Pero parece, señor cura Agamedes, que Dios y la Virgen han desviado sus benignos ojos de la tierra portuguesa, mirad qué descontentas andan las almas, e inquietas, seguro que el maligno se apoderó de los mansos corazones de los lusitanos, quizá no hayamos rezado lo bastante el rosario, ya nos avisaron los pastorcillos, por mi parte, yo he hecho lo que he podido y no soy parco en buenos consejos, tanto en el púlpito como en el confesionario, es una charla muy mezclada, ahora habla uno, ahora habla otro, pero lo que el padre Agamedes va pensando cuando a su residencia se recoge es otra cosa, mucho más de hombre de este tiempo o de aquel otro en el que las almas se conquistaban a sangre y fuego, Lo que necesitaban es una valiente carga de porrazos, así se habla.

Ni se sabe adonde acudir. Ahora son las fortalezas de la India, llorad, manes de Gama, Alburquerque y Almeida y otros Noronhas, era lo que faltaba, ponerse a llorar corazones viriles, sea la orden de resistir hasta el último hombre, daremos al mundo ejemplo de lo que vale el portugués, traiciona a la patria quien retroceda un paso, en fin, si se van los dedos, queden los anillos, el gobierno confía y emplaza a todos a cumplir con el deber que nos conviene. Es una triste navidad en casa de Alberto, no es que falten las golosinas y las bendiciones del Señor, el corcho ha tenido un buen año, menos mal, lo malo es esta negrura de nubes que sobre el país y el latifundio planean con tormentas en la barriga, qué va a ser de Portugal y de nosotros, cierto es que tenemos quien nos proteja, ahí está la guardia, a cada uno su regalo, capitán, teniente, sargento y cabo, pobrecillos, que es de justicia, ganan tan poco, siempre defendiéndonos las propiedades, imaginen si tuviéramos que hacerlo por nuestra cuenta, nos saldría mucho más caro. Se hace de tripas corazón, al recordar que nunca se prestó mucha atención a Goa, Damao y Diu, y ahora nos arrebatan así los últimos hitos de la presencia portuguesa en oriente, soldados y marineros, presente, qué idea, el presente no es ése, de capitán, teniente, sargento y cabo hemos hablado ya, cada cual vino a buscar lo suyo o por discreción y ánimo de evitar las malas lenguas les fue llevado, este regalo es otro, es el de los soldados y marineros que a punto de morir se alzan aún sobre el codo y exangües gritan, responden a la llamada, ausentes, es una práctica antigua, cuando es preciso hasta los muertos votan. Menos mal que estas cosas pasan lejos, en la India, y tampoco África queda cerca, se expanden los incendios lejos de mis linderos, entre ellos y nosotros está el mar, tanto mar, aquí no llegan ellos y a Portugal no le faltarán hijos que defiendan allí el latifundio de aquí, con tu amo no partas peras, que él se queda con las maduras y te da las verdes, no crean en refranes y quéjense luego.

Mañana, dice doña Clemencia a hijos y sobrinos, es día de Año Nuevo, esto creía por informaciones de calendario, pone sus esperanzas en el año que despunta y formula los mejores votos por el bienestar de todos los portugueses, no son palabras suyas, doña Clemencia ha empleado siempre otro lenguaje, pero anda ahora aprendiendo éste, cada uno elige sus maestros, y aún está la palabra en el aire cuando llega la noticia de que en Beja ha sido asaltado el cuartel del regimiento de infantería número tres, Beja no es India ni Angola ni Guinea, está aquí al lado de nuestra puerta, es latifundio, y ahí está la jauría ladrando, aunque la intentona haya sido dominada no se va a hablar de otra cosa en las próximas semanas, y meses, resulta que es posible tomar al asalto un cuartel, sólo faltó suerte, el caso es que siempre falta algo a última hora, o ya faltaba en la primera y nadie se dio cuenta, es nuestro sino, se le cae una herradura al caballo que llevaba al mensajero, que llevaba la orden de batalla, que habría de cambiar la marcha de la historia, y así favoreció a nuestros enemigos, que por una herradura que se cayó van a salir victoriosos, mala suerte la nuestra. Y con esto no estamos faltándole al respeto a quien salió del sosiego de su casa para intentar echar abajo las columnas del latifundio, muera Sansón y quienes con él son, y cuando uno va a ver qué ha pasado, tras disiparse la polvareda, resulta que quien murió fue Sansón y las columnas no, tal vez si nos sentásemos bajo esta encina y a unos y a otros dijésemos qué cosas tenemos en la cabeza y en el corazón, lo malo es la desconfianza, cada uno por su lado, bien estuvo lo de tomar el Santa María, y bien está que se intentara lo de Beja, pero a nosotros, perros y hormigas del latifundio, nadie nos preguntó si aquéllas eran nuestras navegaciones y éstos nuestros asaltos, Podéis estar seguros de que valoramos lo que hacéis, aun sin conoceros, pero por ser los perros y hormigas que somos, qué diremos mañana cuando ladremos juntos y tan mal nos oigáis como nos oyeron en este latifundio aquellos a los que queréis cercar, hundir y derribar. Es tiempo de ladrar juntos y morder seguro, mi capitán general, y entretanto ved si no os falta una herradura o si sólo lleváis tres balas cuando van a ser necesarias cuatro.


Estos hombres y estas mujeres nacieron para trabajar, son ganado entero o ganado rajado, salen o los sacan de las barrigas de sus madres, los ponen a crecer de cualquier manera, es igual, lo necesario es que acaben teniendo fuerza y destreza de manos, aunque sea para un gesto solo, qué importancia tiene si al cabo de pocos años están pesados y yertos, son troncos ambulantes que cuando llegan al trabajo se sacuden a sí mismos y de la rigidez del cuerpo hacen salir dos brazos y dos piernas que van y vienen, aquí se ve hasta qué punto llegaron las bondades y la competencia del Creador, obrando tan perfectos instrumentos de cava y siega, de monda y serventía general.

Habiendo nacido para trabajar, sería un contratiempo que abusaran del descanso. La mejor máquina es siempre la más capaz de trabajo continuo, con la lubrificación mínima y suficiente para no quedar trabada, alimentada sin excesos, si es posible en el límite económico de la simple subsistencia, pero sobre todo de sustitución fácil si se avería o envejece, los depósitos de esta chatarra se llaman cementerios, o bien se sienta la máquina en el portal, toda ella herrumbrosa y gimiente, a ver pasar, qué, nada, mirando sólo sus manos tristísimas, quién me vio y quién me ve. Generalmente, en el latifundio hombres y mujeres tienen regateado su tiempo de vida, nos asombra que alguno llegue a viejo, y mucho más cuando, pasando, encontramos a uno que a la vista parece un anciano y oímos decir que tiene cuarenta años, o esta mujer marchita y con la piel cuarteada que aún no ha cumplido los treinta, al final vivir en el campo no acrecienta la vida, son invenciones de la ciudad, como aquel repetidísimo refrán, Acostarse pronto y levantarse pronto da salud y hace crecer, tendría gracia verlos aquí agarrados al mango del azadón y los ojos en el horizonte a la espera del sol, o derrengados ansiando un anochecer que no acaba de llegar, el sol es un desgraciado, lleno de prisa por salir y tan poca por apagarse. Como los hombres. Pero se van acabando los tiempos de la resignación. Anda una voz por los caminos del latifundio, entra en villas y aldeas, conversa en los montes y en los encinares, una voz con dos palabras esenciales y otras muchas que explican estas dos, ocho horas, decir esto así parece decir poco, pero si dijéramos ocho horas de trabajo ya se empieza a entender mejor, y no faltará quien proteste escandalizado, qué quieren éstos, dormir ocho horas y trabajar otras ocho, y qué van a hacer con las ocho que sobran, yo sé muy bien qué es todo esto, es una invitación a la vagancia, no quieren trabajar, son las ideas modernas, la culpa es de la guerra, se pervirtieron las costumbres, quién lo iba a pensar, nos robaron la India, quieren ahora echarnos de África, y encima lo de ese barco que anduvo ahí por los mares dando un escándalo internacional, un general que se alza contra quien le dio las estrellas, en quién vamos a confiar, dígame, y ahora lo de las ocho horas, esa calamidad, el mal está en no haber seguido la ley de Dios, hora más hora menos son doce para el día y doce para la noche, contando con el amanecer y el anochecer, y si no es ley de Dios que sea ley natural y en consecuencia obedecida.

La voz que anda en el latifundio tal vez no oiga estos decires, y si los oye, es como si no, esto son conversaciones históricas que vienen del tiempo de Lamberto, Verdaderamente, su distracción es el trabajo, si no trabajan se meten en la taberna y luego, venga, a sacudirle a la mujer, pobrecillas. Pero no crean que son fáciles los caminos. Hace un año que anda esta voz por calles y carreteras, ocho horas, ocho horas de trabajo, y hay quien no se lo cree, quien cree que eso ocurriría sólo si el mundo se estuviera acabando y el latifundio quisiera salvar su alma, presentarse al juicio final diciendo a ángeles y arcángeles, Tuve piedad de mis siervos, que trabajaban en exceso, y por amor de Dios les pedí que trabajaran sólo ocho horas por día, con descanso el domingo, y como hice esto espero un lugar en el paraíso, a la diestra del Señor, no quiero otra. Así piensan algunos, incrédulos y temerosos de que el cambio sea para peor. Pero los portadores de la voz no han descansado en todo el año, por todo el latifundio anduvieron proclamando las consignas, mientras la guardia y la pide erguían como abanicos las orejas inquietas igual que los burros cuando las moscas los acosan. Entonces se derraman las patrullas furibundas y marciales, sólo les falta llevar delante un trío de cornetín y cajas, y no es que no les hubiera gustado, pero no lo consentía el plan de batalla, faltaría más, que estuvieran los conspiradores reunidos en un monte abandonado o tras los matojos, y oyeran a lo lejos las trompetas, tatará-tatá, así nunca cogeríamos a nadie. Se reforzó la guardia, se reforzó la policía, cualquier aldea sin médico tiene ahora la medicina de veinte o treinta guardias y el armamento correspondiente, sin olvidar el enlace constante con los dragones que defienden al Estado y me persiguen a mí, pobrecillos los verdaderos dragones, feos como sapos y sabandijas, pero que no hacen mal que pese en las balanzas, la prueba es que el paraíso está lleno de dragones que echan fuego por la boca, es lo que más abunda. Y como de astuto y farsante cualquier guardia tiene bastante, se inventó el arte sutilísimo de poner debajo de una piedra, pero tan a la vista que los vería un ciego, debajo de una piedra papeles aprehendidos a esa gente comunista que anda por el latifundio diciendo consignas subversivas, como estas de ahora, ocho horas de trabajo, quieren entregar el país a Moscú. Y cometida la habilidad, se esconden tras un vallado o elevación del terreno o árbol ingenuo o piedra mayor, y cuando pasa inadvertido el inocente, es posible que coja los papeles y los meta en el bolsillo, o en el forro del sombrero, o entre la piel y la camisa, esos blancos papeles de letra negra y menuda, no es sólo que apenas se sepa leer es que tampoco ayuda la vista, y aún no ha dado diez pasos cuando le salta el guardia al camino, Alto, a ver lo que llevas en los bolsillos, si esto no es astucia de gran calibre, tendremos que concluir que existe mucha mala voluntad contra la guardia, la cual sólo loores debería merecer por aplicar tan bien los principios de la hipocresía y de la falsedad mezquina, embutidos al mismo tiempo que la instrucción de armas y las técnicas de asalto.

Está el pobre hombre expuesto en medio de un círculo de carabinas, y no tiene más remedio que despejar los bolsillos, una navajilla gitana, media onza de picadura, el librillo del papel de fumar, un cabo de cuerda, un cacho de pan mordisqueado, una perragorda, pero esto no satisface al guardia que tiene otras ambiciones, Mira mejor, piensa que es por tu bien, si rebuscamos nosotros, podemos dejarte lisiado para toda la vida, y entonces de entre la piel y la camisa salen los papeles ya húmedos de sudor, no es que el calor sea tanto, pero un hombre no es de hierro, en medio de estos guardias que se ríen, ahora va en serio, interviene el cabo Tacabo o el mandamás de la expedición, sabe muy bien qué papeles son ésos pero se hace el ignorante, los examina y luego dice, astuto, Pues estás apañado, te hemos atrapado con propaganda comunista, tienes que venir con nosotros al puesto, vas a acabar en Montemor o en Lisboa, no quisiera estar yo en tu pellejo. Y cuando el pobre hombre quiere explicar que acaba de encontrar esos papeles, que ni los ha leído, que ni siquiera sabe leer, que iba por ahí y los vio, los cogió, curiosidad natural, es un gesto que uno, no puede acabar porque le sueltan un palo en el pecho o en espalda, eso si no ha sido un puntapié, andando para delante o te pego un tiro aquí mismo, las armas y los barones señalados.

Este hablar es como las cerezas, se tira de una frase y salen otras prendidas, o quizá como las garrapatas cuando están enganchadas, que lo que más cuesta es soltarlas una de otra, lo mismo sucede con las palabras, una palabra nunca viene sola, incluso la palabra soledad precisa de quien la sufra, y menos mal. Esta guardia es de tan firme constancia que va a donde el latifundio la llama, ni pregunta, ni discute, son sólo unos mandados, véase lo del uno de mayo, hicieron hombres y mujeres su feriado de trabajadores y, cuando al día siguiente volvieron al tajo, estaba la guardia de guardia, Aquí sólo trabaja quien trabajó ayer, son órdenes, y decir esto era sólo una manera de no quedar callado, porque faltar habían faltado todos. Y ahora qué va a pasar, los trabajadores se hicieron a un lado, mirando, cómo van a resolver esto, y porque la guardia había ocupado el terreno y el capataz estaba oculto entre ella, sin aparecer en el trato como profesional que era, decidió la cuadrilla retirarse a sus casas, esto ocurrió por la mañana temprano, un día más de fiesta, y la guardia se quedó guardando las hormigas que andaban a lo suyo y admiradas levantaban la cabeza como perros. Pero todavía antes el graduado, junto al administrador o encargado o manijero, son nombres diferentes, tanto da, había hecho aplicación de sus métodos de interrogatorio inteligente, Vamos a ver, por qué no habéis venido a trabajar ayer, ya está la pregunta inteligente, vaya hombre, Pues no vinimos porque era el primero de mayo, y el primero de mayo es el día de los trabajadores, y como los trabajadores somos nosotros. Es una respuesta inocente, allí están ellos, ante mí, cabo de la guardia, si creen que me engañan, como si yo les creyera, todos muy serios mirándome, es lo que tienen estos cabrones, se ponen muy serios mirándole a uno y a ver quién adivina lo que piensan, pero yo ya les digo, con ellos puedo yo bien, lo mejor es que confeséis la verdad, faltasteis al trabajo por política, creéis que me engañáis y ellos insisten, No señor, no fue por política, es que el primero de mayo es el día de los trabajadores, y cuando responden esto, respondo con una carcajada de burla, Qué coño sabéis vosotros de eso, y uno de allá atrás responde, qué pena no haberle visto la cara, Es así en todo el mundo, y yo me irrito con toda la razón, Pues esto no es el mundo, es Portugal, y es el Alentejo, tenemos nuestras propias leyes, y se me acerca entonces el capataz a decirme algún secreto, pero no es un secreto porque lo teníamos ya combinado, y yo decido, con la autoridad de que estoy investido, Aquí sólo trabaja quien no faltó ayer, y apenas dije esto ellos se apartaron, todos juntos, es su costumbre, hacen lo mismo cuando cantan, y pasados unos minutos se fueron con las azadas al hombro, el trabajo era de azada, se vuelven a casa, todos juntos, da cierto respeto, no sé por qué. Las palabras son como las garrapatas, se empieza con una cereza, en mayo pintan, y si respeto no es la última es por lo menos la necesaria.

En abril, hablas mil. En los campos hay grandes reuniones nocturnas, apenas se ven los hombres unos a otros las caras, pero se oyen las voces, sofocadas si el lugar no es de suficiente seguridad, o más sueltas y claras en descampado, en todo caso con protección de vigías, dispuestos según el arte estratégico de prevención, como quien defiende un campamento. Por esta parte es una guerra pacífica. Si en la oscuridad de la noche la guardia se aproxima, y no es ahora la simple pareja de los tiempos corrientes, vienen a docenas y a medias docenas, y hasta donde los caminos lo permiten llegan en jeeps y en furgonetas, si viniendo así se aproximan, dispuestos en línea, como quien alza la caza, retroceden los centinelas a avisar, y entonces una de dos, según, o la guardia pasa de largo, y el silencio es la mejor defensa, todos los hombres sentados o en pie, conteniendo la respiración y los pensamientos, son piedras erguidas, menhires de otros tiempos, o viene directamente la guardia hacia la reunión y entonces la consigna es dispersarse por caminos de mal piso, por ahora la guardia no tiene perros, menos mal.

A la noche siguiente continuará la conversación en el punto en que quedó, en aquel lugar o en otro, que esta paciencia es infinita. Y cuando es posible se encuentran de día, en grupos más pequeños, o van por las casas, charlan junto a la lumbre, mientras las mujeres lavan la loza calladas y los chiquillos duermen por los rincones. Y estando en la fila un hombre junto a otro hombre, la consigna dicha y oída es como el batir de un mazo en la estaca, más honda cada vez, y a la hora de comer, con la fiambrera o la marmita posada en el suelo, entre las piernas, mientras la cuchara sube y baja y la brisa va enfriando el cuerpo, vuelven las palabras a lo mismo, es un hablar pausado que dice, Hay que conseguir las ocho horas, basta ya de trabajar de sol a sol, y entonces los prudentes temen por el futuro, Qué será de nosotros si los amos no quieren darnos trabajo, pero las mujeres, que están lavando los platos de la cena mientras el fuego arde, se avergüenzan de que aquél tan prudente sea su marido y se muestran de acuerdo con el amigo que llamó a su puerta para decir, Vamos a las ocho horas, basta ya de trabajar de sol a sol, porque también ellas trabajan así, y aún más, doloridas, menstruadas, con la barriga a punto de explotar, o cuando ya alumbraron, con los senos derramando la leche que debería ser mamada, es una suerte, no se les secó, mucho se equivoca quien crea que basta alzar una bandera y decir, Vamos. Es preciso que abril sea un mes de consignas mil, porque hasta los seguros y convencidos tienen sus momentos de duda, sus agonías y desalientos, allí está la guardia, allí están los dragones de la policía política, y la negra sombra que se arrastra por el latifundio, que nunca lo abandona, no hay trabajo, y vamos nosotros, con nuestras propias manos, a despertar a la bestia que duerme, a sacudirla diciendo, Mañana sólo trabajaré ocho horas, esto no es primero de mayo, el primero de mayo es lo de menos, nadie puede obligarme a trabajar, pero si digo, Ocho horas, sólo esto y nada más, es como azuzar a un perro rabioso. Y el amigo dice, aquí sentado en el corcho, o a mi lado en la fila, o en medio de una noche tan oscura que ni puedo verle la cara, No se trata sólo de las ocho horas, vamos también a reclamar cuarenta escudos de salario, si es que no queremos morir de fatiga y de hambre, son buenas cosas para pedir y hacer, lo difícil es conseguirlas. Menos mal que siendo muchas las hablas son muchas también las voces, y de la reunión se levanta una, no es simple modo de decir, es verdad, hay voces que se ponen de pie, Qué vida es esta que llevamos, en dos años se me han muerto dos hijos de la enfermedad del hambre, y al que me queda no quiero criarlo para bestia de carga, respondedme, si yo tampoco quiero seguir siendo la bestia de carga que soy, son palabras que hieren los oídos delicados, pero aquí no los hay, aunque nadie en esta reunión quiera mirarse en ese espejo y verse metido en varales de carro con albarda y yugo, Es así desde que nacemos.

Entonces otra voz, viene de allí, sobre la sombra de la noche cae una sombra que no se sabe de dónde viene, qué idea se le ocurre, no habla de las ocho horas ni del jornal de cuarenta escudos, éstos son los asuntos para los que fue convocada la reunión, sin embargo nadie tiene valor para interrumpir, Lo que siempre han querido ellos es rebajar nuestra dignidad, y, oyéndolo, todos entienden lo que dice, ellos son la guardia, la pide, es el latifundio y su dueño Alberto o Dagoberto, el dragón y el capitán, el hambre y el hueso roto, el ansia y la quebradura, han querido humillar nuestra dignidad, pero esto no ha de seguir así, tiene que acabarse, oíd todos lo que me ocurrió a mí y a mi padre, muerto ya, fue un secreto entre los dos, pero hoy no puedo quedarme callado, si los camaradas no se convencen con este caso, ya no hay nada que hacer, estamos perdidos, una vez hace muchos años, era una noche oscura como ésta, mi padre fue conmigo, o yo fui con él, a recoger bellotas para comer, no había nada en casa, yo era ya hombre y quería casarme, llevábamos una saqueta, no gran cosa, un taleguillo, y fuimos juntos por compañía, no por la carga, y cuando ya teníamos el talego casi lleno apareció la guardia, lo mismo les ha ocurrido a otros que aquí están, no es ninguna vergüenza, recoger bellotas del suelo no es robar, y aunque lo fuese, el hambre es razón suficiente para robar, quien roba por precisión tiene cien años de perdón, bien sé que el refrán no es así, pero debía serlo, si yo soy ladrón por ir a robar unas bellotas ladrón es también el dueño de ellas, que ni ha fabricado la tierra ni plantado los árboles ni podó ni limpió, y entonces llega la guardia y dice, pero no vale la pena decir lo que dijeron porque ya ni me acuerdo, nos insultaron, parece mentira que hayamos aguantado tantas malas palabras, y cuando mi padre les pidió por amor de Dios que nos dejaran llevar unas bellotas que habíamos cogido del suelo, se echaron a reír y dijeron que estaba bien, nos podíamos quedar con las bellotas, pero con una condición, oíd todos la condición, pelearnos mi padre y yo para que ellos lo vieran, pero mi padre dijo que no iba a pegarse con su propio hijo, y yo con mi propio padre, entonces dijeron que si era así íbamos al cuartelillo, pagábamos la multa y quizá cargábamos con unos palos en las costillas, para que aprendiéramos a vivir como las personas decentes, y entonces mi padre respondió que bien, que nos pegábamos, y os pido por lo que más queráis, camaradas, que no penséis mal del pobre viejo que está muerto, Dios me perdone si estoy poniéndole una falta, pero el hambre era mucha, y entonces mi padre, fingiendo, me dio un empujón, y yo, fingiendo, me dejé caer, todo a ver si los engañábamos, creíamos nosotros, pero ellos dijeron que, o nos atizábamos de verdad, hasta hacernos daño, o íbamos presos, no sé cómo contaros el resto, mi padre estaba desesperado, se le pasó algo por la vista y me golpeó, me dolió tanto, no fue la fuerza del puñetazo, y se lo devolví de la misma manera, al cabo de un minuto estábamos los dos rodando por el suelo, los guardias se partían de risa, y una vez que puse la mano en la cara de mi padre la noté mojada, no era sudor, me dio una furia, lo agarré por los hombros y lo sacudí como si fuera mi peor enemigo, y él, desde abajo, me pegaba puñetazos en el pecho, hasta dónde llegamos, y los guardias seguían riéndose, era una noche oscura como ésta y el frío cortaba los huesos dentro de la carne, estábamos en medio del campo, no se alzaban las piedras, es posible que los hombres nazcan para esto, cuando nos dimos cuenta estábamos solos, los guardias se habían marchado, creo que por desprecio, era lo que merecíamos, y entonces mi padre se echó a llorar y yo lo calmé como si fuera un niño, y juré que nunca iba a contárselo a nadie, pero hoy no podría quedarme callado, yo no vengo por lo de las ocho horas y los cuarenta escudos, vengo porque hay que hacer algo para que no sigamos viviendo así, humillados, porque una vida así no es justa, luchar dos hombres uno contra otro, padre e hijo, y aunque no lo fueran, para diversión de la guardia, no les basta tener las armas y nosotros no, no somos hombres si esta vez no nos levantamos del suelo, y si no es por mí, sea por mi padre que está muerto y no volverá para tener otra vida, pobre viejo, y recordar que yo le pegué, y los guardias riéndose, parecían borrachos, si hubiera Dios se hubiera aparecido en aquel momento. Cuando calló esta voz se levantaron los hombres todos, no fue preciso hablar más, cada uno siguió su destino, firmes para el primero de mayo, para las ocho horas y para el jornal de cuarenta escudos, y aún hoy, pasados tantos años, no se sabe quién de ellos fue el que se peleó con su padre, cuando los dolores son muy grandes, los ojos no soportan verlos.

De monte en montanera, estas y otras palabras van dando la vuelta al latifundio, pero no la historia de la pelea, que ésa nadie la creería, pese a que fue verdad verdadera, y en Monte Lavre también hubo reuniones de acuerdo y combinación, si había gente con miedo, otros no lo tenían, de modo que al llegar el primero de mayo estaban los ánimos decididos, los más temerosos se juntaban a los que mostraban más valor, hasta en las guerras ocurre así, como explica quien en ellas estuvo, valiente o timorato. Fue día de mucho gasto de gasolina y gasóleo, andaban los aires de la primavera cargados de tanta humareda, pasaban por los caminos uno tras otro los jeeps y las furgonetas cargados con las carabinas y caretas de la guardia, y ponemos caretas para no avergonzarles la cara, y cuando llegaban a un lugar habitado, si había en él puesto local, entraban para la conferencia del estado mayor, intercambiaban órdenes y hacían balance de la situación, cómo van las cosas por la parte de Setúbal, y en el Bajo Alentejo, y en el Alto, y en Ribatejo, que también es latifundio, no lo olvidemos. Patrullas armadas recorrían las calles y callejas, al olor de la subversión, y desde los altos lanzaban miradas de águila pescadora sobre el mar interior, a ver si vislumbraban bandera negra de piratas o roja, quién iba ahora a meterse en una cosa así, pero es la obsesión de la guardia, no saben pensar en otra cosa, y lo más que conseguían descubrir no era nada que se escondiera, hombres en su pausado pasar o conversando en las plazas, vestidos con sus ropas mejores, con sus remiendos muy compuestos, que de eso saben mucho estas mujeres del latifundio, echar fondillos o rodilleras, y las ve uno rebuscando en el cesto de los trapos procurando un retal de dril, luego lo asientan sobre la pernera ofendida, y tras meter la tijera cautelosa se oye el repasar del hilo, es un trabajo de gran precisión, sentada estoy en el umbral de mi puerta, remendando estos pantalones de mi marido, no va a andar desnudo en el trabajo, que basta que así lo sienta yo entre las sábanas.

Parece que nada tenga que ver esto con el primero de mayo y las ocho horas, y los cuarenta escudos, no faltará quien lo crea, gente distraída que no repara en el mundo, cree que el mundo es sólo esa esfera que por el espacio rueda, astronomías, más le valdría estar ciega, que nada hay más ligado al primero de mayo que esta aguja y este hilo en la mano de esta mujer que se llama Gracinda Maltiempo, para que su hombre Manuel Espada vaya remendado al primero de mayo, día de los trabajadores. La guardia pasa por allí mismo ante la puerta, un jeep de mucha guerra, y Gracinda Maltiempo llama a su única hija, María Adelaida, y la chiquilla, que tiene siete años y los ojos más azules del mundo, mira el desfile, parece imposible que no se animen estos chiquillos ante el prestigio del uniforme, allí está María Adelaida con su mirada severa, ya ha visto de la vida bastante para saber qué guardias son ésos y qué uniforme.

Por la noche vuelven los hombres a casa. Será un desasosegado dormir, como los soldados en víspera de batalla, quién sabe si volveré vivo, una cosa son huelgas y manifestaciones, es hábito antiguo, ya se sabe cómo suelen responder los amos y la guardia, mientras que esto es desafío mayor, rechazar al latifundio un poder que le viene de los abuelos de los abuelos, Trabajarás para mí de sol a sol todos los días de tu vida mientras me plazca y convenga, en los demás harás lo que quieras. Ahora no precisa Sigismundo Canastro levantarse tan temprano, ni Juan Maltiempo, ni Antonio Maltiempo, ni Manuel Espada, ni ninguno de los otros hombres y mujeres, a esta hora todavía despiertos, pensando en lo que será el día de mañana, es una revolución, ocho horas de trabajo en el latifundio, Será un desafío, o se gana o se pierde, en Montargil avanzaron y ganaron, y no vamos a ser nosotros menos que ellos, en plena noche se oye el jeep de la guardia rondando por las calles de Monte Lavre, nos quieren asustar, pues van a ver.

Son palabras también de otras bocas, las dijeron Gilberto y Alberto, Van a ver, y fue un gran momento en la historia del latifundio, hasta los amos se levantaron temprano para estar presentes al nacer del día, que quien no ve lo suyo, el diablo se lo lleva, ya el sol está fuera y no se ve un alma que se acerque al trabajo, están nerviosos administrador, capataz y manijero, el campo es un consuelo para los ojos, mayo, florido mayo, y Norberto consulta su reloj, las siete y media, y nadie, Esto me huele a huelga, dice un lacayo, pero Adalberto responde airado, Cállate, está furioso, tiene ya un objetivo determinado, todos lo tienen, basta con esperar. Y entonces empiezan a llegar los jornaleros, juntos en la hora que eligieron, dan benignamente los buenos días, para qué rencores, y cuando son las ocho empiezan a trabajar, así se había decidido por esos campos, pero Dagoberto pega un grito, Alto, y todos se paran con mirada inocente. Qué pasa, amo, tanta serenidad puede enloquecer a un hombre, Quién os ha dado orden para venir a trabajar a esta hora, quiere saber Norberto, y en esta cuadrilla es Manuel Espada quien tiene incumbencia para responder, Lo hemos decidido nosotros, ya hay sitios donde trabajan las ocho horas, no somos menos que los camaradas de otras tierras, y Berto se va hacia él, parece como si fuera a pegarle, pero no, a tanto no se atreve, En mis tierras el horario de trabajo es el que siempre fue, el que quiera trabajar ya sabe, de sol a sol, y ahora decidid, o bien os quedáis y mañana compensáis el tiempo que habéis perdido hoy, o bien os largáis, que aquí no quiero a nadie, Así se habla, dirá doña Clemencia cuando el marido se jacte de sus hazañas, y después, Después, ese Manuel Espada, que está casado con la hija de Maltiempo, y él era el cabecilla del grupo, respondió sí señor, nos vamos, y se fueron todos, y cuando volvían a Monte Lavre preguntó Antonio Maltiempo, Y ahora, qué haremos, no porque estuviera inquieto o temeroso, pues ayudaba al cuñado con la pregunta, y él respondió, Ahora hacemos lo acordado, nos reunimos en la plaza, si aparece la guardia y quiere armar follón, se va cada uno a su casa y mañana volvemos al trabajo, a las ocho empezamos a segar, como hoy, éstas fueron más o menos las palabras que Juan Maltiempo dijo en otra cuadrilla, y Sigismundo Canastro en la suya, y así se encontraron todos en la plaza y vieron pasar a la guardia, y vino el cabo Tacabo, O sea que no queréis trabajar, Sí señor, queremos, pero sólo las ocho horas, y el amo no quiere admitirlo, no hay verdad más verdadera que ésta, pero el cabo sigue con sus averiguaciones, Entonces esto no es una huelga, No señor, nosotros queremos trabajar, fue el amo quien nos mandó para casa, dice que no da las ocho horas, y por esta clara respuesta el cabo Tacabo dirá más tarde, No sé qué hacer, señor Dagoberto, ellos dicen que quieren trabajar, que es usted el que, y no llega a acabar la frase, salta Dagoberto, Unos gandules son, o trabajan de sol a sol, o se van a morir de hambre, en mis tierras no hay trabajo para ellos, que yo sepa el gobierno no ha dado orden de que se trabaje sólo ocho horas, y aunque la diera, en mis tierras mando yo, que soy el amo, y con esto se acabó la charla con el cabo Tacabo y el día terminó así, cada uno en su casa, las mujeres queriendo saber lo sucedido, como ya vimos con doña Clemencia, cosa que es también derecho de las otras.

Echan cuentas, en este día no hay salario, cuántos vendrán así, depende de los lugares, en algún sitio se rindió el latifundio al cabo de dos días, en otros sitios tres, en otros cuatro, y hubo lugares donde pasaron semanas en este juego de comprobar quién tiene más fuerza y más paciencia, al final los hombres no iban ya al trabajo a ver si los aceptaban con estas condiciones, se quedaban en los pueblos, ahora sí es huelga, y cuando esto se hizo hábito, ya no fue preciso más, volvió la guardia a su costumbre de apalear, y de un extremo a otro del latifundio anduvieron las máquinas de guerra, no vale la pena repetirlo, no hay ya quien no lo sepa. En sus castillos resistieron Dagoberto y Alberto, Humberto y otro Berto, pero poco a poco se fue disolviendo la santa alianza y de otros lugares llegaban noticias de rendición, qué vamos a hacer, pero dejémoslos andar que no perderán con el retraso, Yo bien sé, padre Agamedes, que pensamientos de venganza no son cristianos, más tarde haré una penitencia, No es exactamente así, señor Alberto, está escrito en el Deuteronomio, Mía es la venganza, y yo se lo haré pagar, este nuestro padre Agamedes es una lumbrera de sabiduría, cómo es posible que de un libro tan grande como la Biblia se aprendiese de memoria un pasaje tan precioso, no necesitamos más justificación.

Aquí en Monte Lavre les salvó que los tenderos les fiaran, y también en otros lugares, pero esto tiene sus detalles en este relato, por las calles anduvo Juan Maltiempo aguantando la vergüenza de deber y no poder pagar, con su mujer Faustina llorando de miseria y de tristeza desgarrada, y ahora es él quien va de tienda en tienda dando el recado, y cuando es mal recibido, hace como que no lo nota, el padecer curtió su piel, la necesidad que allí lo lleva no es sólo la suya, Señora Graniza, el personal está luchando por las ocho horas de trabajo y los amos no quieren ceder, por eso estamos en huelga, vengo a pedirle que espere tres o cuatro semanas, que en cuanto volvamos al trabajo empezaremos a pagarle, nadie va a quedar a deberle nada, es un favor que le pedimos, y la dueña de aquella tienda, alta mujer de ojos claros y mirada oscura, pone las manos sobre el mostrador y responde, con el respeto del joven, Señor Juan Maltiempo, tan cierto como esperar yo que se acuerden de mí un día, tiene mi casa abierta, y estas palabras sibilinas son muy del gusto de la mujer, que tiene grandes parrafadas místicas y políticas con sus parroquianos y cuenta historias y casos de curas milagrosas e intercesiones, que de todo hay en el latifundio, no va a ser sólo en las ciudades. Juan Maltiempo se fue con la buena noticia y María Graniza preparó una nueva cartilla de fiados, ojalá le paguen todos, como es dos veces debido.

Despiertan las aves de madrugada y no ven a nadie trabajando. Muy cambiado veo el mundo, dice la calandria, pero el milano, que vuela alto y lentamente, grita que el mundo está mucho más cambiado de lo que cree la calandria, y no es sólo porque trabajen los hombres ocho horas justas, saber cierto es el de las hormigas, que han visto mucho y tienen buena memoria, no debe eso sorprendernos, andan siempre juntas. Qué me dice a esto, señor cura Agamedes, No sé qué decirle, señora Clemencia, adiós mundo, que va cada vez peor.


Juan Maltiempo está acostado. Hoy será el día de su muerte. Estas enfermedades de gente pobre son casi siempre indefinibles, los médicos tienen dificultades para redactar el certificado de defunción, y simplifican, en general se muere de un dolor, de un tumor, cómo se podrá traducir esto en claras nociones de clasificación nosológica, no les valió la pena pasar tantos años en la facultad. Dos meses estuvo Juan Maltiempo en el hospital de Montemor, no le sirvió de mucho, aunque no le faltaron los cuidados, hay salvaciones imposibles, lo trajeron a morir a casa, no es que sea un morir diferente, pero sin duda se va uno con otra serenidad, este olor de su propia cama, las voces de quien por la calle pasa, y el rumor del gallinero cuando por las noches se acomodan las gallinas en las varas y el gallo agita violentamente las alas, puede haber nostalgia de esto en el otro mundo.

Mientras Juan Maltiempo estuvo sufriente en el hospital, pasó las noches en claro, oía los suspiros, los gemidos, todas las aflicciones de la enfermería, sólo se quedaba dormido al llegar la madrugada. No es que ahora duerma mejor, sin embargo tiene sólo su propio dolor para atender, es una cuestión que será resuelta en la confidencia del cuerpo y del espíritu que aún aguanta, sin más testigos que la familia, e incluso éstos nada podrán entender, ya les llegará la hora, no van a quedarse en el mundo para simiente, de saber lo que es estar un hombre a solas con su muerte, sabiendo, sin que nadie se lo haya dicho, que hoy es el día. Son certezas que vienen al pensamiento cuando uno despierta de mañana muy temprano y se oye caer la lluvia, correr por los bordillos como los hilos de una fuente, de pequeños nos subíamos al travesaño interior de la puerta y, asomados al postigo, alargábamos la mano al agua que corría, así hizo Juan y otros que no lo son. Faustina duerme sobre el arca, se empeñó en hacerlo para que estuviera el marido a gusto en la cama de matrimonio, y no hay peligro de que esta mujer olvide sus obligaciones, toda la noche, dándole en ellos la luz del hogar mortecino o la lamparilla de aceite, se le ven brillar los ojos, tal vez por ser tan sorda le brillan los ojos tanto, son compensaciones. Pero si se queda dormida y Juan Maltiempo no puede soportar solo su dolor, ahí está el cordel que ata la muñeca derecha del hombre a la muñeca izquierda de la mujer, no iban a estar separados ahora, tan viejos los dos, y a la menor sacudida sale Faustina de su levísimo sueño, se levanta vestida y acude a la cama, en el silencio inmenso de su sordera agarra la mano del marido, y como nada más puede hacer le habla cariñosa, no todo el mundo puede presumir de tanto.

Hoy no es domingo, pero con esta lluvia, los campos inundados, nadie puede ir a trabajar. Juan Maltiempo va a tener a toda la familia junto a él, no son muchos, no se puede contar con aquellos que están lejos y no pueden venir, su hermana María de la Concepción, que todavía sirve en Lisboa, siempre con los mismos amos, hay fidelidades así, se les entrega oro en polvo y lo hallarán todo y tal vez acrecentado, y su hermano Anselmo, desde que se fue a vivir al norte nunca más dio noticias, quizá haya muerto, si fue delante, como Domingo en uno de aquellos años, quién lo recuerda, quién lo echó de menos. Ciertas vidas son más apagadas que otras, pero es sólo porque tenemos tantas cosas en que pensar, acabamos por no reparar en ellas y llega un día en que nos arrepentimos, Hice mal, debía haberle hecho más caso, pues sí, si se te hubiera ocurrido antes, son pequeños remordimientos que vienen y se olvidan de inmediato, menos mal. Tampoco vendrá su hija Amelia, todos sabemos que sirve desde pequeña en una casa de Montemor, mucha suerte tuvo con haberlo podido visitar en el hospital, así le hizo compañía, y menos mal que Amelia consiguió ahorrar para ponerse una dentadura postiza, es su lujo, pero la sonrisa no la salvó ya. Faltarán amigos, el compadre Tomás Espada, mucho aguantó este hombre la ausencia de su mujer Flor Martinha, nunca nadie los vio con un cordel atándoles las muñecas, hay cosas que no se ven pero existen, quizá ni ellos mismos las sepan explicar, y vendrá Sigismundo Canastro, el más viejo de todos, y Joana Canastra ayudará en lo que sea preciso, le echará una mano a Faustina, se conocen desde hace tanto tiempo que ya no precisan hablar, se quedarán mirándose una a la otra, sin llorar, Faustina no podrá y Joana nunca lo hizo, son misterios de la naturaleza, quién podrá decirnos la razón de una no poder y otra no saber. Estará también Antonio Maltiempo, mi hijo, que ahora se levanta y viene descalzo. Cómo se encuentra, padre, y yo, que sé que es hoy el día de mi muerte, respondo, Estoy bien, quién sabe si me creerá, tiene los codos apoyados en la barra de la cama, a los pies, me mira, no me ha creído, nadie convence a nadie si no está convencido, quién ha visto a este muchacho y lo ve ahora, aún está lejos de los cincuenta años y pese a eso, Francia acabó con él, todo acaba con nosotros, este dolor, esta punzada, o quizá no sea la punzada, es un dolor que está muy por debajo de ella, no sé explicarlo. Y vendrá mi yerno Manuel Espada, vendrá mi hija Gracinda, estarán aquí los dos al lado de la cama, de esta cama mía de donde alguien me sacará hoy, serán los dos hombres, tienen más fuerza, pero me lavarán las mujeres, suele ser trabajo de mujeres lavar al muerto, cuántas cosas tienen que hacer las mujeres, lo que me consuela es que no las voy a oír llorar. Y también vendrá mi nieta María Adelaida, la que tiene los ojos azules como yo, no son realmente así, para qué voy a presumir, mis ojos son como dos cenizas comparados con los de ella, quizá cuando era joven, cuando andaba por los bailes y enamoré a Faustina, cuando la robé de casa de sus padres, entonces mis ojos debían de ser tan azules como estos que acaban de entrar, La bendición, abuelo, cómo se encuentra, está mejor, y yo hago un gesto con la mano, es lo que resta de las bendiciones, ya nadie cree en ellas, pero es una costumbre, y respondo que me encuentro bien, vuelvo la cabeza hacia ella, quiero verla mejor, ay, María Adelaida, mi nieta, no es que diga estas palabras pero las pienso, me gusta verla, lleva un pañuelo en la cabeza y una chaquetita de punto, la falda está mojada, de poco le ha servido el paraguas, y de repente siento unas ganas grandes de llorar, fue María Adelaida que me cogió la mano, era como si hubiéramos cambiado los ojos, qué idea tan loca, pero un hombre que se está muriendo puede tener todas las ideas, está en su derecho, no va a tener más días para fabricar otras o repetir las antiguas, a qué hora moriré. Y ahora se acerca Faustina con el vaso de leche, va a dármela a cucharadas, hoy me era igual quedarme con hambre, iría más ligero, la leche alguien la bebería, me gustaría que me la diera mi nieta, pero no puedo pedírselo, se molestaría Faustina y no quiero darle esa tristeza en mi último día, quién la iba a consolar después, cuando ella dijera, Ay, mi pobre marido, que ni le di la leche a beber el día que murió, hasta podría guardar la abuela rencor a la nieta para el resto de su vida, quizá pueda darme la medicina dentro de un rato, como ha dicho el médico, media hora después de comer, son deseos imposibles, María Adelaida va a salir, vino sólo a saber cómo estoy, y yo estoy bien, ya vendrán la madre y el padre, y ahora salió, es aún muy niña para estos espectáculos, tiene sólo diecisiete años y unos ojos azules como los míos, creo que ya lo he dicho antes.

Juan Maltiempo despierta del amodorramiento en que se hundió tras haber tomado la medicina, fue una suerte para él, estaba en una pausa prolongada de dolor y el remedio hizo efecto como si fuera sueño natural, pero ahora le vuelve a doler, despierta gimiendo, es una estaca clavada allí, cuando recobra la lucidez entera ve que está rodeado de gente, no cabe nadie más en el cuarto, Faustina y Gracinda se inclinan hacia él, y también Amelia, al fin vino, fue el gemido lo que las llamó, y Joana Canastra está más atrás, por no ser de la familia, los hombres se quedan apartados porque aún no es su momento, están junto a la puerta que da al corral, tapan la luz, son Sigismundo Canastro, y Manuel Espada, y Antonio Maltiempo.

Si hubiera tenido dudas Juan Maltiempo, aquí se acabarían, todos saben que hoy es el día de su muerte, alguno lo debió de adivinar, después se lo fueron diciendo, pero si es así no van a oírme gemir, esto fue lo que pensó Juan Maltiempo, y apretó los dientes, es un decir, dónde estarán ya los dientes, unos pocos arriba, unos pocos abajo, es lo que queda, y desencontrados, no se pueden cerrar, dan en las encías, ah vejez, y sin embargo este hombre tiene sólo sesenta y siete años, no es ningún muchacho, ese tiempo pasó, pero otros andan por ahí más viejos y compuestos, son los que viven lejos del latifundio. En fin, la cuestión no es tener dientes o no tenerlos, no es eso lo importante, lo importante es cortar el gemido cuando aún está naciendo, dejar que el dolor crezca, ya no se puede evitar, pero quitarle la voz, enmudecerlo, como hace más de veinte años, cuando lo llevaron a la cárcel y le obligaron a hacer la estatua, este dolor de riñones, cuando le golpearon sin mirar dónde, queda la frente cubierta de sudor, se crispan todos los miembros, los brazos sí, pero las piernas, Juan Maltiempo no las siente, primero cree que aún no ha despertado del todo, pero luego sabe que está consciente, quiere mover los pies, al menos los pies, y los pies no se mueven, quiere doblar las rodillas y no vale la pena, nadie adivina lo que está pasando bajo esta sábana y esta manta, es la muerte, se acostó conmigo y no hubo quien la viese, se cree que entra por la puerta o por la ventana y resulta que está en mi cama, desde cuándo, Qué hora es, es una pregunta que siempre se hace y siempre tiene respuesta, saber la hora, la gente se distrae pensando en el tiempo que aún falta o que ya pasó, y cuando han dicho que hora es, nadie más piensa en eso, fue la necesidad de interrumpir cualquier cosa o de poner en movimiento lo que estaba parado, no hay ahora tiempo para saberlo, ya ha llegado aquella a quien estaba esperando. Juan Maltiempo mira vagamente, están allí sus más allegados parientes y amigos, son tres hombres y cuatro mujeres, Faustina con el cordel atado a la muñeca, Gracinda que vio morir en Montemor, Amelia la siempre sumisa, Joana la dura, Sigismundo camarada, Manuel de cara seria, Antonio mi hijo, ay hijo mío, y son éstos los que voy a dejar, Dónde está mi nieta, Gracinda responde, tiene voz de lágrimas, es verdad que Juan Maltiempo va a morir, Fue a casa a buscar unas ropas, alguien ha tenido la idea de alejarla, tan joven todavía, y Juan Maltiempo siente un gran alivio, así no habrá peligro, lo malo sería que estuvieran allí todos, si falta la nieta no puede morir, no morirá hasta que estén todos allí, ojalá lo supieran ellos, se quedaría siempre uno fuera, todo es tan sencillo.

Juan Maltiempo clava los codos en el jergón, arrastra el cuerpo hacia arriba, le ayudan, sólo él sabe que si no lo hicieran no se moverían sus piernas, tiene la seguridad de que recostado se sentirá mejor, aliviará la opresión que súbitamente le ha llegado al pecho, no es que se haya asustado, sabe que nada sucederá mientras su nieta no llegue y tal vez a uno de los que allí están se le ocurra salir, a ver si el cielo escampa, hace tanto calor en este cuarto, Abrid esa puerta, es la que da al corral, está lloviendo aún, sólo en las novelas se abre el cielo en ocasiones como ésta, es una luz blanca la que entra, y de repente Juan Maltiempo deja de verla, ni él supo cómo fue.


María Adelaida trabaja lejos, hacia Pegôes. No es trabajo para ir y volver, la distancia es mucha, más de treinta kilómetros, basta mirar el mapa, y el trabajo es duro, díganlo si no los que por una sola vez hayan puesto el pie en una viña y la mano en la azada, ahora es cavar. Y este trabajo no se acaba en media docena de días, María Adelaida lleva aquí más de tres meses, en casos como éste el color de los ojos no establece ninguna diferencia. A casa sólo va cada quince días o tres semanas, el domingo, y entonces descansa en ella como en el latifundio descansan las mujeres, trabajando en otra cosa, luego regresa a la viña y a la azada, bajo los ojos de unos vecinos que están en el mismo trabajo, siempre es un descanso para los padres, cómo no iba a ser desconfiado Manuel Espada con los bríos de su única hija, y más viviendo en Monte Lavre, tierra de mucha desconfianza en cuestión de noviazgos, no se puede ver a un chico hablando con una chica, y si esta María o esta Aurora no son esquivas como bichos salvajes y hablan naturalmente con los muchachos, riendo cuando hay que reír, madre mía, ya son una locas y unas desvergonzadas. Lo único que han hecho, bajo la luz del sol y en medio de la calle, es conversar dos minutos una y otro. Quién sabe lo que estarán tramando, murmuran de inmediato las viejas y las menos viejas, y llegado el dicho a oídos paternos y maternos empieza la bronca, quién era ése, qué os decíais, estás avisada, aunque también hayan sido hermosas sus propias historias de amor, como fue la de Manuel Espada y Gracinda Maltiempo, aunque no tan explicada como merecía, los padres tienen ese defecto, lo olvidan todo muy de prisa, y las costumbres cambian despacio. María Adelaida tiene apenas diecinueve años y hasta ahora no ha dado trabajos, a ella sí se los han dado, estos trabajos pesados de azada y viña, no hay otro remedio, las mujeres no han sido criadas para princesas, como queda abundantemente demostrado en este relato.

Todos los días son iguales y ninguno se parece. Mediada la tarde llegan a la viña noticias que desasosiegan al personal, nadie tiene certeza de lo ocurrido, Dicen que algo pasa con los militares en Lisboa, lo oí en la radio, si así fuese sería saberlo todo, es un error creer que en una selva de cepas apartada del infierno siete palmos puedan los hechos tener fácil explicación, allí la gente no anda cavando con la radio al cuello como si fuera cascabel o cencerro, o metida en el bolsillo, cuerpo hablante y cantante, son devaneos no autorizados, fue alguien que viniendo de alguna parte al pasar le dijo al capataz lo que había oído en la radio, de ahí viene la confusión. En un abrir y cerrar de ojos se rompió el ritmo de trabajo, la cadencia de la azada pasó a ser vergonzosa distracción, y María Adelaida no es menos que los otros, está con la nariz alzada, curiosa, parece una liebre que ha visto un periódico, diría su tío Antonio Maltiempo, qué ha pasado, qué ha pasado, pero el capataz no está allí para representar papel de heraldo, no le pagan para eso, y sí para vigilar al personal y poner orden en la cuadrilla. Eh, vosotros, a ver si os ponéis a trabajar, y como no hay más noticias, vuelven las azadas a cavar, quien a estas cosas presta atención recuerda para sus adentros que hace un mes salieron a la calle las tropas de Caldas da Rainha, y al final no pasó nada. La tarde continúa y se acaba, y si otras noticias llegaron no se les dio más crédito. En este lugar del latifundio, tan lejos del Carmo de Lisboa, no se ha oído un tiro ni anda la gente gritando por los descampados, no era fácil entender qué es una revolución y cómo se hace, y si empezáramos con explicaciones de palabra lo más seguro es que alguien preguntara, con el aire de quien no cree, Ah, eso es una revolución.

Y, pese a todo, aquel gobierno fue derribado. Cuando la cuadrilla se reúne en el cuartel, su cuartel de abrigo y morada civil, no de gente militar, ya todos saben mucho más de lo que habían imaginado, al menos tienen ahora una radio pequeña, de esas de pilas que hablan con voz de caña rota, son todo chirridos, a dos palmos del oído nadie entiende nada, pero es igual, de una cosa se va sacando la otra, y entonces la fiebre se hizo general, andan por ahí todos nerviosos, hablando mucho, Y qué hacemos ahora, son las grandes vacilaciones y anhelos de quien entre bastidores se prepara para entrar en escena, y si es verdad que los hay allí contentos, otros, que tristes no están, no saben qué pensar, si esto le parece raro a alguien, imagínese en el latifundio sin voces ni certidumbres y luego me cuenta. Anduvo la noche unas horas más, y al fin se explicaron las cosas, siempre es precisa una explicación, es un decir también, se sabía lo que había acabado, no se sabía lo que había comenzado, ahí está todo. Entonces aquellos vecinos con quienes María Adelaida estaba, marido, mujer e hija, la muchacha mayor que ella, se llamaban los Geraldos, decidieron volver al día siguiente a Monte Lavre, digámosle capricho si no aceptamos las buenas razones que tenían, querían estar en casa, perdían los jornales de dos o tres días, pero se enterarían mejor de las noticias, allí era como si estuvieran en un destierro, le preguntaron los Geraldos si quería acompañarlos, en fin, estaba bajo su responsabilidad, A tu padre le gustará, y esto fue dicho sin intención de querer decir otra cosa, de Manuel Espada lo único que sabían a ciencia cierta es que era buen hombre y trabajador, y en cuanto a otras desconfianzas, sólo las naturales en lugares pequeños, donde siempre se adivina lo que no se sabe. Hubo otros que decidieron regresar a sus tierras, sería ir y volver, y tantos fueron que el capataz tuvo que acceder, qué remedio. Lo malo fue que en medio de las noticias que parecían justamente las mejores, enronqueció repentinamente la radio, un carraspeo terrible que no dejaba entender las palabras, precisamente hoy tenía que estropearse. Durante toda aquella noche el cuartel hizo figura de isla perdida en este mar latifundio, con un país alrededor que no quería irse a la cama, acumulando noticias y rumores, rumores y noticias, como es habitual en semejantes casos, y no habiendo más que esperar de la mecánica desastrada, cada uno se fue a su estera y, si pudo, durmió.

Por la mañana temprano salieron los viajeros a la carretera, a una buena legua de allí, rogando a las potencias celestiales que de estos particulares deciden que trajera el autobús de línea sitios vacíos, y cuando el autobús asomó se vio que sí, quien está habituado lo ve en seguida por la densidad de las cabezas y por una cierta aunque indefinible complacencia del conductor. Ésta es la línea que va a Vendas Novas, entran sólo los Geraldos y María Adelaida, dos o tres que son también de Monte Lavre no quisieron subir, será porque no tiran cohetes o porque no quieren comprometerse o por dinero, les hará aún más falta que a los otros. Quedaron en la carretera los que tienen destinos diferentes, de lo que les haya ocurrido, del bien que esperaban y obtuvieron, no llegó a saberse nada. Circulan pocos coches, se hace el viaje de prisa, y se reducen allí mismo las ansiedades más urgentes, hay unanimidad entre cobrador, conductor y pasajeros, ha caído el gobierno, se acabó Tomás y se acabó Marcelo, y ahora, quién manda, en este punto se inicia el desacuerdo general, no se sabe bien, hay quien habla de una junta, pero los otros dudan, junta no es un nombre de gobierno, junta es de la parroquia o para los productos pecuarios, para el trigo, aquí debe de haber algún error. Entra el autobús en Vendas Novas, parece día de fiesta por la concurrencia de gente, tiene que desgañitarse la bocina para abrirse paso en la calle estrecha, y por fin cuando entramos en la plaza, no se sabe por qué será, pero la tropa, verla con su aire marcial, asusta a cualquiera, y a María Adelaida, que es joven y en cuestión de sueños tiene los de su edad y condición, es como si le hubieran cortado las piernas, mira por la ventanilla del autobús a los soldados que están frente al cuartel, los cañones cubiertos con ramas de eucalipto, y los Geraldos le dicen, Qué, no vienes, es como si hubiese vivido siempre con los ojos cerrados y ahora, al fin, los abriera, primero tiene que saber qué es la luz, son cosas que siempre es más difícil explicarlas que sentirlas, la prueba es que cuando llega a Monte Lavre y se abraza a su padre descubrirá que lo sabía todo sobre su vida, aunque en casa no se hablase si no por medias y veladas palabras, Dónde está padre, Tuvo que ir lejos a tratar unos asuntos, esta noche no viene a casa, y así que regresaba no valía la pena preguntar por los tales asuntos, primero porque no interrogan las hijas a los padres, segundo porque cuando los misterios son de puerta de casa afuera es mejor que se queden por ahí. Quiere el narrador contar los hechos a medida que van aconteciendo y no puede, por ejemplo, ahora mismo estaba María Adelaida clavada en su asiento, parecía mareada, y de repente la encontramos en la plaza, fue la primera en salir, lo que es la juventud. Y aunque vaya con los Geraldos no vive bajo el ala de ellos, es dueña de su libertad para atravesar la calle e ir a mirar más de cerca a los soldados, hacerles gestos, y la tropa repara, corrige el nerviosismo de quien responde con las armas y puede tener que acabar respondiendo por ellas, y estando ya la batalla ganada y la disciplina suelta, corresponde el ejército a los gestos, sobre todo cuando no todos los días se ven unos ojos de ese azul.

Entretanto fue Geraldo padre a contratar transporte para Monte Lavre, empresa que otro día tendría sus dificultades, pero hoy, quién nos diera que siempre fuera así, estamos en tierra de amigos encontrados, hay ahí una furgoneta pequeña, van apretados, pero a quién le importan incomodidades tan ligeras, éste es un pueblo habituado a dormir sobre una estaca y con una esteva por almohada, el precio será el del gasóleo, o ni eso, Acepte para un vaso, Acepto para no despreciar, después si María Adelaida empieza a llorar no se asombren, llorará esta misma noche cuando oiga decir en la radio, Viva Portugal, será en ese instante, o habrá sido antes con las primeras noticias de ayer, o cuando atravesó la calle para ver más de cerca los soldados, o cuando respondieron a sus saludos, o cuando se abrazó a su padre, ni ella lo sabe, se da cuenta de que la vida ha cambiado y será ella quien diga, Me gustaría tanto que el abuelo, no puede añadir otra palabra, es la desesperación de lo que no tiene remedio.

Pero no pensemos que todo el latifundio está cantando loores a la revolución. Recordemos lo que dijo el narrador sobre este mediterráneo con sus barracudas y otros peligros, y también sus habituales unciones de pejefraile. Toda la dinastía de Lamberto Horques está reunida en cortes, o sentada alrededor de sus tablas redondas, cargado el ceño, torvo el mirar, los menos agresivos lanzan frases dubitativas y cautelosas, sí, no obstante, todavía, con todo, tal vez, ésta es la gran unanimidad del latifundio, Cuál es su opinión, padre Agamedes, he aquí una pregunta que generalmente jamás quedaba sin respuesta, y siempre a conveniencia de todos, pero la prudencia de la iglesia es infinita, el padre Agamedes, siendo incluso un humilde servidor de Dios enviado al latifundio para evangelizar las almas, de prudencia e iglesia sabe bastante, Nuestro reino no es de este mundo, Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, Salió el sembrador al campo, no hagan caso, cuando la cuestión es dudosa el padre Agamedes se sale un poco por la tangente, habla con parábolas, es sólo para ganar tiempo mientras no vienen órdenes de su obispo, pero se puede contar con él. Con quien ya no se puede contar infelizmente es con Leandro Leandres, muerto hace un año, en su cama fallecido y antes sacramentado, como merecía, y de sus muchos sucesores, compinches, hermanos o superiores se sabe que por todo el país fueron presos los que no huyeron, y que en Lisboa llegó a haber tiros antes de que se entregaran, murió gente, vamos a ver lo que les hacen ahora a éstos. De la guardia también poco consta, si no que se mantiene discreta, de buenos modos y a la espera de órdenes, fue el cabo Tacabo a casa de Norberto a decir eso mismo, avergonzado, retorciéndose como si estuviera desnudo, y cuando salió, lo hizo igual que había entrado, los ojos clavados en el suelo, buscando la cara que iba a componer cuando atravesara Monte Lavre, estos hombres que lo miran y lo siguen de lejos, no es que tenga miedo, un cabo de la guardia republicana nunca tiene miedo, pero es que el aire del latifundio se ha vuelto de repente irrespirable, parece que va a haber tormenta.

Y entonces se empieza a hablar del primero de mayo, es conversación que todos los años se repite, pero ahora es un alborozo público, la gente se acuerda de que aún el año pasado andaba escondiéndose por ahí para combinar, organizar, era preciso volver constantemente al principio, ponerse en contacto con los de confianza, animar a los indecisos, tranquilizar a los temerosos, e incluso ahora hay quien no cree que la fiesta del primero

de mayo pueda hacerse a las claras como dicen los periódicos, cuando es grande la limosna hasta el pobre desconfía. No es ninguna limosna, dicen Sigismundo Canastro y Manuel Espada, se desdobla un diario de Lisboa, Aquí está escrito, el primero de mayo podrá ser celebrado libremente, es día

festivo en todo el país, Y los de la guardia, insisten los de buena memoria, La guardia esta vez se quedará viéndonos pasar, quién iba a decir que esto

iba a ocurrir un día, la guardia quieta y callada mientras tú gritas viva el primero de mayo.

Y como sobre lo que nos permiten tenemos que poner siempre lo que imaginamos, o no somos hombres merecedores del pan comido, empezaron a decir que todos debían extender colchas en la ventana, y poner flores, como si fuera el día de salir el Señor de los Pasos a la plaza, un poco más y se barrían las calles y se encalaban las fachadas, tan fáciles son de subir las escaleras de la alegría. Sin embargo, así son los dramas humanos, exageración es llamarles dramas, porque son sin duda perplejidades, ahora qué voy a hacer yo si en mi casa no hay colchas ni tengo jardines de claveles y rosas, de quién habrá sido la idea. Tiene María Adelaida parte en esta ansiedad, pero siendo joven y llena de esperanza le dice a su madre que algo tendrán que hacer, que no habiendo colcha hará un mantel sus veces, blanquísimo paño suspendido del postigo de la puerta, bandera de paz en el latifundio, hombre civil que por allí pasase habría de descubrirse con respeto, y siendo guardia o militar firmes y en saludo marcial prestarán homenaje ante la puerta de Manuel Espada, trabajador y buen hombre. Y no sean las flores vuestra preocupación, señora madre, que a la fuente del Amieiro iré a buscar de las silvestres que en este mes de mayo cubren valles y colinas, y estando los naranjos floridos, ramos de azahar traeré y así nuestra puerta será ventana adornada como mirador de un alcázar, menos que los otros no seremos, porque somos tanto.

Bajó entonces María Adelaida a la fuente, ni siquiera sabe por qué ha elegido este lugar, si como ella misma dijo están cubiertos de flores valles y colinas, va por el camino entre cercados, y hasta allí mismo le bastaría con tender la mano, pero no lo hace, son determinaciones antiguas que están en la sangre, flores sólo las recogidas en este fresco lugar, helechos abundantes, y más allá en un espacio de suelo liso donde da el sol de pleno, no-me-quie-res silvestres, flores que tienen el nombre cambiado desde que Antonio Maltiempo llevó un ramo a su sobrina María Adelaida el día de su nacimiento. Ya tiene una brazada de verdor, una constelación de soles de corazón amarillo, ahora volverá a subir el camino, irá cortando por encima del muro ramas floridas de naranjo, pero de repente le da un extraño quebranto, no sé qué siento, no es que esté enferma, nunca me he sentido tan bien, tan feliz, será del olor de este ramo apretado contra mi pecho, apretado, dulce violencia le hago, y él a mí. María Adelaida se sentó en el murete de la fuente, como si estuviera a la espera de alguien. Tenía el regazo lleno de flores, pero nadie apareció.

Son bonitas estas historias de fuentes encantadas, con moras danzando a la luz de la luna y cristianas asaltadas gimiendo sobre los helechos, quien no las aprecie es que ha perdido la llave de su propio corazón, es lo menos que se puede decir. Pero, pasado muy poco tiempo después de abril y mayo, vuelven al latifundio los rigores conocidos, no los de la guardia y la policía política, que ésta se acabó y aquélla vive dentro del puesto, mirando la calle por la ventana cerrada, o, cuando tiene que salir, y esto sólo por máxima obligación, va pegada a las casas, ni te vi ni te conozco. Rigores son los otros acostumbrados, dan ganas de volver atrás en este relato y repetir lo ya dicho, Estaba el trigo en la tierra y no lo segaron, no lo dejan segar, cosechas abandonadas, y cuando los hombres van a pedir trabajo, No hay trabajo, qué es esto, qué liberación fue ésta, se va a acabar la guerra de África y no se acaba esta del latifundio. Tanto se habló de mudanzas y esperanzas, salió la tropa de los cuarteles, se coronaron los cañones de rama de eucalipto y claveles encarnados, diga rojos, señora mía, diga rojos, que ahora ya se puede, andan ahí la radio y la televisión predicando democracias y otras igualdades, y yo quiero trabajar y no tengo dónde, quién me explica qué revolución es ésta. La guardia ya se despereza al sol, son como los gatos cuando afilan las uñas, al fin, la ley del latifundio siguen haciéndola los mismos para que sigan cumpliéndola los mismos, yo Manuel Espada, yo Antonio Maltiempo, yo Sigismundo Canastro, yo José Medronho el de la cicatriz en la cara, yo Gracinda Espada y mi hija María Adelaida que lloró cuando oyó gritar Viva Portugal, yo hombre o mujer del latifundio, heredero sólo de pertrechos de trabajo, si antes no se han gastado o partido, como partido y gastado me voy quedando yo, volvió la desolación a los campos del Alentejo, volverá a correr la sangre.

Al fin se está viendo quién tiene más fuerza, dice Norberto a Clariberto, si no les damos trabajo bastará con dejar pasar el tiempo lentamente y volverán a comer en nuestras manos, son palabras de desprecio y rencor de quien ha pasado por gran susto y durante un tiempo se mantuvo cerrado y manso en su concha doméstica, importunando a la mujer y a los parientes con las pavorosas noticias de revolución que llegaban de Lisboa, todo el gentío en las calles, manifestaciones por todo y nada, banderas, y la policía obligada a entregar las armas, pobrecillos, tan grande ofensa a los bríos de una corporación que tantos servicios había prestado y podría aún prestar, pero esto es como las olas del mar, no te enfrentes a ellas con el cuerpo rígido, parecería valor y es estupidez, encógete lo más que puedas y la ola pasará sin reparar en ti, se deslizó, no halló donde golpear, y ahora sí, has rebasado el punto de empuje, la espuma y la corriente, son términos de pescador, pero cuántas veces será necesario decir que el latifundio es un mar interior, con sus barracudas, pirañas, gigantescos pulpos, y si tienes trabajadores despídelos, quédate sólo con el hombre que anda con los puercos y las ovejas, y el guarda de la heredad, para que no pierdan el respeto.

Ya se sabe el destino de las mieses, está todo en el suelo, y se acerca el tiempo de sementera, qué hará Gilberto, vamos a preguntárselo a su casa, vivimos en un país libre y todos tenemos que presentar cuentas, Dígale a su amo que hay aquí unas personas que quieren saber lo que va a hacer, ya han caído las primeras aguas, es tiempo de sembrar, y habiendo ido la criada a saber la respuesta nos quedamos en la puerta, que no nos han mandado entrar, y vuelve la criada con malos modos, ojalá no sea ésta la Amelia Maltiempo de que en este relato ya se ha hablado, y dice, El señor me manda decir que eso no les importa, la tierra es suya, y que si vuelven a aparecer manda llamar a la guardia, y apenas acaba de decirlo nos da con la puerta en las narices, ni a un vagabundo se le trataría así, porque de vagabundos con navaja escondida tienen éstos un miedo que se pelan. No vale la pena preguntar más, Gilberto no siembra, Norberto no siembra, y si alguno de otro nombre siembra es por temor de que venga por ahí la tropa preguntando, A ver qué pasa, pero hay otras maneras de matar estas moscas, decir que bueno, mostrar sonrisas y apariencia de buena voluntad, vaya, claro que sí, no faltaba más, y hacer lo contrario, afilar la intriga, se saca el dinero del banco y se manda al extranjero, que sobran los que de eso se encarguen con el pago de una comisión razonable, o se disponen unos escondrijos en el coche, la frontera cierra los ojos, pobrecillos, no van a perder tiempo rastreando bajo el coche, no son unos chiquillos, o desmontando los guardabarros, son funcionarios meritorios, tienen que mantener limpio el uniforme, y así van cinco millones, o diez, o veinte, o las joyas de la familia, las platas y los oros, lo que quiera, sin ceremonia. Brutos sin remedio fueron aquellos jornaleros que viendo el olivar cargado de aceituna, negra y madurita, brillante, como si ya el aceite estuviera rezumando, fueron a recogerla tras mucho pensar y decidir, cómo es, qué vamos a hacer, apartaron el jornal que les correspondía según los salarios de la época y fueron a entregar el resto al amo, Quién les ha dado permiso, qué pena que no pasara por allí la guardia, se llevarían un tiro para que aprendieran a no meterse donde no los llaman, Patrón, estaba el olivar a punto para la recogida, esperar más tiempo era perderlo todo, ahí está la aceituna que sobró de nuestro jornal, es más que la que apartamos para nosotros, es fácil hacer las cuentas, Pero yo no he dado autorización, ni la daría aunque me la pidieran, Lo decidimos nosotros. Fue éste un caso, señal de las mudanzas de los tiempos, pero cómo se iba a salvar el fruto de la tierra si Adalberto mandó que pasaran las máquinas por encima de la mies, si Angilberto metió el ganado en los sembrados, si Ansberto prendió fuego al trigo, tanto pan perdido, tanta hambre agravada.

Desde lo alto de la torre de homenaje, apoyando en las almenas sus manos de guerrero y conquistador, manos encallecidas por la empuñadura de la espada, Norberto contempló su obra y encontró que estaba bien, y como se perdió en la cuenta de los días, no descansó, Pueden los demonios de Lisboa devastar la herencia que nuestros abuelos nos dejaron, aquí en el latifundio tenemos otro respeto por la patria sacrosanta y la sacrosanta fe, manda entrar al sargento Armamento, Las cosas van mejor, manda entrar al padre Agamedes, Padre Agamedes, tiene usted muy buen aspecto, parece rejuvenecido, Será por lo mucho que he rezado por la salud de su excelencia y por la conservación de nuestra tierra, De mi tierra, padre Agamedes, Sí señor, de la tierra de su excelencia, es lo que dice también aquí el señor sargento de la guardia, Así es, fueron las órdenes que recibí de donjuán el Primero, e intactas las he ido transmitiendo a todas las generaciones de sargentos, y mientras en la casa grande hablan así, ha llegado el invierno y ha mordido a los jornaleros, y no por estar habituados van a sentirlo menos, Qué vamos a hacer, es la misma miseria de antes, Los señores son los amos de la tierra y de quien en ella trabaja, Somos menos que los perros de la casa grande y las casas grandes, ésos comen todos los días, les llevan el cazuelo lleno, nadie dejaría que un animal pasara hambre, Quien no sabe tratar a los animales, mejor que no los tenga, Pero con los hombres es distinto, perro no soy y hace dos días que no como, y esta cuadrilla de hombres que ha venido aquí a hablar es una jauría, hace tanto tiempo que ladramos, un día de éstos nos callamos y mordemos, como hacen las hormigas rojas, aprendemos de ellas, son estas las que levantan la cabeza como perros, repara en sus pinzas, si no tuviera yo la piel tan dura, encallecida del mango de la hoz, ya estaría sangrando.

Es un decir de dientes para fuera, que si bien alivia no remedia, ahora ya tanto me da estar parado como no, por ejemplo, éstos andan trabajando y de qué les sirve, llega el capataz, con el aire cínico de alguien a quien no le importa mostrar su cinismo y dice, Esta semana no hay dinero, paciencia, paciencia, vamos a ver si la otra, pero en su bolsillo hacen dueto doña María la primera y don Juan el segundo, y una semana después, lo mismo, y quien dice una semana dice dos y tres y cuatro y seis, de dinero ni la sombra de su olor, El amo no tiene liquidez, el gobierno no autoriza a sacar del banco, nadie puede creer lo que dice este capataz, son siglos de mentira que ni siquiera precisa ser imaginativa, pero el gobierno debería venir aquí a explicarlo, no vale la pena ponerlo en los periódicos que la gente no entiende, en la televisión pasa todo tan de prisa, todavía no percibimos una palabra y ya vinieron otras cien, qué decían, y en la radio no vemos las caras de la gente que habla, no puedo creer nada de lo que dices si no te veo la cara.

Y entonces en un sitio cualquiera del latifundio, la historia se acordará de decir cuál, los trabajadores ocuparon una finca. Para tener trabajo, nada más, que se cubra de lepra mi mano derecha si no es verdad. Y luego en otra heredad los jornaleros entraron y dijeron, Venimos a trabajar. Y lo que ocurrió aquí, ocurrió allá, es como en la primavera, se abre una margarita en el campo, y si no va en seguida María Adelaida a cortarla, millares de margaritas iguales nacen en un solo día, cuál ha sido la primera, todas blancas y mirando al sol, es como las nupcias de esta tierra. Sin embargo, estas blancuras no son, es gente oscura, hormiguero que se disemina por el latifundio, la tierra está llena de azúcar, nunca se vio tanta hormiga con la cabeza levantada, Malas noticias me llegan de mis primos y otros parientes, padre Agamedes, por lo visto Dios no ha oído sus oraciones, haber llegado uno a esta edad para asistir a tan gran desgracia, me estaba reservada esta prueba, ver la tierra de mis abuelos en manos de estos ladrones, es el fin del mundo cuando se ataca la propiedad, fundamento divino y profano de nuestra civilización material y espiritual, Laico querrá decir su excelencia, es más riguroso que profano, y perdone su excelencia si le corrijo, No, sea entonces profano, que profanando andan ellos, ya verá como ocurre lo mismo que en Santiago do Escoural, crimen que un día tendrán que pagar, Aún hablamos de eso el otro día, qué va a ser de nosotros, Hay que tener paciencia, doña Clemencia, una infinita paciencia, quién somos nosotros para penetrar en los designios del Señor y en sus desviados caminos, sólo El sabe escribir derecho con renglones torcidos, quién sabe si no nos está rebajando ahora para mañana exaltarnos más, quién sabe si después de esta punición no llegará el premio terrestre y celestial, cada uno en su tiempo y lugar, Amén.

Con diferentes palabras pero igual sentido se explicaba Lamberto al cabo Tacabo, sombra de la marcial figura conocida, Parece imposible, la guardia asistiendo a estos acontecimientos apocalípticos, dejando invadir las propiedades que es su deber defender para mí, y no mueve un dedo, ni dispara un tiro, un puntapié, un puñetazo, un culetazo, ni azuza a un perro contra los calzones de estos golfos, para qué les sirven unos perros tan caros, importados, acaso pagamos para eso nuestras contribuciones, que por mi parte he dejado de pagar, se va a ir todo a la ruina, yo me voy al extranjero, a Brasil, o a España, o a Suiza, que tiene una neutralidad agradable, o donde sea, pero lejos de este país que me avergüenza, Tiene usted toda la razón, señor Lamberto, pero la guardia de que soy cabo tiene las manos atadas, qué vamos a hacer nosotros sin órdenes, fuimos acostumbrados a las órdenes y ahora no vienen aquellas a las que estábamos habituados, y a usted puedo decírselo, que es de confianza, el comandante general de la guardia está de acuerdo con los enemigos, bien sé que quebranto la disciplina al hablar así, pero quizá un día me asciendan a sargento, y entonces van a pagarlas todas juntas y con los réditos, se lo juro, señor Lamberto. Son amenazas de dientes para fuera, no son un remedio, pero alivian, y entretanto no olvidemos la gimnasia matinal, la instrucción de armas, Cómo encuentra mi corazón, doctor, Defectuoso, Menos mal.


En el mar interior del latifundio no cesa el ir y venir de las olas. Manuel Espada fue un día a hablar con Sigismundo Canastro, los dos buscaron a Antonio Maltiempo, los tres a Justo Canelas, tenemos que hablar, y después fue la vez de José Medronho, y cuando estuvieron seis estaba Pedro Calçâo, y éste fue el primero en hablar de todos. En la segunda reunión había cuatro voces más, dos de hombre, Joaquim Caroço y Manuel Martelo, y dos de mujer, Emilia Profeta y María Adelaida Espada, que es el nombre de su preferencia, y todos en secreto hablaron, y siendo preciso que alguien respondiera por el grupo, eligieron a Manuel Espada. En las dos semanas siguientes dieron los hombres, como quien no quiere la cosa, las vueltas precisas por las heredades y, de acuerdo con los ya conocidos métodos, dejaban caer aquí una consigna, allí otra, discutieron y sentaron el plan, tiene cada cual sus guerras, no llevemos a mal su vocabulario, y decidieron luego pasar a la segunda fase, que fue convocar a los capataces de las fincas donde aún se trabajaba y decir, noche era de aquel ardiente verano, Mañana, a las ocho, todos los jornaleros, estén donde estén, se montan en los carros y se dirigen a la finca de Mantas, vamos a ocuparla, y de acuerdo con los capataces, con quienes ya hemos hablado uno a uno, y avisados muchos de los que irían como soldados principales de esta batalla, fue cada uno a dormir su último sueño de prisión.

Este sol de justicia. Quema e inflama la gran sequedad de los rastrojos, este amarillo de hueso lavado o curtido de sementera vieja y requemada de calores excesivos y aguas destempladas. De todos los lugares de trabajo confluyen las máquinas, es el avance de los blindados, ay este lenguaje guerrero, quién lo puede olvidar, son tractores que avanzan, van lentamente, hay que establecer contacto con los que vienen de otros sitios, éstos ya han llegado, gritan de un lado y otro, y la columna se va engrosando, se hace más fuerte allí delante, van cargados los tractores, hay quien camina a pie, son los más jóvenes, para ellos es una fiesta, y llegan a la heredad de Mantas, hay aquí ciento cincuenta hombres arrancando corcho, se unen a los demás, y en cada finca que ocupan se queda un grupo de responsables, la columna la forman ya más de quinientos hombres y mujeres, seiscientos, no tardan en ser mil, es una romería, una peregrinación que rehace las vías del martirio, los pasos de este vía crucis.

Después de Mantas van al Vale da Canseira, a Reivas, al Monte da Areia, a Fonte Pouca, a Serralha, a Pedra Grande, en todos los montes y heredades se toman las llaves y levantan inventarios, somos trabajadores, no hemos venido a robar, no hay nadie aquí que diga lo contrario, porque de todos estos lugares recorridos y ocupados, montes, casas, bodegas, establos, caballerizas, pajares, majadas, bordas, corralas, pocilgas y gallineros, cisternas y albercas, tanques de riego, ni hablando ni cantando, ni callando ni llorando, están Norbertos y Gilbertos ausentes, adonde han ido, lo sabe Dios. La guardia no sale de su puesto, los ángeles barren el cielo, es día de revolución, cuántos son.

Va el milano pasando y contando, un millar, sin hablar de los invisibles, que es el sino de los hombres vivos la ceguera, no entender cuántos hicieron lo hecho, mil vivos y cien mil muertos, o dos millones de suspiros que se levantan del suelo, cualquier número servirá, y todos serán pequeños si de lejos sumamos, asomados a los adrales van los muertos, miran al interior buscando algún conocido, de los más allegados de cuerpo y corazón, y si no encuentran a quien buscan, se unen a los que van a pie, mi hermano, mi madre, mi mujer y mi marido, por eso es natural que reconozcamos a Sara de la Concepción, allí va, con una botella de vino y un paño, y Domingo Maltiempo, con el cabo de su soga al cuello, y ahora pasa Joaquim Carranca, que murió sentado a la puerta de su casa, y Tomás Espada, al fin cogido de la mano de su mujer Flor Martinha, cuánto has tardado, cómo no se darán cuenta estos vivos, creen que están solos, andan en sus trabajos de gente viva, cuando uno muere lo entierran, eso es lo que creen, pero los muertos vienen muchas veces, ahora unos, luego otros, pero hay días, muy raros desde luego, en los que salen todos, y quién sería capaz de mantenerlos en sus sepulcros conformes cuando los tractores atruenan el latifundio y las consignas no cesan, Mantas, Pedra Grande, Vale da Canseira, Monte da Areia, Fonte Pouca, hambre mucha, Serralha, no hay quien vaya, por pobre colina y valle, y aquí en esta revuelta del camino está Juan Maltiempo sonriendo, estará esperando a alguien, o quizá es que no se puede mover, murió con las piernas paralizadas, será por eso, llevamos a nuestra muerte todos los males y también los últimos, pero fue un error pensar esto, le vuelven a Juan Maltiempo sus piernas de muchacho y ahora salta, es un bailarín volando, y se va a sentar al lado de una vieja sorda muy vieja, Faustina mi mujer que conmigo comiste pan con chorizo una noche de invierno y te quedaste con la falda mojada, tantas nostalgias.

Posa Juan Maltiempo su brazo de invisible humo en el hombro de Faustina, que no oye nada, ni siente, pero empieza a cantar, vacilante, un son de baile antiguo, es su parte en el coro, se acuerda del tiempo en que bailaba con su marido Juan, fallecido hace tres años, que en gloria esté, y éste es el errado voto de Faustina, que no puede saberlo. Y mirando desde más lejos, desde la altura del milano, podemos ver a Augusto Pintéu, el que murió con las mulas en una noche de temporal, y tras él, casi agarrándolo, su mujer Cipriana, y también el guardia José Calmedo, venido de otras tierras y vestido de paisano, y otros de quienes no sabemos los nombres, pero conocemos las vidas. Van todos, los vivos y los muertos. Y delante, dando los saltos y las carreras de su condición, va el perro Constante, cómo iba a faltar en este día levantado y principal.


* Ratinhos: temporeros del norte y centro de Portugal que iban a trabajar al Alentejo. (N. del E.)


* El 28 de mayo de 1926 se levantó en Braga el general Gomes da Costa y marchó sobre Lisboa. Fue el preludio de la dictadura. (N. del T.)

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