdís, que ya se veía confiándole un secreto-. ¿Eiríkur hablaba mucho con Birna, o sobre ella? ¿Eran amigos, o colegas?
– En absoluto -dijo Vigdís con total seguridad-. No había en toda la región dos tipos más distintos que ellos dos. Él era más bien, vaya, cómo decirlo… -Se quedó pensando.
– Dime la verdad -la interrumpió Þóra-. No vas a hacer ningún favor a nadie dorando la imagen del muerto.
Aquello pareció alegrar a Vigdís.
– Tienes toda la razón -dijo-. Si tengo que hablar claramente, Eiríkur era un auténtico guarro. Iba sucio y muchas veces mal afeitado. Si había algo de especial en su forma de vestir es que vestía con un descuido absoluto. Era bastante prepotente y exigente. -Obviamente, no era preciso decirle a Vigdís dos veces que no adornara demasiado sus descripciones-. En cambio, Birna era elegantísima, guapa y cuidada por fuera. Por dentro era muy diferente. Simpatiquísima si quería utilizarte para algo, pero enseguida enseñaba su otra cara, en cuanto se daba cuenta de que no le servías para sus intereses. Tenía a Jónas bailando en la punta de un dedo. -Vigdís se calló para recuperar el resuello-. En realidad, tenía en común con Eiríkur que ambos eran despiadados. Pero en el resto, eran como el agua y el aceite.
Þóra movió la cabeza para asentir, con gesto muy serio, intentando dejarle ver a Vigdís lo asombrada que la había dejado aquel vapuleo tan terrible.
– ¿De modo que no se trataban? -preguntó-. Digamos, ¿Eiríkur no sabría más que los demás sobre los líos en que podía andar metida ella?
– No, imposible -replicó Vigdís categórica-. Birna no se habría mezclado con Eiríkur aunque hubieran estado solos en una isla desierta.
– Comprendo -dijo Þóra-. Dime otra cosa, ¿Eiríkur o Birna habían cambiado de alguna forma antes de morir? ¿Recuerdas si hicieron o dijeron algo poco habitual en ellos?
Vigdís reflexionó un momento, pero enseguida sacudió la cabeza.
– No, no recuerdo nada de eso. Pero en realidad tampoco recuerdo cuándo vi por última vez a Birna; aunque si hubiera habido algo extraño, seguramente me acordaría. La última vez que hablé con Eiríkur fue cuando vino por aquí buscando a Jónas. -Se tapó la boca con la mano-. Huy, eso debió de ser justo antes de morir.
Þóra respiró hondo.
– ¿Y estuvo con Jónas? -preguntó tranquila.
– Bueno, no lo sé -respondió Vigdís-. Le dije que fuera a mirar a su despacho. Pero no me fijé en lo que hacía, ni vi si se reunían.
Þóra no sabía si preguntar algo más sobre Eiríkur. Sólo se le ocurrió volver a lo que les había llevado allí inicialmente.
– Oye, detrás del edificio parece que han segado la parte de poniente del prado, pero no la de levante. ¿Sabes por qué?
Vigdís abrió mucho los ojos.
– No, ni idea. -Entornó la vista-. ¿Por qué lo preguntas?
– No, por nada -contestó Þóra-. Simple curiosidad. -Se apresuró a añadir-: ¿Y sabes si Jónas hizo perforaciones en esa misma zona? ¿O quizá Birna?
Vigdís la miró sin comprender.
– ¿Perforaciones? ¿Te refieres a agujeros normales y corrientes que se cavan en la tierra?
Þóra asintió.
– Unos agujeros pequeños. Que yo sepa, no se deben de haber hecho con máquinas, seguro.
Vigdís sacudió vehemente la cabeza.
– En absoluto. Si le hubieran dicho a alguien que fuera a excavar en ese lugar, yo lo habría sabido. Sé todo lo que se hace aquí. Jónas está empeñado en que vigile.
– ¿Birna tenía algún estudio en las proximidades? -interrumpió Matthew-. Aparte de su habitación.
– No lo sé, pero no sería extraño -respondió Vigdís-. Solía salir por las mañanas o por las tardes y no se quedaba por aquí cerca, de modo que debía de tener su refugio. -Vigdís miró con complicidad a Þóra-. A lo mejor sólo se iba a ver a Bergur.
– ¿Quién sabe? -dijo Þóra, sonriéndole con picardía. Miró su reloj-. Una última pregunta, de verdad, y dejamos de molestarte. ¿Quién siega el prado?
Vigdís la miró escéptica, pero se encogió de hombros y respondió sin pensarlo dos veces.
– Jökull. Trabaja también de camarero.
– ¿Es una broma? -preguntó Jökull, mirando a su alrededor como si buscara alguna cámara oculta-. ¿Quiere saber por qué no está segada esa parte?
– Sí -dijo Þóra con una sonrisa-. Me han dicho que usted se encarga de eso.
Jökull puso una cara de mal humor que no encajaba nada con su uniforme blanco y negro de camarero.
– Sí, así me gano un dinero extra. No hay nada que hacer fuera de las horas de las comidas, así que puedo sacarme un extra haciendo eso.
– Chico trabajador -dijo Þóra-. Pero ¿cuál es el motivo para que esté así? ¿Esa piedra tan grande que hay?
– No, eso no es problema -balbuceó Jökull-. Hay alguna otra cosa rara en la hierba que hace que la segadora no corte bien. Irregularidades. No hace más que pararse y estoy harto de tener que empujarla a la fuerza. Nadie se fija en ese sitio. ¿Se ha quejado Jónas?
– No, en absoluto -dijo Þóra con una sonrisa. Iba a marcharse, pero se detuvo de pronto-. ¿Podría prestarnos una pala?
– Lo digo totalmente en serio -protestó Matthew, arrojando una palada de tierra a su espalda-. No se puede negar que eres una mujer especial. No hay muchas personas de tu sexo capaces de hacerme empuñar una pala.
– Baah -dijo Þóra-. Menos charlar. Más cavar. -Habían vuelto al prado, donde Þóra estuvo atareada hasta que encontró una irregularidad en la tierra, y allí puso a Matthew a cavar-. Sin duda, aquí hay algo interesante.
Matthew suspiró.
– Estupendo. -Clavó con energía la pala en la tierra y se puso las manos en las caderas-. Aquí tiene usted.
Þóra se puso a su lado y miró el estrecho agujero.
– ¿Es una trampilla?
Matthew se rascó la frente.
– ¿No serán unos cimientos? ¿No habrá habido una casa en este sitio? -Aferró de nuevo la pala y excavó más a los dos lados-. Anda.
– ¿Ves tú lo que estoy viendo yo? -dijo Þóra, inclinándose. Se incorporó y le enseñó la mano abierta-. Ceniza. -Miró a Matthew-. Esta casa se quemó.
– ¿Igual que en el dibujo? -preguntó Matthew. Calló por un momento-. ¿En el dibujo, no había unos ojos dentro de la casa incendiada?
– Ha colgado -dijo Þóra con una mueca, mirando la pantalla de su móvil-. A menos que se haya ido la conexión. -Apartó la vista de la pantalla y sacudió la cabeza-. No, ha colgado.
– ¿Esperabas otra cosa? -preguntó Matthew-. ¿Esta mañana te echan de su casa, y ahora esperabas que estuvieran encantados de hablar contigo por teléfono?
– No, claro -dijo Þóra, decepcionada, metiendo el teléfono en el bolsillo-. Pero habría sido estupendo que supieran qué edificio había en este lugar. -Matthew y ella seguían en el prado, en realidad en un extremo del mismo, pues cerca de la piedra no había cobertura para el móvil-. A lo mejor, Bertha, la hija, sabe algo -añadió Þóra pensativa-. Esperemos que no esté molesta conmigo ella también.
– Imagino que no -declaró Matthew-. Pero enseguida te pondrá mala cara si te pones a hacer preguntas sobre su amigo, el de la silla de ruedas.
– No, no -dijo Þóra-. De momento, ese tema no lo voy a tocar. Lo que quiero ahora es saber algo sobre esta casa. -Se dirigieron hacia el hotel. Al pasar por el lugar donde Matthew había cavado hasta encontrar los cimientos, Þóra se detuvo-. ¿Y si Birna no tenía ni idea de esto? Aunque parece que le dio muchas vueltas al lugar, a juzgar por lo que pone en su diario.
– ¿Hay algo claro? -dijo Matthew-. Jökull, el que se encarga de segar esta zona, debería ser el único que supiera algo. Pero no te dijo ni pío cuando hablaste con él sobre Birna. Es de suponer que tampoco le habría dicho nada a ella, si los dos hubieran llegado a hablar.
– Pero alguien ha estado excavando por el prado. Si esa misma persona ha estado buscando los cimientos, no tenía las ideas muy claras. Ninguno de los agujeros está cerca.
– A esas cosas no se les puede llamar realmente agujeros -observó Matthew-. Pero estoy de acuerdo contigo en que si el desconocido excavador estaba buscando la casa quemada, no se puede decir que acertara.
– Creo que me apetece volver a echar un vistazo al sótano, para registrar las cajas más detenidamente -dijo Þóra con la mente en otro sitio-. A lo mejor hay algo que pueda indicarnos qué había aquí. Una foto, o algo por el estilo.
Matthew miró su reloj.
– No sé si será muy recomendable. ¿No tenías que ir a buscar a tus hijos a la caravana?
– Eso puede esperar hasta la tarde -respondió Þóra-. Llamé a Gylfi hace un rato y, de momento, están bien. Van a ir a una tiendecita no muy lejos de donde aparcaron. -Cruzó los dedos-. Sólo espero que Sigga, su novia, avise a sus padres. Yo no pienso llamarlos, lo tengo muy claro. No consiguen asumir que Gylfi haya causado un problema semejante a su niña. Y luego siempre acaban remachando que todo ha sido culpa mía.
– ¿Y qué pasa con tu ex marido? -preguntó Matthew-. ¿Crees que Gylfi le avisará?
– Espero que no -exclamó Þóra-. A mí me da igual si Hannes lo pasa mal. Fue culpa suya que se fugaran. -Dio una palmadita en el bolsillo donde guardaba su móvil, y sonrió-. Tengo como un centenar de mensajes suyos sin leer. Les echaré un vistazo cuando tenga oportunidad, o cuando… -Sonó su teléfono y dejó de hablar mientras lo sacaba del bolsillo.
Era Bella.
– Hola -saludó Þóra-. ¿Qué tal te ha ido? -Mientras hablaba con la secretaria, sacó una pluma del bolsillo del chaquetón y un papel-. ¿Ninguna Kristín, dices? -Escuchó y fue anotando lo que le contaba Bella. Luego se despidió y se volvió hacia Matthew-. Está enterrado allí él solo. No hay ninguna Kristín, ni en su tumba ni en las cercanas. -Suspiró decepcionada-. En la lápida está el nombre, sus fechas de nacimiento y defunción, y un breve poema.
– Qué bien -dijo Matthew-. Más poemas. Recítamelo.
Þóra leyó el papel en el que había escrito lo que le había dictado Bella:
El hogar es mejor,
aunque sea pequeño,
en casa se es el rey.
Sangra el corazón
de quien debe limosnear,
a toda hora, la comida.
Levantó los ojos hacia Matthew.
– Pero este poema sí me resulta familiar, a diferencia del otro, que no lo he oído nunca. A lo mejor puedo encontrar su origen en la red. Es posible que sea del Hávamál.
Matthew tocó el hombro de Þóra e indicó con la mano en dirección al hotel.
– Parece que te llegan refuerzos -dijo, señalando un coche de policía que se dirigía hacia el hotel-. Me parece que, por el momento, no vas a poder volver al sótano.
– ¿Por qué no quieres salir? -preguntó Bertha extrañada, y corrió la cortina de la ventana. Al instante, la oscura habitación se llenó de claridad-. Hace un tiempo realmente espléndido. -Miró fugazmente hacia el exterior y luego se volvió de espaldas a la ventana-. Vamos, te vendrá bien.
– Ve tú -dijo Steini secamente, tirando con la mano sana de un trozo de goma que se había soltado en la cubierta de una de las ruedas de la silla-. A mí no me apetece.
– No seas así -rogó Bertha, dirigiéndose hacia él. Se puso en cuclillas y sus rostros quedaron a la misma altura. Bertha sentía que le era más fácil conseguir que se abriera un poco cuando se miraban a los ojos-. Te prometo que te encontrarás mejor si sales a tomar un poco el aire. Hay algo que te atormenta y quién sabe si se te irá si consigues pensar en cualquier otra cosa.
– No se irá -dijo Steini agobiado.
Bertha estaba ya más que acostumbrada a las cortantes respuestas de Steini, que tenía dificultad para hablar a causa de las quemaduras que le rodeaban la boca. Era como si tuviera los labios quemados, y Bertha seguía tan extrañada como al principio de que los médicos no se lo hubieran arreglado un poco mejor. En realidad, tenía la sospecha de que Steini se había negado a someterse a más operaciones; al menos, cuando Bertha le preguntaba, nunca quería hablar de las que le quedaban todavía. Era imposible que siguiera aún en lista de espera, como le dijo en una ocasión. Mucho más probable era que aún no hubiera superado los dolores y las molestias que siguieron a las primeras operaciones, y no tenía el menor deseo de pasar otra vez por lo mismo. La semana anterior había oído un mensaje de la fisioterapeuta en su buzón de voz. Le pedía a Steini que la llamara, y le animaba a reincorporarse a la rehabilitación. Pero cuando Bertha le pidió que hablara con la enfermera, Steini se negó tajantemente. Necesitaba más tiempo para recuperarse, física y psicológicamente.
– Podemos ir a dar un paseo en coche, si lo prefieres -dijo Bertha con una sonrisa-. Estoy dispuesta a ir a cualquier sitio, pero tenemos que salir.
– ¿A cualquier sitio? -preguntó Steini, mirándola a los ojos sin pestañear.
– Casi -dijo Bertha con tranquilidad forzada, incorporándose. Sabía perfectamente adonde quería ir Steini, pero aquello no le parecía nada bien. Ahora no, y mejor nunca-. Sabes a lo que me refiero. -Le puso una mano sobre la rodilla-. Venga. Anímate.
Steini arrancó la tira de goma con un tirón violento.
– ¿Nunca tienes miedo? -preguntó.
– ¿Miedo? -preguntó Bertha con extrañeza-. ¿Por qué iba a tener miedo? -Sonrió-. Se acerca el verano.
Steini la miró un momento en silencio. Luego se cubrió la cara con las manos.
– Me siento mal.
Bertha sintió una punzada en el estómago. No soportaba verle así. Pero así eran las cosas. Todo era tan injusto. ¿Por qué no había salido mejor parado de aquel accidente? Mucha gente tenía accidentes sin que las consecuencias fuesen tan graves como las del suyo. Si no le hubiera telefoneado… Hizo lo posible por mantener la sonrisa.
– Ya lo sé -dijo con gesto alegre-. Vamos a Kreppa. Aún me quedan muchas cosas que empaquetar, y quién sabe si encontramos algo curioso. Recuerda lo bien que te lo pasaste la última vez.
Steini rió fríamente.
– ¿Bien, dices? -repuso con un suspiro-. Me da igual. Vamos.
– Estupendo -exclamó Bertha-. Te prometo que no te arrepentirás. -Respiró aliviada. En cuanto salieran, él recuperaría su alegría. Así sucedía siempre. Se sobresaltó cuando de repente la aferró con fuerza por la muñeca.
– ¿Podrás perdonarme? -preguntó con voz apagada.
– ¿Perdonarte? -se extrañó Bertha-. ¿Perdonarte qué?
– Bueno -dijo él-. Si todo sale mal, ¿podrás perdonarme?
Bertha sacudió la cabeza, molesta. Era la frase más larga que le había oído pronunciar en meses.
– ¿Qué tonterías dices? -Con cara alegre quitó su mano de la muñeca y se colocó detrás de la silla de ruedas-. Eres un pelma. Te perdono -dijo, empujando la silla-. Qué tonto eres. -Y añadió amistosa-: ¿Qué es lo que me has hecho?-Espero que nada -dijo Steini echándose la capucha del jersey sobre la cabeza mientras Bertha abría la puerta de la calle y pasaba la silla por el umbral-. Eso espero.
Þórólfur torció el gesto y se apoyó sobre la puerta que daba a la oficina provisional en el hotel.
– Hemos progresado bastante. Dejaremos las cosas así.
Þóra estaba en el pasillo delante de él, con los brazos cruzados. Hablaba en voz baja para que no les oyera Jónas, que esperaba al otro lado de la puerta. El dueño del hotel había expresado su deseo de que Þóra estuviera presente cuando Þórólfur le convocó. No pudieron ponerse de acuerdo hasta que Þórólfur recordó a Jónas que tenía que decir la verdad y añadió que como acusado no tenía obligación de testimoniar sobre los asuntos objeto de acusación. Cundo el policía acabó, Þóra se puso en pie y expresó su deseo de hablar con él en privado. Allí estaba ahora, discutiendo con el policía.
– Pero no ha respondido a mi pregunta. ¿Por qué se da a Jónas, de pronto, tratamiento de sospechoso? -preguntó-. ¿Qué es lo que ha cambiado?
Þórólfur imitó a Þóra y cruzó los brazos sobre el pecho él también, con gesto serio.
– Hemos hablado con varios testigos, tanto ayer como hoy mismo. El cuadro que se ha ido formando no es muy favorable para su cliente.
Þóra respiró hondo.
– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Tiene intención de detenerle?
– Eso dependerá de lo que diga en el interrogatorio -respondió Þórólfur, encogiéndose de hombros-. Quién sabe, quizá lo pueda aclarar todo sin problema.
– ¿Aclarar? -preguntó Þóra-. ¿Aclarar qué? No se le ha pedido ninguna aclaración hasta el momento.
– Como acabo de decirle, han salido a la luz una serie de cosas, ayer y hoy, que se desconocían la última vez que hablamos con él. No es que lo que nos ha explicado hasta ahora me parezca insuficiente -contestó Þórólfur-. ¿Pero no será mejor ponernos manos a la obra, para que usted pueda saber también a qué queremos que nos responda?
– Déjeme dos minutos a solas con él -solicitó Þóra-. Tengo que explicarle el cambio de la situación.
A Þórólfur no pareció gustarle mucho la idea, pero accedió. Dijo a su ayudante que saliera del despacho para que entrase Þóra. Ésta se apresuró a sentarse al lado de Jónas, que la miraba enfadado.
– ¿Qué pasa? -preguntó preocupado-. ¿Por qué has salido?
Þóra le puso una mano sobre la rodilla.
– Jónas, las cosas han cambiado. Hasta ahora te han estado interrogando como testigo, y en los primeros interrogatorios te trataron en consecuencia. Ahora te has convertido en sospechoso, o imputado.
– ¿Qué? -bramó Jónas-. ¿Yo?
– Sí, tú -respondió Þóra-. Tenemos muy poco tiempo, de modo que es mejor no perderlo en tonterías. Escúchame. -Miró a Jónas a los ojos-. Þórólfur acaba de decirme que han salido a la luz ciertas cosas, en las declaraciones de los testigos, que te sitúan a ti como sospechoso.
– ¿Qué? Yo no he hecho nada, ya se lo he dicho -exclamó Jónas, casi gritando-. Tienen que ser falsos testimonios. – Þóra notó que le temblaba la pierna.
– Siempre puede ser que los testigos no hayan dicho la verdad, Jónas -dijo Þóra, que apretó su presión sobre la rodilla de Jónas, con la esperanza de calmarlo un poco-. Lo que importa en estos momentos es que recuerdes bien adónde has ido y dónde has estado, y que puedas responder de manera convincente a las preguntas que te pueda hacer Þórólfur. Si no está satisfecho o de acuerdo con tus respuestas, corres el peligro de que te detengan.
La pierna de Jónas se puso rígida. Su rostro palideció.
– ¿Que me detengan? ¿Qué quieres decir?
– Que te lleven preso, Jónas -explicó Þóra, inclinándose sobre él-. Que te metan en el coche de la policía y te lleven a la comisaría, te conduzcan al día siguiente ante el juez y le pidan que decrete prisión provisional. -Þóra sólo había asistido tres veces a casos en los que se había procedido a decretar prisión preventiva de corta duración, de modo que no tenía un conocimiento en profundidad del procedimiento. Los casos en cuestión no habían sido especialmente importantes, así que Þóra decidió que aquél no era el mejor momento para recordarle a Jónas las posibles limitaciones de su defensa.
– Yo no puedo ir a la cárcel -dijo Jónas, estremeciéndose de tal forma, que Þóra no tuvo la menor duda sobre sus palabras-. No puedo. Hoy es lunes.
Þóra enarcó las cejas.
– ¿Lunes? ¿Es peor un lunes que cualquier otro día?
– No, no -dijo Jónas, que parecía ensimismado-. Pero no quiero acabar así. Los lunes son días malos para mí.
Þóra le interrumpió antes de que se pusiera a disertar sobre estrellas y auras.
– Escúchame con atención. Ahora les diremos a los agentes que entren para interrogarte. Y, si eres capaz de explicar todo lo que ellos creen que hace recaer sus sospechas sobre ti, te prometo que podrás salir de aquí conmigo.
– ¿Pero y si no lo consigo? -preguntó Jónas, aferrando la mano de Þóra-. ¿Entonces, qué?
– Entonces haremos lo que se pueda -dijo Þóra, dándole una palmada en el hombro-. Anímate e intenta parecer tan natural como puedas, dadas las circunstancias. -Se puso en pie y se dirigió a la puerta-. ¿Estás listo? -preguntó con una mano sobre el pomo. Jónas asintió con la cabeza. Pero no parecía ni remotamente preparado para lo que le esperaba.
– Hum… no lo sé -dijo Jónas, mirando de reojo a Þóra, sentada a su lado.
Þórólfur puso cara de enorme asombro.
– ¿Cómo que no? Si a mí me preguntaran si había tenido relaciones sexuales con una mujer joven y guapa el jueves pasado, no tendría dificultad alguna en recordarlo. ¿O es que usted sólo piensa en el trabajo?
Þóra suspiró en su interior.
– Prefiere no responder a la pregunta -dijo sin cambiar el gesto.
– Perfecto -dijo Þórólfur-. Practicaremos análisis de ADN, de modo que su respuesta tampoco es totalmente necesaria.
No hacía falta prueba de ADN para hallar la respuesta a la pregunta. Jónas estaba sentado a su lado, completamente tenso, y la culpabilidad se leía en todos los rasgos de su rostro. No cabía duda alguna de que había tenido relaciones sexuales con Birna el jueves en cuestión… que, por desgracia, era también el día en que la mujer encontró la muerte.
– ¿Se encontró semen en la vagina de Birna? -preguntó Þóra-. Les recuerdo que tendré acceso a todas las diligencias si le detienen y se decreta prisión provisional, ya que pueden estar seguros de que recuriremos, y si hace falta llegaré hasta el Tribunal Supremo. -Oyó a Jónas suspirar. Þórólfur sacó un lápiz y lo mordió mientras pensaba.
– No puedo negar que se encontró semen en la vagina de la difunta.
– ¿Puedo preguntar si sus investigaciones han sacado a la luz la relación de Birna con un granjero vecino? -preguntó Þóra, con la esperanza de que la policía no se hubiera enterado aún-. El semen en cuestión podría corresponder a ese hombre.
– Lo sabemos todo al respecto -afirmó Þórólfur, y un gesto extraño apareció en su cara.
– ¿Y? -preguntó Þóra-. ¿No sería más práctico interrogarle a él en vez de a Jónas?
– Ya lo hemos hecho -explicó Þórólfur, haciendo girar el lápiz entre sus dedos con gran habilidad-. Independientemente del resultado que obtengamos con las muestras biológicas de ese hombre, necesitamos también las de su cliente.
– ¿Y por qué? -preguntó Þóra-. Si el semen resulta pertenecer al granjero, no puede ser de Jónas. -Þórólfur dejó traslucir una sonrisita perversa, lo que encendió una lucecita en la mente de Þóra-. ¿O quizá había semen de dos hombres en los órganos sexuales de Birna?
Þórólfur dejó inmediatamente de juguetear con el lápiz.
– Tal vez -respondió tras un instante de vacilación.
Þóra no necesitó más precisiones. Birna había tenido relaciones sexuales con dos hombres el día que fue asesinada. Seguramente Jónas era uno de ellos, y el otro sería Bergur o el asesino, a menos que ambos fueran la misma persona. Sintió que Jónas se ponía tenso a su lado, y sabía suficiente sobre los hombres para saber qué le había molestado. Se inclinó hacia él y le susurró al oído, para que los agentes no la oyeran:
– Seguro que tú fuiste el primero. -Aquello no podía poner a Jónas más nervioso de lo que ya estaba. Þóra notó que se relajaba un poco-. Pero hay que dejar bien claro que no es lo mismo tener relaciones sexuales con una persona que matarla, ¿no es así? -le dijo a Þórólfur, y añadió enseguida-: Supongo que no se está acusando a Jónas de semejante cosa en estos momentos.
– No, no, no de modo definitivo -contestó Þórólfur-. Pero si la difunta revela, por la presencia de lesiones internas y externas en los órganos sexuales, que ha sido violada, el caso, naturalmente, es distinto, ¿no es cierto?
Þóra decidió no responder.
– ¿Hay algo más que quieran aclarar, o sólo querían una explicación sobre el semen de Jónas?
– Hay más cosas -señaló Þórólfur-. Vamos a estudiar los mensajes enviados desde su teléfono, Jónas. ¿Puede explicarlos? ¿Decirnos, por ejemplo, dónde estaba usted entre las nueve y las diez de esa noche?
Jónas se volvió hacia Þóra, con gesto de desesperación. Ella movió la cabeza con energía y parpadeó, indicándole así que debía responder.
– No puedo explicar ese mensaje. Yo no lo envié, de modo que alguien tiene que haberme robado el móvil y haberlo utilizado. Yo fui a caminar un rato hacia las siete y me dejé el teléfono. Alguien lo robó mientras yo estaba fuera.
– Robado, claro -dijo Þórólfur, pero su voz dejaba traslucir cierta burla-. Lo robaron y luego lo volvieron a dejar en su sitio, ¿no?
– Sí -replicó Jónas con énfasis-. No siempre lo llevo encima, ni mucho menos, me lo dejo aquí, de modo que no tuvo que ser nada difícil. -Se masajeó las sienes, nervioso-. El hotel estaba repleto de gente. Había una reunión espiritista, y cualquiera habría podido hacerlo.
– Qué curioso, que recuerde precisamente eso -observó Þórólfur pensativo-. Esa circunstancia en particular nos ha causado ciertas dificultades. Como dice usted, esto estaba lleno de gente, pero nadie recuerda haberle visto a usted esa noche. ¿Hasta dónde llegó en su caminata? ¿Hasta la playa?
– ¡No! -exclamó Jónas, a la vez que daba un fuerte golpe con las manos abiertas sobre la mesa, para poner más énfasis en sus palabras-. Deambulé sin rumbo fijo. Empecé por acercarme a la zanja del camino de acceso, para comprobar si habían avanzado en el arreglo, y luego caminé una hora más o menos. Cuando volví, fui directamente a mi despacho y luego a mi apartamento. Alguien me habrá visto en el hotel, con toda seguridad. No iba por ahí con la cabeza tapada. Volví justo antes de las diez. La reunión continuaba, si recuerdo bien.
– Pues resulta que nadie dice haberle visto a usted. Ni dentro del hotel ni en el exterior, en todo ese rato. Hubo una pausa en la reunión a las nueve y media, y ciertamente duró hasta las diez. La gente de la reunión estaba por todas partes, algunos salieron a fumar, otros fueron a tomar un café, pero nadie le vio. Sin embargo, debió regresar en ese intervalo -dijo Þórólfur-. Pero pasemos a otro asunto. Ayer por la noche encontraron otro cadáver en unas caballerizas cerca de aquí. ¿Puede decirme dónde estaba ayer domingo hacia la hora de la cena?
– ¿Yo? Estaba en Reikiavik -dijo Jónas.
– ¿Cuándo salió para la capital?
– Me marché hacia las dos, más o menos. -La voz de Jónas temblaba un poco.
– Y supongo que habrá pasado por los túneles, ¿no?
– Sí -dijo Jónas antes de que Þóra consiguiera detenerle. Había algo que a ella no le gustaba nada.
– Supongo que viajaba en su propio coche, ¿verdad? -preguntó Þórólfur entonces. Tenía el gesto de un niño ante una gran fuente de dulces.
– Prefiere no responder a esa pregunta -se apresuró a decir Þóra. Puso la mano sobre el muslo de Jónas y apretó con fuerza.
– Perfectamente -dijo Þórólfur, con una sonrisa burlona-. Pero ya sabemos que fue a Reikiavik por los túneles. En ellos está terminantemente prohibido circular a caballo, a pie o en bicicleta, de modo que habrá que pensar que fue en un vehículo de alguna clase.
– Fui en mi propio coche -afirmó Jónas como un tonto, a pesar de la fuerza con que Þóra le apretaba en la pierna. No pudo resistir la tentación de clavarle las uñas por aquella estupidez. Jónas se quejó un poco y miró molesto a Þóra, que aparentó que no había hecho nada.
En el rostro de Þórólfur apareció la sonrisa más amplia que les había dedicado hasta entonces. Y el gesto de desprecio de su rostro se hizo más marcado. Cogió unos papeles que tenía en un montón, y los dejó caer sobre la mesa, delante de Jónas.
– Tengo aquí un listado de todos los vehículos que pasaron ayer por los túneles de Hvalfjörður. Pero entre ellos no está la matrícula de su coche. -Guardó silencio y miró a Jónas a los ojos-. ¿Cómo lo explica?
Esta vez, por fin, Jónas supo contenerse.
– Opta por no responder a esa pregunta -dijo Þóra-. Es evidente que Jónas se encuentra en un estado de considerable nerviosismo, lo que sin duda hace que su anterior respuesta se pueda explicar como un error de memoria.
– Eso pasó ayer -dijo Þórólfur. Se encogió de hombros cuando ni Þóra ni Jónas reaccionaron ante sus palabras-. En todo caso, pasemos a otro tema.
¿Otro más? Þóra intentó aparentar una calma total, pese a la angustia que la dominó, y al miedo por Jónas. ¿Qué más cosas tenían contra él?
– Y encima resulta que se había peleado con Eiríkur, el que encontraron muerto en la caballeriza -le dijo Þóra a Matthew-. Justo antes de que Eiríkur saliera del hotel. Y encima, se descubrió que tenía una cantidad enorme de somnífero en la sangre, el mismo somnífero que tenía Jónas en su mesita de noche. -Dejó escapar un suspiro-. Tenían una orden de registro, maldita sea.
Matthew soltó un silbido.
– ¿No será que es simplemente culpable? -preguntó.
– No lo sé, no sabría decirte -dijo Þóra-. En el cinturón de Birna se encontraron huellas dactilares suyas, y él había tenido relaciones sexuales con ella el día que la asesinaron, o esa misma noche, aunque él lo negó. Encima mintió diciendo que ayer había ido a Reikiavik. -Suspiró y le dio a Matthew la lista con las matrículas-. Mandaron hacer un listado de todos los coches que pasaron por los túneles. Habrán empleado a mucha gente toda la noche comprobando las cámaras de seguridad. Se dejaron la lista, de modo que me la quedé.
– ¿Y luego? -preguntó Matthew-. ¿Adónde se lo han llevado?
– A Borgarnes -respondió Þóra-. Mañana por la mañana comparecerá ante el Tribunal de Distrito de Vesturland. -Se pasó los dedos por el pelo-. Y conseguirán lo que quieren, a menos que el juez esté borracho.
– ¿Ese juez suele estar borracho? -preguntó Matthew escandalizado.
– No, es sólo una forma de hablar -explicó Þóra, que se acomodó en su butaca-. Pero no nos vendría nada mal.
– Ah, olvidé decirte lo que pasó mientras estabas fuera -informó Matthew de repente-. Me estaba tomando un café en el bar, y cuando fui a buscar el dinero en el bolsillo para pagar, encontré la condecoración que te compré en Stykkishólmur. La puse en la mesa, con las monedas, y el que estaba sentado a mi lado se puso frenético. Era el viejo, Magnus Baldvinsson.
– ¿Sí? -dijo Þóra asombrada-. ¿Qué dijo?
– No tengo ni idea -contestó Matthew-. Habló en islandés, pero no sonó nada amistoso. Acabó agarrando la medalla y tirándola al suelo en el otro extremo del bar. Luego se levantó y se largó. El camarero se quedó boquiabierto, y me dijo que el viejo había gritado que yo estaba provocándole. Me devolvió la medalla, tan asombrado como yo.
– Pues sí -dijo Þóra, extrañada-. También se puso muy raro cuando le preguntamos por los nazis, ¿recuerdas? No son reacciones nada normales aquí en Islandia. El nazismo tuvo muy poca influencia en este país, aunque a la gente no le parece nada bien lo que hicieron. ¿No sería conveniente que volviéramos a charlar con él? -Alargó la mano para coger el teléfono, que estaba encima de la mesa-. Pero ahora necesito arreglar todo lo necesario para que mi hijo vuelva a casa. Me parece que yo no voy a poder regresar por el momento. -Marcó el número de su hijo.
– Hola, Gylfi, soy mamá. ¿Te lo pasas bien en Selfoss?
– Ve tú delante -dijo Þóra, dándole un empujoncito a Matthew-. Puedes hacerte pasar por un aficionado a los caballos. Se lo creerán a pies juntillas porque eres alemán. -Estaban en la explanada de la alquería de Tunga, donde Þóra esperaba poder hablar con Bergur. Aquélla le pareció la excusa más aceptable para poder llegar hasta los crímenes de los que acusaban a Jónas.
Se encontraban ya junto a la vivienda, de construcción práctica y sencilla. Parecía una de tantas casitas unifamiliares de los años setenta, con la diferencia de que se encontraba en un pésimo estado de conservación. Había desconchones en el revestimiento, pues la pintura se había desprendido; regueros de orín bajaban por las sucias paredes blanquecinas desde los soportes de hierro forjado.
– Venga, no seas tímido -le animó Þóra.
– Ni hablar del peluquín, cariño -dijo Matthew, arrugando la nariz-. Qué mal huele aquí -añadió, y miró a su alrededor con la esperanza de encontrar la fuente de tanta fetidez.
– ¿No será puro y simple olor a campo? -dijo Þóra, respirando hondo por la nariz-. A menos que el viento venga de la ballena muerta. Yo hablaré por los dos. De todos modos, lo mejor es no fingir demasiado. -Llamó a la deteriorada puerta exterior. Sobre la jamba había una plaquita de madera en la que estaban pintados, con bonitas letras, los nombres de los dueños: Bergur y Rósa. Þóra esperaba de todo corazón que no fuera la señora quien abriese. Necesitaban hablar con Bergur, y Þóra no tenía ni idea de si la esposa conocía su relación con Birna. No le apetecía nada tener que ser ella quien le diese la noticia, y no tendrían muchas opciones de hablar con el marido sin que saliese a relucir el tema. Cruzó los dedos.
Se abrió la puerta y apareció un hombre entre los treinta y los cuarenta años de edad. Era bastante delgado pero parecía robusto, con hombros anchos y grandes bíceps. Þóra pudo comprender que Birna se hubiera sentido atraída por aquel hombre, pues en los marcados rasgos de su rostro y en su rizado cabello oscuro había algo que le hacía resultar tremendamente atractivo.
– Buenos días -saludó Þóra-. ¿Es usted Bergur?
– Sí -respondió el hombre, mirando interrogante a los recién llegados.
Þóra sonrió.
– Yo me llamo Þóra, y soy abogada de Jónas, el del hotel. Éste es Matthew, de Alemania, que me está ayudando en el trabajo, por así decirlo. -Indicó con el dedo a Matthew, que inclinó la cabeza con cortesía-. Nos gustaría hablar un momentito con usted. -Le miró a los ojos-. Sobre el asesinato de Birna y el reciente hallazgo del otro cadáver.
Bergur les clavó los ojos. Como Þóra sospechaba, no se alegraba, precisamente, de su visita.
– No sé si debo hablar con ustedes -replicó secamente-. La policía me ha sometido a interminables interrogatorios y estoy exhausto. ¿No pueden solicitar las declaraciones de los testigos, y ya está? No tengo nada que hablar con ustedes.
Þóra borró la sonrisa.
– En realidad, prefiero hablar yo misma con la gente en vez de leer en un papel lo que han contado. Además, seguramente, muchas de las preguntas que más me interesan no se las habrán hecho todavía. -Dejó escapar un leve suspiro-. Pero si no quiere hablar con nosotros, intentaremos hacerlo mañana con su mujer. Espero que ella no esté tan cansada como usted.
Bergur se puso nervioso.
– No creo que ella tenga más interés que yo en hablar con ustedes.
– Ya se verá en su momento, ¿no? -dijo Þóra-. La llamaré por teléfono y le explicaré por qué quiero hablar con ella. Estoy segura de que querrá verme. -Þóra esperaba que bastara con aquello, y puso cara de poker para que Bergur no sospechara que estaba echándose un farol.
El granjero miró hacia atrás, al interior de la casa. Luego se volvió y le dirigió a Þóra una furiosa mirada. Hizo como que no veía a Matthew.
– De acuerdo -asintió irritado-. Hablaré con ustedes, pero no aquí. Hay un cuartucho en las caballerizas, podemos sentarnos allí. -Entró en la casa y se puso los zapatos mientras decía en voz alta-: ¡Rósa! Salgo un momento. -Luego cerró sin decir nada más, aunque su mujer le respondió algo, que Þóra no llegó a distinguir. Bergur echó a andar en silencio.
– La caballeriza… -dijo Þóra en voz bien alta mientras le seguía casi corriendo en dirección a un edificio con un recubrimiento de chapa recientemente construido-… ¿es la misma en la que encontró el cuerpo de Eiríkur? -Bergur no respondió, así que Þóra miró a Matthew y abrió mucho los ojos para indicarle que el asunto no iba del todo bien, y que tendría que participar él también en la conversación. Matthew se limitó a sonreír y a sacudir la cabeza.
Siguieron al granjero hasta el portón, que abrió con gran esfuerzo.
– Entren -dijo.
– Gracias -respondió Þóra, que no pudo evitar una sonrisa al ver la mueca de Matthew cuando el olor a excrementos de caballo les golpeó como una violenta coz-. Qué rico olor -dijo sin que Bergur la oyera, guiñando un ojo. Matthew tenía los labios tan apretados que no pudo ni sonreír. Su gesto sólo se relajó al entrar en el cuarto.
– Pueden sentarse aquí -dijo Bergur, señalando tres sillas de lona colocadas alrededor de una vieja mesa de cocina. Él se apoyó contra un pequeño fregadero en el que había una cafetera roñosa y una caja de cartuchos.
– Muchas gracias -dijo Þóra al sentarse. Vio la extrañeza con que Bergur seguía los movimientos de Matthew, que no se sentó en la silla hasta haberle quitado el polvo con las manos-. No sé si me oyó antes -continuó-, ¿es ésta la misma cuadra en la que se encontró el cadáver de Eiríkur?
Bergur asintió con la cabeza.
– Sí.
– Y fue usted quien lo encontró, ¿no? -preguntó Þóra. Él volvió a asentir en silencio con la cabeza, así que continuó-: Y también fue usted quien se topó con el cadáver de Birna. Qué curioso -añadió, con un gesto de extrañeza.
Bergur no respondió al momento, sino que fijó en ella sus ojos enmarcados por unas espesas cejas negras, hasta que Þóra se vio obligada a pestañear. Entonces habló.
– ¿Está insinuando algo? -preguntó secamente-. Si es así, le diré lo mismo que le dije a la policía: que no tengo absolutamente nada que ver con esas dos muertes.
– Esos asesinatos -le corrigió Þóra-. Porque a los dos los asesinaron. En todo caso, sabemos perfectamente que usted tenía una relación amorosa con Birna. ¿Iba todo bien entre ustedes?
Bergur se sonrojó ligeramente, pero Þóra no supo si era de indignación o de vergüenza por tener que hablar de su adulterio con unos desconocidos. Pero cuando por fin habló, su voz indicó que se trataba más bien de esto último
– Iba bien -dijo, volviendo a cerrar los labios con fuerza.
– ¿Su mujer estaba al tanto? ¿Cómo se llama…? -dijo Pora, que prosiguió al momento-: Ah, sí, Rósa. ¿Estaba Rósa al tanto?
El rubor se hizo ahora muy evidente.
– No -respondió Bergur-. No estaba enterada, y aún no se ha enterado, creo. Por lo menos, yo no se lo he dicho.
– De modo que era una aventura temporal -preguntó Þóra-. Se lo pregunto en vista de que prefirió ocultárselo a su mujer.
– Ya era más que eso -respondió Bergur, irritado-. Tenía intención de separarme de Rósa. Pero aún no había llegado el momento de decírselo.
– Comprendo -dijo Þóra-. Entonces quizá no sea conveniente tener que hablarlo con ella precisamente ahora, ¿no?
– Eso a usted no le importa -declaró Bergur con el rostro encendido.
– No, claro que no -repuso Þóra. Se sentó mejor en la incómoda silla, que soltó un crujido-. Hoy me he enterado de algo sobre Birna que me parece bastante raro, a la vista de lo que me está contando usted. -Calló como si estuviera reflexionando sobre la conveniencia de confiar a Bergur aquel dato.
– ¿De qué se trata? -preguntó Bergur con curiosidad.
– No, quizá no sea más que una tontería -dijo Þóra, mirándose las uñas. Luego levantó los ojos y los clavó en los de Bergur-. El día en que fue asesinada, Birna había tenido relaciones sexuales con dos hombres. Con usted, supongo, y con otro. Quizá con el asesino… quizá no. Puede ser que la relación que tenían ustedes dos no fuera más que una aventura pasajera, para ella.
Bergur se irguió y exhaló con fuerza.
– No sé de dónde habrá sacado sus informes, pero a mí me dijeron que la habían violado. Creo que no hace falta ser demasiado listo para comprender que ese último coito fue en contra de su voluntad -bramó fuera de sí.
– ¿De modo que reconoce que fue usted uno de los dos? -preguntó Þóra.
Bergur se dejó caer de nuevo sobre el fregadero.
– Sí. Fue con pleno consentimiento de ella y mucho antes de que la asesinaran. Lo hicimos por la tarde, y la asesinaron por la noche.
Þóra reflexionó un momento.
– ¿Quién cree que puede haber matado a Birna? -preguntó-. Eran muy íntimos, tendrá que haberle dado muchas vueltas al asunto.
– Jónas -vociferó fuera de sí-. ¿Quién si no?
Þóra se encogió de hombros.
– Él asegura que es inocente. Exactamente igual que usted -reveló-. ¿Y por qué iba a desearle él la muerte? Birna trabajaba para él en algo que le resultaba especialmente querido. Ahora todo se ha ido a hacer gárgaras, o por lo menos se ha complicado muchísimo. Además, tengo entendido que acababan de acordar poner fin a su relación amorosa, de modo que no debía de haber problema de celos. ¿O no es así?
– No tenían ninguna relación amorosa -explicó Bergur muy enfadado-. Se habían acostado, pero no tenían una relación. -Se detuvo un instante para respirar-. Pero él estaba loco por ella y es mentira que hubiera aceptado la ruptura, porque era ella quien le había rechazado.
– ¿Cómo sabe usted eso? -preguntó Þóra.
– Me lo contó Birna -respondió Bergur, ingenuo-. Él la perseguía como si fuera su sombra. Ésa fue la razón de que Birna dejara de usar su habitación del hotel como estudio. No la dejaba en paz.
Þóra era todo oídos.
– ¿Y adónde iba, entonces? -preguntó-. Supongo que a algún sitio cerca, ¿no?
Bergur comprendió al instante la causa del interés de Pora. Aprovechó para dejar pasar un tiempo antes de responderle, pero finalmente lo hizo.
– Se trasladó a Kreppa -dijo-. La granja pertenece al hotel pero allí no vive nadie. Se instaló allí.
– Sé a qué granja se refiere -replicó Þóra-. Y he estado allí, pero no vi nada que indicara que alguien hubiera estado trabajando allí recientemente -dijo con un gesto de duda-. ¿Sabe quizá qué habitación utilizaba?
– Una de las del piso de arriba -contestó Bergur, sin dar más detalles.-Comprendo -dijo Þóra, que decidió volver a la granja lo antes posible. Tenía que haber allí algo que perteneciera a Birna, quizá algo que arrojara luz sobre su muerte, aunque el deseo era quizá demasiado optimista-. Dígame una cosa -continuó-. ¿Conoce usted la historia de las dos granjas, Kreppa y Kirkjustétt?
Bergur sacudió la cabeza.
– No. Yo soy de Vestfjörður. Vine aquí a los veinte años.
– ¿Nunca ha oído hablar de algún incendio en Kirkjustétt? -preguntó Þóra con escasas esperanzas.
– No, nunca-respondió Bergur-. Las granjas no han sufrido renovaciones, de modo que no puede haber habido un incendio allí, a menos que la reconstrucción se hiciera muy rápidamente y se reparasen todos los daños. Pero lo dudo, porque Birna estaba muy interesada en la historia de las granjas y nunca me lo mencionó.
– ¿Habló con usted sobre la historia de las granjas? -preguntó Þóra, con la esperanza de obtener una respuesta positiva-. ¿Y le mencionó alguna vez a los nazis en relación con ellas?
Bergur levantó las cejas.
– Sí -contestó-. En realidad no dijo nada, pero me preguntó si yo sabía algo sobre la historia de los nazis en esta zona. Naturalmente, yo no sabía nada, pero cuando le pregunté por qué quería saberlo, me dijo que no me preocupase, que no era nada importante. Qué extraño que usted vuelva a mencionarlo ahora. Ya casi lo tenía olvidado por completo.
– ¿Y Kristín?-preguntó-. ¿Mencionó alguna vez el nombre de Kristín?
Bergur rió con frialdad y sonrió burlón.
– Dígame un solo islandés que no ha tenido en los labios el nombre de Kristín al menos una vez en la vida. -Borró la sonrisa-. Pero no recuerdo nada especial que tuviera relación con ese nombre.
– Muy bien -asintió Þóra-. Si no le importa, me gustaría preguntarle por Eiríkur, el lector de auras. -No esperó a su respuesta, sino que prosiguió-: ¿Se conocían?
– No -respondió Bergur-. Sabía quién era. Eso era todo. Nunca hablé con él.
– ¿Podría decirme, quizá, cómo lo encontró y, tal vez, cómo es el lugar?
– ¿No prefieren verlo con sus propios ojos? -dijo Bergur.
Matthew y Þóra se levantaron y le siguieron hasta la caballeriza propiamente dicha. Þóra se había acostumbrado al olor, de modo que no le afectó mucho, pero Matthew hizo grandes aspavientos nada más abandonar el cuartucho. Caminaron hasta una de las cuadras, que tenía paredes más altas que las demás.
– Es aquí -indicó Bergur, con el rostro un tanto pálido-. El semental estaba en el pesebre y lo había matado a coces. Al menos ésa es la impresión que tuve. -Abrió el cubículo-. El caballo no está aquí ahora.
Þóra echó un vistazo al interior. No había mucho que ver, pues lo habían quitado todo, dejando el suelo libre.
– Supongo que la policía habrá registrado el escenario a fondo.
– Sí, se pasaron aquí toda la noche-respondió Bergur-. No dejaron las cosas muy ordenadas, precisamente.
– Me lo imagino -dijo Þóra-. ¿Por qué entró usted aquí?
– A darles de comer -respondió conciso-. Por desgracia.
– ¿Por desgracia? -preguntó Þóra-. ¿Qué quiere decir?
– Ojalá no hubiera tenido que ver aquella atrocidad -contestó Bergur con sinceridad-. El cuadro era espantoso. El zorro, las agujas y la sangre, por no hablar del hombre destrozado.
– ¿El zorro? -Þóra no pudo evitar un gesto de sorpresa-. ¿Había un zorro aquí dentro?
– Sí -respondió Bergur-. Atado al pecho del cadáver. Al principio pensé que se trataba de una estola de piel, pero luego me di cuenta de lo que era realmente. Me quedé como petrificado un buen rato antes de reaccionar. Mirando. -Cerró la puerta de la cuadra.
– ¿Por qué va alguien a atarse al pecho un zorro, a sí mismo o a otra persona? -pensó Þóra en voz alta-. ¿Tienen algún significado especial los zorros en esta comarca?
– No, no que yo sepa -respondió Bergur-. No tengo ni la menor idea de qué podría significar o representar. A lo mejor era sólo para hacerlo todo más horrible aún. El olor del zorro era repulsivo. Llevaba muerto mucho más tiempo que Eiríkur.
Þóra asintió, pensativa. No conseguía imaginar ninguna explicación.
– ¿Y qué agujas son ésas que mencionó? ¿Se había estado inyectando algo ese hombre? -A lo mejor era aquél el motivo de las extrañas preguntas de Þórólfur sobre agujas y costura.
Bergur entornó los ojos, visiblemente contrariado por tener que recordarlo. Tragó saliva antes de hablar.
– El cadáver tenía alfileres clavados en las plantas de los pies. -Vaciló un momento, pero prosiguió-: A Birna le habían hecho lo mismo. -Tuvo un estremecimiento y añadió-: Quienquiera que fuese el que les clavó aquello en los pies, no les tenía ninguna simpatía, eso está claro.
– ¿Alfileres? -preguntó Þóra desconcertada-. ¿Alfileres?
– Sí -dijo Bergur, volviendo a apretar los labios-. Prefiero no hablar de eso. No tengo ganas de recordar todos esos detalles.
Þóra lo dejó correr, pues estaba tan confusa que no tenía ni idea de qué más preguntar. ¿Qué podía llevar a alguien a clavarles alfileres en los pies a unas personas a las que quiere matar? ¿Quizá habían torturado a Birna y Eiríkur para sacarles información? Þóra dejó de darle vueltas a la idea y pasó a otro asunto.
– ¿Puedo preguntarle si consiguió explicarle a la policía dónde estaba usted a la hora en que creen que murieron Birna y Eiríkur?
– Sí y no -respondió Bergur-. Pude explicar dónde estaba, pero por regla general voy solo, de manera que nadie puede confirmarlo excepto mi mujer. -Miró a Þóra como advirtiéndole que no debía poner en duda lo que le estaba diciendo. A Þóra ni se le pasó por la cabeza hacerlo, y pensó que había sido más sensato que Jónas, que se inventó unas ausencias que se pudieron desmontar con facilidad-. No creo que ella le vaya a mentir a la policía -añadió secamente, como si aquello fuera un inconveniente.
– Una cosa más -se apresuró a decir Þóra-. ¿Qué significa RER?
Bergur alargó una mano al pestillo de la cuadra y volvió a abrirlo.
– No tengo ni idea de su significado. -Señaló con el dedo la pared del fondo de la cuadra del semental-. Eiríkur lo grabó en la chapa antes de morir.
Þóra entró, y Matthew detrás de ella; le explicó lo que había dicho Bergur, y los dos se agacharon sobre la porquería para mirar mejor. Matthew sacó su móvil e hizo una foto.
– RER -dijo Þóra, saliendo de la cuadra detrás de él-. ¿Qué palabra querría escribir? A lo mejor la segunda R es en realidad una B.
Bergur se encogió de hombros.
– Como ya le dije… no tengo ni la más remota idea de lo que puede significar. -Cerró la cuadra-. Tendría que volver a mis obligaciones. ¿Tienen ya suficiente?
Se escuchó un leve crujido y la puerta de la caballeriza se abrió. Entró titubeante una mujer de edad similar a la de Bergur. Su aspecto le llamó la atención a Þóra. No era ni fea ni desgarbada, pero había algo en su forma de moverse y en su ropa, que la hacía tremendamente poco atractiva. Su cabello estaba como muerto y descolorido, sujeto por detrás de la cabeza con una cinta que no contribuía demasiado a su belleza. En sus cortas pestañas no había ni huella de rímel. Era una mujer a la que no sería fácil describir cinco minutos después de que se hubiera marchado, y daba la sensación de que ella misma era también consciente de su aspecto, y prefería pasar desapercibida. Þóra hizo un intento de sonreír para tranquilizarla un poco, pues se la veía nerviosa e indecisa en medio de la puerta abierta. La mujer carraspeó y dijo luego en voz baja:
– ¿No vienes? -Había dirigido sus palabras a Bergur, como si no viera a Þóra y Matthew.
– Ahora mismo -respondió Bergur. En su voz no había ni un mínimo asomo de cariño-. Vuelve a casa. Ya voy yo.
– Ah, vaya -dijo Þóra con alegría-. Es hora de irnos. -Se volvió hacia Bergur-. Muchísimas gracias. Ha sido muy amable al dejarnos ver el escenario de los hechos. -Apartó la mirada de Bergur y dirigió sus ojos hacia la mujer, que suponía era Rósa-. Su marido ha sido muy amable al enseñarnos la cuadra en la que se encontró el cadáver. Soy abogada y estoy en el caso por mi cliente.
Rósa asintió indiferente.
– Adiós, Rósa. -Tendió la mano a la vez que se presentaba. Los ojos de la mujer sólo se detuvieron en Þóra por una fracción de segundo, volviéndose inmediatamente hacia su marido.
– ¿Vienes ya? -repitió. Bergur no respondió.
Þóra intentó romper aquel difícil momento con una pregunta final, aprovechando que Matthew no comprendía.
– Una última cosa. Vi a un chico joven en silla de ruedas muy cerca del hotel. Creo que es de aquí. ¿Sabe usted qué accidente le causó esas heridas? -Bergur y Rósa se quedaron mirándola, petrificados-. Ya saben, un muchacho que tiene unas quemaduras horribles -añadió para ser más precisa. No tuvo que decir nada más, porque los insultos que empezaron a salir como escupitajos por la boca de Rósa le indicaron sin asomo de duda que sabían de quién estaba hablando. Þóra se quedó atónita y vio, sin decir una sola palabra, cómo Bergur agarraba a su esposa por el brazo y se la llevaba a rastras.
Matthew le puso la mano sobre el hombro a Þóra.
– Tengo tantas ganas de largarme de este lugar apestoso, que no te puedes ni imaginar. Pero he de reconocer que me gustaría saber qué barbaridad acabas de decirle a esa buena mujer.
Magnús Baldvinsson sonrió para sí. Aunque ya estaba viejo y cansado, había momentos en los que se olvidaba de la decadencia de su cuerpo y se sentía como en sus años mozos. Y aquél era uno de esos momentos. Marcó el número de su casa y esperó de buen humor a que su esposa respondiera, se tomó un generoso trago del coñac que había comprado en el bar y disfrutó al sentir el líquido dorado calentar su boca antes de pasar a la garganta.
– Hola, Fríða -saludó-. Ya se acabó.
– ¿Qué? -se oyó preguntar a su mujer-. ¿Vuelves ya a casa? ¿Qué ha sucedido?
– La policía acaba de detener a un hombre por el asesinato de Birna -informó Magnús, haciendo girar la copa ante sus ojos-. Puedes decirle a Baldvin que venga a buscarme cuando mejor le convenga.
– Está en el este, preparando el congreso del partido. Si recuerdo bien, no estará en su casa hasta por la noche, tarde -respondió su mujer con miedo en la voz-. ¿Quieres que le pida a alguien que vaya a recogerte?
– No, no -respondió Magnús, aún contento. A la alegría que acompañaba a la relajación de la tensión y el miedo de los días pasados, se sumaba el orgullo por su nieto-. Me apetece ir con él, y también que me cuente qué tal fue la reunión.
– Siempre está preguntando por ti, desde que te llevó a Snæfellsnes -dijo su mujer-. Se alegrará de traerte él a casa. -Aquellas palabras fueron seguidas por un breve silencio, pero luego añadió, desconfiada y asustada a la vez-: ¿Tenéis algún plan?
– No -contestó Magnús sin dudarlo-. Bueno, no puedo alargar esto. Dile a Baldvin que venga cuando mejor le convenga. Yo estaré aquí.
Se despidieron, y Magnús colgó. Dejó la mano encima del teléfono un breve instante, antes de retirarla. No supo si fue la visión de su mano avejentada lo que le devolvió de golpe a la realidad, o el alcohol, pero, de repente, volvió a sentirse como un anciano. Notó con extrañeza cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla llena de arrugas, y la vio caer sobre la pernera del pantalón. Se quedó mirando la manchita, mientras le invadía una sensación de culpa y de malestar. Kristín.
Þóra se masajeó las sienes.
– No sé si servirá de mucho o de poco el saberlo, pero la estrofa de la lápida de Grímur Pórólfsson es del Hávamál -anunció, reclinándose sobre el respaldo de su silla, delante del ordenador. Miró orgullosa a Matthew, sabiendo que él no tenía ni idea de qué le estaba hablando-. El Hávamál es una serie de versos aforísticos medievales que se suponen compuestos por Odín. Muchas de las cosas que se dicen en el poema siguen siendo increíblemente sensatas hoy día. -Þóra reconoció en el gesto de desinterés de Matthew el suyo propio en los años de instituto, cuando oyó hablar del Hávamál en serio por primera vez-. De verdad -continuó-. Aquí pone que esta estrofa en particular se refiere a las desgracias que le sobrevienen a quien acaba viéndose obligado a depender de otras personas.
– Lo que no nos aclara nada en sí mismo -señaló Matthew-. Eso lo sabe todo hijo de vecino.
– Pues a mí me parece que es muy revelador -repuso Pora-. Por ejemplo, me parece evidente que lo grabaron en la lápida de Grímur por algún motivo. No lo eligieron al azar, estoy segura. -Volvió de nuevo a la red e intentó encontrar la estrofa que estaba en la piedra del prado del hotel. No fue fácil sacar nada en claro, lo único que consiguió fue una referencia a los cuentos populares de Jón Árnason, en una página que trataba del abandono de niños y, a pesar de varios intentos, no consiguió hallar la colección de historias en la red en forma accesible-. Esta estrofa tiene que ver con el abandono de niños -dijo Þóra, explicando lo que había encontrado-. Aquí pone que los niños sin bautizar que eran expuestos se convertían en fantasmas y que sus lamentos, el lamento de los expósitos, se oye cuando el viento sopla sobre su pira, que es el lugar donde fueron abandonados. Incluso se cuenta aquí que los expósitos pueden viajar apoyándose en una rodilla y empujándose con una mano. -Apartó la vista de la pantalla y miró a Matthew-. ¿Tú viste algo así por la ventana? -Matthew le puso muy mala cara y Þóra se giró de nuevo hacia la pantalla, con una sonrisita-. Pero la próxima vez que te encuentres con un expósito debes tener cuidado de que no haga tres círculos a tu alrededor, porque entonces perderás la razón. Intenta que se aleje, así se marchará en busca de su madre. -Miró de nuevo a Matthew, con una sonrisa de oreja a oreja.
– Eres muy graciosa -dijo Matthew enfadado-. Lo de aquel ruido no era broma, lo oí de verdad.
– Tendría que localizar la colección de cuentos y leyendas populares y buscar allí. -Þóra bostezó-. Pero eso puede esperar.
– Estoy de acuerdo contigo en que no corre ninguna prisa -asintió Matthew-. Algo me dice que eso no te va a aproximar al asesino.
– Nunca se sabe, amigo mío -dijo Þóra, que inició una nueva búsqueda, ahora sobre la tuberculosis. Leyó algunas de las pocas páginas que encontró sobre el tema-. Eso se llama mala suerte -dijo-. El antibiótico contra la tuberculosis llegó al mercado en 1946. Un año después de la muerte de Guðný. -Siguió leyendo y luego cerró el navegador y se puso en pie-. En realidad, después lo que he leído, puedo comprender por qué ni Guðný ni su padre, Bjarni, quisieron ir al hospital para tuberculosos. Según lo que he encontrado, los intentos que se hacían para detener el avance de la tuberculosis, o para curarla, eran de todo menos agradables. Comprimir por completo un pulmón, extirpar costillas y cosas por el estilo, pero no servían de nada y en muchos casos el enfermo quedaba mutilado.
Matthew le dio un golpecito en el hombro.
– Todo eso es terriblemente apasionante, pero creo que deberías darte la vuelta y ver quién acaba de entrar.
Þóra se giró hacia la entrada principal, pero enseguida se volvió otra vez hacia Matthew.
– ¿Qué querrá? ¿Crees que me habrá visto?
– ¿No será que viene a darte una paliza? -le susurró Matthew al oído-. Pero creo, a pesar de todo, que deberías hablar con ella.
Þóra no respondió, pero se volvió de nuevo a mirar. Vio cómo Jökull, el camarero y segador, se acercaba a la señora de Tunga, visiblemente nerviosa delante del mostrador de recepción, que estaba vacío. Iba vestido con un chaquetón y botas y trató a Rósa con gran afabilidad antes de salir los dos juntos. Ninguno de ellos pareció fijarse en la presencia de Matthew o de Þóra. Ésta se volvió hacia Matthew.
– ¿Qué demonios de relación hay entre esos dos?
– Sé que tu jornada laboral está a punto de acabar, Bella -dijo Þóra con el cansancio en la voz-. Y no te estoy pidiendo que trabajes esta noche. Puedes hacerlo mañana por la mañana. -Sacudió la cabeza para comunicarle su desesperación a Matthew, mientras escuchaba las protestas de su secretaria-. Mi querida Bella, yo pensaba que ésta era una tarea que te venía que ni pintada, por lo aficionada que eres a los caballos. -Þóra no acababa de comprender que Bella, con sus abundantes carnes, lograra subirse a lomos de un caballo-. Lo único que tienes que hacer es averiguar si existe alguna relación entre caballos y zorros, o entre zorros y asesinatos. -Suspiró y cerró los ojos cuando Bella la interrumpió-. Bella, no sé cómo puedes encontrarlo. Intenta comprobar si los zorros y los caballos, especialmente los sementales, tienen algo en común. -Þóra se daba perfecta cuenta de que tendría que explicarlo un poco mejor-. La cuestión es que han encontrado en una caballeriza a un hombre, al que un semental había matado a coces. El cadáver tenía atado al pecho un zorro muerto. Me imagino, y quiero comprobarlo, que lo hicieron con alguna intención.
Matthew le guiñó el ojo a Þóra y sonrió. Conocía perfectamente lo tensa que era la relación de Þóra con su secretaria y se divertía mucho oyéndolas, aunque no comprendiera una sola palabra de lo que hablaban.
– Dale recuerdos de mi parte -interrumpió.
Þóra hizo una mueca.
– Sí, Bella, sí. Lo encontrarás. Hiciste muy bien el encargo del cementerio, y estoy segura de que lo mismo pasará ahora con esto. Matthew te envía recuerdos. -Miró a Matthew y sonrió-. Le apetece mucho ir contigo a visitar unas caballerizas en cuanto volvamos. Ya hemos estado en unas, y le han encantado. En estos momentos, su mayor ilusión es tener la oportunidad de dar de comer a los caballos y recoger el estiércol. Ya sabes cómo les gustan a los alemanes los caballos islandeses. -Se despidió y se volvió hacia Matthew-. Bella quiere invitarte a ir con ella a ver una caballeriza cuando volvamos -dijo, con una sonrisa de oreja a oreja-. Dice que te dé las gracias por la última vez que os visteis.
– Ja, ja -exclamó Matthew-. Muy graciosa. Supongo que le habrás contado lo bien que lo pasaste tú en la cuadra. ¿Conseguiste decir tres palabras seguidas antes de que Rósa se pusiera hecha un basilisco?
– Tienes que reconocer que reaccionó de una manera muy extraña -observó Þóra-. Da igual que la pregunta fuera o no agradable. Pero tengo que descubrir qué relación existe entre ella y Jökull.
– Su reacción en la cuadra fue un poco exagerada -dijo Matthew-. Pero ya te advertí que no debías meter las narices en ese asunto.
– Lo divertido es que yo intentaba ser amable, porque me dio la sensación de que Bergur estaba muy molesto con ella -dijo Þóra-. Lo del joven de la silla de ruedas fue lo único que se me ocurrió.
– Por desgracia -señalo Mathew-. ¿No se podrá encontrar algo al respecto en la red? Está tan destrozado que no puede haber nacido así, tiene que haber estado en un incendio y los incendios suelen ser noticia casi siempre. Sobre todo cuando alguien sale herido -añadió-. Tiene que poderse acceder de alguna forma a las noticias antiguas en las páginas de los periódicos.
– Sí, probablemente -dijo Þóra-. Pero sería muchísimo más sencillo si alguien de aquí pudiera contármelo. No sé qué buscar, ni siquiera sé si sucedió hace diez años o hace un mes. Los periódicos no suelen especificar las heridas, se contentan con decir si alguien está grave o de pronóstico reservado, y cosas por el estilo. Aparte de que ni siquiera sé si fue el incendio de una casa o si el joven se cayó sin más dentro de un geiser. -Dejó escapar un hondo suspiro-. Además de que tendría que dedicarme más bien a intentar hacer algo por el pobre Jónas.
Matthew gruñó.
– Si se puede -dijo-. Tienes que reconocer que podría ser culpable.
– Sí, desgraciadamente -asintió Þóra-. Pero de alguna forma, estoy segura de que no fue él quien cometió esos crímenes.
– ¿Y quién, entonces? -preguntó Matthew-. Todo tendría mejor pinta si hubiera algún sospechoso más.
Þóra reflexionó un momento.
– El siguiente sería Bergur, pero no tendría, aparentemente, ningún motivo para matar a Eiríkur. -Se mordió el labio inferior. Estaban en la explanada frente al hotel, adonde habían ido porque Þóra quería hablar con Bella. Se encontraban uno al lado del otro, apoyados en el coche de alquiler de Matthew-. ¿No podemos excluir a todos los que estaban en la reunión espiritista? -preguntó Þóra-. Se estaba celebrando justo en el lapso de tiempo en que fue asesinada Birna, a juzgar por lo que dijo la policía.
– ¿Se ha sabido algo más preciso sobre la hora de la muerte? -preguntó Matthew.
– Þórólfur dijo que entre las nueve y las diez del jueves por la noche -respondió Þóra-. Tenía que basarse en las conclusiones de la autopsia. Coincide además con el mensaje en el que la citaban a las nueve. -Þóra suspiró-. La reunión empezó a las ocho. Nosotros tardamos media hora en llegar a la playa, así que si el asesino fue allí desde la reunión, no habría podido estar de vuelta antes de la pausa, que fue a las nueve y media. El acceso estaba cortado, de modo que nadie habría podido llegar en coche… habría tardado demasiado tiempo en llegar a la carretera general.
– ¿Sabes quienes estuvieron en la reunión? -preguntó Matthew-. De nada sirve excluir a un montón de gente si no tienes más información sobre quiénes eran.
– No, pero estoy segura de que, de una u otra forma, Vigdís sabrá quiénes asistieron. Ella cobraba la entrada -dijo Þóra-. Y además, muchos debieron de pagar con tarjeta, de forma que podremos encontrar los nombres de algunos de ellos.
– ¿Pero no deberías concentrarte en los posibles sospechosos, en lugar de en los que no son sospechosos?-señaló Matthew.
– Sí, pero de esta forma podré descartar a bastantes. Y al mismo tiempo, tendré una lista de los que pudieron haber visto a Jónas paseando durante la pausa, y que podrían servir como testigos de su ausencia -dijo Þóra. Observó una gaviota que volaba por encima de ellos-. A menos que el asesino se haya marchado volando -dijo pensativa, pero de repente se irguió y se apartó del coche-. ¿Y por qué no en barco? ¿No podría haber tenido el asesino una motora con la que entró en la ensenada?
Matthew no parecía igual de entusiasmado con la idea.
– ¿No es un poco absurdo? -la contradijo-. Tú y yo estuvimos en la ensenada y viendo la playa no me pareció que fuera posible desembarcar allí. Las piedras del fondo no hacían más que moverse. -Y añadió pensativo-: Aunque, en realidad, había un posible embarcadero. A lo mejor sí que se puede. -Siguió reflexionando-. Pero la barca habría tenido que estar amarrada aquí al lado, en el embarcadero del hotel, antes de la reunión. Quizá haya alguien que recuerde si fue así. Vamos allá y veamos cómo es.
Bajaron desde el hotel al pequeño muelle que había al este de los terrenos. Matthew se volvió y miró al hotel, cuando ya estaban casi llegando al lugar.
– Aquí no se nos ve mucho -dijo, señalando con el dedo. Desde donde estaban se veía el tejado del hotel, pero ni las puertas ni las ventanas-. Sería fácil hacer cualquier cosa aquí sin que te molesten. -Miró a su alrededor-. Y eso que me da la sensación de que este embarcadero no parece usarse mucho. No hay cabos ni postes para amarrar botes.
Þóra miró por debajo de los lados de la pasarela pero no vio nada que pudiera indicar que el muelle estuviera en uso.
– De acuerdo -dijo-. Pero de todos modos le preguntaré a Vigdís si recuerda alguna barca esa noche. -Se levantó viento, envolviéndoles en el olor de la ballena muerta-. Dios mío -exclamó Þóra, mirando el borde de la playa en dirección al lugar de donde soplaba el viento-. ¡Allí está el cadáver, mira! -señaló con el dedo hacia una gran masa negra, informe, a bastante distancia.
Matthew se cubrió la boca y la nariz con la mano, pero aguzó la vista en dirección al lugar que señalaba Þóra.
– ¿Pero qué es eso? No puede haber en el mundo un olor más horrible.
– ¿Vamos a echar un vistazo? -preguntó Þóra-. Si atajamos por esa pequeña ensenada, estaremos allí en poco tiempo.
Matthew dejó de mirar la línea de la playa, y se concentró en Þóra.
– ¿Estás hablando en serio? ¿Quieres ir hasta allí para ver esa monstruosidad asquerosa?
– Pues, claro -dijo Þóra, pero en ese momento sonó su teléfono. Suspiró al ver el número-. Hola.
– ¿No se te ha pasado por la cabeza contestar a los mensajes que te he estado enviando ininterrumpidamente, o te limitas a borrarlos? -gritó su ex marido, furioso-. No sé dónde diablos estás, pero esta eterna falta de comunicación se ha vuelto un tanto fastidiosa. No me chupo el dedo, y sé perfectamente que tienes apagado el móvil para poder enredarte con el primero que te encuentres.
Þóra intentó contenerse, pero no pudo mantener del todo la prudencia ante semejante perorata.
– Cállate, Hannes -le ordenó-. Estoy aquí trabajando, y si alguna vez hubieras llegado más allá de la circunvalación de Reikiavik, sabrías que no en todas partes hay cobertura para el móvil. -Esto último lo dijo con toda frialdad, aunque ella misma lo había descubierto muy pocos días atrás-. Lo único que tengo que decirte es que Gylfi y Sóley están justo a las afueras de Selfoss y que hay que ir allí a buscarles. Sigga está con ellos.
– ¿Y a mí qué me cuentas? -vociferó Hannes-. Yo también trabajo y no puedo andar de un lado para otro según a ti te convenga.
– ¿Puedes ir a buscarles, o no? -preguntó Þóra-. Si no puedes, llamo a mis padres y les pido que vayan ellos. Pero quiero recordarte que es culpa tuya. Si no hubieras estado cantando Eye of the Tiger una vez tras otra, no se habrían marchado. -Þóra subió el volumen, porque le parecía oír música-. Estoy oyendo Final Countdown -dijo, escandalizada-. ¿Aún estás con el Sing Star?
Se despidieron cuando Hannes aceptó ir a buscarles, y Þóra colgó, enfadada por haberse irritado. Abrió el teléfono y llamó a Gylfi para decirle que su padre iría a buscarles. Tuvo que hacer un buen esfuerzo para calmarse del todo.
– Drama familiar -le dijo a Matthew, que la miraba con mucha curiosidad-. Iremos a Kreppa a buscar el estudio de Birna.
– Por fin -exclamó Matthew-. Estoy dispuesto a todo menos a estudiar el cadáver de la ballena. ¿Y quién sabe? A lo mejor encontramos más nombres de personas asesinadas grabados en esa casa.
Subieron al muelle y volvieron hacia el hotel, donde Þóra vio un hombre que les hacía señas con las manos. Era el fotógrafo de la revista de viajes, Robin Kohman. Þóra respondió a sus señas, y él se dirigió hacia ellos.
– Hi -les gritó-. Os estaba buscando.
– ¿Y eso? -le gritó Þóra, a su vez, acelerando el paso-. Estábamos echando un vistazo por ahí.
– Me marcho esta noche -anunció el fotógrafo después de los saludos-, y quería daros las fotos de Birna. -Y añadió con un gesto mucho más triste-: Me he enterado de lo sucedido, y quería entregárselas a alguien que la conociera. -Sacudió la cabeza, apesadumbrado-. Ha sido tan repentino y, desde luego, me resulta enormemente sorprendente en este país.
– Sí, es espantoso -dijo Þóra-. Esperemos que capturen pronto al culpable.
– ¿Ha hablado contigo la policía? -preguntó Matthew-. Supongo que desearán entrevistarse con todos los huéspedes antes de que se vayan.
Robin asintió.
– Sí, charlaron conmigo esta mañana, pero no pude decirles nada.
– ¿No les quisiste dar las fotos a ellos?-preguntó Þóra-. Aunque nosotros sí las queremos, por supuesto.
– No; pensé que estas cosas no tenían nada que ver con el asunto -dijo Robin-. No creo que las fotos tengan ninguna relación con el asesinato de Birna. Son de lo más inocentes. -Sonrió cordial-. Quizá con excepción de una, la de un zorro muerto.
Matthew dejó la foto. Estaban sentados con Robin en el bar, y sobre la mesa, delante de ellos, había un montón de fotografías que el hombre había extraído de un sobre grande con el nombre de Birna.
– ¿Dónde tomaste ésta? -preguntó Matthew, señalando el zorro muerto que ocupaba el centro de la imagen. La esbelta criatura yacía de lado sobre la hierba. La lengua colgaba por un lado de la boca, y la piel rojiza estaba desgarrada y ensangrentada en un costado.
– Estaba al lado del sendero que llevaba a la vieja granja, que está justo ahí al lado -respondió Robin-. Birna me pidió que la acompañara hasta allí a hacer algunas fotos y nos encontramos con el pobre bicho. Me pidió ella que la hiciera, le parecía de lo más triste. En esta foto no se ve, pero todo lo que había alrededor indicaba que el zorro se había arrastrado hasta allí gravemente herido. -Robin señaló la herida en el costado del animal-. Escapó al cazador, pero el disparo resultó ser mortal.
– ¿Os llevasteis el zorro? -preguntó Þóra.
– No, ¿estás loca? -dijo Robin-. Ni lo tocamos. Olía espantosamente mal, y no teníamos el menor deseo de recoger el cadáver.
– ¿Crees que alguna persona, o algunas personas, habrían podido pasar después de vosotros y habérselo llevado? -preguntó Þóra.
Robin miró alternativamente a uno y otro, extrañado.
– No acierto a comprender este interés, pero claro que es posible. El zorro estaba a la vista de todos los que pasaran por allí. -Se irguió-. Sólo que no puedo imaginarme que nadie pueda tener interés en recoger un cadáver como ése. A menos que la piel sea muy valiosa. -Miró a Þóra-. ¿Tienen los islandeses debilidad por los zorros?
Þóra sonrió.
– No, no como para ponerse a recoger cadáveres. El interés que tenemos Matthew y yo por el zorro tiene otra motivación, muy diferente, pero sería demasiado largo de explicar. -Agarró las fotos y empezó a mirarlas-. ¿Birna no te dijo por qué eligió estos temas precisamente? -le preguntó a Robin-. Veo que muchas fotos son de la vieja granja y del terreno que hay detrás de hotel, pero también hay una de una trampilla de metal y otras de paredes interiores, al parecer. ¿Te explicó algo? -Le enseñó a Robin las fotos en cuestión.
El fotógrafo las miró y asintió con la cabeza.
– Recuerdo bien que había esa trampilla en el prado de la vieja granja, ahí al lado de las rocas -explicó-. La foto de las paredes, en cambio, la tomé aquí, en el sótano, en la parte vieja del hotel. Me pidió que la tomara un día después de las otras, pero no me dio más explicación sobre su interés por la trampilla. Pensé que tendría algo que ver con la arquitectura, pero no entendí del todo por qué quería precisamente esas fotos.
– ¿Te comentó algo sobre esta piedra? -preguntó Matthew, señalando tres fotos de la roca con la inscripción que habían encontrado detrás del hotel.
Robin estudió las fotos.
– Sí, qué curioso. Le pregunté por ella, mientras la fotografiábamos por delante y por detrás. Me tradujo el poema y, como me pareció bastante raro, le pregunté si era una costumbre islandesa escribir poemas en las piedras. -Dejó las fotos sobre la mesa-. Contestó que no, y se mostró bastante extrañada de encontrar allí una piedra con inscripción.
– ¿Se le ocurrió alguna explicación, o estuvo pensando cómo habría llegado allí la piedra? -preguntó Þóra.
– No directamente -respondió Robin-. Estuvo intentando comprobar si el poema lo podían haber grabado los habitantes, o si en la casa habría podido vivir algún artista. Luego pensó que tal vez se tratara de la tumba de algún animal doméstico, aunque el poema no le parecía que encajara con eso. Que yo sepa, no llegó a ninguna conclusión.
Matthew le dio un golpecito a Þóra.
– Aquí hay una interesante -dijo, dándole una foto de Birna hablando con un anciano en la explanada de delante de la puerta principal del hotel. Þóra la tomó-. A lo mejor estaban hablando de la remodelación de su residencia -dijo Matthew con una sonrisa.
Robin se inclinó sobre Þóra para ver lo que tanto les había llamado la atención.
– Sí, esta foto -dijo-. Se la tomé por mi cuenta. Estábamos yendo hacia la vieja granja, cuando ese hombre salió del hotel y se puso a hablar con Birna. Sé que es un cliente, porque le he visto varias veces en el comedor.
Þóra asintió.
– ¿Sabes de qué hablaron?
– No, ni idea -dijo Robin-. Hablaban en islandés. Pero no hacía falta entender nada para darse cuenta de que no era una charla de amigos normal y corriente. Sólo hice esta foto, porque enseguida empezaron a discutir y no me pareció muy apropiado.
– ¿Te dijo ella algo sobre el motivo de la discusión? -preguntó Matthew.
– Sí, dijo algo sobre que la gente tendría que darse cuenta de una vez por todas de que cada uno era responsable de sus propios actos -reveló Robin-. Estaba bastante enfadada, así que no pregunté más. -Se lo pensó mejor-. Pero luego añadió algo así como que los viejos pecados crecían igual que las viejas deudas. No comprendí a qué se refería, y me limité a cambiar de tema.
Þóra y Matthew se miraron a los ojos. Magnús Baldvinsson. ¿Viejos pecados?
La enfermera se dirigió hacia la cama de la anciana y le dio un amable golpecito en el hombro para despertarla.
– Malla, bonita-dijo suavemente-. Despierta. Tienes que tomar tus medicinas.
La anciana abrió los ojos sin decir una palabra. Miró al aire, parpadeó varias veces y tosió débilmente. La enfermera la miró en silencio. Sabía que, a veces, la anciana necesitaba mucho tiempo para volver en sí. Se limitó a permanecer tranquila a su lado, con una mano aún sobre el flaco hombro y un vasito de plástico en la otra. El vasito contenía pastillas blancas y rojas que iba a darle a la mujer.
– Vamos -dijo con voz alegre-. Dentro de un momentito podrás volver a tumbarte.
– Ha venido -dijo de repente la anciana. Seguía con los ojos en el aire, y aún no había mirado a la mujer que esperaba, paciente, al lado de la cama.
– ¿Quién ha venido? -preguntó la enfermera sin mucho interés. Ya hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a toda clase de desvarios de los ancianos, sobre todo cuando se debatían entre el sueño y la vigilia. Era como si regresaran a los largos días del pasado, cuando eran más jóvenes, más ágiles y no tenían que depender de otros para las cosas más insignificantes.
– Ha venido -repitió la anciana, sonriendo-. Me ha perdonado. -Miró a su interlocutora por primera vez, aún con la sonrisa en los labios-. No estaba enfadada. Siempre tan alegre.
– Estupendo -respondió con alegría la enfermera-. No es nada bueno estar enfadado. -Agitó el vasito de las medicinas-. Venga, incorpórate y tómate las medicinas.
La anciana no miró el vaso de pastillas, sino a la joven, directamente a los ojos
– Le pregunté si estaba enfadada -dijo-. Ella me preguntó que por qué iba a estar enfadada. -Se incorporó sobre los codos con gran esfuerzo-. Siempre tan alegre.
– ¿Quieres que te sostenga el agua, o lo puedes hacer tú sola? -preguntó la enfermera, echando mano al vaso que había en la mesilla de noche. Le dio agua a la anciana.
– Naturalmente, le dije que por qué iba a que estar enfadada -continuó la anciana, sin prestar la más mínima atención al agua o a las medicinas-. Y eso que siempre pensé que lo sabía todo sobre mí. -Sacudió la cabeza extrañada, agitando su cabello blanco-. Parecía que nunca había estado enfadada -dijo luego, y cerró los ojos-. Pero lo importante es que me ha perdonado a pesar de todo.
– Pues eso es estupendo -dijo la enfermera, dejando en la mesilla el vaso de medicinas y el agua-. Vamos. -Sujetó por debajo de los brazos a la anciana-. Tienes que incorporarte mejor. -Alzó a la mujer para que se pudiera sentar bien. Tenía la espalda torcida y no podía esperarse que se sentara perfectamente recta, pero aquello sería suficiente-. Ahora nos tomaremos las medicinas. -Agarró las pastillas-. Hay otras personas esperando, así que tendremos que darnos un poquito de prisa. -Llevó el vaso a los finos y descoloridos labios de la mujer.
La anciana abrió la boca y dejó que la joven le introdujera las pastillas. Conocía el procedimiento y esperó a que le diera un poco de agua para tragar. Las píldoras bajaron por su garganta con unos ruidos que la mujer no hizo nada por reprimir. Finalmente se secó la boca con el dorso de la mano y miró a la enfermera.
– Era buena y alegre. Imagínate.
– ¿Imagínate qué, cariño? -preguntó la enfermera por cortesía, sin acabar de aclararse de si la anciana estaba plenamente consciente.
– Me perdonó -repitió una vez más, con la misma voz de extrañeza de antes-. Y yo que no hice nada por ella.
– ¿Estás segura, cariño? -dijo la enfermera con una sonrisa-. Estoy convencida de que hiciste muchísimo por ella. Sólo que ya no te acuerdas.
La anciana frunció el ceño.
– Claro que me acuerdo. Murió. ¿Como podría olvidarlo?
La enfermera sonrió en su interior y acarició afable sus cabellos grises. Era lo que se temía, la pobre anciana estaba delirando. ¿La visita de una mujer muerta? No se preocupó por mantener la sonrisa, sino que volvió a acostar a la mujer en una postura más cómoda.
– Venga, Malla. Ahora intenta volver a dormir.
La anciana cerró inmediatamente los ojos, en el mismo momento en que su cabeza caía sobre la almohada.
– Asesinada. La maldad está por todas partes. -Chasqueó los labios y luego musitó, adormilada-: Querida mía. Mi querida Kristín.
– Debe de tratarse del mismo animal que le ataron a Eiríkur -dijo Matthew-. Por lo menos, no veo al zorro por ninguna parte. -Þóra y él habían ido siguiendo los pasos de Birna y Robin hasta Kreppa, y estaban en el lugar donde él les dijo que habían encontrado el zorro. No se le veía por ningún sitio.
– Tal vez otros animales han dado buena cuenta de sus restos, pero seguramente tienes razón -dijo Þóra-. Los únicos animales que se ven por estos alrededores son ovejas, y dudo que se dediquen a comer zorros. -Miró al cielo-. Quizá los pájaros, pero entonces habrían dejado los huesos.
– De modo que el asesino pasó por aquí -conjeturó Matthew, revolviendo un poco la hierba del borde del sendero, con una rama que había cogido mientras estaban buscando el cadáver.
– O eso, o mató al zorro y lo siguió hasta aquí, cuando Birna y Robin ya se habían ido -dijo Þóra-. Ya me gustaría saber qué significado tenía ese zorro.
– Quién sabe, a menos que Bella, tu ángel de la guardia, consiga descubrirlo -observó Matthew-. El zorro debería significar algo, supongo.
– ¿Transmitir algún mensaje, quieres decir? -repuso Þóra dubitativa-. ¿De las asociaciones de defensa de los animales, o algo por el estilo?
– No, del asesino -dijo Matthew-. A lo mejor es un perturbado que intenta decir algo con todo esto. ¿Sabemos con toda seguridad que no había nada atado a Birna?
– No, que yo sepa -respondió Þóra-. Al menos, nunca se ha mencionado. Los dos tenían alfileres en las plantas de los pies, pero nadie ha mencionado ningún zorro, ni ningún otro animal, en relación con ella.
Se detuvieron en el patio de grava de delante de la casa.
– ¿De quién es ese coche? -preguntó Matthew, señalando un Renault Mégane nuevo, aparcado en el patio.
Þóra se encogió de hombros.
– Ni idea -dijo-. No debería haber nadie aquí. -Miró las ventanas de la casa y vio que dentro había haz-. A lo mejor han venido los hermanos a acabar de llevarse sus pertenencias. Eso espero. -Sacó la llave de la casa y se dirigieron hacia la puerta, que no estaba cerrada con llave. Þóra abrió y metió la cabeza-. ¡Hola! -gritó-. ¿Hay alguien?
– ¡Hola! -gritaron como respuesta, y se oyeron unos pasos que se aproximaban-. Ah, hola -se oyó decir a una voz alegre al tiempo que aparecía Bertha, la hija de Elín. Se había recogido el pelo en una coleta, y llevaba en la mano una bayeta de quitar el polvo-. Me asusté. Bienvenidos, estoy empaquetando cosas para mamá y el tío Börkur. -Agitó la bayeta-. Hay tanto polvo que intento ir limpiando cada cosa antes de guardarla, aunque me eternice.
Matthew le devolvió la sonrisa, feliz de encontrar a alguien que recordaba que era extranjero y aceptaba hablar con él en inglés.
– Hola -le dijo tendiéndole la mano-. Gracias por el otro día.
– Lo mismo digo -respondió Bertha-. He tenido la gran idea de traer una cafetera y estaba sirviéndome un café. Llegáis que ni pintados, porque Steini no quiere café y siempre hago de sobra.
La siguieron hasta la cocina, donde estaba el joven, sentado en su silla de ruedas. Como la vez anterior, ocultaba el rostro con la capucha cubriéndole la cabeza, aunque al entrar se le vio dirigir sus ojos hacia ellos. Pero no dijo nada.
– Invitados, Steini -dijo Bertha, a lo que él respondió con un murmullo inaudible-. Servios, por favor -invitó Bertha, señalando unas tazas de porcelana colocadas junto al fregadero-. Acabo de limpiarlas -añadió con una sonrisa.
– Gracias -dijo Þóra-. Ni me había dado cuenta de lo que me apetecía un café. -Se llenó la taza y luego sirvió a Matthew-. ¿No es una barbaridad de trabajo para vosotros? -preguntó después de tomar un primer sorbo.
– Sí que lo es -dijo Bertha sin dudarlo-. No sé en qué estaba pensando cuando me ofrecí a encargarme yo. Aunque en realidad no deja de ser entretenido. Es una sensación especial, tocar estos objetos a los que los bisabuelos Grímur y Kristrún les tuvieron tanto aprecio.
– Me lo imagino -dijo Þóra-. A decir verdad, hemos venido a echar un vistazo al estudio de Birna. Tenemos entendido que se había preparado un refugio aquí arriba. ¿Es cierto?
– Sí -respondió Bertha-. ¿Queréis que os lo enseñe? No hay muchas cosas, sólo dibujos, pero no hay ordenador. Utilizaba un portátil y no lo quería enchufar aquí. -Señaló el cable de la cafetera-. Los enchufes son tan viejos que hace falta siempre un conector especial, Birna tenía miedo de que la corriente no fuera estable y no quería correr el riesgo de estropear su portátil. Siempre lo cargaba a tope en el hotel antes de venir.
– No importa -dijo Matthew-. Tampoco estamos buscando un ordenador a toda costa. Sólo queríamos ver en qué andaba trabajando.
Bertha entornó los ojos.
– ¿Pensáis que el crimen pueda tener algo que ver con el edificio que estaba diseñando? -El tono de su voz indicaba que albergaba dudas de que pudiera ser así-. ¿No está ya claro que el asesino era un psicópata sexual?
– No, eso no está nada claro -respondió Þóra, aunque decidió no mencionar la detención de Jónas. La muchacha podría pensar que Þóra y Matthew estaban apoyando al asesino, y negarse a colaborar con quienes torturaron a su amiga-. Pero es absurdo pensar que sus bocetos tengan algo que ver con el crimen. Sólo estamos interesados en ver si aquí puede haber algo que arroje alguna luz sobre el caso.
– Comprendo -respondió Bertha-. No he vuelto a entrar desde que se cometió el crimen -añadió-. Esperaba que la policía registrase el cuarto, por eso no quise tocar nada. Pero, hasta ahora, no han venido, así que probablemente esa habitación no tendrá ninguna importancia. -Se volvió hacia Þóra-. Tú eres abogada, ¿verdad? ¿La abogada de Jónas y del hotel? -preguntó.
– Sí -respondió Þóra, cruzando los dedos para que la chica no fuera a preguntar sobre la situación de su cliente.
– Entonces no habrá problema para que entres tú -dijo-. No irás a entorpecer la labor de la policía, ¿verdad?
– No, por Dios. -Mintió Þóra con aire inocente-. Nunca haría algo así. No nos llevaremos nada. Sólo miraremos. -Tomó un sorbo de café-. Este café está riquísimo -dijo con una sonrisa.
– Gracias -respondió Bertha-. A algunos, mi café les parece demasiado fuerte. -Señaló con la barbilla a Steini.
– Es demasiado fuerte -se oyó debajo de la capucha-. Demasiado fuerte.
Matthew no se sentía tan incómodo como Þóra con aquella situación, pues respondió a Steini enseguida:
– Ponle leche. Ése es el truco -dijo con total naturalidad-. Tendrías que probarlo. Con crema es aún más rico.
– Quizá -dijo Steini-. Pero prefiero los refrescos.
Bertha sonrió a Matthew con alegría y Þóra pensó que ojalá se le ocurriera a ella algo que decirle al joven. Había algo doloroso en el afecto que sentía la muchacha por él.
– ¿Os lo enseño? -preguntó Bertha de pronto-. Steini y yo tendríamos que ir acabando esto. -Se dirigió a la puerta que daba al pasillo.
– Sí, desde luego -respondió Þóra, dejando la taza. Matthew hizo lo mismo-. Os podéis quedar aquí abajo, si queréis -dijo Þóra, caminando detrás de Bertha-. No nos llevaremos ni estropearemos nada.
– No hay problema -respondió Bertha-. Todavía tengo cosas por organizar.
Los tres subieron en fila india por la escalera y llegaron hasta la puerta del cuarto de Birna. Resultó ser la habitación que Þóra y Matthew no habían podido abrir cuando fueron a la casa por primera vez.
– Cerré con llave en cuanto me enteré del asesinato -explicó Bertha mientras peleaba con una llave que se atascaba en la cerradura. Finalmente, consiguió introducirla bien, la hizo girar y empujó la puerta. Sobre el escritorio había una lata de refresco, en el alféizar de la ventana un cenicero y por diversos lugares de la habitación había otros restos de época actual. Había unos dibujos clavados en la pared, igual que en la habitación de Birna en el hotel, la mayor parte eran bocetos a mano, pero también había otros a ordenador.
Þóra contempló los dibujos, que mostraban la configuración prevista del nuevo edificio y varios cortes en distintos lugares.
– ¿Qué es esto? -preguntó, señalando el boceto de una casa con un bosque de pinos al fondo. Junto a la casa había autocares y gente paseando-. No creo que éste fuera el proyecto del nuevo edificio de Jónas. -La construcción era una estructura de cristal y no resultaría nada fácil organizar habitaciones para huéspedes detrás de semejantes paredes transparentes.
Bertha se acercó.
– No, no lo creo -dijo-. Bertha me enseñó sus proyectos del edificio, y no se parecían nada a éste. -Se inclinó hacia una esquina del dibujo-. Tiene fecha de hace una semana -anunció con una mueca-. La última vez que Birna me invitó a entrar, no estaba aquí.
– Pero sí que estaba cuando cerraste con llave, ¿no? -preguntó Matthew-. No lo pusieron después de morir ella, ¿verdad?
Bertha enarcó las cejas mientras intentaba hacer memoria.
– Realmente, no lo sé -dijo-. Metí la cabeza antes de cerrar y no recuerdo si estaba ahí el dibujo. -Les miró preocupada, como si aquello hubiera sido una tremenda estupidez por su parte-. Pero nadie ha entrado aquí desde que cerré con llave. De eso no hay duda.
– ¿Cuándo fue eso, exactamente? -preguntó Þóra.
– El sábado -respondió Bertha-. No sé qué hora sería, pero fue por la tarde. ¿Importa mucho? -preguntó con gesto de preocupación-. ¿Creéis que el asesino ha podido venir aquí?
– No -dijo Þóra-. Claro que no. No parece que mucha gente supiera de la existencia de este refugio de Birna. -Se dirigió a la mesa. Sobre ella había varios bosquejos y en medio de todo varios recibos de tarjetas de crédito. No parecían revelar nada especial, aparte de que Birna compraba en Esso y en Spöl. Tuvo que hacer fuerza para abrir los cajones de la mesa, que estaban bastante arqueados. Dos estaban completamente vacíos, uno contenía material de escritorio y cuadernos, y en el tercero había una llavecita en un llavero con una placa de metal en la que estaba grabada una marca comercial que Þóra no conocía. Levantó la llave. Era pequeña y no servía para una puerta ni para un coche, ni para ninguna otra cosa que se le pudiera ocurrir a Pora-. ¿Sabes de qué es esta llave? -preguntó a Bertha, que negó con la cabeza.
– Ni idea -dijo-. Pero tiene que ser de Birna, seguro, porque en ese cajón no había ninguna llave cuando se instaló en la habitación. Los vacié antes de que se viniera para aquí con sus cosas.
Þóra se guardó la llave en un bolsillo.
– Me la llevo prestada -le dijo a Bertha-. No te preocupes por la policía. Si la quieren, se la daré.
– A mí me da igual -replicó Bertha-. Lo único que quiero es que encuentren al asesino. Me da lo mismo quién lo haga.
– Pues nada, estupendo -dijo Matthew poco después, cuando acabaron de examinar el cuarto-. ¿Hay en la casa algo más que perteneciera a Birna?
– Quizá un vaso, abajo -dijo Bertha-. Sí, y unas botas que hay en el zaguán. ¿Queréis esas cosas?
Þóra sonrió.
– No, no. Pero dime una cosa. Birna parece que estaba especialmente interesada por una trampilla que había aquí. ¿Sabes algo?
Bertha sacudió lentamente la cabeza.
– No, pero se me ocurre que debió de ser cuando estaba pensando si hacer el edificio al lado de esta casa -respondió-. Fue hace casi dos meses, cuando me encontré con ella aquí la primera vez.
– No, es algo de mucho más tarde, algo muy reciente -dijo Matthew-. ¿Sabes de qué trampilla estamos hablando?
– Sí -asintió Bertha-. O, más exactamente, creo que sí. Por aquí sólo hay una trampilla. ¿Queréis verla?
Þóra miró a Matthew y se encogió de hombros.
– ¿Por qué no? -dijo.
Salieron de la habitación con Bertha y se quedaron junto a ella mientras cerraba concienzudamente la puerta con llave. Al salir, Þóra aprovechó la ocasión para preguntarle a la muchacha si se había encontrado objetos nazis al preparar las cajas para llevárselas, o si Birna había mencionado algo al respecto en alguna ocasión.
Bertha se dio la vuelta en la escalera de salida del edificio y miró a Þóra con cara de extrañeza.
– No, ¿cómo se te puede ocurrir semejante cosa?
– No es nada -dijo Þóra-. Las cajas que hay en el sótano del hotel sí que contienen algunas cosas de ésas.
– ¿Sí? -exclamó Bertha, sin poder ocultar su asombro-. Me parece rarísimo. ¿Quizá pertenecían a otros, no a mi familia?
– Puede ser -dijo Þóra, aunque estaba convencida de lo contrario-. Y otra cosa -añadió-, ¿te suena el nombre de Kristín?
– ¿Kristín Sveins? -preguntó Bertha sin volverse a mirarla. El corazón de Þóra dio un vuelco-. Estuvo en mi misma clase durante muchos años. Hace tiempo que no la veo. -Se volvió a Þóra con un gesto de extrañeza-. ¿La conoces?
Þóra intentó disimular su decepción.
– No, pensaba en otra Kristín. Alguien que vivió aquí, o por aquí cerca, hace mucho, mucho tiempo.
Bertha sacudió la cabeza
– No, no recuerdo a nadie con ese nombre. Pero yo no soy la persona adecuada para preguntar por gente de otra época. Quizás mamá pueda ayudarte.
«Segurísimo», pensó Þóra.
– ¿Es ésta la trampilla? -preguntó, señalando una tapa metálica con el asa levantada, que Bertha agarró con fuerza. Estaban a unos veinte metros detrás de la casa.
– Sí -dijo Bertha-. No tiene nada de especial. ¿Queréis abrirla? -preguntó, y le hizo una señal a Matthew para que abriera él mismo si quería. Matthew se inclinó e hizo un esfuerzo para levantar la pesada trampilla. Los viejos goznes chirriaron cuando el alemán intentó infructuosamente abrirlo.
– ¿Qué hay aquí abajo? -preguntó.
– Nada -dijo Bertha-. Es un almacén anejo, si recuerdo bien. Hay acceso desde el sótano. Creo que guardaban ahí el carbón para la calefacción. Ni se sabe cuándo lo abrieron por última vez. Desde que tengo memoria, la casa siempre ha tenido calefacción eléctrica.
– ¿Podríamos echar un vistazo al sótano? -preguntó Matthew, limpiándose en la hierba las manos, que se le habían ensuciado.
Bertha asintió, pero insistió en que allí no había nada. Les acompañó y después de entrar por una puertecita que había en un extremo del sótano y atravesar un pequeño pasillo, que en realidad parecía un túnel, llegaron a una puerta metálica que Bertha abrió de un empujón. Allí delante no había nada más que oscuridad. Con el escaso resplandor que llegaba desde el sótano, se podía ver, sin embargo, que la carbonera estaba cubierta de polvo negro y que en el suelo había aún algunos pedazos de carbón negro.
– Bastante desagradable -dijo Bertha, cerrando la puerta-. Birna no era precisamente el tipo de gente que se interesa por estas cosas -añadió luego-. El caso es que no recuerdo que bajara nunca a este sótano. -Empezó a subir la escalera-. Claro que muchas veces estaba aquí sola, y pudo bajar alguna vez a echar un vistazo. Para qué, ni idea.
Cuando estuvieron de nuevo en la superficie, Þóra y Matthew decidieron que ya era suficiente. Se despidieron de Bertha y le dieron las gracias por su ayuda. Matthew le pidió que les despidiera de Steini, y Þóra luchó contra el deseo de preguntarle qué le había sucedido. Pero no fue capaz de guardarse la pregunta
– Bertha, no te lo tomes a mal, pero ¿qué le pasó a tu amigo? -dijo en voz suficientemente baja para que no se la pudiera oír desde la cocina.
Bertha sopló ruidosamente.
– Tuvo un accidente. Otro coche chocó contra el suyo, y se incendió. Iba fumando -dijo Bertha, también en voz baja.
– Dios mío -exclamó Þóra-. Qué horror. ¿Está inválido?
– No -respondió Bertha-. Al menos no tiene afectada la médula. Lo que pasa es que tiene tan mal las piernas que no puede andar con normalidad. Se le quemaron varios músculos, y el injerto de piel sigue doliéndole mucho. Espero conseguir pronto que vuelva a empezar la fisioterapia. Pero hace falta tiempo. -Miró fugazmente hacia la esquina para asegurarse de que Steini no estuviera por allí cerca-. Lo peor es que el hombre que chocó con él estaba borracho. Steini estaba completamente sobrio.
– ¿Y qué le pasó al otro? -preguntó Þóra-. ¿No le condenaron?
Bertha sonrió con frialdad.
– Puede decirse que recibió su merecido. Pereció en el accidente. Su mujer también. -Calló un momento como para decidir si debía contarles algo más o dejarlo allí-. Eran unos granjeros de la comarca. Los padres de Rósa, la mujer de Bergur.
«Nada menos», pensó Þóra. Parece que todos los caminos llevaban a Bergur y a su granja, Tunga.
Þóra estaba sentada delante del ordenador que estaba en la mesa de despacho de Jónas, con el auricular del teléfono en el oído.
– La policía explicará las diligencias al juez, así como cualquier otra cosa que apunte a tu culpabilidad, y yo intentaré quitarles fuerza o demostrar que no son suficientes. A continuación, el juez te hará unas preguntas y tú tendrás oportunidad de responder. No es imprescindible que lo hagas, pero yo te recomendaría que no te negaras a responder excepto en casos excepcionales.
– ¿No tendré oportunidad de decir que soy inocente? -preguntó Jónas, amedrentado-. Estoy totalmente seguro de que el juez se dará cuenta de que digo la verdad. Los jueces tienen que ser extraordinariamente intuitivos para esas cosas.
Þóra no pudo evitar echarse a reír, aunque apartando el aparato.
– Mi querido Jónas -empezó-, los jueces son personas normales y pueden tomar decisiones equivocadas, como todo el mundo. Además, el juez ha de tener en cuenta las diligencias que se le presentan. Si apuntan inequívocamente a tu culpabilidad, o si tú pareces cómplice de algo, entonces tiene que tomar su decisión basándose en esas cosas, por muy convincente que puedas parecer al declararte inocente.
– Todo esto me da un miedo horroroso -dijo Jónas, hablando con el corazón en la mano. Þóra esperaba que fuese capaz de causar una impresión semejante cuando se declarase inocente la mañana siguiente. Nunca se podía saber cómo iban a reaccionar los jueces.
– Lo comprendo perfectamente, Jónas -dijo Þóra-. Pero no te derrumbes. Recuerda que yo estaré a tu lado mañana por la mañana, y esperemos que todo vaya lo mejor posible.
– ¿Qué piensas decir? -preguntó Jónas-. ¿Sacarás algo nuevo?
– Nos espera una noche muy larga. Te conducirán ante el juez a las diez, y dudo que para esa hora haya podido encontrar algo. -La desesperación no se disimulaba en el silencio que se produjo al otro lado de la línea-. Pero haré todo lo que pueda. Te lo prometo.
– Algo, cualquier cosa -suplicó Jónas-. ¿No puedes encontrar al asesino, o a alguien que finja serlo?
– Puedo hacer cualquier cosa menos contratar a un actor que acepte acusarse a sí mismo de un crimen delante del juez. -Þóra movió el ratón, y la pantalla del ordenador se encendió-. ¿Cuál es la clave de tu ordenador, Jónas? Lo he encendido pero no puedo entrar sin la clave.
– Hachís -dijo Jónas-. Todo en minúsculas.
Þóra suspiró.
– ¿Estás mal de la cabeza? -le regañó-. La voy a cambiar. Si la policía te requisa el ordenador, no es ésa precisamente la clave que nos gustaría que hubiera. Pondré algo más inocente.
Se despidieron y Þóra cambió inmediatamente la clave.
– Amnesty -dijo para sí-. Todo en minúsculas.
– ¿Con quién hablas? -preguntó Matthew al entrar-. ¿Con el fantasma?
Þóra apartó los ojos de la pantalla y sonrió.
– Sí, no estaría mal. A lo mejor él podría decirme quién es el asesino, antes de la diez de mañana.
Matthew se sentó solemne en la silla frente a Þóra. Dejó caer sobre la mesa un grueso montón de papeles.
– He encontrado algunos de los coches -anunció.
Þóra agarró los papeles. Matthew había salido al aparcamiento con la lista para comprobar si algunos de los vehículos pertenecientes a los huéspedes y a los empleados habían circulado por los túneles el día que Eiríkur murió coceado.
– ¿Cómo conseguiste repasar toda esa cantidad de matrículas y de nombres? -preguntó Þóra-. ¿Y cuántos son, en realidad?
– Unos cinco mil, pero la bienaventurada policía se entretuvo señalando en la lista todos los coches que pudieran tener alguna relación con el crimen. Entre ellos están los de algunos empleados de la zona -informó Matthew-. El problema radicaba en los coches de alquiler, en ellos la que aparece como dueña es la empresa, de modo que de ésos no se puede sacar mucho.
– ¿Y te has dedicado a comprobar las listas con los coches del aparcamiento? -preguntó Þóra.
– Sí, encontré ahí delante varias matrículas de coches alquilados, que figuraban en la lista. Así que le pedí a Vigdís que me echara una mano -respondió Matthew-. Salió conmigo al aparcamiento y me dijo de quién era cada coche. Parecía saberlo a las mil maravillas. -Agarró la lista de nuevo y pasó las páginas-. Por desgracia, no pudimos sacar mucho en claro. Los de los coches de alquiler son todos extranjeros, y ninguno de ellos está directamente bajo sospecha. Pero es bastante evidente que ni el coche de los japoneses ni el de Robin, el fotógrafo, pasaron ese día por los túneles.
– Robin dijo que estuvo en Vestfjörður -recordó Þóra-. Que él no pasara por los túneles encajaría con su historia, porque Vestfjörður está en dirección contraria. Los dos japoneses nunca salen, según dice Vigdís, de modo que no me extraña nada que no viajaran. ¿Y los demás?
– No sé si servirá de mucho, pero en uno de los coches que la policía tenía marcados viajó Bergur ida y vuelta a lo largo de la mañana, de forma que él parece excluido -explicó Matthew, que siguió pasando hojas-. El corredor de bolsa, el que está lesionado, no viajó tampoco, o por lo menos no he podido encontrar su nombre en la lista. Pero dudo mucho que pueda conducir muy lejos en el estado en que está. El del kayak, Pröstur, sí que salió hacia las seis, y el crimen se perpetró hacia la hora de la cena, de forma que parece tener coartada. Regresó mucho más tarde.
– ¿Cuánto tiempo pasó de la ida a la vuelta? -preguntó Þóra-. Porque se puede bordear Hvalfjörður, sin atravesar los túneles, volver, matar a Eiríkur, volver otra vez rodeando el fiordo y luego regresar por los túneles. -Hizo una mueca-. Suena demasiado complicado. Si pasó por los túneles una hora antes de la hora en que se cometió el crimen, es bastante improbable que en ese tiempo pueda llegar hasta aquí, arrastrar a Eiríkur hasta la cuadra, dejarlo allí y volver a rehacer el círculo. No sé cuál es el margen de error al calcular la hora de la muerte, que dicen tuvo lugar en torno a las seis. Pero no es demasiado preciso.
Matthew comparó la hora de salida y de regreso de Pröstur.
– Volvió dos horas y media después de pasar por primera vez.
– Pues entonces excluido -dijo Þóra-. Habría tenido que correr muchísimo. Pero de todos modos deberíamos ir a verle. A lo mejor sabe algo. ¿Qué más tienes por ahí?
– Los empleados parece que se quedaron aquí en su mayoría, por lo menos en la lista hay pocos coches pertenecientes a ellos. Naturalmente, no descarto que se me haya pasado algo por alto, pero creo que sólo dos cruzaron los túneles ese día. El coche de Jökull, el camarero, fue por los túneles hacia las dos y regresó dos horas más tarde, de modo que aún no se le puede excluir. Y está un coche señalado por la policía, que Vigdís dice que pertenece a la masajista. Se fue hacia el mediodía y no volvió. Y también hay otra mujer que la policía tenía marcada y que Vigdís me dijo que trabajaba aquí. Se llama Sóldís y se dedica sobre todo a la limpieza, pasó poco después de la hora en que se perpetró el crimen. Vigdís dice que iba a llevar el coche a un taller de Reikiavik el domingo, y que alguien la iba a traer de vuelta. Yo no conozco a esa mujer, pero puede haber regresado a cualquier hora, porque no se sabe quién la trajo.
– Sóldís no es más que una chica jovencita. Es poco probable que tenga nada que ver con todo esto -afirmó Þóra-. Hablé con ella antes de que tú llegaras, y parecía buena gente. Y creo que el culpable difícilmente habría podido ser una mujer -dijo Pora-. Al menos si pensamos que el asesino fue el mismo en los dos crímenes. Recuerda que Birna fue violada.
– Quizá la policía haya marcado los coches de mujeres y hombres por un igual -dijo Matthew-. Porque no se puede saber si el que conducía era el dueño. A lo mejor, las mujeres podían haberle prestado a alguien el coche, y entonces el asesino utilizó un vehículo que no era de su propiedad. Lo mismo puede decirse de los coches propiedad de hombres, claro. Nada garantiza que quien iba al volante fuera su propietario oficial.
– No, en eso tienes toda la razón -asintió Þóra-. Eso no nos ayuda demasiado, ¿verdad?
– Bueno -dijo Matthew-. Revisé otros nombres de la lista, porque no se sabe qué estaba buscando la policía. -Pasó varias hojas-. Encontré a los dos hermanos que le vendieron las tierras a Jónas, y que vimos en Stykkishólmur, Börkur y Elín; pasaron por los túneles en dirección hacia aquí poco antes de cometerse el crimen. No volvieron. También está esa chica, Bertha, que fue hacia el sur una hora antes del asesinato y no regresó ese día.
– ¿Crees que esos dos podrían ser los asesinos? -preguntó Bertha-. ¿Los dos hermanos? -Frunció los labios-. No había pensado en esa posibilidad. En realidad es difícil imaginar por qué iban a querer matar a esas personas.
– Nunca se sabe -dijo Matthew-. Y bueno, también le pregunté a Vigdís por el anciano, Magnús Baldvinsson, y me dijo que no había venido en coche, que le había traído su nieto. Así que el día en cuestión no se movió ni un milímetro, aparte de que no resulta un buen candidato a asesino.
– Hay una pregunta sobre la mujer de Bergur -dijo Þóra, pensativa-. Me parece totalmente inverosímil que pudieran suceder todas esas cosas prácticamente delante de la puerta de su casa sin que ni ella ni su marido se enterasen de nada. Él es el amante de Birna, se encuentra con su cadáver y luego matan a Eiríkur en su caballeriza. Su mujer tenía motivos suficientes para desear la muerte de Birna, pero no acabo de imaginar qué podría haberla llevado a matar a Eiríkur. -Þóra miró a Matthew-. ¿No sería ella quien mató a Birna? Hoy en la cuadra se la veía tremendamente alterada.
Matthew se encogió de hombros.
– Sí, sin duda, pero la pregunta es quién era el hombre que estuvo con ella. ¿Quizá Jökull?
Þóra dejó escapar un suspiro y se volvió hacia el ordenador.
– Estoy muerta de hambre -dijo, mirando el reloj que aparecía en una esquina de la pantalla-. ¿Y si vamos a comer algo? Me temo que si esperamos mucho más, nos encontraremos la cocina cerrada. Y el ordenador no se nos va a escapar.
Se pusieron en pie y salieron del despacho. Matthew dejó la lista y Þóra tuvo la precaución de cerrar con llave, para que no entrase nadie a llevársela. No tenía nada claro si la policía le daría otra copia si aquélla desaparecía, sobre todo en vista de que ella no tenía ninguna razón para tenerla. Además, era improbable que le entregaran una copia que incluyera aquellas marcas, y volver a empezar desde el principio sería un trabajo enorme.
– Ojalá haya marisco -dijo Þóra cuando le sonaron las tripas-. O aunque sea albóndigas.
– Yo votaría por un sándwich y una cerveza -replicó Matthew-. Pero nada de ballena, y tampoco tienes necesidad de compartir conmigo tu marisco. -Se calló cuando Þóra la dio un tironcito de la manga. Hizo una señal con la cabeza en dirección a una chica delgada que iba hacia la puerta principal, acompañada de una mujer mayor.
– Ésa es Sóldís -comentó Þóra en voz baja-. La que no reconociste en la lista. -Pasaron cerca de ellos y Þóra saludó amigablemente a la muchacha-. Hola, Sóldís -dijo, y se detuvo.
Sóldís y la mujer que iba con ella se detuvieron también, y la muchacha puso un gesto que se parecía a una sonrisa.
– Ah sí, hola.
Þóra se presentó a la anciana, tendiéndole la mano.
– Soy abogada y trabajo para el dueño del hotel. Sóldís me ayudó bastante en diversos asuntos. -La anciana se presentó, dijo que se llamaba Lára. Þóra sonrió a la muchacha-. Me gustaría preguntarte una cosa más, si no tenéis demasiada prisa.
– Yo no, por lo menos -repuso la anciana-. Sólo he venido a buscarla a ella, y no tengo ninguna prisa. Respóndele, Sóldís, anda.
– Sí, claro. A mí me da igual -dijo Sóldís con un gesto de indiferencia que sólo los adolescentes son capaces de reflejar. Estaba mascando chicle, evidentemente un trozo grande, lo que le hacía hablar de forma un poco inarticulada-. ¿Qué quieres saber?
– No es nada especialmente importante -respondió Pora-. Tenemos una lista de los coches que pasaron por los túneles de Hvalfjörður el domingo, y nos encontramos con que tú ibas en uno de ellos hacia Reikiavik, a un taller.
– Exacto -afirmó Sóldís. Utilizó el pulgar para señalar a la anciana-. No me lo devuelven hasta el miércoles, y por eso viene mi abuela a buscarme.
– La pregunta es -dijo Þóra- con quién regresaste. Estamos intentando aclarar las idas y venidas de la gente ese día, y quiénes se quedaron por aquí cerca.
A Sóldís, aquella pregunta le resultó extraña, a juzgar por el gesto que puso.
– Volví con Próstur -respondió.
– ¿El piragüista? -preguntó Þóra sorprendida.
– Sí, le había oído decir que tenía que pasarse por Reikiavik y yo tenía un buen lío encima, así que le pregunté si me podía traer a casa. Dijo que sin problema. -Hinchó un gran globo de chicle y dejó que explotara en su cara. Luego volvió a meterse los restos de chicle en la boca con la lengua, con gran habilidad-. Steini me dejó colgada y tuve suerte de que Pröstur me rescatara.
– ¿Steini? -preguntó Þóra-. ¿Quién es Steini?
– Mi novio -respondió Sóldís-. O algo así. Iba a ir a buscarme pero se echó atrás a última hora. En realidad es bastante raro. Antes no lo era, pero tuvo el accidente y… -Movió el dedo índice haciendo un círculo junto a la sien.
– ¿Te refieres al chico de la silla de ruedas, ese que está todo quemado? -preguntó Þóra, asombrada-. ¿Puede conducir?
– Sí, claro -respondió Sóldís-. Sólo está quemado en el costado derecho, y tiene una mano en perfecto estado. Los pies están bastante mal, pero lleva un chisme en el coche que le facilita el uso de los pedales. El coche está adaptado.
– Debe de ser muy importante para él -dijo Þóra, intentando ocultar su asombro. Estaba convencida de que el chico sería incapaz de manejar un coche. Había creído que era completamente dependiente, ya que se desplazaba en silla de ruedas-. ¿Cómo os conocisteis? -preguntó entonces.
– Fuimos a la misma clase desde los seis años -explicó Sóldís-. Sólo había un grupo ese año, sabes, de modo que teníamos que coincidir porque nacimos el mismo año. Luego se trasladó a vivir cerca de aquí, justo después del accidente, y empecé a fijarme en él. Primero porque me daba lástima, sabes, pero luego porque me gustaba charlar con él.
– ¿Así que es un buen chico? -preguntó Þóra, intentando disimular su extrañeza. Añadió, para explicarse-: Las dos veces que coincidí con él, me pareció una persona de muy pocas palabras.
– Sí, es majo, aunque no le gustan mucho los forasteros -respondió Sóldís, explotando un globo de chicle-. Creo que se siente incómodo cuando la gente le mira. En realidad, sólo somos dos las que tratamos mucho con él. Su prima Bertha y yo.
– La conozco -repuso Þóra-. ¿También sois amigas?
– Sí, claro -respondió Sóldís-. Antes no la trataba, porque ella es de Reikiavik. La conocí en casa de Steini. Es muy buena con él y se porta de miedo.
– Creo que la culpa del accidente fue de una pareja mayor, de una granja muy cerca de aquí -explicó Þóra.
– Sí, fue algo terrible -intervino la anciana-. Lo más lamentable de todo fue que Gvendur condujera borracho. No habría pasado lo que pasó si Baco no hubiera sido su copiloto. Todo aquello afectó muchísimo a su hija Rósa. Se quedó un poco trastornada. Tampoco es que fuera una persona demasiado sociable, pero después del accidente, se encerró en su concha. Y fue una completa tontería, porque nadie iba a culparla de lo sucedido.
Þóra asintió.
– Usted es de la comarca, ¿verdad? -preguntó a Lára.
– Sí, nací y me crié aquí -respondió sonriente. Þóra vio que Sóldis se parecía bastante a ella. Pese a los sesenta años de diferencia, los rasgos faciales eran los mismos-. Me trasladé a Reikiavik hace años, cuando era joven, pero enseguida me di perfecta cuenta de que me encontraba mucho mejor aquí. Y ya nunca he querido buscar ningún otro sitio. Cada día que pasa lo tengo más claro.
Þóra sonrió.
– He encontrado una serie de cosas que me han llamado mucho la atención. ¿Conocía usted a los propietarios de las dos granjas que pertenecen a estos terrenos?
– ¿Los de Kreppa y Kirkjustétt? Claro que los conocí -afirmó Lára, orgullosa-. Yo era muy amiga de Guðný, la chica de Kirkjustétt. Por eso me encanta venir por aquí, aunque sea difícil distinguir dónde acaba lo antiguo y dónde empieza lo nuevo.
– ¿Recuerda bien esa época? -preguntó Þóra mientras trataba de formular preguntas que pudieran resultar significativas.
– Sí; claro que mi memoria, como todo lo demás, ha empezado a deteriorarse, pero es curioso que los recuerdos que mejor se mantienen son los más antiguos. Pregunta todo lo que quieras. Grímur y su hermano Bjarni no fueron nunca gente normal, así que no me extrañaré ni pizca de que las preguntas sean raras. La vida en estas granjas era extraña, así que no se puede esperar otra cosa.
Þóra le habría dado un beso a la abuela de Sóldís.
– Vaya, cómo me alegro de oír lo que está diciendo. No he tenido mucha suerte cuando he intentado hablar con la gente sobre este asunto, algunos se niegan en redondo o simplemente prefieren no hablar de ello. -Þóra tomó aire y fue directa al grano-. ¿Recuerda si la granja tuvo algo que ver con los nazis, de una forma o de otra? Vi una bandera y otros objetos que me llamaron muchísimo la atención, por eso me resultó extraño encontrármelos en el sótano de una granja aquí en Islandia. ¿Sabe algo relacionado con ese asunto?
Lára exhaló el aire con un gesto de cansancio.
– Sí, desgraciadamente tiene razón. Bjarni estaba fascinado con eso. No hay que olvidar que desde que murió su mujer, Aðalheiður, a finales de los años veinte, nunca volvió a ser el mismo. Ella significaba todo para él, e incluso se puede decir que al perderla a ella, el buen hombre perdió también el juicio o la sensatez. -La anciana sonrió, socarrona-. Aunque hay que decir que no le vino del todo mal, porque se enriqueció gracias, precisamente, a lo raro que se había vuelto. Se puso a invertir en toda clase de empresas descabelladas, que, en realidad, tendrían que haberle llevado a la ruina, pero que acabaron por darle oro a espuertas, gracias al momento histórico. Estalló la guerra justo en el periodo en que estaba haciendo esas inversiones, y la suerte le acompañó. Fue por pura casualidad, pues la economía mejoró muchísimo inmediatamente después, con todos los militares extranjeros y el crecimiento de la población en el país. Pero el pobre Grímur no tuvo la misma suerte, él fue siempre la voz de la razón.
– ¿Se arruinó?-preguntó Þóra.
– No, las cosas no llegaron a tanto, pero yo creo que no anduvo muy lejos. Era médico, y como médico de distrito no tenía nunca trabajo suficiente en la comarca, y se dedicaba cada vez más a la agricultura. Al final dejó de trabajar como médico y se dedicó plenamente a la granja, pero no consiguió gente que trabajara para él. Todos se habían ido a Reikiavik, porque allí los salarios eran mejores, trabajando para el ejército inglés. Bjarni acabó salvando de la bancarrota a su hermano, compró todas sus propiedades pero le permitió seguir como si aún fuera él el propietario. Bjarni lo hizo a pesar de las tensiones que seguían existiendo entre él y su hermano, de modo que para Grímur tuvo que ser difícil aceptar su ayuda. Para colmo de males murió Kristrún, la mujer de Grímur, al igual que su hija. Kristrún no andaba muy bien de la cabeza, de manera que prácticamente no la llegué a conocer. No se relacionaba mucho con la gente -continuó la anciana, tras detenerse un minuto a tomar aliento-. Por lo que respecta al nazismo, Bjarni recibió la visita de unos hombres de Reikiavik que estaban empeñados en transformarlo en una especie de jefe del movimiento nacional islandés en la provincia de Vesturland. Tenía que reunir un grupo de hombres jóvenes para convertirlos en una fuerza política importante en estas tierras. Algo así pasó en la capital, y creo que también en el norte, aunque nunca tuvieron el viento muy a favor.
– ¿Y lo hizo? -preguntó Þóra-. ¿Entró en el partido y reunió gente?
– Empezó. Y hay que decir que hizo bastantes progresos. -Lára volvió a sonreír-. Pero no era la ideología, ni el partido, ni la cruz gamada lo que atraía a los hombres que venían aquí. Todos venían por la hija de Bjarni, Guðný.
– ¿La amiga que mencionó antes? -preguntó Þóra.
– Sí, Guðný. En aquellos tiempos las amistades eran muy diferentes a como son ahora. Nos veíamos mucho menos que las amigas de hoy día. Pero, en cambio, a esa amistad no le faltaba nada, no podía ser mejor, ni más estrecha. -La anciana miró al infinito, en una ensoñación-. Era tan bonita. Una niña preciosa que se convirtió en una muchacha preciosa. Exactamente como su madre. Los jóvenes de la comarca bebían los vientos por ella desde que había entrado en la pubertad. Así que aprovechaban la menor oportunidad para entrar en su casa, aunque se pensara que estaban con los nacionales por una noche. No creo que supieran una palabra de nazismo. Lo único que querían era estar cerca de Guðný.
– ¿Asistía ella a las reuniones o los encuentros? -preguntó Þóra.
– No, cariño -respondió la anciana-. Ella preparaba el café y se lo llevaba a la mesa a los otros. A veces la ayudaba yo. Estudiábamos a los chicos por delante y por detrás y nos lo pasábamos fenomenal. -Un gesto de tristeza se dibujó en el rostro de Lára, que sacudió la cabeza-. No sé adónde habría llegado todo aquello, pero se frenó en seco y luego pasó lo que pasó.
– ¿Se refiere a la tisis? -preguntó Þóra.
– Sí, y a otras cosas más -contestó ella-. Bjarni enfermó y se aisló… y Guðný también. -Suspiró-. Yo me trasladé al sur con mi prima en esa misma época y perdí el contacto con ella, aparte de algunas cartas que nos escribimos. Todo aquel lío del partido nacional se derrumbó como un castillo de naipes.
– ¿Qué piensa de los rumores que afirman que Bjarni abusaba de Guðný?-preguntó Þóra.
Lára miró a Þóra a los ojos. Dejó escapar él aire y entornó los ojos.
– Dios mío, hace tanto tiempo. Aunque he pensado mucho en Guðný últimamente. -Señaló a Sóldís, que estaba concentrada en su chicle a su lado, sin hacerles mucho caso-. Cuando Sóldís empezó a trabajar aquí, se me vino todo a la memoria a la vez. -Vaciló, pero luego miró a Þóra con determinación-. Creo que Bjarni nunca le puso una mano encima a su hija, ni por enfado ni por ningún otro motivo que no fuera decente. Era un buen hombre, por muy raro que fuera, y en las cartas de Guðný se podía ver que ella le quería muchísimo. Por eso no puedo dar crédito a semejantes habladurías. -Bajó los ojos-. Pero algo sí que sucedió. Cuando Guðný enfermó, las cartas se hicieron más espaciadas, pero en la última me confió un secreto, dijo que había tenido un niño. La carta la había escrito poco después de morir su padre, y cuando el niño tenía ya cuatro años. Dijo que no se había atrevido a contármelo antes. En esos años, aquello era un escándalo tremendo. Sólo tenía dieciséis años cuando nació su hijo. No mencionaba al padre de aquel niño ni directa ni indirectamente, pero me dijo que más tarde me contaría toda la historia. Nunca pudo hacerlo, porque lo siguiente que supe es que había muerto.
– ¿Quién pudo ser el padre -preguntó Þóra- si no fue su propio padre?
– Hay otros posibles candidatos, se lo aseguro -respondió Lára-. La tisis no era una enfermedad que comprendiera mucha gente, porque es contagiosa, y en esa época no tenía cura. Se quedaron totalmente aislados cuando su padre decidió quedarse en casa en vez de ir a la capital. Ella no quería dejarlo, pasara lo que pasara. La única persona que los visitaba era Grímur, el hermano de Bjarni. Siempre he sospechado que abusaba de Guðný, aunque no lo puedo asegurar, porque no hay forma de probarlo. Excepto quizá por el hecho de que no era una buena persona.
– ¿Qué fue del hijo? -preguntó Þóra-. ¿Era niño, o niña?
– Era una niña. No sé qué fue de ella, porque cuando volví a la región nadie parecía conocer su existencia. El cura que la había bautizado había fallecido hacía poco, al parecer, y las personas a las que pregunté no sabían nada de ninguna niña. Pero algunos reconocieron que Guðný había encargado algunos productos que sólo podrían explicarse de haber habido un niño en la granja. Los rumores en el pueblo se inclinaban a pensar que la niña había muerto, que la habían abandonado o que había enfermado de tuberculosis como la madre. La historia del incesto sólo empezó después de la muerte de Guðný y Bjarni. A lo mejor fue el resultado de los esfuerzos que hice por encontrar a la niña.
– ¿Se lo comentó a Grímur? -preguntó Þóra.
– Lo intenté, pero él no quiso hablar conmigo. Se trasladó a Reikiavik poco después de mi regreso. Nadie quiso ayudarme a descubrir nada, porque del incesto ni se hablaba: se consideraba algo terriblemente bochornoso.
– ¿Cómo se llamaba la niña? ¿Lo sabe? -preguntó Þóra.
– Kristín. En la carta me dijo que se llamaba Kristín -respondió Lára-. He removido cielo y tierra buscando una lápida con ese nombre, pero no la he encontrado. Así que ignoro qué fue de ella.
– Kristín-dijo Þóra-. Existió.
– ¿Existió? -repitió Lára-; yo aún albergo la esperanza de que esté viva. Todo este tiempo he creído que Guðný se la debió de dejar a algunas buenas personas, en secreto. No quería que la gente tuviera miedo de que la niña les pegara la tuberculosis. Me imagino que habría pensado hacerlo desde que nació la niña, y que le pediría a Grímur que no enviara el certificado de nacimiento a las autoridades, o que lo falsificara de algún modo. Supongo que su tío se encargaría de la niña cuando nació, pues toda relación de otras personas con Guðný y su padre había cesado. -El rostro de Lára se había endurecido-. Guðný era temerosa de Dios y si la niña hubiera muerto sólo habría aceptado que fuera enterrada en tierra consagrada, de modo que estaría en el cementerio de ahí al lado.
Þóra asintió. Ninguna madre en su sano juicio abandonaría en cualquier sitio el cadáver de un hijo suyo, habiendo un cementerio tan cerca. Kristín debió de haber sobrevivido a su madre. No quiso comentarle a la mujer lo que estaba grabado en la viga del tejado, y le dijo que seguramente debían de haber matado a Kristín. Era mejor que la mujer pensara eso, y no que seguía con vida. Así que Þóra cambió de tema.
– ¿Sabe quizá si ahí detrás había una casa? Debió de quemarse hasta los cimientos hace mucho tiempo.
– ¿Una casa? -preguntó Lára con extrañeza-. Aquí no había más que una casa y sigue en pie, aunque ahora pertenezca al hotel. -Frunció el entrecejo, pensativa-. A menos que se refiera al almacén -dijo de pronto-. Ahora que lo dice, me doy cuenta de que ha desaparecido. -Volvió la cabeza en busca de la ventana que daba a la parte trasera del hotel, pero no vio nada-. Aquí al lado de la casa había un almacén y un establo. A lo mejor se quemaron esas dependencias, pero eso sucedió antes de que yo volviera, porque no sé nada de ningún incendio. Tampoco puedo decir si los edificios seguían en pie cuando volví a la comarca.
– Sé que puede sonar extraño, pero ¿recuerda algo especial sobre la carbonera de Kreppa? -preguntó Þóra-. Es subterránea y se accede a ella desde el sótano y también a través de una trampilla que hay en el patio.
Lára hizo una mueca, pensativa.
– No, no lo recuerdo. ¿Es importante?
– ¿Qué hace esa gente? -se oyó de pronto a Sóldís, antes de que Þóra consiguiera responder-. ¿No saben que aquí está prohibido acampar? Hay un cartel bien grande en el desvío. Esta es una reserva natural.
– ¡Oh, no! -exclamó Þóra. A través del cristal de la puerta vio un todoterreno con una caravana a remolque, que entraban entre una nube de polvo en el aparcamiento, justo frente a ellos.
La caravana llamaba mucho la atención en medio del aparcamiento. Þóra se quedó allí parada viendo a Gylfi salir del todoterreno y abrir la puerta a su hermanita y a Sigga, que iban en los asientos de atrás. Evidentemente no había querido que el cinturón de seguridad de delante pudiera causar daño alguno a su aún nonato heredero, en caso de accidente. Debería haber tenido en cuenta también la seguridad en otras cuestiones, ya que conducía ilegalmente. Sigga se dobló, molesta, al bajar, y la barriga resultó todavía más desproporcionada con su cuerpecito. Þóra esperaba, por bien de ella, que en la criatura no primaran los genes de su padre: al nacer, las cabezas de Gylfi y Sóley tenían el tamaño de calabazas. Pensó cómo podría mandarles de vuelta a casa, pero recordó que eran casi las diez de la noche, demasiado tarde ya para buscar un chófer que les viniera a buscar.
– ¿Por qué no habéis ido con vuestro padre? -le dijo a gritos a Gylfi mientras corría hacia ellos por el aparcamiento-. Tenía que ir a buscaros a Selfoss.
– Puaj -exclamó Gylfi, cerrando cuidadosamente el coche con la llave-. Ninguno de nosotros tiene ganas de volver a su casa, ni a la de los padres de Sigga, así que decidimos largarnos de acampada. Se lo dije a papá para que no hiciera un viaje inútil si te ponías nerviosa.
A Þóra aquello le habría importado bien poco. Por ella, Hannes podía hacer todos los viajes inútiles hasta el fin del mundo si era preciso, que no por eso iba a preocuparse ni lo más mínimo. Pero no sabía cómo iba a arreglárselas con Jónas, Matthew y sus dos hijos, sin olvidar a su nuera con su avanzadísimo embarazo, para hacer lo que tenía que hacer sin fastidiar a alguno de ellos… o a todos.
– ¿Cómo estás, Sigga, cariño? -saludó a la muchachita embarazada, mientras abrazaba a Sóley, que envolvió a su madre entre sus brazos, con una sonrisa luminosa.
– Bueeeno -respondió Sigga-. Me duele la espalda.
Þóra notó que una mueca de temor recorría su rostro.
– ¿Crees que el niño está a punto de llegar? -preguntó-. Porque si es así no podemos quedarnos aquí.
– No, mamá -dijo Gylfi, escandalizado-. Aún no ha cumplido los nueve meses.
Evidentemente, su hijo nunca había oído hablar de los partos prematuros.
– Entrad -dijo Þóra, dirigiendo a aquella tropa hacia la puerta principal-. Gylfi, tú y yo tenemos que hablar de este viajecito tuyo en coche; pero eso tendrá que esperar a otro momento -le susurró a su hijo al oído-. Estoy tremendamente decepcionada contigo; ¿cómo se te ocurrido semejante idea? -Luego añadió, para que todos pudieran oírla-: Voy a ver si consigo una habitación para vosotros. Se acabaron las acampadas. Para eso habrá que esperar a que el niño haya venido al mundo. -Se imaginó a Gylfi con un bebé en brazos, intentando colocar la carpa de la caravana, y añadió a toda prisa-: Y a que haya empezado a ir al colegio. -Matthew esperaba sonriente en la puerta. Þóra hizo una mueca que sólo él pudo ver-. Chicos, os acordáis de Matthew, ¿verdad? Está aquí ayudándome en un caso relacionado con el hotel. Tendréis que portaros muy bien, porque tengo que trabajar. No iréis a ningún sitio ni romperéis nada. -Pensó añadir «y no pariréis», pero se contuvo en el último momento. Ya iba a resultar suficientemente difícil que cumplieran las dos primeras órdenes.
– No te preocupes-dijo Matthew cuando acababan de sentarse delante del ordenador, en el despacho de Jónas-. Todo va bien. Me encantan tus chicos. Aunque no sean, de ninguna manera, las vacaciones que yo esperaba, creo que esto se está poniendo interesante. -Le hizo un guiño cómplice-. Quizá puedas contratar a una canguro en Reikiavik, para que podamos irnos a un restaurante donde no ofrezcan sólo hierbas de cultivo biológico.
Þóra apartó los ojos del monitor.
– ¿Cómo es posible que los Cuentos y Leyendas de Jón Árnason no estén disponibles en la red? -farfulló.
– ¿Puedo tomar eso como un «sí»? -preguntó Matthew.
– ¿Eh? -dijo Þóra con la mente en otro sitio, bajando por la página que estaba viendo-. Sí, sí -añadió, sin tener la menor idea de a qué estaba accediendo-. Por mucho que busco, no encuentro la historia en cuestión, sólo el poema. Tengo que ir a una biblioteca.
Matthew miró su reloj.
– Va a ser difícil a estas horas -afirmó-. ¿Crees en serio que la inscripción de la piedra tiene alguna relación con el caso?
Þóra levantó los ojos y le miró.
– No -respondió-. Tengo que reconocer que lo que pasa es que no hay nada más que pueda hacer. Estoy buscando un último recurso para mañana, y no tengo mucho donde elegir.
– Si el asesino es Bergur, o su mujer, como parecías inclinada a pensar, seguramente la piedra no presente ningún interés para esta historia -dijo Matthew-. El sentido común dice que deberías concentrarte en algo más cercano en el tiempo -Matthew se acercó a la ventana y miró un coche que se acercaba al hotel. Se fue aproximando al edificio hasta detenerse justo delante de la ventana. Los faros se apagaron y el sonido del motor calló-. Conozco esa matrícula -aseguró Matthew mientras descorría la cortina-. ¿Dónde está la lista?
Þóra le miró incrédula.
– ¿Estás diciendo que recuerdas una matrícula entre los miles que repasaste? -preguntó, alargando una mano hacia la lista.
– Es una matrícula especial -respondió Matthew-. Además no eran tantas, y ésta destacaba totalmente entre el resto. -Pasó las páginas de la lista-. Aquí está. Una hora antes de que mataran a Eiríkur, este coche pasó por los túneles procedente Reikiavik. -Le devolvió la lista a Þóra e indicó una línea-. Ahí. veritas -señaló-. Recuerdo esta matrícula porque estuve pensando a qué trabajo podía dedicarse el dueño. No se me ocurrió nada relacionado con la verdad, sino algo que tuviera que ver con la enseñanza de las matemáticas.
Þóra agarró la lista y leyó el nombre del propietario.
– Nada menos -dijo, poniendo la hoja sobre la mesa-. Es un político. Baldvin Baldvinsson, nieto del viejo Magnús, con el que estuvimos hablando. -Þóra se puso en pie-. ¿A qué vendrá tanto por aquí?
– ¿Tal vez a recoger a su abuelo? -propuso Matthew-. ¿O quizá a la caza de votos?
– Lo mejor es preguntárselo -dijo Þóra-. A juzgar por su matrícula, nos responderá la verdad y nada más que la verdad.
En la recepción se encontraba Baldvin dando golpecitos rítmicamente sobre el mostrador mientras aguardaba. Vigdís estaba de espaldas a él, delante del ordenador. Þóra esperaba que tuviera un sueldo decente, porque aquella chica parecía pasarse de guardia en la recepción las veinticuatro horas del día.
– ¿Nadie te releva? -preguntó cuando ella y Matthew llegaron junto a Baldvin. Þóra no quería abordar directamente al hombre, y le pareció estupendo poder empezar hablando con Vigdís. Él parecía esperar algo, de modo que no se iría enseguida.
Vigdís miró a Þóra por encima del hombro.
– Sí, sí. Jónas iba a encargarse de este turno, pero… -Vaciló-… ya sabes. Tenía idea de sustituirme, pero no ha podido ser. -Introdujo algún dato en el ordenador y se volvió hacia Baldvin-: Le puedo dar el la habitación 14. Está al lado de la de su abuelo. -Alargó la mano para agarrar una llave, y se la dio.
Þóra miró a Baldvin.
– ¿No es usted el nieto de Magnús? ¿El concejal?
Baldvin miró a Þóra, extrañado. Tenía aspecto cansado y pareció no darse cuenta del enorme parecido que tenía con su abuelo. Þóra recordaba las fotos de Magnús de joven, y pensó qué sensación se tendría al saber, con toda exactitud, cómo te tratarían los años.
– Ah, sí, sí -respondió-. ¿Nos conocemos?
Þóra le ofreció la mano.
– No, pero conozco a su abuelo. Yo era amiga de Birna. -No interrumpió su afectuoso apretón, pero lo aflojó un poco y preguntó sin más-: Usted la conocía, ¿no es así?
Pareció como si Baldvin se hubiera tragado una mosca. Se aclaró la garganta y consiguió quitársela.
– ¿Amiga de Birna, dice? Me temo que no conozco a ninguna Birna.
– ¿No? -dijo Þóra, sin intención de discutir el asunto. Aún no había soltado la mano de Baldvin y notó cómo ésta empeza a sudar-. ¿Y eso? ¿No estuvo usted aquí el domingo?
Se dio cuenta de que Baldvin se sentía inseguro, ya fuera por la larga duración del apretón de manos o por la pregunta.
– ¿Yo? No, tiene que haber alguna confusión -contestó con una sonrisa viscosa.
– ¿De verdad? -exclamó Þóra, aparentando sorpresa-. Me pareció que iba detrás de usted por los túneles, justo hasta aquí. Seguramente me confundo. -Le soltó la mano y Baldvin se la acercó al cuerpo como si la mujer fuera una leprosa.
– Sí, debe de ser eso. Lo cierto es que estaba en otro sitio. -Apartó los ojos de Þóra y miró a Vigdís-. Muchas gracias -dijo, apartándose del mostrador-. Encantado de conocerla -se dirigió luego a Þóra, dejando ver sus brillantes dientes. Un auténtico hombre público.
– Lo mismo digo -respondió Þóra, sonriéndole a su vez. Se volvió hacia Matthew-. Miente como un descosido -dijo en voz baja. Se volvió entonces hacia Vigdís-. ¿Recuerdas si estuvo aquí el domingo por la noche?
Vigdís sacudió la cabeza y bostezó.
– No; sólo le he visto dos veces antes -explicó-. El día que trajo a su abuelo y la noche que se celebró la reunión espiritista.
Þóra se agarró al borde del mostrador.
– ¿Estuvo aquí ese día?
– Sí, ya te lo he dicho -respondió Vigdís, sorprendida-. Vino a cenar con su abuelo y luego fueron los dos a la reunión. Creo que enseguida se dieron cuenta de que no era cosa para ellos, porque desaparecieron en cuanto llegó la pausa.
Þóra abrió mucho los ojos, mirando a Matthew, que hizo un rápido movimiento del dedo en dirección a Vigdís, que parecía estar a punto de marcharse. Þóra comprendió al momento a qué se refería Matthew. La chica tenía en la mano una llave muy parecida a la que habían encontrado en el escritorio de Kreppa.
– ¿Pasa algo? -preguntó, extrañada de que no se hubieran ido ya-. ¿Algún problema con la habitación de los chicos?
– ¿Eh? No, no -contestó Þóra, con los ojos fijos en la llave-. ¿Me dejas ver esa llave? -Sacó la que tenía ella-. Es que tengo una exactamente igual, y me preguntaba de dónde sería.
– Es la llave de mi taquilla en la zona de empleados -informó, dándosela con desgana-. Si has encontrado una llave como ésta, tiene que ser de alguien que trabaja aquí. No sería la primera vez que alguien la pierde.
Þóra cogió las llaves y las comparó. Eran casi exactamente iguales. Miró a Vigdís y le devolvió su llave.
– Creo que no es de ningún empleado -dijo-. ¿Sabes si Birna tenía acceso a alguna taquilla?
Vigdís torció la boca mientras pensaba.
– No, que yo sepa, pero podría ser perfectamente. No hace mucho tiempo que las pusieron. Ella se encargó de elegirlas. A lo mejor se quedó con una. -Pasó al otro lado del mostrador-. No hay muchas, así que no os costará demasiado comprobar a dónde pertenece.
Þóra y Matthew siguieron a Vigdís a la zona reservada a los empleados, donde había una hilera de armaritos metálicos junto a una pared.
– ¿Podemos empezar ya? -preguntó Þóra, blandiendo la llavecita.
– Cuando quieras -dijo Vigdís-. Puedes olvidarte de la número siete, que es mi taquilla.
Þóra probó las cerraduras. No tuvo que hacer muchos intentos porque la llave encajó en el tercer armario. Oyó un débil chasquido al girar la llave. Agarró con mucho cuidado la manija metálica y abrió. Respiró hondo, miró a Matthew y observó el interior de la taquilla. Se volvió casi al momento, decepcionada.
– Vacío. Maldita sea. -Dejó sitio a Matthew para que mirase. Al ver que no se apartaba enseguida, sino que metía la cabeza más adentro, le dio un golpecito en la espalda, impaciente-. ¿Qué? ¿Ves algo?
Matthew estaba mirando el techo del armarito.
– Hay algo pegado aquí -dijo con voz cavernosa desde el interior del armario metálico-. ¿Tienes unas pinzas? -preguntó irguiéndose-. No será muy inteligente dejar nuestras huellas aquí, por si este papelito resulta ser importante.
Þóra miró a Vigdís.
– ¿Hay un botiquín aquí? -Metió la cabeza en el armario y vio un pequeño cuadrado blanco pegado con cinta adhesiva. Los bordes del papel no eran lisos, sino que estaban un poco arrugados-. ¿Pero qué es eso? -se preguntó a sí misma, mientras agarraba las pinzas que le pasaba Vigdís.
Matthew y Vigdís miraron cómo iba soltando la cinta adhesiva, aunque apenas podían ver nada más que su espalda.
– ¡Bingo! -exclamó Þóra, que se volvió de espaldas al armario con el rectángulo blanco sujeto con las pinzas-. Es una foto. -Dio la vuelta a la fotografía para poder ver qué representaba-. ¡Oh! -fue lo único que pudo decir antes de enseñársela a Vigdís y Matthew.
– ¡Válgame el cielo! -exclamó Vigdís-. ¡Baldvin Baldvinsson! No sabía que fuera neonazi.
– Este no es Baldvin -explicó Þóra, poniendo la foto sobre la mesa de la cocina-. Es su abuelo Magnús. Esta foto fue tomada hace muchos años.
– ¡Pues cómo se parecen, Dios mío! -dijo Vigdís-. Yo habría destruido esta foto si fuera Magnús. O Baldvin.
– A lo mejor no tuvieron ocasión de hacerlo -conjeturó Þóra, girándose hacia la recepcionista-. No hables de esto con nadie en absoluto.
– Dios mío, qué va -respondió Vigdís-. Claro que no. -Por su mente pasaron al instante el número de teléfono de su amiga Gulla y el momento en que apareciera Kata por el salón de belleza a la mañana siguiente. A ellas se les podía confiar un secreto. Todo el mundo sabía que los mejores amigos de uno, por definición, no eran «nadie». Se dirigió hacia su armario, recogió su monedero y volvió a la recepción. Al pasar delante de Matthew le puso una mano en el hombro y le dijo amistosamente que en Islandia todo el mundo estaba muy bien informado, y que no debía tener miedo a los prejuicios. Matthew se quedó mirándola asombrado mientras se marchaba.
– ¿Qué ha querido decir con eso? -preguntó a Þóra, boquiabierto.
Þóra tuvo la sospecha de que Stefanía, la sexóloga, no era tan reservada como había querido dar a entender. Þóra se encogió de hombros.
– Aquí son todos muy raros -dijo con cara de inocencia, sonriendo débilmente-. Me parece que va siendo hora de meter a Sóley en la cama. Yo no creo que pueda dormirme en un rato, después de todo lo que ha pasado.
Þóra estaba otra vez sentada al ordenador de Jónas.
– Todo encaja -dijo mientras leía lo que el buscador de la red había encontrado sobre Baldvin Baldvinsson. Abrió varios enlaces, pero pocos de ellos le parecieron interesantes. Fue mirando algunos, por si acaso, mientras charlaban.
– ¿Y qué? -preguntó Matthew-. Te concedo que esa foto en ese lugar indica que Birna pretendía evitar que la encontrasen. La única persona que podría tener interés en conseguir esa imagen es Magnús, pero es demasiado viejo para matar a nadie. Y no tengo nada claro, en absoluto, el motivo que tendría para a matar a Birna, aunque supiera que ella la tenía en su poder.
– Creo que él no es el único, en realidad -dijo Þóra-. El joven Baldvin tiene mucho más que perder. Resulta que va a participar en unas primarias para las elecciones al parlamento, y hace poco salió en los periódicos un artículo sobre lo parecidos que eran, tanto en lo que decían como en lo que hacían, su abuelo y él. Una foto del abuelo con uniforme nazi, que habría podido ser perfectamente una foto suya, haría muchísimo daño a su candidatura. -Apartó los ojos de la pantalla y miró a Matthew-. El buen hombre conduce un coche matriculado veritas. Puedes imaginarte perfectamente la imagen que quiere que tenga de él la gente. Los nazis no encajan demasiado bien en ella. Su rápida ascensión en la política se debe, en parte, a su abuelo. Si el prestigio del abuelo sufre un duro revés, afectaría también a Baldvin, aunque él no existiera ni como embrión en aquella época.
– ¿Pero qué le importaba eso a Birna? -preguntó Matthew-. ¿Por qué no le dio la foto, sin más? ¿Quizá pensaba chantajearles? Ninguno de los dos parece particularmente rico.
– Cuando encontró la foto, supongo que en el viejo álbum del sótano, en el que faltaba una, lo más probable es que quisiera mirarla mejor y por eso se la llevó. Naturalmente le llamaría la atención, porque es una cara conocida. De modo que se daría cuenta de que tenía en las manos algo que podría utilizar en provecho propio, pero dudo mucho que tuviera intención de sacarle dinero a ninguno de los dos -dijo Þóra, abriendo otro enlace. Leyó un momento y levantó la mirada-. Aquí hay algo interesante. Baldvin está en el comité de selección, como miembro del ayuntamiento, para una nueva estación de autobuses que van a construir en Oskjuhlíð. -Apartó la mirada de la pantalla-. ¿Recuerdas el dibujo de la casa de cristal que había en una pared de Kreppa? En Islandia no hay muchos sitios con bosque. Oskjuhlíð es uno de ellos. En la foto había autocares. -Juntó las manos-. Obviamente, quería conseguir a toda costa ese encargo. Eso podría explicar, además, la llamada telefónica que le hizo.
Matthew parecía dudoso.
– ¿Estás diciéndome que iba a chantajear a Baldvin para que influyera en la decisión, de forma que el encargo se lo hicieran a ella? -Sacudió la cabeza-. Me permito poner un gran signo de interrogación a tu teoría.
– Para un arquitecto en Islandia, un encargo como ése es el premio gordo de la lotería -explicó Þóra-. Es un edificio grande en un lugar muy transitado, y el nombre de su arquitecto pasaría a ser conocido al momento. Luego llegarían más encargos uno detrás de otro. Así funcionan las cosas aquí, y seguramente también en otros muchos sitios.
– Pero ¿cómo puede tener una sola persona una influencia tan determinante en una decisión como esa? -preguntó Matthew-. Tendrá que haber más personas que decidan.
– Naturalmente -contestó Þóra-. Pero él tiene acceso a información que no es accesible a los concursantes, y podría sacarles a otros miembros del comité información adicional sobre lo que a ellos les parece más importante, y otras cosas por el estilo. Aunque hay que cumplir todos los requisitos para optar a esos concursos, lo más normal es que a la hora de decidir se tenga en cuenta algo que sólo cumple algún proyecto que venía recomendado desde el principio. Si el arquitecto sabe que los miembros del comité prefieren, por ejemplo, un edificio algo más grande de lo que estipulan las condiciones… -Þóra se encogió de hombros-… entonces tiene una ventaja decisiva. Además, estoy segura de que una persona puede convencer a las demás si se ve en clara necesidad de hacerlo… y está segura de lo que quiere. En una de estas páginas, acabo de ver que Baldvin fue elegido en su tiempo el mejor orador en una competición de debates de bachillerato durante dos años consecutivos. Tiene que poseer un gran poder de convicción.
– ¿Y qué piensas hacer? -preguntó Matthew-. No es una explicación demasiado firme y además no explica el asesinato de Eiríkur.
– ¿Recuerdas la página web de Baldvin en la agenda de Birna? -preguntó Þóra.
– Sí -asintió Matthew-. ¿Piensas mandarle un correo?
– No -replicó Þóra-. Estoy pensando en hacer una apuesta. -Echó mano al teléfono-. Voy a pedirle a la policía que investigue los correos de Birna a Baldvin en el ordenador de ella. Deben de tenerlo, y seguramente no se habrán fijado demasiado en el mensaje que le envió.
Cuando recibió respuesta, tras una larga espera, Þóra dijo quién era e intentó sonar lo más respetable que pudo.
– ¿Puede hacer el favor de ponerme con Þórólfur Kjartansson? Es respecto al caso de asesinato de Snæfellsnes. Tengo que hacerle llegar un mensaje urgentemente, o, mejor aún, hablar con él en persona.
Se puso a silbar la chabacana melodía que sonaba en el sistema telefónico público mientras esperaba. Tras un rato considerable, se dejó de oír al sonar la voz cansada de Þórólfur:
– ¿Diga?
Þóra se encontraba tumbada en la cama, abrazada a su hija. La había sacado de la habitación de Gylfi y Sigga completamente dormida y se la había llevado a la suya, más por miedo a que Sigga se pusiera de parto y soltara el niño encima de Sóley, que por cualquier otro motivo. Matthew se había vuelto a su propia habitación sin más discusión. Comprendió perfectamente su posición y no se sintió incómodo con ella en absoluto. Þóra se mostró profundamente agradecida de que la dejara un rato sola para seguir dándole vueltas a las cosas. Lo que más le dolía era lo que podría suceder a la mañana siguiente; tenía miedo de que Þórólfur no mordiera el anzuelo, y entonces no habría mucho que pudiera hacer por Jónas, aparte de atenerse a algún formalismo. Y aquella idea no le agradaba demasiado.
Pero había más cosas que la atormentaban. Si Magnús o Baldvin eran los asesinos de Birna, no había modo de entender por qué habían matado también a Eiríkur, ni qué relación tenía éste con ellos. ¿Quizá era cómplice de Birna? ¿Qué objeto tenía entonces el zorro, y qué significaba aquel rer? Si es que aquella inscripción tenía alguna importancia.
La cuestión de Kristín la preocupaba igualmente. Había conseguido averiguar que era hija de Guðný Bjarnadóttir, pero al mismo tiempo había quedado claro que difícilmente podía relacionarse con el caso. Había todavía más cosas que danzaban por su mente, acosándola, pero estaba demasiado cansada como para poder fijar su pensamiento en ninguna de ellas, y al final todo se fue mezclando hasta convertirse en un batiburrillo: carbón, paredes, caballos, contratos, depreciación de las acciones, rotura de una pierna…
Se despertó de aquellas reflexiones oníricas con un llanto infantil. Extrañada, apartó de su brazo la cabeza de su hija, que seguía dormida, y se sentó en la cama. El sonido volvió a oírse. Salió de la cama y se acercó a la ventana, pero en la penumbra no consiguió distinguir nada. El extraño llanto empezó de nuevo en algún lugar, en el exterior. Pero cesó tan repentinamente como había comenzado. Þóra cerró la ventana y se apartó de la cortina, de forma que no podía ver nada fuera. Un niño aún sin bautizar, pálido como un cadáver, arrastrándose con una mano ensangrentada sobre la tierra, dejó de parecerle, de pronto, una idea tan absurda como le había dicho a Matthew para burlarse de él. Regresó al lado de su hija, decidida a no hablar de aquello con nadie. Seguramente se trataba de una jugada de su imaginación. A través de la ventana cerrada, oyó que el débil y lastimero gemido comenzaba de nuevo.
El juez estaba sentado, vestido con su toga negra orlada en raso, y los ojos clavados en Þóra. Tenía las manos juntas delante de la boca, como si quisiera evitar que en algún momento se le escapara sacarle la lengua o hacer algún gesto de aburrimiento.
– Si la señora letrada tiene la amabilidad de continuar -dijo con voz profunda-. Esto se está poniendo interesante.
Þóra le sonrió cortésmente.
– Como acabo de indicarle, di con este objeto de modo totalmente casual e inmediatamente informé a la policía de su existencia. En consecuencia, no se puede alegar que habría tenido que informar antes de despegar la foto, pues hasta que la miré no pude saber la importancia que podría tener para el caso. Para ello tuve que sacarla. Pero, por si acaso, tuve la precaución de no alterar nada innecesariamente y sólo la toqué con pinzas.
– ¿Técnicas del CSI Miami? -preguntó el juez, apartando la mano de la boca, mientras sonreía a Þóra.
– En realidad, sí -respondió Þóra, devolviéndole la sonrisa.
El juez se volvió hacia el fiscal, que había solicitado prisión provisional para Jónas.
– Me parece que el ministerio fiscal no ha investigado el caso como es debido. En lugar de oponerse a los argumentos de la defensa, deberían agradecerle su colaboración. No está claro en absoluto que la fotografía en cuestión hubiera llegado a manos de las autoridades de otro modo.
El fiscal pidió la palabra y se puso en pie.
– Ciertamente nos alegramos de haber podido acceder a este objeto, y procederemos a estudiar este nuevo aspecto del caso. La sección de investigación envió de inmediato a una persona en cuanto se tuvo conocimiento del hallazgo ayer por la noche, y la foto está siendo estudiada en estos mismos momentos. -Carraspeó-. Por otra parte, no vemos motivo alguno para desestimar nuestra petición de prisión provisional para el sospechoso, sobre esta única base. El imputado no ha explicado las circunstancias de modo suficiente y aún existen sospechas muy fundadas de su participación en los hechos delictivos.
– ¿Qué responde usted, letrada? -preguntó el juez, mirando a Þóra.
– Es absurdo considerar que la foto es lo único nuevo que tenemos. El vehículo de Baldvin Baldvinsson pasó por los túneles de Hvalfjörður el domingo a las 17:51. Eso quiere decir que estuvo en la zona con tiempo suficiente para perpetrar el segundo de los asesinatos, aunque ante mí no haya querido reconocer dicho viaje. Supongo que la policía dispondrá de una lista semejante del tráfico en el día en que Birna fue asesinada, y de acuerdo con mis fuentes, el mencionado Baldvin estaba también en la zona. Participó en una reunión espiritista que se celebró esa noche, pero salió antes de la pausa, lo que quiere decir que tuvo posibilidades de llegar hasta Birna y matarla. La policía dispone también, sin duda, del correo electrónico cruzado entre Baldvin y Birna, aunque yo no he sido autorizada a acceder a él todavía, como tampoco a las demás diligencias de la investigación, con excepción de la lista del tráfico de vehículos por los túneles el domingo, que la policía tuvo la amabilidad de dejarme. -Þóra vio a Þórólfur removerse en su asiento en la sala de audiencias. Ansiaba, visiblemente nervioso, poder corregir aquel error, pero la única forma de hacerlo era admitir que se habían olvidado la lista encima de la mesa. Se dominó. Þóra continuó-: También he hecho notar que quizá Eiríkur tuvo intención de escribir abreviadamente «Reikiavik» en la pared, pero no consiguió grabar el último trazo correctamente. La K puede haber resultado escrita como R. Es preciso recordar que mientras estaba intentando escribir, un semental furioso estaba a punto de matarle a coces. REK podría haber sido una alusión a la ocupación de Baldvin como concejal.
El juez movió lentamente la cabeza, asintiendo.
– He de reconocer que no podemos apresurarnos a sacar conclusiones. Baldvin Baldvinsson es concejal y su abuelo Magnús fue alcalde. Por ello, es muy arriesgado airear unas confusas ideas en el sentido de que sea culpable de violar tan gravemente las leyes. No necesito extenderme mucho para señalar cuáles podrían ser las consecuencias si estas cosas llegaran a los medios de comunicación sin ser verificadas debidamente.
– Para mi cliente no es menos grave encontrarse en esa misma situación -afirmó Þóra-. También se está atentando contra su reputación. -Dio gracias a Dios de que la contraseña del ordenador de Jónas no fuera conocida por todo el mundo-. Mi defendido ha reconocido que tuvo relaciones sexuales con la difunta el jueves de autos, pero mucho antes de la hora a la que se calcula tuvo lugar el crimen. Eso explica sus huellas dactilares en el cinturón de la interfecta; pero ésta no se cambió de ropa a lo largo del día, al menos no se me ha informado de que lo hiciera. Mi defendido explicó, además, sus viajes en ambos días, aunque no haya habido tiempo de confirmar su relato. Al prestar declaración ante la policía, se equivocó acerca de su viaje a Reikiavik el domingo pasado, pero eso es algo que le puede suceder a cualquiera.
El juez miró al fiscal del distrito y le otorgó la palabra.
– Lo único que ha quedado claramente establecido en esta discusión -dijo el fiscal- es que la investigación de los escenarios está lejos de haber sido concluida, en vista de que aún están apareciendo nuevas pruebas. Pero eso, de ningún modo, puede llevar a la puesta en libertad del sospechoso en estos momentos. No sabemos si será exculpado por las nuevas diligencias. Esa teoría de Baldvin, sin duda, es interesante, pero resulta demasiado rebuscada y no libra de sospecha al imputado. Por ejemplo, no se ha demostrado relación alguna entre Baldvin y Eiríkur. Por todo ello, nos mantenemos en la solicitud de catorce días de prisión preventiva.
– En referencia al párrafo primero del artículo ciento tres de la ley de procedimiento -dijo Þóra-, consideramos que las sospechas sobre mi cliente no están suficientemente fundadas, teniendo en cuenta, además, que no obran las excepciones establecidas en el mencionado artículo. A la luz de las dudas que despierta la incompleta investigación de la policía, quiero señalar especialmente, en este contexto, que es totalmente imposible que el imputado pueda dificultar la investigación destruyendo pruebas, como se estipula en el apartado (a) del mencionado artículo. Si mi cliente hubiera conocido la existencia de la foto en cuestión, habría tenido tiempo suficiente para destruirla o entregarla. Por ello, no se puede aducir que exista peligro de que destruya pruebas ni cualquier otra cosa, pues habría podido hacerlo en los días pasados. Pero no lo ha hecho, como demuestra esta fotografía, y por ello solicitamos que no se atienda a la solicitud de la policía o que, en su caso, se señale un periodo de prisión preventiva más breve del solicitado. En caso de tomarse esta decisión, sigo solicitando el acceso sin restricciones a todas las diligencias policiales en el caso.
– Si puedo intervenir, señor juez -interrumpió el fiscal-, está claro que dos personas han muerto a manos de un asesino, y existen sospechas razonables de que ese asesino puede haber sido el detenido. Delitos como éstos, obviamente, despiertan una gran alarma social, pues no está claro si el homicida elige a sus víctimas empujado por sus propios deseos irracionales, o por algún otro motivo. De forma que cualquier persona podría ser la próxima víctima. Si se considera que no se cumplen las condiciones establecidas en el párrafo primero, solicitamos que se decrete prisión preventiva en base al párrafo segundo, por la alarma social causada.
El juez dio por concluida la vista y se puso en pie. Dijo que se tomaría un tiempo para deliberar hasta el mediodía, que sería entonces cuando daría a conocer su decisión, y que no se marcharan muy lejos. Salió seguido por el secretario judicial. Þóra se volvió hacia Jónas.
– No podemos hacer más que esperar -le dijo en voz baja.
– ¿Qué crees que dirá? -le susurró Jónas-. Me parece que lo hiciste estupendamente, y la alineación de los astros es favorable, para hablar sin exageración alguna. Estoy convencido de que rechazará esa absurda solicitud de prisión preventiva. -La miró orgulloso-. Fue tremendo cuando mencionaste los números de los artículos.
Þóra sonrió a Jónas. Por fin había alguien que sabía valorar sus enumeraciones. Þóra llevaba mucho tiempo esperando aquel momento. Lo único que estropeaba la alegría ligeramente era que quien tanto la había alabado mencionase la posición de los astros en el mismo contexto, y que encima fuera sospechoso de asesinato.
– No ha sido nada -replicó-. Tendrías que oírme recitar los números de los artículos del reglamento de Correos y de las disposiciones sobre las bocacartas.
Þóra se dejó caer sobre una de las sillas de madera delante de la puerta del hotel, y puso la gruesa cartera con los documentos del caso sobre la mesa, mientras suspiraba cansinamente. El juez de distrito había ordenado que se la entregaran, metida en una bolsa de supermercado.
– Desgraciadamente, no fue todo lo bien que esperaba -le dijo a Matthew, que estaba sentado a su lado-. Han decretado siete días de prisión preventiva. -Miró a su alrededor-. ¿Dónde están los niños?
– Se fueron a ver la ballena muerta -informó Matthew-. Pero no estoy seguro de que hayan comprendido mis explicaciones, de modo que a lo mejor aparecen en el momento más inoportuno.
Þóra no tenía duda alguna al respecto.
– Seguro que no te entendieron -dijo. Conocía suficientemente bien a sus hijos como para saber que ninguno de ellos iría jamás a ver un animal en estado de descomposición, y mucho menos si se trataba de una ballena gigantesca. Pero no conocía a Sigga lo bastante para saber si a ella le iban ese tipo de cosas. Þóra dio un golpecito sobre la bolsa de plástico de color naranja-. Pero me han entregado las diligencias. Þórólfur intentó impedirlo, diciendo que mandaría gente a copiarlas en Reikiavik a la primera oportunidad, pero el juez solicitó la ayuda de su secretario, les quitó la carpeta y mandó que lo fotocopiaran todo para dármelo. El fiscal tenía, naturalmente, su propio ejemplar. -Sonrió ante aquella victoria, pequeña pero dulce-. Tengo que revisar todo esto sin perder ni un minuto, a ver si aquí hay algo que no sepamos.
– Espero que no sea nada que perjudique a Jónas -deseó Matthew-. ¿Puede ser que la policía tenga contra él algo más de lo que os hayan dicho a ti o a él?
– Te aseguro que lo expusieron todo en el juzgado -dijo Þóra-. Lo han hecho por precaución, te lo aseguro. -Confiaba en que sus conclusiones no fueran exageradas, pero el hecho de que el juez hubiera acortado el tiempo de detención provisional, del medio mes solicitado a una sola semana, tenía que significar que había sido por su causa. Por lo menos, eso es lo que tenía que pensar-. El pobre Jónas no se tomó nada bien la noticia -añadió.
– No creo que se pudiera esperar otra cosa -dijo Matthew-. ¿Dónde está ahora?
– Lo han llevado a la prisión de Litla-Hraun con escolta policial. Es un fastidio que los presos preventivos estén retenidos allí. Se tarda un montón en llegar desde la capital-dijo Þóra-, y no digamos desde aquí.
– ¿Y no tendrías que volver ya a Reikiavik? -preguntó Matthew.
– Por el momento, estoy mejor aquí -respondió Þóra-. Þórólfur dijo que no interrogarían a Jónas en los dos próximos días. Pensaban concentrarse en la investigación del escenario y acabar de tomar declaración a los testigos, y otras cosas que no especificaron. No estaba demasiado contento con el juicio que mereció su investigación del escenario.
– ¿Hay algo más que ver aquí? -preguntó Matthew-. La verdad es que encontramos la llave de la taquilla por pura casualidad. Difícilmente volverá a tocarnos la lotería.
– Yo no estoy tan segura. Hay algo que me preocupa. Y no me refiero a todos los cabos sueltos del caso. -Se puso en pie y colocó la bolsa entre los brazos-. Voy a echar un vistazo rápido a todo esto, a ver si encuentro algo que pueda darle la vuelta al caso. También estuve en la biblioteca y me he traído un ejemplar de los Cuentos y Leyendas, por si la historia que hay detrás del poema puede explicar algo. No tardaré mucho, pero sería estupendo que mandaras a mis chicos a otra excursión en cuanto aparezcan; si aparecen.
Dos horas más tarde, Þóra salió del despacho de Jónas. Estaba un poco desalentada, ya que no había avanzado mucho. Había leído hasta el final cada referencia de la carpeta, donde había innumerables declaraciones de testigos, algunos resúmenes sobre la investigación del escenario, dos informes de autopsia y los resultados de los análisis de sangre y otros fluidos corporales. Los resultados de las pruebas de ADN sobre el semen hallado en los órganos sexuales de Birna no estaban incluidos en la carpeta, pero la solicitud de dichos análisis sí se encontraba entre las diligencias. También estaban los resultados del análisis del grupo sanguíneo del que había dejado el semen, que indicaban que se trataba de semen de dos hombres distintos. A Þóra no le quedó claro si este hallazgo había sido pura casualidad o si alguien había solicitado los análisis impulsado por alguna sospecha concreta. Estuvo pensando en si sería habitual que una mujer tuviese relaciones sexuales con dos hombres diferentes el mismo día sin que se dedicara al oficio. Hubo un detalle que no comprendió con exactitud. Se trataba de una explicación que señalaba que, además del semen, se había encontrado otra sustancia biológica en los órganos sexuales de Birna; se le daba el nombre de A. Barbadensis Mili, A. vulgaris Lam. Þóra lo anotó con la esperanza de que Matthew lo conociera, aunque lo dudaba. Seguramente se trataba de algo que Birna había utilizado por su cuenta, aunque Þóra no sabía con qué finalidad.
Le hizo una seña a Matthew, dirigiéndose hacia él, que se encontraba tranquilamente en el bar bebiendo una cerveza. Dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó.
– ¿Sigue habiendo sólo tres niños?
– No está del todo claro -dijo Matthew-. Tus dos hijos tenían la cara verde cuando volvieron de su paseo a la playa. La chica embarazada era la única con buen aspecto. Los invité a tomar un refresco en el bar y se lo llevaron a la habitación, tenían intención de ver una película.
– Me refería a si el grupo no ha aumentado todavía -bromeó Þóra, que hizo una señal al camarero para pedirle un refresco.
– Aún no eres abuela, así que disfruta de la vida -dijo Matthew, haciendo chocar su vaso de cerveza con el refresco de Þóra-. ¿Has encontrado algo interesante? -preguntó, inclinando un poco el vaso hacia la carpeta antes de beber un trago.
– No, en realidad, no. Hay varias cosas que confirman lo que hemos oído o encontrado nosotros. A los dos cadáveres les clavaron agujas o alfileres en las plantas de los pies, a Eiríkur le ataron un zorro y según la autopsia que le hicieron al animal, éste llevaba ya muerto algún tiempo de un tiro de rifle. Desgraciadamente, no aparece ninguna explicación de por qué el zorro estaba atado al pecho de Eiríkur.
– ¿Has sabido algo de nuestra preciosa Bella? -preguntó Matthew-. ¿No iba a encargarse ella de averiguártelo?
– Maldita sea, se me había olvidado -dijo Þóra. Sacó su teléfono y marcó el número del bufete.
– Diga -se oyó decir a Bella al otro extremo de la línea. Nada de Bufete Centro, buenos días ni ninguna otra cosa que indicara que quien había llamado estaba en comunicación con un respetable bufete de abogados y no con una casa particular.
– Hola, Bella, soy Þóra. ¿Has descubierto algo sobre el asunto de los zorros y los caballos? -Þóra no se atrevió a reñirle de nuevo por su forma de responder al teléfono.
– ¿Qué? -se oyó decir a una voz zafia y torpe-. Ah, ya, eso. -Guardó silencio un momento y Þóra tuvo la sensación de que se oía un ruido como si inhalara e inmediatamente después soltara el aire con rapidez.
– Bella, ¿estás fumando en la oficina? -preguntó Þóra, enfadada-. Ya sabes que está prohibido.
– No -respondió Bella-. ¿Estás loca? -Þóra creyó estar oyendo con toda seguridad el chisporroteo de un cigarrillo al arder. ¿A lo mejor aquella chica había empezado a fumar en pipa? Antes de que pudiera preguntárselo, Bella continuó-: Los caballistas con los que contacté nunca habían oído mencionar ninguna relación. Pero también hablé con un cazador de zorros que conozco y de ese tío pude sacar algo más.
Þóra olvidó completamente el tabaco.
– ¿Qué te ha dicho? -preguntó interesadísima. ¿A lo mejor aquella secretaria servía finalmente para algo?
– Bueno -dijo Bella-. Dijo que los caballos se ponían rabiosos de miedo si percibían el olor a zorro muerto. Y que se dedicaban a darle coces a la carroña.
– ¿Eso es algo que sólo saben los cazadores de zorros? -preguntó Þóra en suspense-. ¿Ningún caballista suele saberlo, o crees que los caballistas con los que hablaste eran particularmente ignorantes?
– ¿Ignorantes sobre los zorros? -preguntó Bella burlona-. No tengo ni idea. Yo diría que, en general, no lo saben. ¿Cuándo se encuentra uno con un zorro?
– Gracias, Bella -dijo Þóra, seguramente por primera vez con total sinceridad-. Puedes tomarte el resto del día libre. -Aquello no era una generosidad exagerada, ya que la ausencia de la secretaria no alteraría en lo más mínimo la actividad del bufete. Colgó y le contó a Matthew la conversación telefónica.
– Así que el asesino ató el zorro a Eiríkur para excitar al caballo, seguro de que el pobre hombre no sólo resultaría herido, sino muerto. -Matthew frunció el ceño-. Qué frialdad.
– En general, los caballistas no saben lo furiosos que se ponen los caballos con las carroñas de zorro -dijo Þóra, pensativa-. Lo saben sobre todo los cazadores de zorros. -Pensó un momento y luego añadió-: ¿No será Bergur cazador de zorros? Tiene nidos de eider. -Miró a Matthew a los ojos-. Había una caja de cartuchos de fusil en la salita de la caballeriza.
Matthew la miró a ella también a los ojos, fijamente.
– A lo mejor rer tenía que ser ber o, más exactamente, bergur, pero Eiríkur empezó a recibir coces y no pudo seguir. -Matthew sacó su móvil y recuperó la fotografía que había tomado de las letras grabadas en la pared. Estuvo un ratito ampliando la foto y situando las letras en mitad de la pantalla-. Vaya -dijo después de mirar con todo detenimiento la fotografía, pasándole el teléfono a Þóra-. El trazo descendente de la primera erre no es tan recto como el de la segunda.
Þóra colgó el teléfono y se volvió hacia Matthew.
– Me parece que a Þórólfur no le ha disgustado la noticia -dijo-. Aparentaba estar perfectamente tranquilo pero noté que se alegró cuando se lo conté. Puedo predecir que Bergur recibirá una visita de la policía dentro de poco.
– Bueno, o su mujer -apostilló Matthew-. Nunca se sabe.
– Sí, claro -asintió Þóra-. Pero algo sí que se sabe. Leí el informe de la autopsia, y está bastante claro que Birna fue violada brutalmente. En eso no encajan las mujeres, excepto como cómplices, quizá. Podría ser que Rósa participara en el asesinato, pero no en compañía de su marido. Dudo mucho que hayan sido capaces de ponerse de acuerdo en la hora, y no creo que fueran capaces de meterse juntos en semejante lío. -En ese momento, Sóldís apareció dirigiéndose hacia ellos.
– Mi abuela quiere hablar contigo -dijo incómoda-. Pregunta si puedes llamarla. Se trata de algo relacionado con vuestra conversación de ayer. -Sóldís se miró los pies-. No estás obligada a hacerlo, pero éste es su número. -Le dio a Þóra una nota en un papelito amarillo. Þóra le dio las gracias muy sinceramente y sacó inmediatamente el teléfono. Sóldís se dio media vuelta y desapareció del bar a toda prisa. Respondieron después de una sola llamada.
– Hola, Lára, aquí Þóra. La abogada del hotel. Sóldís me dijo que quería que la llamara.
– Sí, hola. Me alegro mucho de que me llames. No he podido pensar más que en Guðný desde que charlamos ayer. Creo que te gustaría que el destino de la niña quedara aclarado finalmente. -Þóra tuvo la sensación de que la mujer estaba muy alterada, aunque su voz no lo dejaba traslucir-. Tengo aquí la carta de Guðný de la que te hablé ayer -dijo la mujer, dejando escapar un débilísimo sollozo-. La estuve buscando por todas partes y al final la encontré guardada con algunas otras cosillas que conservo de esa época. La he leído una y otra vez y ahora creo poder decir que he conseguido leer entre líneas.
– ¿Y eso? -preguntó Þóra.
– Dice en un sitio que la niña es igualita a su padre, y que me daré cuenta del parecido enseguida -explicó Lára-. En su época, cuando empezaron las habladurías sobre el incesto, estuve casi a punto de creérmelo y pensé que ella se había acostado con su padre o con su tío. Ahora soy una persona más madura y veo que eso nunca lo diría una mujer sobre su propio hijo si se encontrara en tal situación. En otro lugar, pregunta por un muchacho del que había estado enamoriscada antes de que yo me marchara de la comarca, y me pide su dirección. Quería enviarle unas líneas -Lára calló y respiró hondo-. Creo que ese joven era el padre. Se fue a vivir a Reikiavik poco después que yo, y recuerdo que reaccionó de forma muy rara cuando me lo encontré un año más tarde, y no quiso hablar mucho conmigo. Entonces no lo comprendí, y aún sigo sin entenderlo. Tal vez la niña podría explicar su reacción. A lo mejor pensaba que yo conocía la existencia de la pequeña, o que Guðný se había quedado embarazada y no le apetecía hablar de ello. Llevaba del brazo a una mujer joven.
– ¿Quién era? -preguntó Þóra-. ¿Está vivo todavía?
– Desde luego que está vivo -respondió Lára-. Se habló mucho de él cuando se retiró. Fue alcalde hace unos años.
Þóra notó que sus dedos se aferraban con fuerza al aparato telefónico.
– ¿Magnús Baldvinsson? -preguntó con toda la tranquilidad de que fue capaz.
– Sí, ¿cómo lo sabes? -preguntó Lára, asombrada-. ¿Le conoces?
– Está alojado en el hotel -respondió Þóra-. Pero podría haberse marchado ya, su nieto vino a buscarle ayer por la noche.
– Qué extraño -dijo Lára-. En todos estos años, desde que se trasladó a Reikiavik, no ha venido a la región más que en algún viaje relámpago.
– Ya, vaya -fue lo único que se le ocurrió a Þóra-. Se puede pensar que la llegada de la niña le hizo tan poca gracia, que… -Þóra vaciló mientras buscaba las palabras apropiadas. Los adultos son una cosa y los niños otra muy distinta-… que se las debió de ingeniar para darla en adopción tras la muerte de Guðný, o que simple y llanamente la mató. -Confió en que así resultara más fácil de digerir.
– No lo sé -replicó Lára. La anciana voz se quebró de nuevo-. Dios mío, es imposible creer que pueda pasar algo así. Magnús no tenía mucha personalidad. Pero ¿podría haber sido tan mezquino? De verdad, no lo sé. No puedo ni imaginarme que alguien pueda ser tan malvado. En nuestra sociedad ni nos damos cuenta de que están entre nosotros. Ni hoy ni en aquella época. -Lára calló y se sonó-. Y también está la otra cosa que me preguntaste. Lo de la carbonera. Me puse a darle vueltas y recordé que se pasaron a la calefacción eléctrica en las dos granjas antes de que yo me marchara a Reikiavik. Decían que era estupenda, pero Bjarni mandó instalar un generador en un hoyo en el ala norte, junto a la carretera. No sé si te servirá de algo, pero después de eso, el carbón dejó de usarse en las dos granjas, y abandonaron las carboneras. -La voz de Lára se había vuelto más fuerte al hablar de cosas cotidianas como la calefacción, aunque se notaba cierta melancolía en sus palabras-. En la caja en que estaba la carta encontré una foto antigua en la que estamos Guðný y yo detrás de la granja, y recordé todo eso mientras estaba mirándola. Porque en la foto se ve la entrada a la carbonera, y eso me desató los recuerdos.
Þóra interrumpió a Lára.
– Cuando dice que estaban detrás de la granja, ¿a cuál de las dos se refieres?
– A Kirkjustétt -contestó Lára-. No subíamos mucho a Kreppa en esos años. Bjarni y Grímur casi no se hablaban, y creo poder afirmar con cierta seguridad que la única relación que seguían manteniendo era por el generador, que utilizaban ambos.
– ¿Así que había una carbonera igual detrás de Kirkjustétt? -preguntó Þóra-. No hay rastro de semejante cosa detrás del hotel. ¿Puede ser que la carbonera acabase debajo del edificio anexo?
– No, eso no puede ser -dijo Lára-. Si no recuerdo mal, estaba bastante lejos de la casa, y no es el sitio donde se construyó el anexo. La trampilla de entrada tendría que estar en el prado que hay detrás del hotel. Era igual en las dos granjas. Se consideraba de lo más moderno tener la carbonera lejos de la casa, aunque era más caro que guardar el carbón en el sótano. Era mucho más refinado hacer una entrada a la carbonera desde el sótano, aunque estuviera tan lejos de la casa.
Þóra miró a Matthew con los ojos muy abiertos. Cortó la conversación con Lára, sintiendo de pronto la necesidad de bajar al sótano a buscar la puerta que daba a la carbonera. Antes de despedirse, le dijo a la anciana que la informaría de cualquier cosa que llegara a averiguar sobre el destino de la misteriosa niña.
– Tengo que hacer una breve llamada -le dijo Þóra a Matthew mientras marcaba el número de la prisión de Litla-Hraun-. Prometo que te lo explico todo enseguida. Lo que recordaba de la foto de una pared del sótano que Birna había mandado hacer al fotógrafo extranjero no contenía nada que pudiera indicar la existencia de una puerta allí abajo. En cuanto Jónas se puso al teléfono, Þóra fue directamente al grano-: Jónas, probablemente tendré que tirar un trozo de una pared del sótano debajo de la parte antigua del hotel. Sólo quería que lo supieras. Por lo demás, ¿todo bien?
Þóra, Matthew y Gylfi estaban delante de una de las paredes del sótano; habían llegado al acuerdo de que aquélla era la que daba hacia el prado de la parte posterior del edificio. Les había llevado un tiempo considerable orientarse y decidir cuál era la pared adecuada, pues tuvieron que ir haciendo pruebas mientras levantaban en el aire a Sóley para que mirase por las sucísimas ventanas; al final decidieron que la pared de la foto de Birna debía de ser la correcta. Matthew dejó la fotografía y aferró el mazo. Þóra se echó para atrás, reuniéndose con Sigga y Sóley, que estaban esperando emocionadísimas. Gylfi estaba al lado de Matthew, dispuesto a relevar al alemán.
Gylfi había exigido acompañarles cuando los vio salir al prado con las palas, para cerciorarse de que la carbonera estaba realmente allí antes de poner manos a la obra y hacer el agujero, y las chicas se empeñaron en acompañarles, encantadas con la novedad. La carbonera había aparecido a unos 30 centímetros de profundidad, justo al lado de la piedra grabada, pero en lugar de malgastar el tiempo excavando para liberar toda la trampilla, se dirigieron inmediatamente al sótano a buscar la puerta, que tenía que estar allí oculta. Matthew se temía que abrir una trampilla que llevaba decenas de años enterrada no sería más fácil que cuando lo habían intentado en Kreppa.
– ¿Qué pensáis que vais a encontrar ahí detrás? -preguntó Gylfi, no del todo seguro de que fuera demasiado divertido ponerse a tirar abajo una pared.
– A decir verdad, no tengo ni idea -dijo Þóra-. Pero, a juzgar por el cuidado con que disimularon la puerta, alguien debía de querer que no se acercara nadie. No hay ninguna razón plausible para tapiar una puerta en el sótano. Se habría podido cegar de otro modo si la intención no hubiera sido ocultarla.
– ¿Y si no hay nada? -preguntó Gylfi-. ¿Qué dirá el dueño de todo esto?
– Nada -respondió Þóra-. Acabo de contarle lo que sucede, y en el peor de los casos sólo tendrá que gastar un poco en unos cuantos metros cuadrados de pared. -Le hizo señas con las manos para que se pusiera delante-. ¡Empieza!
Empezaron a golpear la pared. Þóra y las niñas miraban expectantes, pero enseguida pudieron comprobar que las cosas no irían tan deprisa como esperaban. Media hora más tarde, cuando Sóley se haba dormido ya de aburrimiento sobre un montón de cajas, y los bostezos de Sigga se sucedían sin pausa, el agujero a través del revestimiento de la pared, la madera y la piedra, había alcanzado unas dimensiones considerables como para poder acceder al otro lado. Matthew y Gylfi estaban sucios y sudorosos con las mangas remangadas, recuperando el resuello.
– Yo no entro la primera -dijo Þóra, sacando la cabeza del agujero-. El aire está viciadísimo ahí dentro. Huele a quemado, ¿no?
– Ya voy yo -dijo Gylfi. Þóra le conocía suficientemente bien para saber que no lo decía de verdad.
– Matthew, ve tú delante -dijo, empujándole hacia la abertura-. ¿Dónde está la linterna?
Tras meterse a duras penas los tres por el agujero, Þóra y Gylfi siguieron a Matthew por el estrecho túnel. La débil luz de la linterna sólo iluminaba al alemán, que iba en primer lugar. Madre e hijo se acercaron a él cuando se detuvo delante de la puerta que había al final del túnel. Se volvió hacia ellos, con la linterna colocada debajo de la barbilla. Þóra y Gylfi se llevaron un susto terrible, mientras Matthew se echaba a reír. Se quitó la linterna de la cara e iluminó la puerta.
– ¿Abro?
Deberían haber dicho que no.
– Y, naturalmente, fue por pura casualidad, igual que la foto -preguntó Þórólfur-. ¿Bajaron al sótano armados, casualmente, de unas mazas y les apeteció tirar abajo justo esa pared, porque sí?
Þóra se quitó una astilla del pelo, contenta de comprobar que no era un diente, como había temido.
– No -respondió-. Creía que había hablado con suficiente claridad. Queríamos asegurarnos de que no los íbamos a avisar para cualquier estupidez, malgastando con ello el dinero público. No había forma de comprobar lo que había ahí abajo sin derribar la pared. Tengo que reconocer que no me esperaba esto.
Se estremeció cuando dos hombres de la sección de investigación pasaron con unas carretillas llenas de huesos. Un penetrante olor a quemado las acompañaba. Había policías pululando por todo el hotel; habían acudido de las comisarías cercanas pero también un grupo de especialistas llegados de Reikiavik. Þóra sospechaba que la mayoría carecía de una función específica, y que estaban allí movidos más bien por la curiosidad. Hizo una mueca.
– Como ya le dije, esperaba encontrar el esqueleto de un niño, y no un montón de huesos de la altura de una persona.
– ¿No se dio cuenta de que eran huesos de animales? -preguntó Þórólfur-. ¿Era difícil ver claramente las cosas en la oscuridad de ahí abajo?
– Los huesos que más me llamaron la atención no eran de animales -explicó Þóra con decisión-. Antes de que se viniera abajo el montón de huesos, la luz de la linterna alumbró una pequeña manopla de borra, y también un hueso justo en la abertura de la manopla, de modo que me di cuenta de que ahí abajo hay un niño muerto. Lo único que podía haber dentro de la manopla era una mano. Estaba justo debajo del montón antes de que éste se desmoronara, de modo que no aparecerá hasta que hayan retirado los demás huesos. Si yo fuera usted, le diría a los hombres que fueran con cuidado cuando lleguen abajo… -no concluyó la frase.
– Puede comprobar usted misma que actuamos despacio -dijo Þórólfur, mirando a su alrededor-. Nos atenemos a todas las normas relativas a la investigación de escenarios, encontremos o no huesos humanos. Tenemos que averiguar lo que ha sucedido aquí, pues es algo bastante anómalo disponer en esta forma de cadáveres de animales medio quemados. Así que no necesita preocuparse de que vayamos a destruir prueba alguna. Debería preocuparse más bien por Jónas, ya que esto no afecta en lo más mínimo a su posible culpabilidad.
– ¿Y si le dijera que ahí estarían los huesos de una hija de Magnús Baldvinsson, sin bautizar siquiera, de finales de la guerra mundial? -dijo Þóra.
– ¿Eso cambiaría algo? -preguntó Þórólfur indiferente, aunque se notaba que su interés había aumentado-. ¿O quizá pretende usted insinuar que él mató a su propia hija y luego echó encima decenas de cadáveres de animales? -Sonrió y continuó-: ¿Y que regresa al lugar del crimen sesenta años después para comprobar que ha desaparecido por completo?
– Está usted interpretando las cosas a su conveniencia, pero seguramente se descubrirá quién era el padre en cuanto se realice el análisis de ADN de los restos del niño. Aunque por sí mismo eso no indique quién lo mató, la paternidad abrirá muchos interrogantes, y creo que Magnús Baldvinsson no saldrá muy bien parado de esa investigación.
– ¿De modo que sigue manteniendo la teoría de que fueron Magnús o Baldvin los asesinos de Birna y Eiríkur? -preguntó Þórólfur.
Þóra se quitó más suciedad del pelo.
– En realidad, también he estado planteándome si habría sido Bergur, o su esposa, con ayuda de él o de otra persona -conjeturó Þóra, que explicó la conversación que había tenido con Matthew sobre el rifle, el zorro y la extraña inscripción rer de Eiríkur-. Matthew y yo la vimos salir del hotel con un camarero que trabaja aquí. Parecían muy amigos. Pensamos que Rósa podría haberle convencido para matar a Birna. Ella podría haber querido hacerlo para vengarse del adulterio.
Þórólfur levantó las cejas hasta las raíces del cabello.
– Usted conoce a la esposa de Bergur -dijo-. ¿Le parece posible que tenga tal capacidad de convicción?
– No, en realidad, no -respondió Þóra-. Pero si alguien tiene más interés del debido por conseguir algo de otra persona, nunca se sabe.
Þórólfur sonrió con perversidad.
– ¿Ese camarero se llama quizá Jökull Guðmundsson? -preguntó.
– Sí -contestó Þóra extrañada-. En realidad desconozco su patronímico, pero se llama Jökull. ¿Tiene idea de por qué andan juntos?
Þórólfur dejó escapar una risita.
– Son hermanos -reveló-. Seguramente, eso explica que se traten tan amistosamente.
Þóra no dijo nada. Ahora entendía la antipatía que Jökull tenía a Birna, se debía simple y llanamente a que su cuñado engañaba a su hermana con ella. Aquello explicaba también la reacción a sus preguntas sobre Steini. Había sido su padre el causante del accidente, y, sin duda, le afectaba hablar de aquello tanto como a su hermana.
– Ajá -exclamó Þóra-. Eso cambia un poco las cosas.
– Sí, ¿verdad? -dijo Þórólfur-. Por otra parte, puedo asegurarle que aún seguimos investigando la posible participación de Bergur en el caso -añadió sin especificar si el granjero estaba bajo sospecha o si Jónas seguía siendo el único sospechoso-. Creo que no va a importar mucho, pero le diré también que estamos comparando el rifle y la bala que encontramos en el zorro. No tenemos medios para hacer ese estudio en la provincia, de modo que lo hemos enviado a Reikiavik. Desgraciadamente, harán falta unos cuantos días hasta que recibamos los resultados, pero mientras tanto examinaremos un par de cosas más. -Después dijo que iba a bajar al sótano a comprobar cómo iba todo.
Þóra se levantó y se dirigió hacia Matthew, que estaba terminando de explicar lo que había pasado en el sótano. Había hecho falta mucho más tiempo del habitual, porque la policía quiso hacer el interrogatorio con ayuda de un intérprete.
– ¿Crees que nos mandarán a la trena a hacer compañía a Jónas? -bromeó Matthew con una risita mientras salían los dos juntos-. En vista del aspecto que tengo, encajaría allí perfectamente -añadió. Sus ropas estaban cubiertas de polvo y suciedad, puesto que no habían tenido tiempo para cambiarse desde que les había caído encima una montaña de huesos.
Þóra lo miró de arriba abajo y sonrió.
– ¿Cuánto tiempo hacía que no estabas así de sucio? -preguntó, quitándole del jersey algo que resultó ser un fragmento de hueso.
– Años y años -respondió él-. En el banco no hay escombros, y mucho menos montones de huesos como el de ahí abajo.
Þóra se estremeció. Le habló de la relación entre Rósa y Jökull, y que difícilmente serían la pareja sanguinaria que habían empezado a sospechar.
– ¿Sabes? -dijo entonces-. Pondría la mano en el fuego a que quien colocó la piedra grabada encima de la carbonera sabía lo que había debajo. Su intención debía de ser erigir una especie de monumento funerario. Una lápida secreta.
– Eso quiere decir entonces que el niño no murió de muerte natural. Si no, ¿por qué disimular una lápida? -dijo Matthew, que esperó a que Þóra abriese la puerta de su habitación-. Aparte de que nadie haría algo así por un niño muerto a menos que tuviera algo que ocultar.
– Tengo la sospecha de que la piedra la erigió el viejo Magnús -señaló Þóra en el momento en que se abría la puerta. Fue directamente hacia el teléfono que estaba encima de la mesita de noche-. Voy a llamar a Elín para preguntarle si sabe algo de la piedra. A lo mejor, ella o su hermano recuerdan cuándo la pusieron y quién se encargó de ello.
– ¿Crees que querrá hablar contigo? -preguntó Matthew.
– No creo que me cuelgue esta vez -afirmó Þóra-. Porque resulta que se ha encontrado un esqueleto de niño en unos terrenos que pertenecieron a su abuelo y a su tío abuelo, y que son propiedad de su propia familia desde hace decenios. -Buscó el número de móvil de Elín-. Además la voy a despistar usando el teléfono del hotel, porque el número de mi móvil lo conoce. -Volvió a dirigir su atención al teléfono-. Hola, soy Þóra -dijo en cuanto respondieron.
– ¿Qué quiere ahora? -preguntó Elín enfadada. Se podía oír que iba en un coche.
– Antes que nada, quería informarla de que ahora mismo acaban de encontrar todo un montón de huesos en la granja. La mayor parte son de animales, pero todo parece indicar que también puede encontrarse el esqueleto de una persona. De un niño.
– ¿Y a mí qué me cuenta? -preguntó Elín casi en un chillido-. ¿No es eso lo que lleva pasando todo este tiempo? Desde que ese Jónas nos compró las tierras no paran de aparecer cadáveres. Oí en la radio que esta mañana han decretado su prisión provisional.
– Sí, sí, cierto -replicó Þóra, nada contenta con que el caso de Jónas hubiera llegado ya a los medios de comunicación-. Pero estos huesos no tienen nada que ver con él, porque muy probablemente estaban aquí mucho tiempo antes de que él comprase las tierras -explicó Þóra-. ¿Me equivoco al pensar que fue su familia la que construyó la granja actual y que ha sido su propietaria ininterrumpidamente desde entonces? Por desgracia, creo que esto les afecta a usted y a su hermano mucho más que a Jónas.
– ¿Pero qué está diciendo? -gritó Elín-. ¿Huesos de niño? -Parecía realmente asombrada, sin acabar de entender lo que sucedía-. ¿Qué niño?
– Ya se sabrá -contestó Þóra-. La policía querrá hablar con ustedes, y tal vez lo mejor sea que yo no siga molestándoles sobre este particular. Sólo quería preguntarle una cosa. -Esperó, pero Elín no dijo nada, de modo que continuó-: Detrás del edificio, hacia el este, hay una piedra grande en la que grabaron un poema que creo que procede de una leyenda popular. Alguien tuvo que colocar esa piedra, porque desde luego no lo hicieron las fuerzas de la naturaleza. ¿Conoce esa especie de lápida, o sabe quién la puso allí?
– ¿La piedra? -preguntó Elín sorprendida-. ¿Qué tiene que ver con el caso?
– Quizá nada -mintió Þóra-. Sólo quería conocer su origen, para cerciorarme de que no está relacionada. -Cruzó los dedos con la esperanza de que Elín se tragase su explicación.
– Puedo prometerle que no tiene relación alguna -respondió Elín con determinación-. Mi madre la colocó hace muchos años. Era un regalo de bodas anticipado que se hizo ella misma, según me contó. No me pregunte por qué, nunca me dio más detalles. Puede estar totalmente segura de que no tiene relación alguna con la muerte de ningún niño.
Þóra ocultó su extrañeza ante la noticia de que hubiese sido Málfríður, la hija de Grímur, quien había colocado la piedra.
– Una cosa para terminar, de verdad -dijo-. ¿Por qué vinieron su hermano y usted a la región el domingo por la noche? Tengo una lista elaborada por la policía con los vehículos que pasaron por los túneles ese día, y ustedes dos están en ella.
– Vinimos porque teníamos una reunión con usted -respondió Elín, furiosa-. ¿Ya no se acuerda? Vino a nuestra casa el lunes, y nosotros decidimos no tener que viajar por la mañana, sino llegar a Stykkishólmur la noche anterior. ¿No se le habrá pasado por la cabeza pensar que Börkur y yo hayamos cometido esos crímenes?
Þóra dijo que no, incomodísima.
– Era sólo uno de tantos detalles que quería dejar resueltos.
– También puede dejar resuelto que Börkur no vino por aquí el jueves por la noche a matar a nadie -dijo bruscamente Elín.
Þóra calló un instante, porque no quería dejar ver que desconocía totalmente aquel viaje de su hermano. Seguramente, Elín debía de creer que Þóra tendría también una lista del tráfico de ese día.
– Bueno, ¿y a qué vino, entonces? -preguntó cautelosa.
– No creo que él me vaya a dar las gracias por contárselo -respondió Elín-. Ya me costó a mí bastante sacárselo. -Un estruendoso bocinazo interrumpió la conversación, y cuando Elín volvió a hablar, maldijo furiosa-. Malditos viejos, ¿por qué no les quitarán el carné de conducir antes de que se queden dormidos al volante? -protestó enfadada, antes de volver al tema-. La única razón por la que le cuento qué vino a hacer es para librarme de usted y eliminar más sospechas estúpidas sobre nosotros.
– A mí me importan poco las razones que la impulsan a contármelo -contestó Þóra con sequedad-. ¿Qué vino a hacer?
– Fue a una reunión con unos agentes inmobiliarios que están locos por ver las tierras que quedan, para su posible compra -dijo Elín-. Mi hermano sabe que yo prefiero esperar, pero él lo hizo en contra de mis deseos. Los de la inmobiliaria se lo podrán confirmar, si tiene usted alguna duda al respecto.
Þóra se despidió y colgó el teléfono.
– Fue su madre quien hizo poner la piedra -dijo-. Es una gente de lo más extraña; el caso es que tienen antecedentes en la familia de problemas mentales, tanto el abuelo como la abuela estuvieron aquejados de enfermedades de ese tipo. -Þóra se puso en pie-. Pero probablemente son inocentes de los dos asesinatos, al menos esta mujer acaba de darme unas explicaciones bastante razonables de las idas y venidas de ambos. -Þóra agarró la bolsa de plástico que contenía los Cuentos y Leyendas de Jón Árnason-. Si encuentro ese poema, es de suponer que irá acompañado de un texto que explique mejor su significado. Podría arrojar alguna luz sobre los motivos que tuvo la madre de Börkur y Elín para grabarlo en la piedra y por qué la colocó. -Dejó la bolsa sobre la mesa-. Tengo que acordarme de devolver los libros cuando regresemos a Reikiavik -dijo-. En la biblioteca a la que suelo ir van a construir un edificio nuevo con las multas que he pagado ya por mis retrasos en las devoluciones. No tengo ningunas ganas de encontrarme con los mismos problemas por todo el país.
– ¿Piensas leerte todos los volúmenes? -preguntó Matthew mientras observaba a Þóra amontonar un tomo encima de otro-. Creo que, mientras tanto, yo voy a ir dándome una ducha.
– Tengo que revisar esto rápidamente -dijo Þóra. Miró el índice del primer volumen y buscó «expósitos»-. Aquí está -observó encantada, apartando los ojos del libro-. Aquí hay una historia que se llama Un esposo era mi destino. Tiene que ser ésta.
Þóra leyó de un tirón la breve leyenda y luego dejó el libro abierto encima de las rodillas.
– ¿Qué? -preguntó Matthew-. No estoy seguro de si ese gesto significa algo bueno o algo malo.
– Yo tampoco -replicó Þóra-. La historia habla de una madre que abandonó a su hija. Años después tuvo otra hija, a la que sí crió. Cuando la niña llegó a la edad nubil, un joven pidió su mano y se casaron. En el momento álgido de la fiesta de bodas llamaron a la ventana y se oyó recitar el poema: La tona habría de cuidar, familia crear debía, un esposo, mi destino igual que el tuyo sería. -Miró a Matthew-. Dicen que el poema lo compuso la expósita para su hermana.
– ¿Quizá el poema alude a que la hermana disfruta de lo que habría tenido que pertenecer a la niña abandonada? -preguntó Matthew.
– Sí, no se puede interpretar de otra forma -dijo Þóra-. ¿Tendría Guðný otro hijo? -Sacudió la cabeza mientras pronunciaba esas palabras-. No, no creo.
– ¿Y a quién fue a parar lo que legalmente habría pertenecido a esa niña? -preguntó Matthew-. Es de suponer que ella habría sido la heredera de su madre.
Þóra hinchó las mejillas y fue echando el aire lentamente.
– Naturalmente, depende de cuándo muriera Guðný. Si la hija murió antes que ella, entonces no habría podido heredar a su madre. Si hubiera muerto después de ella, las cosas serían diferentes. El padre de Guðný murió antes que ella, y como era viudo y no se había vuelto a casar, ella era su único descendiente, Guðný sería su heredera universal. De modo que la niña habría heredado todos los bienes de su madre a la muerte de ésta.
– En ese caso, alguien se benefició de la muerte de la niña -afirmó Matthew-, quedándose con la herencia de Guðný, que legalmente le pertenecía a ella. ¿Quién podría estar en esa situación?
– El pariente más próximo de la madre -dijo Þóra-. Grímur, el tío de Guðný. -Cerró el libro-. Lára, la abuela de Sóldís, dijo que la situación económica de Grímur era bastante precaria. Por eso, habría podido matarla para impedir que se casara. En cuanto la chica contrajese matrimonio, Grímur perdería todo derecho a la herencia.
– Muy bien pensado -asintió Matthew-. Pero no fue él quien erigió la piedra, de modo que, si fue él quien la mató, Málfríður, su hija, la madre de Elín y Börkur, sabía por lo menos que el cuerpo estaba allí debajo. Es demasiada casualidad que levantara esa piedra con esa inscripción precisamente en ese lugar.
– Málfríður -dijo Þóra, pensativa-. Málfríður heredó lo que pertenecía a la niña. Si se trata de una niña y si, además, es la hija de Guðný.
– No faltan cabos sueltos en todo esto -señaló Matthew-. Pero tengo que reconocer que suena estupendamente. ¿Quizá sea ella la asesina, y no el padre, Grímur?
– No lo creo. Durante la guerra era una niña. Cuando Lára volvió a la comarca después de la contienda, la hija de Guðný había desaparecido de la faz de la tierra. Pero puede ser perfectamente que Kristín, la hija de Guðný, sea la Kristín mencionada en la viga del desván. De ser así, es más que probable que Málfríður hubiera grabado la frase: papá mató a Kristín. Odio a papá. Quizá se enteró de alguna forma. Pudo haber sido testigo del crimen o se lo contó su padre.
– Has progresado mucho en la explicación de este caso tan antiguo -dijo Matthew, entrando en el baño para quitarse la suciedad de las manos. Siguió hablando desde allí intentando hacerse oír por encima del ruido del grifo-: Lo peor es que todo eso no le sirve para nada a Jónas. No creo que a Birna y a Eiríkur les mataran por eso.
– Ya, no sé -dijo Þóra, gritando también-. ¿A lo mejor, Birna se enteró de todo y eso hizo que alguien quisiera verla muerta? Porque no querían que se supiera. Ella estaba escarbando en esas cosas, como demuestra la foto de Magnús. A lo mejor encontró algo que la puso sobre la pista.
Matthew apareció en la puerta, secándose las manos con una toalla.
– ¿Pero quién iba a querer matarla por eso? ¿Elín y Börkur?
– No creo -reflexionó Þóra-. Sería absurdo que vendieran las tierras si querían mantener estas cosas en secreto.
– Es probable que no tengan la menor idea de todo este asunto -señaló Matthew, volviendo a desaparecer en el baño con la toalla-. Birna podría habérselo contado para intentar chantajearlos y sacarles dinero. No hay duda de que intentó extorsionar a Magnús y Baldvin, de modo que no habría tenido demasiados escrúpulos para hacerlo también con los otros.
– Podría ser -dijo Þóra-. Pero mi impresión es que no lo sabía. Si algo se puede concluir a partir de su agenda es que sospechaba que había sucedido algo extraño en esta casa, pero en ningún sitio hay el más mínimo indicio de que hubiera llegado a descubrir de qué se trataba. -Fue a buscar el diario y pasó lentamente las páginas-. ¿Recuerdas dónde estaba situado el edificio nuevo, en los planos que estaban colgados de las paredes de Kreppa? -preguntó-. ¿No ocupaba toda la zona, incluidas la piedra y la trampilla?
Matthew intentó refrescar su memoria.
– Claro que sí -afirmó-. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿Quizá mataron a Birna para impedir la reforma? -dijo Þóra-. En el momento en que empezaran a construir, se descubriría esa parte secreta del sótano. A lo mejor fue una medida preventiva. Recordarás que habían estado excavando en distintas partes del patio. Tal vez estaban intentando encontrar la trampilla y sacar los restos de la niña antes de las reformas, pero no lo consiguieron y, en consecuencia, recurrieron al drástico sistema de eliminar a Birna.
– Pero sigue en pie la pregunta de por qué iban a querer mantenerlo en secreto -dijo Matthew-. Los dos hermanos querrían evitar a toda costa que el asunto saliera a la luz. A nadie le apetece que se sepa que su abuelo ha asesinado a un niño. Pero no parece muy normal que la gente cometa un crimen para evitar ese género de cosas.
– Si hubieran querido mantenerlo en secreto no habrían vendido, recuerda -dijo Þóra-. También estoy de acuerdo en que quizá es demasiado, eso de matar a alguien para evitar un escándalo. -Cerró los ojos-. Hay algo que se me escapa. Es algo de lo más evidente pero no consigo averiguarlo. -Alargó la mano hacia la carpeta que contenía las diligencias de la policía y hojeó los documentos-. Ni siquiera tengo idea de qué es lo que debería buscar -dijo con un profundo suspiro.
Matthew se acercó a su lado. Tomó de la otra mesilla la lista de los vehículos que habían pasado por los túneles de Hvalfjörður
– ¿Y si el asesino no tiene ninguna relación directa con esto? ¿Y si se trata de alguien que quiere proteger a la familia?
Þóra levantó la vista e inclinó la cabeza hacia un lado.
– ¿Quién, entonces?
Matthew le entregó la lista y señaló una de las matrículas.
– Mientras estabas fuera ayer, le pregunté a Sóldís si tenía idea de cuál era el nombre completo de Steini. Ya que puede conducir, se me ocurrió comprobar si estaba en la lista. Resultó que sí. -Señaló un coche que había pasado por los túneles, viniendo de Reikiavik, el propietario era Porsteinn Kjartansson-. Steini es un diminutivo de Porsteinn, ¿no? Recuerdas que dijo que no podía ir a recoger a Sóldís porque no pensaba ir a Reikiavik -añadió Matthew-. Sin embargo, sí que fue, y parece que regresó por el túnel una hora antes de que Birna fuera asesinada.
– ¿Crees que ha podido asesinarla para evitarle una conmoción a Bertha por todo aquel escándalo? -preguntó Þóra-. Es un tanto absurdo. Además, está lisiado. ¿Cómo iba a poder hacerlo?
– Me parece que últimamente sólo nos han llegado noticias de que no está tan lisiado como creíamos -observó Matthew-. Si miras sus movimientos desde aquí hacia Reikiavik, verás que el coche de Bertha salió de aquí más o menos a la misma hora, también. Puede ser perfectamente que Steini tomara la precaución de que ella no pudiera quedar en ningún momento bajo sospecha, y cometió el crimen después de que se marchara. De poco serviría matar a Birna y Eiríkur para acabar metiendo a Bertha en un problema todavía mayor que el que le estaba intentando evitar.
Þóra frunció el ceño.
– Aunque esté menos lisiado de lo que creíamos, no le veo arrastrando a un hombre hasta la caballeriza y luego metiéndolo en la cuadra de un semental furioso.
– A lo mejor, Eiríkur no estaba totalmente inconsciente -dijo Matthew-. Tal vez, la droga sólo lo dejó atontado. Suficientemente atontado como para hacer que le siguiera por las buenas. Puede que se estuviera vengando del accidente al meter a Eiríkur en la caballeriza de Bergur y su mujer. De esa forma, se estaría tomando la revancha a causa de que el padre de éstos hubiera causado el accidente al conducir en estado de embriaguez. A lo mejor pensaba que las sospechas recaerían sobre Bergur o su mujer. No tiene por qué haberlo hecho, necesariamente, sólo para proteger a Bertha.
Þóra asintió, pensativa.
– Pero ¿y la violación? -preguntó entonces-. Steini habría tenido que ser capaz de violar a Birna, y ella no estaba bajo los efectos de ninguna droga. -Buscó el informe de la autopsia-. Aquí dice que la atacaron desde atrás y la golpearon con una piedra en la cabeza. Quizá estaba inconsciente cuando la violaron. -Siguió leyendo-. ¿No sabrás qué es A. Barbadensis Mill, A. Vulgaris Lam? -preguntó al llegar de nuevo a la sustancia hallada en los órganos sexuales de Birna.
– No te lo puedo decir así sin más -respondió Matthew con una sonrisa-. Vulgaris significa «vulgar», pero eso no ayuda demasiado. ¿No puedes buscarlo en Internet?
– Sí, seguro -dijo Þóra-. Pero ahora no tengo tiempo. Quizá le pida a Gylfi que lo busque. Le vendrá muy bien para relajar la cabeza, después de tantos huesos. -Telefoneó al cuarto de su hijo y le pidió que mirase en el ordenador para huéspedes que había en recepción-. Él lo encontrará enseguida -dijo Þóra, al colgar. Miró a Matthew y sonrió-. Cuando los niños cumplen los doce años, nunca dejan de hacer las cosas de inmediato. Es lo habitual. Mi padre dice que yo era exactamente igual… y que su padre decía lo mismo de él. Quizá sea hereditario.
– ¿Intentamos echarle el guante a Steini, o incluso a Bertha? -propuso Matthew-. Quizá ella pueda decirnos algo que apoye mi teoría. Aunque sea amiga suya y parezca que le tiene mucho aprecio, no se puede estar seguro de que vaya a ponerse de su lado sin más, si las cosas se ponen demasiado mal.
– Probablemente tengas razón -dijo Þóra, dispuesta a levantarse-. Estoy lista. Tú echaste abajo una pared por mí, de manera que lo menos que puedo hacer yo para pagarte el favor es comprobar si esas absurdas suposiciones tuyas resultan tan buenas como las mías.
– Eres libre de pagarme de alguna otra forma -bromeó Matthew sonriente.
Þóra no respondió. Estaba con un volumen de los cuentos populares abierto en las manos, leyendo algo.
– Espera un momento -dijo, turbada-. ¿Qué es esto?
Þóra estaba señalando emocionada el texto, que Matthew miraba sin entender nada.
– Aquí, antes de la historia del expósito, dice que si quieres evitar que alguien vuelva como fantasma, hay que clavarle alfileres en las plantas de los pies. -Volvió a cerrar el libro-. El asesino quiso impedir que sus víctimas regresaran.
Matthew la miró con gesto dubitativo.
– ¿Pero para qué?
– Nosotros quizá no lo comprendamos, pero seguramente él cree en fantasmas -dijo Þóra, ruborizándose un poco al pensar en el llanto de expósito que había oído. Había mantenido su promesa de no mencionárselo a nadie, y a Matthew menos que nadie.
– ¿Por qué te has ruborizado? -preguntó-. ¿Tal vez al acercarte a la vejez empiezas a creer en fantasmas? -Le dio un golpecito en el brazo-. ¿Tú también oíste el llanto?
A Þóra no le resultaba nada fácil mentir cuando se trataba de sus sentimientos, así que decidió que no intentaría disfrazar lo sucedido.
– Sí, oí algo -respondió con reticencia-. Naturalmente no se trataba de un expósito, pero sí que era un llanto, como de un niño pequeño.
– Estupendo -exclamó Matthew, visiblemente encantado del rumbo que habían tomado las cosas-. Tendrías cuidado de evitar los tres círculos, ¿verdad? Aunque de momento no pareces excesivamente chiflada.
Þóra le sacó la lengua.
– Vamos -dijo-. Tenemos cosas mucho más importantes que hacer, en lugar de hablar de fantasmas. Vamos a buscar a Bertha o a Steini.
– Pero antes intenta devolver el expósito a su madre -continuó Matthew-. Sería lo mejor.
Þóra tenía prisa por salir de la recepción del hotel. El olor a quemado procedente de los cargamentos de animales carbonizados que iban sacando del sótano lo había invadido todo, y al cruzar por delante de Vigdís casi no pudo resistir la necesidad imperiosa de taparse la nariz. Así que optó por acelerar el paso y contener la respiración. Al pasar a toda velocidad se dio de bruces con Pröstur Laufeyjarson.
– Perdona -se disculpó, intentando esquivarle-. No te había visto.
– No pasa nada -dijo el piragüista, con cara de perro. Llevaba puesto el traje de neopreno y tenía el pelo mojado-. No ha pasado nada. Todo lo contrario que con mi kayak -añadió después enfadado.
– ¿Cómo? -preguntó Þóra-. ¿Ha sufrido algún daño? -Al ver el gesto de Þröstur, soltó sin poderlo evitar-: ¡Yo ni me he acercado a él!
– Ya, ya lo sé -dijo Pröstur, dispuesto a seguir su camino.
– Espera, querría preguntarte un par de cosas -dijo Þóra, agarrándole por el brazo. Dio un respingo al notar lo grandes que eran los bíceps de aquel hombre-. Hasta ahora no he conseguido pillarte ni un momento.
– ¿Qué me quieres preguntar? -dijo Pröstur; Þóra no se atrevió a seguir tocándole el brazo-. ¿Si alguna vez se me ha quedado la cabeza debajo del agua cuando estaba en el kayak?
– Mmmm, no -contestó Þóra extrañada-. Ni se me había pasado por la cabeza. No, no, mis preguntas se refieren a los dos crímenes que se han cometido por aquí cerca, que supongo ya conoces.
El gesto de Pröstur mostró al mismo tiempo ira y miedo. La puerta del hotel se abrió, y su atención se dirigió hacia las carretillas con huesos que pasaban por delante. En su rostro apareció reflejada una enorme sorpresa.
– ¿Qué está pasando aquí?
– De todo -replicó Þóra-. Pero nada bueno. ¿Estarías dispuesto a charlar un momento? Podría ser importante. -Confiaba en que la capacidad de convicción de aquellos huesos consiguiera hacerle aceptar.
– Sí, sí -respondió él enseguida-. Precisamente iba a hablar con la policía. Como el kayak está dañado, no hay ningún motivo para seguir callando.
– ¿Cómo? -dijo Þóra, señalando las hamacas que había fuera-. ¿Qué tal si nos sentamos? -Se dirigieron hacia la mesa y se sentaron, y Þóra aprovechó la ocasión para presentarle a Matthew-. ¿Qué ibas a contarle a la policía? -le preguntó después.
Pröstur puso gesto de entendido.
– El viernes por la mañana salí a entrenar, y me encontré el kayak todo lleno de sangre. -De pronto, se arrepintió-. En realidad no estaba todo lleno de sangre, había sangre en el remo y en el asiento, y luego algunas manchas dispersas. La sangre no era mía, así que me imaginé que podría tener alguna relación con el crimen que se cometió el jueves por la noche.
Los ojos de Þóra parecían a punto de salírsele de las órbitas.
– Hoy es martes -dijo-. ¿Por qué demonios no lo has contado hasta ahora?
– No me enteré del crimen hasta el sábado, cuando me lo contó la recepcionista. Para entonces ya lo había limpiado casi todo -respondió Pröstur irritado.
– ¿De modo que aún queda algo de sangre? -preguntó Pora, con la esperanza de que así fuera. Quizá allí habría restos del asesino.
– Eh… no -contestó Þröstur con muy mala cara, y añadió enseguida en tono de disculpa-: Tengo que ir al campeonato del mundo dentro de quince días. No podía permitirme el lujo de dejar el kayak en alguna sala de la policía científica, así que limpié lo que quedaba y opté por no decir nada. De todos modos, el daño estaba hecho, porque ya lo había limpiado casi todo.
Þóra no envidió a Þröstur tener que contarle todo aquello a Þórólfur.
– ¿Pero por qué has cambiado de opinión ahora precisamente? -preguntó.
– Algún imbécil dejó el kayak en la playa en marea baja, encima de las piedras, y el fondo se ha estropeado. No entendía por qué estaba haciendo unos tiempos tan malos, hasta que vi lo que había pasado. El fondo estaba en buen estado cuando lo inspeccioné la semana pasada, de modo que ese asqueroso asesino me ha causado un perjuicio enorme.
Þóra no tuvo duda alguna de que lo que más le fastidiaba a Þröstur en todo aquello era que el asesino le hubiera estropeado el kayak.
– ¿No te das cuenta de que si hubieras informado el sábado mismo nada más saberlo, a lo mejor se podría haber evitado el crimen que cometieron el domingo por la noche?
– Puf -rezongó Þröstur-. No era mucha la sangre que quedaba. Ya te lo he dicho. -Miró a Matthew en busca de apoyo, y luego intentó cambiar de tema-. Estoy decidido a denunciar al asesino en cuanto lo atrapen, y a pedir una compensación por los daños. Estaba prácticamente seguro de subir al podio.
– Es un perjuicio enorme -dijo Þóra, aunque logró no sonar demasiado irónica-. Una pregunta más. Pasaste por los túneles de Hvalfjörður el domingo por la noche, ¿verdad?
– Sí -afirmó Pröstur con brusquedad-. Se me había terminado la bebida proteínica y tuve que buscar una farmacia. -Miró desafiante a Þóra-. ¿No me crees? Tengo un recibo de Lyfja, en Lágmúli.
– Sí, sí, faltaría más -dijo Þóra distraída. Estaba pensando en algo totalmente distinto: que no podían seguir excluyendo a la gente de la reunión espiritista ni a los empleados del hotel que se encontraban allí esa noche-. ¿Cuánto se tarda en ir remando desde aquí a la ensenada donde asesinaron a la arquitecta? -preguntó.
– Ssss, nada -dijo Þröstur-. Por mar no hay distancia. Te ahorras los rodeos que hay que ir dando cuando vas por tierra. Yo tardaría cinco minutos con mar tranquila. Una persona sin entrenamiento, quizá diez minutos o algo así.
– ¿Una persona que no esté acostumbrada puede llevar un kayak sin dificultad? -preguntó Matthew, que hasta aquel momento se había contentado con escuchar.
– Sí, si no es más torpe de lo debido -dijo Pröstur-. Es necesaria cierta práctica para hacerlo bien. Pero para un trayecto corto con mar tranquila, no hace falta saber nada especial. Basta con ser fuerte. -Se puso en pie-. Mejor me voy a dar una ducha antes de ir a ver a la poli. Quiero que se tomen en serio mi queja, porque no es ninguna broma. -Empujó la pesada silla de madera hacia la mesa y se dispuso a marcharse. De pronto recordó algo y se volvió hacia ellos-. Ah, y seguramente se acordará de mí el chico del coche que estaba allí parado -dijo-. No tendría que ser difícil dar con él.
– ¿Qué chico? ¿A qué te refieres? -preguntó Þóra.
– Al salir de los túneles lo vi aparcado en el arcén, y pensé que tendría algún problema. Paré y fui a ofrecerme a ayudarle, pero resulta que se trataba de ese chico accidentado, que me dijo que no pasaba nada. Que quería quedarse un ratito allí parado. Que no había ningún problema. Luego subió la ventanilla y no quiso seguir hablando conmigo.
– ¿A qué hora fue eso, aproximadamente? -preguntó Matthew.
– Hacia las seis, creo -respondió Þröstur-. Cuando volví a pasar por allí después, esa misma tarde, ya no estaba. Supongo que se habría cansado de decirle a la gente que no había ningún problema. Porque yo no fui el único que pensó que pasaba algo, pues nada más irme yo, se detuvo otro coche -añadió, y entró en el hotel.
Matthew le dio una patadita a Þóra por debajo de la mesa.
– Estoy seguro de que Steini pasó por los túneles detrás de Bertha para cerciorarse de que se había marchado, luego se quedó un rato en el arcén por si regresaba, después dio media vuelta y quitó de en medio a Eiríkur. Þröstur pasó mientras estaba haciendo tiempo. Todo puede encajar.
– Pero es de lo más absurdo -dijo Þóra-. Si estaba en los túneles hacia las seis, aún tenía que llegar hasta aquí, y hay una buena tirada.
– La hora de la muerte de Eiríkur no es muy precisa -señaló Matthew-. Hacia la hora de la cena. La gente cena a distintas horas. -Se puso en pie-. Voy un momento a por la lista. Quiero comprobar cuándo se dirigió hacia el sur, porque al mirar su nombre no me fijé en eso, no era lo que estaba buscando.
A Þóra no le hacía ninguna gracia tener que volver a meterse en medio del hedor que reinaba en la recepción, así que optó por esperar fuera. Matthew volvió enseguida, a todo correr, con la lista en la mano.
– Pasó por los túneles en dirección a Reikiavik cinco coches detrás de Bertha. Encaja perfectamente con mi teoría. Quería asegurarse de que se marchaba. -Depositó el montón de papeles sobre la mesa, delante de Þóra-. Creo que tendríamos que hablar con ella, y esperar que sepa algo que pueda desatar el último nudo de todo este enredo.
– No sólo esperemos que sepa algo, sino que quiera compartirlo con nosotros -dijo Þóra, poniéndose en pie-. No está nada claro que vaya a estar dispuesta a traicionarle cuando sepa lo que hizo. No creo que se nos eche en los brazos si le decimos que su primo y amigo es un asesino. Podría necesitar un tiempo para digerir las cosas tan horribles que ha hecho Steini. -Sonrió-. Si es que ha hecho algo. De lo cual no estoy nada convencida.
Þóra se agarró la frente con las manos.
– Ya sé qué es lo que tanto me irrita -dijo-. La lista de sucesión de herederos. Si la niña sobrevivió a su madre y a su abuelo, todas las propiedades que le pertenecían están en manos ilícitas. Grímur, naturalmente, no habría podido heredar a la niña. -Iban en el coche, volviendo de Kreppa, donde habían esperado encontrar a Bertha. Su coche no estaba, y la casa estaba vacía.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matthew-. ¿No era el pariente más próximo de la niña, una vez muertos la madre y el abuelo?
Þóra sacudió la cabeza.
– Lo era el padre, naturalmente. El padre de la niña lo habría heredado todo a la muerte de ésta.
– Y todo parece indicar que el padre es Magnús -señaló Matthew-. No se me había ocurrido. Naturalmente, a Grímur no le habría correspondido nada. Por eso escondió a la niña e intentó destruir los registros de su corta vida.
Þóra respiró hondo.
– Y lo que es más, si Málfríður, la hija de Grímur, conocía el crimen, ella también se apropió indebidamente de la herencia.
– Claro -asintió Matthew-. Si su padre consiguió la herencia ilícitamente, carecía de derechos a ella, y lo mismo sucedería con su hija.
– De eso no estoy tan segura, porque si ella no sabía nada y actuó de buena fe, el asunto tomaría otro cariz. Pero no debía de ignorarlo por completo, si mis suposiciones están fundadas. Más todavía, sigue viva. Sus hijos, Börkur y Elín, tenían un poder notarial para firmar en su nombre el traspaso de las tierras a Jónas. En realidad, formalmente, ellos no han heredado nada todavía. En el poder se señalaba que la propiedad de su madre es indivisa, de modo que la existencia o no de buena fe no les afecta a ellos dos.
– Pues tienen muchísimo que perder -observó Matthew-. Pero también tiene mucho que ganar el padre de la niña, el viejo Magnús.
– Sí, no cabe duda de que se habría beneficiado muchísimo matando a Birna para evitar que fuera encontrada la criatura. Pero, al mismo tiempo… -Þóra miró por el parabrisas la vieja granja-. El caso tiene otro aspecto muy distinto si tenemos en cuenta la oposición de Elín al resto de la familia. Por ejemplo, Bertha dejaría de tener una casa para cuando quisiera venir a la comarca. La casa de Stykkishólmur se convirtió en propiedad de Bjarni cuando las cosas empezaron a irle mal a Grímur, y lo mismo pasó con la granja de éste -continuó Þóra-. Si Bertha no tiene casa en la que quedarse en la región, Steini corre el riesgo de quedarse completamente solo. -Miró a Matthew-. ¿No deberíamos ir a hablar directamente con él? No tenemos ni idea de dónde ni cuándo encontrar a Bertha. Pero, seguramente, Sóldís sabrá dónde vive Steini, de modo que no deberíamos tener problemas para encontrarle.
– ¿Y Þórólfur? -preguntó Matthew-. ¿No deberíamos informarle, y que sea él quien vaya a hablar con el chico?
Þóra reflexionó un instante.
– No, no. Esto es igual que lo de la pared. Tenemos que asegurarnos de que tenemos razón antes de molestar a la policía. Mientras tanto, ellos ya tienen bastante que hacer.
Matthew y Þóra se encontraban delante de la puerta de casa de Steini, esperando. Les había gritado que ya iba a abrir, pero la espera se estaba haciendo muy larga.
– Eso no indica que esté precisamente en plena forma -dijo Matthew, envolviéndose mejor en el chaquetón. Había empezado de repente a hacer frío, y el aire gélido se le estaba metiendo por todos los huesos-. ¿Estás segura de que estamos en junio?
Antes de que Þóra pudiera responder, se abrió la puerta, pero sólo parcialmente.
– ¿Qué? -se oyó decir desde la ya archiconocida capucha.
– Hola -saludó Þóra con toda la amabilidad de que fue capaz-. ¿Te acuerdas de nosotros? Estuvimos en Kreppa y allí os conocimos a ti y a Bertha. También nos vimos en la ensenada.
– Sí, ya, ¿qué queréis? -Sus palabras sonaban de una forma muy confusa, como si Steini hablara con la boca llena. Þóra sospechó que sería porque tenía dificultades para abrir la boca, y confió en que hablar no le causara dolor. Independientemente de lo que pudiera haber hecho, sentía mucha lástima por él.
– Queríamos hablar contigo un momento -pidió la abogada, confiando en que les dejara pasar-. Es sobre la tarde del domingo pasado.
La silla de ruedas se desplazó hacia atrás para dejar que la puerta se abriera por completo.
– Entrad -dijo Steini, aunque el extraño sonido de su voz no permitía saber si le molestaba tener que charlar con ellos. Þóra y Matthew intercambiaron, al entrar, miradas disimuladas, pero no dijeron nada.
– ¿Hace mucho tiempo que vives aquí? -preguntó Þóra en tono cordial, cuando estuvieron en el silencioso salón. A primera vista, la casa causaba una impresión un tanto lúgubre. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado, pero no había señal alguna que indicase que viviera alguien en ella, no había ni fotos en las paredes ni objetos personales, aparte de unas muletas apoyadas contra la entrada del pequeño cuarto de estar, que era mucho más agradable que el pasillo y el vestíbulo, ya que, por ejemplo, había un florero con flores silvestres de la zona. Þóra imaginó que se las habría traído Bertha, pues no era muy probable que un joven postrado en una silla de ruedas pudiera dedicarse a recoger flores para llevárselas a casa.
– Sí -respondió Steini, sin entrar en más detalles.
– Comprendo -dijo Þóra, sonriente-. Lo mejor es ir al grano -prosiguió-. Queríamos saber si pasaste en tu coche por los túneles el domingo por la tarde. Un vehículo matriculado a tu nombre pasó por allí hacia la hora de la cena.
Steini calló y bajó la cabeza aún más. Luego habló.
– Sí, era yo -dijo; y como antes, el tono de su voz no permitía saber si decía la verdad.
– ¿Puedo preguntarte qué fuiste a hacer a Reikiavik? -preguntó Þóra.
– No -contestó Steini. Echó una fugaz mirada desde debajo de su capucha, y Þóra tuvo que esforzarse para no mostrar reacción alguna-. ¿Creéis que fui yo quien mató a ese hombre? -preguntó entonces, y ahora sí quedó bien patente el sufrimiento de Steini. Era evidente que estaba fuera de sí de ira-. ¿Eso creéis? -Se levantó de la silla y apoyándose en uno de los brazos consiguió mantener el equilibrio. Tenía un pie completamente torcido, inútil para cualquier esfuerzo. Era totalmente imposible forzar un pie sano a adoptar aquella posición.
– No -se apresuró Þóra a responder-. Por supuesto que no pensamos semejante cosa. -Soltó aquella mentira piadosa para hacerlo todo un poco menos difícil-. Pensábamos que podías haberle prestado tu coche a alguien. Estamos intentando saber quién estaba en la zona cuando se perpetró el asesinato de Eiríkur.
– Yo no estaba por aquí. Y tampoco cuando asesinaron a Birna -reveló Steini, dejándose caer en la silla de ruedas. Su extraña forma de hablar se hizo algo más clara, de modo que Þóra pudo distinguir casi todas las palabras. El joven parecía todavía furioso, y jadeaba. Þóra confió que no le fuera a dar un ataque.
– Han encontrado una tumba antigua en la vieja granja, junto al hotel -continuó Þóra, con la esperanza de que pensara en otra cosa y se pudiera tranquilizar un poco.
– Marchaos -dijo de repente-. No os quiero aquí. -Movió la silla en dirección a Þóra.
Matthew, que no había comprendido nada de lo que habían hablado hasta ese instante, se dio cuenta al momento de que la conversación había concluido, y que la relación entre Þóra y Steini no llevaba a buen puerto. Se puso en pie y se acercó a Þóra.
– Venga -dijo-. Tenemos que marcharnos. -La agarró de la mano y le dio una patadita en un pie. Luego se volvió hacia Steini, le dio las gracias y salió de inmediato, ocupándose de que Þóra fuese por delante-. No todo está claro, pero difícilmente podría cometer un crimen -comentó una vez que cerró la puerta a sus espaldas. Steini no les había acompañado a la salida.
– Pero todo esto es un tanto raro -dijo Þóra-. Su reacción cuando le hablé de la tumba no fue natural, en absoluto, eso está bien claro. Ni tampoco lo que dijo sobre los túneles, si lo analizamos con cuidado. ¿Quizá está protegiendo al asesino?
– Lo dudo -dijo Matthew, abriendo la portezuela del coche para que entrase Þóra-. Si él no es el asesino, el culpable tiene que haber sido Bergur, o Baldvin. De acuerdo con tu teoría sobre el accidente, Steini guarda un profundo rencor hacia Bergur por su relación con el causante de la colisión, y no tenemos ni idea de si conoce o no a Baldvin. De modo que es difícil que esté protegiéndoles.
– Maldita sea -exclamó Þóra-. Esto tendría que haber funcionado. -Se sentó en su asiento y esperó a que Matthew se pusiera al volante-. Pero estoy de acuerdo contigo en que él no pudo haberlo hecho. Le falta la fuerza física necesaria. También tengo mis dudas sobre Bergur. Claro que habría podido ir andando al hotel, robar el kayak e ir remando hasta la ensenada para matar a Birna, pero eso es demasiado complicado. ¿Por qué no fue en coche hasta allí? ¿Y cuándo iba a robarle el móvil a Jónas para enviarle el mensaje a Birna? -Sacudió la cabeza-. Pienso que a él hay que descartarlo. En cambio, Baldvin estaba en el hotel y no le habría sido difícil apropiarse del teléfono. Él también estuvo en la reunión, pero desapareció antes del descanso, de modo que habría podido ir corriendo al embarcadero, robar el kayak y atacar a Birna. Motivos tenía de sobra. -Sonó el móvil de Þóra.
– Hola. Ya te lo he encontrado -dijo Gylfi-. Es la denominación científica del áloe vera.
Þóra le dio las gracias y colgó. Miró a Matthew, que estaba atareado ajustándose el cinturón de seguridad.
– ¿Qué pasa? -preguntó al darse cuenta de que Þóra le estaba mirando fijamente.
– ¿Para qué se pondría una mujer áloe vera en sus partes íntimas? ¿Se utiliza como lubricante?
Matthew se rió.
– Perdona, pero ¿por qué me preguntas eso a mí? ¿Tengo pinta de dedicarme a esas cosas? Habla con tu amiga la sexóloga, no conmigo. -Salió marcha atrás-. El coche de veritas seguía delante del hotel cuando salimos nosotros -dijo-. ¿Y si hablamos con ese buen hombre?
– ¿Y por qué no? -replicó Þóra con una sonrisa-. Tendrá que decirnos la verdad, ¿no?
Matthew dio media vuelta y salió hacia la carretera por el camino de grava.
– De eso, nada. Es un político.
Matthew estaba llamando con fuerza a la puerta de la habitación de Magnús, en el hotel. Nadie había respondido en el cuarto de Baldvin, de modo que Matthew y Þóra pensaron que estaría con su abuelo. El todoterreno matriculado veritas seguía en su sitio en el aparcamiento, así que los dos hombres tenían que seguir en el hotel. Þóra dio una palmada cuando en el interior se escuchó un sonido apagado. Inmediatamente después, se abrió la puerta y Magnús apareció en el umbral. Al ver quiénes eran los visitantes, puso cara de enfado. Pero los rasgos de su rostro estaban demasiado flácidos y descoloridos como para que pudieran resultar amenazantes. Recordaba sobre todo a un mal maquillaje teatral.
– ¿Qué quieren ustedes? -bramó.
– En realidad, estamos buscando a Baldvin -dijo Þóra con sus mejores maneras-. ¿Está aquí, por casualidad?
– ¿Quién lo pregunta? -se oyó en el interior de la habitación.
– Son la abogada y el alemán -respondió Magnús al instante, con su arrugada manaza aún en el pomo de la puerta.
– Hazles pasar -dijo Baldvin-. No tenemos nada que ocultar. -Magnús abrió, y Þóra y Matthew entraron-. Siéntense. -Baldvin señaló dos sillas. Él se sentó en una tercera, mientras su abuelo se instalaba en el borde de la cama-. ¿Qué se les ofrece? -preguntó, poniendo las manos sobre la mesa que tenía delante. Los ojos de Þóra se quedaron fijos en ellas, por lo grandes y fuertes que eran, y le recordaron las palabras de Pröstur, que tenías que ser fuerte para llevar un kayak por el mar. Baldvin podría hacerlo sin problema, aunque hubiera oleaje.
– Sólo querría que me respondiera a algunas preguntas -comenzó Þóra, acomodándose en su silla-. Como seguramente saben, soy la abogada de Jónas, el propietario del hotel, que se encuentra en prisión provisional, creo que injustamente, a causa de los crímenes que se han cometido aquí cerca.
– Estamos perfectamente enterados -dijo Magnús irritado-. Si han venido a intentar cargarnos esos crímenes a cualquiera de nosotros dos, no se saldrán con la suya. Ni Baldvin ni yo tenemos nada que ver. Por regla general, en prisión provisional se mete a quien hay que meter, señora mía. A lo mejor tendría que ir haciéndose a la idea en lugar de venir a fastidiarnos imponiéndonos su presencia.
– Venga, no seas así -dijo Baldvin a su abuelo mientras sonreía a Þóra para disculparse. Pero en sus ojos no se veía reflejada aquella sonrisa-. Los dos estamos un poco fastidiados por no poder irnos a casa. La policía nos ha pedido que esperemos, porque tienen que hablar con nosotros. Yo no tengo argumentos para hablar de la culpabilidad o la inocencia de Jónas, pero puedo confirmar, con toda mi buena conciencia, igual que mi abuelo, que nosotros no tenemos nada que ver con esto. Suelte sus preguntas y a lo mejor puedo convencerla de lo que estoy diciendo.
– ¿Qué vino a hacer aquí el domingo por la tarde? -preguntó Þóra de improviso-. Su coche pasó por los túneles de Hvalfjörður.
Baldvin se reclinó en su silla y quitó las manos de la mesa.
– No se anda usted con rodeos. No vine para matar a ese pobre desgraciado, si es eso a lo que se refiere.
– ¿Y a qué, entonces? -preguntó Þóra con mordacidad-. No haría todo ese viaje sólo para visitar a su abuelo, supongo.
– No -contestó Baldvin-. Se lo puedo decir. Estoy decidido a dejarlo todo perfectamente claro. Aunque lo que vine a hacer no sea cosa de la que pueda uno jactarse, no intentaré ocultarla. -Enderezó la espalda-. Seguramente ustedes han encontrado la foto, y tengo entendido por la policía que conocen el intento de Birna de forzarme a asegurarle el triunfo en el concurso para la construcción de la nueva estación. -Þóra asintió-. Esa mujer tenía una ambición sin límites -dijo Baldvin, que se apresuró a continuar-: Con esto no intento justificar, en absoluto, que la asesinaran. Ni mucho menos. Me telefoneaba, me enviaba correos y, sencillamente, no me dejaba en paz. Hizo lo mismo con mi abuelo, que acabó dejando la residencia de Reykjalund para venir a intentar hablar directamente con ella. Estaba abrumado ante la idea de que su pasado pudiera acabar arrojando una sombra sobre mi vida.
– Muy lamentable -dijo Þóra en tono irónico-. Pero aún no me ha aclarado qué vino a hacer aquí el domingo por la tarde.
– Vine a registrar la habitación de Birna -respondió Baldvin sin más rodeos-. Mi abuelo se había enterado de que la policía aún no había hecho un registro a fondo, y yo confiaba en encontrar la foto. No estaba allí.
– ¿Y el jueves? -preguntó Þóra-. Salieron de la reunión espiritista justo después de que empezara, y no volvieron. ¿Qué pasó?
Baldvin sonrió y movió las manos señalando a su abuelo.
– Mi abuelo tuvo un desfallecimiento. Se encontró mal, así que salí para acompañarle. Además, la reunión no era de nuestro agrado. Sólo fuimos con la esperanza de ver a Birna.
– ¿Hay alguien que pueda confirmarlo? -preguntó Þóra.
– Sí, claro que sí -afirmó Baldvin con una sonrisa de satisfacción-. Llevé a mi abuelo a la habitación y llamé a un médico. Me dio el número de un colega suyo que estaba de guardia en la zona, y que vino a verle. Supongo que llegaría hacia las nueve y se iría hacia las diez.
Þóra se dio cuenta al momento de que aquello los exculpaba a los dos. No se atrevió a preguntar por el nombre del médico, dejaría a Þórólfur que confirmara su historia.
– Comprendo -dijo, mirando a Matthew-. Creo que no hay nada más. -Se levantó-. Aunque, en realidad, hay una cosa que querría comentarle a usted, Magnús. Aquí detrás se ha encontrado los huesos de un niño. Creo que se trata de Kristín, la hija que tuvo usted con Guðný Bjarnadóttir.
– ¿Qué quiere usted decir? -preguntó el anciano con la voz rota-. ¿Mi hija?
– Sí, la que Guðný le mencionó en su carta -dijo Þóra, jugándoselo todo a que realmente había sido así-. Creo que Grímur, el hermano de Bjarni, que vivía en la granja de al lado, la mató para asegurarse la herencia de su hermano, evitando que fuera a parar a usted.
– ¿A mí? -dijo Magnús con el rostro aún más gris. Þóra se percató de que no había negado la existencia de la carta.
– De todas formas, creo -continuó Þóra antes de que el anciano pudiera preguntar nada más- que su indiferencia le hizo perder todo derecho a la herencia. Usted conocía la existencia de esa niña y habría tenido que reclamar su herencia en el momento debido. También habría tenido que hacer otras cosas más, como interesarse por lo que había pasado con ella, o reconocerla en su día. -Se dirigió hacia la puerta, con Matthew pisándole los talones-. Estoy segura de que si usted hubiera cumplido con su obligación, no habría ningún esqueleto infantil en ese sótano.
– Pero… -dijo el anciano, sin terminar la frase. Baldvin no intervino, se limitó a mirar a su abuelo con gesto impenetrable-. ¿Cómo puede decir tal cosa?
Þóra estaba ya en la puerta, pero se volvió.
– Porque si Grímur hubiera sabido que Kristín tenía un padre que no pretendía ignorar su existencia, no habría tenido ocasión de hacerla desaparecer. -Envió una sonrisa a los dos hombres-. Adiós. Encantada de haberles conocido. -Salieron y cerraron la puerta, dejando a los dos hombres sentados allí, como petrificados.
– Pues ya sólo queda Bergur -dijo Þóra con un suspiro-. Aunque sea el más improbable de todos. Yo no consigo imaginármelo remando en kayak sin necesidad ninguna, y mucho menos le veo tan preocupado por la posibilidad de apariciones fantasmales como para dedicarse a clavarle a la gente alfileres en las plantas de los pies.
– La vida da muchas vueltas -repuso Matthew, poniéndole una mano sobre el hombro-. Por ejemplo, ¿quién iba a imaginar que yo me iba a enamorar de una mujer que calza unas asquerosas zapatillas de deporte?
Þóra se miró los pies y sonrió. Sus zapatos estaban bastante gastados, en comparación con los de Matthew, impecables.
– A lo mejor, la misma persona que podría haber pensado que yo iba a liarme con un hombre que usa zapatos de charol.
Þóra paseaba como una leona enjaulada intentando poner en orden sus pensamientos, que parecían completamente bloqueados. Matthew y ella habían vuelto a la habitación, donde esperaba encontrar alguna escapatoria en aquel callejón sin salida. Caminaba arriba y abajo por delante de la cama, mientras Matthew estaba sentado tan tranquilo en el sillón, al lado de la ventana, con una cerveza en la mano.
– Tiene que ser Bergur. Es el único que queda -dijo, dejando el vaso sobre la mesita-. A menos que fuera Jónas.
Þóra suspiró.
– Las cosas se pondrían fatal para él si no hubiera otra explicación. -Se puso las manos en la cabeza y continuó con sus paseos-. ¿Realmente no hay nadie más en quien podamos pensar?
– A mí me parece que no. Creo además que sólo puede ser obra de dos hombres: Bergur y Jónas -continuó Matthew-. Son los únicos que quedan.
– Lástima que el asesino no pueda ser una mujer -dijo Pora-. Rósa y Jökull me parecían una especie de Bonnie and Clyde. Todo se estropeó al enterarnos de que son hermanos. -Se detuvo y miró a Matthew-. ¿Has sabido alguna vez de un hermano y una hermana que formaran una pareja criminal?
Matthew sacudió la cabeza.
– No, nunca. Sólo hombres. Los hermanos Dalton, por ejemplo. Jamás de diferente sexo.
– ¿Tan absurdo es que Rósa llegara al lugar donde se encontraba Birna, después de la violación, y la matara? -dijo Þóra sin dar demasiado énfasis a sus palabras-. No, no vale -añadió. Llamaron a la puerta. Þóra imaginó que sería uno de sus hijos, por eso se quedó un poco extrañada al abrir y ver a Stefanía en el pasillo.
– Hola -saludó la sexóloga con una sonrisa incómoda-. Sólo vengo a traeros una cosa. En realidad esperaba que vinieseis vosotros a verme por propia iniciativa, pero parece que no. -Se movía inquieta, con las manos a la espalda. Þóra se preguntó qué llevaría allí escondido-. Yo podría ayudaros -añadió Stefanía, sonriendo de nuevo.
A Þóra se le puso un nudo en el estómago. La mujer estaba allí para aconsejarles a Matthew y ella a fin de que pudiesen practicar el sexo seguro. Tragó saliva, que de pronto le había inundado la boca. Ahora sería difícil esconderse tras barreras lingüísticas y malentendidos.
– Muchas gracias -fue lo único que se le ocurrió. Pero siguió tapando la puerta, por miedo a que Stefanía entrase y se pusiera a hablar con Matthew.
– De nada -dijo Stefanía-. Veo que estás ocupada, así que te doy esto y me marcho. -Le entregó una cajita-. Puedes llamarme cuando quieras -añadió Stefanía-. Puse mi tarjeta dentro de la caja. El aparato se explica solo. Es un consolador pero no del tipo habitual, porque al moverlo repetidas veces se produce la eyaculación de un gel. Eso lo hace muchísimo más realista. Es un producto que acaba de salir al mercado. -Sonrió.
Þóra se quedó boquiabierta mirando la caja.
– Ah, qué bien -consiguió articular, levantando la mirada, turbada. De pronto, se le encendió una lucecita. Le devolvió la caja a Stefanía y volvió a entrar en la habitación a toda prisa-. Espera un momento -le dijo a la mujer, que se había quedado en la puerta, mirándola asombrada. Volvió con la caja que le habían dejado en recepción para meter las cosas del sótano-. ¿Es el mismo producto? -preguntó, señalando el texto de la caja: Aloe Vera Action.
Stefanía se quedó mirando a Þóra, y a juzgar por el gesto que puso debía de pensar que le faltaba un tornillo.
– Eh, no -respondió, viendo con enorme extrañeza la cara de decepción de Þóra-. Ése es el modelo antiguo. El tuyo es nuevo -añadió. Miró a Þóra con aire curioso-. Los otros se acabaron enseguida. Tuvieron un éxito enorme. Incluso, el último me lo robaron -prosiguió-. La semana pasada asaltaron mi almacén y por fin conseguí descubrir lo que se habían llevado. Quería daros lo más nuevo. -Miró a Þóra, aún con gesto de asombro-. Esta marca es igual de buena. La única diferencia es que el gel de éste no es áloe vera.
– ¿Un asalto? -preguntó Þóra muy alterada-. ¿Cuándo fue eso?
– La semana pasada -respondió Stefanía-. Vamos a ver, yo libré el martes y entonces estaba todo, pero cuando volví el jueves me encontré con el asalto. Habían roto el candado, pero el asesinato de Birna hizo que este delito sin importancia pasara completamente desapercibido. Aparte de que al principio pensé que no faltaba nada. Sólo me di cuenta cuando fui a buscar este vibrador para vosotros.
Þóra se volvió hacia el interior de la habitación, con la caja en los brazos.
– Adivina -le dijo a Matthew, llena de entusiasmo-. Rósa vuelve a estar en la lista. En lo más alto de la lista, por si fuera poco.
Matthew la miró tranquilo, en contraste con la excitación de ella.
– ¿Y cómo es eso?-preguntó.
– El asesino de Birna no fue un hombre sino una mujer. La violación fue simulada, para confundir a la policía. -Þóra puso la caja en el suelo-. ¿Quién podía hacer algo así? -se respondió a sí misma-. Una mujer, naturalmente. Una mujer que no tenía ni idea de los efectos del Aloe Vera Action.
Matthew se quedó mirando fijamente a Þóra.
– Creo que eso necesita una explicación más detallada -repuso con tranquilidad, bebiendo otro trago de cerveza.
Þóra cogió la carpeta de las diligencias policiales, buscó una hoja y se la mostró a Matthew. Le señaló la fotografía fotocopiada de un consolador en una bandeja de metal.
– Esto lo encontraron en la playa, junto a muchísimas otras cosas, pero no está nada claro que la policía se diera cuenta de lo que tenían entre manos. -Þóra miró la caja en la que habían puesto las cosas del sótano-. Es del mismo tipo que el de esta caja, por si acaso estás pensando que soy una experta en artilugios sexuales.
Matthew miró la caja con una sonrisita.
– Comprendo -dijo, volviendo los ojos hacia Þóra-. Pero no acabo de captar la relación.
– Según la descripción de la caja, este aparatito suelta un gel de áloe vera -explicó, poniéndose un poco colorada-. No me preguntes por qué. -Volvió a señalar la foto-. Puede ser que encontraran semen de dos hombres en la vagina de Birna, pero no procedían de ninguna violación.
– ¿Y cómo lo sabes? -preguntó Matthew-. Aunque dos hombres hayan reconocido haber mantenido relaciones sexuales con ella, eso no quiere decir que fuera necesariamente con su consentimiento.
– Creo que el asesino intentó hacer creer que la habían violado -señaló Þóra-. Y para ello utilizó este aparato. Es la única explicación racional para la presencia de áloe vera. Una mujer que ha tenido sexo con dos hombres en un periodo de tiempo bastante corto, no se va a ir a la playa con un aparato de éstos. -Señaló una vez más la foto-. ¿Y por qué iba a querer alguien que pareciese que había habido una violación? -preguntó, y al momento se respondió ella misma-: Para despistar a la policía. Sólo puede significar que el asesino era una mujer. Las mujeres no violan a otras mujeres.
– No -dijo Matthew-, eso es cierto. Pero, por otro lado, hay muchas más mujeres que habrían podido asesinarla. No tuvo que ser necesariamente Rósa.
– Desde luego -dijo Þóra-. Pero tiene que haber sido una mujer con un buen motivo para hacerlo. Y Rósa lo tenía, hasta ahí no hay duda.
– Así es -asintió Matthew, pero no dijo nada más. Miró extrañado a Stefanía, que entraba en la habitación. Les sonreía, y en la mano seguía llevando la caja, que entregó a Matthew. Con tanta emoción, Þóra se había olvidado por completo de la sexóloga.
– Toma, esto es para ti. Te lo puedes quedar. Créeme, ha ayudado a mucha gente en tu situación -le dijo a Matthew en un inglés de pronunciación defectuosa, se despidió y se fue.
Matthew se quedó pegado a la silla. En una mano sostenía el vaso de cerveza, y en la otra la caja con el accesorio sexual, al que miraba fijamente. En un primer momento, el asombro le impidió decir nada, pero cuando la puerta se cerró detrás de Stefanía, miró a Þóra.
– No le habrás dicho a esa mujer que yo estaba pensando en salir del armario, ¿verdad?
– No, ¿estás loco? -dijo Þóra con total y absoluta sinceridad-. Jamás haría algo así. Venga, vamos a ver a Þórólfur. A lo mejor no se ha enterado aún de todo esto.
– A menos que esta mujer tan peculiar esté dedicada de lleno a la difusión de este mágico aparato -dijo Matthew, dejando la caja y poniéndose en pie.
En la puerta principal, Vigdís les dijo que Þórólfur y otro policía habían ido con Pröstur a buscar el kayak para organizar su traslado. Þóra suponía que lo enviarían a investigación con la esperanza de que Þröstur no hubiera conseguido eliminar todas las pruebas. Aunque, por desgracia, y a juzgar por lo que había contado el deportista, era prácticamente imposible que quedara algo. Mientras estaban con Vigdís pensando si esperar o ir a buscar a algún otro policía, Þóra vio al corredor de bolsa acercarse cojeando hacia la recepción. Llevaba a rastras una maleta, con grandes dificultades.
– Voy a echarle una mano -le dijo a Matthew, dirigiéndose a Teitur-. Deja, yo me encargo -le gritó al acercarse, y fue recompensada con una sonrisa cuando él la vio llegar.
– Muchas gracias -dijo encantado, dejando que Þóra agarrara su maleta-. Sigo hecho un asco, pero tengo que llegar a mi casa.
– ¿Viene a buscarte alguien? -preguntó Þóra. No podía imaginar que pudiera conducir, en el estado en que se encontraba.
– Sí, mi hermano -contestó Teitur, jadeante-. Más tarde mandaré a alguien a buscar mi coche. ¿No necesitas un coche para ir a la capital?
Þóra rió.
– No, en realidad no -respondió, pensando en el todoterreno, que no sabía cómo llevar a Reikiavik. Desde luego, no pensaba dejar que Gylfi volviera conducirlo.
Teitur se dejó caer con una queja.
– Maldito jamelgo -dijo-. Dudo que vuelva a montar jamás en un caballo.
– Tienes suerte de no haber salido peor parado -replicó Þóra-. No entiendo cómo los del alquiler de caballos te pudieron dar uno que no fuera totalmente seguro. ¿Dónde lo alquilaste, por cierto?
– Ah, en una granja cerca de aquí, se llama Tunga, si no recuerdo mal. Pero en realidad no fue culpa de ellos -dijo Teitur-. La mujer se quedó consternadísima. No fue una buena forma de empezar una actividad nueva.
– ¿Tunga? -dijo Þóra. Era la granja de Bergur y Rósa, que ella estaba ya bastante segura de que tenían bastante que ocultar-. ¿Alquilaste el caballo allí? ¿No sería un macho un tanto indómito?
Teitur rió.
– No, no estoy tan loco. Era un caballo normal. Sencillamente, tuve una suerte pésima. Es decir, ¿qué probabilidades hay de que te encuentres con un zorro muerto? El caballo seguía nerviosísimo mucho después de que yo me hubiera caído.
Þóra se quedó inmóvil.
– ¿Pasó justo aquí al lado? ¿El cadáver estaba junto al sendero de la vieja granja? -preguntó. Teitur asintió.
– Así es. Un zorro muerto. No tenía ni idea de que los caballos se pusieran tan nerviosos al verlos.
– ¿Se lo contaste a los dueños del caballo? -Þóra intentaba mantener la calma.
– Sí -contestó Teitur, sorprendido por la emoción de Þóra-. Tuve que volver para avisarles de que el caballo había desaparecido.
– Y naturalmente, les explicaste lo que había pasado y dónde fue, ¿no? -preguntó Þóra-. ¿Les hablaste del zorro y de la reacción del caballo?
– Sí -respondió Teitur-. La mujer parecía desesperada. Porque el caballo se había escapado, y yo había resultado herido.
– Esa mujer -dijo Þóra-, ¿se llamaba Rósa? -Teitur asintió sonriente-. ¿Había alguien con ella que hubiera podido oír la historia del zorro? -preguntó-. Como su marido, por ejemplo.
– No -respondió Teitur-. Estaba ella sola. No tengo ni idea de si luego se lo contó a él, pero me imagino que sí. -Miró a Þóra con curiosidad-. ¿Por qué lo preguntas?
– No, por nada -dijo Þóra, distraída-. Bueno, espero que llegues a casa sin más problemas y que te mejores. -Colocó la maleta junto al mostrador de recepción.
– Seguro -dijo Teitur. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó su billetera. Durante un instante, Þóra pensó que iba a darle una propina por su ayuda, pero tomó una tarjeta-. No dudes en ponerte en contacto conmigo si no sabes qué hacer con tu dinero -dijo con una sonrisa-. Se me dan bastante bien las inversiones de mis clientes.
Þóra cogió la tarjeta, la leyó por cortesía y se la metió en el bolsillo. Tendrían que pasar muchas cosas en su vida antes de que consiguiera reunir dinero suficiente para poder invertir.
– Muchas gracias -dijo-. Nunca se sabe.
– Hay una cosa que no encaja -señaló Matthew-. No tenemos conocimiento de que Rósa viniera aquí la noche en que se celebró la reunión espiritista. ¿Y cómo encajamos lo del teléfono de Jónas y lo del kayak?
Þóra miró cómo se abría la puerta exterior, con la esperanza de que Þórólfur apareciera por fin. Pero resultó que no era él, sino que se trataba de una pareja arrastrando una maleta, nuevos huéspedes camino de la recepción. Þóra se volvió hacia Matthew.
– A lo mejor Jökull pudo robar el móvil para que ella enviase el mensaje.
– Eso no explica lo del kayak -insistió Matthew-. Ella tendría que haber estado aquí para que la vía marítima tuviese algún sentido.
– A lo mejor estuvo aquí-dijo Þóra-. Pero no tiene por qué haber asistido a la reunión.
Matthew no parecía convencido.
– Tal como yo lo veo, la única razón para usar el kayak era poder escapar de la reunión sin ser visto y estar de vuelta en un corto espacio de tiempo para llegar antes de la pausa, sin que nadie se diera cuenta de que había salido. A lo mejor existe otra explicación, pero yo no consigo encontrarla.
Þóra se levantó. Se habían instalado en las sillas que había frente a la entrada para asegurarse de que veían a Þórólfur. Señaló la recepción.
– Voy a hablar con Vigdís.
Se dirigió hacia ella y esperó mientras acababa los trámites con la joven pareja, que por fin desaparecieron con una llave en la mano y una sonrisa en los labios.
– Oye, Vigdís -preguntó Þóra-, ¿conoces de vista a la hermana de Jökull?
Vigdís quitó el papel de la impresora que había en el mostrador delante de ella y alargó una mano hacia el taladrador.
– ¿Violeta, o como se llame? Sí, claro -dijo mientras perforaba la hoja de papel-. ¿Por qué? ¿Estás buscándola?
– Se llama Rósa – la corrigió Þóra-. No, no estoy buscándola. Sólo quería preguntarte si recuerdas que viniera a la sesión espiritista del jueves pasado.
– No -dijo Vigdís con pleno convencimiento-. No asistió. -Abrió una carpeta y metió en ella la hoja de papel. Se detuvo a mitad de la operación y miró a Þóra-. No asistió. Pero sí estuvo aquí.
– ¿Sí? -dijo Þóra, intentando ocultar su agitación.
– Sí, recuerdo que casi me dio pena. Traía un ramo de flores para el hombre que se lesionó al caerse del caballo. Teitur, el que acaba de dejar el hotel. -Þóra asintió-. Tuvo que hacer a pie todo el camino desde la carretera con el ramo, porque estaba cortado, y el ramo llegó ya bastante marchito.
– ¿Y eso fue la noche del jueves? -preguntó Þóra.
– Sin ninguna duda -replicó Vigdís-. Recuerdo que no tuve ni tiempo de hablar con ella, porque estaba liadísima atendiendo un montón de gente, llegaron todos a la vez. Me limité a recoger las flores y a decirle que haría que se las entregaran. Me dio las gracias y pidió permiso para entrar un momentito en la cocina a ver a su hermano.
– ¿Viste cuándo se fue? -preguntó Þóra.
– No, creo que no -respondió Vigdís-. A mí también me apetecía ir a la sesión, así que puse una nota en recepción pidiéndole a la gente que fueran a la sala si necesitaban algo. No era probable que llegara nadie, a causa de las obras en la carretera. Y me llevé el inalámbrico por su llamaba alguien.
– ¿Sabes si tenía trato con Eiríkur, el lector de auras? -preguntó Þóra.
– En realidad, Eiríkur vino a verme antes de ir a buscar a Jónas para discutir por el sueldo y las condiciones del contrato. Andaba buscando información sobre los propietarios de los alrededores. Quería el número de teléfono de los dos hermanos, Elín y… cómo se llama él…
– Börkur -la interrumpió Þóra-. ¿Para qué les buscaba?
– Eso no lo sé -dijo Vigdís-. Creo que tenía algo que ver con las apariciones, él estaba completamente enloquecido con ese rollo. Naturalmente, yo no tenía el teléfono de los hermanos, pero sí el de Bertha, la chica que está recogiendo las cosas de la vieja granja, y le dije que la llamara y que ella le daría los números. -Cerró la carpeta y la colocó en su sitio-. Eiríkur intentó llamarla desde el teléfono de la recepción pero no contestó. Así que le di otro número que tenía de unos propietarios de por aquí cerca, el único que tenía aparte del de la chica.
– ¿De qué número se trataba? -preguntó Þóra.
– El de Rósa -respondió Vigdís. Tomó una hoja de papel DIN-A4 de la mesa y se la entregó a Þóra-. Éste es un anuncio del alquiler de caballos, que Jökull me pidió que pusiera por aquí. Ahí están el nombre de ella y el número de teléfono. -Vigdís volvió a agarrar el papel-. Saqué el anuncio cuando se lesionó el corredor de bolsa. No quería que se accidentaran más clientes -Vigdís se dio cuenta de que aquello había despertado el interés de Þóra-. Se lo conté a la policía, porque pasó justo antes de que Eiríkur fuera asesinado en la caballeriza.
– ¿Sabes si Eiríkur llamó? -preguntó Þóra, inquieta.
– Ni idea -dijo Vigdís-. Escribí los dos números en un papel y se los dí. -Sacó el cuerpo por el mostrador y señaló con el dedo-. Se fue allí a llamar. Desde ese teléfono de ahí. Debe de ser la primera y única vez que se ha usado, está en un sitio totalmente inútil. -Volvió a sentarse-. Le oí hablar mucho rato, de modo que debió de haber conectado con alguien. -Garabateó algo en un papelito amarillo y se lo dio a Þóra-. Éstos son los números, por si quieres preguntarles a Rósa y Bertha.
El teléfono estaba colocado en una mesita, en un rincón, debajo de una inmensa cabeza de alce disecada que colgaba demasiado baja para su tamaño. Þóra agarró el auricular, tratando de evitar que se le metiera un asta de alce en el ojo. Apretó el botón de listado de llamadas. El primer número que apareció en la pantalla no coincidía con ninguno de los del papel, pero luego apareció el número del teléfono fijo de Rósa y a continuación el del móvil de Bertha. Þóra se hizo idea de que el primer número era el más reciente, y que no tendría nada que ver con Eiríkur. Éste había intentado llamar a Bertha, que no había respondido, y luego se puso en contacto con Rósa.
Todo había empezado a encajar.
Þóra se dejó caer en la silla.
– Ya ves que todo encaja -dijo, satisfecha de sí misma.
– ¿No tendríamos que haber pillado ya a Þórólfur? -preguntó Matthew, mirando su reloj-. Empiezo a pensar que se ha marchado. Ha pasado demasiado tiempo.
– Supongo que la niebla lo estará reteniendo -conjeturó Þóra, señalando la puerta exterior. Allí fuera, la visibilidad había empeorado enormemente. Se volvió hacia la puerta del sótano, que estaba abierta de par en par-. ¿Y ahora? -dijo Þóra-. ¿Siguen con eso? -Notaron que la actividad de los investigadores en el sótano aumentaba. El traslado de los huesos parecía haber concluido, porque los hombres volvían con las manos vacías. Pasaron por delante de Þóra y Matthew hacia la salida sin mirarles siquiera, y volvieron al momento, ahora con toda clase de equipos: cámaras fotográficas, aspiradoras, palas y otras cosas.
– Me da la sensación de que han aparecido los huesos de la niña -dijo Matthew-. Hay más ajetreo que cuando se trataba de los animales.
– Uff -exclamó Þóra con un escalofrío-. Por mucho que lo intento, soy incapaz de comprender cómo le pudieron hacer eso a una niña pequeña. Encerrarla en una carbonera y dejarla morir allí, por una herencia.
– Ese Grímur no actuaba de manera normal, por eso es imposible comprender lo que hizo -repuso Matthew, mirando a un hombre con un gran reflector a cuestas, que desapareció por la puerta del sótano.
Þórólfur se instaló en la silla delante de ellos. Se movía de manera increíblemente silenciosa para un hombre tan corpulento.
– Vaya, señores -dijo-. Me han dicho que querían hablar conmigo. -Señaló hacia la puerta del sótano con el pulgar-. No tengo mucho tiempo. Requieren mi presencia en el sótano. ¿De qué se trata?
Þóra sacó la carpeta de las diligencias de la investigación.
– Creo que sé quién asesinó a Birna y a Eiríkur -dijo-. Pero necesitaremos algo más que unos pocos minutos para explicarlo, aunque creo que al final no le parecerá que haya sido una pérdida de tiempo.
Þórólfur dejó escapar un gruñido.
– No esté tan segura -dijo, reclinándose sobre el respaldo-. Vamos allá -prosiguió, y se apresuró a añadir a toda prisa-: Pero nada de detalles. Sólo los puntos principales, por favor.
Una vez que Þóra terminó su relato sobre Rósa, el zorro, el gel de áloe vera, las conversaciones telefónicas de Eiríkur y los demás datos, le miró inquieta.
– Seguramente, Rósa es la asesina, y su hermano pudo ser cómplice, si no algo más. Usted podrá investigarlo hasta el final, yo no.
Þórólfur miró a la abogada, pensativo. La había escuchado con paciencia y sin preguntar nada.
– En realidad ya he hablado con ella sobre la conversación con Eiríkur -dijo-. Me contó que le había llamado para preguntar por el alquiler de caballos, y si estaba en su casa o en algún otro sitio.
Þóra hizo una mueca.
– ¿Para qué?
Þórólfur se encogió de hombros.
– No lo sé; todo eso me pareció muy raro. Lo de las flores y el aparatito del gel resulta muy interesante. -Se puso en pie y bostezó-. Y yo que pensaba que el día de hoy acabaría pronto. No sé si ir a ver a la pareja. -Miró hacia la puerta del sótano-. Lo que hay en el sótano ha tardado años en aparecer. No creo que importe demasiado esperar media hora más.
Þóra no pudo ocultar cuánto se alegraba de oírle. Þórólfur parecía haberse tomado en serio su teoría, fuese cual fuese su resultado final.
– Muchas gracias, Þórólfur. Ya me informará de cómo se desarrollan los acontecimientos. -Se levantó.
El policía hizo una señal al agente para que le acompañara. Miró a Þóra.
– Yo no he dicho eso. -Se fue sin despedirse.
Þóra acabó de desmenuzar con el tenedor las patatas y el pescado de su hija, que vigilaba con atención si la mantequilla estaba uniformemente extendida en la crema. El cocinero no había prestado atención a aquel detalle al distribuir cuidadosamente la comida en el plato. En el comedor había poca gente, así que los atendieron de inmediato y la comida llegó rápidamente.
– No sé si podré comerme eso -dijo Sigga, mirando fijamente el montón de almejas que tenía delante-. Yo creía que había pedido conchas de pasta. -Gylfi, que tenía pasta, miró hacia el plato de ella, debatiéndose en una terrible lucha interior sobre la conveniencia de ofrecerle a la madre de su futuro hijo cambiar de plato. Al final le propuso compartir su comida, y las almejas acabaron siendo para Matthew, que no tuvo el más mínimo problema en considerarlas una ración extra de lo que él había pedido, un gran filete que ya había comenzado a degustar.
Þóra colocó el plato de patatas y pescado delante de su hija, que empezó a comer sin más dilación, y luego también ella se concentró en su comida. Se alegraba de poder comer algo, cansada ya de darle vueltas a todo aquel asunto y de tratar de encontrar culpables y motivos para serlo. Dio gracias a Dios por haberse topado con el corredor de bolsa en la puerta del hotel. Les había ayudado en la búsqueda del asesino mucho más que cualquiera de las otras cosas a las que se habían dedicado los días anteriores. De pronto, dejó los cubiertos sobre la mesa.
– ¿Cómo volvió a la granja donde le habían alquilado el caballo después de la caída? -preguntó con cara de tonta.
– ¿Quién? -dijo Matthew, dejando en el plato una almeja vacía.
– Teitur, el corredor de bolsa. Estaba lesionado y no podía conducir. No creo que fuera caminando -dijo Þóra-. Alguien tiene que haberle llevado.
– Sí -afirmó Matthew-. ¿Y qué? -Sigga y Gylfi les miraban sin comprender. Sóley, en cambio, estaba enfrascada en comparar el nivel de su refresco con los vasos de su hermano y su cuñada.
– Si alguien le llevó, o le ayudó de alguna forma a llegar hasta allí, esa persona también se habrá enterado del efecto que producen los zorros muertos sobre los caballos, y también sabría dónde encontrar el cadáver del animal. -Echó mano al teléfono y sacó del bolsillo la tarjeta de Teitur.
– Hola, soy Þóra, la abogada del hotel. Me preguntaba quién te ayudó a ir del lugar del accidente a la granja.
– Ah, sí, hola -respondió Teitur-. Y yo que esperaba que hubieras decidido invertir. Es el mejor momento.
– Pues no, parece que no… de momento sólo quiero saber eso del accidente.
– Vale -contestó Teitur, obviamente decepcionado-. Fue esa chica. Creía que te lo había contado, cuando me preguntaste la primera vez por el accidente. Ella me salvó, consiguió sacarme antes de que el caballo me hiciera más daño. El animal estaba completamente desbocado.
– ¿A qué chica te refieres? -preguntó Þóra con calma-. ¿Sabes su nombre?
– Sí -respondió él-. Pero no me acuerdo. Estaba allí cerca, metiendo unas cajas en la vieja casa que había al final del sendero. Muchas veces he pensado en lo que podría haber pasado si el cadáver del zorro hubiera estado algo más lejos, y ella no me hubiera visto. Fue muy amable al llevarme a la granja donde había alquilado el caballo y luego de vuelta al hotel.
– ¿Se llamaba Bertha? -preguntó Þóra, con la voz aún tranquila, aunque dentro de ella se agitaba toda una tormenta.
– ¡Sí! -exclamó Teitur con alegría-. Eso es. Se llamaba Bertha.
R-E-R. B-E-R. Bertha. Þóra dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó mirando al infinito. Matthew, Gylfi y Sigga esperaban en silencio, con los cubiertos en el aire, a que reaccionara.
– No fue Rósa -dijo Þóra de repente-. Bertha sabía lo del zorro.
– Recuerda que, aunque lo supiera, eso no la convierte en culpable -repuso Matthew. Gylfi y Sigga miraban en suspenso, aunque no entendían ni una palabra de lo que hablaban.
– No es sólo eso -dijo Þóra-. En primer lugar, es la que más tenía que perder, aparte de su madre, Elín, y de su tío Börkur. Estuvo en la sesión espiritista y tiene miedo a los fantasmas, de modo que, seguramente, cree que clavar agujas en la planta de los pies de sus víctimas impediría que volviesen como espectros.
– ¿Pero no estás olvidando que Bertha no estaba aquí cuando mataron a Eiríkur? -preguntó Matthew-. Se había ido a Reikiavik. Lo demuestra la lista de los túneles. ¿O quizá crees que se trata de dos asesinos diferentes?
– No, en absoluto -contestó Þóra-. Si se piensa más detenidamente el asunto, probablemente ella nunca fue a Reikiavik.
Matthew arqueó las cejas.
– ¿Crees que le prestó su coche a alguien?
– No, creo que cambió de coche con Steini -dijo Þóra-. Es demasiada casualidad que pasaran los dos por los túneles cada uno en una dirección. Steini no fue a comprobar que ella se hubiera ido, como pensamos nosotros, sino que fue a su encuentro, la esperó, cambiaron de coche en un extremo de los túneles y ella vino aquí para matar a Eiríkur. Cuando Pröstur, el piragüista, vio a Steini, éste estaba esperando a que ella diese la vuelta, ¿no sería Bertha la que iba en el vehículo que Pröstur dijo que llegó justo cuando él estaba a punto de marcharse? Eso le proporcionaba a ella una buena coartada.
– ¿Y él? -preguntó Matthew-. Se mete hasta el cuello en su lugar.
Þóra sacudió la cabeza.
– ¿Quién iba a creer que él podía haber metido a Eiríkur en la cuadra del semental? Ya le viste antes. No hay ni la más remota posibilidad. Ella, en cambio, está fuerte como un toro, de tanto empujar la silla de ruedas de acá para allá. -Þóra se agarró la frente con las manos-. ¿Recuerdas la foto de su tía Guðný, la que estaba enmarcada y que tenía yo en mi mesita de noche? -Matthew asintió-. Fijándose bien, ella y Bertha se parecen un poco. Sobre todo si uno se imagina a Guðný con el pelo diferente.
Matthew sonrió.
– La verdad es que no recuerdo el rostro, y mucho menos el peinado. ¿Eso importa?
– Ésa fue la foto que disgustó tanto a Jónas -explicó Pora-. Dijo que había visto un fantasma que era exactamente igual a la mujer de esa imagen. La última vez que vio el fantasma, Jónas estaba en su apartamento. -Cerró los ojos y trajo a su memoria la foto con el hermoso rostro de Guðný-. Apuesto a que se trataba de Bertha, que aprovechó la ocasión para robar los somníferos. No sé a qué vendría, a lo mejor intentaba encontrar algo que le revelara lo que proyectaba hacer Jónas en el edificio nuevo. Él se la encontró inesperadamente, pero supongo que estaría un poco ido y no sabría si aquello se trataba de algo de este mundo o del otro, si estaba viendo a una persona vivita y coleando o a un espectro. Tal vez quisiera utilizar los somníferos con Birna, pero no se atrevió a cogerlos cuando Jónas se dio cuenta de su presencia. Y más tarde, cuando llegó el momento de matar a Eiríkur, se acordó de ellos, y entonces le resultaría más fácil robárselos, o no le quedó más remedio, pues aquellas pastillas eran los únicos tranquilizantes a los que tenía acceso. Y supongo que también sería ella el fantasma que se veía detrás del hotel, en medio de la niebla. Y algo me dice que debió de andar por allí atrás con la pala en busca de la trampilla. A lo mejor esperaba poder sacar los huesos de Kristín antes de que los encontraran.
– ¿Y qué piensas hacer con eso? -preguntó Matthew-. Tengo la sensación de que todas esas cabalas no lo resuelven todo. Por ejemplo, ¿por qué iba a matar a Eiríkur?
Þóra resopló.
– No lo sé, de verdad. A lo mejor era su cómplice, o la vio. Quizá no fuera ella la única que sabía lo que había pasado.
– ¿No deberíamos dejar esa pregunta a la policía? -preguntó Matthew-. Þórólfur parecía bien encauzado ya con los huesos y no creo que le vaya a sentar demasiado bien que ahora pretendas hacerle cambiar de dirección otra vez. En estos momentos, estará hablando con Rósa, a la que acusaste hace un ratito nada más.
Þóra suspiró y se puso en pie.
– Tengo que ir a informarle. Cuanto antes me enfrente a él, mejor.
– Cat -dijo la única persona que no estaba dándole vueltas a las cosas. Sóley sonrió a Matthew y luego miró a su madre-. Dile que sé inglés -explicó encantada consigo misma.
– Estupendo, cariño -replicó Þóra, acariciándole suavemente la cabeza-. Vas a poder practicar un poco más, porque tengo que salir un momentito. Matthew se quedará con vosotros.
– Dog -oyó que decía Sóley de lo más orgullosa, mientras Þóra salía del restaurante en dirección a su coche.
Lára se acomodó lo mejor posible sobre la dura silla, procurando no arrugar el abrigo que tenía doblado en el regazo. Las flores que había traído no parecían haber revivido al meterlas en agua, y presentaban un aspecto bastante marchito en el jarrón metálico de la mesita de noche. Saludó a la anciana Málfríður Grímsdóttir. Carraspeó y tomó en la suya la reseca mano de la anciana.
– No he podido pensar en otra cosa últimamente. Los recuerdos me han estado acosando desde que mi nieta Sóldís empezó a trabajar en el hotel que han hecho allí, en tus tierras. Tú sabes la verdad y esperaba que quisieras contármelo todo ahora. Antes de que sea demasiado tarde. -Miró el infeliz rostro de la mujer de la cama, y no pudo evitar pensar, extrañada, en la forma tan distinta en que la edad trataba a las personas. Málfríður era bastante más joven que ella, pero allí estaba, condenada a la cama y apenas parecía capaz de mantener levantada la cabeza, mientras que Lára estaba sentada con la espalda perfectamente recta. Confiaba en que, cuando llegara el momento, las cosas fueran deprisa. No le apetecía lo más mínimo que su vida terminase como la de aquella mujer.
Una lágrima apareció en un ojo de la anciana. Como estaba tumbada, no pudo correr por la flácida mejilla, sino que se quedó allí, formando un charquito.
– Espero que Dios me perdone -dijo, cerrando los párpados. Al hacerlo, la lágrima cayó sobre la almohada-. Yo era muy joven. No me atrevía a disgustar a papá, y luego enfermó y tuve otras cosas en que pensar.
– No te estoy acusando a ti de ninguna de las maneras, mi querida Málfríður -dijo Lára con cariño, apretándole la mano-. Comprendo perfectamente que no pudieras contármelo en su momento, pero ahora ya nos queda poco tiempo a las dos y no puedo dejar este mundo sin saber qué fue de la niña. Se lo debo a Guðný.
Las lágrimas brotaron ahora en abundancia de los ojos de Málfríður, que seguían cerrados.
– Está muerta -afirmó con la voz rota-. Papá lo hizo. -Soltó un hipo y Lára esperó impaciente a que se recuperara-. La encerró en la carbonera, y murió allí durante la noche. Yo había ido a Kirkjustétt a buscar una muñeca suya a la que echaba mucho de menos, y lo vi por la ventana. Dios mío -dijo Málfríður, que calló al recordarlo. Tomó aire y prosiguió-: Después de quemar el establo, donde no quedó nada con vida, recogió los restos de los animales y los echó a la carbonera, y esa primavera dejó que creciera la hierba sobre la trampilla. Cerró a conciencia la puerta que llevaba de la carbonera al túnel y luego tapió la del otro lado, el que daba al sótano, para que nadie pudiera saber que allí existía otra puerta.
– ¿Por qué? -preguntó Lára al borde del llanto.
– Los animales murieron porque Guðný no pudo ocuparse de ellos después de la muerte de su padre, cuando ella estaba ya enferma de muerte. Cuando papá se la llevó, al final, ya no se podía salvar a los animales. El olor era espantoso. Prendió fuego al establo y tapió la puerta para que la gente no se enterase de lo mal que quería, realmente, a su hermano Bjarni y a su sobrina. Naturalmente, habría tenido que encargarse él de los animales en lugar de Guðný, cuando ella ya no podía levantarse. -La anciana volvió a apretar los ojos-. Ni siquiera se tomó tiempo para comprobar si todos los animales estaban muertos. Había por lo menos una vaca que no lo estaba. La vi por la ventana, enloquecida de terror. Aquella visión se me sigue apareciendo todavía cuando cierro los ojos.
– No estoy hablando del establo -dijo Lára-. ¿Por qué le hizo eso a la hija de Guðný? Estoy intentando comprenderlo. -Notó cómo las lágrimas habían empezado a descender por sus propias mejillas.
– Kristín -dijo Málfríður, abriendo los ojos y clavándolos en el techo blanco-. Papá la odiaba. Al principio, yo no lo comprendía. Era tan alegre y tan buena, de lo más calladita, preciosa. Era algunos años menor que yo, y los pocos días que estuvo en nuestra casa no hizo más que atender a su madre. Papá no quería entrar en su cuarto, porque tenía miedo a contagiarse, pero la niña se pasaba todo el rato con ella, le daba de comer y procuraba que se sintiera lo mejor posible. Hasta que una noche su madre murió. Kristín era especial, pero papá no lo veía. Yo me sentía tan feliz de tenerla a ella en casa, y en mi ingenuidad pensaba que seguiría viviendo con nosotros después de la muerte de su madre. No fue así. -Málfríður hizo una breve pausa-. En vez de dejarla vivir con nosotros, papá decidió quitarle la vida y borrar todas sus huellas, como si nunca hubiera existido. Cuando nació Kristín, él esperaba que la contagiara su abuelo y que muriera de tisis antes de poderse casar. Por eso nunca escribió el certificado de nacimiento, pues un niño ilegítimo le pareció una afrenta horrorosa a la familia. Más adelante, aquello le vino muy bien.
– ¿Pero por qué enloqueció de esa forma? -preguntó Lára-. Yo me habría quedado encantada con la hija de Guðný, y la habría querido como si fuese mi propia hija. Él no habría tenido que encargarse de ella.
Málfríður volvió la cabeza hacia Lára.
– Estaba loco de furia de haberse tenido que quedar de pronto con ella. Papá lo había perdido todo. Su hermano Bjarni le había ayudado comprando nuestra granja y avalando todos sus préstamos, pero en lugar de agradecerle su generosidad, aquello sembró una cizaña que al final acabó con papá. Se quitó la vida, enfermo de odio y de vergüenza contra sí mismo por todo lo que había hecho por dinero. Antes de suicidarse, me lo contó todo. Creo que buscaba la paz de su alma, pero yo no pude proporcionársela. Su frialdad me produjo un auténtico shock, y aunque yo lo había visto casi todo en el momento en que sucedió, para mí fue demasiado que él mismo me lo confirmara. -Málfríður se quedó de nuevo con la vista fija en el techo-. Elegí la inscripción de su lápida de acorde a su vida. Un corazón sanguinario -Volvió a callar, y tosió débilmente-. Eso ha marcado toda mi existencia. Yo la traicioné, y he vivido con el miedo constante de que se volviera contra mí. Y a su manera, lo ha hecho. Hasta hoy, sólo se aparecía en mi mala conciencia, pero ahora me ha visitado en sueños.
– La haré exhumar -dijo Lára, que no quería prolongar aquella conversación. Ya tenía suficiente-, para enterrarla al lado de su madre. Es lo menos que puedo hacer.
Málfríður se incorporó por primera vez desde la entrada de Lára.
– No necesitas hacerlo. Ya me he encargado de ello.
Lára la miró sin comprender.
– Aún no han encontrado a la niña.
– Ha pasado algo -dijo la anciana-. Se lo conté todo a mi nieta Bertha, la hija de Elín, y ella dijo que lo solucionaría. Prometió encargarse ella. -Málfríður sonrió débilmente a Lára-. Resulta extraño que no les haya podido contar nada de esto a mis hijos, pero de pronto llegó Bertha, y esa chica tiene algo que me recuerda a Guðný y a la niña. Bertha es un alma buena. Ella hará lo necesario.
Lára miró a Málfríður y se puso en pie. La furia coloreaba de rojo sus mejillas.
– No me extrañaría nada que se pareciese más a tu padre que a su madre y a su abuela.
– Esperemos que el arrepentimiento de Málfríður Grímsdóttir sea duradero. No veo nada claro que decida mantener su versión cuando se halle ante el hecho consumado de lo que le espera a su propia nieta -dijo Þóra, y colgó.
Ya no hacían falta más pruebas. La llamada telefónica de Lára le había quitado todo asomo de duda sobre la culpabilidad de Bertha. Þóra detuvo el coche en el arcén cuando sonó la llamada de la anciana, y ahora se había puesto en marcha de nuevo, a velocidad de tortuga a causa de la espesa niebla, en dirección a Tunga. Al girar en una curva, la niebla pareció levantarse un momento y entonces aparecieron toda clase de visiones irreales en el malpaís musgoso que caracterizaba aquella comarca. Un escalofrío inesperado la recorrió de arriba abajo cuando la niebla volvio a hacerse más densa y se tragó aquellas extrañas formaciones rocosas. Þóra esperaba no hacer el camino inútilmente, no era mucha distancia pero a causa de la pésima visibilidad, iba muy despacio y no le resultaba nada fácil orientarse y saber dónde estaba exactamente. De pronto, creyó ver un hombre con un brazo extendido en medio de la carretera, pero se trataba del poste que señalaba la granja de Tunga. Torció por el desvío y aumentó la velocidad. Tras un breve recorrido, vio que estaba frente a la granja. En la explanada de delante estaba el coche de Þórólfur, y se detuvo a su lado. No había nadie en el vehículo. Bajó y se dirigió a la puerta principal, pero no había dado más que unos pasos cuando se detuvo. De la niebla surgía un débil llanto infantil. Þóra se volvió e intentó identificar el lugar de origen del sonido, pero sin éxito. El sollozo se detuvo tan repentinamente como había empezado, y Þóra se frotó el brazo para quitarse la carne de gallina. ¿Qué demonios era aquello? ¿Podía ser que una mujer con un bebé anduviera paseando por allí, en medio de toda aquella niebla? Entornó los ojos con la esperanza de ver mejor. Sólo consiguió llevarse un nuevo sobresalto cuando creyó percibir movimiento en el lugar donde creía que tenía que estar la caballeriza. La curiosidad la hizo avanzar, pero a mitad de camino tuvo la precaución de pisar con mucho cuidado para que no se oyeran sus pasos en la grava.
Había llegado junto a la caballeriza, cuando el llanto empezó de nuevo. Þóra miró a su espalda y no vio nada. Se llevó un susto tremendo al escuchar ante ella un violento estrépito. La puerta de la cuadra no estaba cerrada y había chocado contra la pared. Alguien se la había dejado abierta. Se pegó al muro todo lo que pudo con la esperanza de que no la vieran entre la niebla. En el hueco de la puerta, delante de ella, apareció la silueta de una persona. Lo vio salir y cerrar la puerta. Þóra no tardó en darse cuenta de que no podía seguir oculta.
– Hola, Bertha -saludó-. ¿Qué haces tú aquí?
La muchacha se sobresaltó. Se dio la vuelta y se quedó mirando fijamente a Þóra, con el miedo dibujado en su rostro.
– ¿Yo? -dijo-. Nada.
– Te he visto salir de la cuadra -dijo Þóra-. ¿Conoces a los dueños de la granja?
El llanto infantil comenzó de nuevo, y Bertha dirigió toda su atención a la niebla.
– Oí ese gimoteo y quería saber qué era -dijo, moviéndose nerviosa en el sitio.
– ¿Dentro de la cuadra? -preguntó Þóra-. Ese ruido viene de fuera. En eso no hay confusión posible. -Miró a la muchacha, que había empezado a morderse el labio inferior-. Óyeme, Bertha, creo que sabes muy bien que ya se ha acabado todo -continuó con calma-. El cadáver de Kristín ha aparecido y no tiene sentido intentar evitar lo inevitable. ¿No prefieres acompañarme a hablar con Þórólfur, de la policía? Está aquí, en la granja. -Þóra señaló el lugar donde recordaba que estaba la vivienda. Ahora, en medio de la niebla, no podía ver prácticamente nada.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Bertha. El gesto de indiferencia no servía de mucho, porque la voz le temblaba-. ¿Qué es eso? -preguntó luego, al oír el llanto crecer poco a poco.
– ¿No será un expósito? -dijo Þóra con tranquilidad-. O Kristín, la hija de tu tía abuela. Tengo entendido que ha estado visitando a tu abuela. -Þóra esperaba que Bertha no pusiera en duda la poco clara descripción que había hecho Lára del sueño de Málfríður, en el que se le había aparecido Kristín-. Ven. Será mejor que entremos, en vez de quedarnos aquí esperando a que el fantasma dé tres vueltas alrededor de nosotras. No tengo del todo claro que ya se haya marchado.
Bertha miró a Þóra, casi como si estuviera totalmente borracha. Estaba pálida como un cadáver, y tenía los ojos enrojecidos.
– ¿Cómo encontraron a Kristín? -preguntó con la voz espesa.
– Eso no importa -replicó Þóra-. Tenía que aparecer. Afortunadamente, todo ha terminado. Ahora hay que afrontar lo que venga.
– Mamá y yo lo perderíamos todo -soltó Bertha de pronto, y Þóra no sabía bien si hablaba con ella, o consigo misma-. Steini también. La casa en la que vive es propiedad nuestra. Sus padres vendieron las tierras y se marcharon a Reikiavik. Él tendría que irse a vivir con ellos. -Miró hacia la niebla y respiró hondo. Þóra vio que unas diminutas perlas de sudor se habían formado en su frente y alrededor de sus ojos. El llanto disminuyó y cesó por completo. Aquello pareció calmar un poco a Bertha.
– Hay cosas mucho peores que perder las propiedades -declaró Þóra, que no pudo contenerse y añadió-: Por ejemplo, perder la vida.
Bertha la miró entonces por primera vez.
– Ni Eiríkur ni Birna merecían vivir. No eran buenas personas. Ella le pidió un montón de dinero al viejo, y Eiríkur intentó chantajearme a mí. Me llamó y dijo que me había visto salir de la sesión espiritista. Iba a decírselo a mi madre y a exigirle que le pagara por su silencio. Pensaba que éramos millonarias, por todas las tierras que tenemos en la región. Le dije que viniera a verme aquí, a las caballerizas, y luego… ya lo sabes.
– Sí, por desgracia -afirmó Þóra. No entendía cómo aquella chica podía tener un comportamiento tan normal y tan natural, cuando era evidente que había perdido todo contacto con la realidad-. Leí la autopsia de Birna, y allí decía que la golpearon repetidamente con una piedra en la cara. ¿Esperabas que así no pudieran identificarla? -preguntó.
– No -contestó Bertha sin vacilar-. Mi intención era darle un golpe en la nuca, pero se giró justo en ese momento y la piedra le dio en la cara. Supongo que me oyó cuando me acerqué. Pensaba hacer creer que se había golpeado la cabeza contra una roca en la playa mientras la estaban violando, pero aquello me arruinó el plan. Todo tenía que salir perfecto, elegí el día, aprovechando la sesión, y procuré que la gente me viese allí. Me senté en la última fila y salí sin que nadie se diera cuenta cuando el médium había atraído toda la atención sobre él, y usé el kayak para hacerlo todo en el menor tiempo posible. Sóldís me había hablado de la embarcación, y también de que su dueño se iría dentro de poco. Por eso tuve que darme prisa. -Bertha apretó los dientes-. Sóldís habla mucho. La oí hablar de las pastillas de Jónas, y que de vez en cuando se dejaba el móvil por allí. También me dijo lo que vendía la sexóloga y otras cosas que me vinieron muy bien. -Bertha suspiró y sus ojos se humedecieron-. Todo tenía que salir a la perfección, pero acabó yéndose a la mierda. Birna no murió instantáneamente, y tuve que golpearla una y otra vez. -Bertha bajó la vista al suelo-. Cuando vinieron las gaviotas creí que iba a vomitar.
El estómago de Þóra también dio un vuelco, pero se contuvo y siguió preguntando. Era evidente que no volvería a presentársele una oportunidad semejante.
– ¿Por qué les clavaste alfileres en las plantas de los pies?
– Quería evitar que regresaran como fantasmas. Volviendo no le hacen ningún favor a nadie, ni a los muertos ni a los vivos -explicó Bertha, que parecía incapaz de mantenerse en pie.
– ¿Estás bien? -preguntó Þóra, preocupada-. ¿Qué estabas haciendo realmente ahí dentro? -Lo único que se le ocurría era que había tomado o bebido algo que le había causado aquel efecto. Se dio cuenta entonces de que el motivo debía de ser que su vida se estaba desmoronando.
– Vine a dejar las pastillas aquí -respondió Bertha con una voz sorda-. Esperaba que eso hiciera recaer las sospechas sobre Bergur y Rósa, si acababan soltando a Jónas. Empecé a preocuparme cuando la policía descubrió que el mensaje de móvil lo había enviado otra persona. -Suspiró y miró a Þóra a los ojos-. Fui yo la que utilizó el teléfono. Llegue a esa conclusión después de pensar en la mejor manera de hacerlo. Así resultaría todo más fácil. Había que detener a Birna. No me escuchó cuando le dije que este lugar no era bueno para construir el edificio. Si me hubiera hecho caso, no habría habido ningún problema. -Bertha vaciló-. Pero yo lo hice para salvar a Steini -añadió, y Þóra no supo con seguridad si estaba intentando justificarse ante ella o si quería calmar su propia conciencia-. Era lo mínimo que podía hacer. Lo que le pasó fue culpa mía, porque yo le llamé por teléfono y le pedí que fuera a recogerme la tarde del accidente. No puede vivir en Reikiavik. Ahora se siente aún peor, porque cree que él es el causante de que yo haya hecho todo esto, y siempre está pidiéndome que le perdone. Pero yo decidí por mi cuenta arreglar este asunto, así que no hay nada que perdonar. Lo hice por él. -Se derrumbó.
– Vamos, vamos -dijo Þóra con calma, apresurándose a ayudar a la chica a ponerse de nuevo en pie-. Vamos.
Se pusieron en camino hacia la granja. Þóra sosteniendo a Bertha por el brazo para evitar que volviera a caerse. El llanto empezó de nuevo pero desapareció poco después. La abogada estaba perdiendo ya la calma cuando llegaron a las escaleras. La muchacha temblaba como un flan. Þóra miró hacia atrás en el momento en que tocaba el timbre, con la esperanza de que no tardasen en abrir. Por fin, Rósa apareció en el umbral. No dijo nada, se quedó mirando fijamente algo detrás de ellas. Þóra se volvió, casi segura de ver un expósito arrastrándose escaleras arriba sobre uno de sus bracitos.
– ¡Gulli!-exclamó Rósa-. Estás aquí, gatito malo. ¿Dónde te habías metido? -El llanto cesó en el momento en que ella pronunció su nombre-. ¡Mi gatito! -dijo luego en un cariñoso falsete-. Ven aquí, bicho malo. -El gato macho de color amarillento maulló contento mientras subía por las escaleras como un buen chico.